LA REFLEXION SOBRE LA PRÁCTICA. El maestro como sistematizador.
Mario Apolinar Ruiz.
Si se acepta el supuesto de que cada maestro ejerce la docencia con una
concepción epistemológica, pedagógica y psicológica, de acuerdo con una visión de la
educación y la sociedad, existe la posibilidad de analizar cómo es su pensamiento y su
acción en el ámbito docente, es decir, el nivel de reflexión, de creatividad, de
innovación, de conciencia crítica y actitud propositiva que asume en su práctica
educativa.
Este análisis exige -entre otros indicadores y/o categorías que se deben plantear en
los foros y congresos-, debatir sobre problemáticas y solucionàticas educativas que
nos obliguen a:
reflexionar sobre el sentido o sin sentido de nuestro proceso educativo docente
interrogarnos si contamos o no con los elementos teórico-metodológicos y las
herramientas idóneas para dar cuenta del proceso educativo docente que se
desarrolla
plantear qué tenemos o nos hace falta para pensar y transformar nuestra práctica
educativa
detectar qué variables de la práctica educativa se requiere cambiar , es decir,
valorar las fortalezas, las debilidades, las carencias y verlas como
oportunidades para la acción transformadora
mostrar disposición, interés y motivación para demostrar congruencia entre el
discurso sistematizador y la práctica transformadora en el trabajo docente
(romper el miedo, dirían algunos con justa razón)
Lo anterior nos lleva a interpretar, comprender y buscar significados a nuestra
práctica educativa con base en la sistematización. Aquí la sistermatización: “…alude a
un proceso a través del cual se recupera lo que los sujetos saben de su experiencia para
poder interpretarla y luego comunicarla. Alude a un proceso de producción de
conocimiento que permite comprender y dar cuenta de este tipo de acciones sociales…la
sistematización más que registrar y analizar los discursos de los actores sobre su
práctica, coloca como tema el problema de la investigación de este tipo de práctica para
avanzar en su comprensión y comunicación” (Martinic, S. y H. Walter, 1984: 8).Esta
puede ser una tarea urgente a cumplir en este momento crucial que sobrevivimos como
profesores.
Una de las funciones de la sistematización es: “…Contribuir al establecimiento
de los consensos básicos entre los miembros de un equipo, de educadores o de una
organización que favorezca su cohesión y unidad de acción” (Cadena, F., 1988, 91-92).
En las condiciones actuales el neoliberalismo ha impuesto una ética individualista
exacerbada en una inmensa mayoría del magisterio. Se observa un comportamiento
pasivo, conformista, indiferente ante asuntos que afectan la actividad profesional,
laboral, pedagógica y política.
Se deja que otros agentes decidan y trastoquen el itinerario del maestro por falta
de la unidad y la cohesión de los trabajadores en la educación, en la escuela, en la
docencia, en el ámbito pedagógico concreto. Hoy, en tiempos del neoliberalismo y de
guerras salvajes cotidianas en el campo y la ciudad, la reforma educativa propuesta por
el gobierno muestra una vez cómo la SEP y el SNTE se aprovechan de la divisiòn del
magisterio nacional para promover e imponer, finalmente, los cambios en los planes y
programas de estudio en educación básica y normal.
Ahora bien, los maestros oaxaqueños, específicamente los docentes de las
escuelas normales de este nuevo milenio, ¿hemos hecho el análisis de nuestra práctica
pedagógica con un sentido crítico y autocrítico con los demás actores del hecho
educativo? ¿nos hemos rendido cuenta de qué y cómo hacemos nuestro trabajo? ¿hemos
promovido la cultura de la colaboración y la colegialidad en los centros de trabajo?
