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Robert McMahon
La Guerra FraUna breve introduccin
El libro de bolsilloHistoriaAlianza Editorial
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T t u l o o r i g i n a l : The Coid War. A Very Short Introduction
Publicado originalmente en ingls en 2003. Esta traduccin se harealizado por acuerdo con Oxford University Press
T r a d u c t o r a : Carmen Criado
Diseno .de cubierta: ngel UriarteFotografa de cubierta: Bettmann/CORBS
Robert J. McMahon, 2003 de la traduccin: Carmen Criado, 2009 Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2009
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15;28027 Madrid; telfono 91 393 88 88www.alianzaeditorial.esISBN: 978-84-206-4967-2Depsito legal: M. 58.225-2008Fotocomposicin e impresin: e f c a , s . a .
Parque Industrial Las Monjas28850 Torrejn de Ardoz (Madrid)Printed in Spain
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Prefacio a esta edicin
Escribir una breve historia del conflicto que domin, ydetermin en gran parte, los asuntos internacionalesdurante casi medio siglo ha resultado una tarea tan esti-mulante como abrumadora. Sobre la gran mayora delos acontecimientos, crisis, tendencias y personalidadesde los que trata este libro, necesariamente breve, existenmonografas detalladas, muchas de ellas excelentes y lamayor parte considerablemente ms extensas que el
presente volumen. Ms an, acerca de casi todos los as-pectos de la Guerra Fra se han desarrollado encendidosdebates acadmicos, a menudo speros, que se han avi-vado e intensificado en aos recientes debido a la publi-
cacin de documentacin anteriormente secreta, exis-tente en archivos de Estados Unidos, Rusia, Europa delEste y China entre otros lugares, y a las nuevas perspec-tivas que ofrece el paso del tiempo. En consecuencia,este libro no pretende no podra hacerlo decir la lti-ma palabra sobre la Guerra Fra ni representar nada pa-
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recido a una historia exhaustiva de ese complejo y poli-factico conflicto.
En lugar de eso, mi propsito ha sido proporcionaruna interpretacin global, tan accesible a los estudiantes
como al lector en general. Este libro ofrece una descrip-cin general de la Guerra Fra, desde 1945 hasta el de-senlace del enfrentamiento entre Estados Unidos y laUnin Sovitica en 1990, y elucida acontecimientos, ten-dencias y temas partiendo de algunas de las investi-gaciones ms importantes sobre el conflicto publicadasrecientemente. He procurado, sobre todo, poner al al-cance del lector una base esencial para la comprensin yla valoracin de uno de los acontecimientos seminalesde la historia contempornea.
Inevitablemente he tenido que llevar a cabo una dif-cil seleccin en cuanto a qu incluir y qu omitir de unenfrentamiento que abarc cuarenta y cinco aos yafect prcticamente al mundo entero. La limitacin delespacio me ha obligado a omitir algunos episodios sig-
nificativos y a tratar otros de la forma ms breve posi-ble. Por otro lado, decid prestar una menor atencin alaspecto militar del conflicto.
Lo que sigue constituye, pues, como promete el ttu-lo, una breve introduccin a la Guerra Fra, escritadesde una perspectiva internacional y un punto de vistaposterior a su desarrollo. Entre las cuestiones clave queaborda este texto figuran: cmo, cundo y por qu co-
menz la Guerra Fra?; por qu dur tanto tiempo?;por qu pas desde sus orgenes en la posguerra euro-
pea a abarcar prcticamente el mundo entero?; por quacab tan sbita e inesperadamente?, y qu impactocaus?
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Quiero dar las gracias a Robert Zieger, Lawrence Freednian y Melvyn Leffler, que leyeron el manuscrito y mehicieron valiosas sugerencias para mejorarlo. Gracias
tambin a Rebecca OConnor por su aliento, sus conse-jos y su apoyo, y a todo el equipo editorial de OxfordUniversity Press que convirtieron en un placer la tareade escribir este libro.
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L La Segunda Guerra Mundialy la destruccin del viejo orden
Cualquier explicacin del comienzo de la GuerraFra debe tener como punto de partida la SegundaGuerra Mundial, en todos los aspectos el conflictoms destructivo de la historia de la humanidad,
causante de un nivel de muerte, devastacin, mise-ria y desorden sin precedentes.La conflagracin de 19391945 fue tan doloro
sa, tan total, tan profunda, que provoc un vuelcototal del mundo observa el historiador ThomasG, Paterson, no slo de un mundo de trabajado-res, campesinos, comerciantes, financieros e inte-
lectuales prsperos y productivos, no slo de unmundo seguro de familias y comunidades unidas,no slo de un mundo de guardias de asalto nazis ykamikazes japoneses, sino de todo eso y ms. Alalterar tambin el mundo de la poltica estable, lasabidura heredada, las tradiciones, las institucio
u
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nes, las alianzas, las lealtades, el comercio y las cla-ses sociales, cre las condiciones que hicieron po-sible, si no inevitable, un gran enfrentamiento de
poderes.
Un mundo trastocado
Aproximadamente 60 millones de personas per-dieron la vida como resultado directo de la gue-rra, dos tercios de ellas no combatientes. Los pa-ses perdedores del Eje, Alemania, Japn e Italia,sufrieron ms de 3 millones de bajas civiles; losvencedores, los aliados, soportaron prdidas anmayores: al menos 35 millones de bajas civiles.Asombrosamente, pereci entre el 10 y el 20% dela poblacin total de la Unin Sovitica, Polonia y
Yugoslavia, y entre el 4 y el 6% de la poblacintotal de Alemania, Italia, Austria, Hungra, Japn yChina. Aunque el cmputo exacto del nmero devctimas provocado por esta devastadora confla-gracin mundial sigue desafiando los esfuerzos
por alcanzar la precisin estadstica, la magnitudde la prdida en cuanto a vidas humanas contina
parecindonos hoy, dos generaciones despus de laSegunda Guerra Mundial, tan inconmensurablecomo lo pareci en el perodo de la inmediata pos-guerra.
Al acabar la contienda gran parte del continenteeuropeo se encontraba en ruinas. El primer minis-
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tro britnico Winston Churchill describi la Euro-pa de la posguerra, en su prosa particularmentegrfica, como un montn de escombros, un osa-rio, un criadero de pestilencia y de odio. Berlnera un verdadero yermo observ el corresponsalWilliam Shirer: Creo que en ningn lugar se hadado una destruccin a semejante escala. Lo cier-to es que muchas de las grandes ciudades de laEuropa central y oriental sufrieron un nivel com-
parable de devastacin: el 90% de los edificios de
Colonia, Dusseldorf y Hamburgo y el 70% de losedificios del centro de Yiena fueron destruidos porlos bombardeos aliados. En Varsovia, segn infor-m John Hershey, los alemanes haban destruidosistemticamente calle tras calle, callejn tras ca-llejn y casa tras casa. No queda ms que un reme-do de arquitectura. El embajador norteamericano
Arthur Bliss Lae escribi en julio de 1945 al en-trar en la ciudad arrasada por la guerra: El repug-nante olor dulzn a carne humana quemada fue lasombra advertencia de que estbamos entrandoen una ciudad de muertos. En Francia, una quin-ta parte de los edificios del pas haban sufridodaos o haban sido destruidos; en Grecia, una
cuarta parte. Incluso Gran Bretaa, que nunca es-tuvo ocupada, sufri daos importantes, debidosprincipalmente a los bombardeos nazis, y perdiaproximadamente la cuarta parte del total de suriqueza nacional en el curso del conflicto. Las pr-didas soviticas fueron las ms graves: 25 millones
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de personas murieron, otros 25 millones quedaronsin hogar, 6 millones de edificios fueron destruidosy gran parte de las instalaciones industriales y de
las tierras productivas del pas quedaron inutiliza-das. Unos 50 millones de supervivientes de todaEuropa se vieron obligados a abandonar sus hoga-res, 16 millones de ellos descritos por los vence-dores con el eufemismo de desplazados.
En la posguerra asitica las condiciones eran casiigual de sombras. Prcticamente todas las ciudades
de Japn haban sufrido los constantes bombar-deos norteamericanos y el 40% de sus zonas urba-nas haban sido completamente destruidas. Tokio,la ciudad ms populosa de Japn, fue devastada porlas bombas incendiarias aliadas, que destruyeronms de la mitad de sus edificios. Hiroshima y Nagasaki conocieron un destino an ms trgico cuan-
do las dos explosiones atmicas que pusieron fin ala Guerra del Pacfico las arrasaron totalmente.Aproximadamente 9 millones de japoneses habanquedado sin hogar cuando sus lderes finalmentecapitularon. En China, campo de batalla durantems de una dcada, las instalaciones industrialesde Manchuria haban sido destruidas, y las frtiles
tierras del ro Amarillo se hallaban inundadas.Cuatro millones de indonesios haban muertocomo consecuencia directa o indirecta del conflicto.Un milln de indios sucumbieron debido a la ham-
bruna de 1943 provocada por la guerra, y un mi-lln ms muri en Indochina dos aos ms tarde.
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Aunque gran parte del Sureste Asitico se libr delos horrores que sufrieron Japn, China y variasislas del Pacfico, otros lugares, como Filipinas y
Birmania, no tuvieron tanta suerte. Durante laltima fase de la contienda, el 80% de los edificiosde Manila fueron destruidos en una confrontacinsalvaje. Segn el testimonio del lder birmano BaMaw, un combate igualmente brutal haba tenidolugar en Birmania y haba reducido a ruinas unagran parte del pas.
La gran oleada de muerte y devastacin provo-cada por la guerra destruy no slo gran parte deEuropa y de Asia, sino tambin el viejo orden inter-nacional La estructura y el orden que habamosheredado del siglo XIX haban desaparecido, ob-serv el secretario de Estado norteamericano DeanAcheson. Efectivamente, el sistema internacionaleurocntrico que haba dominado el mundo du-rante quinientos aos se haba desintegrado prc-ticamente de la noche a la maana. Dos gigantesmilitares de proporciones continentales que ya secalificaban de superpotencias se haban alzadoen su lugar y trataban de forjar, por separado, un
nuevo orden acorde con sus particulares necesi-dades y valores.Conforme la guerra se acercaba a su fase final,
hasta el observador ms despreocupado de la po-ltica mundial poda ver que Estados Unidos y laURSS tenan en sus manos las mejores bazas di-
plomticas, econmicas y militares. Slo acerca de
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Europacentraltras
laSegundaGuerraMu
ndial
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un objetivo bsico estaban esencialmente de acuer-do aquellos adversarios convertidos en aliados: eraimprescindible restaurar rpidamente una apa-
riencia de autoridad y estabilidad, y no slo en laszonas directamente afectadas por la guerra sino entodo el sistema internacional. Como advirti elsubsecretario de Estado Joseph Grew, la tarea eratan urgente como abrumadora: De la actual pe-nuria econmica y de la agitacin poltica puedesurgir la anarqua.
