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Joseph Neumann en la Sierra Tarahumara: movilidad y registro escrito
CARLOS URANI MONTIEL CONTRERAS
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
Chihuahua, México
Resumen
¿Cómo entender las interconexiones y los significados sociales existentes entre los espacios
y distancias físicos en un contexto misional, al margen de las autoridades metropolitanas?
El tema del presente trabajo se centra en esta cuestión y propone como estudio de caso al P.
Joseph Neumann, quien dejó memoria sobre su protagonismo en un par de travesías. La
primera inició en Praga y culminó en las misiones jesuitas en la Sierra Tarahumara
(Chihuahua, México). La Historia de las rebeliones (Praga, 1730), contiene los detalles de
una segunda travesía, de ida y vuelta, ocurrida en 1691 en un contexto de incertidumbre y
sublevación. Estas memorias de viaje me permitirán relacionar el funcionamiento de la
labor misional con el movimiento de sus operarios, así como con la reutilización del
conocimiento geográfico a través de la distribución, alcance y efecto de la escritura de
Neumann.
Palabras clave
misiones, jesuitas, comunicación, viaje, Tarahumara, Neumann
Introducción
La pregunta de investigación que me condujo a la planeación y desarrollo del trabajo está
dirigida hacia la conceptualización de las interconexiones y los significados político-
sociales existentes entre los espacios y las distancias propios de todo viaje, y focalizados en
un contexto misional. El tema del presente ensayo se centra en la movilidad y el registro
escrito, y propone como estudio de caso al jesuita Joseph Neumann (1648-1732),
perteneciente a la Provincia de Bohemia, quien dejó memoria en una relación redactada
originalmente en latín en 1724 sobre su protagonismo en un par de travesías.
El primer viaje, relacionado con el envío de misioneros extranjeros a América,
comenzó en Olomouc, en la actual República Checa, con la espera del recién nombrado
sacerdote que aguardaba con expectación la licencia para trasladarse allende el mar. El
2
ansiado permiso, enviado en 1678 por el General Oliva desde Roma, puso en movimiento a
Neumann en abril del mismo año y lo llevó a su destino final a inicios de 1681, casi tres
años después, en las misiones jesuitas de la Tarahumara, ubicadas en el septentrión
novohispano, hoy estado mexicano de Chihuahua. La segunda travesía –efectuada de forma
clandestina desde la Misión de Sisoguichi hasta la Casa de la Profesa en la ciudad de
México, y de regreso– sucedió en medio de sublevaciones indígenas y conspiraciones de las
autoridades virreinales en contra de la Compañía de Jesús. Por una parte, los indios
tarahumaras conspiraban contra los misioneros por creerlos coludidos con la administración
española, centrada en la explotación minera de la región; y por otra, el gobernador del
Reino de la Nueva Vizcaya culpaba a los jesuitas por las rebeliones de los naturales, por lo
que interceptó todas sus cartas, interrumpiendo así la comunicación de los religiosos con
sus centros de mando. Debido a esto Neumann decidió viajar de encubierto y por rutas
alternas a la capital novohispana en noviembre de 1691 para entrevistarse directamente con
el virrey Conde de Galve y darle aviso de lo que ocurría al norte de su administración.
El estudio sobre estas travesías, contenidas en la Historia de las rebeliones en la
Sierra Tarahumara (Fig. 1), me permitirá relacionar el funcionamiento del ejercicio
misional con el movimiento de sus operarios, así como con la reutilización del
conocimiento geopolítico a través de la distribución, alcance y efecto de la producción
narrativa del jesuita.1 Para lo cual el desarrollo del trabajo está dividido en tres secciones.
En primer lugar, me detendré en el significado y compromiso de los jesuitas por
mantenerse comunicados a través del concepto y el ejercicio de “misión”. Posteriormente,
detallaré las peripecias de cada uno de los viajes efectuados por Neumann, para llegar
finalmente a enunciar las conclusiones.
