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2016 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado (Edición).
Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
La Religión y el Mundo Actual. 10. Condúcete a lo profundo. Federico Salvador Ramón
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
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La religión
y el
mundo actual - 10 -
Condúcete a lo profundo
Federico Salvador Ramón
Publicado en la revista mariana Esclava y Reina Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
Noviembre – Diciembre - Enero Instinción – Almería – España
1918/1919 zzz
Edición actualizada por
María Dolores Mira Gómez de Mercado
Antonio García Megía
Esta serie de documentos recopila los artículos que Federico Salvado Ramón, bajo
el seudónimo de «Mirasol», publica en la sección “Apuntes Sociales”, con subtítulo
genérico La Religión y el Mundo Actual, de forma casi ininterrumpida en la revista
Esclava y Reina de la Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña, desde su segundo
número aparecido en febrero de 1917.
Con la intención pedagógica que caracteriza toda su producción escrita, el padre
Federico observa, analiza y comenta desde un punto de vista católico, apostólico, romano
y de esclavo militante, los matices y perspectivas que se suceden en los ámbitos
filosófico, social, cultural, histórico, político, y por supuesto, religioso, durante la
turbulenta transición que supone el cambio de centuria, cuyo impacto se extiende hasta el
segundo cuarto del siglo XX.
Se trata de una época de mentalidades en conflicto que concluyen con el trágico
estallido de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias posteriores.
Los ejes nucleares del cambio de mentalidad afectan a campos tan diversos como
la relatividad y la operatividad de los conocimientos, el problema de los valores, las
relaciones entre ciencia, filosofía —desde el entendimiento de que la opción que cada
intelectual escoge —ya sea desde el pensamiento conceptualista, ya desde el
irracionalismo y desde la reivindicación de la «experiencia y la intuición de la
inmediatez», que siempre implica elecciones éticas y políticas a veces abiertamente
contrapuestas.
El mundo en los albores del siglo XX se enfrenta a la remoción de los fundamentos
del saber en las ciencias y en la cultura filosófica. En las décadas finales del siglo XIX y
en los inicios del siglo XX, entra en crisis el modelo positivista de cientificidad y la
prevalencia de la razón y la ciencia que habían constituido la base de los grandes sistemas
del siglo XIX. El racionalismo tradicional se ve amenazado por la irrupción imparable de
los sistemas irracionalistas de Nietzsche, Bergson o Freud.
Desde las últimas décadas del mil ochocientos y hasta la Primera Guerra Mundial,
sobre todo en Francia y en Alemania, la certeza positivista comienza a sufrir un intenso
proceso de erosión por las expansión de las posiciones irracionalista ya citadas y por la
transformación interna del propio positivismo, en el sentido de una mayor conciencia
crítica sobre las posibilidades, los límites y los métodos del saber científico, tal como se
manifiesta en la postulación sobre la fenomenología de Edmund Husserl.
Este decurso acelera el proceso de modernización emprendida por la burguesía
liberal hacia el capitalismo financiero que se aleja del capitalismo industrial alumbrado
en el siglo XVIII.
A ello se suman las transformaciones culturales sobrevenidas por las políticas de
expansión imperialista y colonial de las grandes potencias, exclusivamente europeas hasta
los inicios del siglo XX, a las que habrán de sumarse desde inicios de la centuria, los
Estados Unidos norteamericanos y el Imperio de Japón que sale fortalecido tras derrotar
al coloso Ruso en la guerra por el dominio de los territorios de Manchuria.
Este es el contexto en que se desarrolla la vida del padre Federico Salvador
Ramón, y, como queda dicho, esta su postura al respecto.
María Dolores Mira y Gómez de Mercado Antonio García Megía
LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – CONDÚCETE A LO PROFUNDO
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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La religión y el mundo actual
- 10 -
Apuntes Sociales Condúcete a lo profundo
Duc in altum
La guerra material predominante hasta hoy en el mundo ha terminado, si no
es que el ansia de venganza la hace reverdecer.
La pluma del Dante, dicen los publicistas, sería necesaria para describir los
cuadros desoladores que ha grabado a fuego de cañón el fiero Marte en muy fértiles
campiñas y en ciudades hermosas, ricas y emporios de artes como las que más.
