7/29/2019 Julio Cortázar - Fotomaton del Poeta
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FOTOMATON DEL POETA
En tiempos de Jolin Keats, los ensayistas al modo de Hazzlitt y De Quincey hubieran
podido ganarse muy bien unas guineas produciendo un ensayo sobre este tema:"¿Es el poeta un individuo desagradable?" Y junto con las guineas hubieran ganado
maldiciones inmediatas y la verdad eterna, porque el poeta es siempre un
individuo desagradable.
Por mi parte conozco a pocos, y no me pongo como ejemplo porque mis amigos
me llevan ampliamente demostrado que no lo soy. Quisiera con todo que me
aceptaran en el oficio, para confirmar con mi desagradabilidad lo desagradable de
mi afirmación. En cambio tendré que decir algo que no me place decir desde fuera,
y es que todo los poetas que he conocido son sorprendentemente desagradables,no coinciden en absoluto con su futura biografía.
Los tipos son desagradables, y los biógrafos de mala fe cuando, llevados por su
amor, repiten lo de la rama de Saizburgo y convierten a su biografiado en una
vitrina de perfecciones. No quiero decir que sean tipos repulsivos, que anden
tropezando con las soperas y que, de acuerdo con la imagen tradicional del poeta,
circulen a contramano con el cuerpo cubierto de picaduras y el alma asomándoles
por una corbata de flecos y pelusas. (Yo estaba parado en San Martín y Lavalle, y
dos chicas pasaron charlando. "Fíjate que tenía anteojos negros y un pulóver
amarillo. ¡Parecía un poeta!")
No quiero decir que estos tipos que conozco parezcan poetas. Quiero decir que son
desagradables porque son poetas.
Ahora, ay, a explicar.
No se puede ser agradable sin formar parte del cuadro. Uno de esos seres
chorreantes con muletas que pinta Dalí sería sumamente desagradable en el prolijo
paseo de La Grande Jatte. Al ponerle bigotes a la Gioconda, Marcel Duchamp
estableció el hecho poético desagradable por excelencia, metiendo el dedo en el
ventilador de la realidad. Cuando todos piden whisky con soda en la fiesta que da
Monona Pérez, es muy desagradable que alguien reclame exigentemente un plato
de tapioca. Cuando las señoras se reúnen para corroborar que el doctor Cronin es
la culminación de la literatura, siempre es desagradable que una adolescente, una
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mocosa despeinada y dedos sucios, se inmiscuya en la conversación para sostener
que el doctor Cronin no sirve ni para cortar un resfrio. Estas cosas son
profundamente desagradables, y si a De Quincey se le hubiera ocurrido hablar de
ellas desde este ángulo, estoy seguro de que hubiera logrado el más estupendo de
sus ensayos. Yo, por desgracia, me siento demasiado dentro de la cosa para verlabien. Uno habla siempre con excesivo cariño de su club.
Por otra parte no es muy novedoso hacerse el Baudelaire II (parece nombre de
conde de las cruzadas) y discurrir sobre el horror y el escándalo que presiden el
nacimiento y la vida del poeta. No es para ponerse tan nervioso, los poetas ganan
sus sueldos, y los que se mueren de hambre lo hacen del mismo modo que otros
ignorantes de que el cielo rima con desvelo y con bisabuelo. Los poetas no son
malditos. Lo que hay es que estos malditos son poetas, y te lo hacen sentir.
Te lo hacen sentir (esta técnica se llama punto cadena; cada fin de frase espera que
la enganches con la siguiente), porque inevitablemente se sitúan fuera del cuadro,
y a la axiología de la ciudad contestan con la axiología personal, de manera que hay
un espantoso juego de fricciones y topetazos, de paraguas citándose con máquinas
de coser sobre las mesas de operaciones valorativas. El surrealismo en acción no es
más que la puesta en escena de esa conducta: hacer que el hombre se enfrente
con la ciudad. No hablemos de los resultados, porque me entristezco,
orgullosamente me entristezco, y quedémonos en los hechos. Lo desagradable del
poeta no está en que lleve el corazón peinado de otra manera que los demás, sino
en que es siempre un testigo, y ya se sabe lo desagradables que son los testigos,
especialmente los que suben a declarar que usted no estaba en la cama a las siete y
veinticuatro, porque a esa hora donde estaba era en un bar de Viamonte y
Reconquista. Pero el poeta es peor, es ese testigo que no dice nada contra usted,
pero usted sabe que desde que escribió su primera línea, desde que dejó caer la
primera palabra del primer poema, ese individuo está testimoniando contra usted,
contra la parte de usted que es ciudad, que es fin de semana, que es una marca de
auto, que es la costumbre de leer el Reader's Digest , que es su manfutismo, que essu escapismo, que es su argentinismo o su salvadoreñismo o su neoyorquismo.* El
tipo es desagradable porque nunca habla de usted, no lo menciona nunca, no lo
saluda o lo increpa en la calle, no se ocupa de su vida, anda por ahí, y si lo conoce le
habla de cualquier cosa y nunca, nunca le ve usted los ojos del espía o del testigo, y
lo desagradable es eso, que no tiene por dónde agarrarlo, el tipo es desagradable
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porque nunca dijo ni dirá la primera palabra de una acusación, simplemente se
ocupa de sustancias confusas, inventa nomenclaturas, un día es una urna griega,
otro día son las tierras baldías, después se las toma con las lesbianas o se queja
porque nadie lo escucha entre las jerarquías de los ángeles, dejándolo siempre de
lado a usted, no diciendo absolutamente nada de su valiosa persona, peroandándole al lado como perro de sulky, mirando adelante y sin fijarse en usted. Y
esto es muy desagradable.
