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La carga afectiva de la estructura que se opone a una visión procesual del
hombre
Vera Weiler, PhD Docente-Investigadora
Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) Departamento de Historia
I
El problema al que alude el título de mi ponencia consiste en que, aunque están
dados los conocimientos que hacen posible desarrollar una visión procesual del
hombre, el sentido común y también las ciencias sociales se mueven sobre unas
bases que no están acordes con esos conocimientos. Esta discordancia indica
una relación problemática con la realidad, que en la práctica ésta termina
cobrando en razón a su primacía. Una visión procesual del hombre, sin embargo,
supone aquello a que Elias hacía referencia al advertir que debiéramos lograr la
reorganización de nuestra manera de percibir, pensar y sentir. A una visión
procesual corresponde una organización mental abierta, capaz de captar la
emergencia de auténticas novedades en el mundo. Ya se tiene una idea más
clara que antes, o al menos se la puede tener, de que de esto son responsables
las estructuras cognitivas que operan como organizadoras del formato de nuestra
percepción y reflexiones. Son estructuras básicas de nuestra visión del mundo,
definen el formato que adoptan para nosotros las cosas que van entrando en
nuestro campo de visión y que eventualmente se vuelven objeto de nuestra
reflexión. El punto al que se dirige mi atención es que las estructuras con que
habitualmente venimos reflexionando sobre los hombres y el ámbito socio-
humano tienden a imponernos una lógica inapropiada para captar a éstos en un
formato procesual, al tiempo que se resisten a ceder el campo. Y su resistencia
muestra una notable firmeza. Tratamos de aplicar las estructuras habituales a
todos los datos nuevos que vamos obteniendo, en otras palabras nos esforzamos
por asimilarlos al formato habitual disponible. Pero esto tiene límites: no todo se
deja asimilar al esquema con que nos hemos hecho accesible el mundo hasta
ahora, de modo que hace falta adaptar la estructura con que pensamos, al
formato del conjunto de los datos disponibles. Esto no parece posible sin que nos
ocupemos de esa estructura, conozcamos su naturaleza y sepamos por qué
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mantiene atrapado nuestro pensamiento. Asumir este reto cognitivo no es fácil. Lo
que advertimos en el punto del desarrollo que hemos alcanzado es que no asoma
aún un consenso sobre nuestro estado actual en los términos en que lo estoy
caracterizando. Pero los indicios de que se nos está dificultando la asimilación de
ciertos hechos son bastante notorios, la negativa a admitirlos como hechos reales
en algunos casos resulta verdaderamente increíble. Según parece, las estructuras
resistentes se presentan ligadas a una alta carga afectiva. ¿De qué otro modo
entender el efecto inmunizador al que me acabo de referir? Y no hay indicio
alguno que haga esperar que desvanezca por sí solo. Hacia la comprensión de la
resistencia manifiesta y de su cimentación afectiva en particular se dirige mi
interés cognitivo, precisamente porque resulta poco probable que se la pueda
controlar eficazmente sin entenderla.
A continuación trataré de sustentarlo con más detalle y de esbozar algunas ideas
sobre cómo avanzar. Para comenzar voy a retomar lo que considero la mayor
preocupación de Elias en el último tiempo de su vida. Trataré de mostrar que
continuan relevantes, sugiero relacionarlas con la reconstrucción de la formación
primaria y el posterior desarrollo de las estructuras cognitivas por los seres
humanos como la ha presentado Günter Dux, porque permite entender mejor la
naturaleza del problema advertido con viva preocupación por Elias.
