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HISTORIA
prácticas internacionales de la Federación Nacional de Cafeteros nos parezcan un tanto exagerados. Esperemos que algún estudioso enriquezca nuestros conocimientos sobre el manejo real de la política cafetera internacional con una docta tesis, por ejemplo, sobre la triste experiencia de Pan Café S.A.
En cuanto a la relación entre las palabras y la realidad, sabemos desde antes de Maquiavelo que ciertas medidas políticas se alimentan de la simulación. ¿Quién, antes de devaluar la moneda, no desmentirá cualquier información al respecto? ¿Y que sólo a los países distintos de las grandes potencias se les criticará el no poner las cartas sobre la mesa?
Ciertamente, del dicho al hecho hay mucho trecho; distan no poco los propósitos de las realizaciones. Por ejemplo, nos parece que la política internacional esbozada por Belisario Betancur tropezó tanto con la férrea determinación de Ronald Reagan de impedir el libre juego a cualquier iniciativa que no se ajustara a su voluntad, como con el debilitamiento de organismos multilaterales de naturaleza diversa como los No Alineados, los 77, el Sela , la Cepal, en razón, sobre todo , pero no exclusivamente, de la crisis económica internacional. ¿Cómo promover una política que necesita la multilateralidad, cuando los organismos multilaterales, por un lado, y la voluntad de actuación de los estados, por otro, se debilitan? Los participantes en el seminario apuntan muy bien este cambio de guardia impuesto por las circunstancias en los países del subcontinente con los cuales hubiera querido asociarse Colombia. Por eso en repetidas ocasiones los hechos no siguieron al discurso: se vio claramente en el problema de la deuda externa esbozado en la Conferencia de Cartagena.
La ruptura del relativo y ambiguo consenso interno puede también ser un factor explicativo de esta distancia entre palabras y hechos.
El consenso viene a ser un punto clave de la comprensión de la política exterior colombiana y se relaciona con el interés nacional. En el pasado
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estuvo más implícito que explícito. Hoy no existe consenso sobre la política exterior de Belisario Betancur. Es verdad que por la época en que se realizó el seminario tan sólo se oían críticas aisladas, como la del excanciller Carlos Lemos o la del presidente de Fenalco, Juan Martín Caícedo. Sin embargo, ¿existía en realidad el consenso? Sería preciso investigar quiénes participaban de dicho consenso en el sector político, en el de la información, en el de la economía. Creemos que aquí cabe la pregunta: ¿A quién favorece y a quién afecta tal o cual medida de política exterior?
Como se ve , son muchos los interrogantes que nos deja planteados Gabriel Silva con la diversidad de opiniortes, de argumentos pertinentes a cada uno de ellos.
Muy bien logrado el debate, clásico en el análisis de las relaciones internacionales , de los nexos entre política interna y política externa. En el libro se alude con profundidad al tema de la paz, pero sólo de pasada a la política económica y financiera interna, en particular a la reactivación industrial. Su conexión con las relaciones exteriores de Colombia, con la oposición del sector financiero, de las empresas multinacionales, del comercio de importación-exportación , de las instituciones financieras internacionales merecería estudios más detallados y mayores explicaciones, si bien es cierto que escribimos en 1986, cuando existe más claridad al respecto.
Al leer el libro, que habrá que actualizar este año, compartimos con Fernando Cepeda el deseo de que para cada uno de los gobiernos colombianos se hubiera realizado un esfuerzo análogo. Que este primer esfuerzo no sea un esfuerzo aislado , sino que a él se añadan los pocos informes que sobre la materia se publican, de modo que el ciudadano colombiano no se sienta como un tibetano en América Latina.
PIERRE ÜILHODES
Maravillosas aventuras de la dialéctica·
La guerra civil de 1885.
RESEÑAS
Nuñez y la derrota del radicalismo Gonzalo España Bogotá, El Áncora Editores, 1985, 199 págs.