Tan desagradable es esto, que el poeta llega al punto de ser testigo de sí mismo, y
entonces se torna altamente desagradable para con su propia persona. Baudelaire
sigue siendo el gran ejemplo, pero hay muchos otros; mírelo a Villon, mírelo a Hart
Crane, mírelo a César Vallejo. Éstos llegan incluso a hacer del poema el acta de
autoacusación. Pero no confundir con las confesiones al uso, ya sabemos que todo
lírico tiende a la confidencia, le guste o no, y que "cantar" posee una acepción deuso frecuente en los medios policiales, así como que la entera actitud romántica se
simboliza muy bien en el alarido de Antony: "¡Yo la maté!", tras lo cual el poeta se
enjuga los ojos, se va a la cama, y tiene para unos pocos días más, porque a su
manera ha cumplido el anti-consejo de Cocteau a Orfeo: "Mata a Euridice, te
sentirás mucho mejor después." Pero cuando el poeta es realmente grande (mal
asunto, esto de "grande" y "menor", pero qué le vamos a hacer) entonces no
confiesa: se acusa. La diferencia es absoluta, toda una estirpe queda para siempre
aparte. Y el poeta de esta especie es un individuo que merece su propia acusaciónporque está lleno de faltas personales, de debilidades y de espíritu ciudadano, es
un ser abúlico, o dado al devaneo, o inconsecuente, un hombre como todos; pero
en él el poeta es su testigo, su vampiro hasta morir.
Esta especie es casi siempre la grande. Están más con Dionisos que con Apolo, con
Afrodita y no con Palas. Nerval, Lautréamont, Rimbaud, Baudelaire, póquer de
ases. Y en la isla, Shakespeare, Ben Jonson, Donne, Chatterton, Bob Burns. Seres
sumamente desagradables hacia sí mismos y, naturalmen-te, hacia la ciudad. Aquí
está Mariano José de Larra. Aquí está Alejandro Pushkin. IQué tipos!
¿Y John?
Éste es mi problema. John habla, y alguien debería atarme al mástil. Tiendo a
eximirlo de esta caracterología, soy ya el buen biógrafo entusiasta. No lo veo entre
esos poetas, pero quizá no lo veo porque su vampirismo, su acusación, no se dan
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en espectáculo. Y sin embargo John es un poeta desagradable, como bien se lo
sospecharon sus contemporáneos apresurados por olvidarlo. Cuando Monckton
Milnes lo exhuma, en 1840, lo que sale a luz es ya la fábula, la biografía de John
Keats poeta inglés. Y si no quiero repetir la fabulación, caer en la idolatría
universitaria de Middieton Murry o el eco persistente de Adonais, necesito ver aJohn por debajo de su apariencia, de su involuntario ocultamiento.
En su obra, la fuente capital, no hay de él más que su espléndido camaleonismo.
Esa poesía se da como nacida de sí misma, y sólo sus defectos dan indicios de lo
personal. A medida que se acerca a la pureza extrema (las Odas, Hiperión), la parte
temporal, el ente histórico que aportaba las faltas iniciales,
mal gusto
mojigateríaafectación
delicuescencia
sentimentalidad
facilidad
improvisación retórica (sic)
desaparece llevándose consigo el iJItimo resto de la desagradabilidad general del
hombre Keats para dejar sólo su perfecto cumplimiento poético. Su poesía no
testimonia contra él, no es autoacusación. No se siente culpable de nada, y ésa es
la actitud que hace al lírico. Su compromiso entraña la materia poética absoluta, sin
situación histórica, sin circunstancia atendible.
(Se puede discutir esta concepción, pero no el derecho de John a adoptarla, al
elegirse, como Mallarmé, habitante de una poesía que no nace por reacción ni
contragolpe (Shelley) sino como traslación a su plano de los elementos inmediatos.
Usando de su vocabulario, un ir de la cosa a la "cosa etérea"; es la moral de
Endimión.)
Lo desagradable de Keats no está, pues, en que testimonie contra la ciudad o
contra nosotros o contra sí mismo, sino en que se manda mudar, anda por la
ciudad pero no pertenece a ella, se adhiere a la tierra pero no a la que eligen sus
contemporáneos. La ciudad aplasta al que se alza contra ella, pero mucho más odia
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al que se le va, al que pisa sus calles sin sanción posible, sin dejarse atrapar. El
poeta en situación de ciudad (Shelley, Rimbaud) es muy desagradable; pero el
poeta desentendido de las citaciones judiciales es el ser más abominable, es el
enemigo que no ataca, la mano que no abofetea. Su mera presencia es asalto y
bofetada, pero vaya usted a decirle eso al comisario.
Lo desagradable de John Keats está en que es encantador.