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OOTTRRAA DDIIMMEENNSSIINN DDEE LLAA CCOOLLEECCCCIINN GGAAVVIIOOTTAASS DDEE AAZZOOGGUUEE
CCTTEEDDRRAA IIBBEERROOAAMMEERRIICCAANNAA IITTIINNEERRAANNTTEE DDEE NNAARRRRAACCIINN OORRAALL EESSCCNNIICCAA
CCOOMMUUNNIICCAACCIINN,, OORRAALLIIDDAADD YY AARRTTEESS NNmmeerroo 2244 // CCuueennttoo // MMaaddrriidd // MMxxiiccoo DD.. FF.. // 22001133
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LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS
Ftima Martnez Cortijo / De esta edicin: Comunicacin, Oralidad y Artes (COMOARTES)
Ctedra Iberoamericana Itinerante de Narracin Oral Escnica (CIINOE) Director General: Francisco Garzn Cspedes Asesora General: Mara Amada Heras Herrera
Director Ejecutivo: Jos Vctor Martnez Gil Directora de Relaciones Internacionales: Mayda Bustamante Fontes
Directora de Extensin Cultural: Concha de la Casa Madrid / Mxico D. F., 2013 / [email protected]
Derechos reservados. Se autoriza el reenvo slo por correo electrnico como archivo adjunto PDF. No se autoriza edicin o impresin alguna sin permiso previo de la Editorial.
Se autoriza a las bibliotecas a catalogarlo para el pblico.
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AHORA, TE HABLO
Tengo la dichosa mana de mirar a los ojos fijamente si quiero enterarme
de algo. Desde pequea fue as. A veces molesto, lo s, pero necesito conectar
con la gente para sentirme parte de este mundo. Ahora contigo no puedo
hacerlo. Y me cuesta seguir el hilo de mis pensamientos frente a tu nombre. Te
traigo mi historia, mis anhelos, las cosas de cada da que ya no podemos com-
partir, que ya son solo mas. Las traigo no s por qu, costumbre tal vez, una
fuerza que me arrastra hasta aqu para eternizar de algn modo lo que fuiste
en mi vida.
Siento fro en los huesos. La edad? Prefiero pensar que es el puro in-
vierno, el de fuera y el que qued dentro como un veneno que va destilando en
mi memoria. Es que no puedo dejar de venir a hablarte, aunque estemos bajo
cero. Me miran los que forzosamente llegan hasta aqu acompaando al si-
guiente inquilino, me miran y no ven lo que pasa dentro de m. Creen que hay
dolor, como en ellos, pero no es lo que yo siento. Nunca lo confesara abierta-
mente, pero no hay dolor en m. Hay vaco. Y es que hablar en voz baja frente
a tu nombre vertical y metlico sobre la piedra gris es mi obligacin cotidiana.
Los das que no vengo me siento transgresora de alguna norma. Pero esto no
puedo confirselo a nadie, como a nadie confi tantas y tantas escenas de
nuestra vida.
Doce aos. Yo an crea en tantas cosas, que esperaba de la vida rega-
los maravillosos que yo deba dosificar. Me senta llena de proyectos, de impul-
sos acelerados que me empujaban de la accin al sueo y del sueo a la aven-
tura. Alguno que otro me ofreci historias futuras, planes y tiempos que deban
irse extendiendo ante nosotros como la manta de un joyero. Yo los rechac
todos. No supieron conquistarme. Por eso te dej entrar a ti. T s supiste de-
cirme lo que una mujer quiere or, aun sabiendo que no todos los diamantes del
amor son autnticos. Mis odos absorban tus palabras y me entregu. Nunca
te confes que en mi subconsciente saltaba la alarma muy a menudo. Siempre
presum de haberte conquistado.
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Pero contigo no conquist nada ms, incluso perd las posesiones nti-
mas que tena porque mi herencia de ser humano se escap junto a ti. Recor-
dars donde ests que al principio yo crea en tus promesas?, que te di mi fe
y mi ceguera?
Casi no guardo en mi memoria las caras de mis amigos, se fueron disi-
pando tras tu niebla. Me senta orgullosa de ser exclusiva y pens que la exclu-
sividad era buena para una pareja. Me equivoqu. Ahora ya me atrevo a decirte
que nuestra vida en comn fue slo tuya, porque slo t vivas. Yo sobreviva.
Mi cuerpo se fue apagando. Los aos. Mi espritu se encajon en oscuro reci-
piente que contena los restos de lo que haba sido mi existencia pasada.
No vengo aqu a escupirte como haran otras. Vengo tal vez para recla-
mar mi tiempo, tu silencio para dejarme hablar a m, tu escucha para que yo
pudiera crecer. Ahora no puedes negrmelo. No saldrs de la tumba para de-
rrotar otra vez mi voz.
Ahora opino yo, ahora me oyen, ahora me preguntan, ahora soy alguien
que decide.
Voy a poner un limitador en el telfono dijiste un da.
Para qu?
Para nada, quiero ponerlo. El dinero que gastas hablando me lo gas-
tar yo en lo que quiera.
Yo no hablo.
No discutas! Ya est decidido!
Si apenas cojo el telfono
Y menos lo cogers! No tienes nada que hablar con nadie, as tendrs
tiempo para hacer lo que debes!
Luego me dejaste muy claro qu era lo que deba hacer: cuidar de tu ca-
sa, porque era tuya; de tu ropa, que era la que importaba, con que yo tuviera
una cosa para cuando necesitase salir contigo, era suficiente; de tu comida,
que deba estar siempre caliente, a punto y bien hecha. Era lunes y con alguien
habas estado hablando la tarde del domingo porque viniste con la idea del limi-
tador en la cabeza.
No protest demasiado. Llevbamos dos meses viviendo juntos y yo
haba decidido volcarme en las oposiciones de Biblioteconoma. Posiblemente
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en nuestro tiempo, en tu tiempo, fuese la ltima decisin que yo tomase. No
haca falta limitarme, a mis amigos no los llamaba, ellos apenas lo hacan ya.
Mi madre segua all, en el pueblo, conformndose con un par de cartas al
mes. Y los vecinos no existan para m. Pero fue tu modo de iniciar tu sistema
de asedio. No protest, tal vez porque no me di cuenta de lo que te proponas,
porque estaba an en una nube y supuse que la tensin de la nueva vida en
comn te irritaba ms de lo normal. Me encerr en mis libros con el afn de ser
funcionaria y equilibrar la economa.
Te juro que no plane lo del nio. Nunca me creste, pero no lo plane. Al-
go fall porque yo segu das tras da con la pldora. Tal vez mi sistema hormonal
se alter. Nunca llegu a saberlo porque no permitiste que me hiciera un control
mdico adecuado despus del aborto. Entonces ni siquiera te odi. Me obligaste a
tomar aquella medicacin y cre que me mora. Pero cuando en la habitacin del
hospital me sonreste como los primeros das de nuestra, de tu historia en comn,
todo se borr de mi mente. Acept que era mal momento y obedec.
Recuprate pronto que tienes muchas cosas que hacer. La casa est
manga por hombro me decas un da. Y otro: Voy a decirle al doctor que te d
el alta, porque en casa estars mejor, aqu slo puedes coger lo que no tienes.
Y yo te crea porque an era inocente.
Cuando trataba de contarte cmo me senta tras tensas noches de estu-
dio, t te limitabas a decirme que luego. Nunca llegaba ese luego. Siempre es-
taban antes tu trabajo, tus amigos que esperaban en el bar y tus sesiones de
ftbol por la tele. Quise escribir, pero la verdad es que tena tal nudo de confu-
sin y vergenza, que no salan ms all de dos lneas. Y es que me senta mal
cuando yo quera formar parte de tu tiempo, cuando pensaba que tal vez cinco
minutos de conversacin mientras te vestas para ir al trabajo, no iban a ningu-
na parte y no te robaban demasiada energa. Pero t me chillabas que te deja-
se, que tenas que pensar en otras cosas, que no fuera pesada, que me metie-
ra en mis asuntos, y una retahla de excusas que yo masticaba sumisamente
porque me culpaba a m misma de provocar discusiones en casa.
Una vez trat de experimentar cmo sera si yo impusiera mi opinin.
Ha llegado informacin sobre la tarifa nocturna te dije mientras cena-
bas. Fue la poca en la que decidiste que yo estaba demasiado gorda y que
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deba adelgazar. Por complacerte hice rgimen, suprim los desayunos y las
cenas casi radicalmente.
Y qu?
Sale ms barato, porque no habra que encender las estufas toda la
tarde.
Eso haces?
Si no, te quejas de fro cuando vienes.
Pues enciendes una junto al sof, donde yo me siento, estamos?
Y yo?
Te abrigas! Soy yo el que tiene fro despus de estar jodido todo el da
entre las putas mquinas. T ests en casa.
Pero tambin sera mejor para ti
Entonces te levantaste. Fue la primera vez. No lo esperaba y ca contra
la televisin, que se desplaz ms de un metro sobre las ruedas de su mesa.
Te preocupaste de su estado comprobando con el mando que todos los cana-
les funcionaban. A m me sangraba la nariz, pero no dije nada. T tampoco. Ni
me miraste. Ped perdn. Me sent entonces egosta y cobarde. Como me he
seguido sintiendo tantas otras veces en las que t imponas tu ley. La del ms
fuerte. Me esforc en tener siempre todo a tu gusto porque al fin y al cabo eras
el que ganabas el dinero. Yo an no trabajaba, pero lo hara. Inocente! Llegas-
te a tirar a la basura la carta donde me informaban desde la academia donde
haba comprado los temas de la oposicin, de las fechas y lugares de convoca-
toria. Yo estudiaba y estudiaba entre tremendos dolores de cabeza. Poco a
poco los nervios me ganaron y comenc a comer, entonces vi que era hambre,
necesidad de sobrevivir lo que machacaba mi estado de nimo y mi salud. Co-
menc a comer, primero con ansia, luego moderadamente porque tena ms
miedo de tu castigo que de los vahdos de hambre.
Desde entonces las palabras sobraron entre nosotros. Yo tema hablarte
y que lo tomaras a mal, t ni te molestabas en dirigirte a m si no era para pe-
dirme algo. En nuestras relaciones sexuales suceda lo mismo. Donde y cuan-
do t quisieras, deba estar dispuesta. Al principio era tal vez una mala educa-
cin por mi parte, pensaba que el hombre debe dominar porque la mujer que lo
pide o se lanza en busca de sexo no es limpia y decente. Pero no, no era eso
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todo. Me acostumbraste a esperar a que t me desearas. Poco a poco me de-
jaste de desear, slo buscabas dnde satisfacer tus instintos. Con todo yo a
veces me senta orgullosa de servirte de algo.
A cambio no haba agradecimiento. Mucho menos arrepentimiento
cuando me forzabas a estar en casa varios das porque mi aspecto fsico dela-
taba la vida domstica. Pero no me quejaba, pensaba que lo tena merecido,
que todo era porque yo te haba decepcionado. Pens en desaparecer. Pero
hacia dnde ir?, tal vez pas por mi mente una desaparicin definitiva, pero era
cobarde. Incluso me imaginaba lo que pasara si me equivocaba y fracasaba.