1 Las tradiciones geopolíticas y religiosas, lejos de ser independientes, están íntimamente entrelazadas y se
justifican una sobre la otra. El desarrollo histórico del sistema de estados modernos en Europa y su violenta
imposición por todo el globo atestiguan múltiples y complejas (con)fusiones entre jerarquías verticales, tanto
normativas como espirituales. “Geopolitics is not geographical power politics; it is a omnipresent spiritual
struggle”. Toal, Gerard. “Spiritual Geopolitics: Father Edmund Walsh and Jesuit Anticommunism”,
Geopolitical Traditions: A Century of Geopolitical Thought, eds. Klaus Dodds y David Atkinson, Londres,
Routledge, 2000, pág. 203.
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Fig. 1. Portada original del texto en latín de Neumann publicado en Praga en 1730
Teología de la comunicación
Sabemos que la Compañía de Jesús es el producto directo de los movimientos reformistas
católicos y protestantes, y continúa siendo al día de hoy una Orden global con una
organización multinacional. Uno de sus objetivos enunciados por su fundador a mediados
del siglo XVI fue la constante renovación y expansión de la Iglesia por toda la cristiandad,
por lo que asumían un compromiso explícito de evangelización interna (en las metrópolis),
y hacia fuera (en territorios fronterizos), alejados de la jurisdicción oficial de cada reino y
4
poblados por comunidades autóctonas. El viaje y desplazamiento de sus operarios tiene, por
un lado, fundamentos legales y, por otro, teológicos que repaso a continuación.
Los conflictos entre dinastías e intereses religiosos a inicios del XVI forzaron a que
los diplomáticos cortesanos formularan leyes a través de doctrinas que debían garantizar la
autoridad, el poder y la seguridad, a corto y largo plazo, de sus programas ideológicos.
Desde el punto de vista sociólogo de la religión, tanto la autoridad militar como la
económica que acompañan a un sistema de creencias dependen de la capacidad para mover
personas alrededor de significados estables.2 La posesión, el reclamo y la explotación de la
tierra hallaron justificación en la ley romana que hacían del res nullius (la cosa de nadie) un
objeto de ocupación física que incentivaba el viaje de exploración y el derecho de
propiedad sobre territorios no contemplados por la Santa Sede o gobernaos por un monarca
no católico. Otro caso en el derecho internacional es la ley de las naciones (jus gentium),
promovida por Francisco de Vitoria, que dicta que dichas colectividades gozan de libertad
de comunicación, comercio y libre circulación entre ellas; pero que, si una nación niega
estos derechos, basados en la cooperación mutua de las naciones, atenta contra la razón
jurídica internacional y entonces la intervención bélica, con la consecuente ocupación
territorial, era permitida.3 En este sentido, la evangelización era clasificada como un
ejercicio de comunicación.
El historiador Manuel Lucena justifica el éxito imperial hispánico debido a una
constitución elástica y a una preocupación por los efectos artísticos y sociales de la
intervención/imposición de la monarquía en la esfera cultural; el consenso, entonces,
permitía “acomodar intereses de distintos grupos sociales y éticos” a través de una red
social. El comercio a larga distancia en el circuito atlántico, la guerra global por las rutas
marítimas y las tecnologías capaces de dominar o adaptarse a los ecosistemas determinaron
gradualmente la globalización del planeta.4 Cada empresa imperial intenta que un centro de
poder central asuma la función de coordinar las relaciones y acciones de los grupos y
regiones dependientes. Podemos pensar al imperio hispánico como un tejido de redes,
2 Kelley, Dean. Why Conservative Churches Are Growing. Macon, Mercer UP, 1986, pág. 48.
3 Ríos, Fernando de los. Religión y estado en la España del siglo XVI. Sevilla, Renacimiento, 2007, págs. 181-
182. 4 Lucena, Manuel. “La constitución atlántica de España y sus Indias”, Revista de Occidente, n° 281, 2004,
págs. 30 y 33.
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difícil de estructurar y descifrar, en donde algunas pautas son dadas por la red urbana que
articula espacialmente el orden imperial; es decir, una organización jerárquica llevada a
cabo alrededor de ciudades funcionalmente diferenciadas: cortes, puertos, puntos de paso o
de resguardo. En esta red espacial, conectada y, en cierta medida, controlada por las redes
mercantiles circulan, no sólo el capital y los agentes comerciales, sino objetos materiales
que son en sí mismos mensajes autónomos.