Las races inmediatas de la Guerra Fra, al menosen un sentido general y estructural, se hunden enla interseccin entre un mundo postrado por unconflicto global devastador y las recetas opuestas
para la creacin de un orden internacional queWashington y Mosc pretendan imponer a un
mundo moldeable destrozado por la guerra. Siem-pre que un orden internacional imperante y elequilibrio de poder que le acompaa se derrum-
ban, surge invariablemente algn grado de conflic-to, especialmente cuando la cada se produce contan pasmosa brusquedad. En este sentido, la ten-sin, el recelo y la rivalidad que afectaron a las re-
laciones entre Estados Unidos y la URSS despusde la guerra no representaron ninguna sorpresa.Sin embargo, el grado y el alcance del enfrenta-miento, y especialmente su duracin, no puedenexplicarse aludiendo exclusivamente a fuerzas es-tructurales. Despus de todo, la historia nos ofrecenumerosos ejemplos de grandes potencias que si-
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guieron la senda del compromiso y la colaboracin,y optaron por actuar de comn acuerdo con el finde instaurar un orden internacional aceptable ca-
paz de satisfacer los intereses fundamentales decada una de ellas. Los estudiosos han empleado laexpresin condominio de grandes potencias paradescribir ese sistema, A pesar de las esperanzas dealgunos altos cargos tanto estadounidenses comosoviticos, en este caso no sucedera as por moti-
vos directamente relacionados con los orgenes dela Guerra Fra. En resumen, lo que transformunas tensiones inevitables en una confrontacinpica de cuatro dcadas de duracin a la que da-mos el nombre de Guerra Fra fueron las aspira-ciones, necesidades, historias, instituciones guber-namentales e ideologas divergentes de Estados
Unidos y la Unin Sovitica.
La visin norteamericana del ordende posguerra
Estados Unidos super el desastre de la Segunda
Guerra Mundial con prdidas relativamente mode-radas. Aunque unos 400.000 soldados norteameri-canos murieron en la lucha contra las potenciasdel Eje, el 75% aproximadamente en el campo de
batalla, conviene subrayar que esa cifra representsolamente el 1% del nmero total de vctimasmortales de la guerra y menos del 2% de la prdi-
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da de vidas humanas sufrida por la Unin Soviti-ca. Para la mayora de los ciudadanos estadouni-denses, a diferencia de lo que ocurri en Europa,
Oriente, frica del Norte y otros lugares, la guerrano signific sufrimiento y privaciones, sino pros-
peridad e, incluso, abundancia. El producto inte-rior bruto del pas se duplic entre 1941 y 1945,ofreciendo las ventajas de una economa extrema-damente productiva y de pleno empleo a una ciu-dadana acostumbrada a las privaciones impuestas
por una dcada de depresin. Los salarios subieronespectacularmente durante los aos que dur lacontienda y los norteamericanos se encontrarondisfrutando de la abundancia de unos bienes deconsumo que ahora estaban a su alcance. El pue-
blo americano observ el director de la Oficina
de Movilizacin y Reconversin se enfrenta alagradable dilema de tener que aprender a llevaruna vida un cincuenta por ciento mejor de la queha conocido hasta ahora.
En marzo de 1945, el nuevo presidente, Harry S.Truman, simplemente expres lo evidente al co-mentar: Hemos surgido de esta guerra como la
nacin ms poderosa del mundo, la nacin mspoderosa, quiz, de toda la historia, Y sin embargo,ni los beneficios econmicos que la guerra haba
proporcionado a los norteamericanos, ni el podermilitar, ni la capacidad productiva, ni el prestigiointernacional creciente que haba alcanzado la na-cin durante su lucha contra la agresin del Eje
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podan atenuar la aterradora inseguridad que ca-racterizaba al mundo originado por la guerra. Elataque japons a Pearl Harbor haba destruido de-
finitivamente la ilusin de invulnerabilidad que losnorteamericanos haban experimentado desde elfin de las guerras napolenicas a comienzos delsiglo XIX.
La obsesin por la seguridad nacional, que seconvertira en el principal motor de la poltica ex-terior y de defensa a lo largo de toda la Guerra
Fra, tuvo su origen en los acontecimientos queculminaron en el ataque del 7 de diciembre de1941, y que acab con el mito de la indestructibili-dad de la nacin. Los norteamericanos no volve-ran a experimentar un ataque a su pas tan directoe inesperado hasta sesenta aos despus, con losatentados terroristas de Washington y Nueva York.
Los estrategas militares estadounidenses apren-dieron varias lecciones del audaz ataque japons,cada una de las cuales tuvo profundas repercusio-nes con respecto al futuro. Se convencieron, en
primer lugar, de que la tecnologa, y en especial elpoder de la aviacin, haba contrado el mundo detal forma que la tan cacareada barrera de los dosocanos ya no proporcionaba a Norteamrica sufi-ciente proteccin ante un ataque exterior. Una au-tntica seguridad exiga ahora una defensa que co-menzaba mucho ms all de las costas del pas, esdecir, utilizando la frmula militar, una defensaen profundidad. Ese concepto llev a los respon-
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sables de Defensa de los gobiernos de Roosevelt yde Truman a abogar por el establecimiento de unared global integrada de bases areas y navales con
troladas por Estados Unidos y por la negociacinde derechos generalizados de trfico areo militar.Una y otros permitiran al pas ejercer ms fcil-mente su poder en puntos potencialmente conflic-tivos y disuadir a posibles enemigos mucho antesde que consiguieran la capacidad de atacar territo-rio norteamericano. Una lista de emplazamientos
esenciales compilada por el Departamento deEstado en 1946 da una idea aproximada de la am-plitud de sus exigencias con respecto a bases mili-tares estadounidenses. La lista inclua, entre otroslugares, Birmania, Canad, las islas Fiji, Nueva Ze-landa, Cuba, Groenlandia, Ecuador, MarruecosFrancs, Senegal, Islandia, Liberia, Panam, Per y
las Azores.En segundo lugar, y en un sentido general, los
estrategas norteamericanos decidieron que nuncams debera volver a permitirse que el poder militarde la nacin llegara a atrofiarse. La fuerza militar deEstados Unidos, acordaron, deba ser un elementoesencial del nuevo orden mundial. Los gobiernos
de Franklin D. Roosevelt y Harry S. Traman insis-tieron, pues, en mantener unas fuerzas navales yareas superiores a las de cualquier otra nacin,adems de una fuerte presencia militar en el Pacfi-co, el dominio del hemisferio occidental, un papelcentral en la ocupacin de los pases enemigos de-
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rrotados Italia, Alemania, Austria y Japn y unmonopolio continuado de la bomba atmica. In-cluso antes del comienzo de la Guerra Fra, los res-
ponsables de la planificacin estratgica de EstadosUnidos operaban a partir de un concepto extraor-dinariamente expansivo de la seguridad nacional.
Una tercera leccin que los lderes norteamerica-nos aprendieron de la experiencia de la SegundaGuerra Mundial vino a reforzar esta amplia visinde los requisitos de la seguridad nacional: nunca
jams habran de permitir que una nacin hostil, ouna coalicin de naciones hostiles, adquiriera uncontrol preponderante sobre la poblacin, el terri-torio y los recursos de Europa y del este de Asia.El corazn de Eurasia, como gustaban de llamar aesta regin los expertos en geopoltica, constitua
la presa econmica y estratgica ms preciada delmundo; la combinacin de sus abundantes recur-sos naturales, su avanzada infraestructura indus-trial, su mano de obra cualificada y sus complejasinstalaciones militares la convertan en la piedraangular del poder mundial, como tan dolorosamen-te vinieron a demostrar los acontecimientos de
19401941. Cuando las potencias del Eje se hicie-ron con el control de Eurasia a comienzos de ladcada de los cuarenta, consiguieron los mediosnecesarios para mantener una guerra prolongada,subvertir la economa mundial, cometer crmeneshorrendos contra la humanidad y amenazar, y fi-nalmente atacar, al hemisferio occidental. Los altos
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cargos de Defensa estadounidenses teman que siesto volva a ocurrir, el sistema internacional volve-ra a desestabilizarse, el equilibrio de poderes que-dara peligrosamente distorsionado y la seguridaddel pas correra un grave peligro. Ms an, aun-que pudiera evitarse que se produjera un ataquedirecto a Estados Unidos, Norteamrica tena queestar preparada para esa eventualidad, lo cual sig-nificara un aumento radical tanto del gasto militar
como del personal dedicado de forma permanentea la Defensa, una reconfiguracin de la economanacional y la limitacin, dentro del pas, de unaslibertades muy apreciadas por los ciudadanos. Enresumen, el control de Eurasia por parte del Eje ode cualquier futuro enemigo pondra tambin en
peligro su sistema de libertades, un sistema crucial
para las creencias y valores bsicos estadouniden-ses. La experiencia de la Segunda Guerra Mundialofreca en este sentido unas lecciones muy durassobre la importancia de mantener un equilibrio depoder favorable en Eurasia.