Tal vez t me castigaras.
Ves? Todo esto te lo poda haber dicho antes, hace unos meses. Tal
vez todo hubiera cambiado y hubiramos sido felices los dos. Porque as, ni t
ni yo. Estoy segura de que t no eras feliz, no podas serlo, porque toda perso-
na necesita cario y comunicacin. T no recibas eso en casa, yo no era ca-
paz de drtelo. Si lo recibas fuera, no lo s. Pero no creo que fuera mucho ni
bueno. Si hubiramos hablado antes tal vez no estaras ah, encerrado, pu-
drindote, mientras yo estoy aqu tratando de rehacer mi vida. Perdida entre
tantas cosas nuevas que durante doce aos no supe que existan.
Fue un sbado. T dormas porque habas regresado muy tarde la noche
anterior. Oliendo a alcohol y tabaco. No dijiste nada, te metiste en la cama y
ocupaste tu lugar y parte del mo, como siempre. Yo apenas dorm. No me en-
contraba bien pero no me mova por no despertarte y que te enfadaras. Por eso
me levant ms pronto que de costumbre y puse a cocer unas verduras. Con-
fund el paquete de la sal con el de la sosa. Pero me di cuenta poco antes de
servir, cuando fui de nuevo a por la sal para aliar la ensalada. El miedo me su-
bi desde la boca del estmago y llen todas mis venas. Te acababas de levan-
tar, y con resaca. Tu peor situacin. Tus manos adquiran entonces una veloci-
dad incoherente con el resto de tus reflejos. Por eso no me excus, por eso no
hice otra cosa. Rec. Rec fuerte, atragantndome con las palabras. Yo no
prob bocado, simul que tena fiebre y me calent un poco de leche como tan-
tas otras veces. No te extraaste. Te das cuenta? Ahora ya lo puedo decir. No
pas nada. T ni te enteraste, comiste como todos los das: mirando la tele y
tragando con desesperacin.
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Te juro por todo lo ms sagrado que la segunda vez no fue premeditada.
Te juro que no quera hacerte dao. Ocurri del mismo modo. Pero tu cuerpo,
despus de los excesos, no aguant tanto. Tu estmago no resisti y t le hacas
frente llenndolo de alcohol y de juergas. No te voy a contar lo que ya sabes.
Doce aos. Doce vidas perdidas como doce campanadas que hacen en-
trar una nueva oportunidad. Nunca me quej por vergenza. Ahora tampoco lo
hago por la misma razn y porque ya no merece la pena. No necesariamente
en este orden mis dos motivos. Me liberaste marchndote de este mundo. Pero
an resuena tu respiracin furiosa por los rincones de casa. No s si lograr
que sea ma porque en los papeles no aparezco. El abogado dice que s tengo
posibilidades. Es un hombre muy preocupado. Trata de sacar todo el beneficio
posible. Si al menos hubieras dejado que tuviese firma en los bancos Ahora
tengo que demostrar con testigos que viv doce aos contigo y reclamar tu
herencia. Slo me has dejado problemas. Pero el abogado luchar por m. Me
ha dicho que no me apure por nada. Fuiste bastante cabrn, pero no te olvidas-
te de ahorrar. Y l dice que tengo posibilidad de ganar. Eso me anima, al fin y
al cabo es lo nico que me vas a dejar.
Me voy, vendr de vez en cuando. No sabra decir por qu. A l no le
gusta, pero me siento obligada. Por eso me escapo y no le digo que vengo aqu
Sabes?, adems de ocuparse de mis asuntos, quiere que vivamos juntos.
Creo que aceptar porque de nuevo alguien vuelve a mimarme como hacas t
al principio.
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UN TIC INFINITO
Un parpadeo nervioso fue el detonante. Despus se sinti ms alterado
an por un tic nacido de su propia ansiedad y que golpeaba insistentemente su
ojo derecho. Apret los prpados, pero no desapareci. Trat de respirar, como
le haban enseado en la terapia, pero slo obtuvo un hipo al principio ligero
que, pasados los minutos se fue intensificando. Mierda, pens, todo se pone
en contra. El pasamontaas apenas si pudo disimular su inquietud. Luego,
colocarse los guantes en unas manos anchas, ms bien hinchadas en su pro-
pia vulgaridad, le cost ms de lo que l haba calculado, pareca que sus de-
dos jugasen al despiste entre las comisuras del tejido, escarbando en las costu-
ras, hincando uas descuidadas en las redondeces de la prenda. Consigui a
duras penas ajustrselos mientras en la cabeza un insistente picor empezaba
a irritarle. Cuando quiso curvar la bufanda en torno a su cuello casi inexistente,
como de hipoptamo bajo el agua, percibi que no daba para tres vueltas, pero
para dos sobraba. Se la quit, la dobl inexactamente y volvi a probar, ahora
sobraba de una vuelta pero no llegaba para dos. Aquello despert cierta ira en
el hombre. Resolvi al fin anudrsela por delante duplicando la lazada para
acortar los extremos. Resopl. El tic permaneca aferrado a su ojo. Las manos
empezaban a sudarle, la lana del pasamontaas era tenaz en incordiarle. Bajo
el abrigo empez a notar plpitos de insatisfaccin. Solt un exabrupto contra
lo humano y lo divino y trat de volver a respirar, pero ahora le pareci que no
llegaba el aire suficiente para que l lo pasara por su garganta. Aquello le sofo-
caba. Su redondez abdominal comenz a angustiarse como la fiera encerrada
que es atada por comportamiento peligroso. Trat de eliminar gases, pero le
pareci que el peligro radicaba precisamente en que no fueran solo gases. Se
rindi. Joder, para colmo esto. Un pequeo eructo, breve como su esfago,
pareci consolarle. Al final del abrigo dos piernas redondas, cortas, curvadas
en un alarde de sujecin que haca incoherente la mole superior con la longitud
inferior. Las zapatillas deportivas sucias, renegridas tal vez, pero en definitiva
estticamente repugnantes, destacaban en su incongruencia con el resto del
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atuendo. El hombre las haba atado previamente con doble nudo, con saa,
apretando bien los cordones para que el empeine no pudiera bailar dentro del
plstico del calzado. Como una respuesta automtica, empezaron a dolerle los
pies. De nuevo un juramento. El tic continuaba retando al ojo a permanecer
quieto en su rbita. El susto se iba hincando en el estmago. El hombre resopl
varias veces, como un bfalo. Lo ltimo que hizo al salir de la furgoneta y antes
de perder su libertad fue agarrar la pistola y entrar en el banco.
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LTIMA HOJA DE CALENDARIO
El mal llega a cualquier aburrido, deca a menudo la abuela Isabel.
Por eso ella insista en que siempre tena muchas cosas que hacer, que
no pensramos que ella estaba inactiva.
A veces cuando dorma en su silln la llambamos siseando, como si fu-
ramos una serpiente que reptase entre sus pies enzapatillados. Gema la abuela
al despertarse, nos grua luego y al final salamos corriendo mientras ella mal-
deca al demonio que nos haca ser unos bandidos asaltadores de buenas al-
mas. Tenamos entonces siete y diez aos y nosotros s nos aburramos.
Fue en esa Navidad cuando la abuela ms dormit sentada junto al fue-
go de la cocina. Saltaban chispas aisladas, pero nunca ninguna de ellas pren-
di en su toquilla, regalo de mam el ao anterior.
Hay que tener unos cuantos inviernos en el cuerpo para conocer las ne-
cesidades de los dems, repeta la abuela a menudo poniendo de ejemplo a
nuestros padres, tos o a cualquier adulto. Con ello pretenda reglar nuestras
actuaciones, intilmente, por supuesto.
Ese invierno la abuela repeta y repeta sin cesar sus dichos como si con ello
grabara en las paredes y en el aire su nombre para la posteridad. Tal vez el can-
sancio que ello le provocaba la haca dormir ms de la cuenta. Luego explicaba que
slo coga fuerzas para el resto del da, o que realmente estaba en meditacin o
que haba cerrado los ojos para ahuyentar el dolor de cabeza. La abuela siempre
responda a todo. Era creativa, admirable para su mente supuestamente gastada.
Pasadas Nochebuena y la comida del da de Navidad, la abuela opt por
subir a su habitacin a pesar del largo de la escalera que la haca resoplar y
aferrarse a la barandilla, un palo viejo de madera chirriante que quera escapar
de los clavos que la sujetaban a la pared. Se qued arriba mucho rato, tanto
que anocheci y hubo que subir al fin su cena para evitar el descenso a ese
infierno de ruidos y muchachos maleducados.
La semana siguiente, cuando los juegos nuevos que habamos acumu-
lado durante el primer trimestre de curso ya estaban muy jugados, cuando in-
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ventbamos trastadas que nos divirtieran un poco, cuando demostrbamos que
necesitbamos el control del colegio, la abuela cambi la tctica. Se dedic a
observar a todos, silenciosa, con ojos achinados bajo el peso de los prpados
oscuros. A veces nos callbamos esperando que ella dijera algo. El que no pa-
ra de vez en cuando no encuentra su sombra, habra dicho en otra ocasin.
Pero se mantena expectante.
Despus de la celebracin del fin de ao fue peor, aquel uno de enero
ya ni siquiera quiso bajar a comer. Nosotros fuimos encargados cada media
hora de subir a ver cmo se encontraba la abuela. Inexplicablemente la vuelta
de cada subida resultaba con una informacin distinta. Alternaba los periodos
de sueo con otros de hiperactividad.
La abuela desde aquel da orden fotos en su cmoda de nogal, des-
colg y colg las cortinas y mand en el nterin lavarlas, pidi una esponja y un
barreo de agua y de rodillas limpi los bajos de la cama, repas tambin
bajndose hasta el suelo los rincones y los rodapis, mand descolgar la
lmpara y orden los cristalitos traslcidos que la adornaban de varias formas
distintas hasta que se sinti satisfecha... y entre tanta actividad pequeas sies-
tecitas de las que nosotros ramos testigos. Mudos testigos forzados por los
adultos de la casa a servir de inspectores de sueo senil. Lo cierto es que el
cargo nos responsabiliz de tal manera que la abuela durmi plcidamente.
En esas fechas empez a exigir que le pusieran miel sobre el pan del
desayuno, y para la merienda y a veces en los postres.
Tema cualquier corriente, cuando ella jams haba hecho caso de esos
riesgos domsticos.
Nosotros dos revolotebamos a su alrededor amparados en las vacacio-
nes de invierno, escuchando a veces una charla nerviosa que mantena consi-
go misma, recogiendo en nuestras memorias nombres de antepasados y citas
de pensamientos propios o ajenos, que ella no pareca ya distinguir. Los chicos
que mucho escuchan mucho crecen por dentro repeta incesantemente satisfe-
cha tal vez de nuestra avidez infantil.