En esta línea, Fernando Bouza ha realizado un esbozo de historia de la comunicación
en los Siglos de Oro, enfocado en la voluntad de conocer y crear memoria por medio de
voces, imágenes y textos escritos. La memoria, entendida “como un verdadero arte para
conocer personalmente y hacer posible el conocimiento ajeno”, permite la concepción de
cosas, ideas e individuos. La transmisión del conocimiento, de eventos, sentimientos y
pasiones era, como afirma Bouza, “uno de los objetivos principales de la escritura en los
siglos XVI y XVII”. La memoria entonces, queda asociada con el registro de lo pasado y es
una capacidad o facultad humana atribuida no sólo a la escritura sino a imágenes y palabras
habladas que también cuentan con un radio de difusión. La “trinidad expresiva” queda
compuesta por el oír, ver y escribir/leer, que durante la época eran formas válidas para dar a
conocer y acceder al conocimiento. La selección de los medios dependía de la práctica del
acto comunicativo, “lo que determinaría el recurso a voces, imágenes o textos allí donde era
posible”. Las condiciones de la transferencia dependían, continúa Bouza, de “las distintas
necesidades que había que satisfacer y con las peculiares características comunicativas o
preservadoras que se atribuía a cada una de ellas”.5
En la Galaxia Gutemberg, Marshall McLuhan se detiene en el devenir de la imprenta
en el mundo moderno. Para el comunicólogo canadiense, el efecto más espectacular del
medio impreso fue la campaña militar de Contrarreforma emprendida por los españoles,
como Ignacio de Loyola. Su Orden religiosa, la primera posterior a la producción
tipográfica, dio gran importancia a la orientación visual de los ejercicios religiosos, a la
intensa formación literaria de cada miembro, y a la homogeneidad militar de su
organización y toma de decisiones.6
5 Bouza Álvarez, Fernando. Comunicación, conocimiento y memoria en la España de los siglos XVI y XVII.
Salamanca, Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas, 2000, págs. 16 y 38-39. 6 McLuhan, Marshall. The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man. Toronto, U of Toronto P,
1962, pág. 226.
6
Para los jesuitas la teología de la misión, asignada por Cristo, está elaborada con los
medios de elección –discurrir y discernir– que ejemplifican el modo de proceder de Ignacio
de Loyola en su Diario espiritual. Si “el Hijo primero invió en pobreza a predicar a los
apóstoles”, existió antes una confirmación y capacitación del Espíritu Santo, quien había
otorgado los dones, uno interior y otro exterior, “dando su espíritu y lenguas los confirmó”.
La misión en conjunto es la manifestación exterior de la interacción trinitaria, inspirada por
“el Padre y el hijo”, quienes “inviando el Espíritu Santo, todas tres personas confirmaron la
tal misión” de los apóstoles, ahora encarnados por los miembros de la sociedad ignaciana.7
El programa ignaciano se traduce en acción y, específicamente, en movimiento
(evidentemente no monástico) al que se comprometían con el cuarto voto de obediencia y
que adquiere el sentido de ministerio apostólico, accesible mediante el viaje y consecuente
labor misional. Por tanto, para la espiritualidad ignaciana el vivir es una búsqueda y
seguimiento de su Señor, bajo el modelo y estilo de los apóstoles; pero este viaje debe ser
regulado desde un centro que acopia y gestiona los documentos escritos de la Orden.
En esta línea secuencial de viaje–misión, lo que sigue es, el registro. El P. Juan de
Polanco, secretario de San Ignacio, dedicó varios párrafos a “las continuas letras” en
relación a las ventajas para los “negocios espirituales”. “La primera es, la vnión de la
Compañía, que anda, según su professión, sparzida en varias partes, y assí más que otras
tiene necessidad de alguna comunicación”. La segunda, consecuencia de la anterior, “es la
fortaleza… que, cuanto cada cosa es más vnida, es más fuerte, vltra de que fortaleçen las
cosas escritas”. La tercera ventaja es “el amor mutuo, el qual naturalmente con la ausentia y
oluido se resfría, y al contrario se conserua y auiua con la memoria, que suple la presentia”.
Con estas tres ayudas, concluye Polanco en su carta del 27 de julio de 1547 desde Roma,
los jesuitas “con el comunicar se vnen, fortifican y aman”.8 Esto sería la conceptualización
de la teología de la comunicación.