La dimensin estratgica y militar del ordenmundial era, para la mentalidad norteamericana,
inseparable de la dimensin econmica. Los plani-ficadores estadounidenses consideraban la instau-racin de un sistema econmico internacional msabierto y ms libre un factor indispensable conrespecto al nuevo orden que estaban decididos aconstruir a partir de las cenizas de la ms horribleconflagracin de la historia. La experiencia les ha-
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ba enseado, como record el secretario de Esta-do, Cordell Hull, que la libertad de comercio eraun prerrequisito esencial de la paz. La autarqua,
las limitaciones comerciales y las barreras naciona-les impuestas a la inversin extranjera y a la con-vertibilidad de la moneda que haban caracteriza-do la dcada de la depresin no hacan ms quealentar la rivalidad y los conflictos. Un mundo msabierto, de acuerdo con la frmula norteameri-cana, sera un mundo ms prspero, que tendracomo consecuencia, a su vez, un mundo ms esta-
ble y ms pacfico. Para alcanzar esos fines, EstadosUnidos ejerci durante la guerra, en consejos di-
plomticos, una fuerte presin en favor de un rgi-men econmico multilateral de comercio liberali-zado, igualdad de oportunidades de inversin para
todas las naciones, un sistema de tipos de cambioestables y libertad de convertibilidad total. En laConferencia de Bretton Woods, celebrada a finesde 1944, Estados Unidos consigui una aceptacingeneral de esos principios, adems del apoyo parala creacin de dos instituciones supranacionalesclave, el Fondo Monetario Internacional y el Ban-
co Internacional para la Reconstruccin y el De-sarrollo (Banco Mundial), encargadas ambas decontribuir a estabilizar la economa global. QueEstados Unidos el principal estado capitalista delmundo, que al final de la guerra produca un asom-
broso 50% de los bienes y servicios del mundo sinduda se beneficiara de este rgimen comercial mu
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tilateral tan decididamente respaldado por los go-biernos de Roosevelt y de Truman y por los hom-bres de negocios del pas, era algo que se daba por
hecho. Los ideales norteamericanos estaban inex-tricablemente unidos a los intereses norteameri-canos.
En un editorial del mes de diciembre de 1944, elChicago Tribune reflejaba el optimismo y la con-fianza en s misma de la sociedad estadounidenseal proclamar orgullosamente que era una suerte
para el mundo, y no slo para Estados Unidos,que el poder y unas incuestionables intencionesse hubieran unido ahora en la Gran Repblica
Norteamericana. Esta seguridad en el honroso des-tino de Estados Unidos estaba profundamente en-raizada en la historia y la cultura norteamericanas.Tanto las lites como el resto de la poblacin acep-
taban la idea de que la responsabilidad histrica desu pas consista en crear un mundo nuevo ms
pacfico, prspero y estable. Sus lderes albergabanpocas dudas respecto a la capacidad de la nacinpara efectuar una transicin tan trascendental, yno vean ningn posible conflicto entre el ordenmundial que deseaban forjar y las necesidades e
intereses del resto de la humanidad.
Con el orgullo desmesurado del pueblo que ha co-nocido contados fracasos, los estadounidenses
pensaban que podan, como dijo Dean Acheson,tomar en sus manos la historia y moldearla a su
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gusto. Slo acechaba un obstculo significativo.La Unin Sovitica, adverta la revistaLifeen juliode 1945, es el problema nmero uno para los
norteamericanos, porque es el nico pas del mun-do que tiene el dinamismo necesario como paradesafiar nuestra concepcin de la verdad, la justi-cia y una vida digna.
La visin sovitica del orden de posguerra
El proyecto sovitico para el orden de la posguerranaci tambin de unos temores profundamenteenraizados acerca de la seguridad del pas. Comoen el caso de Estados Unidos, esos temores se ha-
ban refractado a travs de los filtros de la historia,la cultura y la ideologa. El recuerdo que tenan lossoviticos del sorpresivo ataque de Hitler de juniode 1941 era tan vivido como el recuerdo que losnorteamericanos conservaban de Pearl Harbor,aunque mucho ms aterrador. No poda ser deotra manera en una tierra que haba sufrido tantasy tan terribles prdidas. De las quince repblicas
soviticas, nueve haban sido ocupadas, totalmenteo en parte, por los alemanes. Pocos eran los ciuda-danos que no se haban visto afectados personal-mente por la que haban sacralizado con el nom-
bre de La Gran Guerra Patritica. Casi todas lasfamilias haban perdido a algn ser querido; la ma-yora de ellas, a varios. Adems de los millones de
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vidas humanas segadas por el conflicto, 1.700 ciu-dades, ms de 70.000 pueblos y aldeas y 31.000 f-
bricas haban sido destruidos. Leningrado, la ciu-
dad, histrica por antonomasia del pas, sufri unprolongado asedio que se cobr ms de un millnde vctimas. La invasin alemana caus estragostambin en la base agrcola de la nacin destruyen-do millones de hectreas de cultivos y causando lamuerte de decenas de miles de cabezas de ganado,cerdos, ovejas, cabras y caballos.
Los recuerdos candentes del ataque y la ocupa-cin alemana se mezclaban con otros recuerdosanteriores los de la invasin alemana durante laPrimera Guerra Mundial, los de la intervencin delos aliados durante la guerra civil rusa o los del in-tento de conquista de Rusia por parte de Napolen
a comienzos del siglo anterior, despertando enlos lderes soviticos una verdadera obsesin porasegurar la proteccin de su patria de futuras viola-ciones territoriales.
La extensin geogrfica de la URSS, una nacinque abarcaba una sexta parte de la masa terrestre yera tres veces mayor que Estados Unidos, agudiza-
ba muy especialmente el problema de una defensanacional adecuada. Las dos regiones principalesdesde el punto de vista de la economa, la Rusiaeuropea y Siberia, ocupaban los extremos del pas,y ambas haban resultado ser muy vulnerables alos ataques. La primera miraba hacia el tristemen-te famoso corredor de Polonia, la ruta a travs de
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la cual las tropas de Napolen, el kiser y Hitlerhaban invadido el pas. La segunda haba sido vc-tima dos veces en los ltimos veinticinco aos de la
agresin japonesa. Ms an, Siberia comparta unaextensa frontera con China, un vecino inestableque an experimentaba los ramalazos de la agita-cin revolucionaria. La Unin Sovitica no tena niunos vecinos amistosos, como Mxico o Canad, nidos barreras ocenicas que facilitaran la tarea dequienes planificaran su defensa.
En el meollo de todos los planes del Kremlinpara el mundo de la posguerra se hallaba la impe-riosa necesidad de defender la patria sovitica. Eneste sentido, bloquear la ruta, o puerta de acceso,
polaca ocupaba un lugar primordial. En opinin deStalin, Polonia era un asunto de vida o muerte
para la Unin Sovitica. En el curso de veinticin-co aos los alemanes han invadido Rusia dos vecesa travs de Polonia advirti el dirigente soviticoal enviado de Estados Unidos, Harry Hopkins, enmayo de 1945 Ni el pueblo britnico ni el norte-americano han experimentado unas invasiones se-mejantes por parte de Alemania, algo terrible de
soportar... Es, pues, vital para Rusia que Poloniasea un pas fuerte y amigo.Convencido de que los alemanes se recuperaran
pronto y volveran a constituir una amenaza para laUnin Sovitica, Stalin consideraba imprescindibletomar las medidas necesarias para asegurar la futuraseguridad de su pas mientras el mundo era todava
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maleable. Esa seguridad exiga, como mnimo, ins-taurar gobiernos sumisos en Polonia y en otros esta-dos clave de Europa del Este, devolver las fronteras
soviticas a la situacin prerrevolucionaria lo cualsignificaba la anexin permanente de los estados
blticos y la zona oriental de la Polonia de pregue-rra y maniatar a Alemania impidiendo sistem-ticamente su industrializacin e imponindole unduro rgimen de ocupacin y la obligacin de pagarunas reparaciones cuantiosas. stas podran contri-
buir adems a la reconstruccin masiva que debaabordar la Unin Sovitica en su esfuerzo por recu-
perarse de los estragos de la guerra. Sin embargo,esos planes, aunque basados en la vieja frmula delograr seguridad por medio de la expansin, tenanque equilibrarse con el deseo de preservar el marcode colaboracin con Estados Unidos y Gran Breta-a, un marco desarrollado, aunque de forma imper-fecta, durante los aos de guerra.
El inters del Kremlin por mantener la asocia-cin de la Gran Alianza forjada al calor de la con-tienda se basaba, no en el sentimiento, que no ha-llaba cabida en su diplomacia, sino en un conjunto
de consideraciones prcticas. En primer lugar, losdirigentes soviticos reconocan que tenan queevitar una ruptura abierta con Occidente, al me-nos en un futuro prximo. Dadas las prdidas su-fridas por el pas durante la guerra en cuanto amano de obra, recursos e infraestructura industrial,un conflicto prematuro con Estados Unidos y Gran
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Bretaa colocara a la Unin Sovitica en una claradesventaja, una desventaja an ms evidente tras lademostracin por parte de los norteamericanos de
su capacidad nuclear en agosto de 1945. En segun-do lugar, Stalin y sus principales lugartenientes es-
peraban poder inducir a Estados Unidos a cumplirsu promesa de contribuir con una'generosa ayudafinanciera a su esfuerzo de reconstruccin. Una
poltica de expansin territorial desenfrenada re-sultara contraproducente, ya que provocara la di-solucin de la alianza forjada durante la guerra y laconsiguiente negacin de ayuda econmica, algoque queran evitar.
Finalmente, la Unin Sovitica, que durante tan-to tiempo haba sido tratada como un estado pa-ria, deseaba ser aceptada como una gran potencia
responsable y respetada. Un tanto paradjicamen-te, los soviticos ansiaban el respeto de aquellos es-tados capitalistas que sus convicciones ideolgicasles enseaban a aborrecer. Pero, naturalmente, noslo queran respeto, sino que insistan tambin entener en los foros internacionales una voz equi-valente a la de otras potencias y en que se reco-
nociera la legitimidad de sus intereses. Ms an,aspiraban al reconocimiento formal por parte deOccidente de sus fronteras, y a una aceptacin, o almenos a una aquiescencia, respecto a su nueva es-fera de influencia en la Europa del Este. Todas esasconsideraciones actuaban como freno a cualquierinclinacin imprudente a devorar tanto territorio
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como la fuerza del Ejrcito Rojo pudiera poner asu alcance.
El hecho de que uno de los gobernantes ms
brutales, implacables y desconfiados de la historiapresidiera el delicado equilibrio que deba mante-ner la URSS en ese momento crtico, aade un ele-mento personal inevitable a la historia de las ambi-ciones de Mosc durante el perodo de posguerra.El autoritario Stalin domin completamente la
poltica sovitica antes, durante y despus de la
guerra sin tolerar la menor disensin. Como re-cordara ms tarde su sucesor Nikita Kruschev, lhablaba y nosotros escuchbamos. El antiguo re-volucionario bolchevique, durante los aos trein-ta, transform el gobierno que diriga, e incluso el
;C IOSIFSTALIN '
: Bajo de estatura y no especialmente dotado de carisma o de talento.para la oratoria, Stalin, nacido enGeorgia, gobern su pas con puo de hierro desdemediados de la dcada de 1920 hasta su muerte,
:: ocurrida en 1953. El dictador sovitico aferr con
mayor fuerza las riendas del poder durante los aostreinta, con terribles resultados para su propio pue-blo. Veinte millones de ciudadanos murieron a con-secuencia, directa indirecta, de la colectivizacinde la agricultura y la represin sistemtica impues-tas por l.