Cuando acab aquel periodo de actividad frentica que le dur al menos
una semana la abuela decidi bajar otra vez. Sac de la despensa tarros de
mermelada de mora y de melocotn. Los dej a nuestro alcance, con lo cual los
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primeros desaparecieron pronto. A los segundos les cupo mejor suerte porque
nuestros sistemas digestivos protestaron ruidosamente.
Sac del doble fondo de una caja guardada en un altillo unos finsimos
paos de ganchillo y unos encajes blancos como su cabello. Dej que mam y
las tas se los repartieran despus de alegar hijas y nueras que los tena ella
desde siempre, que por qu darlos, que eran valiosos. La abuela las dej parlo-
tear sin intervenir. El contenido de la caja fue distribuido finalmente.
Despus lav toda su ropa, la de invierno y la de verano, y la planch y
la volvi a guardar.
Al fin decidi sentarse de nuevo junto a la cocina, justo en la noche de
Reyes, y sac de una bolsita que empuaba artrticamente monedas viejas, de
esas que ya ninguna tienda aceptara, tal vez el banco o algn coleccionista.
Como nosotros ramos sus nicos nietos se empe en drnoslas, hacindo-
nos prometer que las guardaramos siempre y que no las gastaramos aunque
no tuviramos otras. Eso sera fcil, no se poda hacer otra cosa con ellas.
A la maana siguiente con la aparicin de nuestros regalos, nos olvida-
mos de la abuela y de todo adulto y nos sumergimos en el juego enloquecido
del nio desesperado por tocarlo todo, probarlo todo, dominarlo todo. Cierto
que los padres se apresuraron a hacerse hueco y compartir nuestros momen-
tos placenteros. La abuela se mantuvo a distancia prudencial, sonriendo beat-
ficamente. Disfrutando tal vez de la niez ajena.
El da en que tenamos que regresar al horario habitual de colegio
lleg. Intuimos el proceso habitual: cena temprana, cama amenazante, regao
y empujoncito.
La abuela nos llam. Nuestra salvadora. Nos mand bajar hasta la coci-
na una maleta aeja de cuero marrn, ella misma la coloc en la puerta y a los
mayores les dijo:
El que no se retira pronto es apartado antes.
Nadie contest porque nadie entendi. Al cabo de unos silencios llenos
de miradas cruzadas la abuela aadi:
Ahora que ya lo he resuelto todo y no dejo nada de lo que otros tengan
que ocuparse, puedo irme a cualquier sitio, a un asilo de esos donde otros co-
mo yo siempre tienen cosas que hacer, aunque slo sea esperar; y no me dis-
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cutis, no tenis nada con que convencerme, he dicho ya todo durante muchos
aos, demasiados, ahora quiero que me recordis de mes en mes, que con eso
basta, no os pedir ms esfuerzos, hasta que slo sea un aniversario en vues-
tras agendas.
En nuestra inocencia acertamos al pensar que la abuela se iba de viaje.
En principio a un asilo de esos, como ella haba anunciado. Pero luego, en los
meses siguientes, fuimos captando conversaciones de los mayores. Con varios
compaeros, con algn conocido de otro pueblo, con un amigo especial, la
abuela se dedic a moverse por contornos que nunca haba pisado. Incluso
mont en avin. Alguna postal lleg. Mam sobre todo, pona el grito en el cie-
lo, clamaba porque la abuela no llegara a tiempo antes de que naciera nuestra
prima, esa tercera nieta que dara ms quehacer en la casa y ms ruido en
nuestra familia.
Hoy la abuela es una fecha marcada en el calendario, como ella quera.
Pero tambin, como ella dese, unas locas ganas de hacer y resolver y de de-
cir y vivir que nos ha dejado impresas en nuestro diario recuerdo. Porque
cuando alguien es recordado en sus palabras es su sentimiento el que perma-
nece vivo.
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MALA TRADUCCIN
LE CORPS HUMAIN. VOICI UN GARON... No, no era eso lo que a ella la
entusiasmaba. Alicia disfrutaba con otras actividades, las tardes cadenciosas en el
enorme parque de la ciudad, los helados tomados con avidez antes de que se de-
rritieran, las risas robadas entre comentarios superfluos... sobre todo era feliz
cuando no hablaban del pasado, cuando se obviaba la ltima arruga hallada frente
al reflejo matinal, cuando sus amigas simulaban haber olvidado los ltimos aos.
A veces la llamaban para decirle que iban a verla. Se senta valiosa
cuando llegaban en el primer tren de la maana y pasaban todo el da con ella.
Coman cada vez en un restaurante diferente, ella los buscaba de antemano,
baratos, poco llamativos, casi annimos. Luego llegaba la tarde y la despedida.
Las miraba ir levantando la mano desde el andn, sonriendo, aferrando su bol-
so colgado al hombro. Despus volva a enfrascarse en la traduccin. IL A UNE
TTE RONDE, IL EST FORT. Alicia querra traducir su pasado reciente, no los
libros que la editorial le encomendaba. Pero de alguna forma tena que reabrir
su vida, su persona, su memoria vital. Y hacerlo casi a escondidas, sin acudir a
fichar, sin seguir itinerarios, sin dejarse ver.
Le costaba esconderse, pero llevaba cuatro meses hacindolo. Ella. Mu-
jer activa que poda hacer varias cosas al tiempo, que gustaba de aprovechar
al mximo las horas del da, se vea obligada a recluirse en su pequeo apar-
tamento de veinticinco metros. Ahora no poda ir a exposiciones, ni al cine, ni a
conferencias. Alicia echaba de menos incluso las apreturas matinales del me-
tro. Apenas poda creerse lo que la vida le haba deparado. Pero deba aceptar-
lo y sobrevivir, sobre todo sobrevivir.
Por eso le cost tanto aceptar el primer caf de aquel hombre. Algo ms
joven que ella, haba insistido desde que se la cruzara en la escalera poco
despus de instalarse ella en el edificio.
Bienvenida. Slo quera decirte que si necesitas algo...
Alicia escuch recelosa sus primeras palabras, cuando le abri la puerta
por primera vez.
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Luego hizo ver que no estaba en las tres o cuatro ocasiones siguientes
en que l se acerc a su puerta. Sin embargo llegaron los primeros treinta mi-
nutos en el bar de la esquina, frente a un caf con leche. Ella not que l
quera agradarla. Y tambin pudo ver cmo el hombre de la barra, cincuentn y
calvo, les observaba. Por las pocas palabras cruzadas supo que ambos hom-
bres se conocan, al menos como camarero y cliente.
As, Enrique era el nico amigo que a Alicia tena cerca en las ltimas
semanas. Slo en la ltima visita de sus amigas habl de l. Se sinti mal al
hacerlo, no porque ellas le recriminaran haber cado en otras redes.
Tan pronto. Sin recuperarte del todo.
No.
Alicia sinti no conocer bien a esas mujeres que sacrificaban todo un da
de sus vidas y de sus familias por estar con ella cada quincena. Haba supues-
to reticencias, pero encontr apoyos y alegras no fingidas. Aquellas mujeres,
aquellas amigas, eran felices en sus relaciones de pareja, pero haban sabido
estar al lado de Alicia.
No lo olvidar nunca, cmo hacerlo!
La acompaaban en su destierro, la estimaban, la cuidaban.
A ver si ahora tenemos suerte. - Haba dicho una de ellas. El plural
humedeci sus ojos.
Enrique era atento, no preguntaba, no insista en nada. Pareca el hom-
bre perfecto, al menos para la condicin de refugiada que ella viva.
Un da la llev a una funcin en la sala pequea del gran teatro que luca
aquella ciudad de arraigado carcter castellano. Alicia se esforz, pero no dis-
frut aquellos minutos como antao lo hubiera hecho. Tema ser encontrada. El
miedo era algo que no superara en mucho tiempo, se lo haban dicho los
psiclogos. Su hermana, que ejerca como tal, le haba explicado que ese sen-
timiento es el ltimo que desaparece. Ella era la que haba dispuesto el contac-
to espordico con la familia. Un mensaje en el mvil era la huella que dejara
Alicia cada pocos das.
En el seco otoo de aquel ao Alicia ya estaba habituada a salir poco,
las compras indispensables y poco ms. Ni tan siquiera tena deseo de reno-
var su vestuario, ir a la peluquera o acercarse ms al centro a conocer su
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ambiente. A veces alguna visita cultural, breve, rpida, concisa, acompaada
de Enrique.
Su nuevo amigo no la presionaba, no insista, no peda nada. Si buena-
mente ella aceptaba salir, bien, si no, volva a su casa o colgaba el telfono,
siempre amable.
Pero Alicia intua que detrs de aquel profundo respeto lata algo ms.
Algn libro que le prestaba porque merece la pena que lo leas. Alguna llamada
a deshora para saber si se te ha pasado la tristeza de esta tarde. Ms de una
sonrisa silenciosa acompaada de una mirada casi ruborizada.
Alicia comenz a darse cremas nutritivas por la noche, nunca lo haba
hecho; se cuidaba ms las manos, pintaba suavemente sus uas. Se negaba a
pensar en el futuro lejano, pero no quera rechazar el aire a normalidad que
tena su presente.
Pasaron semanas plcidas. Sus amigas seguan acudiendo a visitarla.
Fieles y dinmicas convertan el da de encuentro en un paraso de risas y pi-
cardas femeninas. Ninguna hablaba ya del pasado. Aunque ella senta que
necesitaba conjurar el miedo. Con Enrique no hablara, quera apartarlo de
aquellos aos. l era ahora su realidad, el hoy. Slo eso. Bastante.
Entonces Enrique cay en cama. Un virus le diagnosticaron. Una sema-
na de reposo. Alicia lo cuid.
Tal vez tengas por ah algn hijo, tal vez su padre...
Ella respondi que no. En realidad lo dese mucho tiempo, pero no lleg
la alegra que buscaba. Luego, en cambio, agradeci no haberlo tenido, no te-
ner que ver su sufrimiento. Porque tal vez como padre hubiera sido mucho peor
que como marido, y eso no, eso lo ltimo, gritos, manos ofuscadas, lgrimas
inconclusas... Eso no!
Ahora no tena ya tiempo para buscar un padre para que naciera un hijo.
Cuid de Enrique con afecto, con ternura tambin. Puso lavadora, subi
comida, arregl su apartamento, ri con l viendo la televisin...
Fue luego, cuando se incorpor a su trabajo en el departamento inform-
tico de una empresa de turismo, cuando Alicia not que volva a sentir algo
ms que una amistad. Como con aquel canalla: amistad cercana que se aferra
hasta destapar la pasin. Se asust la noche que tuvo que confesrselo a s
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misma. Tuvo que reunir todas las frases de apoyo que haba aprendido de los
profesionales en sus consultas para rechazar el pnico inicial que produjo en
ella la novedad.
No lo logr hasta que l llam a su puerta unos das ms tarde. No haban
hablado casi en una semana. Pero cuando lo tuvo al otro extremo del sof se le
apret el estmago y se le tens la espalda
No puedo remediar quererte, pero si no quieres orlo no lo dir, si no
quieres verme me ir.
Ella no pudo sino decir:
Quireme.
Velozmente empezaron a sucederse las horas, los das, las semanas.
