Cortés
Lámparas de sueño
Leticia
Guadalajara, 1980.
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en que vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte, un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.
Alejandra Pizarnik
A los columpios y a los pájaros
A los ríos y a las ventanas
A tus labios que se unen a mi carne
A la sangre de mi sangre
Grito primero
He de utilizar una lengua labrada en silencio
un idioma de agua y de tierra.
Debo aprehender las palabras,
romper la carne,
el himen de nuestros nombres,
desflorar tu mudez impotente porque sólo así
comprenderé todo el amor que sucede en los ojos.
Tengo que hablar,
esconder mi rostro,
parir este dolor de haber nacido
irreductiblemente asustada
por el grito primero
y el primero de mis llantos
en esa madrugada tangible para mi madre
que sentía entre las piernas
una medusa
que le comía
el corazón.
Morusas de lluvia
Deletreo mi nombre
y en la cabeza retumba:
“Leticia” no es
“La que trae alegría”
“Leticia” es
“la que jala el gatillo
sobre las sienes
de otros nombres”
Intento decirme
y escupo hienas, dioses, navajas de odio.
Digo “Leticia”
y me palpo muerta,
me lloro y exhalo “redención” “enfermedades de Octubre”
Me da miedo escribir “Leticia”
y lacerar los pasos.
Contraer mi voz
que se vuelve insoportable.
El eco sofocado
que se vuelve insoportable.
El llanto
que se vuelve insoportable.
Oler mi nombre
como a muertos girasoles.
Quiero perderme
porque tengo huracanes
en lugar de ojos,
anzuelos por dientes,
saliva de veneno.
Morusas de lluvia en el rostro.
Porque están mis labios
desollados y cosidos y porque tengo
muñones
en el corazón.
Son tantos los pecados
que en mi nombre habitan.
Julia
Para Adriana Díaz Enciso
Soy Julia. Y cuando soy Julia, juego a enfermarme. A sentir ardor en la piel. A llorar.
Mirar cómo las hojas se levantan del suelo y se unen a sus ramas. Y el agua se detiene
antes de la caída, penetra el aire, se hace espiral, y se levanta para unirse de nuevo a la
nube. A encontrar sobres agarrados con caligrafía para que las palabras no escapen.
Dime qué sientes cuando pisas los charcos. Y al tratar de borrarte me toco, me
desmaquillo, me hago lágrimas. A veces soy Julia. Cuando recuerdo que encuentro el
amor cada que me siento enferma. Cuando las llagas laceran mis recuerdos. Cuando la
fiebre congela las pocas ideas que me quedan vivas. La ternura corre a mis ojos. Y soy
Ana con algo de Julia. Ojos de Ana con sangre de Julia. Manos de Ana con piel de Julia.
Y busco cuerpos en la regadera, me desvanezco cuando despierto y me veo vacía, me
veo sangre y pared. El ardor en la garganta el ardor. Como siempre. Vuelve. El ardor
siempre vuelve en forma de recuerdos. La enfermedad. El amor. La soledad. Soy Julia.
Y cuando soy Julia juego a enfermarme. A no sentirme bien. A llorar.
Sueño
De niña – recuerdo –
mi voz era columpio.
Habitaba con mis historias
vestidos azules doblados en el ropero.
Parecía que por detrás de las paredes
alguien murmuraba leyendas que solo yo podría descifrar.
A veces soy Beatriz
y te espero detrás de la campana
deseando que entres por esa puerta.
Y mi mente tenía ojeras.
Las manos se me destornillan cada seis hectáreas de sueño.
A fuerza de martillazos
Porque se me rasgó el amor
en las púas siniestras del destiempo;
porque me desollaron vivas
la dignidad y la esperanza.
Enriqueta Ochoa
Porque me diagnosticaron mal el hambre,
se me desnutrió el corazón.
Por todo lo infértil que he sido,
las ganas tempranas de acariciarme.
