LA TRAMA OCULTA DE
LAS COSAS
Nueva Serie de Artículos y Notas
SOBRE EL TOQUE DEL TAMBOR
(ORIGEN DE LAS “LLAMADAS”)
Para comprender la práctica del toque
colectivo de la tabla, el tambor, el timbal o
cualquier otro instrumento de percusión con
un propósito ceremonial, debemos
remontarnos a las culturas arcaicas de todo el
planeta.
En ocasiones en que las comunidades
humanas se aproximaban a un evento sideral
(solsticio/equinoccio, eclipses), agrícola
(siembra, cosecha, vendimia), político (guerra,
batalla) y otros análogos, los sacerdotes
alentaban al pueblo a ejecutar colectivamente
algunos instrumentos usualmente
consagrados a las ceremonias en el templo,
así como a danzar circularmente o siguiendo
ciertos cánones mágicos y configuraciones
que replicaran la forma en que las energías de
la vida se manifiestan en las estaciones, las
lunaciones y las solaciones.
El objetivo es siempre propiciar a las
fuerzas de la naturaleza invisible (manes,
antepasados, espíritus de la naturaleza) para
que favorezcan y asistan a los mortales ante
cada instancia en que se juega la suerte o la
desgracia del grupo.
En Escandinavia se emplearon las trompas
y los clarines, así como el corno (igualmente
en el Tibet) dentro de estos cultos
espiritualistas/espiritistas propios de los
pueblos antiguos.
En la América colonizada y poblada por
esclavos aborígenes y negros, estos
emplearon la misma estrategia para propiciar
a las fuerzas invisibles a fin de que se
acercara la época fértil, la prosperidad, y
fundamentalmente la libertad.
Batían parches y lonjas desde Haití a
Buenos Aires “llamando” a los otros esclavos
y a las fuerzas invisibles a entrar en juego y a
participar de la gran corriente que pretendía la
libertad y la autonomía étnico religiosa.
En Montevideo los negros esclavos
iniciaron estas prácticas ceremoniales casi
desde la fundación de la ciudad, hacia fines
del siglo XVIII/comienzos del siglo XIX.
Artigas, el héroe nacional de Uruguay, abolió
la esclavitud en 1813, pero no la sumisión al
patrón español blanco. De allí que los negros
libertos siguieran practicando sus
“Llamadas” durante todo ese siglo, como
manifestaciones mágico políticas.
Las fechas de las llamadas tenían lugar a
lo largo de todo el año. Así como en Brasil los
negros y aborígenes esclavos propiciaban
con sus toques y danzas (capoeira) a los
Orishás (espíritus de los elementos y de la
naturaleza, del bosque, la selva, los ríos, el
mar, el fuego, etc), en Uruguay la danza y el
toque del tambor así como la dramatización
de escenas de la época de la esclavitud y
memorias de la perdida patria africana,
impregnaron esas fiestas populares.
Estratégicamente (por parte de los jefes
tribales) se la asimiló a la solicitud de
propiciación a los santos patronos católicos,
regentes de la ciudad.
Entrado el siglo XX, con la creación del
carnaval de Montevideo (1900), las Llamadas
(que se festejan de forma independiente
dentro de las carnestolendas organizadas por
el Estado), pasaron a ser la fiesta más
característica de ese evento de origen
arcaico, pagano (carnaval). Se celebran a lo
largo de las calles de los barrios que
originalmente alojaron a los negros (Sur y
Palermo), en conventillos que fueron
derribados sin respetar la posición de la
comunidad negra en contrario. Actualmente
sólo se conserva en pie el muro exterior del
llamado Conventillo del Medio Mundo,
emblema y monumento nacional de la
comunidad negra del Uruguay.
Los negros esclavos y luego libertos
emprenden esas “llamadas”, llamando,
convocando a las fuerzas ocultas de la
naturaleza, así como a los otros núcleos de
negros diseminados en la diáspora africana, a
fin de recibir su propiciación y buenos
auspicios para todo el subsiguiente período
anual que habrán de vivir.
ACCIDENTOLOGÍA ESOTÉRICA
Para quienes vivimos en grandes
metrópolis hiper-informadas, y en particular
para este corresponsal que reside en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la
replicación de ciertos tipos de accidentes
acompañados con un número importante de
víctimas fatales y de heridos, merece una
rápida indagación, que deje abierta la puerta
de futuras y más enjundiosas
investigaciones.