Este libro ofrece una narración detallada, la única escrita hasta ahora, de la guerra de 1885. Fue aquélla una contienda de amplia significación política, pues permitió a Núñez romper el nudo gordiano de la Constitución de 1863, que exigía para su reforma el apoyo de la mayoría de los senadores de todos y cada uno de los nueve estados que conformaban los Estados U nidos de Colombia. Aunque el grupo independiente alcanzaba ocasionalmente la mayoría del parlamento, los radicales podían siempre bloquear el cambio sustancial de una constitución a la que se aferraban. Sin embargo , en vez de apoyarse indefinidamente en ese poder de veto o de aceptar las modificaciones que requería la carta constitucional, cuyos defectos todo el mundo reconocía, y cuyas virtudes se olvidaban ante la tozuda defensa integral que hacían de ella los radicales -alternativas que, a posteriori , parecen más sabias y prudentes-, éstos se lanzaron a una guerra para la cual no estaban preparados y cuando carecían de amplio apoyo nacional.
\ La guerra, como ocurre con fre-cuencia con las revoluciones que no escogen bien su momento y su enemigo, dio a Núñez la ocasión que esperaba, el país recibió una nueva constitución y los conservadores
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quedaron rápidamente con todo el poder. Por ello, los liberales interpretaron este proceso como marcado ante todo por la traición del Presidente , su doblez y su deslealtad, al abandonar a los liberales y abrir el campo a la hegemonía conservadora. De Antonio José Restrepo a Carlos Lozano y Lozano es posible seguir esta vertiente, que se prolonga en la obra del antiguo secretario del partido comunista colombiano Ignacio Torres Giralda. En la década del 40 lndalecio Liévano Aguirre dividió a los historiadores liberales, al presentar una visión muy favorable del jefe regenerador: fueron los radicales, enloquecidos, quienes forzaron la alianza de Núñez con los conservadores. Además, la Regeneración hizo lo que el país requería: la unidad política , el fortalecimiento del gobierno central, la paz con la IgleSia.
Gonzalo "España vuelve , en muchos aspectos, a la tesis radical , aunque aceptando, con Liévano, la necesidad de las reformas regeneradoras. Los esfuerzos dialécticos para poner de acuerdo ambas líneas de pensamiento son admirables pero frustrados. Según España, los radicales expresaban la democracia y el progreso, frente a Núñez, los independientes y los conservadores, que edcarnaban la reacción feudal. Aunque el lenguaje es más sociológico y menos emotivo que el de Torres Giralda , los juicios son similares e igualmente moralistas: la Regeneración instauró "la más abyecta de las dictaduras de un poder terrateniente y clerical", Núñez era "un astuto jugador y sin principios", caracterizado por la "degradación moral y el espíritu felón". En términos sociales, parece que los radicales representaban a los comerciantes y a los terratenientes exportadores, mientras independientes y conservadores eran los portavoces del clero y los terratenientes feudales. Con el triunfo militar, se logró "la exclusión definitiva de la clase de los comerciantes del mando de la república. Un omnímodo régimen terrateniente- clerical se apoderó de todos los hilos de la república" . Sin embar-
go, a partir de este punto España se separa de la interpretación radical y sostiene que, aunque los comerciantes constituían la clase progresista y aunque los radicales expresaban los intereses políticos de los comerciantes, de la mayoría de los propietarios y del pueblo mismo , la política que sostenían - la defensa del federalismo-, era regresiva: "la unidad estatal y la unificación nacional eran una exigencia inaplazable de la base material existente, constreñida por el marco federal rionegrino" . Puede advertirse la fuerza de ese extraño actor histórico, "la base material" , cuando, en vista de que las fuerzas progresistas apoyan una política
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reacc10nana , consigue Imponerse por medio de los reaccionarios regeneradores, que lograron "la substitución de la ominosa soberanía de los Estados por un pode( central indiscutible, el reemplazo de las milicias domésticas por un ejército de mando único y el establecimiento de un código nacional en materia económica y jurídica , en lugar de la legislación de parroquia, fue [sic] un paso sobre lo feudal" (pág. 194). Desafortunadamente, al obrar por conducto de los reaccionarios, las fuerzas del progreso perdieron el control político del país; probablemente la "base material" , obtenida la satisfacción de sus exigencias inaplazables, se despreocupó de la política nacional.
