-Debes usar el seso unido a las caderas: .uno lleva elcompás y las arras el rinno. Nunca olvidesqueel amorcon
refmamieñto vale por dos. Jamás conserves insmnnentos
de hierro cerca de la cama porque e! hierro se puede con
vertir en imán en pocos minutos, y el imán hace que dos
polos de carne copulando pasen a ser un solo polo, y si así
ocurre no hay quien despegue a quien, ni la fuerza del áto
mo. Otro consejoccuando beses, besa de frente yno besestorcido, la lengua muerta, los ojos en reposo, y respira, respi
ra muy suave para que sea un beso con inteligencia porquesólo la inteligencia podrá mantenerte invicta. Yo.te amo,
Venancia, y tedoy estos consejospote! amoryel respeto que
tedelio. Yatmque·seasde orros, yo voy en lasangrede e!los,
y durantídamayor parte del día tú sigues siendo para mí.La Ninfálida se olvidP de sus vestidos de mezclilla y
empezó a vestirse'consedas italianas, ysobre la piel quecu
bre sus pómulos puso las cremas y los afeites que consiguióDommguezenrre sus amigos aficionadosalmatutede u1ua
mar. Ella se hizo adicta a la cosmética moderna yaprendióa sacar el Rey de Bastos desde el fondo de su liga azul, esaliga que contiene casi toda la lujuria, una lujuria de auda
cia artificial, además del cuchillito de hoja doble para ladefensa propia.
- Yaunque tu lindo cuerpo esté como un homo-leadvirtió nuevamente Domfnguez-, no olvides que tu cabeza debe ser siempre un témpano. Nunca te enternezcasdemasiado, no te entregues mucho, contrólate, afúmate,no te abandones al peligro del amor, no caigas en la trampa,
que el deseo no desequilibre tus neuronas, y no se derritaal fm tu témpano. Ten cuidado con la erótica y con la romancia. No bailes con románticos porque te morderían y
•
La muerte del capitánCarlos García del Postigo
.63.
HERNÁN LAVíN CERDA
~lgunosdicenqUeeICaPitánCarlOSGarcíadelPostigomu
rió a causa de un ataque de alergias múltiples, ade
más de aquella lipomar"sis obstinada e incurable: unmaleasi del espíritu yde diagnóstico reservado, sobre todo
en aquello que tiene que ver cnn su etiologfa. Otros creen
que su fallecimiento fue m:\s bien un asunto de política de
ultramar. Yo pienso en algo muy distinto: en su muerte hubo
enredo de calzones yde faldas. Por datos que uno siempre..be yque los trae el viento, entre aquellos que Saturnino
llmna los conjurados aparece un tal Domínguez, viejo amigo
de un amigo mío. Aseguran que Domínguez estudió Optomema pero al final terminó de hojalatero. Un día de abril
conocióa Venancia de Pichot en la subidade un cerro: aellale decfan la Ninfálida, aunque revoloteaba solamente de
noche ycuando el marestá encalma. Algunos testigos juranque ella le dio a tomar ese jugo que deja como resaca el fu
roruterino mezclado con unas gotitas de vinagre blanco yun poco de pisco, ysanto el remedio pero cabezón ycon vi
cio del bueno, porque desde el amanecer el DomÚlguez sepegó como un molusco a las piernas de la Venancia y nin
guno pudo sacarlo nunca de ahí. Llegó a tanto que se convirtió en el cabrón de ella, pero un cabrón cariñoso ycom
prensivo. Lo poco que le dio la hojalatería lo invirtió en laninfa de ojos verdes, un verde líquido y lejano, hasta queal fin abandonó su oficio yse fue a vivir en el mismo carre
coa la Venancia. Durante el día lo ocupaban los dos yporbnoche dejaba libre el lugar para otrO; así se estableció enun pacto escrito que llevaba la firma de ambos. Venancia!"ISO toda su vocación ysu genio, y también se vistió con deucadeza y coquetería. Domínguez le enseñó cómo se debe
IJatar a los clientes:
U NIVERSIDAD DE M tXICO --
al fin supo que existía el ideal de la justicia ydescubrió por
qué la vida hizo de ella una Ninfálida.