Algunos astrólogos del siglo pasado, en
aplicación de la disciplina de la Estadística
han verificado que los distintos tipos de
accidentes se manifiestan en quantas, en
paquetes a lo largo del planeta, en períodos
de tiempo más o menos acotados. Así, es
muy común observar el problema de la serie
de accidentes aéreos que se siguen unos a
otros en cuestión de pocos días y de
semanas. Todo en el campo de la
manifestación de los fenómenos de la
naturaleza se ofrece en forma de red,
principio caro a las concepciones arcaicas del
Buddhismo y del Taoísmo, por ejemplo. De
modo tal que, incluso en el caso de
accidentes o tragedias colectivas, el impulso
kármico a la materialización de la fase
destructiva se manifiesta en un racimo o
cuerpo radial, en el que, con ligeras
diferencias en el tiempo cronológico y en el
espacio geográfico, se abren los puntos de
fricción, los nudos de la trama de esta red,
desencadenando eventos conectados por una
común semántica. Es muy corriente, como
hemos señalado, que surjan en racimo o en
red estos disturbios y fases destructivas
dentro del proceso evolutivo mayor, en
procura de hacer efectivo el cumplimiento de
deudas o episodios truncos producidos por la
mentalidad y actividad común de la
Humanidad a lo largo del espacio tiempo, en
perfecta sinergia con las fuerzas menores,
constructoras y destructoras, propias de los
otros Reinos de vida.
En la ciudad de Buenos Aires, en el mes de
septiembre de 2011 se han producido
terribles accidentes con medios de transporte
colectivo, cuyos resultados han sido
verdaderamente deplorables.
Existe una hipótesis que viene a lugar, en
relación con estos eventos dramáticos,
abonada también por estudios estadísticos
modernos, que refiere como un clima de
fragor (fuego por fricción) en una comunidad
dada, desencadena, tarde o temprano,
episodios de crueldad y de dolor colectivo
indecibles.
En esta ciudad, Buenos Aires, y con mayor
énfasis que en el resto de la gran nación
cisplatina, la convivencia en los últimos años
se ha venido deteriorando a grados
alarmantes. Además de la sensación de un
clima de “proto-guerra civil” latente en la
energía de la ciudad desde el 2002, la
conflictividad entre todos los estratos civiles,
gobernantes o laicos, ha desencadenado una
crisis muy amplia, en la que se vuelven a
poner en tela de juicio la corruptibilidad de
los funcionarios civiles así como la venalidad
de ciertos estratos de trabajadores afectados
al servicio público. Es un hecho
incontrastable que la falta de tolerancia entre
los caudillos de las facciones políticas y el
inmenso apetito de poder regentes en esta
nación, vuelve todo intento de diálogo y
concertación, algo de momento
absolutamente inviable.
Pero recuérdese vivamente la tragedia que
sufriera el pueblo argentino durante la
masacre del terrorismo de estado y de todo
tipo de terrorismos, algunos años atrás.
Quien piense que tales miasmas psíquicas,
que las fuerzas elementales desencadenadas
por la sed de sangre y venganza han muerto,
necesariamente se equivoca. Esos factores
psíquicos de destrucción y de saña contra el
adversario subsisten en los niveles del
espejismo astral hasta el día de hoy y
provienen de los orígenes mismos de esta
nación. Orígenes teñidos de sangre, odio
entre hermanos y todo tipo de ostentación de
iniquidad.
Siendo la nación argentina una generosa
madre nutricia así para los nacionales como
para los inmigrantes –principio reglar
inscripto en su Carta Magna-
desgraciadamente la fuerte inercia de los
sectarismos filo-fascistas, que vienen de la
Gran Guerra, no ha desaparecido. En uno y
otro momento de la historia de esta gran
nación, líderes pragmáticos y populistas,
aferrados a programas más o menos
absolutistas, han signado la vida anímica del
pueblo. Lo han conducido por las narices a
constituirse en corporaciones y grupos de
presión de todo tipo.
Toda esta cruda realidad, común en
muchas naciones emergentes, mal que nos
pese, sitúa el problema en la dimensión de la
Mente Común de estas formas nacionales y
regionales. Una Mente común alimentada por
el espionaje, la aversión, el odio y el
resentimiento, el elitismo y el sectarismo,
todas las formas de odio a la Humanidad y a
sus hijos que alguien se pueda imaginar.