Anotaba Elias al final de su vida en La teoría del símbolo, que la imagen del
hombre sobre la cual están construidas las ciencias sociales no se ajusta a lo que
sabemos a ciencias cierta acerca de la constitución biológica de la especie
humana. Esta misma incompatibilidad está presente en la oposición entre
naturaleza y cultura y demás dicotomías en que concebimos el mundo y que
lucen como representantes de dos universos distintos y separados. A este punto
también se dirigió la crítica de la noción de sociedad de Freud en que Elias se
ocupó hasta pocos días antes de morir. Hacía énfasis en esos últimos escritos en
que es la condición natural de los seres humanos lo que les obliga a generar
pensamiento, lenguaje y sociedad, lo que sucedió, pues, en gracia a la
constitución biológica de la especie y tiene a ésta como condición empírica de
posibilidad. Se trata de las condiciones bajo las cuales todo comienza, la vida de
cada ejemplar individual y la historia cultural de la especie. El énfasis específico
que puso Elias en la necesidad de ajustar la teoría social a lo que sobre éstas
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condiciones sabemos, además del contexto argumentativo en que lo formuló, me
llevan a pensar que advertía una conexión fundamental entre nuestra visión del
comienzo y de lo que a partir de las condiciones iniciales surge. La posibilidad de
concebir la existencia humana en su procesualidad estaría condicionada en
medida decisiva por cómo concebimos los comienzos. Bien, a las condiciones
iniciales precisamente se refiere la afirmación de que las estamos concibiendo de
un modo que no concuerda con los datos seguros disponibles sobre ellas y la de
que a la demanda de ajuste que de ahí se deriva se opone una resistencia
significativa de parte de los sujetos mismos que deberían asumirla.
II
La reconstrucción histórico-procesual realizada hasta ahora sugiere de que esa
resistencia, que no proviene del ámbito de los objetos sino que es propia de los
sujetos, es la que oponen a su propia transformación las estructuras categoriales
que los sujetos mismos han formado en su temprana ontogénesis. Son
estructuras mentales que se deben a las condiciones de la más tempranas
experiencias de cada ejemplar de la especie humana y que son las mismas
condiciones bajo las cuales en su proceso de enculturación adquiere mundo
mentalmente. Gracias a este proceso constructivo cada ejemplar de la especie
logra su integración efectiva en el mundo, en esto consiste la adquisición de
competencia de acción. La formación de las estructuras en cuestión, le ha
permitido el acoplamiento que le ha permitido vivir.
A lo largo de la historia se ha producido la sucesiva reducción del ámbito de
dominio directo de esas estructuras que en el contexto de la presente exposición
no cabe analizar. Lo que aquí no se puede obviar es el hecho de que las
estructuras cuyo proceso de formación hoy se puede hacer transparente
presentan un problema: un pensamiento en esas estructuras no permite alcanzar
reflexivamente al proceso al que se debe, como Dux ha mostrado en diversas
ocasiones. Pues las estructuras en que primero experimentan el mundo los seres
humanos son bipolares, tienen el formato de las acciones humanas, de ahí que la
lógica basada en este esquema se ha denominado también lógica de (la) acción.
Lo cierto es que un pensamiento gobernado por una estructura así se ve forzado
a concebir los fenómenos que registra como emanaciones de un origen que ya lo
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contiene en esencia, es decir siempre ha estado ahí de alguna manera. Bajo esa
condición el pensamiento concibe sus origenes como esencialmente idénticos a
las emanaciones que pudieron brotar posteriormente del mismo. La lógica
subyacente a la que estabamos aludiendo es la que nos lleva una y otra vez a
explicar espíritu a partir de espíritu, no importa cuan variadas sean las
disgreciones que sobre este esquema hayamos elevado.
Por mucho tiempo no hubo mayor urgencia práctica de resolver este problema. En
tiempos recientes, sin embargo, esto parece haber cambiado. Ha cambiado no
sólo el conocimiento disponible, sino que se ha tornado urgente también poner de
acuerdo con él a nuestra visión del hombre. El diagnóstico histórico-procesual
permite reconocer que tal exigencia representa una necesidad de desarrollo de
nuestra manera de pensar y percibir. El reto que se ha identificado se dirige a las
estructuras cognitivas en que habitualmente aprehendemos el mundo en sus
diversas dimensiones. Pues son unas estructuras que equivalen a un molde o
esquema en que no hay lugar para el surgimiento del modo específicamente
humano de vida a partir de unas condiciones empíricas identificables que no lo
contienen ya, ni pueden presuponerlo en modo alguno. El formato habitual, en
consecuencia resulta inapropiado también para aprehender la procesualidad de la
formación de las formas de organización de la vida humana en la Historia y el
presente. Pero como ya se ha mencionado, nos cuesta mucho organizar nuestra
percepción y reflexión en un formato distinto al que nos ha traído hasta aquí no
sólo en nuestras trayectorias como organismos individuales sino también como
facilitador de la continuidad de la especie. Esta historia de éxitos ha de
proporcionarnos las claves para descifrar la firmeza que han adquirido las
estructuras que no nos dejan abordar el mundo en una lógica procesual que es la
que permitiría concebir la emergencia de auténticas novedades a lo largo del
tiempo, como lo ha sido y lo sigue siendo en cada nuevo ejemplar de la especie el
surgimiento del modo espiritual específicamente humano de la vida.