-Las vueltas de la vida también sondel tiempo quede
pronto aparece más allá de lo real--<lijo el capitán en
voz baja, encudillándose-. Casi todo es ilusorioenesre
mundo. Busca la certeza de las cosas y, cuando la encuen
tres, sin duda que te morderás los labios. Ahora dame tu
mano izquierda, la mano del corazón, y escúchame: de
trás de tu mano están las manos de todos los hombres, y
son todavía muchos los que sufren por dinero, yaquellos
que más tienen quieren tener mucho más. Sospecho que
tú eres una víctima de estos últimos años, y algún día lo
vas a ver todo tan daro como el agua. Busquemos la cet
teza de las cosas, aunque LOdo es ilusorio en este mundo.
Atrapar vientos, como dice el Eclesiastés, ynada más: atra
par vientos.
Guacolda retuvo en su mente la sentencia y loscuarro
sonetos que e! capitán le enseñó de memoria, yque eUafue
recitando en las noches junto a la babía. Así pasaron losmeses yGuacolda adoptó la belleza de las virgenesdeslavadas: dispuso su cabello en una trenza interminable ycono
ció el embrujo de! beso en la mejilla yen la frente. Poco a
poco fue perdiendo su facilidad de palabra y al fin se atrevió a contemplar los ojos de Carlos García del Postigo, y
entonces dijo con algo de inquietud:-No sé qué me sucede, capitán Carlos, pero siento
que ya no podría vivir lejos de ti.Luego de sentir la dulzura de aquella voz demujeram
adolescente, e! capitán le entregó un libro donde se recepilan noventa ysiete recetas de comidas que aún se prepa
ran en el sur de Chile, y le dijo después de una sonrisa degalán con incertidumbre y entusiasmo:
-Quisiera pedirte un gran favor. ¿POt qué no estud~
las lecciones preliminares del arte culinario? Primero lacccina vernácula ydespués la cocinería universal. Abre lapágina 84 y lee sin premura, fijándote en lo que dice don]oséM-anuel Carmona, pescador y carpintero, sobre la pre
paración de la maravillosa corvina rellena.Guacolda abrió el libro ilustrado yfue leyendo de un
modo muy distinto a como lo hacía antes, cuando aún
era la mujer más o menos feliz que se lamentaba junto aDomínguez:
--Se elabora una pasta de mariscos frescos. Se aganala corvina por la cabeza yse abre con un cuchillo de hojasemicurva, paso apaso, con e! cuidado que requiere. Luegousted busca toda clase de mariscos: la almeja, el erizo, dchape, la cholga, e! loco. Eso lo cuece aparte, a fuego lenlD,
+64+
tonurarían como las pitañas. Ellos terminan por imponer
su juego que va del amor a la crueldad. Protégete, Venan
cia, de todos los que escriben versos y haz que ru carácter
sea cada día menos versátil.
Venancia de Pichot, aquiendejaron de llamar la Nin
fálida para decirle la Domínguez, siguió al pie de la letra las
recomendaciones de su amado yse transformó en la ninfa
más apetecida del puerto. Dicen que a falta de Narciso Ne
gro, ella esparció esencia de mirra por el cuarto, yaquello
que antes fue ambiente de muladar pasó a convertirse en
alcobadigna del más recóndito fornicio donde todose hacía
furtiva y relajadamente, aun los requiebros más inocuos
yprimerizos. De descoyuntada ygrosera ycasi sin querer,
Venancia subió de categoría yfue una musa muy delicada,
cariñosa, ycon su carne ya nunca más de patíbulo sino de
todo varón que se desvive por-su orgullo y ama profundamente e! desliz de la poesía.
Ella fue purificando sus impurezas, yasí la descubrió el
capitán Carlos García del Postigo yla invitó asubira su barco para enseñarle la carta de navegación o, si usted lo pre
fiere, ver cómo funciona el astrolabio. El recorrido se hizo
de babor aesrtibor y, luego de un mínimo descanso, de proaa popa.
-Éste es el puente de mando ydesde aquí puede verseel momento en que desaparece la línea del horizonte. Más
allá aparece el ancla principal, un ancla de pronto hechiza,
porque.en tiempos de marea muy baja la guardamos en el
interior de la bodega que es como e! hocico de un gran lobo
estepario, aunque usted no lo crea; ypordebajodesus pies tan
- finos se estremecen los motores y las máquinas, además del
vaivén del petróleo ardiendo. !']uestra vidaes e! mar, aquel
mar que sube al cielo ydesciende, poco a poco, hacia elfondo inagotable de sí mismo, ycomo el mar habrá de ser
e! mundo que viene. ¿Has observado, Guacolda, que el marnunca envejece?