Las Constitutiones circa Missiones, incorporadas en la “Parte 7ª” de las
Constituciones de 1544, dan un sentido universal a ese cuarto voto, o sea, a lo que el
Pontífice mande “para mayor gloria divina y bien de las ánimas imbiarlos entre fieles o
7 Ignacio de Loyola, San. “Diario espiritual”, Obras completas, ed. Ignacio Iparraguirre, Madrid, Católica,
1963, págs. 321-322. 8 Polanco, Juan de. “Universae Societati Jesu. Roma 27 Julii 1547”, Monumenta Ignatiana: epistolae et
instructiones, tomo 1, Madrid, Gabriel López del Horno, 1903, págs. 536-538.
7
infieles”. La fe tiene que “ser esparcida por el mundo por diversas regiones y lugares”. Las
misiones enunciadas por el Papa son principio y principal fundamento del Instituto, con lo
que logran repartirse “en la viña de Cristo para trabajar en la parte y obra della que les fuera
commetida”; así lo redactó Ignacio.9
La pugna teológica por la salvación de almas y por estandarizar modelos de virtud en
los cuales fundar la norma de comportamiento moral de un presente colmado de
incertidumbre halló un campo fértil en las plumas de la Compañía. Sin embargo, los
muchos ecosistemas que los jesuitas alcanzaron, la cantidad de novedad, producto del
contacto con otras civilizaciones, y el déficit de conocimiento práctico de las fuentes
clásicas, hicieron de la experiencia directa la autoridad a la hora de catalogar el mundo. La
revalorización de modelos requirió de un método capaz de seleccionar, ordenar y difundir
la suficiente variedad de casos que ejemplificaran la complejidad cultural junto con las
circunstancias locales, de manera que fueran aplicables a otras situaciones probables. Si la
casuística y sus sumas de casos son una herramienta de simplificación, también lo son otros
documentos que almacenan información como las cartas annuas, las crónicas o relaciones
de misioneros en donde la abstracción es una exigencia para la comunicación a larga
distancia y decodificación final del conocimiento.10
La apología política de ocupación
territorial, el constructo ideológico de “misión”, solo efectivo mediante el viaje, y el
ejercicio de crear memoria a través de la palabra escrita configuran la teología jesuita de la
comunicación, entendida como un arte sistemático para conocer y hacer posible en la
imaginación (o en el foro interno) un conjunto de experiencias ajenas y lejanas.
Primer viaje a la Tarahumara
Para hablar sobre la presencia de “extranjeros” al norte de la Nueva España hay que
remontarse a la gestión política obtenida por la Compañía para el envío oficial de
misioneros no españoles a las provincias de ultramar y poner un punto de partida a finales
de 1664, cuando la comisión jesuita en la Corte de Felipe IV levantó la prohibición del
9 Ignacio de Loyola, San. “Parte 7ª: de lo que toca a los ya admitidos en el cuerpo de la Compañía para con
los próximos, repartiéndose en la viña de Cristo Nuestro Señor”, Obras completas, ed. Ignacio Iparraguirre,
Madrid, Católica, 1963, pág. 543. 10
“Geography of knowledge is simply a systematic account of the spatial distribution and motion of the
people, texts, and objects required by Jesuits in their production of knowledge”. Harris, Steven J. “Mapping
Jesuit Science: The Role of Travel in the Geography of Knowledge”, The Jesuits: Cultures, Sciences, and the
Arts, 1540-1773, ed. John W. O’Malley, Toronto, U of Toronto P, 1999. 214.
8
envío de extranjeros y la Cédula Real autorizó que una cuarta parte de las expediciones
fuera de otras naciones.11
A pesar de este decreto el Consejo de Indias presentó varias
cláusulas restrictivas, por lo que el P. Sebastián Izquierdo, asistente en Roma por parte de la
Asistencia española, dirigió en 1673 un “Memorial” al Procurador General de Indias en la
Corte de Madrid, en donde reafirma la obligación que el monarca español tenía, so pena de
cargos de conciencia, respecto a la evangelización de las naciones gentiles de sus dominios
y pedía paso franco y exento de limitación a los extranjeros de la Compañía.12
El
“Memorial” de Izquierdo tuvo efecto y las autoridades dieron a conocer en marzo de 1674,
un cédula real en la que Mariana de Austria se dirige al General de la Compañía de Jesús, el
P. Paolo Oliva, y le comunica “que para las misiones de las Indias pueda su religión enviar
la tercia parte de religiosos extranjeros… siendo Vasallos de esta Corona y de los estados
hereditarios de la casa de Austria”.13
La noticia fue festejada en las casas centro-europeas
de la Compañía.