¿hasta dónde hemos dejado la profesionalidad desarrollada en aras de la profesionalidad
restringida? Para hallar las respuestas a estas preguntas se requiere una reflexión sobre
la práctica - la práctica que se sistematiza - para desarrollar una reflexión
sistematizadora, cuya característica: “ … sería el que ella busca penetrar en el interior
de la dinámica de las experiencias, algo así como meterse “por dentro” de esos procesos
sociales, vivos y complejos, circulando por entre sus elementos, palpando las relaciones
entre ellos, recorriendo sus diferentes etapas, localizando sus contradicciones, tensiones,
marchas y contramarchas, llegando así a entender estos procesos desde su propia lógica,
extrayendo de allí enseñanzas qu puedan aportar al enriquecimiento tanto de la práctica
como de la teoría”. (Jara, O., 1994, 22-23) Este planteamiento nos lleva a pensar en el
maestro como sistematizador, es decir, un maestro que, a partir de procesos educativos
concretos, de manera permanente piensa, procesa y critica lo que observa, describe,
narra, pregunta, indaga, reflexiona, interpreta y comprende, escribe – establece la
comunicación - en, durante y sobre su proceso educativo docente; un maestro productor
de saber que vive, sobrevive y comparte retos, propósitos, metas para su
transformación y la de los otros, los suyos, los protagonistas de los acontecimientos.
De esta manera el maestro sistematizador da cuenta de sus experiencias, y al
hacerlo genera el aprendizaje, construye el conocimiento con los actores del drama
educativo. Un conocimiento que nace, crece y desarrolla en la cultura propia, se nutre
del contexto local con sus particularidades específicas, con sus condiciones materiales
y económicas; un conocimiento que toma en cuenta el presente, el pasado y las
posibilidades de los sujetos inmersos en sus raíces culturales Con esta postura, de
acuerdo con Marco Raúl Mejía, el maestro atraviesa el itinerario de portador a productor
de saber pedagógico, un saber que promueve el aprendizaje reflexivo, el aprender a ser,
el aprender a comprenderse a si mismos y a los demás.
Con relación al maestro como factor clave de lo poco o mucho que somos
Hèctor Aguilar Camìn, sostiene: “Nadie aprende en cabeza ajena, dice el dicho. Pero
todo lo que hay perdurable en nuestra cabeza lo hemos aprendido de otros. Esos otros
de los que hemos aprendido, no han sido al fin y al cabo sino nuestros maestros. Si
alguien fue nuestro maestro alguna vez, lo sigue siendo el resto de nuestra vida. Porque
no hay nada tan memorable como la propia iniciación en algo, el deslumbramiento de
entrar por primera vez a un mundo que no habíamos visto, a una realidad que no
habíamos sospechado, a un conocimiento que multiplica lo que sabíamos hasta
entonces. Esta es la tarea profesional del maestro: la iniciación en el saber. (Camín, H.,
1994: 7)
En este orden de ideas conviene precisar lo que José Esteve señala: “No tiene
sentido dar respuestas a quienes no se han planteado la pregunta; por eso, la tarea del
docente es recuperar las preguntas, las inquietudes, el proceso de búsqueda de los
hombres y las mujeres que elaboraron los conocimientos que ahora figuran en nuestros
libros. La primera tarea es crear inquietud, descubrir el valor de lo que vamos a aprender,
recrear el estado de la curiosidad en el que se elaboraron las respuestas. Para ello hay que
abandonar las profesiones de fe en las respuestas ordenadas de los libros, hay que volver
las miradas de nuestros alumnos hacia el mundo que nos rodea y recatar las preguntas
iníciales obligándoles a pensar.” (Esteve, J., 1998: 46-50) Los maestros, muchos de los
que nos enseñaron, así lo hicieron, dejaron ejemplos de cómo se das respuestas a las
condiciones sociales del entorno del aula, de la escuela.
Con relación al saber pedagógico, Paulo Freire plantea que: “No hay cómo no
repetir que enseñar no es la pura transferencia mecánica del perfil del contenido que el
profesor hace al alumno, pasivo y dócil. Como tampoco hay cómo no repetir que partir
del saber que tengan los educandos no significa quedarse girando en torno a ese saber.
Partir significa ponerse en camino, irse, desplazarse de un punto a otro y no quedarse,
permanecer. Jamás, dije, como a veces insinúan o dicen que dije, que debemos girar
fascinados en torno al saber de los educandos, como la mariposa alrededor de la luz.
Partir del “saber de experiencia vivida” para superarlo no es quedarse en él.” (Freire, P.,
1998, 66-67) Se piensa en un saber pedagógico que se crea y recrea en la
sistematización.