III
El descubrimiento de la linea divisoria entre la lógica subjetivista y una lógica
procesual, que se desprende de la reconstrucción histórico-procesual
especialmente del surgimiento de la espiritualidad humana, arroja un haz de luz
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muy urgente en el callejón sin salida epistemológico en que se encuentran
atrapadas las ciencias del hombre, las históricas entre ellas, desde hace tiempos.
Hoy la apremiante dificultad la delata la resuscitación sorprendentemente ruidosa
de juicios explícitamente morales, donde modernamente se esperaría el examen
de hechos reales y del conocimiento sobre los mismos. En la reflexión sobre los
asuntos humanos se ha difundido la confusión entre unos hechos y las personas
que los registran y que reflexionan sobre ellos. Por supuesto que esa confusión
no se está admitiendo en todos los campos del conocimiento. Pero en ciertos
casos y en relación con cierto tipo de fenómenos la confusión entre los
observadores y lo que observan sigue un esquema de simpleza desconcertante,
como si la percepción fuera una función de las cualidades morales de los sujetos.
Así pueden las personas que piensan de un modo que se está considerando
políticamente correcto quitarse de encima la realidad. De hecho se torna una
obligación moral evadirla. Pues bien, la historia conoce de sobra razonamientos
que siguen el molde que estamos advirtiendo. Si estuviéramos viviendo en
tiempos anteriores al surgimiento de un orden social sostenido en la revolución
científico-técnica en que llevamos hoy nuestras vidas no habría de qué
sorprenderse. Pero en el siglo XXI cabe la pregunta por cómo llegó a reinstalarse,
ahora en el ámbito de la ciencia que antaño ni siquiera había existía, la idea de
que es útil y moralmente lícito voltearle la espalda a la realidad. Pues estamos
llevando nuestras vidas de un modo que no hemos escogido, pero que, en todo
caso nos impide ser consecuentes con la renuncia a la ciencia. La caracterización
de la organización social del presente como sociedad del conocimiento de alguna
manera recoge esta condición. Pero en nuestra reflexión sobre el ámbito socio-
humano simultáneamente acortamos deliberadamente nuestras posibilidades
cognitivas en aras de unos valores que nada tienen que ver con los hechos a
entender. Al menos quienes vemos esta evolución con preocupación tenemos
necesidad de entender cómo se ha llegado a admitir que se agiten valores
heterónomos para hacer desaparecer de nuestro campo de visión unos hechos
que habían entrado a éste en gracia al mismo desarrollo histórico al que nos
debemos, y cómo ha podido ganar credenciales de sumo decoro intelectual la
presunción de superioridad moral desde cuyas alturas la seguera autoimpuesta se
defiende.
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El hecho de que los procedimientos del tipo al que he aludido no se aplique a
todos los campos del conocimiento alienta oportunidades cognitivas, al tiempo
que torna particularmente interesante identificar aquel en que esos
procedimientos todavía o nuevamente son tolerados o incluso exigidos.
IV
Este es el caso cuando en nuestras reflexiones pasamos del registro de unos
contenidos particulares del pensamiento y de las más diversas prácticas culturas
a considerar el proceso de desarrollo histórico de las estructuras de la cognición
humana. Del proceso histórico de la organización psíquicia en su conjunto ni qué
decir: súbitamente se prenden las alarmas y se hacen oír rechazos de un tono
inadmisible normalmente en la ciencia, el recuerda grandes cruzadas. Algo similar
ocurre en el ya largo debate, evidentemente fundamental para cualquier
consideración sobre el proceso histórico de la humanidad, acerca de la existencia
y naturaleza de las sociedades primitivas, de su percepción, pensamiento y
emociones. Y pocas veces se muestran tan a las claras las consecuencias de la
difilcutad de aceptar lo que está demostrado como en la línea que de la negativa a
reconocer el pensamiento primitivo como hecho empíricamente demostrado ha
llevado a negar incluso la existencia de un orden social primitivo.
