1. Annotation Dostoievski escribi Los demonios, su novela
deliberadamente poltica, entre 1871 y 1872. Tomaba como punto de
partida una noticia aparecida en la Rusia contempornea: uno de los
grupos nihilistas terroristas de la poca, La venganza del pueblo,
comandado por un tal Nechaev, asesinaba a uno de sus miembros,
acusado de sopln y, muy probablemente, por desobedecer las
directivas del lder. Dostoievski, en esta ficcin, calificada por la
crtica como el libro de la gran ira, se lanza con toda la
vehemencia de la que es capaz a combatir la existencia
2. de estos grupos revolucionarios. Profetiza a su vez sobre
las organizaciones del terror que el siglo siguiente conoci en sus
ms perversas y variadas versiones. En los aos 50, Albert Camus dijo
que los argelinos que enfrentaban a los militares franceses le
recordaban a los nihilistas de Los demonios. Medio siglo ms tarde,
cuando cayeron las Torres Gemelas, volvieron a corporizarse los
personajes de Dostoievski, esta vez como los terroristas islmicos
que se inmolaron dentro de aquellos aviones. Los demonios tiene y
seguir teniendo ese efecto porque retrata como ninguna otra novela
lo ms electrizante,
3. terrorfico y paradigmtico de toda conjura: ese lugar donde
la fe se cruza con el fanatismo, los fines se cruzan con los medios
y los posedos se topan con los vulgares mortales. La noticia de que
un grupo nihilista de Mosc haba asesinado a uno de sus miembros
hizo que Dostoievski se sentara a escribir Los demonios, una novela
que es un terrible ajuste de cuentas, tanto con los jvenes que
queran hacer la revolucin en la Rusia de 1870 como con el pasado
como revolucionario del propio Dostoievski, que haba sido enviado a
Siberia veinte aos antes. Mximo Gorki dijo alguna vez: Los demonios
es el ms perverso,
4. y el ms talentoso, de todos los intentos por difamar el
movimiento revolucionario de la dcada del 70. Es la tercera
incursin de Fedor Dostoievski en la novela trgica. Las dos
anteriores fueron Crimen y castigo y El idiota. Al poco tiempo su
imaginacin afiebrada, militante y perseguida por acreedores
completara el conjunto con El adolescente y Los hermanos Karamazov.
J. M. Coetzee pone en boca de Dostoievski esta sentencia que bien
puede dar una clave para ingresar a sus demonios: Escribo
perversiones de la verdad. Escojo los caminos ms
5. tortuosos, me llevo a los nios a los rincones oscuros. Sigo
la danza de la pluma. La lectura consiste en ser el brazo y ser el
hacha y ser el crneo que se parte; la lectura es entregarse,
rendirse, no mantenerse distante ni burln. La verdad puede
llegarnos por caminos tortuosos, llenos de misterio. Algunos dirn
que Los demonios es una novela panfleto, otros la festejarn como
una de las ms macabras y a la vez sarcsticas invenciones del genio
ruso. Nadie puede negarle su vigencia.
6. Fdor Mijailovich Dostoevski
7. Los demonios Ttulo original: Fdor Mijailovich Dostoevski,
1872
8. PRLOGO Hermanados por el terror por Juan Forn En 1869,
Dostoievski y Mara Grigorievna recibieron en su exilio en Dresde la
visita del hermano menor de Mara. El joven Snitkin, estudiante de
agronoma en Mosc, hechiz a Dostoievski con sus relatos sobre el
movimiento nihilista en las universidades rusas. Por esos das una
noticia de la capital rusa escandalizaba a los socialistas de
Europa: uno de aquellos grupsculos secretos, comandado por un tal
Nechaev y autobautizado La Venganza del
9. Pueblo, haba ajusticiado a uno de sus miembros, por
considerarlo un sopln de la polica. El cadver del estudiante Ivanov
haba aparecido flotando en el Reservorio de Mosc, con las manos y
los pies atados, cuatro balazos en el pecho y uno en la frente (el
tiro de gracia). Snitkin, que haba conocido bien a Ivanov, le
asegur a Dostoievski que no lo haban matado por sopln sino por
cuestionar las ideas de Nechaev. El episodio termin de decidir a
Dostoievski a hacer un ajuste de cuentas con su propio pasado
revolucionario. En los cuadernos de notas de Los demonios dice que
fue su propia generacin, con su europesmo libertario de juventud,
la
10. que haba engendrado a la joven generacin terrorista. Y que
en su novela confluirn los relatos del joven Snitkin, la cobertura
de prensa del asesinato de Ivanov y sus propios recuerdos de la
clula que integr en 1849. Lo que escribo es tendencioso. Transmite
sin ambages mi opinin a la juventud actual. Que me llamen retrgrado
y vociferen contra m, pero voy a expresar con fuego cuanto pienso,
escribe en una carta de 1870. Es tan intenso y personal el duelo
que libra Dostoievski contra Nechaev durante la escritura de Los
demonios, que en ninguno de los borradores del libro figura el
nombre que le dara despus al protagonista (Piotr
11. Verhovenski): siempre lo nombra como Nechaev, directamente.
Esto llev al Nobel sudafricano J. M. Coetzee a escribir la novela
El maestro de Petersburgo, donde el estudiante asesinado no es
Ivanov sino Pavel Isaev (aquel hijo adoptado por Dostoievski en su
primer matrimonio), y Nechaev y su grupo cometen el crimen con el
propsito de atraer a Dostoievski hacia ellos: hacerlo abandonar su
exilio, lograr que entre clandestinamente en Rusia y que acepte
convertirse en el lder de todas las facciones nihilistas rusas.
Recordemos que Crimen y castigo y Memorias del subsuelo eran parte
del combustible que inclin al nihilismo a muchos de los jvenes
12. pobres que desde 1865 haban logrado acceder a la
universidad, llamados con sorna el proletariado del pensamiento. Lo
cierto es que ningn otro escritor ruso de la poca dio a aquellos
grupsculos nihilistas la importancia que les daba Dostoievski. Ni
siquiera Turgueniev, que era quien haba acuado el trmino nihilista
en su novela Padres e hijos, adjudicaba la menor capacidad de
cambiar al mundo a aquellos jvenes conspiradores. Dostoievski, en
cambio, sostena que, as como Occidente haba perdido a Cristo por
culpa del catolicismo, Rusia iba a perderse por culpa de los
nihilistas. Y los grandes culpables eran
13. esos liberales en pantuflas, esos miopes que se acercan al
pueblo sin entenderlo, todos aquellos intelectuales terratenientes
que simpatizaban con los jvenes extremistas, con Turgueniev a la
cabeza. (Aunque Padres e hijos es ms ambigua que favorable al
fenmeno nihilista, Dostoievski hace una parodia feroz de Turgueniev
en Los demonios: lo pinta como un autor de moda de espesa melena,
voz dulzona y vestuario impecable, que escribe nicamente para
lucirse y que, relatando un naufragio que ve frente a la costa
inglesa, dice: Miradme mejor a m, cmo no pude soportar la vista de
aquel nio muerto en brazos de su madre muerta).
14. La publicacin de Los demonios recibi crticas hostiles de
gran parte de la prensa rusa: el furibundo ataque contra las ideas
liberales les pareca doblemente inaceptable por provenir de un ex
presidiario poltico que se haba pasado al bando contrario. Y las
dimensiones y el extremismo que dio Dostoievski a los conjurados de
su novela les parecieron, a todos sin excepcin, excesivos,
exagerados, inverosmiles. S: excesivos, exagerados, inverosmiles. A
pesar de que en el juicio a los asesinos de Ivanov que fue
contemporneo a la publicacin de Los demonios se supo, por ejemplo,
que el propsito oculto de Nechaev al
15. ordenar el crimen fue unir ms al grupo a travs del terror.
Tambin se cit profusamente de El catecismo del revolucionario, un
panfleto redactado a medias por Nechaev y el mismsimo Bakunin en
Ginebra un ao antes, que dice cosas como sta: El revolucionario es
un hombre sin intereses propios, sin sentimientos, sin hbitos y sin
propiedades; no tiene siquiera nombre. Todo en l est absorbido por
un solo propsito: la revolucin. En aquel juicio se conden a casi la
totalidad de los procesados (ochenta y cuatro estudiantes) al
exilio en Siberia. Nechaev no estaba entre ellos: fue el nico de
los asesinos que logr huir de
16. Rusia (capturado en Ginebra a los pocos meses, permaneci
una dcada en prisiones suizas). En el juicio en Mosc, sus reclutas
contaron que una de las primeras tareas que tenan al ingresar en la
sociedad secreta era memorizar un poema dedicado a la muerte del
gran revolucionario Nechaev. Por esa clase de paralelismos entre
los nihilistas de carne y hueso y los inventados por Dostoievski,
Mximo Gorki escribi en 1906 (cuando Dostoievski llevaba ya
veinticinco aos muerto y no era nada fcil en Rusia agenciarse un
ejemplar de la novela): Los demonios es el ms perverso, y el ms
talentoso, de todos los intentos por difamar el movimiento
revolucionario
17. de la dcada del 70. Lo cierto es que aquella burguesa
ilustrada que haba respondido con escarnio a aquel pronstico de
Dostoievski en 1870 es la misma que, en 1917, huy al extranjero y
all se sent a esperar el fin de la pesadilla bolchevique, jurando
que Dostoievski lo haba vaticinado en su novela (tal como haba
anunciado su advenimiento): Los demonios no permanecern en el
cuerpo que han penetrado. Llegar el da en que Dios los expulsar, se
recitaban unos a otros. Cuarenta aos despus, Albert Camus dijo que
los argelinos que enfrentaban a los militares franceses le
recordaban a aquellos nihilistas de Los demonios.
18. Medio siglo ms tarde, cuando cayeron las Torres Gemelas,
volvieron a corporizarse los personajes de Dostoievski, esta vez
como los terroristas islmicos que se inmolaron dentro de aquellos
aviones. Los demonios tiene y seguir teniendo ese efecto porque
retrata como ninguna otra novela lo ms electrizante, terrorfico y
paradigmtico de toda conjura: ese lugar donde la fe se cruza con el
fanatismo, los fines se cruzan con los medios y los posedos se
topan con los vulgares mortales (a propsito, Los posedos y Los
endemoniados son los otros dos ttulos que ha recibido esta novela
en su traduccin a nuestro idioma).
19. PRIMERA PARTE
20. COMO INTRODUCCIN: Algunos entretelones de la vida del
querido Stepan Trofimovich Verhovenski.