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pas que gobernaba, en una prolongacin gigantes-ca de su propia personalidad patolgicamente des-confiada, sugiere el historiador John Lewis Gad
dis. Fue aqul un supremo acto de egosmo quedio lugar a innumerables tragedias. Al acabar laSegunda Guerra Mundial, Stalin vea a sus aliadosoccidentales como vea a todo posible competidor,tanto en su propio pas como en el extranjero: conel mayor recelo y la mxima desconfianza.
Sin embargo, la poltica exterior rusa no puede
entenderse como el producto, puro y simple, de larudeza de Stalin y de su insaciable sed de domina-cin, aunque sin duda una y otra fueron impor-tantes. A pesar de su brutalidad y su paranoia, y a
pesar de la crueldad que mostr con respecto a supropio pueblo, el dictador ruso sigui una polticaexterior generalmente prudente y cautelosa, pro-
curando equilibrar en todo momento la oportuni-dad con el riesgo. Calcul siempre con gran cuida-do la correlacin de fuerzas, mostr un respetorealista hacia el poder superior militar e industrialde Estados Unidos y prefiri conformarse con una
parte de lo que deseaba en aquellos casos en quetratar de conseguir la totalidad habra podido ge-
nerar resistencia. Las necesidades del estado sovi-tico que siempre estuvieron para Stalin por enci-ma del deseo de propagar el comunismo, en lugarde una estrategia de expansin agresiva, dictaronuna poltica en la que el oportunismo se mezclabacon la cautela y con una inclinacin al compromiso.
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La ideologa del marxismoleninismo que sus-tentaba el estado sovitico influy tambin en la
perspectiva y la poltica de Stalin y sus ms cerca-
nos colaboradores, aunque de una forma complejay difcil de precisar. Su profunda creencia en lasenseanzas de Marx y Lenin les transmiti una femesinica en el futuro, la seguridad tranquilizado-ra de que, por muchas dificultades que tuviera queatravesar Mosc en el corto plazo, la historia esta-
ba de su parte. Stalin y la lite del Kremlin admi-
tan que el conflicto entre el mundo socialista y elmundo capitalista era inevitable, y tenan la segu-ridad de que las fuerzas de la revolucin proletariavenceran finalmente. En consecuencia, no estabandispuestos a ejercer demasiada presin mientras lacorrelacin de fuerzas pareciera favorable a Occi-dente. Nuestra ideologa propugna las operacio-nes ofensivas cuando es posible. Si no lo es, espe-ramos, puntualiz V. M. Molotov, ministro deAsuntos Exteriores. Pero si la conviccin ideolgicadio lugar en ocasiones a una prudente paciencia,en otras distorsion la realidad. Los dirigentes ru-sos nunca pudieron comprender, por ejemplo, por
qu tantos alemanes y europeos del Este vean lasfuerzas del Ejrcito Rojo ms como opresoras quecomo libertadoras, ni dejaron de creer que los es-tados capitalistas se enfrentaran finalmente entreellos y que el sistema capitalista conocera prontootra depresin mundial
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La ideologa infundi en los soviticos y los nortea-mericanos por igual una fe mesinica en el papelhistrico que sus respectivas naciones haban de ju-gar en el mundo. A cada lado de lo que pronto serala lnea divisoria de la Guerra Fra, lderes y ciuda-danos crean que sus respectivos pases actuabanimpulsados por unos propsitos que trascendancon mucho sus intereses nacionales. Tanto los sovi-ticos como los norteamericanos consideraban, de
hecho, que actuaban impulsados por nobles moti-vaciones y con el fin de conducir a la humanidad auna nueva era de paz, justicia y orden. Esos valoresideolgicos opuestos, unidos al aplastante poderque ambas naciones posean en un momento en queuna gran parte del mundo yaca postrada, propor-cionaron una receta segura para el conflicto.
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Una frgil alianza
Matrimonio clsico de conveniencia, ia alianza queforjaron durante la guerra la principal potencia ca-
pitalista del globo y el principal defensor de la re-volucin proletaria internacional estuvo marcadadesde el primer momento por la tensin, la des-confianza mutua y el recelo. Ms all del objetivocomn de derrotar a la Alemania nazi, era poco loque poda cimentar una asociacin nacida de una
necesidad incmoda y lastrada por un pasado car-gado de conflictos. Despus de todo, Estados Uni-dos haba manifestado una constante hostilidadhacia el estado sovitico desde la revolucin bol-chevique que lo alumbr. Por su parte, los gober-nantes del Kremlin consideraban a los Estados Uni-dos el cabecilla de los pases capitalistas que haban
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tratado de estrangular su rgimen desde su infan-cia. A ese intento haban seguido la presin econ-mica y el aislamiento diplomtico junto a las per-
sistentes denuncias del gobierno sovitico y todolo que ste representaba. El tardo reconocimientode la URSS por parte de Washington, que llegdiecisiete aos despus de su nacimiento, fue insu-ficiente para agotar toda la reserva de hostilidadacumulada, debida especialmente al hecho de quelos esfuerzos de Stalin por organizar un frente co-
mn contra la Alemania de Hitler a mediados y fi-nales de la dcada de los treinta haban chocadocon la indiferencia de los Estados Unidos y otras
potencias occidentales. Abandonado de nuevo porOccidente, al menos desde su punto de vista, yobligado a enfrentarse en solitario con los lobosalemanes, Stalin accedi a firmar el pacto germa-
nosovitico de 1939 en gran medida como mediode autoproteccin.
Por su parte, Estados Unidos entr en el perodoposterior a la Primera Guerra Mundial manifes-tando solamente desdn hacia un rgimen intrata-
ble e impredecible que haba confiscado propieda-des, se haba negado a reconocer deudas anterioresa la guerra y se haba comprometido a ayudar a lasrevoluciones de la clase trabajadora en todo elmundo. Los estrategas norteamericanos no temana la fuerza militar convencional de la Unin Sovi-tica, que era decididamente limitada. Pero s les
preocupaba el atractivo del mensaje que los mar
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xistasleninistas dirigan a las masas oprimidas deotros pases y tambin de Estados Unidos y a lainsurgencia revolucionaria, con la consiguiente
inestabilidad que sta pudiera provocar. En conse-cuencia, a lo largo de los aos veinte y principios dela dcada siguiente, Washington se esforz por po-ner en cuarentena el virus comunista y aislar a loslderes de Mosc. Era como tener un vecino mal-vado y denigrante recuerda el presidente HerbertHoover en sus memorias: No le atacamos, pero
tampoco le extendimos un certificado de buenaconducta invitndole a nuestra casa. El reconoci-miento diplomtico de la Unin Sovitica por par-te de Roosevelt en 1933, motivado por clculos geo
polticos y comerciales, vino a cambiar muy pocola situacin. Las relaciones entre los dos pases si-guieron siendo glidas hasta que Hitler traicion a
su aliado sovitico en junio de 1941. Hasta ese mo-mento, el pacto fustico firmado entre Alemania yRusia slo haba servido para intensificar la aver-sin de Estados Unidos con respecto al rgimen deStalin. Cuando el dictador sovitico utiliz de for-ma oportunista la cobertura que le proporcionabaAlemania para lanzar su agresin contra Polonia,los estados blticos y Finlandia en 19391940, elsentimiento antisovitico aument rpidamenteen la sociedad americana.
Tras la invasin alemana de la Unin Sovitica,la oposicin ideolgica cedi a los dictados de larealpolitih Roosevelt y sus principales estrategas
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reconocieron rpidamente las grandes ventajas geoestratgicas que revesta para Estados Unidos unaUnin Sovitica capaz de resistir el embate ale-
mn; inversamente, le preocupaba el poder queAlemania poda conseguir si lograba sojuzgar a un
pas tan rico en recursos.En consecuencia, a partir del verano de 1941, Es-
tados Unidos comenz a enviar material militar ala Unin Sovitica con el fin de reforzar las oportu-
nidades del Ejrcito Rojo. Lo que impuls esencial-mente la poltica de Roosevelt desde junio de 1941en adelante fue, como ha sealado acertadamenteel historiador Waldo Heinrichs, la conviccin deque la supervivencia de la URSS era esencial para laderrota de Alemania, y que la derrota de Alemaniaera esencial para la seguridad de Norteamrica.
Hasta un anticomunista acrrimo como Churchillentendi inmediatamente la importancia decisivaque la supervivencia de la URSS tena en la luchacontra la agresin alemana. Si Hitler invadiera elinfierno dijo en una ocasin bromeando yo ha-ra al menos una referencia favorable al demonioen la Cmara de los Comunes. Los norteamerica-nos, los soviticos y los britnicos se encontraron,
pues, de pronto luchando contra un enemigo co-mn, hecho que vino a formalizar la declaracin deguerra que hizo Hitler a Estados Unidos dos dasdespus del ataque a Pearl Harbor.
Estados Unidos envi a la Unin Sovitica du-
rante la contienda ayuda militar por valor de ms
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de 11.000 millones de dlares, la manifestacinms concreta de una nueva poltica en la que un
inters mutuo una ahora a Washington y Mosc.Al mismo tiempo, la maquinaria de propagandadel gobierno estadounidense trat de suavizar laimagen tanto de Stalin como del indeseable rgi-men que encabezaba, un rgimen que durante tan-to tiempo haba detestado.