Porque el himen se me fue por el lavabo,
los ganchos se me desclavaron de la boca.
Todas las noches que deshice el amor,
las veces que como mantis copulé.
Porque el óvulo se me rompía en el trayecto,
Cuenta gota de reloj asustado.
Es que dilapidé tus manos en mi pelvis,
acepté a fuerza de martillazos
tu lengua en mi camino.
Hubo olores de pronto
tan amargos como tu saliva,
instantes de los cuerpos dormidos
acumulándose en la muerte.
Es que no me dabas tanto odio para amarte,
no tenía las manos alineadas con la tierra,
es que todo este amor de querer ser madre.
Acepto mi debilidad
mis labios de espina
todo este amor que no tengo.
Porque mi nombre está enfermo y me duele.
porque empuño
mi cordón umbilical
y me veo
aún enfetada.
Antenas en los ojos
Me fui muda.
Quedando vacía me fui.
Despierto
antenas en los ojos
un tobillo hecho añicos.
Me fui tonta y me fui vacía,
encarcelándome a camas llenas de precisión.
A contados días de tristeza hueca.
Me toco ciega.
Emplumada.
Troca aportilla el asfalto
de los martes y los doce.
Estoy parque y estoy óxido.
Multiplico las voces.
Gusanos de manzanas en los poros.
Me soy falange amputada.
Me estoy quieta y me estoy
vacía
Ojo destilando
No quiero coserme de nuevo a casa.
Ni girar sin piernas
como bailarina
de caja musical.
No mirar destrozada con el rabillo
del húmedo ojo.
Bebedero con caries en la alacena.
Giramientos de perillas.
La puerta está sonando agrio.
Ciento un año
y la coladera vacía.
El ojo destilando agujeros.
Grito de las garras nocturnas
de gatos en seco.
De escaleras altas y rubias.
Cuadros colgados en el piso.
Ojos destilando,
como siempre,
navajas de aire puro.
Modelo 512-7
Conectada a un tubo de palabras
gasolíneo versos transparentes.
He de morir el día que los pájaros se ronden,
se destuerquen sus rótulas
truene el vuelo.
En la matriz
tornillos hechos de arena átona.
Voz eléctrica de infectos engranajes.
Máquina haciendo cuerpos plásticos.
Venas de pvc.
Conexiones naranjas por ojos.
Me uno y me desenchufo de tu toma.
Mis manecillas a falta de ti se han amarillado.
A veces eres azul icosaedro,
margarita deshojada de tormentas dieléctricas.
Y es que me sabes tan descompuesto.
Tan tres cuartos de cable perdido.
Tan perforadamente ácido.
Modelo 512-7 estorbando mi analógica lengua.
Mis manos digitales,
mi corazón de bytes mecánicos.
Y es que me soy tan dada
a irme cambiando de canal,
tan acostumbrada a tus círculos meridianos,
a tu clavicordio de cometa,
a tus mil veinticuatro gigas de plexo solar.
Mi tornillo recto sube a tu micrómetro labio.
Extiendo los párpados al aire.
Y es que me soy
tan estérilmente
triste.
Lámparas de sueño
A Raúl Bañuelos
Los rostros vienen del viento
de la mariposa
que un soldado ve
debajo de la tierra
cuando un ojo cuelga de su órbita.
Los labios se mueven
porque quieren mirar colores.
Los niños se atan bombas a las costillas.
Nos queremos tocar
para transformarnos en caricias,
en el agua que escucha el llanto del pájaro.
Nos alimentamos porque la muerte
nos causa ceguera.
Queremos ser nubes
para extraer de nuestras sonrisas
lámparas de sueño,
sonrisas de agua,
vientos de rostros.
Pesadillas con puños
Pero morimos.
Constantemente morimos.
Por la mañana,
en los cuadros,
morimos.
Levantamos el vuelo.
Morimos.
Los pájaros no han roto
su promesa de canto.