Pero evidente es que lo material es lo que menos importancia tiene en la
vida del hombre. Las pérdidas físicas no tardan en repararse. Los campos fecundos
y hasta amenos de otros días volverán a serlo de nuevo muy en breve, y los preciosos
jardines y los umbrosos bosques, y las ciudades galanas, y los artísticos monumentos
volverán a surgir, como por ensalmo, en los que hoy fueran invertidos en campos de
soledad.
Millones de hombres de las naciones vencidas, tan diestros para la pelea
como para el trabajo, aguardan el aviso de la reconstrucción para dar vida y belleza
a cuanto toquen como antes sembraban abismos y arrasaban campos, paseos y
LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – CONDÚCETE A LO PROFUNDO
FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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jardines, con sus pasos de fuego, y desmoronaban, entre sus hércules manos, fortalezas
y ciudades, palacios y templos.
Todo lo material es fácilmente repuesto por las naciones, y tanto más hoy
que el mundo ha caído de hinojos para adorar al Dios progreso de la materia
divinizada.
Empero esa guerra, tanto más ruda cuantos más elementos destructores contaba
que todas las guerras que la precedieron, no es más que el toque de alerta que
avisa a los combatientes de la verdadera lucha que ahora empieza y que enderezará
a los nuevos combatientes a otros campos de batallas, pertrechados de armas de otro
orden, y dispuestos a morir peleando, y a no cejar nunca ni a reposar jamás, por
generoso que sea el armisticio o por abundante que sea el botín o por gloriosa que
sea la victoria.
Podrá, o no, haber concluido la guerra de las naciones empezada el 1914.
Poco ha de durar. Aunque se reanudase, a lo sumo, el tiempo necesario para satisfacer
más cumplidamente unas bajas pasiones que se cubrirán con la capa de algún
incumplimiento, o con la determinación de algunas fronteras, o con el deseo de
ordenar alguna nación desordenada.
Pero la verdadera lucha, la que dio ocasión a ésta que nos arrebató diez
millones de hombres en lo más robusto de su vida, la lucha de las ideas que
fraguó esta suma de naciones y levantó soberbios ejércitos anticristianos que
pretenden imponer en el mundo las doctrinas naturalistas, que los incubaron y
nutrieron, traducidas en leyes y actos de dirección de los pueblos, para encaminarlos
por derroteros que conducirían a la humanidad a un fin de veinte siglos de
retroceso, esa lucha de principios, de verdades, de doctrinas, esa es la lucha que hoy
empieza con un carácter universal, intenso, constante. Lucha de toda la verdad contra
todo el error, de toda la moral contra toda la inmoralidad, de todo el orden
sobrenatural contra todo puro naturalismo, de toda irreligión, indiferencia y vicio,
contra la única verdadera religión poseedora de una sola fe, de unos mismos
Sacramentos y de una sola Cabeza.
Esa lucha, en la que el mundo ya está empeñado, es la lucha entre Cristo y
Belial, la interminable lucha entre el cielo y el infierno, entre los hijos de Cristo
y de María y los esclavos de Lucifer.
El fuego destructor de las campañas ha servido para enardecer los odios en
el corazón de unos y para purificar el de otros.
Masas inmensas de hombres, avaras de bienestar terreno y de humanas
libertades, míranse ahora victoriosas y llenas de su propio poderío mientras
despechadas, otras, cuando no furiosas, miran con torvo ceño, más que a los
vencedores, a los que juzgan causa de la derrota que los conduce al menosprecio
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FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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del vencido y a una «culta esclavitud» que les hará sufrir la suerte propia de los
hombres viles.
Unos y otros, aquellos por soberbia y éstos por venganza, desprecian a los
directores de la gran hecatombe de que las masas proletarias fueran actores y
principales pacientes.
Purificáronse otros al vívido calor de ese mismo fuego y, vencidos o
vencedores, se aprestan a mantenerse firmes en el lugar que sólo Dios les marque
mediante los Obispos católicos y a batallar sin reposo, cuésteles lo que les costare,
dispuestos siempre a dar su vida por confesar a Cristo, verdadero y único civilizador
de las naciones que humildemente se dejan inspirar por el Vicario de Cristo, sucesor
de San Pedro, y por los prelados, continuadores de la obra de los apóstoles, y por
todos los que, con éstos, constituyen la jerarquía de la Católica Iglesia.