No es difícil visualizar el cuadro psíquico:
vértigos de fuego destructivo emanando del
centro político del estado nacional,
contaminando las esferas emocional y
mental, sembrándolas de semillas efectivas
de destrucción y de muerte, de desventura y
latrocinio, por decenas de años y aun siglos.
La replicación de cada tipo de accidente en
un período limitado de tiempo, parece
obedecer a la lógica de la Naturaleza por
expulsar los elementos espasmódicos, las
fuerzas psíquicas contaminantes que la
enferman y la anulan. Lo que el hombre y el
colectivo urden en su fuero psíquico se
generaliza en nubes de confusión y
destrucción así en los éteres, en el nivel
áurico y astral, propiciando el surgimiento de
todo tipo de pandemias y males –como la
gripe porcina mortífera- y eventos
cataclísmicos como los que mencionamos
anteriormente.
Los accidentes son considerados por la
Tradición Perenne como excepciones a la
previa pautación kármica. Sin embargo, es
muy fácil estudiar y discernir que las causas
colectivas de las propensiones a los
accidentes grupales, preexisten como
semillas de dolor y de destrucción alojadas
en el alma de los pueblos en particular y de la
Humanidad como un todo. Y quizás esta
realidad en el campo de las tendencias
ancestrales más escondidas rija también para
los individuos, en tanto ciertas propensiones
autodestructivas puedan guardarse en
reserva en la memoria atómica vida tras vida,
hasta estallar de una forma sólo
potencialmente programada por la
Administración de la Ley en circunstancias de
extrema emergencia.
En síntesis, urge una nueva educación,
con bases humanas, científicas y
ambientalistas, en sustitución de las
creencias morales meramente confesionales,
para estimular al ejercicio de la más sana
conciencia en todos los niveles del ser social.
En septiembre de 2011, el XIV Dalai Lama
visitó Buenos Aires, y entre otras cosas
abogó por la consideración de modelos de
convivencia civil de esa naturaleza. Ojalá que
los tiempos le terminen por dar la razón a este
emisario de la Buena Voluntad Mundial y que
sea la razón quien alguna vez le de forma a
los tiempos.
LAS VÍCTIMAS PROPICIAS Y LOS CHIVOS
EXPIATORIOS
Por regla general, las víctimas propicias
son los candidatos a la Iniciación. Como
almas que habrán de enfrentar a su Sombra
Interna una y otra vez hasta desagregarla y
obliterarla por completo en la Tercera
Iniciación (la Primera Iniciación Jerárquica),
los candidatos avanzados se habrán de ver
cara a cara con el horror, la locura y la
adversidad. En tales circunstancias, en
alguna medida, el concentrado mal de su
ancestralidad, de toda la serie de sus
encarnaciones, se dirige en su contra directa
y furiosamente.
La doctrina de los Avataras admite que
estos enfrentan crudamente los ciclos de
necesidad mayor, una vez que la práctica de
la ética y de las correctas relaciones mengua
apreciablemente en el planeta, y en
consecuencia también enfrentan el mal
colectivo de una manera misteriosa y no
completamente revelada. Quizás los hagan en
tanto representantes de la Jerarquía Oculta y
como vectores de una lucha sin cuartel contra
el mal planetario y cósmico.
En las tradiciones arcaicas mediterráneas
y meso-asiáticas el chivo, el fauno y el macho
cabrío adquirieron gran envergadura y hasta
una cierta forma de culto talismánico, en
tanto evocaban el aspecto sacrificial y
avatárico de los poderes de la Luz
enfrentados al Mal Cósmico. Los prelados de
la iglesia romana ignorantemente deploraron
el empleo de estos símbolos de poder
trascendental, naturalmente arrogándoselos a
la intervención diabólica.
Con el mismo acento, la concepción del
Sacrificio del Cordero de las vías mitraica y
cristiana, así como el signo de Capricornio,
ejemplifican esta dimensión solsticial
iniciática, tanto a nivel humano como solar.