-Mi nombre es Venancia de Pichot- dijo ella contimidez, yjamás supo explicarse qué fuerza la arrastrÓ hacia
el muelle. Ahoraestaba encaramada en la popa del San Patricio.
-Está bien, de acuerdo, pero permíteme que te llamepor tu verdadero nombre, Guacolda, porque así se llama la hija que no alcanzó a vivir, y a veces la vislumbro
sobre las olas cuando el océano Pacífico se vuelve un pocobravo.
Guacolda sintió una atracción de sangre, tal vez atávica, por el capitán Garcfa de! Postigo, ypermaneció asu ladoen lacubiertadel San Particio, con algo de_pudor, hasta que
U NIVERSloAo DE M !XICO
.65 '.
-Ya ni me acuerdo. Fue en uno de mis viajes, muy
lejos de aquí, en una caleta, al frente del Mar de los Sarga.zos. Allí me hice amigo de un ladrón con muchos años de
oficio, y e! terminó por vendl,'rtne la enciclopedia.
-¿Un ladrón!
-Sí, un comerciante, una especie de financista apre-surado. Además era víctima de un mal tan grave que no se .
cura con nada.
-¿Insomnio!
-Nada de eso, querida Elías Pimentel era impotente:
sufríade impotencia"sí, esa impotencianocrumaqueespro
pia de! omnipotente.
-Ahhhhhhh.Guacolda fue descubriendo la daga oriental sobre el
minúsculo velador de madera quemada, e! mazo de naipes
vírgenes, la peineta de hueso pálido, la más antigua nava-
ja, e! hisopo con un dibujoabstracto en su basede marfil, lalupa china de mango azul marino, ymuchas hojas de color
celeste y tamaño carta. Un poco más abajo, en uno de 106compartimientos, los ojos de Guacolda alcanzan a divisarotros tres libros; dos de la Biblioteca Perla con cromos ale
góricos en las tapas: ViTginia o la doncella cristiana YFabioIao la iglesia de las CIlU1CImlbas, yuno muy extraño que apenas
puede deletrear, Horno hamini lupus.GuacoldaPasóesanochedevoránrloseElrocineroprác
rico, yde tanto repetir en vozalta la receta de lacorvina rellería se la aprendió de memoria, y al día siguiente, desde muy
tempranp, provistade un delanral oscuro, se volcó encuerpo yespíritu a'prepararel cocimientoque nopuliD enelhamoporque el San Patricio no disponía de horno. Guacolda de
positó la enmantequillada COlVina en el interiorde la cal·dera yfue muy fiel al restode las insttucciones. Cuando todoestuvoensu punto, abrió lapuertaconangustia Ydio unsuspiro de alivio al verque la crema de mariscos yeI ají mace
rada seguían en su lugar, y el caklo hervía y la corvina palpiraba como si aún tuviera el corazón adentro. Este pescadoestá vivo ysalta y da coletazos como caldo del cielo. Si e!capitán Carlos lo~eba ahora mismo, en la boca del horno, seguro que se mtiere de gusto y la potencia lo hace resuciraz. Guacolda fue sacando la cabeza, el cuerpoy la colade la corvinadesde el tOndo de la caldera, conswnonúcladopara eviraz cualquier desgracia.
-Pobreniña, calladicay tOISIlIda, máspareceun lech6nque una corvina.
Guacolda trozó la presa y corrió hacia el camarote delcapitán que estaba manipulando el asaolabio y la bnijuIa,de bolsillo.
EL COCINERO PRÁCTICO
Nuevn Tratado
de Cocina. Repostería y Pastelería
ya! fin lo muele con paciencia, sin perder el ritmo, hasta
hacer una pasta, ycon esa pasta se va ,ellenando la colVina.
Acto seguido, se coloca esre pescado al horno, pero en
I'ueltoenpapelrnantequilla para que no se pegue. La colVi
na debe ir amarrada igual que una malaya de cerdo, sí, un
arrollado como para los ángeles, aunque no sé si a los ánge
les les gusta la carne de cerdo. [bpués se retira el animal
del horno y se sirve en tajadas. Sin duda que los comen
sales se vuelven locos de feliciJ,,,I, ycasi no pueden creeren esa maravilla que están comiendo.