Alicia se vea viva de nuevo, de nuevo en el mundo, nueva como mujer, nueva
como persona. Todo reluca a su alrededor. Sus traducciones salan deprisa, le
apeteca otra vez cambiar parte de su vestuario, el apartamento se le haca
pequeo y necesitaba salir. Enrique llen su tiempo. Ella quera verlo as. Ape-
nas precisaba esforzarse para mostrar su felicidad.
Hasta el da en que l se empe en subir un piso ms. Alicia se dej
llevar. Enrique introdujo la llave. Entraron.
- Vivirs aqu.
Y ella no se neg, no pudo hacerlo. No romper el encanto. Luego l
dispuso que dejara de trabajar para la editorial. Alicia se lo plante como un
periodo vacacional. Das despus Enrique volvi a casa con una libreta de aho-
rro.
Ingresaremos aqu lo tuyo y as no nos preocuparemos de dos bancos.
Alicia no le dio importancia, solo era algo de dinero, lo ahorrado en los
meses de huida y poco ms. Cuando ella perdi su telfono mvil sin saber
cmo, l prometi que compraran otro, pero las ofertas esperadas no parecan
llegar nunca. Alicia no pudo mandar sus mensajes semanales a su hermana:
Enrique no tena nunca saldo.
Cierta tarde Enrique pareci volver a sus orgenes clidos y atentos. Lle-
vaba un DVD. Lo vieron. Las escenas repugnaron a Alicia, pas el rato con los
ojos cerrados, por no herir a Enrique no se fue. Pero no pudo evitar or. Gemi-
dos, latigazos, obscenidades, crujidos de telas y cueros, chirridos de cadenas y
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de delicadezas. Enrique quiso repetirlo esa noche, los dos, tal vez uno contra el
otro.
Fue cuando se dio cuenta, cuando se encontr inesperadamente sujeta
a la cama, los ojos tapados, el miembro de l en la boca, abierta por las manos
del hombre, sus manos y pies inmviles heridos con las cuerdas. l disfrutaba,
ella senta correr sus lgrimas por las mejillas. Ni tiempo haba dado esa no-
che para ponerse la crema nutritiva. No haban cenado, Alicia pens en los pla-
tos fros sobre la mesa. Vio en la oscuridad de su venda su apartamento all
abajo, refugio y olvido. Record a su hermana, a la espera de mensajes. Oy
las risas francas de sus amigas, la televisin de algn vecino.
No saba chillar, no quera moverse. Solo desaparecer, ser humo y som-
bra en la lujuria violenta de aquel desconocido que haba secuestrado su espe-
ranza. Alicia se imagin nia, escapada de todo aquello, recogida en brazos de
su madre, tan lejana en su tumba. Y cuando corri por sus venas el afn de la
lucha y el hambre de la victoria quiso volver atrs. Agarrarse a lo mnimo para
remontar. Trat de coger aire. Aire. Un poco de aire. Y el aire se fue. Roz su
cara, sec sus lgrimas pero no entr en su garganta. Alicia se fue escurriendo
del mundo. Esta vez para siempre.
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CONFLUENCIA
Tras la botella se distorsionaba la frente arrugada de la vieja rematando
su costura. Inclinaba su cuerpo abreviado por los aos hacia la luz de la venta-
na. Atardeca y la labor se ralentizaba entre el cansancio y la sombra.
Los vecinos haban salido con los nios. Era la hora de todas las tardes,
el padre llegaba a casa y la madre tena preparados a sus dos mocosos chillo-
nes. Salan los cuatro hasta que era ya de noche, entonces volvan a orse las
protestas cotidianas por la cena, luego se apagaban camino a su habitacin,
que deba de estar al otro lado de la casa. La rutina resultaba un cuadro de
costumbres casi esttico.
Mauro silenci las llaves en su mano y entr en la salita donde su ta
acababa de cortar el hilo. Puados de paitos de ganchillo reposaban sobre
cualquier mueble. En la calle una moto repeta su rutina chulesca. Enseguida
voces adolescentes, nuevos macarras, estpidos niatos con tallas gigantes-
cas y cadenas caninas al cuello rean a zancadas oscilantes. Mauro apart la
mente de ellos, asqueado. Con el ruido que hacan la vieja no se enterara de
la conversacin si no se la chillaba.
Ta, tienes que darme algo!
Tuvo que acercarse a ella y repetir la frase. Conoca la respuesta, pero
ese da realmente necesitaba el dinero. Eso o... Fuera, la moto se encabrit.
Mauro not un ligero temblor, como si el pavimento estuviera bajo su piel. La
vieja guard las tijeras en la caja de costura. Lunares y mimbre, toda la vida
all. Se levant despus de doblar la tela. Tal vez haba alguna viuda esperan-
do el vestido para ir al cementerio, tal vez una ms joven para ir al caf con las
amigas, tal vez la misma vieja arreglndose fragmentos del pasado que ya son
anchos. La cabeza cana, amarilleada de soledad, menuda, se alinea con el
pecho de Mauro, a la altura del corazn. Levant la breve vista y la clav en el
sobrino. La misma expresin, la misma mirada que l llevaba viendo treinta
aos, ni una arruga ms, las mismas, aunque ms marcadas. l llev los ojos
hacia la vieja.
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La ltima vez! y se odi por su tono de splica.
No. Repiti la voz cansada mientras se deslizaba un paso lateralmen-
te para esquivar la delgada columna, labor de amigotes y porqueras en el
cuerpo, que se ergua frente a ella. Mauro la not a su costado y alarg el bra-
zo. La vieja se detuvo
Quita.
La agarr. Sus dedos hbiles de labor fina tambin agarraron la mano de
Mauro. l no permiti que se apartara y trep sus uas comidas al arrugado
cuello. Apret.
Quita, qui...
Apret. Plpito en las sienes, plpito en la garganta. Temblor en los ojos,
la mirada en la botella de la mesa. Gorgoteo entre los dedos. Como el lquido
transparente que se agita dentro del vidrio. Otro cilindro, las clases de fsica en
la facultad. Definitiva la quietud entre las manos.
Cualquier noche tengo que cortar con l. Laly, si yo te quiero. Pero aca-
ba el cachondeo y a tu puta vida, nia. Cualquier noche se queda sin m. Mu-
cho le importar a l. Sus pasos chancleteados resonaban en el frescor de la
maana. Estaba cansada, peor, hastiada. Meti la llave en la cerradura del por-
tal y gir la mueca. Click. La luz barata chorre sobre los escalones. Al pasar
por el primero un golpe sordo. Se sobresalt, pero el silencio siguiente la calm
enseguida. Cinco pisos y al final la buhardilla. Su sueo y su decepcin. Al me-
nos la comunidad no era cara y el casero no la molestaba. Se dej caer, larga,
en la cama. Tres o cuatro horas y a madrugar para atender la ventanilla del
banco, recibos, breves ingresos y muchos reintegros. Los primeros sobres de
declaraciones de la renta. El mal humor de Sebastin, mal compaero...
Un vecino baj de puntillas las crujientes tablas de los escalones. Tenue
clic de la puerta de hierro. La calle le trag, casi annimo, mientras la vetustez
del edificio callaba en su somnolencia.
De todos los coches de la calle, Mauro se dirigi al ms viejo. Arranc
con tos cavernosa, pero a la primera. Sus chapas temblaron al salir de la fila de
vehculos. A esas horas no haba demasiado trfico en la ciudad. Enfil la M-30,
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carril derecho. Despacio, ms despacio, no tanto, no tanto, podra llamar la
atencin. Cuando lleg a Mercamadrid le retuvieron en la puerta, hizo una lla-
mada, su batera estaba muy baja. Carlos lleg pronto, mandil blanco, sucio,
grueso, pesado. Intercambiaron dos frases. El coche de Mauro entr, el guardia
cerr la barrera de nuevo. Haba pensado muchas veces que no deba recha-
zar el trabajo que le haban ofrecido repetidamente, pero madrugar no era para
l. Ni el trabajo fsico. Ni el exceso de responsabilidad. El dinero mandaba.
Al principio, en la facultad haba pasado temporadas en trabajos even-
tuales. Luego haba optado por mandar currculos, despus decidi esperar.
Nada. De tener el dinero necesario se hubiera dedicado a completar estudios,
tal vez un mster, tal vez el extranjero. Sus maestros desde primaria decan
que tena cabeza. Cabeza!. Como todo el mundo! Odi siempre esa frase,
sobre todo cuando iba acompaada de una mirada tierna y esperanzada, ca-
ducada ya, en los ojos de un adulto. Le gustaban los libros para memorizarlos.
Ni siquiera disfrutaba con la lectura, pero tena una extraa capacidad para
captar contenidos. Acab la carrera en cinco aos. Tambin acabaron sus po-
sibles sueos.
Tengo mucho trabajo, qu quieres?
Te puedo ayudar.
No jodas, to. No me hagas perder el tiempo. Qu te pasa a estas
horas?, alguna chavala te acaba de echar de su cama?
Mauro prefiri no responder. Para Carlos slo existan El Merca y el
sexo. Le ayud a colocar unas cajas sobre otras. El fro era intenso y el pesca-
do ola a hielo. Hielo sucio y ojos vidriosos que se clavaron en l en cuanto le
detectaron. Los cuerpos fusiformes se estiraban paralelos, grises, repugnantes.
Dos inmigrantes le apartaron descargando mercanca, cansados, lentos, silen-
ciosos. Los mir detenidamente. Veinte, veintitrs. Difcil, no tienen edad. Ecua-
torianos, tal vez. El fro le estaba calando.
Djame algo, colega.
Tras la escarcha del aire le mir fugazmente. Sonri de lado.
Vete a la mierda.
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Te lo devolver.
Aqu no puedes estar.
Lo necesito.
Lrgate.
No le vas a hacer un favor a un amigo?
Amigo, ja!
Venga, qu te cuesta?
Ni te lo imaginas, to, djame en paz.
De verdad que me hace falta.
Que no.
El trabajo era el mismo en todos los puestos. Los clientes empezaban a
seleccionar, alguno discuta, otros entraban en oficinas. Albaranes. Suelo mo-
jado. Fro intenso. Mauro vag por entre cajas y miradas ajenas. Querra pasar
entre ellos como una sombra, apenas un hilo oscuro que no llega a rozar. Vio
billetes en las manos de alguno y los dese. Sinti sequedad en la boca, hor-
migueo en las manos. Se las mir, no tena nada en ellas. Por un momento las
imagin blancas como la cal, pero las tena rojas, amoratadas casi.
Volvi al puesto primero. Carlos ya no estaba por all. Sali. Dej el co-
che quieto, ni siquiera gir el contacto. Apoy la cabeza sobre sus manos, es-
tas en el volante. Empezaban a reaccionar sus dedos. Haca tiempo que el ca-
becero del asiento ya no exista. Le picaban los ojos. Debera dormir algo. Tal
vez aqu mismo, pero esto es incmodo. Su mente dibuj a Ins por un instan-
te, como todos los das, con un esfuerzo diluy su silueta.