Con el correr de los tiempos y
modernamente con los avances en el campo
de la psicología, las nociones chivo expiatorio
y víctima propicia recobraron una parte
menor, pero no carente de importancia, de su
dimensión sagrada original. Si bien a partir de
Carl G. Jung ambas expresiones connotan de
forma semejante a la vida y personalidad de
aquel miembro de una familia sobre el que se
descargan las miserias y atavismos maléficos
de un linaje dado, las miserias y atavismo
concentrados, el tema es aún más amplio y
más complejo y merece nuestra atención en
todo momento.
En todos los casos se trata de
circunstancias de vida cargadas de un real
carácter iniciático, vidas de probación
intensa. Naturalmente Karma se encuentra
por detrás de estos nacimientos y
destinaciones de alta aflicción, subrayándose
particularmente el aspecto expurgativo,
expiatorio, de la experiencia existencial en
cuestión. El triunfo en una vida semejante
depende de la abnegación o, por el contrario,
de la negación con que la víctima propicia
asuma su rol y misión, ya en el seno de su
grupo de pertenencia como en su fuero
interno. Naturalmente la Tradición de
Sabiduría encomia la abnegación y la
resistencia moral ante la adversidad y la
limitación y no la negación de la porción de
Dharma que entra en juego, del Dharma
personal, de la misión de vida.
Una línea secundaria en el ejercicio del
arte de la interpretación simbólica discurre
por el terreno de las maldiciones y deudas de
linaje o de sangre. En uno y otro caso, viejos
dicterios y actos de brujería recaen, tras el
paso de muchas generaciones, en un alma
encarnada que ofrece flancos débiles y
propicios para el enquistamiento de la arcaica
forma mental ponzoñosa. Más allá de que la
propia calidad de las vidas pasadas del
circunstante sirva de caldo de cultivo en
todos los casos para la emersión de esta
fuerza siniestra.
En el mismo rango ubicamos a las deudas
de linaje: pactos de sangre o compromisos y
votos incumplidos por el patriarca de un clan,
que alcanzan a erizar el terreno por el que
avanza arduamente un peregrino de épocas
muy posteriores.
La investigación del alcance de los
conceptos víctima propicia y chivo expiatorio
alcanza incluso a la vida de naciones y tribus
(pueblos judío y palestino, por ejemplo), así
como a evoluciones planetarias en que el
problema del mal se ve magnificado. Tal
parece ser el caso de nuestro propio planeta,
una excepción kármica en el orbe de los
experimentos planetarios, dada su recargada
y abstrusa inclinación al mal.
Y este es el factor equis en toda la
cuestión: el acendrado poder del mal en la
vida de algunas personas, naciones y
cuerpos celestes. Un poder ciertamente
anulatorio e inhibitorio de las potencialidades
a educir, puesto en manos de unidades vivas
contritas e inclinadas ocasionalmente a la
auto-conmiseración y a la propia negación
(negación de su realeza espiritual).
El Discípulo Mundial, la Humanidad,
avanza irremisiblemente hacia el encuentro
con este arquetipo de dolor y purgación, una
vez que se ponga a tiro de recibir
colectivamente alguna forma de iniciación
más avanzada: arquetipo parejamente
contenido en los Arcanos Mayores del
Ermitaño y el Colgado, y en la tradición china
prefigurado por el hexagrama del Doble
Abismo, el hexagrama 29, dentro de la serie
hasta ahora revelada.
NUEVA ERA: ¿UNA ESPIRITUALIDAD
DESCONCERTANTE?
En general, dentro de los viejos grupos
espirituales se contempla con escepticismo la
batería de ofertas, el llamado supermercado
esotérico que, más o menos desde mediados
de los setenta del siglo pasado, se ha
establecido exitosamente en el mundo,
alistando para su causa un número
considerable de curiosos y también de
investigadores que no contaban con
pertenencia alguna ni militaban en alguno de
los grupos tradicionales.
Lo que más rechaza el estudiante
convencional de las Tradiciones de Sabiduría
parece ser el reduccionismo y la
simplificación de todos los actos de
conciencia a meras manipulaciones
practicistas que prometen arrojar resultados
altamente exitosos en todos los campos.
Precisamente, cuando alboreaba la Era de
Acuario y la influencia del Séptimo Rayo
comenzaba a hacerse sentir, prácticamente
nadie –o muy pocos- estimaron
correctamente lo que estos fastos cósmicos y
mundiales habrían de significar para la vida
de todos los departamentos del saber y
quehacer planetario.