-iExquisito! -exclam6e1 capitán ydibujóen el aire
unsigno enigmático-. iEs como para chuparse los dedos!¡Te atreverías a ensayar con esa receta!
yGuacolda, que como una huérfana obselVaba la pro
fundidad en los ojos de Gareía ,""1 Posrigo, sólo pudo decir:
-Por usted, ahora y siempre, yo daría la vuelta almundo.
-Mañana será el día. enumces, ¡de acuerdo! Peroan.tes quiero pedine otro favor -y el capitán saca desde el
imdo del baúl que aparece en una de las esquinas de su camarote, un descomunal V()llJlnl'!1 C(>n pastas de color rojo
italiano, y al fin lo deja en m.ml" de Guacolda-: deseo
que te prepares muy bien y estuJies durante la noche esta
enciclopedia que fue escrita I~" Ins ~'ilStrónomos más famaSOS del mundo.
Guacolda recibió la oh", de' 380 láminas, perfecramen
reencuadernada ycon planch:l' alegó'icas en negro yrótulode Oro. Abrió la tapa yse enconrró con la primera páginaebnde viene el título y la siguienre leyenda:
Describe minuciosamente el selVicio de la mesa, el artede trinchar, y todo lo referente a la cocina económica dela;puebloscivilizados. Contiene gran númerode interesan.tes fórmulas de fácil ejecución, recomendadas por los más
afamados cocineros; el arte completo del pastelero yrepostero, un manual de economía doméstica en que se exponebmanera de conselVar las sustancias animales yvegetales,
dirigir la matanza y salazón del cerdo. Reconocimiento delas carnes triqu inadas, elaboración del pan, práctica del la·vado yplanchado, ypor último un completo tratado de /loricultura.
-¡Dónde consiguió este libro maravilloso! -pre·IiUntó ella con una voz melancólica.
U NIVERSIDAD DE M tXICO
.66.
-Ven, querido Carlos. Vamos, pues la corvina ya está
lista. Todo en su punto más alto, de acuerdo con la mágica
receta.
El capitán Garda del Postigo anotó una clave en su
libretade apuntes: 5.0.5. Luegose levantó de la silla forra
da en cuero y gamuza, y junto a Guacolda se fue deslizando
por la cubiertahacia el subterráneo. El capitánpudo verque
la base de la caldera aún estaba ardiendo yhervían los residuos del caldo. Entonces, dijo:
-Pero aquí no se puede respirar. Este.calores insopor
table. Mejor subamos al camarote con los platos, los tenedores y los cuchillos.
-Mira, Carlos, fíjate en su esplendor, mira qué linda
está ella-sonrie Guacolda yapoya su índice sobre un costado de la cot1lina.
-Estáradiante comoelojode Dios-ouspiraél-. Yno
podría ser de otro modo porque ella es el espíritu del mar,yaquel marque nos abraza ynos observa de día yde noche,nunca envejece.
Guacolda lo mira en éxtasis y lo invita:
-Pruébala, pruébala-y el capitán va comiendo pau
sadamente la primera tajada y la delicia lo perturba.
-Qué delicioso, vida mía. Qué suavidad, qué poder,y qué aroma tan jusriciero.
De pronto, Carlos García del Postigo dio la contraor
den y propuso que mejor nos quedáramos aquí: se quitó la
guerrera, abrió el cuello de su camisa yofreció a Guacoldala segunda tajada de la corvina, pero ella dijo no, por favor,
todavía no, déjame jugarprimero al infernáculo, aunque seadurante los tres últimos minutos.
-Pero Guacolda, ¡qué te propones, te has vuelto loca,
en qué piensas? Ven y cómete un pedazo de esta corvinarellena con el espíritu de la justicia.
Ella puso fin asu juego en soledad y motdió el trozo enel momento preciso en que el capitán se iba transfiguran
do en una criatura de color escarlata, debido al vigor de lapastapicante. Así llegóa tostarse de orejas, cayófuego de suslabios, y por primera vez descubrió en Guacolda aVenan
ciade Pichot, yen la sentimental ysutil Venancia a la misteriosa Ninfálida, y al fm le dejó caer los brazos encima:
-Te veo juguetona ypelirroja yya siento en mi lenguatu lenguaexquisita, tu mantequilla purísima, yesos peloschiquitos que sobre el labio superior aún te quedan.