21. 1 Puestos a dar comienzo al relato de los recientes y muy
particulares sucesos ocurridos en nuestra ciudad que hasta el
momento no ha recibido ni ha merecido el mote de notable, considero
oportuno, por falta de pericia, retroceder hasta una poca algo
anterior y aportar ciertos detalles biogrficos a propsito del
querido e ingenioso Stepan Trofimovich Verhovenski. Estos datos
deben ser entendidos como una introduccin a la crnica que aqu se
ofrece mientras queda para ms adelante la historia que me propongo
referir. Dicho sin rodeos: Stepan Trofimovich siempre haba
desempeado entre
22. nosotros un rol en cierto modo especial y, por as decirlo,
cvico; rol que disfrutaba con pasin, hasta un punto tal que me
atrevo a decir que sin l no habra podido vivir. No quiero decir con
esto que fuera un histrin; Dios no lo permita, ya que le tengo un
gran respeto. Es posible que todo sea cuestin de costumbre o, mejor
dicho, de una propensin suya, tan notable como pertinaz, a
fantasear, desde la infancia y con agrado, sobre lo bello y lo
cvico de su posicin. Por dar un ejemplo, se vanagloriaba siempre de
su condicin de perseguido y, si se permite la expresin, de
exiliado. Estas dos palabritas encierran cierto fulgor clsico que
lo haba deslumbrado
23. de una vez para siempre y que, elevndolo gradualmente en la
opinin que de s mismo tena, termin ubicndolo en un pedestal tan
alto como lisonjero para su vanidad. Hay una escena en cierta
novela satrica inglesa del siglo pasado, en el que un tal Gulliver,
que antes ha estado en el pas de los liliputienses donde los
habitantes no pasaban de tres pulgadas y media de altura, al volver
a su tierra lleg a considerarse como un gigante hasta el punto de
que, caminando por las calles de Londres, gritaba maquinalmente a
los transentes y los carruajes que se quitasen de delante y
cuidasen de que no los atropellase, imaginndose que l segua siendo
gigante y los otros
24. liliputienses. Por eso se convirti en el hazmerrer y en
objeto de tremendos improperios. Ms de un cochero zafio midi con su
ltigo las espaldas del gigante. Eso estaba bien? Hasta qu extremos
puede conducirnos la costumbre? La costumbre llev a un lugar
similar al pobre Stepan Trofimovich, pero de un modo ms inocente e
inofensivo, si as cabe decirlo, porque se trataba de un buen
hombre. Yo me inclino a creer que hacia el final todos y en todas
partes le olvidaron; y, sin embargo, no cabe decir que antes fuera
enteramente desconocido. No hay duda de que tambin l comparti algn
tiempo el
25. glorioso ideal de algunos prohombres de nuestra generacin
precedente y de que en cierto momento aunque slo en un breve
instante muchos irreflexivos de aquella poca pronunciaban su nombre
casi a la par de los de Chaadayev, Belinski, Granovski y Herzen ste
ltimo acababa de irse a vivir al extranjero. Ahora bien, la
actividad de Stepan Trofimovich concluy casi en el minuto mismo en
que haba empezado, como consecuencia, por as decirlo, de un
torbellino de circunstancias coincidentes. Bueno, y qu? Pues que,
como luego se vio, no solo no hubo torbellino sino ni siquiera
circunstancias, al menos en esa ocasin. Con gran asombro mo, pero
de
26. fuente absolutamente fidedigna, supe hace das que Stepan
Trofimovich no solo no viva entre nosotros, en nuestra provincia,
en calidad de exiliado, como solamos creer, sino que nunca estuvo
vigilado. Despus de esto, jzguese de lo vigorosa que es la propia
fantasa! Durante toda su vida crey con sinceridad que era temido en
ciertas esferas, continuamente, que sin pausa se le seguan y
contaban los pasos, y que cada uno de los tres gobernadores que en
nuestra provincia se haban sucedido en los ltimos veinte aos ya
traa consigo, al llegar a ella para ocupar el cargo, cierta opinin
preconcebida respecto de l, sugerida desde arriba al drsele posesin
del gobierno. Si
27. alguien hubiese asegurado entonces a Stepan Trofimovich que
nada tena que temer, se habra ofendido sin duda. Era, no obstante,
hombre de aguda inteligencia y dotes sobresalientes, hombre de
ciencia, si cabe definirlo as, aunque, bien mirado, en ciencia...,
bueno, para decirlo de una vez, en ciencia no haba hecho gran cosa,
y segn parece, nada en absoluto. Pero as sucede bastante a menudo
con los hombres de ciencia aqu en Rusia. Regres del extranjero y
consigui distinguirse como profesor de una ctedra universitaria
hacia fines de la dcada de los cuarenta. No lleg a explicar ms que
unas pocas clases, aparentemente sobre los rabes; pero
28. alcanz a defender una brillante disertacin sobre la
creciente importancia civil y hansetica de la ciudad alemana de
Hanau entre los aos 1413 y 1428, as como sobre los motivos oscuros
y singulares de que tal importancia no llegase a cuajar. La mentada
disertacin fue un sutil y punzante ataque contra los eslavfilos de
entonces, entre los cuales se gan al punto un sinfn de enemigos
acrrimos. Ms tarde despus de perder la ctedra logr publicar (en
cierto modo por venganza y para hacerles ver lo que se haban
perdido) en una revista progresista mensual, que imprima
traducciones de Dickens y artculos de propaganda de George Sand,
el
29. comienzo de un estudio sumamente profundo sobre las causas,
al parecer, de la inslita rectitud moral, o algo por el estilo, de
ciertos caballeros de no s qu poca. En fin, que desarrollaba
conceptos de alto vuelo y excelencia nada comn. Andando el tiempo
se dijo que la continuacin del estudio haba sido prohibida deprisa.
Tal vez haya sido as y tambin es posible que la revista misma
hubiera sido perseguida por haber publicado la primera mitad.
Pensemos que en aquellos tiempos todo era posible. Pero en el caso
presente lo ms probable es que no fuese eso lo ocurrido, sino que
el autor mismo, por pura pereza, no llegara a concluir el ensayo.
Puso fin a sus lecciones de
30. ctedra sobre los rabes porque alguien (por lo visto uno de
sus enemigos retrgrados) haba interceptado, no se sabe cmo, una
carta a no se sabe quin, en la que se exponan ciertas
circunstancias en virtud de las cuales alguna persona le peda
explicaciones. No s si es cierto, pero se afirmaba adems que en
Petersburgo haba sido descubierta por esas fechas una sociedad
subversiva y antigubernamental de gran alcance, compuesta de unas
trece personas, dispuesta a quebrantar los cimientos del Estado.
Tambin se deca que haban proyectado traducir incluso las obras del
mismsimo Fourier. Sucedi que por aquel entonces fue interceptado
en
31. Mosc un poema de Stepan Trofimovich, escrito unos seis aos
antes en Berln, en su primera juventud, que circulaba manuscrito
entre dos aficionados y un estudiante. Ese poema lo tengo ahora en
mi mesa. Lo recib este ao pasado, manuscrito de puo y letra del
propio Stepan Trofimovich, con una dedicatoria suya y bellamente
encuadernado en marroqu rojo. Por lo dems, no carece de lrica y
hasta se vislumbra cierto talento; poema extrao, pero entonces (a
saber, en los aos treinta) era parte del estilo. Me resulta difcil
explicar el argumento, porque, a decir verdad, no lo comprendo. Se
trata de una especie de alegora en forma lrico-dramtica que
recuerda la
32. segunda parte de Fausto. La escena se abre con un coro de
mujeres, al que sucede un coro de hombres, seguido a su vez de un
coro de cierta clase de espritus y, al final, de todo un coro de
almas que no viven an, pero que tienen ganas de vivir. Todos estos
coros cantan de algo indefinido, por lo general de la maldicin para
algunas personas, pero con unos matices muy graciosos. La escena
cambia de pronto y se inicia un Festival de la Vida, en el que hay
hasta insectos que cantan, aparece una tortuga con ciertas palabras
sacramentales latinas y, si mal no recuerdo, tambin canta sobre no
s qu un mineral, quiero decir, algo an enteramente inanimado. En
general,
33. todos cantan a ms y mejor, y si hablan es para injuriarse
vagamente, pero, repitmoslo, con cierto matiz de algo muy
significativo. Por ltimo, la escena cambia una vez ms: aparece un
lugar agreste y entre los riscos pasa corriendo un joven civilizado
que arranca y chupa unas hierbas y que preguntado por un hada por
qu chupa esas hierbas, responde que, sintindose rebosante de vida,
busca el olvido y lo encuentra chupando esas hierbas, pero que su
deseo principal es el de perder cuanto antes la razn (tal vez
tambin un deseo superfluo). Entonces aparece de pronto un mancebo
de belleza indescriptible montado en un corcel negro y seguido de
la imponente muchedumbre de todos los
34. pueblos. El mancebo representa la Muerte y todos los
pueblos van tras ella con ansia. Y, por ltimo, en la escena final
surge la torre de Babel y unos a modo de atletas que completan su
arquitectura entre cantos de nueva esperanza; y cuando la han
terminado hasta la cpula misma, el seor (supongo que del Olimpo) se
fuga de la manera ms ridcula y la humanidad, que adivina lo que
pasa y ocupa su puesto, inicia enseguida una nueva vida con una
nueva mirada. Ese poema tambin fue tildado de peligroso entonces.
Yo propuse el ao pasado a Stepan Trofimovich que lo publicara, dado
que ahora sera considerado absolutamente inofensivo, pero l rechaz
la propuesta
35. con evidente desagrado. La opinin de que el poema era
completamente inofensivo no le gust, y a ella achaco cierta
frialdad que me mostr durante un par de meses. Bueno, y qu? Pues
inopinadamente, y casi cuando yo le propona que lo publicase aqu,
lo publicaron all, esto es, en el extranjero, en una de las
colecciones revolucionarias y sin decirle a Stepan Trofimovich.
Tuvo miedo al principio, fue muy asustado a encontrarse con el
gobernador y escribi a Petersburgo una carta dignsima de
justificacin que me ley dos veces, pero que no envi por no saber a
quin dirigirla. En resumen, que anduvo preocupado un mes entero;
pero yo estoy seguro de que en las
36. recnditas entretelas de su corazn se senta
extraordinariamente halagado. Casi dorma con el ejemplar de la
coleccin que se haba procurado y de da lo esconda bajo el colchn,
sin permitir siquiera que la criada le hiciese la cama; y que
aunque de un da para otro esperaba la llegada de un telegrama de
Dios sabe dnde, miraba a todo el mundo por encima del hombro. Ningn
telegrama lleg. Se amig conmigo entonces y dej demostrada su falta
de rencor y la bondad infinita que guardaba en su corazn.
37. 2 No estoy diciendo que no sufriera. Slo que ahora tengo la
plena seguridad de que hubiera podido seguir hablando de los rabes
cuanto hubiera querido a cambio de dar las explicaciones
necesarias. Pero entonces se subi a la parra y con ligereza
singular se persuadi de una vez para siempre de que su carrera haba
sido desbaratada para toda la vida por el torbellino de las
circunstancias. Pero, la verdad sea dicha, la causa real de la
interrupcin de la carrera se encuentra en la delicada propuesta,
seguida antes y reiterada ahora, que le hizo Varvara Petrovna
Stavrogina, esposa de un teniente
38. general y conocida ricachona, de encargarse de la educacin
y el desarrollo intelectual de su nico hijo, en calidad de supremo
profesor y amigo y casi sin honorarios. Se lo haba propuesto
primero en Berln, para cuando Stepan Trofimovich haba enviudado por
vez primera. Su primera mujer haba sido una muchacha frvola de
nuestra provincia. Se haban casado muy jvenes; y, segn parece, no
lo haba pasado bien con ella joven agraciada, por lo dems por falta
de medios para mantenerla, amn de otros motivos algo delicados.
Falleci en Pars (estuvo los ltimos tres aos separada del marido), y
le dej un hijo de cinco aos, fruto de un primer amor,
39. gozoso y an limpio, como dijo el mismo Stepan Trofimovich
en un arranque de congoja. Al nio lo enviaron en seguida a Rusia,
donde se cri en lugar apartado bajo el cuidado de unas tas lejanas.