Sin embargo, cmo, dnde y cundo combatir al
adversario comn fueron cuestiones que casi in-mediatamente generaron friccin en el seno de laGran Alianza. Stalin apremi a sus socios anglo-americanos para que abrieran cuanto antes un se-gundo frente contra los alemanes que aliviara laintensa presin militar que stos ejercan sobre su
patria. Pero, a pesar de las promesas de Roosevelt,Estados Unidos y Gran Bretaa decidieron noabrir ese frente hasta dos aos y medio despus dePearl Harbor, optando en cambio por llevar a cabooperaciones perifricas, menos arriesgadas, enfrica del Norte y en Italia en 1942 y 1943. Cuan-do en junio de 1943 Stalin supo que an tardaran
un ao ms en abrir un segundo frente en el noro-este de Europa, escribi airado a Roosevelt afir-mando que la confianza del gobierno sovitico ensus aliados... se est viendo sometida a una grantensini y haca referencia tambin a los enor-mes sacrificios que est llevando a cabo el ejrcitosovitico, comparados con los cuales los sacrificiosde los ejrcitos angloamericanos son insignifican-
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tes. No es de extraar que Stalin mostrara una in-comprensin total con respecto a los problemas deabastecimiento y preparacin de las dos potencias.stas podan permitirse el lujo de esperar antes deenfrentarse al embate de la fuerza armada alemana,mientras que los rusos no podan hacerlo. Stalinsospech que sus supuestos aliados simplementeno consideraban prioritario aliviar a los soviticos,y sin duda no se equivocaba al pensar que norte-
americanos y britnicos preferan con mucho quefueran soldados rusos los que murieran luchandocontra Hitler, si con eso conseguan salvar las vidasde sus propios soldados. Las fuerzas soviticas tu-vieron que contener a ms del 80% de las divisio-nes de la Wehrmacht antes de que en junio de1944 tuviera lugar la tan esperada invasin aliada
de la costa normanda ocupada por los alemanes.Las disputas polticas envenenaron tambin la
alianza durante la guerra. Las ms espinosas fue-ron las relativas a los trminos de la paz que debaimponerse a Alemania y al estatus de la Europa delEste en la posguerra. En la Conferencia de Tehe-
rn, celebrada en noviembre de 1943, y durantetodo el ao siguiente, Stalin trat de transmitir aRoosevelt y a Churchill su conviccin de que, aca-
bada la contienda, Alemania recuperara su poderindustrial y militar, y volvera por tanto a suponerun peligro mortal para la URSS.
En consecuencia, el dirigente ruso insisti incan-
sablemente en que se deba imponer a ese pas una
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paz muy dura que le despojara de una parte de suterritorio y de su infraestructura industrial. Estosatisfara la doble necesidad que tena la Unin So-
vitica de mantener a Alemania bajo control mien-tras extraa de ella una considerable aportacinpara su propia reconstruccin. Roosevelt se mos-tr poco dispuesto a comprometerse a fondo conlas propuestas punitivas de Stalin, aunque s le co-munic que l tambin consideraba ventajoso eldesmembramiento permanente de Alemania. De
hecho, los expertos estadounidenses no haban to-mado partido todava entre dos impulsos opues-tos: el de aplastar la nacin que haba provocadouna masacre semejante, o el que les conduca a tra-tarla magnnimamente, utilizando el perodo deocupacin para contribuir a modelar una nueva
Alemania que pudiera jugar un papel constructivoen la Europa de la posguerra, con sus recursos y suindustria aplicados a la gigantesca tarea de recons-truir un continente desgarrado por la contienda. Apesar de la aprobacin inicial de Roosevelt con res-pecto a una actitud punitiva, el asunto no queddefinitivamente resuelto, como vinieron a demos-
trar, lamentablemente, acontecimientos posteriores.Las cuestiones relativas a la Europa del Este, que
afectaban directamente a la seguridad vital de laURSS, tampoco tuvieron una fcil solucin. Tantoen la teora como en la prctica, los norteamerica-nos y los britnicos se haban resignado a la exis-tencia de una esfera de influencia sovitica en la
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Europa Oriental sobre la cual los rusos ejercan yauna influencia predominante. En la versin msrudimentaria de la diplomacia de esferas de in-
fluencia que tuvo lugar durante la guerra, Churchilly Stalin aprobaron provisionalmente, en noviem-
bre de 1944, el acuerdo de los porcentajes, lamen-tablemente famoso, por el que gran parte de losBalcanes quedaban divididos en zonas de influen-cia britnica o rusa. Roosevelt nunca se adhiri,sin embargo, a ese modus vivendi, que representa-
ba una violacin demasiado flagrante de los prin-cipios de autodeterminacin libre y democrticaque constituan la piedra angular de los planes deEstados Unidos con respecto al orden poltico de la
posguerra. Pero resolver ese problema resultabatan imposible como la cuadratura del crculo.
Polonia, el pas cuya invasin conjunta por partede Alemania y la Unin Sovitica haba provocadola guerra europea, resuma la insoluble naturalezadel conflicto. Dos gobiernos polacos competan
por el reconocim iento internacional durante laguerra: uno, con sede en Londres, estaba en manosde nacionalistas polacos acrrimamente antisovi-
ticos; el otro, establecido en la ciudad polaca deLublin, era en esencia un gobierno ttere de Mos-c. En una situacin tan polarizada no caban tr-minos medios; haba, por lo tanto, poco margen
para alcanzar un compromiso, como gustaba dehacer Roosevelt con respecto a los enfrentamientos
polticos dentro de su pas.
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1. Churchill, Roosevelt y Stalin posan para los fotgrafosdurante la Conferencia de Yalta, Febrero de 1945.
En la Conferencia de Yalta de febrero de 1945,Roosevelt, Churchill y Stalin trataron de resolveralgunas de sus principales diferencias mientras
planeaban la partida que haba de jugarse acabada
la guerra. La conferencia represent el punto lgi-do de cooperacin durante la contienda; los com-promisos alcanzados reflejaron tanto el equilibriode poderes como la decisin de los lderes de losTres Grandes de mantener el espritu de colabora-cin y compromiso que la supervivencia de su ex-traa alianza requera. Sobre la cuestin crucial de
Polonia, norteamericanos y britnicos acordaron
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reconocer al gobierno de Lublin apoyado por lossoviticos, a condicin de que Stalin ampliara surepresentatividad y permitiera la celebracin de
elecciones libres. En gran parte para compensar aRoosevelt que necesitaba una hoja de parra con laque ocultar su abandono de lo que Estados Unidoshaba proclamado como uno de los objetivos de laguerra, al tiempo que para apaciguar tambin alos millones de norteamericanos originarios de
Europa del Este (la mayora de los cuales, detalleno precisamente insignificante, eran votantes delPartido Demcrata), Stalin acept una Declara-cin sobre la Europa Liberada.
Los tres lderes se comprometieron, en ese docu-mento, a apoyar los procesos democrticos y lacreacin de gobiernos representativos en cada una
de las naciones europeas liberadas. Se asegur aldirigente sovitico que se obligara a Alemania a
pagar unas reparaciones fijadas provisionalmenteen 20.000 millones de dlares, 10.000 de los cualesiran a la Unin Sovitica. Pero el acuerdo final so-
bre este asunto qued pospuesto.El compromiso sovitico, tambin negociado en
Yalta, de entrar en la guerra contra Japn tres me-ses despus de acabada la contienda en Europa, ascomo la aceptacin formal por parte de la UninSovitica de formar parte de Naciones Unidas, sig-nificaron una gran victoria diplomtica para Esta-dos Unidos.
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De la cooperacin al conflicto, 1945-1947
Sin embargo, a las pocas semanas de las ltimas
sesiones de la Conferencia, la creciente insatisfac-cin angloamericana con respecto a las actividadesde la Unin Sovitica en el este de Europa vino a al-terar el espritu de Yalta. La brutal represin de lospolacos no comunistas por parte de Mosc, unidaa sus torpes actuaciones en Bulgaria, Rumania yHungra, zonas todas ellas recientemente libera-das por el Ejrcito Rojo, fueron interpretadas porChurchill y por Roosevelt como violaciones de losacuerdos adoptados en la Conferencia. El primeroinst al presidente norteamericano a convertir Po-lonia en un caso que siente jurisprudencia entrenosotros y los rusos. Roosevelt, por su parte, aun-
que igualmente preocupado por la conducta deStalin, se opuso; hasta sus ltimos das estuvo con-vencido de que poda mantenerse una relacin ra-zonable y de concesiones mutuas con los rusos.Cuando el 12 de abril sufri una hemorragia cere-
bral masiva, esa abrumadora responsabilidad reca-y en un Harry S. Truman carente de experiencia.
Hasta qu punto el cambio de liderazgo en esemomento crtico supuso una diferencia sustancialen el curso de las relaciones entre Estados Uni-dos y la Unin Sovitica ha sido un tema sujeto aun intenso debate acadmico. Ciertamente Tru-man demostr estar ms dispuesto que su ante-
cesor a aceptar la recomendacin de sus asesores
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de la lnea ms dura, para los que mostrarse infle-xibles con los rusos ayudara a Estados Unidos aalcanzar sus objetivos. El 20 de abril, en un co-mentario revelador que se ha citado con frecuen-cia, Truman manifest que no vea ninguna razn
por la que Estados Unidos no debera conseguir el85% de lo que solicitaba en relacin con los asun-tos ms importantes. Tres das despus, exigi s-
peramente al ministro de Asuntos Exteriores so-
vitico, V. M. Molotov, que se asegurase de quesu pas cumpla sus compromisos con respecto aPolonia. Tambin Churchill se mostraba cada vezms contrariado con lo que describa como acti-tud intimidatoria de los soviticos, creando as elmarco idneo para un conflictivo encuentro delos Tres Grandes en una Alemania devastada
por la guerra.En julio de 1945, dos meses despus de la ren-
dicin alemana, los lderes sovitico, britnico ynorteamericano se esforzaron una vez ms por re-solver sus diferencias lo que lograron con desigua-les resultados durante la ltima de las grandes con-
ferencias celebradas en el transcurso de la guerra.En las reuniones, celebradas a las afueras de Berln,en un Potsdam bombardeado, trataron de una granvariedad de temas, incluidos los ajustes territorialesen Asia y el momento concreto de la entrada enguerra de los soviticos en el Pacfico.
Pero los problemas ms espinosos, los que do-
minaron las dos semanas de la conferencia, fueron
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los que rodearon los acuerdos relativos a la Europadel Este y Alemania en la posguerra. Stalin consi-gui pronto uno de sus principales objetivos di-
plomticos: el reconocimiento por parte de Esta-dos Unidos y Gran Bretaa del nuevo rgimen deVarsovia. Sus socios de la Gran Alianza pensaronque no tenan ms opcin que aceptar como faitaccompliuna Polonia dominada por la Unin So-vitica, incluso con unos lmites occidentales am-pliados a expensas del antiguo territorio alemn.Sin embargo, se negaron a reconocer los gobiernosestablecidos por los soviticos en Bulgaria y Ru-mania. En lugar de eso, los participantes instituye-ron un Consejo de Ministros de Asuntos Exterioresque habra de encargarse, en futuras reuniones, deesa y otras cuestiones territoriales surgidas como
consecuencia de la guerra, y de redactar tratadosde paz con las potencias derrotadas del Eje.Alemania la gran cuestin, como tan acer-
tadamente la calific Churchill suscit una vio-lenta disputa antes de que una solucin de com-
promiso propuesta por Estados Unidos impidieraque las negociaciones llegaran a un punto m uer-
to, aunque a costa de una divisin econmica defacto del pas. De nuevo las reparaciones surgie-ron como el obstculo principal. La insistenciade Stalin en recibir de Alemania los 10.000 mi-llones de dlares, como, a su entender, se habaacordado en Yalta, tropez con la firme resisten-
cia de Truman y sus asesores. Los norteamerica-
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nos, convencidos ahora de que la recuperacineconmica y la futura prosperidad de la EuropaOccidental y de Estados Unidos exigan una
Alemania econmicamente fuerte y se oponan acualquier plan que dificultara ese objetivo.