Por otra parte, las noticias de la actividad misional fuera del Viejo Continente
delinearon una cartografía simbólica en la que personajes y latitudes lejanos poblaban la
lectura atenta de las Letras edificantes y curiosas (u otras colecciones), desde los colegios y
noviciados jesuitas en Europa Central. La insistente solicitud de los misioneros que
intentaban cruzar el Atlántico está bien documentada. Sabemos que la competencia entre
ellos por oficiar en las reducciones americanas sobrepasaba los lugares disponibles y los
recursos para su traslado, ya que la manutención del jesuita era mayor cuando se
encontraba de viaje. Por lo tanto, es rara la noticia sobre expediciones de novicios,
colegiales o profesos de primeros votos. La Compañía sólo invertía en sus mejores
elementos que habían solicitado el embarque en repetidas ocasiones, fueran estos
sacerdotes de cuatro votos o hermanos coadjutores destacados por conocimientos artísticos
11
Existían dos categorías ante las autoridades imperiales: “sospechosos” (franceses, holandeses y
portugueses) y “fiables” (de Nápoles, Sicilia, Milán, Flandes, Alemania y el Franco Condado). 12
Izquierdo, Sebastián. “Memorial que el P. Sebastian Izquierdo, asistente en Roma por las Provincias de
España, envió al Procurador General de Indias, en la Corte de Madrid, el año de 1673, para dar a la estampa”,
Los jesuitas germanos en la conquista espiritual de Hispano-América, ed. Vicente Sierra, Buenos Aires,
Padilla y Contreras, 1944, págs. 407-412. 13
Pastells, Pablo. Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay (Argentina, Paraguay,
Uruguay, Perú, Bolivia y Brasil) según los documentos originales del Archivo General de Indias, tomo 3,
Madrid, CSIC, 1918, pág. 79.
9
o científicos. Por lo que el promedio de edad de los misioneros de Europa Central al
momento de su embarque mediaba entre los 28 y los 33 años.
Lo hasta aquí escrito se verifica a la perfección en el caso de Joseph Neumann,
nacido en Bruselas en 1648, quien vivió 84 años, 69 como miembro de la Compañía, 51 de
los cuales al servicio de las misiones en la Tarahumara donde murió en la Misión de
Carichí en 1732. Ingresó a la Orden ya con estudios en humanidades clásicas, y a los 15
años en el noviciado bohemio continuó su formación en letras, filosofía y teología. En la
“Dedicatoria” a su Historia, Neumann relata que “Después de quince años, me ofrecí a las
misiones de Indias, donde cada día se descubrían nuevas naciones y florecían las
conversiones de los indios que requerían de Europa el envío de nuevos refuerzos
misioneros”.14
El viaje de Neumann inicia desde su expectación y espera. Recién nombrado
sacerdote en Praga a sus 28 años, aguardaba la licencia de traslado. El ansiado permiso,
otorgado en 1678 por el General Oliva desde Roma, puso en movimiento a nuestro jesuita,
quien junto con otros compañeros, él mismo menciona que eran otros 11 germanos (36),
siguió la ruta mediterránea hacia Andalucía vía Marsella el 11 de abril. Sin embargo,
Neumann relata, en tercera persona del plural, que “Con dos días de retraso llegaron al
puerto de Cádiz, cuando la flota ya había zarpado, pues vientos adversos los habían
apartado tres veces de Gibraltar” (36). Por lo cual tuvo que cumplir con un nuevo periodo
de espera de 2 años en el Colegio de San Hermenegildo en Sevilla, tiempo suficiente para
aprender el idioma y pasar a las Indias no como extranjero, sino como español. Esto se
deduce del registro de partida de la expedición Monroy, fechado en junio de 1680, en el que
Neumann viajó, pero donde no figura su nombre.15
La nave en que iban los misioneros
encalló a vista del puerto de Cádiz “y, habiendo encallado en el escollo llamado El
Diamante, se rompió la carena y todos hubieran perecido en el naufragio, a no ser por el
auxilio inmediato de muchas lanchas que acudieron prontamente del puerto” (37). El nuevo
14
Neumann, Joseph. Historia de las rebeliones en la sierra tarahumara (1626-1724), ed. Luis González
Rodríguez, Chihuahua, Camino, 1991, p. 15. Las citas a la obra de Neumann pertenecen a esta edición y en
adelante la referencia al número de página se indicará a renglón seguido. 15
Galán García, Agustín. El "oficio de Indias" de Sevilla y la organización económica y misional de la
Compañía de Jesús, Sevilla, Fundación Fondo de Cultura de Sevilla, 1995, pág. 270.