Stepan Trofimovich rehus la propuesta hecha entonces por Varvara
Petrovna y volvi a casarse en seguida, en menos de un ao, con una
berlinesa taciturna y, lo ms curioso, sin que mediara necesidad de
hacerlo. Surgieron, sin embargo, otros motivos para que renunciara
a su puesto de profesor. Lo subyugaba en esa poca la fama clamorosa
de un profesor inolvidable, y l, a su vez, vol a la ctedra, para la
que se prepar con el fin de probar en ella sus propias alas de
40. guila. Y he aqu que, despus de quemarse las alas, se acord
naturalmente de la propuesta que una vez lo haba hecho dudar de
aceptar o no. Con su segunda esposa no alcanz a vivir un ao: ella
muri de pronto, hecho que termin de resolver la cosa. Lo dir con
elegancia: las cosas se resolvieron con viva simpata y gracias a la
valiosa clsica, podra decirse amistad que le profes Varvara
Petrovna, si es que as puede hablarse de la amistad. l se arroj en
brazos de tal amistad, que se fue fortaleciendo durante ms de
veinte aos. He usado la expresin se arroj en brazos de tal amistad,
pero Dios perdone a quien piense en algo deshonesto o
superfluo
41. esos abrazos hay que entenderlos slo en un sentido
altamente moral. Un vnculo sumamente sutil y delicado una a estos
dos notabilsimos seres y los una para siempre. Tambin acept el
puesto de profesor porque la finca muy pequea que le haba quedado
en herencia de su primera esposa estaba al lado de Skvoreshniki,
magnfica hacienda cercana a la ciudad que los Stavrogin tenan en
nuestra provincia. As, pues, en el silencio del despacho y sin
tareas universitarias, caba consagrarse al cultivo de la ciencia y
enriquecer el saber patrio con las ms profundas investigaciones.
Esas investigaciones nunca se produjeron, pero s la posibilidad de
considerarse el
42. resto de su vida ms de veinte aos como una especie de
reproche en persona ante la patria, segn la expresin de un poeta
popular: Como reproche en persona te erguiste ante la patria,
.............................. oh, idealista liberal! Tal vez la
persona a quien se refiere el poeta popular tuviera derecho a
pretender estar, si as lo deseaba, con esa postura erguida, por ms
aburrido que le resultara. Ahora bien, nuestro Stepan Trofimovich
no pas de un imitador en comparacin con persona semejante; la
postura erguida lo cansaba y se acostaba a cada rato. Pero aun
43. tirado, la personificacin del reproche se conservaba en
posicin yacente hay que decirlo en justicia tanto ms cuanto que
ello bastaba a la sociedad provinciana. Si lo hubieran visto
ustedes cuando se sentaba a jugar a las cartas en el club! Su
aspecto entero deca: Cartas! Me siento a jugar con ustedes a las
cartas! A esto he llegado? Quin es el responsable de esto? Quin ha
destruido mi carrera y la ha modificado en una partida de cartas?
Ah, perezca Rusia!. Y con dignidad ganaba una mano con el as de
copas. Y de veras que se desviva por jugar a las cartas, lo que le
caus y ltimamente ms que nunca frecuentes y enojosas escaramuzas
con Varvara
44. Petrovna, mayormente porque perda una vez y otra tambin.
Pero qudese esto para ms tarde. Dir slo que era un hombre
escrupuloso (mejor dicho, de vez en cuando) y que por ello se
entristeca a menudo. Durante los veinte aos de amistad con Varvara
Petrovna caa regularmente tres o cuatro veces al ao en lo que
nosotros solamos denominar melancola cvica, o ms sencillamente,
abatimiento, pero la frasecilla sa agradaba a la muy respetable
Varvara Petrovna. Ms adelante, adems de caer en esa melancola, se
zambull en el champn, porque la vigilante Varvara Petrovna lo
protegi siempre de las tentaciones vulgares. Y la verdad es que
andaba
45. necesitado de alguien que lo protegiese, porque a veces se
pona muy raro: en medio de la melancola ms refinada soltaba de
pronto a rer del modo ms ordinario. A veces hasta empezaba a hablar
de s mismo en tono zumbn. Ella era la mujer clsica, la
mujer-Mecenas, que obraba slo guiada por los ms altos pensamientos.
Cardinal fue la influencia que durante veinte aos ejerci esta
excelente dama sobre su pobre amigo. A ella hay que consagrar un
comentario especial y a eso voy.
46. 3 A veces existen unas amistades muy particulares en las
que da la impresin de que un amigo quiere devorar al otro y
viceversa, pasan as casi toda la vida y, sin embargo, nunca se
separan. Peor, la separacin resulta inconcebible: el primero de los
amigos que se enfada y rompe el vnculo cae enfermo y acaso muere
cuando ello ocurre. S muy bien que algunas veces, despus de las ms
ntimas confidencias con Varvara Petrovna, cuando sta se retiraba,
Stepan Trofimovich se levantaba de un salto del divn y empezaba a
dar puetazos a la pared. As como lo cuento, suceda, hasta el
47. punto de que una de esas veces hizo saltar el estuco de la
pared. Tal vez alguien quiera saber cmo puedo conocer un detalle
tan nimio. Y qu, si yo mismo fui testigo? Y qu, si el propio Stepan
Trofimovich llor ms de una vez apoyado en mi hombro mientras
describa en vivos colores sus secretos? (Lo que no me contara!).
Pero he aqu lo que pasaba casi siempre despus de esos arrebatos: al
da siguiente estaba dispuesto a crucificarse a s mismo por su
ingratitud. Me mandaba llamar aprisa y corriendo o vena volando a
verme con el solo fin de hacerme saber que Varvara Petrovna era un
ngel de honorabilidad y delicadeza y l justamente lo contrario. No
slo vena
48. corriendo a verme, sino que con frecuencia se lo deca a
ella misma en cartas elocuentes, con su firma y todo. Le confesaba
que la vspera, sin ir ms lejos, haba dicho a algn pongamos por caso
amigo que ella lo retena por vanidad y lo envidiaba por su sabidura
y talento; ms an, que lo odiaba y que no se atreva a manifestar
abiertamente su odio por miedo a que l se fuera, con lo que
perjudicara la reputacin literaria de la dama; que como
consecuencia de esto se despreciaba a s mismo y haba decidido darse
muerte violenta y que esperaba de ella una palabra final que lo
resolviera todo, etc, etc, y as por el estilo. Dicho lo cual, no
resulta gran trabajo imaginarse hasta qu
49. punto de histeria llegaban a veces los ataques de este
hombre, el ms inocente de todos los adolescentes de cincuenta aos.
Yo mismo le en cierta ocasin una de esas misivas, escrita a raz de
un altercado entre ambos por un motivo balad, pero que fue
envenenndose gradualmente. Qued aterrado y le supliqu que no
enviase la carta. Imposible..., es ms honorable..., el deber..., me
muero si no le confieso todo, todo! respondi casi enfebrecido. Y
envi la carta. All estaba la diferencia entre ambos. Varvara
Petrovna nunca habra mandado carta semejante. Es cierto que a l le
gustaba con pasin escribir, que aunque viva bajo el mismo techo que
ella le
50. escriba, y en momentos de histeria hasta dos cartas al da.
S de buena fuente que ella lea las cartas con grandsima atencin,
hasta cuando reciba dos al da, y despus de leerlas las encerraba en
un cofrecillo especial pulcramente anotadas y clasificadas; adems,
las apreciaba en alto grado. Luego, sin responderle nada a su amigo
en todo el da, volva a reunirse con l como si tal cosa, como si el
da anterior no hubiera ocurrido nada de particular. Con el tiempo
lleg a domesticarlo de tal modo que ni l mismo se atreva a aludir a
la vspera, limitndose a mirar a su amiga fijamente durante algn
tiempo. Ella no olvidaba y l olvidaba a veces demasiado pronto, y
adems, alentado
51. por la calma que ella mostraba, volva, a veces el mismo da,
a las risotadas y a los tumbos bajo los efectos del champn si venan
amigos de visita. Con qu ojos cargados de veneno lo miraba ella en
tales ocasiones! Y l segua sin darse por aludido. Tal vez una
semana ms tarde, o un mes, o a veces hasta seis meses, en un
momento dado, recordando de pronto alguna frase de la susodicha
carta y despus la carta entera en todos sus detalles, se senta
morir de vergenza y su tormento llegaba a producirle ataques de
gastritis. Estos ataques, tpicos en l, eran a menudo la
consecuencia natural de su tensin nerviosa y un rasgo peculiar de
su complexin fsica.
52. A decir verdad, lo probable es que Varvara Petrovna lo
aborreciera bastante a menudo. l, sin embargo, nunca lleg a
percatarse de que haba acabado por convertirse en hijo de ella, en
su creacin, cabe decir que en su adquisicin; que se haba hecho
carne de su carne, y que no era slo por envidia de su talento por
lo que ella lo mantena consigo. Cun ofendida se habr sentido! Ella
encubra, por lo visto, un amor intolerable por l, mezclado con odio
continuo, celos y desprecio. Lo resguardaba de todo grano de polvo,
actu como su niera durante veintids aos, y no habra pegado los ojos
noches enteras si hubiera credo que su fama de poeta, de erudito y
de
53. prohombre pblico corra peligro. Era ella quien lo haba
inventado y era la primera en creer su propia invencin. Era algo as
como un sueo suyo. Pero a cambio de ello exiga de l demasiado, a
veces hasta esclavitud. Era rencorosa a ms no poder. A propsito de
esto ltimo voy a compartir aqu un par de ancdotas.
54. 4 Cuando los rumores de que se liberara a los siervos
comenzaron a circular por Rusia, visit a Varvara Petrovna un barn
que vena de Petersburgo, hombre muy relacionado en la alta sociedad
y muy cercano al gran acontecimiento. Varvara Petrovna apreciaba
mucho tales visitas, porque desde la muerte de su marido sus
contactos con la alta sociedad haban ido languideciendo y haban
acabado por interrumpirse por completo. El barn estuvo tomando el t
con ella. Estaban solos, salvo por Stepan Trofimovich, a quien
Varvara Petrovna haba invitado y deseaba exhibir. El
55. barn ya haba odo hablar algo de l o fingi haber odo, pero
durante el t habl poco con l. Stepan Trofimovich quiso, por
supuesto, quedar bien, amn de que sus modales eran exquisitos.
Aunque de familia no muy encopetada, segn parece, tuvo la suerte de
criarse desde la niez en una casa humilde de Mosc y, por
consiguiente, con bastante esmero. Hablaba francs como un
parisiense. De este modo, el barn debi de comprender desde el
primer momento de qu clase de gente se rodeaba Varvara Petrovna aun
en el aislamiento de la provincia. Pero no fue as. Cuando el
visitante confirmaba sin reservas la absoluta autenticidad de los
primeros rumores que entonces
56. empezaba a circular sobre la gran reforma, Stepan
Trofimovich no pudo contenerse, grit de pronto Hurra! e hizo con la
mano un gesto de entusiasmo. No fue un grito muy agudo ni careci de
decoro. Tal vez el entusiasmo fuese premeditado y el gesto ensayado
ante el espejo media hora antes del t; pero algo debi de fallarle,
porque el barn se permiti una ligera sonrisa aunque, al momento y
con exquisita cortesa, se puso a hablar de la emocin general y
natural que embargaba todos los corazones rusos ante el magno
acontecimiento. Poco despus se despidi, sin olvidar al marcharse
alargar un par de dedos a Stepan Trofimovich. De regreso a la
sala,
57. Varvara Petrovna se qued callada unos minutos como si
buscara algo en la mesa hasta que de pronto mir a Stepan
Trofimovich, plida y con ojos centelleantes, y le dijo en voz baja:
Nunca le perdonar lo que ha hecho! Al siguiente da se reuni con su
amigo como si nada hubiera pasado. Nunca aludi a lo ocurrido. Pero
trece aos despus, en un momento trgico, lo record y se lo reproch
de nuevo, palideciendo como trece aos antes cuando lo haba dicho
por vez primera. Slo dos veces en la vida le haba dicho Nunca le
perdonar lo que ha hecho!. Lo del barn era ya la segunda; pero la
primera fue a su modo tan caracterstica
58. y vino, por lo visto, a significar tanto en el destino de
Stepan Trofimovich que he decidido referirme a ella. Ello sucedi en
la primavera de 1855, en el mes de mayo, justamente despus de
recibirse en Skvoreshniki la noticia del fallecimiento del teniente
general Stavrogin, viejo frvolo, muerto de una afeccin al estmago
cuando iba camino de Crimea para incorporarse al servicio activo.