Ya están de nuevo definidos los campos. Detrás de los conatos de
insubordinación mal paliada del protestantismo, sujeto aparentemente a la doctrina de
Cristo con el «repulsivo lazo» del libre examen, apareció ya en el mundo su última
consecuencia, el socialismo, que tiene por característica:
1. El «Comunismo» egoísta, capa con que se cubre el ansia que sienten los
corazones de gozar los bienes de la tierra.
2. La «filantropía» ególatra, púrpura, tan vieja como la avaricia y tan
manchada como el pecado original, que envuelve con deslumbrante
apariencia al desprecio del rico hacia el pobre y al más criminal abandono
de las clases necesitadas llevado a efecto por las clases poderosas.
3. La «libertad», admirable constitución esencial que Dios ha querido poner
en el hombre para que pudiendo apartarse o seguir el mal, tenga mérito
cuando cumpla la divina ley, y pueda obtener por premio la eterna
posesión de Dios mismo. Libertad que el Socialismo aprovecha para ocultar
el «non serviam» satánico, repetido por Lutero, ante la persona del Sumo
Pontífice, y que el Socialismo internacional repite hoy, con lógica tan
ruda como franca, ante toda autoridad constituida, engendrando el
anarquismo que se extiende prodigiosamente entre las naciones que
alcanzan la meta del progreso moderno y modernista.
Para las naciones protestantes, toda doctrina social con tal que admita la
rebelión ante la Iglesia Católica, única columna y fundamento de toda verdad social
pues ella sola es la que puede atajar el paso del paganismo y la anarquía con la
santa austeridad y la ennoblecedora obediencia, ha sido aceptada y enseñada sin
rebozo, olvidando que las doctrinas son el necesario replanteo social para edificar
los ideales y las costumbres, y que, por lo tanto, las teorías de rebelión habían de
conducir a la anarquía, pues apartados los pueblos del respeto a la Iglesia Católica,
único poder verdaderamente espiritual y con legítimo derecho representante del
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FEDERICO SALVADOR RAMÓN
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hombre Dios sobre la tierra, ¿a quién podrán someterse sin menoscabo de la propia
dignidad?
Destruido el poder moral infalible y director de los pueblos por los derroteros
de la virtud, ¿quién sería capaz de mantener a los hombres dentro de los límites de
la justicia? ¿La fuerza?
Vedla ya triunfante, con todos sus caracteres de bárbara imposición y de
salvaje tiranía, en Europa que fue en otros tiempos el indiscutible solar de las más
heroicas virtudes, el relicario glorioso de tronos en los que sentábanse santos y santas,
sabios y héroes, que asombraron al mundo por su caballerosidad, por lo magnánimo
de sus pechos, por lo generoso de sus empresas sin segundo como las Cruzadas, la
Reconquista, el Descubrimiento del Nuevo Mundo y la civilización del Orbe todo.
¡Paso a la fuerza, ríndase todo al mayor número!
En las naciones todo se ha vendido a la riqueza, lo que se avalora con oro
y lo que está sobre todo valor humano, como el honor y la conciencia.
Tras unos siglos de abandono en los campos de la verdad y de la justicia,
faltos de fe y ajenos al entusiasmo, orillando tal vez los campos de batalla, y no
cerrando contra el enemigo para arrancar de cuajo las viciosas raíces de los vistosos
arboles de la fingida civilización cuyos frutos amargan hoy a la humanidad, los
soldados de la verdad y del bien, los hijos de la Iglesia, los apóstoles de Cristo,
ora en un campo, ora en otro, cedían y cedían hasta que, por fin, el mundo civilizado
de ayer se asombra de sí mismo al contemplarse pagano y anarquista.
Y al mirarse corrompido, como si todo fuera carne, y en universal desorden,
como miembros sin cabeza, es indudable que se imponen la purificación de tanta
podre[dumbre] y la norma reguladora que ordene toda insubordinación.
El mundo, espantado de los abismos en que se precipita, quiere volver sobre
sí, y volverán, sin duda, las naciones todas, cada una ambicionando ponerse a la
cabeza de los defensores de la honesta honradez y del orden.
¿Quién empezará, por fin, el cetro de la verdadera paz?
Más que difícil es hoy escribir una palabra que indique la actitud de las
grandes figuras mundiales que intervienen en los preliminares de la paz, y los
caminos que hayan de seguir en lo sucesivo para obtenerla.