A mitad del vuelo
sus muñones se cansan
y morimos.
Los sueños son dedos,
las pesadillas son puños,
se cansan,
morimos.
Asentada raíz
Como aire turbo tan sin boca.
No me dejaré cortar esta vez por el otoño.
No afilaré mis pies para rasgar lo que camino.
Mis dientes se caerán temprano
antes que atormenten de nuevo al Hombre.
Es mejor tener un paraguas de papel cometa
dibujar pájaros amarillos cayendo en garúa.
Vestir cicatrices disimulando.
No quiero llevar prisa
para silenciar mi estruendo.
Ni bajar los puños de repente.
No quiero estar esquina
con la puerta seca
y los labios cerrados.
Mi cuerpo astilla temprano madrugadas.
Quisiera contar tu historia, quedarme muda.
Decir que nos gustaba morir todas las tardes.
Que la lluvia
se nos escurría por las piernas y las bocas.
Que me cambiabas de nombre
cada que apretabas mis lenguas.
No quiero recordar
los veranos de trenes y ensueños.
Asentada luz cayendo de repente hacia arriba.
No mis manos que escuchaban tus verdades.
Los árboles se quedaron siendo raíces.
Quiero ser de nuevo diluvio,
ese corazón desnudo de pronto.
Una mano letra
asomándose en pantallas.
Mariposa inquieta
De noche se me enferma
cada pluma
Todo duele y se vuelve inabarcable
Todo crece y se hinca
en la mitad del alma.
Patricia Medina
Yo no sabía que se puede ser bailarina
siendo esqueleto.
Que uno puede ser viento estando tierra.
Que puede uno desgastarse y agonizar a ratos.
Que muerta podía recordar
la juntura del presente con el pasado,
cuando un segundo deja de convertirse en hoy
y queda el olvido.
Pero los autos,
la calle de nuevo se incendia.
El árbol cae sobre nosotros,
nos esconde de la gente que llega a casa con espadas,
de niños que gritan
y se persiguen hasta el patio.
De luces que van y nunca vuelven.
Las noches de angustia y de tedio.
El silencio siempre
siendo silencio.
Ahora trato de traducirte:
cuando te abrazo me siento
más secreto, más nube,
cometa ambulante.
Los pájaros mueren
- algunos –
ahogados de sueño.
Y mi nombre de piedra rocosa,
mi Leticia con tu lengua y en tus dedos
mi infelicidad dictada a cuentagotas.
Todo lo arregla tu amor lejano e incierto,
el destino fingido que construyo con manos.
Encuentro palabras que me repito
una
y otra
y otra vez
hasta arrodillarme muda.
Quiero que mi boca se disuelva,
esconder el poco amor finito que me queda,
la sensación de estar media rota.
Color sepia
… y en las campanas bisbisea el dolor de mi alma,
descansan los brazos carcomidos por la eternidad.
¿por qué me miran los árboles?
como si supieran que mis lágrimas contraen los ojos
¿qué hay de ti en las tumbas?
que me hacen recordarte.
Impulso la ruina del pie que tengo.
Me veo como humo.
Y en las campanas retumban los ecos del cuerpo.
Las campanas matizan este paisaje color serpia.
Ausencia de piel
Se me rompe el cuerpo.
Se me astillan
estas ganas de gritar.
Desnuda de los labios
te pronuncio con miedo.
Y me basta mirar mis lágrimas para saber
que tengo miedo.
Se me rompe el ojo izquierdo.
Se me revienta
esta ausencia de piel.
Conmovida por mis temblores
te detengo en despedida.
Y me basta quedarme callada para saber
que tengo miedo.
Asfixio de telaraña
Si la nube no me protege
las calles se derrumban por montones
me sepulto con todo y tu recuerdo
con este puño de palabras
este borbotón de sinsentidos
y toda la angustia acumulada
en las ganas de llorar
todas las velas incendiándose apagadas
todo el vacío horroroso que me acontece
todas estas ganas de no ser.