Varvara Petrovna qued viuda y se puso de luto riguroso. Verdad es
que no debi de sentir mucho dolor porque, por incompatibilidad de
caracteres, llevaba cuatro aos separada del marido, a quien vena
pasando una pensin (el teniente general contaba slo con centenar y
medio de siervos y la
59. paga militar, adems de una alta graduacin y relaciones,
porque todo el dinero, as como Skvoreshniki, perteneca a Varvara
Petrovna, hija nica de un rentista riqusimo). Ello no obstante,
qued impresionada con lo inesperado de la noticia y determin vivir
en completa soledad. Ni que decir tiene que Stepan Trofimovich fue
su compaero inseparable. Mayo estaba a pleno. Los atardeceres eran
maravillosos. Florecan los cerezos silvestres. Los dos amigos se
reunan a ltima hora de la tarde en el jardn y, sentados en el
cenador hasta entrada la noche, compartan sus ideas y pensamientos.
Haba momentos poticos. Afectada por el cambio de
60. vida, Varvara Petrova hablaba ms que de ordinario. Pareca
querer apretarse contra el corazn de su amigo y as transcurrieron
varios das. De pronto se le ocurri a Stepan Trofimovich un
pensamiento extrao: No contaba con l la viuda inconsolable y no
esperara de l una propuesta de matrimonio al cabo del ao de luto?.
Era un pensamiento cnico, pero cuando ms excelso es un espritu
tanto ms contribuye a la preferencia por los pensamientos cnicos,
tal vez slo por las mltiples posibilidades que ofrecen. Empez a
examinar el asunto detenidamente y lleg a la conclusin de que as
pareca ser. Se deca s, es una hacienda enorme, pero.... En
realidad,
61. Varvara Petrovna no tena pizca de hermosa. Era alta,
amarilla de tez, huesuda, de rostro desmesuradamente largo con un
no s qu caballuno. Stepan Trofimovich vacilaba cada da ms, lo
atormentaba la duda y hasta llor de indecisin un par de veces
(lloraba con bastante frecuencia). Sin embargo, a la cada de la
tarde, su semblante empez a reflejar algo equvoco e irnico, una
pauta de coquetera al par que de altivez. Esto sucede a menudo sin
querer, involuntariamente, y es tanto ms perceptible cuanto ms
honrado es un hombre. Quin sabe cmo juzgar el caso, pero lo ms
probable es que en el corazn de Varvara Petrovna no hubiera nada
que justificase las sospechas de
62. Stepan Trofimovich. Por otra parte, ella no habra
modificado el apellido Stavrogina por el de l, por muy famoso que
ste fuera. Tal vez todo se redujo a un pasatiempo de parte de
Varvara Petrovna, la revelacin de una inconsciente exigencia de
mujer, muy natural en algunas circunstancias excepcionales. Pero no
puedo poner las manos en el fuego por ello. Hasta hoy sigue siendo
un misterio el corazn femenino. Pero contino con mi relato. Es
posible suponer que ella, ms observadora y sagaz, adivin enseguida
por detrs de la extraa expresin del semblante de su amigo, que con
frecuencia demostraba una inocencia excesiva. No obstante, los
encuentros
63. vespertinos seguan su curso acostumbrado y los coloquios
eran igual de lricos e interesantes. Ocurri que en cierta ocasin,
despus de un dilogo animado y potico, se separaron llegada la
noche, dndose un cordial apretn de manos a la puerta de la casita
en donde resida Stepan Trofimovich. Los veranos se instalaban en
esa dependencia, situada casi en el jardn de la enorme mansin
seorial de Skvoreshniki. Acababa de entrar en su vivienda y, en
desabrida meditacin, se dispona a encender un cigarro y, sin
encenderlo an, se haba detenido vencido por el cansancio,
paralizado ante la ventana abierta, mirando las nubes blancas y
tenues como pulmn de ave que se
64. desliza en torno a la brillante luna. De pronto, un ligero
susurro lo sobresalt. All estaba otra vez Varvara Petrovna, de
quien se haba separado slo cuatro minutos antes. El rostro amarillo
de la dama haba tomado un matiz casi azulado y le temblaban las
comisuras de los labios apretados. Durante diez segundos por lo
menos le clav la mirada, en silencio, con mirada dura e implacable,
y de pronto musit con rapidez: Jams le perdonar lo que ha hecho!
Cuando transcurridos diez aos de esta escena Stepan Trofimovich me
contaba su melanclica historia en voz baja y a puerta cerrada,
juraba que fue
65. tal la impresin que aquello le produjo que no vio ni oy
desaparecer a Varvara Petrovna. Dado que ms tarde ella no aludi
jams a lo ocurrido y las cosas siguieron como antes, lleg a pensar
que todo haba sido una alucinacin, un amago de dolencia, tanto ms
cuanto que esa misma noche cay en efecto enfermo y lo estuvo quince
das, lo que muy a propsito vino a interrumpir las entrevistas en el
cenador. Pero lejos de pensar en una alucinacin, todos los das de
su vida aguard la continuacin o, si se prefiere, el desenlace de
este acontecimiento. No crea que pudiese terminar as. Y si as
termin, motivo tuvo para mirar de reojo a su amiga ms de una
vez.
66. 5 El traje que llev siempre se lo haba diseado ella. Era
elegante y con estilo: levita negra de amplios faldones abrochada
casi hasta el cuello, pero que le sentaba muy bien; sombrero blando
(en verano de paja) de alas anchas; corbata blanca de batista con
nudo grueso y puntas colgantes; bastn con puo de plata; y, como si
esto fuera poco, cabello hasta los hombros. Era de pelo castao
oscuro que slo en los ltimos aos haba empezado a encanecer. Siempre
afeitado por completo. Me han dicho que cuando era joven era muy
buen mozo, y segn mi opinin, aun en la vejez resultaba de
67. veras impresionante. Quin dice vejez a los cincuenta y tres
aos? Pero por cierta coquetera de hombre pblico no slo no presuma
de joven, sino que hasta haca alarde de la solidez de sus aos.
Alto, delgado, con su traje y el cabello hasta los hombros, se
pareca a un patriarca, o, mejor an, al retrato del poeta Kukolnik,
litografiado all por los aos treinta con motivo de cierta edicin,
sentado en un banco del jardn un da de verano, bajo un lilo en
flor, con las manos apoyadas en el bastn, un libro abierto a su
lado y entusiasmado poticamente ante la puesta de sol. En cuanto a
libros dir que ltimamente tena la lectura algo abandonada, pero slo
ltimamente. Lo que lea sin
68. descanso eran peridicos y revistas, a los que en gran nmero
estaba suscripta Varvara Petrovna. Se interesaba tambin de continuo
por los xitos de la literatura rusa, pero sin perder un pice de su
dignidad. Hubo un momento en que estuvo a punto de entusiasmarse
por el estudio de nuestra alta poltica contempornea, de nuestros
asuntos interiores y exteriores, pero pronto abandon la idea con un
gesto de desdn. Ocurra a veces que sala al jardn con un libro de
Tocqueville y llevaba oculto en el bolsillo otro de Paul de Dock.
Pero esto no tiene gran importancia. Agregar un parntesis acerca
del retrato de Kukolink. Varvara Petrovna
69. se encontr por primera vez con esa litografa cuando, todava
muy joven, resida en un distinguido pensionado de Mosc. Se enamor
del retrato en el acto, como es costumbre entre jvenes
pensionistas, que se enamoran de lo primero que se presenta y, en
particular, de sus profesores, sobre todo de los de caligrafa y
dibujo. Pero lo curioso no es la mana de las muchachas, sino que,
ya en la cincuentena, Varvara Petrovna conservaba an esa litografa
entre sus alhajas ms preciadas, de modo que tal vez por eso dise
para Stepan Trofimovich un traje algo semejante al del retrato.
Pero, claro, esto tambin es nimiedad. En los primeros aos, o,
ms
70. precisamente en la primera mitad de su residencia con
Varvara Petrovna, Stepan Trofimovich pensaba an en alguna obra y
todos los das se dispona seriamente a escribirla. Pero hacia la
segunda mitad pareci olvidar hasta las cosas ms sabidas. Con
creciente frecuencia nos deca: Estoy, segn creo, dispuesto para el
trabajo, tengo reunidos los materiales. No hago nada. Y bajaba la
cabeza en seal de gran preocupacin. No hay duda de que esto lo
engrandeca ante nuestros ojos como un mrtir de la ciencia, pero l
pensaba en otra cosa. Me han olvidado; nadie me necesita!,
exclamaba ms de una vez. Esta pronunciada melancola lo gobern sobre
todo al final de la dcada de los
71. cincuenta. Varvara Petrovna lo advirti cuando el asunto ya
era grave. Adems, no poda tolerar la idea de que su amigo hubiera
sido postergado y olvidado. Para conseguir distraerlo e incluso
hacer reverdecer sus laureles lo llev entonces a Mosc, donde ella
contaba con algunas amistades entre eruditos y hombres de letras;
pero, por lo visto, la visita a Mosc tampoco result satisfactoria.
Era aqulla una poca singular. Despuntaba algo nuevo, algo en nada
anlogo a la calma anterior, algo raro, perceptible por doquier,
incluso en Skvoreshniki. Circulaban rumores de toda clase. Los
hechos eran, por lo general, ms o menos conocidos, pero
72. era evidente que iban acompaados de ciertas ideas y, lo que
era an ms significativo, en cantidad muy considerable. Lo
desconcertante era que no haba medio de acomodarse a esas ideas, de
enterarse de en qu consistan precisamente. Varvara Petrovna, por su
condicin de mujer, ansiaba averiguar el secreto. Psose a leer por
su cuenta peridicos y revistas, publicaciones extranjeras
prohibidas, y hasta proclamas revolucionarias que a la sazn
empezaban a aparecer (pudo agenciarse todo ello), pero slo consigui
calentarse la cabeza. Decidi entonces escribir cartas, pero recibi
pocas respuestas. Cuanto ms tiempo pasaba, ms incomprensible
resultaba
73. todo ello. Invit solamente a Stepan Trofimovich a que le
explicara todas esas ideas de una vez para siempre, pero qued muy
descontenta con sus explicaciones. La opinin de Stepan Trofimovich
sobre la totalidad del movimiento fue arrogante en extremo: todo se
reduca a que l haba sido olvidado y a que ya nadie lo necesitaba.
Lleg por fin la hora de que hasta de l se acordaban, primero en
publicaciones extranjeras, como de un mrtir exiliado, y despus en
Petersburgo, como antigua estrella de una constelacin conocida.
Llegaron a compararlo con Radischev, vaya uno a saber por qu. Luego
dijo alguien en letras de molde que ya haba muerto y prometi
publicar su
74. necrologa. Stepan Trofimovich resucit al instante y levant
la cresta. La altivez con que miraba a sus contemporneos se esfum
como por ensalmo y en su lugar surgi el ardiente afn de sumarse al
movimiento y patentizar sus fuerzas. Varvara Petrovna recobr al
punto su confianza y comenz a trajinar sin descanso. Qued acordado
que se trasladaran sin demora a Petersburgo para ponerse al
corriente de todo lo tocante al movimiento, examinar las cosas
personalmente y, de ser posible, entrar en accin en cuerpo y alma,
indivisiblemente. Entre otras cosas, Varvara Petrovna se declar
dispuesta a fundar su propia revista y consagrarle, desde luego, su
vida entera. Al ver hasta
75. dnde iban las cosas, Stepan Trofimovich se mostr an ms que
arrogante y, ya en camino, empez a tratar a Varvara Petrovna casi
con condescendencia, lo que ella grab en su corazn para no
olvidarlo. Pero es el caso que ella tena otro motivo relevante para
hacer el viaje, a saber: la reanudacin de relaciones con la alta
sociedad. Era necesario, en la medida de lo posible, hacerse
recordar en el mundo, o al menos intentarlo. El pretexto que vena a
cuento era que el viaje se hara por su necesidad de ver a su nico
hijo, que por entonces terminaba sus estudios en el liceo de
Petersburgo.