Bien pronto puede ser que se vea ya más claro el derrotero que han de
seguir los directores de esta gran empresa de la pacificación del mundo y se deje
vislumbrar, con muchas probabilidades de acierto, si es la justicia o el egoísmo quien
marque la pauta de la futura paz y si ésta ha de ser, o no, duradera cuanto cabe
en las humanas pasiones, cuando veamos si hay armonía entre Wilson y la moral
católica al establecer las bases de la pacificación.
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Es indudable que estamos en uno de los momentos más culminantes de la
humanidad.
Como tal, se caracteriza por un estado caótico, o como embrionario, en el
que todos los elementos se muestran como en ingente confusión, apeteciendo un
orden que desean con vehemencia. Es un letargo de todas las fuerzas, es un
indiferentismo de todos los espíritus que engendra vivas ansias de nueva vida, de
norte más alto que el seguido hasta tal instante.
Así, dice la Sagrada Escritura, el único libro que con valor divino y humano
puede hablar acertadamente de estas cosas, que estaba la materia creada cuando
Dios, supremo ordenador, envió su Espíritu sobre las aguas que cubrían la faz del
abismo.
Estado cautivo moral producido desde que el Cristo fue arrojado de las
naciones europeas, desde que el paganismo ha querido señorearse sobre las excelsas
cumbres del catolicismo, desde que todas las herejías diéronse cita para combatir la
fe verdadera, desde que la deshonestidad hasta sus más procaces desenfrenos fue la
vestidura de las naciones que tantos siglos vistieron el ropaje de la austeridad cristiana,
desde que todos quisieron ser dueños de todo y que nadie quiso obedecer. Y entonces
las rebeliones se sucedieron unas a otras, las revoluciones forcejearon airadamente
contra la autoridad en todas y en cada una de las naciones y, por fin, el maldito
non-serviam resonó como rugido de tigre acosado por el hambre ante la presa que le
ofrece opíparo festín.
Y unas con otras chocaron entre sí las naciones y se acrecentó el desorden y
la confusión, y todas, exhaustas y maltrechas, vinieron a sucumbir, o se miraron
espantadas, delante del anarquismo destructor, que no otra cosa es el bolchevismo
novísimo, último azote de las naciones renegadoras del Papa.
El presente momento histórico no puede ser más caótico.
Estamos, sin duda, enfrente de una de esas grandes regeneraciones de la
humanidad que se han sucedido en el lapso de tiempo de casi veinte siglos y, para
encauzarlo bien, exige de las naciones los más gigantes esfuerzos y los más
dolorosos sacrificios, que no es mucho este precio si la humanidad ha de ser la
beneficiada dando un paso más en la perfección a que es llamada y que tiene su
límite en el divino solio de nuestro Padre celestial.
¿Quién ha de tremolar la bandera simbolizadora de ese nuevo progreso?
¿Quiénes embrazarán el escudo de los cruzados de esa nueva era, o mejor si se quiere,
de esa más perfecta manifestación de la era de Cristo en la humanidad?
Un día Alemania mostrábase como si fuese este caudillo y, por boca de
Guillermo II, hablaba de este modo:
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«Que, se quiera o no se quiera, no se trata de una campaña estratégica, sino
de la lucha entre dos concepciones del mundo, o bien la concepción clásica,
tradicional, alemana, del derecho, de la libertad, del honor y de la moral
debe continuar siendo respetada, o bien la concepción inglesa debe triunfar,
es decir, que todo debe reducirse a la adoración del dinero y que los pueblos
de la tierra tengan que trabajar como esclavos para la raza dominadora de los
anglosajones, que los sujetarán a todos bajo su yugo».
Para qué mencionar que figuraban como seguidores de tales fines Austria.
Bulgaria y Turquía. Esta última nación, principalmente, no podía considerarse en
relación con los ideales perseguidos por Alemania, sólo como elemento material
podía tomar parte en tal contienda.
Pero si los imperios centrales decíanse defensores del derecho, de la libertad,
del honor y de la moral como concepción clásica, tradicional alemana, también lo es,
que Inglaterra, Francia y Bélgica, y con ellos los E.E.U.U. Americanos, se proclaman
defensores de los mismos ideales, no nos atrevemos a decir todavía si todos en
nombre de la democracia ya nos lo irán diciendo los hechos, y si ellos han de hablar
con su avasalladora fuerza, ¿a qué hacer ahora conjeturas? Esperemos.