Entonces mi falta de aire
se me cansa el asfixio de telaraña
se me desencaja la epidermis en los tacones.
No pretendo disimular
todo el amor que tengo.
No pretendo hacerme
amarilla de repente
como si el mar
fuera bilis derramándose en la cruz.
¿Por qué sembrarte
me resultará tan amargo?
¿Por qué te miro
y mis pies se ahuyentan del camino?
¿Por qué nazco
y me vierto en tu sombra?
El cielo golpea en las arterias
con martillos de relámpagos negros.
El cielo no me protege.
Ni la permanencia.
Ni mis amaneceres de lirios.
Estado inmóvil
Estamos inquietándonos
porque nos duelen las rodillas,
porque me sobra el asco
porque vomito cuando me nombro
y cuando no
soy mujer membrana.
Las aves amortiguan
la caída de su carcasa
el ventanal agrio de sus ojos
el pico flácido y automático
y mi lengua fálica
mis dientes sucios y amargos.
El canto veloz de un gusano asmático me engordece.
(Estoy revuelta
petrificándome con el frío estoy)
Estamos inquietándonos
porque embalsamamos la tierra
en nuestra áspera saliva.
Porque me agitan del agua
los venenos estancados.
Porque la distancia
nos vuelve impacientes.
Porque soy torpe cuando pienso
y cuando no,
soy jueves.
Nos estamos temblando por dentro.
Nos estamos luces agotadas,
porque el olvido se nos aparece
en forma de sexo,
porque las tumbas
se esfuman de pronto.
(Y lloro,
pero no te duelo)
Y me miras con rabia, con recelo.
Pero estamos inquietos,
preocupados
por nuestro estado inmóvil.
Dislocaciones
A Hugo Plascencia
¿A qué te saben nuestros cuerpos cuando nos tocamos?
Cuando mi espalda está
a mitad de tu espasmo.
¿A qué? Te sabe
el desnudo gemido repitiendo
que me tomes de pronto.
Mis omóplatos de gaviota en tu escalera,
el oleaje de tu pelvis y mis huecos.
Todas las palabras agazapadas en mis iliacos.
¿A qué te sabe, amor, la soledad pidiéndote a besos?
Mi carne alojada en tu carne.
Mi abandonado cuerpo cubierto de ti.
La noche urgida que viene a llamarnos.
Mis manos corriendo a tu boca.
¿A qué?
La tibia enredándose en tu cadera,
la cúpula ejercitando sus vocales en nosotros.
¿A qué te sé cuando lluevo sobre ti?
Enferma ternura
Éramos capaces de quedarnos enmarcados
para que nadie nos mirara.
Patricia Mata
Éramos capaces de ser asfalto,
agua hirviendo en el sexo.
Éramos capaces de mirar
caleidoscopios lloviendo en puerta,
adivinar sacudidas en el corazón,
jardines en mosaicos de cantinas.
Éramos capaces de ser
ponzoña bajo la carne,
mudos ante la cama.
Nos movíamos en algazaras,
vivos peces agitándose en la boca.
Éramos capaces
de quitarnos los zapatos
y arrancarnos los dedos.
Quedarnos quietos
de las branquias y acosarnos.
Ser dolor de pronto,
una amortiguación trémula para la caída.
Éramos esta ternura enferma.
La tormenta serrando los huesos.
Nos comíamos adheridos a las piedras.
Sísifos enraizándose al recuerdo.
Romperemos la noche,
avanzaremos.
Caballo en Fa
A Santiago Cumplido
Por eso me quedé alcantarilla y atrapada,
encafeterandome a tu estufa y a tu sol.
Porque me dolía la garganta y el sueño.
Las ganas atoradas y el cáliz inflamado.
Me quedaba quieta
como remolino enfurecido.
Con las manos giratorias de papel.
Seríamos campoabierto de nubes.