76. 6 En Petersburgo pasaron todo el invierno. Pero al llegar
la Pascua de Resurreccin todo se deshizo como una irisada pompa de
jabn. Los sueos se esfumaron y la confusin, lejos de despejarse, se
acentu. Para empezar, las relaciones con la alta sociedad no
pasaron de mero conato, como mucho digamos que fueron escasas y a
costa de esfuerzos humillantes. Ofendida, Varvara Petrovna se
entreg de cuerpo y alma a las nuevas ideas y abri un saln. Hizo un
llamamiento a los literatos y acudi una muchedumbre de ellos. Luego
acudieron sin que nadie los llamara; unos traan a otros. Nunca
haba
77. visto ella a literatos como sos. Eran increblemente
vanidosos, pero a cara descubierta, como cumpliendo una obligacin.
Otros (aunque no todos, ni mucho menos) llegaban borrachos, pero
como si reconocieran en ello un encanto singular descubierto slo la
noche antes. Eran excesivamente orgullosos absolutamente todos. En
sus rostros se lea que acababan de hallar algn secreto de fenomenal
importancia. Rean entre s, tenindolo a mucha honra. Difcil era
averiguar qu era precisamente lo que escriban: haba crticos,
novelistas, dramaturgos, satricos, denunciadores de abusos. Stepan
Trofimovich consigui ingresar en el ms alto de sus crculos,
78. cabalmente en el que llevaba la direccin del movimiento. Se
le hizo muy difcil llegar a esas alturas, pero lo recibieron con
alborozo, aunque nadie, en realidad, saba nada de l, ni haba odo
decir nada de l, sino que representaba una idea. l se las arregl
para invitarlos, a pesar de sus aires olmpicos, al saln de Varvara
Petrovna un par de veces. Eran personas muy serias y corteses, de
porte muy decoroso. Los dems visiblemente les tenan miedo, pero
bien se notaba que no tenan tiempo que perder. Tambin se
presentaron dos o tres figuras literarias notables de aos atrs que
se hallaban por casualidad en Petersburgo y con quienes Varvara
Petrovna mantena
79. desde haca tiempo muy finas relaciones. Pero, con asombro
de la dama, a estas genuinas e indudables notabilidades no les
llegaba la camisa al cuerpo; algunas de ellas no tenan reparo en
hacer la rueda a esa nueva chusma y adularla de manera vergonzosa.
Al principio le fue bien a Stepan Trofimovich; se aduearon de l y
empezaron a exhibirlo en reuniones literarias pblicas. La primera
vez que subi a la tribuna en uno de los recitales literarios para
leer algo, fue una ovacin del pblico que dur unos cinco minutos.
Nueve aos ms tarde se acordaba de esta escena con lgrimas en los
ojos, aunque ms por lo artstico de su pose que por su gratitud.
Juro y
80. apuesto me confes l mismo (pero slo a m y en secreto) que
en todo ese pblico no haba una sola persona que supiera realmente
de m!. Confesin interesante, porque bien se ve que el hombre tena
entendimiento agudo si en aquella ocasin, en la tribuna, se dio tan
clara cuenta de su posicin, a pesar del arrobamiento que debi de
sentir; y, por otra parte, bien se ve que careca de entendimiento
agudo: aos despus no poda recordar estos hechos sin experimentar un
sentimiento de agravio. Le reclamaron que firmase dos o tres
protestas colectivas (sin que supiera contra qu se protestaba) y
firm. A Varvara Petrovna tambin la conminaron a firmar contra
cierta
81. accin abominable, y ella tambin firm. Esto no quitaba que
la mayora de esa gente nueva que visitaba a Varvara Petrovna se
creyera obligada por algn motivo a mirarla con desprecio y a rerse
de ella en su mismsima cara. Luego de unos aos, me dio a entender
Stepan Trofimovich que ella le haba tenido envidia desde entonces.
La dama saba, por supuesto, que le era imposible alternar con esas
gentes, pero segua recibindolas con ansia, con histrica impaciencia
femenina y esto es lo principal esperaba sacar algn provecho de
ello. En las reuniones de su casa hablaba poco, aunque habra podido
hacerlo, pero prefera escuchar. All se charlaba de la abolicin de
la
82. censura y la reforma de la ortografa, de la sustitucin del
alfabeto ruso por el latino, del destierro de Fulano de Tal
ocurrido el da antes, de algn escndalo en las galeras donde estaban
las tiendas de lujo, de la conveniencia de desmembrar a Rusia en
comarcas tnicas con libre organizacin federal, de la abolicin del
ejrcito y la marina, de la reestructuracin de Polonia hasta el
Dniper, de la reforma agraria y propaganda revolucionaria, de la
abolicin de la herencia, la familia, los hijos y el clero, de los
derechos de la mujer, de la casa de Krayevski, cuya suntuosidad
nunca se le perdonar a Krayevski, etc, etc. Era evidente que en esa
caterva haba muchos pcaros, pero
83. tambin, sin duda, muchas personas honradas, ms an,
encantadoras, no obstante las sorprendentes diferencias de carcter.
Las honradas eran ms incomprensibles que las perversas y groseras,
pero nadie saba quin manipulaba a quin. Cuando Varvara Petrovna
declar su intencin de fundar una revista, el nmero de visitantes
aument, pero tambin es cierto que al poco tiempo comenzaron a
acusarla de capitalista y explotadora del trabajo. El descaro de
las acusaciones corra parejo con lo inesperado de ellas. El anciano
general Ivn Ivanovich Drozdov, antiguo amigo y compaero de servicio
del difunto general Stravrogin, hombre dignsimo (aunque a su
manera) y a
84. quien todos conocamos aqu, pero sobremanera terco y
atrabiliario, glotn consumado a quien espantaba el atesmo, ri en
una de las reuniones en casa de Varvara Petrovna con un conocido
joven. ste, a la primera de cambio, exclam: Por lo que dice, se ve
que usted es general, queriendo significar que no haba insulto
mayor que se. Ivn Ivanovich se encoleriz en grado sumo: S, seor,
soy general, teniente general, y he servido a mi soberano, y t eres
un mocoso y un ateo!. Se produjo un escndalo impresionante. Al da
siguiente apareci el suceso en letras de molde y se procedi a la
redaccin de una queja colectiva contra la conducta
85. abominable de Varvara Petrovna por no haber expulsado en el
acto al general. Una revista ilustrada public una caricatura en la
que, junto a un maligno retrato satrico de Varvara Petrovna,
figuraban el general y Stepan Trofimovich como tres amigos
retrgrados. Acompaaban al dibujo unos versos de un poeta popular,
escritos ex profeso para tal coyuntura. Yo aadir por mi parte que
hay, en efecto, muchas personas en el generalato que tienen la
ridcula costumbre de decir: He servido a mi soberano..., esto es,
como si no tuvieran el mismo soberano que nosotros, simples
sbditos, sino uno especial para ellos. Era, por supuesto, imposible
continuar
86. en Petersburgo, tanto ms cuanto que Stepan Trofimovich
sufri un descalabro final. Sin poder contenerse, empez a perorar
sobre los derechos del arte, con lo que la gente, por su parte,
empez a rerse ms ruidosamente de l. En su ltima conferencia decidi
recurrir a la oratoria cvica, creyendo tocar por este medio el
corazn de sus oyentes y contando con el respeto a su condicin de
perseguido. Se mostr desde luego conforme con la inutilidad y
comicidad de la palabra patria y con lo perjudicial de la religin,
pero afirm enrgica y sonoramente que un par de botas vale mucho
menos que Pushkin, mucho menos. Lo silbaron sin piedad, hasta el
extremo de que all mismo, ante
87. el pblico, sin bajar de la tribuna, rompi a llorar. On ma
trait comme un vieux bonnet de coton!, balbuceaba con desvaro. Ella
lo atendi toda la noche y hasta el amanecer estuvo repitiendo en su
odo: Usted es til todava. Ya volver a la tribuna. Lo van a apreciar
como se merece... en otro lugar. A primera hora de la maana
siguiente se presentaron en casa de Varvara Petrovna cinco
literatos, tres de ellos enteramente desconocidos y a quienes nunca
haba visto. Con semblante severo le hicieron saber que haban
estudiado el asunto de la revista y llegado a un acuerdo. Por
cierto Varvara Petrovna nunca haba encargado a nadie que
88. estudiara ni acordara nada acerca de su proyecto. El
acuerdo consista en que, una vez fundada la revista, la seora se la
entregara a ellos con el capital correspondiente, a ttulo de libre
asociacin, y ella se marchara a Skvoreshniki, sin olvidarse de
llevarse consigo a Stepan Trofimovich, que estaba pasado de moda.
Por delicadeza, convenan en reconocerle el derecho de propiedad y
en enviarle anualmente la sexta parte de los beneficios netos. Lo
ms conmovedor de todo era que cuatro de los cinco literatos no
tenan probablemente inters mercenario en el asunto y se aprestaban
a la tarea slo en nombre de la causa comn.
89. Nos fuimos como atontados contaba Stepan Trofimovich. Yo no
poda pensar en nada, y recuerdo que iba repitiendo unos versos sin
sentido al comps del traqueteo rtmico del vagn. No s qu diablos
era, slo que as fui hasta Mosc. No volv en m hasta llegar a Mosc,
como si efectivamente fuera a encontrar algo diferente all. Ay,
amigos mos! exclamaba a veces, como inspirado, en nuestra
presencia. No pueden figurarse la rabia y melancola que se apodera
del espritu cuando una idea grande, que uno viene venerando
solemnemente de antiguo, es arrebatada por unos necios y difundida
por esas calles entre otros imbciles como ellos. Y uno
tropieza
90. inopinadamente con ella en un baratillo, toda desfigurada,
cubierta de lodo, en ridculo atavo, de travs, sin proporcin ni
armona, juguete de una chiquillera estpida. No, no era as en
nuestro tiempo! No era a eso a lo que aspirbamos! No, no era eso,
en absoluto! No reconozco nada... Nuestro tiempo intentar una y
otra vez apuntalar todo lo que se bambolea. De lo contrario, qu ser
del mundo?
91. 7 Al poco tiempo de haber regresado de Petersburgo, Varvara
Petrovna decidi enviar a su amigo al extranjero a descansar, ya que
era evidente que necesitaba ausentarse por algn tiempo. Stepan
Trofimovich parti con gran alegra. Voy a resucitar all! deca a los
cuatro vientos. Me podr concentrar en mis estudios!. Pero ya en las
primeras cartas que envi desde Berln empez a entonar la cancin de
siempre: Tengo el corazn destrozado escribi a Varvara Petrovna. No
puedo olvidar nada. En Berln todo me recuerda a mi pasado, mis
primeros entusiasmos, mis primeras penas.