Recuerdo haber leído publicaciones
periódicas de la Fraternidad Rosa Cruz Max
Heindel, en las que competentes estudiosos
de la clave astrológica prevenían sobre la
errática apreciación y magnificación de la
entrada en la edad acuariana. Estos
investigadores aducían que, al ingresar esta
influencia se habría de manifestar
inicialmente como una mayor tendencia a la
tecnología, la visión maquinal de la existencia
y del uso de la energía, en manipulaciones
discrecionales de las distintas formas de vida,
cualesquiera fuera el objetivo de las mismas.
En una palabra, que la avanzada –en el
tiempo- del paradigma acuariano
incrementaría dramáticamente una visión y
conducta cientificistas y materialistas. La
noción del amor y de los sentimientos más
profundos sería revulsivamente sustituida por
un pragmatismo genitalista y una sublimación
del valor del sexo físico (la forma fisiológica
del Amor). Las experiencias vinculares
cambiarían y se estatuiría lo que en la era
pisceana era considerado la ilicitud o la
flagrante violación de la Ética Divina, y se
estatuiría como simples y genuinas
alternativas de elección sin implicaciones
morales trascendentes.
En gran medida, todos –psicólogos y
pensadores- esperaban la explosión sexual
como consecuencia de siglos de anestesia y
atrofia de la vida de deseos de una buena
parte de la Humanidad. En el futuro
seguramente asistamos a un ahora
impensable desenfreno y liberalidad dentro
de los grupos ahora alineados bajo la
concepción islámica, tal cual ocurrió con los
reprimidos grupos civiles en la Europa del
pasado. En el decir del Maestro El Tibetano,
“la actual Humanidad se encuentra
crucificada al sexo”.
Si bien algunos estudiosos adoptan una
visión sobre la elección sexual altamente
separatista y segregacionista y no están en
condiciones de comprender amorosa y
humanamente todos los matices de la vida de
deseos y sexual en el planeta, de la
antigüedad y de la modernidad, no es este
aspecto el que preocupa dominantemente a
estas capas más o menos ilustradas. La
preocupación se centra sobre las versiones
relativas a las prácticas y ejercicios
espirituales que proclaman los nuevos
grupos organizados, más o menos
encolumnados tras la influencia del Rayo del
Orden Ceremonial y de la Manipulación de la
Energía y de la Fuerza.
La Doctrina, el conocimiento en tanto valor
autónomo relevante, parece haber pasado a
un segundo plano. Primero y seguramente
por la superabundancia de literatura iniciática
e inspirada; en segundo lugar porque la
dispensación acuariana reclama practicidad y
experimentación, en sustitución de todo el
complejo y abstruso bagaje teorético y
conceptual de la Era pasada.
Una parte importante de las fórmulas y
métodos de estas nuevas generaciones de
grupos espirituales es perfectamente
reciclable o traducible a las nociones de
recibo propias de los grupos fundacionales y
esto nunca debiera de perderse de vista. Está
señalado que la enseñanza del Séptimo Rayo
terminará por servir de fuente de inspiración y
de acción para las nuevas generaciones y
acaso para los grupos iniciales de la Sexta
Sub Raza en todo el mundo, y en particular en
los países pioneros materialmente, la América
Boreal y Australia, conforme fuera anticipado
ya hace mucho tiempo. Y quizás y
razonablemente, la rica y barroca literatura
esotérica de los siglos anteriores terminará
por ser versionada y traducida
inteligiblemente para un grupo numeroso de
aspirantes. América Latina podría ingresar en
esta fase superadora ahora o más adelante,
aunque la Tradición le reserva el privilegio a
estas áreas de constituirse en lugares de
asentamiento para Sub Razas futuras, todavía
más desarrolladas.
En última instancia, los tiempos reclaman
rápidamente pasar a la acción y cesar de
especular y de dar vueltas y más vueltas en
torno a las palabras y a los conceptos sin
emprender ningún tipo de trabajo en concreto
sobre nuestra entera naturaleza; dejar de
discutir y confrontar por vanas disquisiciones
nominativas y apelar a la energía del reino
interno para pasar positivamente a la acción.
A una acción de un tipo y de una cualidad que
necesariamente estará coloreada en alguna
medida por el Séptimo Rayo.