Laly pas mala noche. La molest el estmago, pero sobre todo estaba
ofuscada con los hombres. Cuando se despert a las seis de la maana hubie-
ra llamado a su hermana, pero sin un motivo muy justificado no poda romper
su sueo de madre con descanso atrasado. Era pronto pero dej la cama. Su-
bi al taburete y sac la cabeza por la ventana de madera que le ofreca teja-
dos plagados de gatos. Parece mentira, en mitad de la ciudad y que esto pa-
rezca una escena de Mary Poppins. Eso y el alquiler era lo que finalmente la
retenan en la buhardilla. Bueno, tambin el no volver a casa con mam. No dar
su brazo a torcer ni ante la presin de sus tas.
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Ahora que tu madre est sola te vas t tambin, que tu hermano se ca-
se y decir que te vas, ha sido todo uno, hija.
Ella les haba dicho que qu tena que ver la vida de los dems con la de
ella, que su madre tena amigas y que no dejaba de tener a sus hijos, solo que
fuera de casa; que total si con los trabajos y dems cosas apenas estaban jun-
tos y que as no discutiran en las cenas o los desayunos. No dejaron de mirar-
la recriminatorios, pero fingi indiferencia y alquil su pequeo refugio.
Despus de un ao casi no se arrepenta. Con el vecindario no tena
ningn problema, nunca coincida con nadie el tiempo suficiente para tener que
desarrollar una conversacin. Laly resolva los breves encuentros con hola y
hasta luego, incorporaba una sonrisa comedida y ah acababa todo contacto
social. A veces se imaginaba cmo sera el que dorma justo bajo su suelo, o
qu estaran haciendo diez metros ms abajo justo cuando ella pasaba delante
de la puerta, pero todo quedaba en un mero ejercicio creativo, no llegaba ms
lejos.
Se llev una mano al cuello, le dola la nuca y Mauro solt un chasquido
de dolor por ello. No haba sido buena idea quedarse dormido sobre el volante.
Desliz la mano despus hasta el estmago, posiblemente fuera hambre. Puso
el coche en marcha. Antes de moverlo sali y dos metros ms all, escudado
por la puerta, orin. No haba nadie. Al menos an se puede mear a gusto.
El coche sali a la corriente circulatoria. Entr en el primer barrio que se lo
permiti, ni mir el nombre, pero busc un bar. Junto a unos edificios nuevos,
olor a ladrillo hmedo, polvo, hombres oscuros que empezaban el da. Si tuviera
mi propia casa. La mala suerte se ha cebado en m desde siempre. La vida me
ha puteado tanto... encontr lo que buscaba. Un camarero pegaba con celo par-
tido a mordiscos el men del da. Mauro lo ley. Fabada o sopa de cocido y bis-
tec con patatas o filete de mero en salsa, pan vino y postre. En la barra donde l
se apoy an haba crculos de tazas y migas. Pidi caf solo doble.
Algo de comer? le dijeron.
l respondi que no. Una punzada protest en su interior, pero algo en
la garganta le impeda tragar, lo saba. Mauro entrevi una botella, y la botella
le hizo marearse, algo significaba.
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Tom el caf a pequeos sorbos. Pidi agua. Se la dieron girando el
lquido an en el vaso, burbujas de presin, lechosa. La dej calmarse y luego
la bebi de un trago. Pag.
Los pies le pesaban. Se qued junto a la obra, sentado en unos ladrillos.
Alguien pas a su lado y se par.
Quieres trabajo? Mauro levant la cabeza.
Tienes polvo? respondi l.
El hombre tal vez no lo entendiera bien, pens Mauro, pero desde luego
la respuesta no le gust y se alej de all escupiendo dos pasos despus. El
caf se revolvi contra s mismo y Mauro vomit.
Laly no esperaba nada de aquel da, otro da, como cualquiera. En su
cabeza una idea se clavaba cada vez en un sitio, como si se fuese agarrando
desolada en las esquinas de su pensamiento, algo debe cambiar en mi vida,
tengo que buscar algo distinto, qu gris todo. Haba decidido ir andando esa
maana, le sobraba tiempo y no quera gastarlo en conversaciones intiles con
los resabiados de la oficina. En aquella zona el trnsito por las aceras era muy
escaso, y as ella no necesitaba levantar apenas la cabeza para esquivar a na-
die. Baj el bordillo y fue entonces el frenazo, el chirrido de los neumticos y
unos ojos que desde el otro lado del parabrisas se clavaron en ella. Se qued
quieta, incapaz de reaccionar, sorprendida pero no asustada. Tambin ella mira-
ba aquellos ojos encogidos y violceos. Fue un instante, meramente un instante.
Mauro sali del coche. Los frenos haban respondido bien. Se alegraba.
Aquella chica no tena la culpa de que la vida fuera as.
Ests bien, no?
S, s, no ha sido nada. Y t?, te pasa algo?, te encuentras bien?
No, no, pero ya pasar.
Te puedo ayudar?
Bueno, tal vez Te invito a un caf. Aparco, espera.
Ella mir cmo maniobraba un poco ms arriba. An no haba subido
a la acera, miraba como atontada, sin saber por qu haba aceptado esa
invitacin. Porque la he aceptado verdad?, no he dicho nada, pero se
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sobreentiende. No me gusta este to, pero as se queda todo en tablas,
no?
Y flanqueando dos tazas de caf la conversacin fluy, como de toda la
vida. Mauro habl de que buscaba trabajo y de que esa maana se encontraba
algo regular, el estmago. Laly habl de que iba a trabajar y de que no estaba
nada motivada. La vida tiene esas cosas.
No es nuestro mejor da, dijo l.
Ella respondi que no, pero que algo tendra que cambiar, que cualquie-
ra podra entrar en nuestra vida y de pronto alterar todo y darnos un motivo di-
ferente. Mauro se forzaba en sonrer, seguramente ese caf le sentara mejor
que el primero. Y por unos minutos olvid a su ta, inerte sobre el floreado del
sof, y a sus contactos que nada le resolvan ltimamente. Laly se senta
cmoda con l, no insista en mirar el reloj, como otras veces, y casi haba de-
cidido ya que si se le echaba la hora, cogera el metro.
Un rato despus ambos haban subido al coche, Mauro llev a Laly al
banco, la dej en la puerta. Se sonrieron casi con una ternura de colegiales,
solo casi. Ella entr y le garantiz la hora de salida. Luego trabaj esa maana
casi con ilusin. Vigilaba las manillas lentas que prometan algo distinto, una
nueva aventura, un toque de emocin en su rutina. Haba sentido un puntito
redondo que entrechocaba en su mente y que envolva la garra que se aferraba
ltimamente a su pensamiento. Y eso le daba nuevo aire, se imaginada casi
feliz, con un camino nuevo que hacer, al fin viva.
Mauro aparc el coche frente a su portal. Esta vez no silenci las llaves
en su mano. Ya no era necesario. Entr en la salita y mir al sof. Por un
mnimo instante imagin verlo vaco. Pero no era as. Tena toda la maana
para borrar el pasado ms reciente. Deba poner en orden las cosas. Senta
que una oportunidad entraba en su vida. Aquella chica podra ser la solucin, al
menos de momento.
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DIGNO SILENCIO
Gerardo Corts era apreciado por sus colegas de la universidad, y por
los alumnos. Sus clases de Derecho Romano eran impartidas con rigor y profe-
sionalidad. Su trabajo era su objetivo, su vida era su trabajo y el resto era me-
ramente circunstancial. De maana a tarde era un hombre responsable y sin
tacha. De noche, hibernaba.
Cada semana iba a una librera de viejo, era para l como un ritual. El
dueo era un hombre enjuto, aplastado por el peso de los miles de libros que
haban pasado por sus manos; haba heredado el negocio de su padre y, aun-
que al principio no fue feliz por ello, haba acabado enamorado de aquellos tex-
tos que envolvan sus das.
Gerardo Corts era un fiel cliente. Y los libros unos fieles compaeros
durante las horas que entre la cena y la cama pasaba en casa, en un silln,
olvidado de su mujer, quien se dedicaba a hablar con las amigas, chatear o
lustrar los objetos personales que guardaba en una vitrina. Tampoco las breves
conversaciones con su hijo, ya independizado desde tiempo atrs y a doscien-
tos kilmetros de distancia, ponan chispa en su cotidianeidad.
Aquella semana el profesor haba ido de nuevo a la librera, el dilogo
con el dueo, que ya debiera haberse jubilado, era casi siempre el mismo, el
tiempo, las novedades editoriales y si acaso algn comentario fugaz y triste
sobre la derrota del papel y el triunfo de la tecnologa.
Gerardo Corts se gir para alcanzar uno de los volmenes que aguar-
daban la mano liberadora que les diera vida, cuando not que chocaba con
alguien, al instante percibi que un libro caa, y antes de mirar a la persona que
lo sujetaba, se agach y recogi con mano firme el ejemplar, lo devolvi con
una sonrisa de cortesa que significaba tambin una peticin de perdn. Enton-
ces la vio. Una muchacha, tal vez de treinta, joven para l, ya cerca de los cin-
cuenta, azorada, le devolva la sonrisa y recoga el libro con mano dbil y asus-
tadiza. Entonces l lo record. Record aquel rostro de cierta alumna en la que
haba puesto un sano y gratificante empeo al ensear, de aquella alumna que
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haba conseguido triunfar porque l se haba volcado en su labor. Fue su xito,
el nico xito de su vida. Y supo que deba cambiar la estructura de trabajo,
que no poda seguir yendo a esas aulas abarrotadas de alumnos que atendan
o no, que estudiaban o no, que triunfaran o no, para soltar ante ellos retahlas
de palabras coherentes y sabias a la espera de que fertilizasen los espritus.
El profesor Corts inici un programa de seguimiento personalizado basado
en tutoras generosas y abiertas. Los alumnos comenzaron a asistir a ellas, su buen
nombre creci y su profesionalidad qued enmarcada en la consideracin acadmica.
Hasta que lleg Carlos, con l se sinti agobiado. Carlos le requera da
s y da tambin, restando tiempo que pudiera dedicar a otros alumnos ms
necesitados tal vez. El profesor consider que deba distanciar la presencia de
ese alumno y lo hizo, sin dudas ni remordimientos. La reaccin de Carlos no se
hizo esperar y en pocos das comenz a circular el rumor por la facultad de que
un alumno haba sufrido acoso por parte de Gerardo Corts. El profesor no hizo
caso, no quiso entrar en el juego de negar o defenderse, y continu con su la-
bor. Pero la labor de zapa no finaliz ah, sino que prosigui con la aparicin de
un artculo en el peridico interno de la facultad que hizo que la noticia se ex-
tendiera como una infeccin.
Entonces, una tarde, decidi que haba llegado el momento de solucionar
sus silencios vitales, supo que deba tomar una decisin y liberarse de la carga
silenciosa y solitaria que era su vida en realidad y que aquello que haba ocurrido
solo haba sido el detonante para remover su conciencia. As que escribi una car-
ta dirigida al decano donde solicitaba el tiempo mximo de excedencia. Y cuando
la tuvo, desapareci, no solo de su despacho y de sus clases, sino de su casa y
de su vida. Nadie supo dnde fue, y nadie supo despus, al cabo de dos aos, si
Gerardo Corts se haba planteado, a mil kilmetros de all, volver.