92. Dnde estar ella? Dnde estarn las dos ahora? Dnde, mis dos
ngeles que jams merec? Dnde est mi hijo, mi hijo idolatrado? Dnde
en fin, estoy yo, yo mismo, mi yo de antes, fuerte como el arco
cuando hoy da un Andreyev cualquiera, un bufn barbudo y ortodoxo,
peut briser mon existence en deux, etc., etc.?. En cuanto al hijo,
Stepan Trofimovich lo haba visto en total dos veces en su vida: la
primera cuando naci, y la segunda no haca mucho en Petersburgo,
donde el joven se preparaba para ingresar en la Universidad. Como
ya queda apuntado, el muchacho se haba criado desde su nacimiento
en casa de unas tas en la provincia de O* (a costa de Varvara
93. Petrovna), a setecientas verstas de Skvoreshniki. En cuanto
a Andreyev, era sencillamente un comerciante, nuestro tendero
local, un tipo raro, arquelogo autodidacta, coleccionista
apasionado de antigedades rusas, que a veces discuta con Stepan
Trofimovich por cuestiones de erudicin y, principalmente, por
cuestiones de ideologa. Este respetable mercader, de barba gris y
grandes anteojos de plata, deba an a Stepan Trofimovich
cuatrocientos rublos por la tala de unas hectreas de arbolado en la
finca de ste lindante con Skvoreshniki. Aunque al enviar a su amigo
a Berln Varvara Petrovna le haba provisto generosamente de fondos,
Stepan haba
94. contado especialmente con esos cuatrocientos rublos para el
viaje, seguramente para sus gastos secretos, y estuvo a punto de
llorar cuando Andreyev le rog que aguardara un mes, prrroga a la
que, de otro lado, tena derecho, porque haba pagado los primeros
plazos casi con medio ao de antelacin para ayudar a Stepan
Trofimovich, que entonces andaba necesitado de dinero. vidamente
ley Varvara esta primera carta y, despus de subrayar con lpiz la
frase Dnde estn las dos ahora?, le puso un nmero y la meti en el
cofre. l, por supuesto, se refera a sus dos mujeres difuntas. En la
segunda carta recibida de Berln la cancin se haba modificado:
Trabajo
95. doce horas por da (si al menos hubiera dicho once, protest
Varvara), hurgo en las bibliotecas, compulso datos, tomo notas,
corro de la ceca a la meca. He visitado a los profesores. He vuelto
a entablar relaciones con la excelente familia Dundasov. Qu
encanto, incluso ahora, es Nadezhda Nikolayevna! Le manda a usted
saludos. Su joven marido y sus tres sobrinos estn todos en Berln.
Las noches las pasamos de chchara con la gente joven, hasta el
alba; son casi noches ticas, pero slo por su belleza y
refinamiento; todo se hace como Dios manda: mucha msica, motivos
espaoles, rehabilitacin de la humanidad entera, idea de la eterna
belleza, la madonna de la Capilla
96. Sixtina, luz con estras de tiniebla, pero tambin manchas en
el sol. Oh, amiga ma! Noble y fiel amiga! Con el corazn estoy junto
a usted, de una vez para siempre, en tout pay y hasta dans le pays
de Makar et de ses Meaux, del que recordar usted que hablbamos
estremecidos en Petersburgo antes de la partida. Lo recuerdo con
una sonrisa. Aqu en el extranjero me siento a salvo, sensacin
nueva, extraa, por vez primera al cabo de tantos aos..., etc., etc.
Todas tonteras! dijo Varvara guardando tambin esta carta. Cundo
haba escrito esto? Bebido? Y cmo se atreve esa Dundasova a mandarme
saludos? Bueno, que se
97. divierta... La frase Dans le pays de Makar et de ses Meaux
quera decir A donde Makar no llev nunca a sus carneros (esto es,
Siberia). Stepan traduca a veces al francs, adrede y tontamente,
dichos y refranes rusos, aunque sin duda poda entenderlos y
traducirlos mejor; pero lo haca por darse tono y creyndolo cosa de
ingenio. Pero no se divirti mucho. Al cabo de cuatro meses no pudo
resistir ms y volvi corriendo a Skvoreshniki. Sus ltimas cartas no
fueron otra cosa que una efusin del ms sentido amor por la amiga
ausente y llegaban literalmente humedecidas por las lgrimas de la
separacin. Hay personalidades tan
98. caseras y apegadas al hogar como slo llegan a estarlo los
perros caseros. Los amigos volvieron a reunirse con entusiasmo. Al
cabo de dos das todo volvi a ser como antes, incluso ms fastidioso
que antes. Amigo mo me dijo como quien guarda un secreto, unas
semanas ms tarde. Amigo mo, he descubierto... algo terrible de m:
je suis un simple gorron et rien de plus! Mais r-r-rien de
plus!
99. 8 A todo esto le sigui un lapso de prosperidad que se
extendi durante los ltimos nueve aos. Los arranques de histeria y
llanto, apoyado en mi hombro, que se sucedan a intervalos
regulares, no alteraron nuestro contento en lo ms mnimo. Me extraa
que Stepan no engordara durante ese tiempo, pero s se le puso un
poco colorada la nariz y aument su pachorra. Un grupo de amigos que
iba creciendo constituy su apoyo. En esos das poco a poco se fue
apiando en torno de l un pequeo grupo de amigos. A Varvara, aunque
apenas tena contacto con el grupo, la reconocamos todos como
nuestra
100. patrona. Despus de la leccin de Petersburgo vino a
instalarse definitivamente en nuestra ciudad, pasando el invierno
en una casa que en ella tena y el verano en su finca de las
cercanas. Nunca logr tanto ascendiente e influencia en nuestra
sociedad como en los ltimos siete aos, esto es, hasta que fue
nombrado el que es ahora nuestro gobernador. El gobernador
anterior, el inolvidable y apacible Ivn Osipovich, era pariente
cercano de ella y de ella haba recibido en el pasado ddivas
considerables. Su esposa temblaba nada ms que de pensar en que no
podra complacer en algo a Varvara, y la adoracin de la sociedad
provinciana lleg al extremo de parecer pecaminosa.
101. Ello, por consiguiente, favoreci tambin a Stepan. Era
socio del club, perda con dignidad a las cartas, y se haca
merecedor de respeto, a pesar de que muchos lo consideraban slo un
erudito. Ms adelante, cuando Varvara le permiti vivir en otra casa,
todos nos sentimos ms libres. Nos reunamos con l un par de veces
por semana y lo pasbamos bien, sobre todo cuando no escatimaba el
champn. El vino se compraba en la tienda del susodicho Andreyev. La
cuenta la saldaba Varvara cada seis meses y el da del saldo era
casi siempre da de rabieta. El ms antiguo del grupo era Liputin,
empleado de la administracin provincial, gran liberal, hombre
maduro
102. en aos, con fama de ateo en la ciudad. Estaba casado en
segundas nupcias con una joven bonita que le haba aportado una
dote. Tena adems tres hijas crecidas. Educaba a toda la familia en
el encierro y el temor de Dios, era sobremanera avariento, y con lo
ahorrado del sueldo haba comprado una casita y juntado algn
capital. Era hombre inquieto, no muy adelantado en su carrera. En
la ciudad se lo estimaba poco y no era recibido en la mejor
sociedad. Era, por aadidura, un chismoso impenitente, castigado ms
de una vez, y castigado duramente, en una ocasin por un militar y
en otra por un terrateniente, respetable padre de familia. Pero
nosotros aprecibamos su
103. agudo ingenio, su curiosidad, su buen humor teido de
malicia. Varvara no lo estimaba, pero l se las arreglaba para darle
gusto. No era de su estima tampoco Shatov, que ingres en el grupo
slo este ltimo ao. Shatov haba sido antes estudiante, expulsado de
la Universidad a raz de ciertos disturbios. De nio fue discpulo de
Stepan. Haba nacido siervo de Varvara, hijo de su difunto ayuda de
cmara Pavel Fiodorov, y la seora le haba dispensado su proteccin.
No lo estimaba por su orgullo e ingratitud, no poda perdonarle el
que, al ser expulsado de la Universidad, no acudiera inmediatamente
a ella; peor an, no contest siquiera a la carta que
104. ella le escribi sobre el particular, prefiriendo entrar al
servicio de cierto comerciante ilustrado como profesor de sus
hijos. Con la familia del comerciante hizo un viaje al extranjero,
ms como niero que como profesor, pero ya entonces con vivos deseos
de ver mundo. Para atender a los nios haba tambin una institutriz
rusa, muchacha lista que haba entrado en la casa poco antes de la
partida, dispuesta a trabajar por poco salario. Un par de meses
despus el comerciante la despidi por librepensadora. Tras ella sali
tambin Shatov y se casaron al poco tiempo en Ginebra. Vivieron
juntos unas tres semanas, al cabo de las cuales se separaron como
personas libres, sin
105. vnculo entre s; y tambin, por supuesto, por falta de
medios. Durante algn tiempo anduvo Shatov vagabundeando por Europa,
viviendo Dios sabe cmo. Se deca que haba trabajado como limpiabotas
callejero y como estibador en no s qu puerto. Por fin, har cosa de
un ao recal por aqu, su nido natal, y fue a vivir con una ta
anciana a la que dio sepultura al cabo de un mes. Con su hermana
Dasha, criada tambin por Varvara, considerada por sta como favorita
y tratada como una igual, Shatov slo tena relaciones ligeras e
infrecuentes. Entre nosotros se mostraba por lo comn sombro y
taciturno; pero de tarde en tarde, cuando le tocaban a las ideas,
montaba en clera y revelaba
106. una notable soltura de lengua: A Shatov hay que atarlo
primero y discutir con l despus, dijo una vez en broma Stepan, pero
a pesar de ello lo estimaba. En el extranjero Shatov cambi
radicalmente alguna de sus antiguas ideas socialistas y pas a tener
otras diametralmente opuestas. Era uno de esos rusos idealistas de
quienes se apodera de pronto una generosa idea que acaba por
esclavizarlos para siempre. Son incapaces de sobreponerse a ella,
la abrazan con pasin y pasan el resto de su vida como en las ltimas
convulsiones bajo un peasco que se ha desplomado sobre ellos y los
tiene medio aplastados. En su aspecto fsico, Shatov corresponda
exactamente a sus
107. convicciones: era desmaado, velludo, rubio y crespo de
pelambre, corto de talla, ancho de hombros, grueso de labios,
hirsuto y blancuzco de cejas, fruncido de frente, hosco de mirada,
que tena siempre baja como avergonzado de algo. Un mechn nunca dcil
al peine asomaba en punta entre sus cabellos. Tendra veintisiete o
veintiocho aos. No me choca que le diera esquinazo su mujer, dijo
en cierta ocasin Varvara mirndolo fijamente. Haca lo posible por
vestir con decencia, pese a su pobreza. Una vez ms decidi rehuir la
ayuda de Varvara y se las arregl como pudo, trabajando para los
comerciantes. Una vez se coloc de dependiente en una tienda; otra
determin ir como ayudante
108. de un viajante de comercio en un vapor fluvial, pero cay
enfermo en la vspera de la partida. Era increble su aguante para la
pobreza; sencillamente haba dejado de pensar en ella. Cuando
Varvara se enter de su enfermedad le mand, en secreto y
annimamente, cien rublos. l, no obstante, adivin el secreto, medit
el caso, acept el dinero y fue a dar las gracias a su bienhechora.