Pero entre estos grupos beligerantes ha mediado, y mediará indefectiblemente,
la única fuerza que tiene pleno dominio del derecho, de la libertad, del honor y de
cuanto tiene razón de indiscutible progreso para la humanidad, fuerza que no se funda
en nada humano, que tiene por base el querer divino, la infinita sabiduría y la
suma misericordia y benignidad de Cristo Redentor.
De estos tres elementos, el primero, ha sido ya descartado por hoy, el
segundo, aparece triunfante, y el tercero, que se dice permanentemente triunfador,
unido o separado del segundo, busca a todo trance imponer sus leyes de eterna
justicia y caridad al mundo.
En nombre de los aliados Wilson dice:
«Dios, en su buena voluntad, nos ha dado la paz, y no ha venido ésta como un
mero término de la lucha, sino como un alivio en la tensión y en la tragedia
de la guerra. Un nuevo día brilla ante nosotros y, por su aparición, nuestros
corazones adquieren un nuevo valor y se preparan con nuevas esperanzas para
otros y más grandes deberes».
El Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra, habla, llena el alma de
justicia y de caridad, estas palabras refiriéndose a beneficio de la paz:
«Así pues, debemos dar a Dios las gracias, y Nos hemos visto con regocijo en
todo el universo católico, numerosas y brillantes manifestaciones de la piedad
pública.
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Ahora réstanos obtener de la bondad divina que complete su beneficio y lleve
a su término el don que ha concedido al mundo. Estos días deben reunirse,
en efecto, los que en virtud del mandato de los pueblos tienen que establecer
en el mundo una paz justa y duradera, jamás deliberación alguna más
importante ni más difícil ha sido confiada a una Asamblea humana.
Tiene, pues, en alto grado necesidad de la luz divina a fin de poder llevar a
buen término su cometido. El bien de todos está en ello grandemente
interesado, y todos los católicos, que por razón de sus mismas creencias ponen
muy alto el bien y la tranquilidad humana, tienen seguramente el deber de
alcanzar con sus oraciones, para estos hombres eminentes, la asistencia de la
divina sabiduría.
Nos queremos que todos los católicos estén advertidos de este deber».
Wilson tiene que decidir, tal vez, la marcha que ha de seguirse en la obra
pacificadora y civilizadora del mundo modernísimo. ¿Estará Wilson en armonía con
Benedicto XV? O lo que es lo mismo, ¿se convertirá el Protestantismo en verdadero
cristiano?
Si tal acaeciese, bien podíamos cantar albricias. Nosotros lo dudamos mucho.
¡Son tan enormes los intereses creados! ·
Esperemos.
¿Y qué podemos esperar?
Para decirlo todo en pocas palabras, responderemos que casi nada bueno y
todo transitorio, si algo tiene carácter de justo.
Nosotros no tenemos fe alguna en 1as Conferencias de la Paz, como no la
tuvimos en las Conferencias de La Haya. Para asentar a la luz del progreso
racionalista, velado con la maltrecha túnica de la religiosidad protestante, se
celebraban aquellas conferencias en la capital de Holanda. Para asegurar la paz
reúnense ahora en conferencia los mismos hombres con los mismos principios. Es
imposible que en lo sustancial las consecuencias sean muy distintas.
Si para los individuos es ley rara vez desmentida aquello de que obran de
ordinario en relación con sus costumbres, si tan difícil es hacer un cambio repentino
en nuestros hábitos que nadie se atreverá a decir que sea falso el apotegma sicut
vita finis ita, ¿cómo podremos racionalmente esperar que las naciones de un momento
a otro cambien sus ordinarios modos de ser?
No, no lo esperamos, no lo debemos esperar.
Si, como ya ponderamos en otros de estos mismos artículos, Inglaterra ha
sido dominadora durante largo tiempo, podemos afirmar que en todo el transcurso de
una edad histórica, por su avaricia individual y social hasta el punto de haber
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caracterizado a esta nación con la nota de la más desenfrenada avaricia, ¿será prudente
aguardar ahora un total cambio en la manera de ser y de pensar de la nación
inglesa?
Más de una vez nos hemos lamentado de la corrupción de costumbres de
nuestra muy bien querida Francia, sus derroches a nada tan semejantes como a los
del Hijo Pródigo de la parábola del divino Maestro, nos hace dudar mucho de que
sea suficientemente heroica hoy para volver al verdadero derecho, que sólo se funda
en el Evangelio qué tanto menospreciaron los que un día fueron los hijos
Primogénitos de la Iglesia.