El capitáncae en la tempestad y la corvina conhechizova violentándole los preceptos de la moral y los instinros.Se siente Júpiter, modula como Vulcano, yella, que rubicunda y gloriosa sigue jugando al infernáculo, al principio
nose da cuenta de nada pero al fin lo entiende todo, descu·
bre su final, deja de jugar a la pata coja, se derrumba sobreel filere de corvina y lo devora hasta la última gotadel báI·sama picanre. Ella dice para sí qué sucede, lo entiendo casi
todo, pero no sé qué me pasa: desde el fondo me sube 1m
picor rerrible y un desasosiego muy difícil de explicar. Lapicardía del jugo con la pasta yla carne caliente del pesca.do asándose en la caldera. hacen que Guacolda pierda una
parte de su juicio yse vuelva como en el comienzo, sí, como
Venancia de Pichar o la Ninfálida. Muy suelta de ojos, mo
vediza, yasí también sus labios de tono carmín ysu cintulll
con absoluto despliegue. Ahora siente pálpitos subiendo
hacia sus pechos. y por su espalda un poder irresistible quela obliga a llevar la iniciativa. Ya nosoporromás,estoesOOlOOcaer en la boca del tigre, el volcán revienta, cómo te quie
ro, Carlos, te deseo y te adoro. ¡Permitirías que me quirela
blusa? Yo no quiero sólo tus besos en las mejillas, qué ltI3M!
tan suaves, qué velos tú me descorres, yel capitán Garcfadel Postigose hinca y va "brazándola yla muerde en elene
'110 y le besa los senos cuando se detiene bruscamente, yalfin le dice al ardo, abriendo ycemmdo los ojos: No teapre·
sures porque toda la vida es nuestra, y lo que venga, cuchilloo lecho de rosas. debemos recibirlo sin ánimo de vengama.y ahora escúchame estos versos que de súbitose me vienen
a la punta de la lengua:
Me ha herido recatándose en las sombras,sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello, ypor la espaldaparrióme a sangre fría eIcorazón.
y ella prosigue su camino,feliz, risueña, impávida, ¡y por qué?
Porque no brota sangre de la herida...iPorque el muerto está en pie!
-Maravillosos, no me cabe la menor duda, sublimes
ymaravillosos-ouspiróella-: aunque unpocosádicosYlila
soquistas. ¡En verdad son tuyos, tú escribiste'esos vetsO'l! j-Probablemente -<lijo el capitán con asombro-. De Q
lejos siento venir lejanas voces, casi herméticas, como es t
obvio. Ellas me los dictan, de esprritu en espíritu, yentro· t
ces tiemblo como un toro bajo los ojos del matarife. Aqí p
sobrevivo temblando, y estos recuerdos que me dietan !Olos repito en un lenguaje que quisiera el más ecuánime'desapasionado entre todos. Me siento muy feliz, sólo que I
el aullido de los lobos que nunca vemos, aún me encegue- I
• 67.
U NIVE.SIDAD DE MÉxICO
ce. Salgo al jardín yno hay nadie: el brillo de la luna está
demasiado lejos.y Venancia, que devoraba lo> re,tos de la pasta pican
re, ycuyos labios se hincharon como los de una earnnta
maula, no pudo contener su emoción y su alegría.-Ayyy, capitán mío, eres un notable poeta lírico. Te
había escuchado hablar bajo l' fll1o, aunque jamás pensé
o~de tu boca estos arranques pmfundos, melancólicos y
apasionados.
-Es que me sientoearbonano l' libérrimo, ycreo que
mucho se debe al elíxirde la «"vma rellena, a esa especie
de ungüento que tú ereastey a la lemperatura de la caldera.
Ay, Guacolda mía, Lacinia mía, eres más pura ymás frescaque Artemisa, yeso es comOl..b.::lrlll roJo. Vamos, ven, va,
lIlOO rápido al camarote, vamo, curriendo pues la caldera
l'Iede estallar de un momenl" a "tro, Yasí se fueron y dejaron arrumbados los plaros dl' hlerm l' las copas de cristalrojo, Ella dándole caramol,a, \' él retribuyendo con arru
macosy besos muy profundo, l'l1l·l cudlo, ha ·ta darle al fmtres palmadas cuando ahrí,m la 1" "ll':uda del camarote,
-No resisto más -elijo ella-: la hoca se me incen
dia-y cayó como un Il'lllrihullll{ I c.:IKilna de la aljofaina y
~lavólacara y las manos-o Ahora l1ll' siento mejor, más
Iiesca, más decidida, a pesar dl' que en mis ojos todavíanevo el fuego.