sta lo recibi con simpata, pero l la decepcion: estuvo slo cinco
minutos, sentado en silencio, con los ojos clavados en el suelo y
sonriendo estpidamente. De improviso, sin escuchar hasta el final
lo que ella le deca, y en lo ms entretenido de la conversacin, se
levant como aturdido,
109. se inclin un poco torcidamente como si fuera chueco,
tropez en la mesa de trabajo cubierta de incrustaciones de la
seora, la desbarat con estrpito, y sali ms muerto que vivo. Liputin
lo colm ms tarde de reproches por no haber devuelto con desprecio
los cien rublos, donativo de su antigua y desptica ama, y no slo
por haberlos aceptado, sino por haber ido arrastrndose a dar las
gracias. Shatov viva solo, en un extremo de la ciudad. No le
gustaba que ninguno de nosotros fuera a visitarlo. Asista
puntualmente a las reuniones vespertinas en casa de Stepan y le
peda prestados libros y peridicos. Tambin asista a esas reuniones
un
110. joven de apellido Virginski, funcionario local, que
recordaba un poco a Shatov, aunque de aspecto fsico completamente
diferente en todo respecto. Pero l tambin era hombre hogareo. Se
trataba de un joven aunque, en realidad, haba cumplido ya treinta
aos parco de palabras y digno de lstima, bien educado aunque
principalmente autodidacta. Era pobre, estaba casado, trabajaba en
la administracin pblica y mantena una ta y una cuada. Su mujer,
mejor dicho, las tres seoras, profesaban las ideas ms avanzadas,
pero todo en ellas resultaba algo burdo, una idea con la que se
tropieza en la calle, como dijo Stepan alguna vez y con otro
motivo. Lo sacaban todo de los
111. libros, y al primer rumor que llegaba de cualquier grupo
progresista de Petersburgo o Mosc estaban dispuestas a echarlo todo
por la ventana si as se lo aconsejaban. Madame Virginskaya
trabajaba de comadrona en nuestra ciudad. Antes de casarse haba
vivido largo tiempo en Petersburgo. El propio Virginski era hombre
de inslita pureza de espritu; raras veces he visto un fervor
emocional ms acendrado. Nunca, nunca abandonar estas luminosas
esperanzas, deca siempre con voz apagada, con dulzura, en un
semimurmullo que pareca sugerir un secreto. Era bastante alto, pero
flaco y estrecho de hombros, y de cabello muy ralo, de matiz
rojizo. Reciba con
112. mansedumbre las burlas que, con tono de superioridad, haca
Stepan de algunas de sus opiniones; a veces le objetaba con mucha
seriedad y a menudo lo dejaba aturdido. Stepan, que a todos nos
trataba con cierta paternidad, lo miraba tambin con afecto. Todos
ustedes son los de medio pelo deca en broma a Virginski, todos los
que son como usted, aunque en usted, Virginski, no he notado la
estrechez de miras que hall en Petersburgo chez ses sminaristes. No
obstante, son ustedes los del medio pelo. Shatov bien quisiera ser
de pelo entero, pero l tambin es de los de medio pelo. Y yo?
pregunt Liputin.
113. Usted representa slo el justo medio, que se encuentra a
gusto en todas partes..., a su manera. Liputin se ofendi. Se
contaba de Virginski y era, por desgracia, digno de crdito que su
esposa, sin haber pasado un ao de vivir con l en coyunda legal, le
anunci de repente que quedaba cesante y que ella prefera a
Lebiadkin. Este Lebiadkin, de paso en nuestra ciudad, result despus
ser un sujeto muy sospechoso. No era siquiera capitn ayudante, como
se titulaba. Todo lo que saba era retorcerse el bigote,
emborracharse y decir las sandeces ms desagradables que puede uno
imaginarse. Con una falta de delicadeza poco comn, este hombre
114. se instal en casa de los Virginski, contento de vivir a
costa ajena; coma y dorma all, y acab por tratar con altivez al
dueo de casa. Se aseguraba que, al declararle su mujer que quedaba
cesante, Virginski le contest: Querida, hasta ahora slo te amaba;
ahora te respeto, pero, a decir verdad, parece que no fue
pronunciada tal frase, propia de un romano clsico; muy por el
contrario, se dice que rompi a llorar a lgrima viva. En otra
ocasin, unos quince das despus de la cesanta, todos ellos, en
familia, fueron, en compaa de unos amigos, a merendar a un bosque
de las afueras. Virginski se hallaba en un estado de alegra febril,
o algo semejante, y tom parte en el baile;
115. pero de sbito, sin altercado previo de alguna clase, agarr
del pelo con ambas manos al gigante Lebiadkin, que estaba dando
zapatetas por su cuenta, lo oblig a agacharse y empez a arrastrarlo
entre patadas, chillidos y lgrimas. El gigante estaba tan
acobardado que ni siquiera se defenda y guard completo silencio
mientras lo arrastraban; pero ms tarde, despus del arrastre, se
defendi con todo el fervor que puede esperarse de un hombre pagado
de su honra. Virginski estuvo toda la noche de rodillas pidiendo
perdn a su mujer, pero su splica no fue atendida porque se neg a
presentar excusas a Lebiadkin. Fue acusado, adems, por su corta
imaginacin y por su notable estupidez,
116. demostrada en el episodio en que se haba puesto de
rodillas cierta vez para dar explicaciones a su mujer. El capitn
ayudante desapareci en un tris y no volvi a aparecer en nuestra
ciudad hasta hace poco, cuando lleg en compaa de una hermana y con
nuevos planes; pero de l se hablar ms adelante. Nada de extrao
tiene que nuestro hombre hogareo se desahogara con nosotros y
hubiera menester de nuestra compaa. De sus asuntos domsticos, sin
embargo, nunca hablaba en nuestra presencia. Slo en una ocasin,
volviendo conmigo de visitar a Stepan, empez a aludir vagamente a
su situacin, pero, de pronto, agarrndome del brazo exclam
117. con ardor: Eso no tiene importancia. No es ms que un
asunto privado que de ninguna, repito, de ninguna manera afecta a
la causa comn. Al grupo acudan tambin visitantes casuales: iba el
judo Liamshin, iba el capitn Kartuzov. Asisti durante algn tiempo
un anciano aficionado a hacer preguntas, pero muri. Liputin trajo a
un sacerdote polaco, un tal Sloczewski, que fue recibido por una
cuestin de principios pero con quien despus de un tiempo dejamos de
tratarnos.
118. 9 Hubo una poca en la que cundi por la ciudad el rumor de
que nuestro grupo era un foco de librepensamiento, depravacin y
atesmo; y fue corriendo de boca en boca. Pero, la verdad, lo que
reinaba entre nosotros era una palabrera liberal muy ingenua,
amable y alegre, a la vez que muy rusa. El liberalismo de altura y
el liberal de altura, el liberal sin objeto de ninguna ndole, son
posibles nicamente en Rusia. Como todo hombre de ingenio, Stepan
necesitaba a alguien dispuesto a escucharle y convencerlo de que
cumpla con el deber de propagar ideas. Necesitaba adems, por
supuesto, a
119. alguien con quien beber champn y con quien, entre trago y
trago, cambiar las consabidas impresiones halageas sobre Rusia y el
alma rusa, sobre Dios en general y el Dios ruso en particular; y
repetir por centsima vez esas historietas escandalosas rusas que
todos conocen y todos repiten. Tampoco tenamos nada que objetar a
los chismes que circulaban por la ciudad, aunque de vez en cuando
nos permitiramos los ms severos juicios morales. Discurramos sobre
cuestiones relativas a la humanidad en general; meditbamos
gravemente sobre el destino futuro de Europa y del gnero humano;
pronosticbamos dogmticamente que, despus del cesarismo, Francia
bajara
120. rpidamente al nivel de una potencia de segundo orden y
estbamos, en efecto, convencidos de que ello poda suceder fcil y
apresuradamente. Al Papa, desde tiempo atrs, le habamos profetizado
el papel de simple arzobispo en la unificacin de Italia, y estbamos
plenamente persuadidos de que ese problema milenario resultaba slo
trivial en nuestro siglo de humanitarismo, industria y
ferrocarriles. Pero, como es sabido, el liberalismo ruso de altura
ve las cosas un poco a la ligera. Stepan hablaba a veces de arte, y
muy bien por cierto, aunque de un modo un tanto abstracto. Haca
mencin de vez en cuando de los amigos de su mocedad todos ellos
personajes notables de la
121. historia de nuestro progreso; los recordaba con ternura y
veneracin, pero tambin con algo as como envidia. Si la reunin
resulta aburrida, el judo Liamshin (empleado de correos de poca
categora), cumplido pianista, se sentaba a tocar y, entre pieza y
pieza, haca imitaciones del cerdo, de una tormenta, de un parto en
el primer grito de recin nacido, etc., etc. Slo para eso se lo
invitaba. Si se haba bebido mucho y ello ocurra, aunque no a menudo
el entusiasmo se adueaba de nosotros, y hasta lleg a suceder que en
una ocasin c a n t s e m o s La Marsellesa acompaados al piano por
Liamshin, aunque no s si result bien. El gran da del 19 de febrero,
el de la emancipacin
122. de los siervos, lo recibimos con jbilo y mucho antes de su
llegada empezamos a brindar por l. De esto hace ya mucho tiempo,
cuando an no haba venido Shatovni Virginski, y cuando Stepan viva
en casa de Varvara. Algn tiempo atrs, antes del gran da, Stepan tom
la costumbre de murmurar para sus adentros unos versos tan
conocidos como inapropiados, escritos acaso por algn liberal de
vieja cepa: Van los campesinos con hachas en la mano, Algo
tremebundo sin duda pasar. O algo as, segn parece; no recuerdo
exactamente. Varvara lo oy una vez y exclam: tonteras, tonteras!, y
se
123. larg furiosa. Liputin, que por casualidad estaba presente,
dijo con sarcasmo a Stepan: Sera una lstima que los antiguos
siervos dieran un disgusto a los seores propietarios a la hora del
triunfo. Y se pas la punta del dedo ndice por el cuello. Cher ami
apunt Stepan con dignidad, crame que eso y repiti el gesto del dedo
ndice en el cuello no ser de ninguna utilidad a nuestros
terratenientes ni, en general, a ninguno de nosotros. Sin cabeza no
podremos construir nada, aun teniendo presente que son nuestras
cabezas las que por lo comn nos impiden comprender las cosas.
124. Debo sealar que en la ciudad muchos sospechaban que el da
de la proclamacin ocurrira algo inaudito, por el estilo de lo que
vaticinaba Liputin; y eran, dicho sea de paso, los que se
consideraban peritos en asuntos del campesinado y del Estado. Por
lo visto, tambin Stepan comparta esa sospecha, hasta el punto de
que casi en vsperas del gran da empez a pedir permiso a Varvara
para ir al extranjero; en suma, empez a intranquilizarse. Pero pas
el gran da, pas algn tiempo ms, y una sonrisa altiva apareci de
nuevo en los labios de Stepan. Ante nosotros expuso algunas ideas
capitales sobre el carcter del hombre ruso en general y del
campesinado ruso en particular.
125. Como gente apresurada que somos, hemos obrado con
demasiada prisa en lo que respecta a nuestro campesinado dijo,
terminando con este aluvin de grandes ideas; lo pusimos de moda y,
desde hace algunos aos, todo un sector literario lo trata como si
fuera una piedra preciosa. Hemos coronado de laurel cabezas
piojosas. En mil aos la aldea rusa no nos ha dado ms que la danza
de Komarinski. Un conocido poeta ruso, nada falto de ingenio,
viendo por vez primera en escena a la famosa Rachel, dijo,
exaltado: No cambio a Rachel por un campesino ruso!. Yo estoy
dispuesto a ir ms lejos. Yo dara y cambiara a cada uno y todos los
campesinos rusos por una sola Rachel.