10
virrey, el marqués de la Laguna, fu quien ordenó a los demás capitanes de la flota, recibir a
los religiosos.
La expedición desembarcó en Veracruz a mediados de septiembre. De ahí se
trasladaron a la capital (10 de octubre) y el grupo fue dispersado; “sólo dos estaban
destinados a la provincia mexicana, mientras que el resto iban a las Islas Filipinas y
Marianas” (37). Neumann y su compañero austriaco Johann Ratkay reiniciaron el viaje, a
lomo de mula, por el Camino Real de tierra adentro, el 17 de noviembre (1500 km. en
Zacatecas). El destino final, la Sierra de Tarahumara, fue alcanzado el 1º de febrero de
1681, a casi tres años de haber salido de la Provincia de Bohemia. Ya en territorio
novovizcaíno el Visitador José Tardá los ubicó en diferentes zonas. Neumann “fue enviado
a los confines de las montañas de los Guazapares, donde permanecería diez y siete años”
(39). Las inclemencias ahí, en San Ignacio de Loyola de Coyachi habían impedido el
establecimiento misional, pero “Era por su naturaleza extraordinariamente resistente al frío
y al trabajo”. Los frutos de su labor aparecieron de inmediato: “Habiendo encontrado en
aquel lugar un campo feracísimo, bautizó a todos los habitantes dispersos en los valles y
construyó dos pueblos que constantemente visitaba y administraba” (39).
Segundo viaje desde la Tarahumara
La gobernación del Reino de la Nueva Vizcaya, en el septentrión novohispano,
administraba los territorios no hispanos ubicados hacia el norte de Nueva Galicia, gran
parte de la costa noroccidental (Sinaloa y Sonora), la antigua provincia de Santa Bárbara y
el área compuesta por los actuales estados de Durango, casi todo Chihuahua y el sur de
Coahuila. Si un par de palabras pudiera resumir la geopolítica del antiguo norte mexicano
serían las de “competencia” y “tensión”. A diferencia de otras zonas misionales, los jesuitas
de la Tarahumara nunca obtuvieron el monopolio religioso (cohabitaban con franciscanos),
ni de explotación de recursos (lidiaban con los reales de minas) ni el político-administrativo
(a cargo del aparato burocrático de la Nueva Vizcaya).
El agotamiento del mineral tiene una relación directa con el diezmo de la población
indígena, sus constantes rebeliones y el establecimiento de guarniciones militares. La
encomienda o repartimiento era el sistema de trabajo con el que se reclutaba, en un
principio a la fuerza, la mano de obra local. A medida que se reforzaron las leyes que
limitaban la esclavización de los indígenas, el reclutamiento oficial generó una fuerza de
11
trabajo nativa asalariada, normalmente mal pagada, que dependía de la economía urbana.
Esta forma incipiente de trabajo remunerado se incrementó rápidamente por dos razones:
primero, porque la minería requería habilidades que una vez adquiridas eran muy
apreciadas, lo que llevó a la existencia de grupos profesionales de mineros y de refinadores
indios en los centros principales; y en segundo, porque “muchos de los centros mineros se
encontraban en zonas donde la población no era susceptible de ser reclutada o sometida a la
encomienda, ya fuera por su dispersión o por su belicosidad” como en el caso del norte de
Nueva España.16
El descubrimiento de una veta necesitaba la movilización de recursos
humanos y materiales, lo que provocaba normalmente un nuevo asentamiento minero. A
mediados del siglo XVII la provincia de Santa Bárbara era la más poblada y prospera de la
Nueva Vizcaya. En esas épocas la tierra era dominio de los encomendados de la Provincia,
quienes la recorrían en busca de indios, con quienes luchaban para transferirlos por fuerza a
las haciendas del valle San Bartolomé.
