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Intervenciones durante las
Conferencias del Campo Freudiano1
Jacques Lacan, Jacques-Alain Miller, Jacques Aubert y Philippe Sollers
9 de marzo de 1976
JACQUES-ALAIN MILLER – Al seguirlo, y ya era el caso en su intervención en el Seminario del
Dr. Lacan, palpamos que la dimensión del síntoma es manifiesta en Joyce, porque la del fantasma
no viene a hacer de pantalla. Sade, por ejemplo, impone la evidencia del fantasma, de su
fantasma. Aquí, al contrario, no se trata por cierto del fantasma de Joyce, ni incluso de un síntoma
que le fuese atribuible. Repite, efectúa la estructura del síntoma, y nada lo muestra mejor que el
efecto de su texto sobre el lector, al que pone en la posición de tener que descifrar
interminablemente, de tener que hilar una interpretación infinita que no supone principio alguno de
detenimiento. Ustedes dicen «a modo de conclusión», pero no pueden concluir nada.
JACQUES AUBERT – Olvidé mencionar algo que era, sin embargo…
JACQUES-ALAIN MILLER – Es necesario que usted haya olvidado algo.
JACQUES AUBERT - ¡Si, sí! Va a ver lo que es. Si hablé de análisis es porque, entre otras cosas,
escribe en el diario, al final, transcripciones de sueños, que figuraban en las famosas y curiosas
epifanías que seleccionó cuidadosamente, dejando a un lado lo que no fuera problemático, las
notaciones realistas, sociales, no reteniendo sino las que eran del orden del sueño. Cuando
pronuncié luego la palabra fantasma, fue a propósito de un sueño que comenzaba de una manera
lo suficientemente no realista como para que pudiéramos, en principio, dejarnos atrapar allí.
JACQUES-ALAIN MILLER – El modo mismo en el cual usted aborda el texto de Joyce muestra
hasta qué punto éste no especula sobre el fantasma, sino más bien lo desafía. Que eso lo
conduzca a desafiar la gramática, es de ese orden. Me parece que una literatura que especula
con el síntoma, que lo imita, está constituida de otro modo que aquella que se funda sobre el
fantasma. Está claro que, para tomar las cosas como usted las planteó, deja atrás la cuestión que
pone en aprietos a todos esos críticos cuyos artículos son recogidos en la edición que usted
1 N. de la T.: Se trata de extractos de la discusión que tuvo lugar luego de la exposición de Jacques Aubert:
«Galería para un retrato» (que más tarde fue incluida como artículo en el libro Joyce avec Lacan). En dicha
exposición, Aubert toma la novela de James Joyce «Retrato del artista adolescente», cuyo protagonista es
el personaje de Stephen Dedalus (a quien se referirán en esta discusión).
Publicada en Analytica 4 (suplemento al n° 9 de Ornicar?), 1977, n° 4, pp. 16-18.
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recomendó: ¿en qué medida se adhiere Joyce al personaje de Stephen? Primero lo dimos
absolutamente por sentado, y luego dijimos que no, que debía marcar mucha ironía respecto al
personaje, que no lo daba como ejemplo. Pero sigue siendo incierto: ¿Joyce es serio o no lo es?
¿La teoría del arte que expone, es la suya? ¿Es realmente ese pretencioso personaje el que nos
propone como modelo? Esta problemática es demasiado psicológica, pero, finalmente, ¿cuál es
su posición a propósito de estos aprietos en los que está inmersa la crítica anglosajona? ¿Cuál es
la función de Stephen en la economía subjetiva de Joyce?
JACQUES AUBERT – Usted pronunció el término ironía. No estoy seguro de que haya solo ironía.
La posición de desplome, de dominación en relación al texto, que supone la ironía, no es la de
Joyce, hay más bien humor. Hace funcionar el texto en su lógica. Lo acompaña, o más bien está
acompañado por él como por su enigma. Lo que, como usted dijo, Joyce trata de descifrar, es su
enigma.