El secretario de Estado, James F. Byrnes, propu-so un compromiso que los soviticos aceptaronfinalmente, aunque no sin cierta renuencia, y se-gn el cual las cuatro potencias ocupantes Esta-dos Unidos, Gran Bretaa, Francia y la Unin So-vitica obtendran bsicamente las reparacionesde sus propias zonas de ocupacin; se prometi,adems, a los soviticos equipamiento procedentede las zonas occidentales, que incluan las partesms industrializadas y ricas en recursos del pas,
pero que quedaran aisladas de la influencia rusa.
Dado que los participantes en la Gran Alianza nopudieron ponerse de acuerdo con respecto a lacuestin alemana el asunto diplomtico msconflictivo durante la contienda y el que estabadestinado a ser el problema central a lo largo detoda la Guerra Fra, optaron esencialmente porla divisin, aunque tratando de mantener una
apariencia de unidad.Las ramificaciones de esa solucin fueron tras-
cendentales. Represent un primer paso hacia laintegracin de las zonas de Alemania ocupadas
por la Unin Sovitica y por Occidente en siste-mas polticos y econmicos opuestos y augur ladivisin del continente europeo en Este y Oeste.
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2. Churchill, Truman y Stalin posan ante la residencia deChurchill durante la Conferencia de Potsdam. Julio de 1945.
Truman, a pesar de todo, se mostr satisfechocon las ominosas decisiones alcanzadas en Pots-dam. Me gusta Stalin afirm entonces. Es di-recto. Sabe lo que quiere y es capaz de llegar a un
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compromiso cuando no puede conseguirlo. Laconfianza del dirigente norteamericano en su ha-
bilidad para lograr la mayor parte de sus objetivos
en negociaciones futuras con su homlogo soviti-co radicaba esencialmente en las que tanto l comosus principales asesores consideraban las dos me-
jores bazas de Washington: su poder econmicoy su posesin exclusiva de la bomba atmica. Laconfianza de Truman aument significativamentecuando, durante las conversaciones de Potsdam,recibi la noticia de que las pruebas de la bombase haban llevado a cabo con xito en Nuevo Mxi-co. Esta escalera real, como la llam el secretariode la Guerra Henry Stimson, mejoraba indudable-mente la perspectiva de unos acuerdos diplomti-cos favorables a los intereses americanos, o al me-
nos eso crean Truman y su crculo de asesores.El lanzamiento de dos bombas atmicas, sobreHiroshima el 6 de agosto y sobre Nagasaki el 9de agosto, que causaron la muerte instantnea de115.000 personas y dejaron a otras decenas de mi-les al borde de la muerte a causa de la radiacin,forz la rendicin de Japn. La utilizacin de la
bomba cumpli simultneamente varios objetivosmilitares y diplomticos de Estados Unidos: con-dujo a un rpido final de la guerra evitando lamuerte de miles de norteamericanos, hizo innece-saria la intervencin de tropas soviticas en el Pac-fico (aunque no evit su presencia en Manchuria)
y cerr a la Unin Sovitica la puerta a cualquier
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pretensin realista sobre su posible papel en laocupacin de Japn una vez acabada la guerra.
Sin embargo, a pesar de las bazas con que contaba el gobierno de Traman, las relaciones entreEstados Unidos y la URSS se fueron deteriorandoen los meses posteriores a la rendicin de Japn.Aunque Europa del Este y Alemania seguan cons-tituyendo los problemas de ms difcil solucin, astos se aadieron ahora los que suponan las vi-
siones opuestas de los antiguos aliados acerca decmo lograr el control internacional de las armasatmicas, sus intereses divergentes en Oriente Me-dio y en el este del Mediterrneo, la cuestin de laayuda econmica de Estados Unidos y el papel dela Unin Sovitica en Manchuria. Aunque en lasdiferentes reuniones del Consejo de Ministros de
Asuntos Exteriores se alcanzaron varios compro-misos, 1946 marc la desaparicin de la GranAlianza y el comienzo de la autntica Guerra Fra.
Durante ese ao, el gobierno de Truman y susprincipales aliados occidentales comenzaron a con-siderar ms y ms el pas de Stalin como un matn
oportunista aquejado de un apetito insaciable deterritorios, recursos y concesiones. George F. Kennan, diplomtico de Estados Unidos en Mosc, ar-ticul y dio peso a esa valoracin en su famosolargo telegrama del 22 de febrero de 1946. En lsubrayaba Kennan que la hostilidad sovitica haciael mundo capitalista era tan inmutable como inevi-
table, resultado de una combinacin de la inseguri-
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dad tradicional rusa y el dogma marxistaleninista.Argumentaba que los lderes del Kremlin habanimpuesto al pueblo sovitico un rgimen totalitario
opresivo y que ahora utilizaban la supuesta amena-za de los enemigos externos para justificar la conti-nuacin de la tirana que los mantena en el poder.El consejo de Kennan era claro: renunciar a una ac-titud acomodaticia que, en cualquier caso, nuncahabra de funcionar, y concentrarse, en cambio, en
contener la expansin de la influencia y el podersoviticos. El Kremlin, insista, slo cedera anteuna fuerza superior. El da 5 de marzo, WinstonChurchill, derrotado ahora en las elecciones, aa-di pblicamente su voz al creciente coro antiso-vitico. En Fulton, Missouri, mientras compartapodio con un Harry Truman que manifestaba su
evidente aprobacin, el lder britnico clam: Unteln de acero ha cado sobre todo el continente,desde Stettin en el Bltico hasta Trieste en el Adri-tico. La civilizacin cristiana, advirti, peligrabaahora a causa del expansionismo comunista.
La conducta sovitica no justificaba por s sola elgrado de alarma que reinaba en las capitales deEuropa Occidental, ni tampoco las catastrficas
perspectivas que se bosquejaban en algunos crcu-los norteamericanos. Ciertamente, el rgimen estalinista trataba de sacar provecho en todo mo-mento. As, impuso gobiernos serviles a Polonia,Rumania y Bulgaria; se hizo con una esfera de in-
fluencia exclusiva en su zona de ocupacin de Ale
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mana del Este; se neg inicialmente a retirar sustropas de Irn precipitando la primera gran crisisde la Guerra Fra en marzo de 1946; intimid aTurqua para lograr concesiones, llegando a con-centrar tropas a lo largo de la frontera blgara, ysaque Manchuria. Sin embargo, tambin permi-ti que se celebraran unas elecciones relativamentelibres en Hungra y Checoslovaquia, colabor en laformacin de gobiernos representativos en Finlan-
dia y Austria, continu participando en animadasnegociaciones con las potencias occidentales a tra-vs del Consejo de Ministros de Asuntos Exterio-res, e incluso fren a los poderosos partidos comu-nistas de Italia, Francia y del resto de los pases deEuropa Occidental. La conducta sovitica requerauna interpretacin ms sutil y equilibrada que las
que ofrecan Kennan y Churchill.De hecho, lo que ms teman Estados Unidos y
los analistas britnicos no era el comportamientode los soviticos ni las intenciones hostiles que al
parecer subyacan a su conducta. Tampoco les preo-cupaba excesivamente la capacidad militar sovitica,al menos a corto plazo. Los principales expertos
britnicos y norteamericanos consideraban a laUnin Sovitica demasiado dbil para lanzarse auna guerra contra Estados Unidos, y en particular,crean sumamente improbable que el Ejrcito Rojoatacara Europa Occidental.
Lo que preocupaba a los dirigentes norteameri-
canos y britnicos era la perspectiva de que la
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Unin Sovitica aprovechara en beneficio propiola agitacin poltica y las lamentables condicionessociolgicas que marcaron el mundo de la pos-guerra, condiciones que haban provocado el as-censo de la izquierda en el mundo entero, un fe-nmeno que se reflejaba no slo en la creciente
popularidad de los partidos comunistas de EuropaOccidental, sino tambin en el auge de movimien-tos nacionalistas, anticolonialistas y revoluciona-
rios en el Tercer Mundo. Las graves conmocioneseconmicas y sociales provocadas por la guerraconvirtieron al comunismo en una atractiva alter-nativa para muchos pueblos del mundo. Los mi-nisterios de Defensa y Asuntos Exteriores occiden-tales temieron que los partidos comunistas localesy los movimientos revolucionarios autctonos sealiaran con la Unin Sovitica, un estado cuya le-gitimidad y cuyo prestigio haban aumentado considerablemente gracias al papel que haba jugadoen la cruzada antifascista. De este modo, el Krem-lin poda aumentar su poder y su radio de accinsin tener que arriesgarse siquiera a emprender una
accin militar directa.Para los estrategas estadounidenses, la sombraamenazadora del perodo 19401941 segua cer-nindose sobre el mundo. Otra potencia hostil, ar-mada de nuevo con una ideologa amenazadora yajena, poda llegar a controlar Eurasia inclinandola balanza de poder en contra de Estados Unidos,
negando a este pas el acceso a importantes merca-
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dos y recursos, y poniendo en peligro su libertadeconmica y poltica.
Fijando lmites
Para enfrentarse a esas graves, aunque difusas,amenazas, durante la primera mitad de 1947 Esta-dos Unidos se apresur a implementar, con una ve-locidad vertiginosa, una estrategia destinada a con-tener a la URSS y, al mismo tiempo, a reducir laatraccin del comunismo. Una iniciativa britnica,debida a la prdida del poder y los problemas fi-nancieros de Londres, inspir el primer paso crti-co en la ofensiva diplomtica estadounidense.