Y eso debemos tenerlo presente con
absoluta claridad ahora que la urgencia
mundial cobra una dimensión acuciante.
IRONÍA FARSESCA SOBRE LA LICANTROPÍA
En las leyendas de todos los pueblos del
mundo hay hombres lobo. Hay hombres lobo
en la misma medida que también hay
hombres con garras de león o con hábitos de
morsas. Sólo que las historias acuñadas a lo
largo de los siglos en torno a la figura del
hombre lobo tienen algunas cosas en común
que los vuelven seres enteramente
singulares, dignos del mayor y más
enjundioso estudio. Por supuesto, esta obra
no es ese estudio. No, no lo es en absoluto.
No pretende ser enteramente respetuosa de
las creencias de los aldeanos y campesinos
de ninguna parte del mundo en particular. Se
basa enteramente en la experiencia directa
del autor: en la experiencia de escribir sobre
los hombres lobo en este momento. Creo que
eso es suficiente para elaborar un tratado.
Podríamos haber escogido a los zombies o
a los vampiros, que siempre están de moda,
pero preferimos al hombre lobo porque a
nuestro leal entender revista entre la
aristocracia de los monstruos más célebres
en la historia del mundo.
Se le suele atribuir a la licantropía un
origen mágico y burlesco, una suerte de mal
que deviene como consecuencia de algunos
incidentes notables en la vida de algunas
personas. El séptimo hijo varón suele estar
signado para ejercer esta función lobuna en
algún momento de su vida. La séptima hija
mujer no necesariamente se ha de convertir
en mujer loba, a menos que decida lo
contrario, naturalmente.
Las maldiciones de sangre ejecutadas en
el pasado remoto contra el linaje del zapatero
remendón consuman el surgimiento de
botarates incompetentes que, más allá de la
ingénita estupidez, pueden transformarse en
bestias urbanas perversas y cruentas.
Siempre ocurre lo mismo con las dinastías de
idiotas condenados por una maldición
pretérita, y especialmente si algún emisario
del clero ha desencadenado el rechazo y la
repulsa o directamente ha emitido la
maldición divina y diabólica.
Los hombres comunes también se sueñen
transformar en hombres lobo, especialmente
cuando el apetito sexual y la abstinencia
forzada llegan a un punto en que las aguas
del Tigres se mezclan con las aguas del
Eúfrates. Es un estigma bíblico, un pecado
original que además de volvernos venenosos
como algunos ofidios de mala fama,
eventualmente nos lanzan al mercado de
productos humanos bajo la investidura de
hombres devoradores, sedientos de carne y
zumo de diamantes. De modo que en esta
tradición ancestral subsiste un cierto
componente psicológico, propio de la
psicopatología de la vida cotidiana y
universal.
Ni siquiera las sesiones terapéuticas
pueden desalojar plenamente de la mente el
mandato de las entrañas, el mandato de
devorarse a las ninfas, a las mujeres
apetecibles, con la misma saña y el mismo
descontrol con que algunos labriegos
aplastan a los gusanos. De suerte que una
afirmación que es oportuno hacer aquí, es
que en buena medida la condición de
hombres lobo también se inscribe en la
tradición del psicoanálisis y más
remotamente en los conjuros y hechizos de
los brujos medievales y antiguos.
De todas formas muchos analistas también
despliegan su hombre lobo interior a partir de
una grosera codicia de conocimiento sobre la
vida privada y los secretos de sus
consultantes. Llegada la hora de la sesión
adquieren una envergadura simiesca y se
trastornan emocionalmente al extremo de
sentir especial placer por engolfarse en los
meandros sucios de la existencia de sus
pobres víctimas propicias. Eventualmente
ofrecen recomendaciones descabelladas que
agudizan la torpeza y el desequilibrio de los
pacientes y sólo a fin de mantenerlos bajo su
control omnímodo, como insectos cautivos
en un frasco de aluminio por un niño
atrozmente interesado en despedazarlos. Es
decir, también los psicoanalistas de ahora y
de siempre tienen mucho que ver con ese
transformismo monstruoso, mucho que ver.