¿Qué se podrá esperar en este momento histórico de Rusia? Visto está.
Azotadas siéntense todas las naciones del mundo por los huracanes de las
tempestades allí desencadenadas. Rusia tomó la delantera. La guerra, el hambre, la
ignorancia, la irreligión, la hicieron capaz de ser la primera en caer en los lazos de
la anarquía en todos los órdenes predicada en nombre de muy falsa libertad.
¿Podrá acaso esperarse de las pequeñas naciones que las Conferencias de la
Paz reaccionen en sentido verdaderamente cristiano consiguiendo que, en las
decisiones de la magna asamblea, influyan de un modo definitivo los fundamentos
sociales de libertad, caridad y justicia enseñados por Cristo y predicados, con tan
divina sinceridad, por San Pablo?
No es propio de los menos obligar a los más. Las minúsculas naciones harto
harán con disponerse a roer el hueso que les arrojen cuando los grandes cazadores
hayan apurado toda la carne cazada. Para referirnos a Bélgica basta con que hagamos
de ella un recuerdo en este lugar.
Y los E.E.U.U. Americanos, ¿qué harán?
Ellos son protestantes. Sustancialmente podrá decirse del coloso americano lo
mismo que de Inglaterra por lo que atañe al momento actual, mas, por lo que al
porvenir se refiere, creemos que hay otro campo bien diferente del inglés en la
América del Norte.
Salta en primer término a la vista que, siendo los americanos un pueblo nuevo,
no tiene sobre su debe tan enormes responsabilidades morales y hasta materiales,
como tienen los ingleses. Todavía no hay en América del Norte una Irlanda que
pase sobre ella, como esta vejada isla de los santos pasa sobre la conciencia de
Inglaterra.
Además, los americanos forman un pueblo nuevo lleno de nueva vida y de
sangre nueva, y circundado de un espíritu de libertad que hace respetar a todos la
ley, y deja a todos trabajar en buena lid, sin prevenciones odiosas a la religión de
los Papas. Y esta 1ibertad lo favorece indudablemente, pues merced a la alteza de
miras en que procura inspirarse el pueblo yanqui desde que empezó a cultivar los
LA RELIGIÓN Y EL MUNDO ACTUAL – CONDÚCETE A LO PROFUNDO
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campos de la idealidad, es evidente que avanza a pasos de gigante por los senderos
de la verdadera civilización.
Yo no trato de aparecer como un definidor, pero más de una vez, no sé si
lo he razonado o sentido, he dicho que el gran porvenir de la Iglesia Católica esté
en la República Americana.
Y cuando sabemos que los progresos materiales y morales del Catolicismo en
los E.E.U.U. Americanos son cada día más crecientes, cuando admiramos la
muchedumbre de cosas sostenidas por religiosos y religiosas en las ciudades yanquis,
cuando contemplamos el esplendor de las grandes universidades católicas de la gran
República, cuando leemos la prensa católica y hemos tenido noticia de los ingentes
esfuerzos hechos por los católicos de Norte América durante la guerra, cuando
hemos leído, en fin, que un sólo católico ha dotado una de la universidades con una
cátedra mariana costeándola generosamente, no podemos por menos de creernos en
presencia de un pueblo que en un porvenir no lejano, se meza en los encantos de
la doctrina cristiana enseñada por el Papa, y se apaciente del pan divino del Sagrario,
y se regale en la inefable dulzura de la Inmaculada Reina, y generoso y sacrificado
por el bien de los hombres multiplique sus religiosos y religiosas que vuelen por el
mundo a salvar almas, como hoy vuelan sus negociantes a lucrar bienes terrenos
haciéndose superiores a la madre Europa.
Canto para el porvenir, pues hoy por hoy. lo repetimos, esperamos poco de
Wilson porque no creemos que esté en condiciones de imponer ni aun sus catorce
puntos, a los que está obligado como el caballero a su palabra, como el maestro a lo
que enseña, como el sociólogo a la práctica de sus principios. Más, el americano
Presidente caerá en las redes de los aliados y éstos, mal que le pese, le harán, si es
que no en todo, en gran parte, decir y hacer según suene la campana que anuncie
la mutua conveniencia.
Nosotros no esperamos más.
Desgraciadamente es bastante poco.
¿Será el principio del fin?
¿Daremos principio ahora a la época de la sinceridad?
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