Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al
monte.
Le habían hablado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a
poner en orden los pensamientos de quien llegaba hasta allí.
Quizá debía irse. Dejar en manos de los demás lo que tenía. Repartir la cosecha de toda su vida y a pesar de su ausencia, dejarla como legado, como un buen
recuerdo para los demás. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de
nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria. Estaba decidido: arreglaría las cosas y antes de Nochebuena, partiría para
siempre.
"¡Por una moneda te alquilo el catalejo!".
Martín tendió el telescopio al viejo
para que viera lo que él veía.
Son huellas.
Tuyas. ¿Te acuerdas de aquel día...? Debías de tener siete años. Tu amigo de
la infancia, Antonio, lloraba desconsolado en el patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas
para comprar un lápiz para el primer día de clase. ¿Recuerdas? Él había perdido
el dinero y lloraba a mares.
Martín buscó infructuosamente en su memoria. El viejo, después de una pausa, siguió:
¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tú tenías un lápiz nuevo que ibas a estrenar aquel día. Pero te acercaste al portón de entrada y
cerrando la puerta sobre el trozo de madera, cortaste el lápiz en dos partes iguales. Luego le sacaste punta a la mitad cortada y le
diste el medio lápiz nuevo a Antonio.
No me acordaba, dijo Martín. Pero eso, ¿qué tiene que ver con el punto
brillante?
Ese que está ahí, en el centro, es el trabajo que le conseguiste a don Pedro
cuando lo despidieron de la fábrica... Y el otro, el de la derecha, es la huella de
aquella vez que reuniste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de
Ramírez... Las huellas que salen a la izquierda son de cuando interrumpiste tu viaje porque la madre de tu amigo Juan
había muerto y querías estar con él.
Martín dio las gracias al viejo y volvió al pueblo. Este año, la fiesta iba a ser en su casa. Había muchos amigos a quienes quería volver a ver. Sobre todo a aquellos que habían dejado huella en su vida.
Jorge Bucay, psicoterapeuta.