El 21 de febrero, el gobierno britnico inform al
Departamento de Estado de que no poda seguirproporcionando ayuda militar y econmica a Gre-cia y a Turqua. La Administracin norteamericanadecidi inmediatamente que Estados Unidos debaasumir el papel que hasta ese momento haba juga-do Gran Bretaa con el fin de bloquear la posibleexpansin del control sovitico sobre el Mediterr-
neo oriental y tambin sobre el Oriente Medio y sugran riqueza petrolfera. Para conseguir el apoyo deun Congreso consciente del coste que eso supona yde una ciudadana poco dispuesta a aceptar nuevasobligaciones internacionales, Truman pronunci el12 de marzo un enrgico discurso ante los repre-
sentantes de la nacin en el que pidi 400 millones
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de dlares en ayuda militar y econmica para losgobiernos de Grecia y Turqua.
Hasta cierto punto, Estados Unidos actuaba en
este caso para llenar un vaco de poder creado porel declive de Gran Bretaa. El gobierno griego dederechas libraba una guerra civil contra los comu-nistas del pas, abastecidos por la Yugoslavia comu-nista. Los turcos, por su parte, se vean sometidos auna presin constante por parte de los rusos, queexigan concesiones en los Dardanelos. Mosc y sus
aliados se mostraban dispuestos a beneficiarse de laretirada britnica, una inquietante perspectiva quela iniciativa americana trataba de obstaculizar.
Sin embargo, lo particularmente significativo dela Doctrina Truman no es el hecho bsico de la
poltica de poder que representaba, sino la forma en
que el presidente norteamericano eligi presentarsu propuesta de ayuda. Utilizando un lenguaje hi-perblico, unas imgenes maniqueas y una simpli-ficacin deliberada para reforzar su llamamiento,Truman trat de conseguir un consenso entre losciudadanos y en el Congreso que respaldara noslo este compromiso concreto, sino una poltica
exterior norteamericana ms activa, una poltica quese mostrara al mismo tiempo antisovitica y anticomunista.
La Doctrina Truman, pues, vino a significar ladeclaracin de una Guerra Fra ideolgica y de unaGuerra Fra geopoltica. Sin embargo, abundabaen ambigedades que tendran serios efectos a lo
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LA DOCTRINA TRUMAN
En el momento presente de la historia mundialdijo Traman al Congreso al solicitar un paquete deayuda para Grecia y Turqua, casi todas las nacio-nes deben elegir entre distintos modos de Vida.Tras enumerar las insidias de la Unin Sovitica,aunque sin nombrarla directamente, concluy conla famosa exhortacin segn la. cual la poltica de
Estados Unidos debe consistir en ayudar a los pue-blos libres que luchan contra las minoras armadaso las presiones exteriores que pretenden sojuzgar-los; Este impresionante compromiso sin plazo de-finido recibi inmediatamente el nombre de Doc-trina Traman.
largo de todo el conflicto. De qu tipo exactamen-te era la amenaza que justificaba un compromisoa tal escala? Se trataba del posible aumento del
poder sovitico, o de la expansin de unas ideasopuestas a los valores norteamericanos? Estos dos
peligros, muy diferentes, se fundieron impercepti-blemente en el pensamiento norteamericano.
Tres meses despus del histrico discurso deTraman, Estados Unidos anunci pblicamente lasegunda fase de su ofensiva diplomtica. En unaalocucin pronunciada en la Universidad de Har-vard con motivo de la ceremonia de graduacin, el
secretario de Estado George C. Marshall prometi
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ayuda norteamericana a todos los pases europeosque estuvieran dispuestos a coordinar sus trabajos
de reconstruccin. Los enemigos que Estados Uni-dos pretenda combatir con lo que pronto habrade recibir el nombre de Plan Marshall eran elhambre, la pobreza y la desmoralizacin que ali-mentaban el ascenso de la izquierda en la Europade posguerra, un conjunto de circunstancias pro-vocadas por la lentitud de la reconstruccin y exa-
cerbadas por el invierno ms crudo de los ltimosochenta aos.
El ministro britnico de Asuntos Exteriores, ErnestBevin, y su homlogo francs, Georges Bidault, res-
pondieron de form a inmediata y entusiasta a lapropuesta de Marshall, organizando un encuentrode estados europeos que pronto sugiri un conjun-to de principios organizativos para ese programade ayuda. Gran Bretaa, Francia y otros gobier-nos de Europa Occidental vieron en el Plan unaoportunidad inmejorable para aliviar sus graves
problemas econmicos, hacer frente a los parti-dos comunistas locales y frenar la expansin de la
Unin Sovitica. Todos ellos compartan gran partede los recelos de la Administracin Truman acerca de los peligros inherentes a la posguerra, aunquetenan por lo general una fijacin menor que sushomlogos norteamericanos respecto a la ame-naza que la ideologa comunista representaba. Loslderes de Europa Occidental recibieron con alegra
y solicitaron una poltica norteamericana ms
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activa en ia zona porque esto encajaba con sus ne-cesidades econmicas, polticas y de seguridad. ElPlan Marshall signific 13.000 millones de dlares
en ayuda para Europa Occidental, contribuyendoas a la recuperacin e integracin econmica de laregin y restableciendo un importante mercado
para los productos norteamericanos. Stalin, te-miendo que el Programa de Recuperacin Europeaviniera a relajar el control que Rusia ejerca sobre
sus satlites, prohibi a los pases del Este partici-par en l. Mlotov, ministro sovitico de AsuntosExteriores, abandon la Conferencia de Pars conla severa advertencia de que el Plan Marshall divi-dira Europa en dos grupos de estados.
Otra parte integrante de la ofensiva diplomticade la Administracin Truman fue una decisiva reo-
rientacin de su poltica con respecto a Alemania.Los responsables de la poltica norteamericanaconsideraban esencial para sus propsitos la parti-cipacin en el Plan Marshall de las zonas de Alema-nia ocupadas por las potencias occidentales, ya quela industria y los recursos de este pas constituanun motor indispensable del crecimiento econmicoeuropeo. Aun antes de desvelar el Plan, EstadosUnidos haba tomado medidas para incrementar la
produccin de carbn en las zonas de ocupacinbritnica y norteamericana, ya unidas por enton-ces. Los planificadores de Washington estaban con-vencidos de que la paz y la prosperidad mundiales,
as como la seguridad y el bienestar econmico de
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Estados Unidos, dependan de la recuperacin eco-nmica europea, y que para que esta recuperacinse produjera era necesaria una Alemania fuerte y
econmicamente revitalizada, lo cual se opona acualquier compromiso diplomtico con la UninSovitica sobre esa cuestin primordial.
La insistencia de Marshall en que Alemania par-ticipara en el Programa de Recuperacin Europeahizo imposible cualquier perspectiva de acuerdo aese respecto entre las cuatro potencias y condujodirectamente al fracaso de las reuniones del Con-sejo de Ministros de Asuntos Exteriores manteni-das en noviembre de 1947. No queremos ni pro-yectamos aceptar la unificacin de Alemania en lostrminos que Rusia considerara aceptables, admi-ti en privado un diplomtico norteamericano de
alto rango. Al preferir la divisin del pas a correrel riesgo de una Alemania unificada que con eltiempo pudiera alinearse con la Unin Sovitica oadoptar una postura neutral algo tan peligrosocomo lo anterior, Estados Unidos, Gran Bretaay Francia dieron el primer paso, en 1948, hacia lacreacin de una Alemania Occidental indepen-
diente. El embajador britnico, Lord Inverchapel,observ acertadamente que para los norteamerica-nos la divisin de Alemania y la absorcin de lasdos partes por las esferas rivales, oriental y occi-dental, es preferible a la creacin de una tierra denadie en el lmite de una zona de hegemona so-vitica en expansin.
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Dada la preocupacin de Stalin, tantas veces for-mulada, acerca de la resurreccin del poder ale-mn, esas iniciativas occidentales aseguraban una
fuerte reaccin sovitica. Los lderes norteamerica-nos la esperaban y no quedaron decepcionados. Enseptiembre de 1947, durante una conferencia cele-
brada en Polonia, los soviticos crearon la Oficinade Informacin de Pases Comunistas (Kominform) como medio para reforzar su control sobrelos estados satlites de Europa del Este y los parti-dos comunistas de Europa Occidental. Tras denun-ciar el Plan Marshall como parte de una estrategiaorganizada para forjar una alianza que pudieraservir de trampoln para atacar a la Unin Sovitica, el principal delegado ruso, Andrei Zhdanov,afirm que el mundo estaba dividido ahora en dos
campos. En febrero de 1948, un golpe de estadoauspiciado por los rusos en Checoslovaquia provo-c la dimisin de todos los ministros no comunis-tas del gobierno y, posteriormente, la muerte delministro de Asuntos Exteriores, Jan Masarik, unafigura muy respetada, en circunstancias sumamen-te sospechosas. Junto con la dura represin de la
oposicin no comunista en Hungra, el golpe deestado en Checoslovaquia anunci una actitudmucho ms dura en el campo sovitico y contri-
buy a que cristalizara la divisin entre el Este y elOeste en Europa.
Ms tarde, el 24 de junio de 1948, Stalin decidi
pasar al ataque. En respuesta a la posicin de los
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franceses, britnicos y norteamericanos con respec-to a ia reconstruccin y consolidacin de AlemaniaOccidental, los soviticos prohibieron el acceso
por tierra de los aliados a Berln Occidental. Elpropsito de Stalin al aislar el enclave occidentalde esa ciudad dividida, situada en zona sovitica a160 kilmetros del punto ms prximo de la zonanorteamericana, era demostrar la vulnerabilidadde sus adversarios, impidiendo as lo que tanto te-
ma: la creacin de un estado alemn integrado enel bloque occidental. En uno de los episodios mstensos y celebrados del comienzo de la GuerraFra, Truman respondi con un puente areo quedurante las veinticuatro horas del da abasteci dealimentos y combustible a los residentes de unBerln Occidental sitiado. En mayo de 1949, Stalin
levant finalmente lo que haba llegado a conver-tirse en un bloqueo totalmente intil y en una de-sastrosa operacin de imagen.