JACQUES LACAN – Voy a decirle la reflexión que tuve mientras lo escuchaba, a propósito de la
confesión y de todo lo que de ella resulta – ¡A qué prodigiosa vegetación que desemboca con
Alfonso María de Ligorio, Suarez, el probabilismo! Pensaba en uno de mis analizantes, que es un
verdadero católico, madurado en la salmuera católica, a un punto que no es por cierto igualado
por nadie aquí, de lo contrario nadie estaría aquí. En suma, un católico verdaderamente formado
en el catolicismo es inanalizable. No hay medio alguno de atraparlo ni por el lóbulo de una oreja.
JACQUES-ALAIN MILLER – Usted ya había excluido del análisis a los japoneses…
JACQUES LACAN – Ya excluí a los japoneses, por supuesto, pero era por otras razones. Los
verdaderos católicos son inanalizables porque ya están formados por un sistema al cual
intentamos sobrevivir con el análisis de Freud. Es en eso que Freud es un católico tímido,
prudente. Hizo pasar por allí una corriente de aire fresco, pero a fin de cuentas su aporte es del
mismo principio, como lo vemos en El malestar de la cultura: vuelve simplemente al hecho de que
hay algo que anda mal. Es incluso curioso, para usar una palabra que usted ha empleado,
curious, que el análisis sea la forma de supervivencia en el catolicismo. Veremos tal vez un día un
papa que se dará cuenta de ello e invitará a todo el mundo a hacerse psicoanalizar. Pero para la
gente que ya fue formada, el análisis no tiene esperanzas. Quizás, con el tiempo, eso llegará a
evaporarse.
Quisiera introducir otra cuestión, que es la de la traducción inglesa del Ich de los alemanes por
ego. Nosotros hemos dado a ello un peso más razonable traduciéndolo por moi. Es allí que
encuentro la pregunta absolutamente apremiante que ha planteado Jacques-Alain Miller, las
relaciones de Stephen con James Joyce. Stephen Dedalus, ¿no es lo que comúnmente se llama
el ego? Me vería bastante llevado a ubicar allí un imaginario redoblado, un imaginario de
seguridad, si se puede decir. ¿Acaso Stephen Dedalus no juega en relación a James Joyce el rol
de un punto de enganche, de un ego? ¿Es un ego fuerte, como dicen los americanos, o es un ego
débil? Creo que es un ego fuerte, sobre todo si se tiene en cuenta que está enteramente
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fabricado. Esto hace retornar a la pregunta de la que partía: ¿cuál es la función del ego en la
formación católica? ¿Acaso la formación católica no acentúa ese carácter en cierto modo
separable del ego? Es muy sorprendente que los ingleses no hayan traducido el Ich por I. Algo
tuvo que habérselos impedido, porque eso parece ir de suyo, algo que concierne a la lengua
inglesa.
PHILIPPE SOLLERS – En inglés, también han conservado el latín para el ello y el superyó.
JACQUES AUBERT – Eso se debe, tal vez, a la tradición teológica inglesa, que, esencialmente,
no es católica.
PHILIPPE SOLLERS – En inglés, el I se escribe siempre con una mayúscula, incluso en el interior
de una frase.
JACQUES LACAN – Sí, pero eso no es una explicación, ya que los ingleses escriben también ego
con una E mayúscula.
JACQUES-ALAIN MILLER – En todo caso, quisiera subrayar que no hay ambigüedad sobre el tipo
de yo que Joyce se construye (« construirse » figura en el Retrato): un yo que se construye, el yo
clásico de novelas de educación, es un yo obsesivo.
JACQUES LACAN – Es eso. Por otra parte, el francés marca bien que el yo está a fin de cuentas
determinado, que se lo elige. Es una suerte de objeto. Pichon hizo sobre esto observaciones que
no son tontas.
JACQUES-ALAIN MILLER – Ahora bien, no me parece que sea obsesivo Joyce. Si se construye
un yo obsesivo, es un yo que no tiene nada que ver con su estructura. Su persona a la que
sostiene [ténue], para retomar los términos de Pichon, y su persona a la que da cuerpo [étoffée]
no coinciden en lo absoluto.
JACQUES AUBERT – Me pregunto si eso no está en parte fabricado por la educación católica,
sobre la base de La imitación de Cristo.
Traducido por Lorena Buchner.
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