El capitán CarlosGarda del I'. IHlgO se quitó velozmenreias boras y dijo:
-Tengo miedo de perder el laCIO, Guacolda. Ven, no~demores.
-Espérame--<!ijoella-. Ere, como un niño. Recuerda lo que dice la voz popubr: Quien más aguanta, más 00/ruta-y fue descorriendo el cIerre de su falda.
El capitán se sintió monr de soroche cuando vio losmuslos de Venancia.
-Dhhh, Guacolda mía -hizo el saludo marinero yexclam6--: Morituri ce sa/utam.
Ella es una Venus de piel brillante, maciza y frágil, y
ao tobillos algo tensos ycasi morados como los calafateadotes que viven a la entrada del Golfo de Penas y bajo laCruz del Sur. Le dije acuéstate j unto a mí con dulzura, y
ella desató su trenza del color de las arenas de Antofagas
la, Yagitando la cabeza echó su cabellera por encima del~ho desnudo, y vino y se acostó junto a mí. El capitánijente cómo se paraliza su corazón y se ha puesto pálido,
muy lento ydespués vertiginoso, yella le dice pobre pájaromío, Carlos, mi capitán de los mares del sur, no sé cómo
abrazane, quédifícil, ¿qué haremos, sí, qué haremos?, yél con
toda la blancuradel mundo en losojos. Venanciade Pichot
volvía a ser la antigua, y así nos fuimos con besos y arrumacos y requiebros, y la N inf.iIida incendiando los cueros
sobte la litera y exhibiendo todas las variantes de la ninfo..manía, el amor casi infinito, la guerra a muerte.
-Pero qué haces, Guacolda, ¿no merezco ni Wl poco
de lástima? Vas a terminar haciendode mf loque hizoSancho IV el Bravo con su sobrino Nabot de laCenIa, a quien
desheredó e hizo abandonar en un campo lejano, desnudo,
miserable y en los huesos.Ella no escuchaba y siguió con su estrategia, siempre
en lo mismo.-Me vuelves loco, no sigas, un poco de piedad, te lo
suplico.Venancia estiró e! brazo y sacó de su bolso una botella
con extracto de castoren época decelo, ydejó caer algunasgotas a lo largo de su pie! y sobre la aIfombta india que ta
pizaba el camarote. Como porobradel encanto, elcapitán
Carlos Garda del Postigo recobró su vigory se pusode rodillas al estilode un lobo C3Iií\oso, tierno, cuandode impro
viso se oyó un golpe en la puerta que se desplomacomoa!·
canzada por una bala de cafl.6n, y aparece Donúnguez consu largo cuchillo ylos ojos de bucanero.
-¡Ahhh, perros del principioVdel fin, los agané muymansos y ahora van a pagánnelas todaa juntlll! Los venaobuscando desde hace varias noches. iVístete, pena cochi·na, porque prefiero matarte vestida ynodesnudacomo U1la
zorra enferma! Me prometiste ser para mf como un amorexclusivo, y que aunque el culo te anliera una vez más, yo
no me ofendo poreso,'tU cabezaseguiríacomoun ránplIno
de hielo. ¡Pero mira en lo que has venidoa parar, putilladebergantín de mala muerte, enredándoreahoraconescegüevón que de marino no tiene ni la más remora pinta!
Domínguez todavía no termina de hablar cuando e!
capitán del San Patricio se suelta de los brazos de la Ninfálida ygrita ¡cuidado, Guacolda!, y Donúngue% se embarulla y no ve a nadie denao del camaroteque no se llame
Venancia de Pichot y no puede moverse, está como unamortajado, yCarlos Gaocíadel Postigo lo\le tan mal que
.da un salto de conejo hacia el revólver oculroen el edre,a los piesdel lavabo. El capitánvuelaVsuviajees unsuici·
dio porque la fuerza mágicadelgrito ¡cuidado, Guacolda!,
se rompe con el salto, y el cuchillo de Domínguez vuelvea la batalla y su mano la hunde en el corazón del capitán
que llega tarde.-Pe~o maldito- gQta la NinfáIida, aunque su voz
ya no se escucha.•
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