La sistematización que se basa en la cultura de los sujetos involucrados, en sus
necesidades, en sus intereses, en sus anhelos de mejorar sus condiciones de vida
material, económica y cultural sin perder la esencia de su raigambre. “No se trata
simplemente de sistematizar, de organizar, de seguir un orden lógico, tampoco supone
simplemente acogerse a las reglas y procedimientos del conocimiento científico. De otro
lado no es saber empírico ni saber popular… La experiencia educativa ha consistido en
decirle al individuo lo que debe ser, de esa manera éste pierde su autonomía, su ser
propio, y es sustituido por otras instancias que le definen las formas de su experiencia.
Lo que ahora se enuncia y se defiende es la participación de la vida individual en la
elaboración de las experiencias. Solamente cuando eso ocurre se empiezan a producir
unas nociones que no necesariamente tienen que ser reconocidas con el estatuto de
ciencia y que permiten empezar a pensar los problemas de otra manera…” (Freire, P.,
1998: 28) Oaxaca tiene en esta hora crucial, con sus reclamos ancestrales y su
problemática educativa, el escenario ideal para que la acción educativa del magisterio,
la sociedad y el gobierno actual incida en la construcción permanente de la
solucionàtica que haga realidad la utopía de la educación al servicio del pueblo.
De acuerdo con la literatura que llega a nuestras manos, se reconoce que existen
diferentes concepciones sobre la sistematización, tales como: la descripción
interpretativa, el saber de la experiencia, la dialéctica, la reconstructiva, la sistémica, la
producción del saber y el empoderamiento y la interpretativa. Dichas concepciones
establecen relaciones analógicas en torno a la acción, reflexión y transformación de la
práctica educativa. Oscar Jara (1994), al referirse a su concepción de sistematización
nos dice que no busca ser un recetario, sólo da pautas indicativas. En este sentido las
concepciones sistematizadoras son propuestas, puntos de referencias, indicadores, que el
maestro debe valorar, utilizar con sentido crítico, modificar, de acuerdo a la realidad
concreta del mundo concreto real que vive en su aula, en su escuela o comunidad.
Tradicionalmente el maestro se ha considerado como un simple usuario de los
planes y programas de estudio, un trabajador que debe seguir las orientaciones
metodológicas impuestas por los decididores de los proyectos educativos del sistema
político y económico. Cierto, sin embargo no conviene generalizar, porque gran parte
del magisterio no cumple, consciente o inconscientemenente, con lo estipulado por la
SEP. Hoy ante la embestida actual de la SEP y del SNTE, conviene recordar: “Para el
caso del maestro, se plantea que éste debe ser por sí mismo qué es y no aceptar que
otros le digan lo que es. No hay un ser maestro, no se es maestro de la misma manera,
se trata más bien de la diversidad de interpretaciones…Es en los bordes, en lo aún no
dicho ni ensayado, donde el maestro entra a apropiarse y afirmarse, donde se dan las
condiciones que hacen posible que se reconozca como productor de saber, se produce
una metamorfosis en lo que deviene otra cosa, sin dejar de ser maestro ya no incuba en
él aquello que lo opacó, esa imagen degradada que busca la identidad en lo que el poder
y la sociedad le han impuesto…” (Martínez, A., y et.al, 2002: 28) El reto formidable,
entonces, es pasar de un maestro reproductor de saber a un maestro productor de saber.
Se requiere que el maestro desarrolle un pensamiento reflexivo profundo, crítico
y ético en y desde su práctica educativa para la producción de saber pedagógico. “Este
paso de portador a productor de saber se da sólo a condición de que el maestro al
reflexionar su práctica la convierta en experiencia. La experiencia es, según Dewey, la
recuperación de un saber que nos antecede. Ello significa que una práctica se convierte
en experiencia sólo cuando aquella es pensada, esto es, cuando se reconoce como
producto de un saber o de una cultura.” (Martínez, A. y et.al, 2002: 29). Siguiendo el
hilo conductor del pensamiento de estos autores, la sistematización para que cumpla
verdaderamente su papel transformador debe tender a mejorar la práctica, producir
conocimiento, modificar la acción, contar con dispositivos herramentales, producir el
saber y obtener el poder. Este proceso lleva al empoderamiento de los protagonistas del
hecho educativo en y para su práctica colectiva.
Es urgente partir del aula para revitalizar nuestra identidad profesional, ética y
política en el aula en la escuela, en la docencia, en la educación y en la sociedad con
base en un enfoque sistemático-investigativo de la práctica educativa repleto de
dispositivos herramentales pedagógicos propuestos con seriedad y responsabilidad por
un maestro como sistematizador.