Quisiera ilustrar la situación que he comentado hasta ahora en terminos tal vez
algo abstractos con algún ejemplo. Lo extraigo del más reciente de los libros del
antropólogo Christopher Hallpike sobre el que, además, me gustaría llamar la
atención de manera especial de los que han buscado inspiración en las obras de
Norbert Elias. Hallpike constata el fenómeno que estoy señalando en numerosos
pasajes de su libro On primitive society and other forbidden topics, el siguiente es
apenas uno de ellos.
If the ideas of primitive society and social evolution are bad enough, the
suggestion that there could be such a thing as `primitive thought` has
generated near-hysteria: one leading anthropologist has described the
notion as a `stain` on the subject´s reputation; according to Hamill (1990),
anyone who doubts that members of all cultures understand the syllogism
of formal logic, for example, is a ´colonialist`, and Malcolm Crick described
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my Foundations of Primitive Thought as offensively racist and a piece of
European academic arrogance´ (1982: 290). (Hallpike 2011: 16)
Quienes han estado atentos a los debates alrededor de la teoría de Elias,
recordarán la tormenta que en su momento desencadenó el descubrimiento de
que esa teoría es una teoría del desarrollo histórico que encierra determinada
visión de las sociedades primitivas, que evidentemente comienza por reconocer
que tal cosa realmente existe o al menos ha existido. Nótese que Hallpike, un
antropólogo social de larga trayectoria, trabajos de campo acordes con los
requisitos profesionales de su metiers y amplia erudición, pone en discusión el
abandono casi generalizado por la antropología de su tradicional objeto de
investigación (Hallpike 2011: 7-8). Y, respecto al tono de la crítica formulada a
Elias en el momento del que hice memoria ocurrió algo muy similar a lo que
Hallpike pone de presente en el pasaje citado. A la postre, los asuntos que fueron
centrales para Elias, resultaron apartados de la agenda fashionable incluso del
grueso de los eliasianos. Richard Killminster constató hace unos años que por
esta senda el legado de Elias ha cobrado un formato más popular a la vez que
cognitivamente poco relevante.
IV
No es un secreto que los desarrollos arriba reseñados por algunos son vistos
como adversos a un avance cognitivo. Mientras tanto para otros ese criterio no
parece tener importancia o desaparece sometido a malabrismos discursivos.
Desaparacida la evaluación del desarrollo del conocimiento como desarrollo
cognitivo lo sucedido aparece como avance político-moral. La eliminación del
tablero de los objetos lícitos de tópicos como sociedad primitiva, pensamiento
primitivo y, ante todo, evolución social a lo largo de la historia de la humanidad
tiene por contraparte la admisión de la creencia de que todas las sociedades
(culturas) son diferentes pero esencialmente iguales, ‚different but equal‘. Y ésta
muchas personas hoy la tienden a percibir como un aténtico logro en la
academica contemporánea. No lo entienden como un logro cognitivo sino más
bien como una mejora moral. El caso paradigmático es la idea de que los
antropólogos habrían visto sociedades primitivas en el pasado en gracia a su
pensamiento colonial y que ahora no ven lo que antes creían poder ver porque se
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han arrepentido de su anterior identificación con intereses, actores y políticas
coloniales. ¡Qué teoría del conocimiento implicada en esto!
