Los todos en el fragmento de Jerusalén
Lic. Hanzel José Zúñiga Valerio
Universidad Católica de Costa Rica
El visitar Jerusalén, para participar en un curso bíblico del Centro de Formación
Bíblica Notre-Dame de Sión, es mi primera experiencia por estas tierras distantes.
Agradezco profundamente a la congregación de Hermanas y Hermanos de Sión
que me brindaron la posibilidad de conocer esta realidad de la que tantas veces
había leído y había oído hablar. Agradezco especialmente a la rama femenina de
la congregación que me brindó la beca para participar. Quisiera compartir mi
experiencia desde la óptica de la interculturalidad al entender la “Ciudad Santa”
como cuna de religiones, como lugar de encuentro, como centro y periferia a la
vez.
Nunca había tenido la oportunidad de vivir en una ciudad territorialmente tan chica
pero tan diversa: se hablan 67 lenguas, se encuentran venas arteriales
fundamentales de las tres grandes religiones del tronco abrahámico (sin ignorar
que dentro de esas “venas” se encuentran no uno, sino muchos canales de
comunicación). Aquí todos somos cristianos, judíos y musulmanes desde múltiples
puntos de vista y ramificaciones.
En esta diversidad, cayó “como anillo al dedo" el celebrar las fiestas de la
Natividad porque me hace pensarla desde su sentido primigenio: no es la
manifestación del poder -como lo puede ser el poder de un asesino como
Herodes- de un Dios tremendum, sino la de un Dios cercano a los “niños
inocentes” (Mt 2) que sufren por las decisiones arbitrarias de los nuevos
“Herodes” de este mundo. No puedo dejar de pensar que muy cerca de donde
estoy ahora el asesinato de miles de excluidos en Gaza, Cis-Jordania, incluso
Belén u otras localidades se repite todos los días. Reconozco que tampoco me
parece tan nuevo esto; las manos de los “Herodes” se han posado en
Latinoamérica desde hace mucho y ahora los papeles parecen invertirse en
cuanto la crisis del sistema (cuyas manifestaciones más evidentes son
económicas) golpea a los europeos y norteamericanos con mucha violencia. Los
asesinatos y exterminios se repiten a diario, en todas partes, sólo que muchas
veces son ignorados u ocultados.
Celebrar el nacimiento de Jesús en Jerusalén ha sido una llamada a contemplar
cómo en esta ciudad, a pesar de las multicolores diferencias, cristianos de
todos los ritos, musulmanes de todas las corrientes y judíos de todos los
grupos pueden convivir en paz, al menos tolerándose. Es impresionante
observar el final del día sagrado de los musulmanes (viernes) que al mismo tiempo
es el inicio del día sagrado de los judíos (sábado): cientos de islámicos se retiran
de la Ciudad Santa y cientos de judíos ingresan a ella por las mismas puertas, por
callejones angostos donde se topan cuerpo contra cuerpo y no existe la más
mínima provocación de enojo, de molestia, de asco como muchos podríamos
pensar. Podrían matarse si quisieran pues su historia deja pocas opciones pero,
aunque sea a la fuerza, han aprendido a convivir juntos. Pasa lo mismo en la
Basílica del Santo Sepulcro: ritos cristianos latinos, ortodoxos coptos, ortodoxos
griegos, cerca de la basílica luteranos y todos celebran la resurrección en un
espacio menor a cien metros cuadrados, hasta respetando las centenarias reglas
que establecen las horas de oración. Mucho de esto deberíamos aprender en
Occidente donde, entre los mismos cristianos, no queremos ni volvernos a ver en
muchas ocasiones.
Finalmente, en esta ciudad sigue reflejándose la idea de que el Dios de todos,
quiere salvar a todos sin distinciones. Carlo Maria Martini, en su “testamento”
espiritual, articula lo dicho: “Los hombres se alejan de su documento fundacional,
los diez mandamientos, y se fabrican una religión propia. Ese peligro se ve
también en nuestro caso. No puedes hacer católico a Dios. Dios está más allá
de los límites y de las delimitaciones que establecemos
nosotros. Naturalmente, las necesitamos en la vida, pero no debemos
confundirlas con Dios, cuyo corazón siempre es más amplio” (Coloquios nocturnos
en Jerusalén, p. 34). Creo que debemos recordar continuamente esto, creo
que nuestra reducida visión del mundo nos hace pensar que existimos nos-
otros primero y luego los-otros, si es que los consideramos. Y no, no es así:
existimos juntos, existimos a la vez y el respeto, la valoración de la dignidad y de
la belleza del otro debe verse reflejada en nosotros mismos (cf. Gn 1,26).
Jerusalén es una muestra de que el Dios único no le pertenece a nadie, Jerusalén
es una muestra de que el Dios de todos le pertenece a todos. La ciudad de
Jerusalén es la realidad perenne y a la vez una fuerte metáfora que nos recuerda
la importancia esencial de que todos los pueblos, religiones, nacionalidades,
sexos, opciones sexuales, entre otros, tienen acceso a Dios de la misma forma,
con la misma intensidad. Dios no tiene límites, nosotros los hemos inventado
pero, dichosamente, él lo sabe y no se los toma en serio.