126. Ya es hora de ver las cosas sobriamente y de no confundir
el alquitrn de nuestra tierra con bouquet de limpratrice. Liputin
asinti al instante, pero hizo notar con hipocresa que elogiar a los
campesinos haba sido un modo de proceder indispensable a la buena
marcha del movimiento; que incluso las damas de la alta sociedad
haban llorado emocionadas ante la novela de Grigorovich El
desgraciado Antn y que algunas de ellas haban escrito a sus
administradores desde Pars recomendando que en adelante trataran a
los campesinos con la mayor humanidad posible. Como a propsito,
despus de los rumores sobre el caso de Antn Petrov,
127. sucedi que en nuestra provincia, y a slo quince verstas de
Skvoreshniki, hubo un alboroto, y en la agitacin del momento fue
enviado all un pelotn de soldados. Esta vez la alarma de Stepan fue
tan grande que hasta a nosotros nos asust. Dijo a gritos en el club
que hacan falta ms soldados y que deban ser llamados de otro
distrito por telgrafo; corri a ver al gobernador para asegurarle
que l no se haba metido en nada; pidi que no se le implicara por lo
de antao en el asunto de ahora; y propuso escribir en el acto a
quien fuera menester en Petersburgo dando explicaciones. Por
fortuna, todo ello pas y qued en nada, pero confieso que me
maravill entonces la conducta
128. de Stepan. Tres aos ms tarde, como es notorio, se empez a
hablar de nacionalismo y surgi la opinin pblica. Stepan se rea
mucho. Amigos mos nos aleccionaba, nuestro nacionalismo, si
efectivamente ha nacido, como ahora aseguran por ah los peridicos,
est todava en la escuela, en alguna Peterschule alemana, con un
manual alemn delante, repitiendo su eterna leccin alemana; y el
maestro alemn lo pone de rodillas cuando le place. Para el maestro
alemn no tengo sino alabanzas. Pero es casi seguro que no ha
sucedido nada ni ha nacido nada, y que todo sigue como antes, es
decir, como Dios quiere. A mi
129. modo de ver, eso es bastante para Rusia, pour ntre sainte
Russie. Adems, todos esos paneslavismos y nacionalismos..., todo
eso es demasiado viejo para ser nuevo. Entre nosotros, el
nacionalismo, con permiso de ustedes, no ha existido nunca sino en
forma de pasatiempo de club de postn, mejor an, de club moscovita.
No hablo, por supuesto, de los tiempos del prncipe Igor. Bien
mirado, todo resulta de la ociosidad. Aqu todo resulta de la
ociosidad, lo bueno tanto como lo bello. Todo resulta de nuestra
sociedad aristocrtica, amable, culta y antojadiza. Vengo
repitindolo desde hace treinta mil aos. No sabemos vivir de nuestro
trabajo. Y qu es eso de armar barullo
130. con esa opinin pblica que ha surgido ahora, as de repente,
en un santiamn, como algo llovido del cielo? Es que no se dan
cuenta de que para tener opinin se necesita ante todo trabajar, el
trabajo propio, la propia iniciativa, la propia experiencia? Nada
se obtiene de balde. Trabajemos y tendremos opinin propia. Pero
como no trabajaremos nunca, quienes tendrn opinin sern los que
hasta ahora vienen trabajando en nuestro lugar, esto es, toda esa
Europa, todos esos alemanes, nuestros maestros de doscientos aos a
esta parte. Encima de todo, Rusia es un problema demasiado confuso
para que podamos resolverlo nosotros solos, sin alemanes y sin
trabajo. Ya son veinte
131. aos los que llevo tocando a rebato y llamando al trabajo!
He consagrado mi vida a ese llamamiento y, como loco que soy, tena
fe! Ahora ya no lo tengo, pero sigo tocando a rebato y tocar hasta
el fin, hasta la tumba. Seguir tirando de la cuerda hasta que
doblen las campanas por mi funeral. Ay! Nos limitbamos a hacer
coro. Aplaudamos a nuestro maestro, y con qu fervor! Bueno, seores,
acaso no se oyen ahora, y con frecuencia a veces, esas mismas
majaderas, tan agradables, tan ingeniosas, tan liberales y tan
sempiternamente rusas? Nuestro maestro crea en Dios. No entiendo
por qu todos me
132. toman aqu por ateo deca alguna vez . Creo en Dios, mais
distinguons, creo en l como en un ser consciente de s mismo slo en
m. Yo no puedo creer a la manera de mi criada Natasya, ni a la de
un buen seor que cree por si las moscas, o como cree el bueno de
Shatov..., pero, no, Shatov no entra en la cuenta. Shatov cree a la
fuerza, como un defensor de la esclavitud de Mosc. En lo tocante al
cristianismo, no obstante mi sincero respeto por l, no soy
cristiano. Soy ms bien un pagano de antao, como el gran Goethe, o
como un griego antiguo. Por otra parte est el hecho de que el
cristianismo no ha comprendido a la mujer, cosa que George Sand ha
demostrado magistralmente en una de
133. sus novelas geniales. En cuanto al culto, los ayunos y
todo lo dems, no entiendo a quin puede importarle lo que hago. A
pesar de las maquinaciones de nuestros soplones locales, no aspiro
a ser jesuita. En 1847 Belinski mand a Gogol desde el extranjero
aquella famosa carta en la que le reprochaba vivamente creer en
cierta especie de Dios. Entre nous soit dit, no puedo imaginar nada
ms cmico que el momento en que Gogol (el Gogol de entonces!) ley
esa frase... y toda la carta. Pero, risas aparte, y puesto que
estoy de acuerdo con lo esencial del caso, dir y probar que esos
eran hombres. Saban amar a su pueblo, saban sufrir por l, saban
sacrificarlo todo por l, y saban al mismo tiempo
134. mantener la distancia cuando era menester, sin cortejar
sus favores en ciertas materias. Cmo poda Belinski buscar la
salvacin en el aceite de Cuaresma o en los rbanos con guisantes? Ah
salt Shatov. Los hombres que menciona jams amaron al pueblo, ni
sufrieron por l, ni le sacrificaron cosa alguna, aunque as lo
imaginasen para su propia tranquilidad de nimo murmur sombramente,
bajando los ojos y removindose con impaciencia en la silla. Cmo que
no amaban al pueblo? vocifer Stepan. Oh, cmo amaban a Rusia!
135. Ni a Rusia ni al pueblo! grit tambin Shatov con ojos
chispeantes. Es imposible amar lo que no se conoce, y ellos no
saban ni jota del pueblo ruso! Todos ellos, sin exceptuar a usted,
hacan la vista gorda en todo lo tocante al pueblo ruso. Y sobre
todo Belinski; su misma carta a Gogol lo demuestra. Belinski, como
el curioso de la fbula de Krylov, no vio al elefante en el museo y
se fij nicamente en los insectos socialistas franceses. De ah no
pas. Y eso que era tal vez el ms inteligente de todos ustedes. A
ustedes no les bast con dar esquinazo al pueblo; ustedes lo
trataron con repugnante desprecio; y slo porque entendan por pueblo
nicamente al
136. francs, mejor dicho, el parisiense, y les daba vergenza
que el pueblo ruso no fuera como l. Eso es as! Y quien no tiene
pueblo, no tiene Dios! Que quede claro que aquellos que se alejan
de su pueblo tambin se alejan de la fe paterna y acaban siendo
ateos o indiferentes. Digo la verdad! Est demostrado. Es la razn
por la cual todos ustedes, y ahora todos nosotros, somos viles
ateos o simple canalla depravada y escptica! Usted tambin, Stepan!
Sepa usted que no lo excluyo y que lo que he dicho lo he dicho por
usted! De ordinario, tras monlogo semejante (y ello aconteca a
menudo), Shatov coga la gorra y se lanzaba a la puerta, plenamente
convencido de que todo
137. haba concluido y de que haba roto para siempre sus
relaciones amistosas con Stepan. Pero ste lograba detenerlo a
tiempo. Pero, Shatov, no vamos a hacer las paces despus de esta
amable discusin? propona alargndole la mano desde el silln. El
desmaado y tmido Shatov no reaccionaba ante blanduras. Su tosquedad
de aspecto ocultaba, al parecer, gran delicadeza de espritu, y
aunque a veces se pasaba de la raya, era el primero en sufrir las
consecuencias. Murmurando algo entre dientes en respuesta al ruego
de Stepan y arrastrando los pies como un oso, se sonrea levemente,
inesperadamente, se
138. quitaba la gorra y volva a su silla y a clavar de nuevo
los ojos en tierra. Debo acotar que en esas veladas apareca
entonces el vino ante el cual siempre Stepan propona un brindis
acorde con las circunstancias, por ejemplo, a la memoria de alguno
de los prohombres de antao.
139. SEGUNDO CAPTULO: El Prncipe Harry. La casamentera
140. 1 Varvara estaba tan ligada a Stepan como a otra persona
en este mundo: su nico hijo, Nikolai Vsevolodovich Stavrogin. Fue
para ste para quien Stepan fue invitado como profesor. El muchacho
tena entonces ocho aos, y el irresponsable de su padre, el general
Stavrogin, viva ya entonces separado de la madre, de modo que el
chico se cri enteramente bajo el cuidado de sta. Hay que ser justo
con Stepan: supo ganarse la adhesin de su discpulo. Y el secreto
estaba en que l era tambin un nio. Hasta el momento yo no haba
hecho mi entrada en escena y l necesitaba en todo momento un amigo
de
141. verdad. No dud entonces en convertirse en amigo en cuanto
la criatura hubo crecido un poco. No haba diferencia entre ellos.
Ms de una vez durante la noche despertaba a su amiguito de diez u
once aos con el solo objeto de desahogar con l sus sentimientos
lastimados o revelarle algn secreto domstico, sin parar mientes en
que no deba ser tal cosa. Se abrazaban y lloraban. El muchacho saba
que su madre lo quera mucho, pero l no la quera tanto a ella. Ella
hablaba poco con l y raras veces lo estorbaba en lo que haca, pero
lo segua fijamente con la mirada, lo que produca en el chico una
sensacin de malestar. Ahora bien, en todo lo concerniente a la
educacin
142. de ste y a su desarrollo moral la madre lo confiaba
plenamente en Stepan, en quien an crea a pies juntillas. Es
inevitable pensar que el pedagogo afect en alguna medida el sistema
nervioso de su discpulo. Cuando al cumplir los diecisis aos lo
llevaron al liceo era un chico plido y endeble, excesivamente
callado y abstrado (ms adelante se destac por su extraordinaria
fuerza fsica). Cabe suponer, asimismo, que los amigos lloraban en
la noche, abrazados, y no slo por causa de alguna desavenencia
domstica. Stepan supo pulsar las ms recnditas fibras del corazn de
su amigo y despertar en l un temprano, y aun indefinido,
sentimiento de ese eterno y sagrado anhelo que, una
143. vez gustado y conocido, los espritus selectos jams
cambiarn por una satisfaccin vulgar. (Hay tambin los que dan a ese
anhelo un valor superior al de una satisfaccin completa, suponiendo
que sta fuera posible). Pero, en todo caso, fue conveniente que
maestro y discpulo acabaran por separarse aunque no lo bastante
pronto. En sus dos primeros aos de liceo el joven volvi a casa de
vacaciones. Cuando Varvara y Stepan estuvieron en Petersburgo
asisti algunas veces a las tertulias literarias de su madre, y en
ellas escuchaba y observaba. Hablaba poco y segua siendo silencioso
y reservado. Trataba a Stepan con la cariosa consideracin de antes,
pero
144. ahora con un poco de encogimiento: estaba claro que rehua
hablar con l de temas edificantes y de recuerdos del pasado. Despus
de concluir los estudios, por deseos de la madre, sent plaza y fue
pronto aceptado en uno de los regimientos de guardias montados ms
prestigiosos. No vino a ver a su madre vestido de uniforme y raras
veces escriba desde Petersburgo. Varvara le enviaba dinero sin
regatear, a pesar de que con la emancipacin de los siervos las
rentas de su hacienda haban mermado hasta el punto de que al
principio no perciba ni la mitad de lo de antes. Gracias, sin
embargo, a grandes economas haba ahorrado un capital de
consideracin. Le interesaban
145. mucho los triunfos de su hijo en la alta sociedad de
Petersburgo: lo que ella nunca pudo conseguir lo haba conseguido el
joven oficial, rico y con esperanzas de serlo ms. l hizo amistades
con las que ella ni siquiera habra podido soar, y era recibido en
todas partes con satisfaccin. Pero muy pronto empez Varvara a or
rumores harto extraos. El joven comenz de improviso a vivir
escandalosamente. No se trataba de jugar o beber demasiado, se
hablaba de cierto desenfreno salvaje, de personas atropelladas por
los caballos que montaba, de su conducta brutal con una dama de la
buena sociedad con quien haba estado en relaciones y a quien despus
haba