En la misma medida, los caudillos, los
tiranos, los líderes de todos los tiempos,
también son tomados por el discutible
carisma de la indispensabilidad; se
transforman en seres alucinadamente
manipuladores de los pueblos, los envían a la
guerra o a limpiar las letrinas del parlamento
con la misma facilidad que luego ensayan
para dar una entrevista amable a una revista
del corazón. Sin duda, es entre los políticos
profesionales que esta conversión bestial se
da más asiduamente, paradójica y
asiduamente. Pero los pueblos aman este tipo
de hombres lobo, porque esperan algún día
ingresar al círculo de los privilegiados
moradores del Olimpo republicano. Mientas
tanto sirven de cebo y de alimento para las
necesidades antropofágicas de los
emperadores modernos, los emperadores
mediáticos. Hombres lobos y estúpidos
parlanchines adocenados por la aprobación
estridente de las mayorías ruidosas.
Los cambios bruscos de carácter que
padecen todos los seres humanos dan
evidencia que la progenie del hombre radica
en la progenie del lobo estepario, quizá su
antepasado en el orden evolutivo. El cerebro
reptiliano tiene matices de animal predador
que no se enrosca en el cuello de sus
víctimas, que directamente lo muerde y lo
tritura; es la fuente biológica de todo tipo de
miedos y temores y la fuerza impelente de la
cólera y de la violencia. El cerebro lobuno es
el aspecto que en ocasiones asume el otro, el
convalidado por la ciencia y sus mentores,
para manifestar un oscuro origen feroz del
eslabón perdido. Quizás el eslabón perdido
fuera un enorme lobo y los antropólogos y
paleontólogos pierdan su tiempo
deplorablemente en una búsqueda recurrente,
ignorante y sin sentido. Con esta consigna –
una hipótesis más en un campo del
conocimiento en que casi todo son hipótesis
y nada más- queremos evidenciar cuán
próximos a un parentesco cierto estamos de
los lobos de las nieves, del abominable
hombre lobo de las nieves, nada más y nada
menos.
Sería algo muy inteligente de parte de los
biólogos no desvincular a los seres humanos
de ninguno de los seres vivos, ni de los
árboles ni de las perpetuas hierbas del
campo. Todo es una simple cuestión de
sentido común. Y penetrando un poco más en
este campo, naturalmente el estigma atávico
del lobo asesino está arraigado en los genes
de la familia humana, de las arañas y de los
marsupiales: una forma original de exponer el
paradigma holográfico para los amantes de
una Nueva Era tan esperada como censurada.
Por siglos se hizo carne el adagio que reza
que la letra con sangre entra. Aun en nuestros
días los educacionistas profesionales pierden
el equilibrio emocional tres o cuatro veces a
lo largo de cada clase, ante el oleaje infantil
de monstruos en miniaturas, de maquetas de
lobeznos impíos e insufribles, siempre listos
para provocar desorden y matar la disciplina
y el pudor de un aula cristiana. Deberíamos
acostumbrarnos a convivir con estos
incipientes cánidos salvajes en nuestra casa
y en cualquier punto de la ciudad, puesto que
los niños índigo de hoy serán a todas luces
los prósperos hombres lobo de mañana y así
hasta que el mundo, o el eje de los polos de
un brinco y todos pasemos a revistar entre
los hombres ángeles. ¿Suena a misticismo de
mala calidad? Seguramente lo sea, pero la
hueste de ángeles caídos, a la que aluden
múltiples tradiciones religiosas y vernáculas
también evoca en nuestras mentes la
existencia de ángeles lobos. Todo es posible
en la dimensión desconocida una vez que la
literatura la vuelve plenamente conocida y
hasta manida.
Pero es hora de pasar a los hechos. Esta
introducción sirve como alerta a los
navegantes y para abrir el fuego. En las
próximas páginas desfilará una galería de
hombres lobo, emanados de la fuerza de la
leyenda y del folclore jamás escrito ni
trasmitido. Tenemos el propósito de crear una
nueva tradición en torno a los hombres lobo,
una falsía tan sumaria y tosca como cualquier
otra tradición popular, sólo que con
instrumentos de vuelo de los que se
requieren en todos los terrenos en que uno
intenta parodiar al creador, al demiurgos, al
hacedor.
El volar no es para los hombres lobo, pero
por cierto se puede volar sobre ellos, en torno
de ellos y a propósito de ellos. Sólo es
cuestión de empezar a exagerar.
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