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CRIMEN POR ESTRS
Confesar lo que ustedes quieran, pero no cuando ustedes me lo di-
gan. Me han estado preguntando toda la noche y yo soy un hombre que nece-
sita dormir, as no hay manera de dar pie con bola, vamos. Reclamo mis dere-
chos nocturnos al descanso y al sueo. Las ilusiones de la vigilia ya no las
tengo y debo soar en algn momento, no? Por eso deca que si pudieran us-
tedes mejorar un poco la calidad de los catres de los calabozos... vale, vale, no
es problema mo, verdad? No dir nada.
He sido profesor de hostelera durante veintitrs aos, los matres que han
pasado por mis manos, los ms solicitados en los mejores restaurantes. Reco-
nozco que algunos fueron directamente recomendados por m y es que pasaron
por mis manos de un modo muy especial, me entienden? Todos mis alumnos
han salido muy bien formados. Mis chicos investigan, pasan exmenes fuertes.
Mi academia de hostelera es muy completa, hay mucha teora y ms prctica
porque... ya veo por sus caras que no les interesan mis ideas pedaggicas.
Dganme qu quieren que les cuente. Yo no tengo mucho que decir. El
estrs que me producen ustedes bloquea mis pensamientos. Decirles que yo lo
quera est de sobra, verdad? Vivamos juntos desde hace tres aos y lo
mat ayer. As de claro. Si he provocado escndalo pblico, lo siento, tengo
que disculparme con el vecindario? No lo har. Son todos unos insensibles y
unos majaderos, que no les llamo otras cosas porque me educaron muy bien.
Me miran, lo s. Creo que me envidian, que se aguanten. Lo de anoche fue
insalvable.
Si no llega a ser por el ruido que hizo y por mi vecina de patio, seguro
que nadie se entera.
Lo mir largo rato en mi tresillo nuevo. Lo compr la semana pasada,
trescientos euros slo. Una ganga. De segunda mano, claro. Pero era mo y l
no dejaba siquiera que yo me sentara. Al principio hasta me haca gracia,
pens tenemos los mismos gustos, pero luego no quieran ustedes saber las
barbaridades que pasaron por mi cabeza.
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Nos hemos hecho compaa muchas noches, ha recibido de m ms ca-
ricias que de nadie. No puede reclamarme nada. En la calle lo encontr, aban-
donado, me dio pena y ya esa noche lo sub a mi casa, le dej que durmiera en
el saln. Fui generoso, no me lo negarn, hoy no te puedes fiar de nada y yo le
dej estar en mi saln, desayunamos juntos y sent que nos entendamos. Fue
bonito, paseos por el parque, comidas juntos, hasta nos gustaban las mismas
pelculas. Mi familia me ignora desde hace mucho, l fue mi familia.
Por qu lo mat?, miren, ya me molestaba y a m no me gusta dejar las
cosas sin rematar, algo de tu vida que queda en el aire se te pega al alma para
siempre y ya no te abandona. No soy as, las cosas hay que cerrarlas bien, las
relaciones son importantes en nuestra existencia y no pueden quedarse colgadas.
Lo deca mi tresabuelo, que era muy sabio en cosas de la vida. Pues les digo que
me era molesto. Nunca lo haba pensado, se lo aseguro, pero surgi. Nuestra vida
compartida era ya tresaeja y, como los coches, se le haba pasado la garanta. l
pretenda quedarse para siempre. Y eso no, eso no. Que mi libertad es sagrada y
mi trabajo me exige mucho tiempo en contacto con gente, en casa quiero soledad.
Trat de explicrselo, pero no me oy. Oigan, que ni siquiera se dign
mirarme las tres veces que lo intent. Anoche estaba particularmente silencioso
y supuse que era parte de su estrategia para hacerme sentir su desprecio. Se
lo pueden creer? Por cmo me miran, ya veo que no, pero l me despreciaba.
Sobre todo cuando a casa vena algn amigo antiguo, de mis aos de galn y
se quedaba a dormir. Normalmente l entonces deba ocupar el saln, por de-
ferencia, entienden? Pero esto ya le sentaba mal, slo quera estar a mi lado
y se resista incluso a ocupar su lugar en nuestra habitacin. Continuamente
pegado a m. Eso me resultaba estresante. No he podido ms.
Pens en el envenenamiento alguna vez durante la velada, pero eso es
tan femenino, que ya tendra bastante con los comentarios de la gente para el
resto de mi vida. Ahora ya recibo suficientes, no se crean. Simplemente lo
agarr y lo estrangul. No me pregunten, no recuerdo el momento, ni lo que
sent. Cuando lo vi cado, sin respirar, supe que ya no haba marcha atrs. Y
me sent a pensar qu hara con su cuerpo. Verdad que el cine nos sugiere
muchas ideas? Pues anoche ni una se me vena a la cabeza. Lo met en el
congelador.
35
No vayan a pensar que no lo sent. Claro que s, hasta llor, recordaba
sus primeras palabras la noche que lo encontr, su mirada atrevida, los chistes
que me rea, que yo creo que era el nico que me los entenda... De verdad
que lo quise mucho, an hoy le quiero y siento pena, pero seores, irn uste-
des a detenerme por esto? La vecina que me denunci anoche es una envidio-
sa cotilla, no deben dar mucho crdito a lo que dice. Jams he maltratado a
nadie, mucho menos a l, despus de tres aos de vida en comn. Ella inventa
cosas para agravar la situacin.
He entendido ya que no deb hacerlo, que hay otras formas, pero me
desesper tanto que mi instinto salvaje sali, a veces soy muy duro, lo s. Aho-
ra dganme a cunto asciende la multa, pero les aseguro que no creo que deba
ir a la crcel por ello, al fin y al cabo era una especie protegida, s, pero total un
loro ms o menos no va a perjudicar el Amazonas.
36
NO HABA SALIDA
No haba salida. Cuando fue consciente de ello se dej llevar por la de-
sidia. Siempre luchando, siempre enfrentndose a los obstculos, siempre la-
miendo sus propias heridas porque nadie se acercaba para consolarla en su
cansancio. Sin embargo esta vez era diferente, no haba ninguna posibilidad de
salir de aquello.
Los pasos de Aurora vacilaron mientras su mente se renda a la eviden-
cia, su mirada se elev quiz buscando alguna claridad, pero los grises y ocres
de los edificios fros y distantes fueron testigos mudos de su llamada. Los por-
tales haban subido de numeracin. Abri su mano aterida que empuaba un
papel mal recortado. El nmero que all ley haba quedado atrs. Gir la ca-
beza y oblig a su cuerpo a que regresara sobre sus pasos.
Pero la desidia inicial dej paso a un caudal incontenible de rabia y cora-
je. Si no haba salida, ella horadara la vida con sus manos si era necesario. No
era momento de rendirse porque entonces dejara de ser ella. Y tenerse a s
misma era lo nico que la ayudara a levantarse por las maanas. Un poco
ms, tal vez sea slo un poco ms, y recolocaba su espalda, llenaba sus pul-
mones de aire, parpadeaba queriendo captar el mundo con una breve mirada y
se lanzaba a l como el que se lanza a una lucha feroz por el alimento. Aurora
decidi una vez ms levantarse y atravesar fronteras.
La maana que marc el telfono y pidi cita no sopes ninguna conse-
cuencia, simplemente abri un camino en el que pint un cartel con letra infantil
que deca SALIDA.
Accedi por fin al portal. El papel hmedo de sudor y nervios regres al
bolsillo. Se dio tiempo y subi los escalones que la llevaran hasta el segundo
piso. El ascensor respondi al desprecio con un silencio aejo. Los escalones
de madera crujan en su ancianidad. Ola a pisadas amargas, a barniz espeso,
a frustraciones y secretos. Ella ascenda lenta, aferrndose al pasamanos con
la avidez de la mano nufraga en torno al madero salvador. Las puertas eran
muy altas, con una claraboya en su parte superior, con una mirilla ancha e his-
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toriada, con un sagrado corazn clavado por el tiempo. Se vio levantando su
dedo hasta el pulsador del timbre. Cuando quiso pensar por ltima vez en lo
que iba a hacer oy el sonido estridente que acababa de producir su agitacin
nerviosa al presionar el botn. Qued paralizada a la espera. Dese correr co-
mo un nio que acaba de hacer una pequea trastada. Dese que alguien sa-
liera a regaarla y as poder irse deprisa, deprisa.
Al abrirse la puerta, una mujer de mediana edad la hizo pasar hasta
una pequea salita irregular. All se sent. Aurora se dispuso a esperar, tanto
haba esperado en su vida que no se molestaba ya por aguardar en una silla
caliente de desesperanzas. Porque eso era lo que la haba llevado hasta
aquella casa. Haba olvidado su reloj, mir a su alrededor, era lgico no en-
contrar ninguno pegado a la pared, como si naciera de l. Por qu el tiempo
surga de los muros como una protuberancia enfermiza? Se rega por es-
quivar mentalmente el tema. Le dolan los pies. Y tal vez la cabeza. Busc el
punto de sanacin entre los dedos pulgar e ndice y presion un instante.
Luego lo olvid y solt.
Cinco aos eran toda una vida. Para ella lo mejor de su vida. Cinco aos
que no quera tirar porque a ella le servan, eran como el tesoro que un mendi-
go guarda entre sus harapos. Aurora recoga hasta las migajas de aquella ines-
perada relacin. Con ngel se haba sentido bien desde el primer momento.
Haba recuperado su autoestima, su ilusin de colegiala, su juventud arrinco-
nada. Era otra mujer. Tanto que encontr sentido a su lucha y a su rebelda y
se felicit al fin por las derrotas sufridas hasta llegar a ese amor maduro. Se
fortaleci an ms, se enfrent a crticas, envidias o purismos, que a ella le da-
ba igual lo que impulsara a los dems. Enderez sus esperanzas dobladas bajo
el peso de la soledad. Entonces empez a mirarse de nuevo en los espejos y
sonrerse benvola. Y as un ao y otro, aprendi a caminar de nuevo, aprendi
a leer en los besos, aprendi a seguir esperando a pesar de todo. Luego
poco a poco fue viendo que no haba salida.
El tiempo pasaba y Aurora necesitaba avanzar un poco, completar su
presente, aferrarse a algo que la ayudara a seguir. No se oa nada en la casa.
Se fij entonces en algunos carteles adheridos en un lateral, sobre un corcho
salpicado de pinchazos inmisericordes. Gente feliz, parejas felices, miradas
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felices. Y sinti un pellizco de emocin. Consultar sus dudas, abrir puertas para
atravesarlas con ngel, buscar salida Qu ms la haba llevado all? Su
egosmo? La generosidad de hacer un regalo de amor o de que se lo hicie-
ran? Alguien habl cerca de ella de la asociacin aquella. Y llam y pidi cita y
all estaba, sentada, temblando como si la vida le fuera en ello.