No es el momento de dirigir las baterías contra esta interpretación. Es evidente que tropieza con problemas factuales muy serios, pues la identificación tradicional del radicalismo con los comerciantes y del conservatismo regenerador con los terratenientes feudales no tiene muchas bases. El autor no da ningún argumento, ninguna prueba a favor de esta tesis: simplemente supone que es cierta, y pasa a lo que realmente vale la pena en el libro: la narración detallada y animada de la guerra, de sus campañas, luchas y batallas. En este aspecto, se trata de un buen trabajo de síntesis y divulgación, sin mucha información nueva -no se utilizó documentación de archivos ni se revisaron los periódicos de la época-, pero vigoroso y casi
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siempre bien escrito. A veces, es cierto, el texto resulta confuso: al hablar de unos soldados castigados con "palos" aparecen como "ejecutados a palo": el lector puede pensar que el castigo era hasta la muerte. Y a veces es demasiado preciosista , con "opugnaciones" y "caquécticas órdenes". Y a veces la dialéctica parece excesiva: "aunque los radicales contaban con más fuerza que los conservadores, los efectivamente fuertes eran los godos".
La "estulticia" de los radicales al defender la Constitución de 1863, los graves errores políticos que los llevaron a oponerse al centralismo, condujeron a reiteradas equivocaciones en sus maniobras. Según España , nunca supieron actuar coordinadamente y su intransigencia no les permitió entenderse con nadie. Y en el terreno militar, este libro muestra que casi nunca pudieron actuar en forma correcta: Vargas Santos adoptaba siempre la táctica equivocada; las milicias antioqueñas no tenían idea de lo que debían hacer; el general Sergio Camargo eludió la batalla hasta que no hubo ya la posibilidad de tomar la iniciativa militar; las capacidades del general Márquez eran "obtusas"; el sitio de Cartagena, la más importante acción de la guerra, resultó "la peor equivocación militar de sus generales" y fue conducida con torpeza hasta el "desacierto final", cuando se lanzaron las tropas liberales a tomarse la ciudad. Algo de cierto hay en esta caracterización, y nada más trágico que las semanas anteriores a la Humareda, cuando todo se desmorona, los jefes se contraponen, la disciplina se deshace y todo concluye con una victoria militar que deja al radicalismo triunfante sin posibilidades de continuar la guerra ; los jefes muertos, el parque incendiado, los buques hundidos.
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Sorprende, sin embargo, que, tras demostrar que los radicales tenían una línea política errada, seguían estrategias equivocadas, no acertaban en las maniobras políticas y eran militarmente ineptos, el autor siga sosteniendo que encarnaban el progreso y el avance social.
JORGE ÜRLANDO MELO
¿Negociando?
Crisis de Panamá 1900-1904. Cartas de Tomás Herrán Thomas Dodd (compilador) Banco de la República
Es éste uno de los libros de carácter histórico editados recientemente por el Banco de la República.
Como su título lo indica , se trata de la publicación , precedida por breve prólogo del profesor Thomas Dodd , compilador de la obra, de toda la correspondencia oficia\ y privada producida por Tomás Herrán y Mosquera en la época en que, de 1900 a 1904, le tocó participar en las discusiones y firma final del célebre documento sobre el canal de Panamá que llevó el nombre de Tratado de Herrán-Hay, y cuyo rechazo posterior por el senado colombiano dio lugar a la separación definitiva del istmo. La obra contiene, además, y éste es el trabajo principal del señor Dodd, numerosas notas explicativas de pie de texto , que contribuyen a una mejor interpretación de los documentos transcritos, y en especial algunos datos biográficos que para el historiador colombiano son de importancia y de difícil obtención, sobre los personajes de origen estadounidense que figuraron en la tramitación del tratado, o que se involucraron en la política colombiana durante aquellos años.