Lo cierto es que los tópicos espinozos cuya eliminación hoy se tiende a atribuir al
progreso en la disposición ética de las ciencias sociales, inducido por el
arrepentimiento de la antropología social (cultural), suscitaron reacciones
altamente emotivas ya en tiempos en que el final del colonialismo no estaba a la
vista aún. La opinión pública, pero también los científicos aprobaban y reprobaban
otras cosas y actitudes que hoy, otra era su apreciación también de lo
políticamente correcto. Durante todo el siglo XIX se advierte la dificultad de admitir
que la historia muestra ordenes sociales surgidos en un orden de sucesión
discernible. Y en el siglo XX ocurre lo mismo con respecto al ámbito mental, a
pesar de que durante el mismo periodo se realizan numerosas investigaciones
que confirman las tempranas intuiciones sobre la materia.
Todo esto indica la continuidad de una dificultad cognitiva que se ha mantenido
independientemente de los cambios que ha vivido el mundo. Esa continuidad por
su por su parte refuerza la hipótesis de que la resistencia o inhibición que se
advbierte en relación con las cuestiones críticas señaladas con anterioridad a
desarrollos recientes está ligada a la continuidad de unas estructuras mentales,
que sond precisamente aquellas que los sujetos forman en su temprana
ontogénesis en el formato que se ha identificado como el de lógica de la acción.
El hecho de que desde hace algún tiempo la resistencia contra la percepción del
proceso psicogenético en la historia se articule como defensa de valores
socialmente validados pesa enormemente sobre los esfuerzos dirigidos hacia el
progreso cognitivo. El desarrollo de los valores morales mismos así también se
aleja de la posibilidad de ser comprendido de un modo acorde con los
conocimientos modernamente disponibles.
V
Resulta indiscutible que la carga afectiva que muestran las estructuras en
cuestión ha de ser, al igual que esas estructuras, aprendida. No puede ser dada
con anterioridad a la experiencia sino que ha de formarse igualmente en gracia a
las condiciones empíricas de la experiencia. Recordemos que las estructuras de
cuyo valor afectivo hablamos resultaron accesibles gracias al procedimiento
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lógico-procesual mediante el que se reconstruye su formación y posterior
desarrollo a través de la identificación de las condiciones empíricas bajo las
cuales tiene lugar. Lo esperable es que la posibilidad de comprender cómo esas
estructuras adquieren un valor afectivo se abra mediante procedimiento similar.
De modo que aquí también es necesario comenzar por cómo, ante la obligación
vital de desarrollar la competencia de acción impuesta por las condiciones dadas
a los seres humanos, éstos logran conectarse primeramente con el mundo
respondiendo precisamente a esas condiciones. No veo cómo más se podrá
encontrar cómo adquieren las estructuras de tan temprana formación una carga
afectivo y cómo ésta llega a cobrar para los sujetos la fuerza de una barrera
aparentemente infranqueable, que al menos por ahora logra competir con la
necesidad cognitiva y práctica de saber cómo funciona el mundo real para
orientarnos de la manera más ajustada a esa realidad.
El valor cognitivo que de la averiguación que estoy proponiendo apunta a la
posibilidad de decidir esa competencia en favor del segundo competidor. Será
todo el que se le pueda encontrar a una visión del hombre y de las formas en que
ha llevado la vida que logre integrar lo que ya es sabido. Contamos con unas
experiencias que ofrecen pistas sobre cómo proceder. Si por medio de la
reconstrucción lógico-procesual realizada hasta ahora se encontró que es
efectivamente posible hallar las huellas que a través de la historia llevan a
encontrarnos a nosotros mismos, entonces también ha de ser posible descubrir
por qué se ha tornado tan difícil querer también seguir esta huella, es decir por
qué no estamos dispuestos a acoger sin más rodeos esa posibilidad.
Si lograramos aprovecharla, la crítica a las condiciones del mundo como es hoy
llegaría a incorporar un autodiagnóstico basado en una autoimagen más realista
de los sujetos, y esto a la larga redunda en beneficio del aumento de su
competencia de acción, que se mide en relación con el mundo que encuentran,
como ya hemos registrado.