El historiador Zacarías Márquez Terrazas establece que de manera simultánea al
descubrimiento de los yacimientos minerales y a la fundación de los reales de minas;
“siempre a la vanguardia se van fundando las misiones entre los indígenas gentiles y, de
ordinario, hostiles, por lo que surgen los presidios, que son guarniciones militares para
proteger a la población de los reales de minas y las conversiones”.17
Estos tres tipos de
asentamientos hispanos (misión, real y presidio) integran la ecología del septentrión
novohispano. De esta forma misioneros, mineros, militares e indígenas fueron los
protagonistas de una peculiar gesta civilizatoria, mientras que los presidios y las misiones
las instituciones de control.18
La Historia de las rebeliones en la Sierra Tarahumara contiene los detalles de una
segunda travesía realizada por Neumann, ahora de ida y vuelta, ocurrida en 1691, a 10 años
de su llegada, en un contexto de marcada incertidumbre. La rebelión de marzo de 1690,
fraguada por una confederación de naciones indígenas, se concretó con el incendio y
saqueo de seis misiones “antes de que los españoles, que no habían querido creer en los
16
Bakewell, Peter. “La minería en la Hispanoamérica colonial”, Historia de América Latina 3. América
Latina colonial: economía, ed. Leslie Bethell, Barcelona, Crítica, 1990, pág. 69. 17
Márquez Terrazas, Zacarías. Misiones de Chihuahua: siglos XVII y XVIII, México, Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes, 2008, pág. 4. 18
Cramaussel, Chantal. Poblar la frontera: la provincia de Santa Bárbara en Nueva Vizcaya durante los
siglos XVI y XVII, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2006, pág. 26.
12
riesgos que se advirtieron, pudieran venir a auxiliarnos” (48). Esta es la versión de la
Compañía que culpa de la calma y cautela de Juan Isidro de Pardiñas, “gobernador del
reino, uno nuevo y joven, nacido en un pueblo famoso de Galicia, que había obtenido el
cargo mediante una buen suma de dinero en la Corte de Madrid” (49).
Neumann completa el cuadro con la intervención de la población civil después de la
represión de la rebeldía. “Los pobladores de Parral habían enviado varias cartas a México,
en las que acusaban al gobernador de haber sido el causante indirecto de la rebelión de los
indios, achacándole la avaricia, la incredulidad y la incuria” (55). Así que, por una parte,
los indios tarahumaras conspiran contra los misioneros por creerlos coludidos con la
administración española; y por otra, el gobernador de la Nueva Vizcaya, culpa a los jesuitas
por las rebeliones de los naturales y por haber dado aviso al virrey Conde de Galve.
Ignorando el gobernador la identidad de las personas que habían enviado
información contraria a él, y sospechando que habían sido los padres de la
Compañía de Jesús ya que eran los misioneros los más afectados por sus
decisiones y sus iglesias las que habían sido incendiadas y sufrido los daños de la
guerra; supuso que serían los jesuitas los que se habían quejado ante el virrey.
Por este motivo, abandonando la guerra contra los indios, dirigió sus ataques
contra los de la Compañía. (55-56)
Pardiñas, “sospechando de todas nuestras cartas”, interrumpió la comunicación de los
religiosos con los centros urbanos. “Uno de esos jefes, al recibir la carta del gobernador, lo
comunicó a uno de nuestros misioneros con el que tenía gran amistad, y éste a su vez se lo
dijo al visitador”, el napolitano Francisco María Piccolo. Una vez descubierta la postura del
gobernador y sin la seguridad de regresar a sus pueblos, “pensó el padre visitador mandar a
México a un misionero “el cual iría ocultamente… siguiendo un camino que representaba
cien leguas más… para informar al padre provincial [Ambrosio Odón] sobre el asunto y por
supuesto al virrey enterándolo de las maquinaciones que había urdido el gobernador” (56).