No podan seguir as, circulando en un vehculo que se deja arrastrar por
la corriente del miedo y la comodidad. Aurora necesitaba tal vez completar su
crculo, con ngel, claro, porque sola ni se lo planteaba ya. Y por eso haba
luchado contra todo, hasta contra la escasa familia que le quedaba y, sobre
todo, contra ella misma, y fue esta la pelea ms dura. Qu crueldad! Tantas
veces engaada, derribando las estatuas de sus hroes cuando el corazn se
le rompa de desengao, levantando la cabeza aunque pesaran sus lgrimas, y
ahora que por fin la amaban nadie aceptaba que ella pudiera palpitar de nuevo.
Lo peor fue su propio ataque, noches en pie de guerra contra sus deseos,
sintiendo que el corazn cruja de impotencia y araando ese amor ciego para
provocar su huida. De nada sirvi, la cabeza se rindi y Aurora enloqueci por
ese sentimiento que la daba a luz cada minuto. Pero saba que no haba salida,
que su esperanza flotaba como un nenfar agarrado al fondo, pero sin direc-
cin, esperando marchitarse sobre aguas estancadas. Por eso decidi luchar.
La puerta se abri. Entr una figura femenina, ceida de cuero y rema-
tada de lila vaporoso. Deshecha en sonrisas la condujo hasta un pequeo des-
pacho, acogedor pero ajeno. Aurora se sent y pregunt, pregunt sin apenas
asimilar las respuestas, como queriendo almacenarlas primero para luego in-
terpretarlas. Tanto deseo preso del miedo! Tras el interrogatorio pusieron un
su mano un dossier y unos folletos. Se despidi. Al salir entrevi una cabeza
inclinada en la sala de espera, la misma que ella haba ocupado. Hombre o
mujer, daba igual, Aurora slo se fij en una manga blanca, en los dedos entre-
lazados, en las uas muy cortas.
Ahora se enfrentaba en otra batalla. ngel nada saba de aquello, pero
era el que deba decidir. Ella no poda ms, le hablara de cmo superar su
miedo, le contara lo que la ciencia poda hacer, lo que abrira sus vidas hacia
unas expectativas nuevas. Y luego esperara, porque ya no dependa de ella.
No quera seguir as, en el punto medio de nada, sin salida. Despus de cinco
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aos, Aurora necesitaba amar un cuerpo diferente, recuperar al autntico
ngel, al hombre que lata y la amaba desde el cuerpo equivocado de la que
an se llamaba ngela.
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COMPRA VIRTUAL
Se busca escolfero de tres respis para alengurar alepndulas. Intere-
sados llamar telentemente a la glonta de prmeta. Se pagar en perestes o
trentesas.
Justo lo que busco, despus de tanto tiempo me voy a deshacer de l.
Y rpidamente contest al remitente del anuncio que esa maana haba en-
contrado en el peridico que envolva su bocadillo. Despus de esperar ocho minu-
tos, y cuando estaba ya a punto de colgar le pasaron con una voz profunda que dijo:
Seguro que usted tiene lo que yo quiero?
Responde justo a lo que he ledo en el anuncio.
Podra verlo antes?
Claro, cundo quiere quedar?
Prefiero que me mande una fotografa por correo electrnico
Me asombra, no preferira verlo directamente, tocarlo, ver su
tamao...?
Poco conoce usted los escolferos... todos tienen el mismo tamao.
Pues no lo saba, lo consegu hace tiempo y no me he preocupado de
buscar ms.
Mal hecho. Dice que seguro que es de tres respis?
Por supuesto, s contar.
No se moleste, caballero, he de asegurarme.
Acept la peticin y anot el correo del posible comprador. Esa misma
tarde fotografi el objeto de la compra y envi la imagen. A vuelta de correo
recibi la siguiente respuesta.
No parece estar en buen estado. No s si podr alengurar alepndulas.
Por favor, remtame fotos desde otro ngulo.
Lo hizo a la maana siguiente. Aquello ya empezaba a molestarle. Junto
al documento escribi:
Aclreme si quiere pagar en perestes o en trensetas, queda esto a mi
criterio?
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No obtuvo respuesta durante cuatro das. Mientras tanto el escolfero
permaneca en mitad de su saln esperando a ser despachado a su destino.
Pensaba ya en empaquetarlo de nuevo cuando abri el correo y ley:
Realmente preferira, en caso de comprarlo, abonar el artculo en ptra-
res. Acabo de llegar de viaje y an guardo divisas. He de pensar sin embargo si
el producto me satisface. Querra hablar con usted personalmente, pero no me
llame a la glonta de prmeta, hgalo al minigorlo de la sandaya, lo coger yo
mismo.
Realmente estaba ya molesto, l slo quera deshacerse de algo que le
sobraba, no tena por qu perseguir al comprador. Envi un nuevo correo.
Antes de eso, dgame, cunto est dispuesto a pagar?
Y la respuesta fue:
Nunca hablo de cantidades por una lnea que pueda ser interferida. Si no
le interesa, aqu dejamos nuestro negocio.
Vio que se le escapaba la posibilidad de eliminar de su vida un escolfero
que le haba resultado intil y cedi.
Mire, esto ya se alarga le dijo al casi desconocido me gustara saber
si est realmente interesado en mi escolfero o no.
Por supuesto, adems creo que es usted un hombre honrado. Quisiera
saber antes, cuntas veces lo ha usado?
No cree que eso es una indiscrecin?, le aseguro que est impecable,
perfectamente limpio y en pleno funcionamiento.
Por qu se deshace de l entonces?
Ya se lo dije, no lo necesito
Es extrao, no parece usted muy mayor
No tiene nada que ver, mi vida no va en esa lnea
-No lo ha disfrutado adecuadamente?
Oiga, eso es asunto mo, no cree?
Tengo que saber lo que compro y asegurarme de que el escolfero no
tiene malas vibraciones.
He sido muy considerado con l...y con usted, resumimos?
Me ha asegurado que es de tres respis...
No lo ha visto en la fotografa?
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Pues no se ve demasiado bien
Pues habr de fiarse de mi palabra.
No s, un hombre que es capaz de entregar as de alegre un escolfero...
Mire, creo que hasta aqu hemos llegado.
Espere, espere, cuatrocientos ptrares.
Cunto es al cambio?
Unos ochocientos cincuenta perestes
No le parece poco?, creo que no va a haber trato.
Bien, veo que no es tan despegado como vea, era slo una prueba,
tena que percibir el valor que tena para usted. Slo lo ha usado usted?
Pero, por quin me ha tomado?
No se ofenda. Si le parece ponga usted la cantidad.
Tal vez...mil doscientos perestes...
Bien, ya le har llegar un cheque con la cantidad en ptrares en cuanto
reciba, bien embalado el escolfero...
No creer que se lo voy a mandar as como as...
Le mandar un tandrofo que lo recoger.
No me fo de los tandrofos. Adems, querra conocerle en persona.
Eso no va a poder ser. No salgo de casa...y no va usted a venir hasta
aqu. Hagamos una cosa, remitamos cada uno lo nuestro el mismo da
para que se crucen por el camino
No
Dgame quin quiere que haga el intercambio.
Yo mandar mejor que un tandrofo una eslmetra. Son ms rpidas y
nunca pierden nada. Estn asegurados los transportes.
Bien. Lo espero.
La eslmetra nunca lleg y el escolfero empez a resultar un bulto moles-
to en el centro del saln. Pero slo hasta que lo sac al jardn y all dej que las
hormigas dieran buena cuenta de l. Fue una lstima porque los de tres respis
ya no se encontraban, y mucho menos los que alenguraban alepndulas.
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DONDE HABITE EL AMOR
All donde habite el amor habita tambin el olvido. Los espesos cortina-
jes que oscurecen el recuerdo de das felices y noches mgicas. Porque el
amor a veces se refugia en habitaciones recnditas, sin cerradura siquiera, sin
ventanas, sin un cuadro en la pared, slo por evitar el dao, por no permitir que
nadie lo hiera. Eso me pas. Eso.
No dirs que no te lo advert me dijeron.
S, t y otros, los que supuestamente estaris conmigo siempre, los que
segus mi vida como si fueran captulos de una serie extranjera que llenase las
horas de la siesta. Captulos que os parecen siempre los mismos pero que
estn guionizados con intencin, con arte, el arte de lo que pretende reflejar la
vida con algo de estilo.
Llenas todo de palabras, pero y ahora? insistieron.
Ahora debo empezar otra historia de amor.
Otra? parecan no entender.
Cada da una si hace falta. A veces consumimos las historias hasta que
han dejado de serlo. A veces despus an seguimos respirando su estela, co-
mo si fuera el oxgeno que necesitan nuestros pulmones. Pero no es as. Hay
que saber cerrar la carpeta, iniciar otra con un nuevo nombre, o sin l. Los
nombres al fin y al cabo no identifican las historias, slo las numeran.
No te entiendo. Slo trato de estar a tu lado y de ayudarte me aseguraron.
Ayudarme, a qu?, la vida debe ser descubierta por cada uno. Nada de
lo que me ofrezcas puede ser ingerido si yo no lo he arrancado con mis propias
manos del rbol.
No seas tan metafrico me recriminaron.
Estoy hundido, amigo. Pero no importa, dicen que slo as puedo ver
que me queda una nica direccin en la que caminar: hacia arriba.
Pues eso afirmaron.
Y ahora caminar. Sin duda buscando otra mujer que me espere, que
quiera conocer cmo soy. Est por ah, perdida entre personas que no saben
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conocerla porque solo les interesa como compaera, como familia, ayuda, pero
no como persona. Y ella es una persona, sabes? Una persona como lo soy
yo. vido de amar.
Complicado. Eso eres t, un tipo raro que habla de ideales y de poesa
me acusaron.
Eso no es complicado, eso es el mismo don de la vida que se resuelve
en sentimientos y frustraciones que son las que debemos remontar. Como yo
ahora. Yo debo impulsarme hacia arriba como el ave saliendo de la superficie
del mar. Tal vez con mi caza en el pico. Pero somos principiantes, siempre lo
seremos. Por eso no he pescado nada. Debo iniciar mi labor.
Tienes que vivir, a veces se te olvida, como dicen por ah me aconsejaron.
Qu prosaico eres! Vivir! Sabes t lo que es eso? Respirar, alimentar-
se, desplazarse, aprender, sentir, buscar y llegar a un final inesperado o no
deseado con la satisfaccin del deber cumplido. Pero dnde queda el perder-
se, el olvidarse, el destruirse para rehacerse?
Ests un poco loco me sealaron.
Slo as se puede romper el espejo que nos refleja una imagen supues-
tamente, solo supuestamente, real. Porque cada uno ve la vida como quiere
verla, no como es. Incluso los amargados.
T no lo ests entonces? cuestionaron.
No lo estoy. Estoy siempre en el punto de partida para hacerme de nue-
vo. En la lnea que separa lo que es de lo que quiero, lo que puedo de lo que
pueden los dems. Siempre ah. Entiendes? Veo que no. Me miras y de ver-
dad crees que estoy loco. Lo crees y sin embargo sigues hablando conmigo.