Todo suave y cómodo.
Tan positivo como mis ganas de ser.
Lo común ya no sería besarnos,
sino convertirnos en peces de jardín.
Unas ganas prontas de ser arena.
La ilógica razón de estar.
Por eso me quedé así,
automático caballo en Fa,
desbocándome en cielos,
nueve veces más tristes que yo.
[6:30]
1
Seis treinta pasos.
Hierve la televisión.
Bajo una luz
sirvo la taza de tu nombre
caliente vuela como albatros
me sumerjo en la taza y te busco
ciudades sepultadas en los posos.
2
Habías llovido. Exploté.
Burbuja de alfileres sobre el aire.
Encima de la mesa yo-vi.
Se hinchó de madera el techo.
Bebí.
Crecí como telescopio. Me enredé.
Pero mi amor se resquebrajó
a ciento treinta decibeles.
¿Quién dijo que el sonido
se mide por kilómetros?
si la leche y el pan y tu lluvia
se miden por voltaje
¿Quién dijo que la soledad es,
a fuerza de palabras
un lugar vacío?
3
Habías llovido.
Yo me hubiera suicidado
si no fuera
porque un dolor
me llegó de pronto.
Árbol tristísimo cayendo.
Lentamente-balanceándose hacia arriba.
Intento decirte algo
pero sólo llueves.
Mis palabras revolcándose
en tus ganas de llover.
4
Tengo huesos desfriáticos.
Te escucho llover
tormentas partidas por la mitad.
Sé que estallé,
que lloviste
cuando el aire se tornó
más asfixiante que de costumbre.
¿Qué puedo hacer
con este espacio
de cuerpo y de sangre?
5
Llueves madera.
Mis dedos xilófagos.
Desclavo los pies para ir contigo
hacia la partitura de tus sueños
de hormigas blancas.
Entonces mi cáscara,
mi piel inmadura
piel de larva se vuelve
mariposa lingüística.
6
Y me sé pedazos.
Me sé a trinchera.
Mi casa está rota.
El cuerpo de construcción deshecha.
Casi nunca muero.
Casi nunca me muero.
7
Mis ojos
paralelepípedos
arañan.
Estoy piedra y lama
Murmuro tus murmullos que se hacen lógica
(La lógica me pulveriza)
8
Seis treinta pasos.
Hierve la televisión.
Bajo la luz
una taza de tu nombre caliente.
Danza
Si la soledad sólo fuera
la inmolación de poemas
el castigo de la carne
un potro desmembrando cuerpos
una sala de estar sin nadie
un quirófano de voces asfixiadas
Si tuviera muchos cuerpos
bocas de quimera y nos tragara
Si sólo fuera emparedarnos y escuchar
la degollación del olvido
esquirlas de fantasmas
Si la soledad fuera sarcófago
dama de hierro y agonizáramos
en caída libre:
derrumbe de materia:
páramo de vida
Si la soledad fuera una danza
Si tan sólo fuera danza
Invierno de Lluvia
A Mauricio Ramírez
Tiemblo,
y me sé situada entre viva y muerta.
Me sé preñada por el agua y la tierra.
Aquí
no tengo miedo.
Nada
puede
darme miedo.
Las palabras aparecen
como mariposas de tiempo.
Tiemblo
y aprendo el lenguaje claroscuro
de los árboles y las nubes.
El llanto crujido de la madera
astillando mi cuerpo.
Lloro y me busco
en las manchas del agua.
Intento gritarme desde entonces con silencios
que conozco y traduzco.
Araño el espacio que hay
entre mi cuerpo y el vacío.
Aquí la soledad no es grande.
Es imposible que algo ocurra.
Los gusanos se mudan a otros cuerpos.
El sol me arrebata el agua.
Soy testigo del proceso inverso de la lluvia.
Desllueve la tierra,
graniza sobre mí
y tiemblo.
Me sé situada entre viva y muerta.