Neumann inició el viaje desde la misión de Sisoguíchi, uno de los pueblos que él
fundó, nos cuenta la ruta: “De las montañas de Guazapares pasó a la provincia de Sinaloa,
luego atravesó la de Culiacán y finalmente el reino de la Galicia, recorriendo más de
cuatrocientas leguas en seis semanas para llegar a México” (57) y finalmente el
recibimiento que gozó en la Casa Profesa. “Por medio de su confesor, que era uno de los
nuestros, se enteró el virrey de la llegada del padre y se alegró mucho”. Una vez que el
13
Padre Neumann estuvo ante el virrey, don Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza,
conde de Galve (Fig. 2) “fue recibido con toda amabilidad y deferencia” (57).
Fig. 2. Anónimo, Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, ca. 1690
Los detalles de la entrevista con el virrey revelan toda una retórica diplomática y de
persuasión:
Esperaba que por su calidad de religioso le diría la verdad cabal ante la confusión
que se había creado con tantas y tan diversas cartas… Lo instó para que le
respondiera con toda veracidad a todo lo que le preguntara… le garantizó que
sería un secreto que se guardaría entre ambos. Le advirtió que consideraba
indispensable saber la verdad tanto para la tranquilidad del reino, como para
procurar, sin caer en error, el bienestar de las misiones; y que el interés público
era superior a cualquiera otra consideración particular, viniera de algún superior
o de cualquier otra persona. Así pues, su decisión dependería de estas noticias.
Respondió el padre que sus superiores nada le habían prohibido, y que, por lo
mismo, el virrey podía preguntar cuanto quisiera a lo que él respondería con toda
sencillez y verdad. (57-58)
14
El resultado del coloquio fue favorable para la Compañía: se le exigieron los autos de
guerra al gobernador, se le obsequió al jesuita dinero de las cajas reales para levantar los
templos, nuevos misioneros, y una escolta de 42 soldados para que recorrieran la
Tarahumara “hasta que las inquietudes de la guerra quedaran completamente extinguidas”.
Dicha presencia armada fue el germen de un nuevo ciclo de sediciones.
Conclusiones
Es un hecho que la administración de los documentos escritos fue clave para el
sostenimiento de las reducciones jesuitas en el Nuevo Continente. El éxito de la labor
misional por las cuatro partes del mundo ad maiorem gloriam Dei, dependía en gran
medida del movimiento de sus miembros y de la reutilización del conocimiento (en ciencias
y artes) implementado en sus diferentes campos de acción.
La teología de la comunicación, traducida en circuito de información y movilidad de
recursos, retroalimenta a una red por la que circulan mensajes prestablecidos y repetitivos
que inciden en sus receptores quienes asumen el rol del propio mensaje. Es decir, los
novicios de habla alemana leían la relación de los protomártires de las misiones
americanas; el impacto de la lectura aseguraba su convicción y promovía la dotación del
capital necesario para su traslado. La afluencia de misioneros de origen germano halló sus
propios cauces ante la falta de información concreta de los funcionarios españoles sobre los
límites del imperio. Además, los extranjeros jesuitas, lingüistas y políglotas, cambiaban sus
nombres para ajustarse tanto a la fonética como a la extensión territorial hispana. La
mayoría de estos misioneros ejercieron el apostolado en un espacio de frontera –lugar
implícito de su escritura–, ya fuera en los márgenes exteriores al norte de la Nueva España,
o más al norte en Nueva Francia, al sur en el Río de la Plata o Chile; así como en los límites
interiores del Chaco, el Altiplano andino y la Amazonía.
La violenta saga de las misiones en la Nueva Vizcaya ejemplifica un proceso de
evangelización/colonización tardío, a largo plazo, y muchas veces infructuoso del que se
“creó memoria” por medio de estos escritos narrativos que tenía una voluntad
propagandística. El conocimiento geopolítico que se desprende de los viajes de Neumann a
lo largo y ancho del espacio hispánico nos da noticia del cambio, las tribulaciones y la
dinámica de las fuerzas políticas que lucharon en la Sierra Tarahumara para convivir
pacíficamente y, cuando no, para sobrevivir.
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