La torpe rplica sovitica slo consigui profun-dizar la divisin entre el Este y el Oeste, excitandoen contra suya a la opinin pblica de EstadosUnidos y Europa Occidental, y acabando con el l-timo resto de esperanza con respecto a un acuerdosobre Alemania que resultara aceptable para loscuatro pases ocupantes. En septiembre de 1949,las potencias occidentales crearon la Repblica Fe-deral Alemana. Un mes despus, los soviticos es-tablecan en su zona de ocupacin la Repblica
Democrtica Alemana. Las dos zonas de la Guerra
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Fra en Europa quedaban as claramente demarca-das; la divisin de Alemania reflejaba la existencia deuna divisin ms amplia en una esfera dominada
por Estados Unidos y una esfera dominada por laUnin Sovitica,
Algunos de los ms destacados diplomticos deEuropa Occidental y ms decididamente que nin-gn otro el ministro de Asuntos Exteriores bri-tnico Ernest Bevin, crean que la creciente co-
laboracin entre Europa y Estados Unidos debafundamentarse en un acuerdo de seguridad trans-atlntico. Con este propsito, el antiguo lder sindi-calista se convirti en el primer impulsor del Pactode Bruselas de abril de 1948. Bevin esperaba queese acuerdo mutuo de seguridad entre Gran Bre-taa, Francia, Holanda, Blgica y Luxemburgo sir-viera de base para una alianza occidental de mayoralcance. Deseaba forjar un mecanismo con el queinvolucrar a los americanos ms a fondo en losasuntos europeos, calmar la preocupacin de Fran-cia acerca del resurgimiento de Alemania y conte-ner a los soviticos, o, como expres, tosca pero
acertadamente, encontrar el medio para mantenera los americanos dentro, a los soviticos fuera y alos alemanes debajo.
La Organizacin del Tratado del Atlntico Norte(OTAN) cumpla los requisitos de Bevin y tambinlos de una Administracin Truman decidida a aadirun ancla de seguridad a su nueva estrategia de conten-
cin. Constituida en abril de 1949, la OTAN agrup
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a los pases firmantes de Bruselas, ms Italia, Dina-marca, Noruega, Portugal, Canad y Estados Uni-dos, en un pacto de seguridad mutua. Cada uno de
los estados miembros acceda a considerar cualquierataque a uno de ellos como un ataque a la totalidad.
El acuerdo represent para Estados Unidos uncambio histrico con respecto a una de las caracte-rsticas tradicionales de su poltica exterior. Desdesu alianza con Francia a fines del siglo xvm, Was-
hington no haba participado en ningn pacto queexigiera tal grado de compromiso, ni haba unidosus necesidades de seguridad tan estrechamente alas de otros estados soberanos.
La esfera de influencia, o imperio, que EstadosUnidos forj en la Europa de posguerra respondams a sus temores que a sus ambiciones. Fue el pro-
ducto, adems, de una coincidencia de intereses en-tre este pas y las lites de Europa Occidental. Estasltimas merecen el reconocimiento de haber sidocoautoras de lo que el historiador Geir Lundestadha definido como el imperio por invitacin. Eneste sentido, existieron importantes diferencias en-tre un imperio sovitico esencialmente impuestoa gran parte de la Europa del Este y un imperionorteamericano resultante de una asociacin nacidade unos temores comunes respecto a seguridad yunas necesidades econmicas coincidentes.
Aunque se trat sin duda de un proceso crucial en
el comienzo de la Guerra Fra, la divisin de Euro-
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pa en dos esferas hostiles de influencia constituyesolamente una parte de la historia. Si el conflictose hubiera limitado a una rivalidad por el poder y
la influencia dentro de los lmites de Europa, esahistoria se habra desarrollado de un modo muydiferente de como finalmente lo hizo. En conse-cuencia, el siguiente captulo se centra geogrfica-mente en Asia, el segundo escenario en importan-cia de la Guerra Fra a comienzos de la posguerra.
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3. Hacia la guerra caliente en Asia(19451950)
Asia se convirti en el segundo escenario en impor-tancia de la Guerra Fra y en el lugar en que sta seconvirti en caliente. Naturalmente, Europa emer-
gi tras la Segunda Guerra Mundial como el pri-mer foco de tensin entre los antiguos aliados, ge-nerando ms controversia y recibiendo una mayoratencin por parte de Estados Unidos y de la URSSque el resto del mundo. Ambos pases identificaronen este continente intereses que parecan vitales
para su seguridad y su bienestar econmico, tanto a
corto como a largo plazo. Como se ha visto en elcaptulo anterior, el desarrollo de la esfera de in-fluencia de Estados Unidos en Europa Occidental yel de la esfera de influencia sovitica en Europa delEste constituyen la verdadera esencia de la primerafase de la Guerra Fra, con Alemania como zona
cero. Y sin embargo, ambas potencias consiguieron
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evitar un conflicto abierto en Europa entre el Este yel Oeste, tanto a finales de los aos cuarenta comoa lo largo de las cuatro dcadas siguientes.
Asia, donde Washington y Mosc tenan tam-bin intereses, aunque decididamente menos vita-les, no fue tan afortunada. Seis millones de perso-nas perderan la vida en Corea e Indochina enconflictos relacionados con la Guerra Fra. Msan, el comienzo de la Guerra de Corea en junio de1950 fue el acontecimiento que precipit el primerenfrentamiento militar directo entre Estados Uni-dos y las fuerzas comunistas y, ms que ningnotro, el que convirti la Guerra Fra en una luchaglobal.
Japn: de enemigo mortal a aliadoen la Guerra Fra
La Segunda Guerra Mundial produjo cambios degran trascendencia a todo lo ancho del continenteasitico. La asombrosa serie de conquistas que lle-v a cabo Japn en los primeros meses de la con-
tienda en Singapur, Malasia, Birmania, Filipinas,las Indias Orientales Holandesas, la Indochinafrancesa y otros lugares hizo zozobrar el sistemacolonial de Occidente en Asia Oriental, al menostemporalmente, mientras destrua el mito de la su-
perioridad racial de los blancos sobre el que des-
cansaba en ltima instancia ese dominio. El Im-
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perio Britnico del Lejano Oriente dependa delprestigio observ un diplomtico australiano enesa poca. Y ese prestigio se ha hecho aicos. La
posterior ocupacin de las posesiones colonialesamericanas, holandesas, francesas y britnicas porparte de los japoneses, racionalizada por el eslo-gan, tan efectivo como interesado, de Asia paralos asiticos, aceler el crecimiento del sentimien-to nacionalista entre los pueblos de ese continente ycre el marco idneo para las revoluciones de cor-
te nacionalista que surgiran al finalizar la guerra.El vaco de poder que dej la precipitada rendicinde Japn el 14 de agosto de 1945 proporcion tiem-
po suficiente a los aspirantes nacionalistas para ga-nar apoyo popular y organizar alternativas localesal dominio japons, y occidental, que inmediata-mente trataron de poner en marcha.
Las luchas picas por la independencia y la liber-tad nacional que sostuvieron los pueblos de Asia yde otras regiones del Tercer Mundo despus de laSegunda Guerra Mundial figuran entre las fuerzashistricas ms poderosas del siglo xx. Hay que su-brayar que fueron algo muy distinto del enfrenta-
miento por el poder y la influencia que mantenanen aquel momento Estados Unidos y la Unin So-vitica, y que habran tenido lugar aunque la Gue-rra Fra no hubiera existido. Pero la Guerra Fraexisti, y su carcter totalizador marc inevitable-mente el carcter, el ritmo y el resultado de esasluchas. La descolonizacin y la Guerra Fra estaban
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destinadas a quedar inextricablemente unidas,moldendose mutuamente, tanto en Asia como encualquier otra parte del mundo.
Al comenzar la posguerra, ni Estados Unidos nila Unin Sovitica parecieron reconocer que el vie-
jo orden haba sido socavado irreversiblemente enAsia Oriental por la guerra en el Pacfico, como tam-poco parecieron reconocer hasta qu punto las co-rrientes nacionalistas que esa guerra haba desata-do habran de cambiar radicalmente las sociedades
asiticas. Inicialmente, los soviticos siguieron enesa regin una poltica caractersticamente opor-tunista pero cautelosa, coherente con su actuacinen la Europa de posguerra. Stalin trat de recobrarel territorio controlado por la Rusia zarista, recu-
perar concesiones econmicas en Manchuria y
Mongolia Exterior y consolidar la seguridad de los6.700 kilmetros de frontera que separaban a Chi-na de la Unin Sovitica. Sus propsitos respon-dan a la necesidad de mantener esa nacin como
pas amigo pero dbil y preferiblemente dividi-do para evitar enfrentamientos con las potenciasoccidentales, y al deseo de reprimir los impulsos
revolucionarios de los partidos comunistas locales.Por su parte, Estados Unidos puso en prctica una
poltica exterior ms ambiciosa, que consista endesmilitarizar Japn, transformar el Pacfico en unlago americano, convertir a China en un aliado fia-
ble y estable, e impulsar una solucin moderada alproblema colonial.
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Sin embargo, primero y ante todo, los planifica-dores de la poltica exterior estadounidense consi-deraron de primordial importancia no permitir
que Japn volviera a poner en peligro la paz de laregin. Con ese propsito, Washington manifestsu decisin de que fuera Estados Unidos, y sloEstados Unidos, el encargado de supervisar la ocu-pacin de Japn y la reestructuracin del pas. Losobjetivos de los norteamericanos a este respectoeran tan claros como ambiciosos: utilizar su poder
para reconstruir la sociedad japonesa, destruirtodo vestigio de militarismo y ayudar a fomentarel desarrollo de instituciones democrticas libera-les. En gran medida, lograron su propsito.
Bajo la supervisin del autoritario general Dou~glas MacArthur, el rgimen de ocupacin nortea-
mericano puso en marcha una amplia serie demedidas: se inici una gran reforma agraria, seaprobaron leyes que establecan derechos colecti-vos de negociacin y la creacin de sindicatos, sellevaron a cabo mejoras en la educacin y se con-cedi la igualdad de derechos a las mujeres. Lanueva Constitucin de mayo de 1947 renunciabaformalmente a la guerra, prohiba la existencia defuerzas armadas y sentaba las bases de un sistemarepresentativo, un gobierno democrtico sometidoa la ley. En palabras de un historiador, fue quizla operacin ms exhaustivamente planificada detoda la historia de un cambio poltico masivo y di-
rigido desde el exterior.
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A diferencia de Alemania, gobernada directa-mente por cuatro potencias distintas y divididaadministrativa y polticamente entre ellas, Japncontinu bajo el dominio de un solo pas, que logobern indirectamente, prefiriendo ejercer su vo-luntad a travs de una estrecha colaboracin con la
pragmtica burocracia gubernamental japonesa.Naturalmente, tambin a diferencia de Alemania,la soberana del pas permaneci intacta.
Y sin embargo, a pesar de estas notables diferen-cias, Estados Unidos trat a Japn, especialmentedespus de 1947, como el equivalente asitico deAlemania Occidental, es decir, como una nacincuya avanzada estructura industrial, mano