Me sé preñada y nada puede darme miedo.
Enterrada
no me sé miedo.
Animal de soledades
A Iñaki
El mundo está contaminado de soledad.
De una lágrima brota una mujer.
La nostalgia se advierte
en el vaho de las ventanas,
en las escaleras hechas polvo,
en el agua estancada
las moscas vuelan giran mueren.
El mundo está generosamente solo.
El vacío se percibe al fondo de la garganta,
en las monedas que una niña no ha podido ganar
y su madre la golpea la golpea la golpea.
El mundo grita
porque las entrañas se le rompen,
porque se cansa.
El hombre gira y tiene sexo,
toma una taza con café, prende un cigarro,
pero nunca vive, nunca se concilia con su sombra.
El mundo se encuentra plagado de tristeza.
La nostalgia está en los parabrisas apartando la lluvia.
Animal de soledades extendiendo las fauces
alas de tiempo se arrastran con lentitud
hacia la boca del mundo.
La Tierra no tiene brazos, ni cabeza, ni sexo,
ni acaricia a nadie.
También carece de lengua y de labios,
de palabras y de idioma.
La ausencia de palabras nos hace más fiera.
Animal de soledades.
El mundo carece de lágrimas.
De una lágrima brota una mujer.
El mundo tiene dentro de sí almas muchas almas:
matrushka de humanos.
La muerte se consume cuando dos se besan.
El mundo está pariendo verbos.
Animal de soledades
bebes palabras en los senos
de la mujer que te amamanta.
El mundo carece de sentido y de tacto.
La mujer se acerca al rostro de un niño muerto,
arrojado por otra mujer de su vientre
sin haber terminado su metamorfosis.
El mundo no tiene orillas,
en él existen muchos lugares para ver la luz del sol.
Una mujer se fue a Bogotá.
Llevaba una maleta,
ningún recuerdo.
Atrás se quedaron los amigos que nunca tuvo.
Su primera vida como un círculo que no pudo cerrarse.
El mundo es un círculo cerrado,
un diámetro incapaz de calcular.
El hombre no calcula.
En las paredes se proyecta la imagen de una mujer
que odia a los gatos,
los odia como a ella misma.
Iñaki se fue,
dejó su nombre plantado en los árboles
acuñando tristeza en la infértil tierra que nunca
ha engendrado flores.
El mundo
es un zoológico de sentimientos.
La falta de apetito le provoca grietas en el cuerpo.
No morimos:
nunca morimos
:nos aborta la vida.
Nunca terminamos,
volvemos en forma de letra o lágrima intacta de la cual brota
una mujer.
Una mano dibuja constelaciones de labios
en la parte interna de una cueva.
Una mano deja vestigios de lo que fue nuestro,
de lo que amamos,
lo que matamos.
Animal de soledades que habita y deshabita
la vida seglar.
Animal de soledades bifurcas el pecado con tus ojos.
Las ganas de estar solo
porque el mundo está solo
sin pies y sin manos.
Un día
el mar se suicidó.
Se arrojó a las manos del hombre:
también nos mató.
Dejó restos, sombras de dioses.
El mundo es un murmullo de cuerpos.
La mariposa disimula que vuela,
agita las alas,
mueve con su lengua el firmamento.
Animal de soledades.
La creación es un murmullo en la sangre.
El mundo existe desde que el Hombre
se soñó haciendo el amor.
La epidermis del cielo está herida.
El mundo está dolido por la falta de aire,
porque le sobran taquicardias.
El destino es un poso en la carne, una ausencia.
Nievan colibríes. De los árboles caen luciérnagas.
El mundo no tiene un cuerpo cerca y no dice nada
porque carece de esperanza.
Porque no puede sentir.
Animal de soledades
extendiendo las fauces
alas de tiempo
se arrastran con lentitud
hacia la boca
del mundo.
El horizonte
A mis padres y a mi hermano,
en la eternidad
Un hombre muerto. Una mujer dormida.