Lo haces por miedo a mi reaccin?
Lo hago por amistad repitieron.
Eso es lo que sientes? Qu es la amistad? Seguro que sobre ella
puedes teorizar, cualquiera puede, sobre todo quienes empiezan a sentirla, a
conocerla, los adolescentes, que piensan que los sentimientos propios existen
para siempre y no se dan cuenta de que estn incompletos si no conectan con
los sentimientos eternos del universo. Sabes t lo que es eso? No. Hablas de
amistad gratuitamente, como algo que se obtiene del aire. Alguien te cae bien,
pareces conectar y de pronto os llamis amigos. Pero no es tan sencillo.
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Debo ser yo el sencillo, solo un amigo, no catalogues y no analices la
oferta de quien quiere estar contigo me encandilaron.
No lo hice con ella y mira lo que pas. No analic. Me entregu, del todo.
Me di y se qued con lo que me configuraba, como si fuera mi disco duro.
Cualquier decisin pasaba por su amor. Hoy ya no soy, solo intuyo un proyecto
dentro de m que debe buscar cmo realizarse. Nada ms. Hoy ya no soy ella y
ella no fue nunca yo.
Pues adelante me animaron.
S, adelante. Siempre adelante, con qu empiezo?
Con la ayuda de tus amigos evidenciaron.
Mis amigos me conseguirn llenar como cre que ella lo haba hecho? No lo-
graris sino recordarme lo que fue y dej de ser. Sentiris pena por m, que ya es algo,
al menos eso me dota de existencia. Pero despus de eso, qu quedar para m?
Lo que t quieras obtener me retaron.
Lo quiero todo, entiendes?, todo, porque el amor est en la configura-
cin del mundo. Quiero la totalidad, el yo que se senta pleno. El ella que me
completaba. Todo, quiero sentir todo, lo absoluto. Quiero ser dios.
Entonces t no necesitas amigos, necesitas creyentes se sorprendieron.
Puede ser.
No necesitas sino crear tu propio mundo para t creer en l y que l
crea en ti. Nadie puede ayudarte en eso me negaron.
Me decepcionas.
Tal vez puedas incluso fabricar amigos y amores a tu medida. Mientras tanto
este engao que somos los dems seguir su marcha. Adis, amigo repusieron.
Adis?
Y cuando encuentres lo que eres, saldate y hazte muchas preguntas,
para empezar a vivir contigo concluyeron finalmente.
Hoy no s dnde estn aquellos que tan bien me entendieron.
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PLATO QUE SE SIRVE FRO
Tuvo que verle muchas veces enfadado, molesto con todo lo que hiciera
ella. Posiblemente alguna vez hubieran sido felices, tal vez cuando iniciaron su
relacin, en el noviazgo, forzoso coloquio de cortejo ante las miradas de los del
pueblo. Tal vez ella imagin una vida difana, una existencia lineal, creciente,
con los hijos que llegaban y que, en la realidad tensaron ms la relacin. Hijos
que l no cri porque el campo absorba mucho y las noches eran para dormir,
no para biberones y fiebres. Menos cuando eran suyas las malas horas noctur-
nas; pocas veces, eso s, pero brbaras, ms mimoso que un nio, ms dbil
que un retoo bajo una helada. Entonces l necesitaba atenciones, y all esta-
ba ella. Cuando ella pari tuvo que hacerse cargo de la casa su hermana, una,
dos, tres veces. l no poda dejar los animales, el campo, sus cartas, su cerve-
za con amigotes y el ftbol. Era demasiada carga para l como para atender a
una parturienta o a un clico nefrtico, o a una infeccin de odos con ms de
cuarenta grados
Y ella se quej un da. Mal o buen da. Porque ella no quiso admitir la
esclavitud, al menos de pensamiento. Tuvo que aceptar las cadenas. Por los
hijos, por los pequeos, hasta que crecieran. Tuvo que pensar que, cuando
fueran mayores, se liberara. Tuvo que sentirse herona. Segn crecieron tuvo
que soportar su egosmo, el de todos los hijos. Y que se fueran marchando. Y
que ella se quedara con su cadena y con su cadenero. Escuch recriminacio-
nes, vio malos modos.
Fue entonces cuando ya no quiso callarlo todo. Habl en casa y respon-
di a las acusaciones. Tuvo que reconocer que no haba tenido el valor sufi-
ciente para irse, ni el dinero, ni el sitio, ni los amigos, ni ya casi las ganas, por-
que la costumbre aniquila los proyectos. Sin proyectos ella, sin proyectos l
desde que se jubilara, sin proyectos de pareja desde haca aos, aunque nin-
guno de los dos lo hubiera formulado de esa manera. Y cuando tuvieron tiempo
para mirarse, se hallaron los rictus de amargura, de decepcin, de dominio mu-
tuo que sin embargo no era dominio de s mismos. Tuvo que darse cuenta de
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que sus ilusiones de los veinte aos haca lo menos cincuenta que se haban
resuelto en nada. Y sinti la voz de l que hablaba de buscar el modo de eva-
dirse de la crcel. Tambin le llegaron otras voces que hablaban de las bravu-
conadas de l en el bar, calculando fechas y edades, profiriendo amenazas
contra ella.
Pero ya qu hacer?, a dnde ir? Los hijos con sus vidas egostas, le-
jos, porque ojos que no ven, corazn que no siente. Y era mejor para ellos huir
de aquella vida cerrada. Ella no huy, para qu?
As fueron pasando aos, hasta aquel da en que ella le dijo un lacnico
Felicidades, ya setenta y siete.
Ese da tuvo que verle la cara decidida, inyectada en sangre, tuvo que
ver el cuchillo en su mano acercndose a ella, tuvo que or, por ltima vez:
Ya estoy harto, muchos aos he esperado, ahora por fin me libro de ti y
me libro de la crcel.
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VENENO TRAS LA PUERTA
Todos admiraban su decisin. Ninguno envidiaba su suerte, sin embar-
go. Tal vez no acababa de ser lder porque le faltaba la certeza ntima del
aplauso final. O porque saba que su arrojo no era resultado gentico, sino
circunstancial.
La ltima vez que le peg, ojos inyectados tras la mscara azul de las
pestaas, uas clavadas en su espalda, palma que jams dej una caricia so-
bre l, corri dejando la puerta atrs, exhalando odio por su boca al tiempo que
coga aire limpio. Polvo de obra, dixido del trfico. Todo era mejor que el ve-
neno de la casa. Aitor pensaba solo en avisar a su abuela. Tras una esquina
logr marcar desde la agenda. Abuela. Llamar.
Vete de casa, vete!
Y la voz asustada de la mujer.
Qu te pasa?
Vete, dice que va a por ti, que te va a matar, vete!
Cuando la polica llam a la puerta, Aitor no haba vuelto. Cabello rubio
hecho en casa, sobre el lavabo, revoltijo de ropa, zapatillas chancletas y aliento
alterado. Respuestas confusas, rpidas.
No, el nio no est, sali.
El agente pregunt por la suegra de la mujer, todo eran respuestas negati-
vas y un atisbo al final de:
Vieja lagarta, malmete a su hijo contra m.
Por la escalera subi el chaval, ojos clavados en las sombras del descansi-
llo, voz masculina desconocida, asptica, alejada de la rugosidad de aquellas pa-
redes, familiares slo en el padrn municipal. Le preguntaron, l respondi, ella
neg. Su hermana sali de la oscuridad del pasillo.
No s nada, dorma.
Aitor mir con indiferencia, no implicarla.
Oiga, son menores y yo su madre.
No es mi madre dijo l. La polica se fue.
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Entr al fin en la casa. La mujer estaba ms tranquila. Lo ignor cuando
se meti en su habitacin, se encerr. El nio pequeo, de ocho aos, se le-
vant del silln. No le haban visto. La tele sigui funcionando. Pidi la merien-
da. El espantajo rubio fue a la cocina y el silencio chorre las paredes, las
sombras encharcaron el suelo. Aitor llor. Que no lo supieran sus amigos, esos
que tanto admiraban su arrojo, su rebelda en el colegio. Senta escozor en la
espalda, nada ms, vaco.
Cuando la llave, ms tarde, penetr en la cerradura, supo lo que iba a
ocurrir. Ainoa se lo contara. Ella s saba. La polica. Vecinas oyendo por las
mirillas, susurrando a sus inalterables maridos. El pequeo y su merienda en-
vueltos en una nube de puntos frente a la rauda pantalla, absorcin total. El
padre ira a la habitacin de los chicos, mirara la casa de Aitor y saldra como
un dragn a castigar las carnes de la malvada madrastra. Y l oira los gritos,
los golpes y temera a su padre que dara excusa para que l recibiera la ven-
ganza por la justicia paterna.
Tres aos le faltaban para escapar de all. Usara sus fuerzas para no
olvidar.
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LA LIBERACIN
El hombre mir desganado, esquivando una respuesta que deba ser la
suya. Se encogi de hombros, eso siempre soslayaba cualquier esfuerzo.
Dime, quieres?
La pregunta se repeta. Siempre.
Venga, quieres?
La voz de siete aos era insistente, pero la vida de cuarenta ya pesaba
tanto que se haba propuesto vivirla despacio. Baj la cabeza y su boca se re-
solvi en un mohn indefinido. El nio se cruz de brazos y pleg el entrecejo.
Al fin el silencio. Y cuando el hombre y sus cuarenta aos ya haban sucumbido
al resto de las ideas de un da cualquiera, la retahla de quejas se lanz a l
impulsada por la impaciencia.
Me lo prometiste, dijiste que iramos, nunca cumples lo que dices, aho-
ra qu hago yo? Ir solo, no me haces falta, ya nunca te creer, eres menti-
roso, no eres bueno!
Estall el aire como si la cola de un ltigo se hubiera partido en dos.
El nio no llor. Sus ojos se inundaban resistiendo el empuje del mar de
odio. Cuando empez a notar la dureza del suelo se levant. El peligro hab-
a pasado, el hombre ya se haba sentado de nuevo. Desde su desahogo
ignor los pasos temblones del nio y supo que se haba encerrado dos
puertas ms all. Encendi un cigarrillo mientras pensaba que l nunca haba
querido ser padre; que ella llegara y que de nuevo le echara en cara que
deba trabajar para l. Y que lo hara en silencio, en ese vaco en el aire que se
adensaba cuando ella le pona el plato de la cena. Y l sentira crecer la fe-
rocidad dentro
La ceniza se desprendi de la colilla y la columna gris se deshizo sobre el
parquet. Oy al nio llorando en su habitacin. Su primer impulso fue hacerle
callar, pero estaba demasiado cansado para abandonar el silln. Conect la tele
y la campaa electoral le hizo abandonar el mando y la intencin de ver algo di-
vertido. El hombre se dej mecer por la somnolencia. Se dej llevar a su infan-
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cia, al pueblo, a las caras de los conocidos de antao, el olor a chimeneas Eso
le despert, algo se quemaba a sus pie
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