Contra lo que muchos colombianos de las nuevas generaciones han creído, no fue don Tomás Herrán un personaje segundón y sin importancia, al que se le puso en la legación colombiana en Washington como hombre de paja para que firmase el
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tratado , mientras los que tenían la responsabilidad directa de firmarlo, principalmente el doctor José Vicente Concha , le sacaban el cuerpo a esa misión. Claro que Herrán no tenía la importancia política de sus antecesores; pero no era, ni mucho menos , un desconocido, pues su padre y su abuelo materno eran nada menos y nadie menos que los generales Pedro Alcántara Herrán y Tomás Cipriano de Mosquera , ambos presidentes de la república. Tal como lo recuerda en detalle el profesor Dodd , el joven vástago de tan ilustre tronco fue educado cuidadosamente por sus progenitores en los Estados U nidos y en Europa, pero sus preocupaciones básicas no fueron ni la política ni la milicia, sino más bien la pedagogía y la diplomacia, actividades estas que lo llevaron a ejercitar sus conocimientos en diversos campos, primero en Antioquia, de cuya universidad llegó a ser rector, después de ocupar en 1898 el ministerio de instrucción pública durante el gobierno de don José Manuel Marroquín, y antes había sido cónsul de Colombia en Hamburgo, donde permaneció diez años , lo que le permitió dominar el idioma alemán , como dominaba también el inglés. Todo lo cual supo él combinar con algunas actividades mercuriales derivadas tal vez de su contacto y alianza matrimonial con familias prominentes de la clase empresarial y financiera antioqueña.
Herrán era , pues, un colombiano ajeno a las pasiones políticas que habían arrebatado a su padre y a su abuelo, y cuya existencia habría pasado más o menos sin pena ni gloria por la escena colombiana , a no ser por una jugarreta del destino, cuando lo sometió a la más terrible de las pruebas: enfrentarlo, solo , a la más formidable maquinaria política y diplomática que han visto los siglos.
Cuando , entristecido y amargado, el señor Herrán pasó a mejor vida, en 1904, su viuda no destruyó sus papeles, cosa muy frecuente entre las viudas colombianas, sino que se los obsequió a la Universidad de Georgetown , que era su alma máter, en
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donde esos documentos fueron custodiados y clasificados sistemáticamente, haciendo así posible su publicación crítica, como lo acaba de hacer el doctor Thomas Dodd, que es profesor de historia en esa universidad .
Noble intento en verdad , pero desafortunado , pues, por desgracia, de ese voluminoso conjunto documental no sale nada en el orden puramente histórico que Jos colombianos no hubiéramos podido conocer por otros conductos; y, en cambio, sí aparecen dos hechos nuevos - por lo menos para mí- que habría sido mejor que se quedaran definitivamente en la penumbra , para bien de la memoria del señor Herrán.
Uno de ellos, lamentable en grado sumo, es que don Tomás, al tiempo que ejercía sus funciones como secretario de nuestra legación en Washington, y luego como plenipotenciario encargado , tenía amigos en Medellín a los que mantenía informados cablegráficamente sobre los acontecimientos que pudieron influir en las fluctuaciones del cambio , lo que permite presumir que no lo hacía gratis et amo re, sino que era un negocio en participación. Prueba irrefutable , y yo diría que dolorosa, de ello es que el mismo día en que firmó el tratado que llevó su nombre (22 de enero de 1903), don Tomás se tomó el trabajo de escribir a don Julio Uribe, de Medellín , una extensa carta que aparece en la página 269 del libro en cuestión , en la que le cuenta los
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