O Yo, de lado, escondo los tobillos.
El cáliz.
Una mujer respira como oruga.
Respira en su tronco mutilado.
La niña vuela y el viento permanece intacto.
Algunas palabras tienen pies y casa,
viven colgadas en lastimosos percheros,
les da pena y rabia estar ahí – en el papel – a fuerza.
O se preñan, se hacen muchas con otras
y viven en países errados.
Yo frecuento sus contornos,
las dibujo sobre el horizonte en ramas,
en visiones que tengo por las noches
cuando mudo de piel.
Su estancia es una flor que mata / a quemarropa /
es un cadáver del mundo que me reparte,
me heredan y me avivan
la enterrada llama de la creación.
Yo tuve por infancia un grito,
porté pasos mezclados con vasos llenos de leche heroica.
¿Cuántas veces no me creí valiente
al beber un vaso entero de un solo sorbo?
Me arrojaba de la cama con mi hermano
y me creía valiente
o lo veía tirar monitos por la ventana al techo vecino
y yo reía porque el horizonte era nuestra diversión.
Era una locura pero mi hermano fue un héroe,
buscamos tesoros en un segundo piso.
advertíamos la llegada de papá,
nos desgarrábamos dedos con un pedazo de mosaico.
Pero el horizonte, siempre el horizonte.
Dormir en el Maverick blanco
era un horizonte de alfombra azul
y las palabras entonces no me arrullaban.
Estaban dormidas.
Hoy mueren. Se queman en pañuelos enmohecidos,
gatos en bardas como si fueran corderos.
¿Qué tipo de fantasma es una palabra que juega a nunca irse?
Y se queda en la ropa,
se queda.
Cuando era niña
los dolores no se mezclaban en mi cuerpo.
Nada podía dolerme.
Sólo perder una batalla.
La distancia no existía para mí
porque en el jardín trasero
había infinidad de amigos y mundos.
Pájaros y tortugas.
Yo hablaba
pero entonces no conocía de palabras y acentos.
Revolucionaba los sonidos
con botes atados a las llantas de la bicicleta.
La cochera no era más grande que la calle,
ahí había infinito espacio para la imaginación.
Procuraba dormir temprano y despertar tarde.
Mi papá me hacía volar. Me sostenía entre sus piernas.
Volaba en el horizonte. Estiraba los brazos. Volaba.
Hasta que pesé más de los cuarenta kilos.
Comencé a ser horizontal en noches que sangraba.
Yo nací horizontalmente. El horizonte desde siempre.
Ahora creo ciudades
con los horizontes llenos de polvo y de lujuria.
Ahora ya no hay tesoros.
Mis palabras ya no son
¿escuchas? hay un tesoro enterrado.
Ahora me destrozo horizontalmente.
Las casas se derrumban verticalmente
pero morimos de manera horizontal.
Mi papá ya no maneja su Maverick.
Mi hermano y yo
ya no buscamos tesoros.
Mi mamá toca violín.
Su arco se deriva de palabras musicales
que suenan en el fondo de su mirada
y el arco horizontal.
Palabras ocultas con peldaños, raíces y bosques,
palabras.
Yo he visto cadáveres llorando que corren en ríos.
He visto cómo mueren y regresan.
Se entierran en arterias y las destierran.
Hay palabras que nunca vuelven. Viaje sombrío.
Palabras que vislumbran.
con el rostro muerto, con palabras de navegación,
mar enterrado, olas ambiguas que crecen,
levantan tiburones.
La ambigüedad bajo la danza de agua enterrada.
Mi hermano es un héroe. Lo sé.
Es un héroe y lo sabe y pasa.
Pasa la vida como lluvia delirante.
Para la vida y a él
no creo que le preocupen las letras ni el horizonte.
Él respira.
Seguramente recuerda el Maverick y los juegos.
Pero ahora
es el horizonte
las letras
el silencio