De la reconstrucción del proceso de la formación primera del proceso de
formación de los sujetos sabemos que bajo las condiciones empíricas bajo las
cuales tiene que adquirir un mundo que no está a su disposición, cada uno
necesariamente tiene que construir por sí mismo los medios que luego le sirven
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de orientación. En estos se plasma un proceso de organización a nivel del cerebro
que consiste en la generación de conexiones neuronales y su integración
sistémica a nivel cerebral y al de todo el organismo. Se trata del proceso de
autoorganización de cada cerebro y organismo individual. No hay duda hoy de
que no lo puede sustituir nada de orden colectivo. Como tampoco hay duda de
que los seres humanos nacen con una enorme cantidad de conexiones
neuronales posibles. El hecho de que se encuentren abiertas es el responsable
de lo que se conoce como la alta plasticidad característica de los comienzos de
cada trayectoria individual. Evidentemente no puede seguir tan abierto el
organismo obligado a desarrollar la competencia de acción, así que la producción
de conexiones neuronales que retengan las vivencias del organismo y las
traduzcan en pautas de coordinación del organismo con el mundo es funcional a
las necesidades vitales del mismo.
Informan los biólogos del cerebro de otros hechos más, relevantes para abordar,
aunque sea de manera tentativa, el problema que he esbozado. Quiero resaltar
los siguientes para sugerir en qué dirección enfocar nuestra reflexión:
Una vez generadas las conexiones neuronales ellas vuelven a desaparecer.
Quedan disponibles durante el tiempo que dure la vida del organismo. Pero las
posibilidades de producción de nuevas conexiones basada en nuevas
experiencias cuenta con un potencial que, aunque sea en términos absolutos
ilimitado, estamos lejos de agotar. Esto sugiere que nuestra barrera no es de
naturaleza innata y no es necesariamente definitiva. Es decir, no hay sustento
biológico para la idea de que hayamos alcanzado unos límites inamovibles por
nuestra condición natural.
Las conexiones neuronales adquieren firmeza en gracia básicamente a tres
factores, que son su antigüedad, su uso exitoso y la frecuencia con que se usan.
El biológo del cerebro Gerhard Hüther, para ilustrar cómo obra el mecanismo
general que nos interesa, emplea el ejemplo del proceso en que un camino se
hace caminando por una senda con frecuencia, hasta que se ensanche y
eventualmente lo volvamos un calle, carretera o incluso autopista.
Por las más antiguas conexiones neuronales tienden a activarse en estado de
alerta, en situaciones de miedo si se quiere existencial. Están disponibles incluso
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conexiones generadas en fases filogenéticamente anteriores a nuestra especie.
Y, estás tienden a entrar en acción sin mayor intermediación especialmente
cuando para las situaciones a enfrentar no se han producido otras o ningunas que
faciliten la decisión sobre la acción a tomar en situación de peligro.
Las estructuras en que primero nos hacemos accesible el mundo, son las que
para todos los seres humanos son, como recordamos, las que recogen las
vivencias primeras y luego sirven de molde de orientación, se aplican. Han
ayudado a los seres humanos siempre durante su vida, aunque haya habido
variaciones a lo largo de la historia de la humanidad en cuanto a su ámbito de
gobierno directo. De modo que en la trayectoria individual de cada ser humano así
como en el recorrido de la especie la estructura que atrae nuestra atención por la
resistencia que está mostrando presenta paralelos significativos a las condiciones
de fijación y jerarquización de las conexiones neuronales a nivel cerebral. Pienso
que esta observación nos abre un horizonte hacia la comprensión del fenómeno
que he tomado en la mira.
Bibliografía
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Elias, Norbert (2003). Engagement und Distanzierung. (GS, Bd. 8), Frankfurt: Suhrkamp.
Elias, Norbert (2010 [1990]). „Le conespt freudien de société et au-delà“, en Au-delà de freud. Paris: Éditions La Découverte.
Dux, Günter (2000). Historisch-genetische Theorie der Kultur. Weilerswist: Velbrück. [Trad. cast. Teoría histórico-genética de la cultura. La lógica procesual en el cambio cultural. Bogotá: Ediciones Aurora, 2012] .
Hallpike, Christopher R. (2011). On Primitive Society and other forbidden topics. Bloomington: AuthorHouse.
Hüther, Gerald (20098). Bedienungsanleitung für ein menschliches Gehirn. Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht.
Hüther, Gerald (20099). Biologie der Angst. Wie aus Stress Gefühle werden. Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht.