incluye prólogo de 2012
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen Prólogo.
Tras el rastro de Menudencio, diez años después. 1
Nada hace dudar más de la Historia que el ritmo vertiginoso del tiempo real. El relato que
sigue corresponde a un tiempo de tránsito, a un tiempo bisagra, lleno de profundos
cambios y transformaciones. Ocurre durante una brecha tecnológica donde la fotografía
digital era incipiente y aun existían defensores acérrimos de la fotografía en papel; un
tiempo en que apenas habían lanzado el MSN Messenger, y por supuesto no existían
Facebook, YouTube, los blogs o la Wikipedia; en definitiva, una brecha entre la adolescencia
tardía y la adultez de toda nuestra generación.
La historia de Menudencio es tributaria de “El libro de arena” de Borges, de “El ángel gris”
de Dolina, y por supuesto, del Memorioso Funes; pero también de una época en que
proliferaban los cibercafés, y decir “voy a Hotmail” era sinónimo de dirigirse a uno. No
existía aun Gmail, o Flickr, y los respaldos informáticos se hacían en disquetes o
eventualmente en cd; y las cuentas de correo electrónico, por su parte, tenían un tope
máximo de dos megas (menos del 0.05% de lo que ofrece hoy un proveedor gratuito).
Tal vez por eso, el valor intrínseco de esta historia radique en resaltar el valor testimonial en
un tiempo en que las tecnologías documentales eran precarias, y los registros de viaje
dependían mucho más de la voluntad y del temperamento, que de las facilidades del
entorno.
Corresponde también decir, que la historia que sigue no es una creación individual, sino de
varias personas, que sabiéndolo o no, aportaron sus granitos de arena para que este relato
viera la luz. Quien lo firma es apenas un recopilador y amanuense de memorias lejanas.
Nada hace dudar más de la Historia que el ritmo vertiginoso del tiempo real. Diez años no es
mucho tiempo. Sin embargo, es suficiente para legitimar un mito. La historia de
Menudencio es un homenaje a la voluntad del protagonista, y al rescate de su inmenso
trabajo. Pero por sobre todas las cosas, este relato es un homenaje a todos los que viajaron,
y a los que viajarán.
Prado, Julio de 2012.
1 Prólogo de 2012. Por razones obvias, no incluido en la edición original del relato, en el volumen “Next flight”, que fuera publicado en 2005 por Arquitectura Rifa Gen 98 y obsequiado a todos los clientes frecuentes de dicha institución.
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen
Menudencio Minucio. El hombre y el mito.
“He recorrido las ciudades del mundo. Y he olvidado miles de páginas, miles de insustituibles
caras humanas”.
Jorge Luis Borges.
Partió de Carrasco siendo uno más. Bolso en mano, valija en ruedas, se introdujo por el
pasillo de embarque, dejando atrás historias, amigos, familia, y todo lo que pertenecía al
antes. Traspasando el umbral de la escotilla del avión de United estaba el futuro, que podía
leerse ya en mil signos, y que lo llenaba de sublime expectación.
Era nativo del interior del país, como lo denotaba ligeramente su acento, ya templado por
los años de residencia y de trabajo en la capital, pero muy pocos sabían realmente cuál era
su origen. Se especulaba con que fuera de Florida o tal vez de Fray Bentos, como el
memorioso Funes. Algunos historiadores del período lo relacionan a una aventura amorosa
de un terrateniente con una de sus sirvientas, y otros lo declaran innegociablemente
montevideano. Tal vez algún día alguien pueda esclarecer la verdad sobre este intrincado
tema, y tal vez ofrecer ensayos más críticos y acabados que este pobre relato que a manera
de humilde homenaje se ofrece. Por ahora, el autor de esta crónica, se limitará a narrar las
circunstancias y hechos que hicieron de Menudencio Minucio una verdadera leyenda del
viaje.
Su nombre era E…2 pero pasó poco tiempo antes de que todos comenzaran a llamarlo por
el nombre que lo haría popular.
Era callado e introvertido, pero al mismo tiempo, seguro de sí mismo y con un ligero aire
burlón. Lo caracterizaba algo que a los demás muchas veces les faltaba o bien carecían de
lo suficiente: la voluntad de conocer. Pero no de conocer en el estrecho sentido turístico, o
si se quiere, sencillamente académico. No. El quería conocerlo todo, y en lujo de detalles. 2 El manuscrito original está borrado al parecer intencionalmente en esta parte. Apenas puede reconocerse una “E” mayúscula. (N.del R.).
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen Tenía la más absoluta convicción de que el Viaje de Arquitectura era único e irrepetible y
que cada instante que pasaba debía ser aprovechado con intensidad, con brío, y a la vez
con calmada seguridad.
No podía morir un segundo sin que él pudiera extraerle algo, una palabra, un detalle. Tal
vez solamente un sonido (natural o artificial), una mirada, un gesto. Incluso un silencio.
Cuando se subió al primer avión, que lo llevaría a Buenos Aires, nadie reparó en el
contenido de su equipaje de mano. A diferencia del resto de los tripulantes, que llevaban
pertenencias personales, libros, medicamentos, y cosas de símil tenor, él solamente
transportaba un cuaderno y tres lápices. Era contrario a llevar gomas, ya que borrar es
pretender que algo no ha ocurrido, y prefería un gran tachón en vez de solapar los
fragmentos de la memoria.
Realizó una gran cantidad de vuelos desde el inicio y hasta el final de su viaje, y en todos fue
tomando nota de aquellos detalles y eventos que acontecían segundo a segundo. Nada era
desestimable para él. Se interesaba por las pequeñas cosas, por las menudencias, y poco a
poco, sus compañeros fueron bautizándolo con nombretes que aludían a esa maniática
condición observadora. El que más trascendió y a la postre el más aceptado fue
Menudencio Minucio, que despertaba simpatías y risas burlonas entre todos los que así lo
denominaban.
Los primeros vuelos fueron magníficos para su investigación. En sus cuadernos -‐que cada
vez eran más-‐, fue registrando minuciosamente cada hecho que ocurría a su alrededor. Dejó
constancia de las comidas que sirvieron durante los vuelos, la cantidad de veces que
llamaron a la azafata los demás pasajeros, y aprovechando su habilidad para el dibujo, logró
representar el instructivo para la utilización del chaleco salvavidas cada vez que la azafata
debió explicarlo.
Una vez, en ocasión de un vuelo desde Beijing a Shanghái, un pasajero se quejó a la azafata
de que había pedido pollo y le habían traído carne. Este incidente hubiese sido algo
completamente natural, corriente, vulgar, de no ser porque terció Menudencio en el
asunto: le aseguró a la azafata que el pasajero había pedido carne, y le mostró sus
cuadernos de apuntes como documento para apoyar su declaración. Yo lo registré, pidió
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen carne, pidió carne, le dijo a la azafata, al tiempo que ponía cara de haber desenmascarado a
un impostor. Como corolario del asunto, el pasajero que había pedido carne y cambiado de
opinión, debió comerse su plato y digerirlo junto con la furia que aquel minucioso
occidental le había provocado.
Pero las apreciaciones que Menudencio hacía, trascendían el mero ámbito gastronómico
dentro del avión. Lograba medir tiempos de acción del personal a bordo, y resaltar si algún
pasajero iba al baño más veces que lo normal, en cuyo caso llevaba estadísticas referidas a
la comida para tratar de buscar la relación existente entre lo ingerido y la respuesta del
cuerpo en el baño. Al menos así fue en los primeros análisis. En los más tardíos, ya había
introducido nuevas variables en su sistema de pensamiento, a través de encuestas a los
pasajeros sobre lo que habían ingerido antes de subir al avión, si sentían miedo, o si estaban
medicados con algo que pudiera generar malestar gástrico. Todas estas determinantes lo
ayudaban en la búsqueda de la Verdad. Sus compañeros de viaje eran a menudo reacios a
escuchar sus conclusiones. Algunos porque llegaban a niveles de tedio insoportables, y
otros porque creían que todo ese trabajo era francamente inútil. Nadie –excepto él, claro-‐
había logrado comprender la magnitud titánica de la tarea que se había auto encomendado:
una tarea hercúlea, casi imposible, y por tal razón, noble hasta la divinidad. O hasta el
paroxismo, que es igual.
Pero pronto los cuadernos de Menudencio se llenaron, y debió conseguir más. Estaban
saturados de datos y tabulaciones, números de vuelos, cantidades de pasajeros, comidas
servidas, vestimentas del personal, procedencias alimentarias, nacionalidad, etc. Y fue en
ese momento cuando Menudencio comprendió que estaba perdiéndose de muchas cosas,
las más variopintas y las más mundanas. Y como la imagen vale más que mil palabras –y
vaya si tenía miles de ellas en sus cuadernos-‐ decidió comprar una cámara digital de fotos.
La elección no fue fácil, ya que se le presentaron muchas marcas y modelos, y ante de
tomar una decisión tuvo que realizar tablas comparativas destacando las prestaciones y los
inconvenientes de cada equipo, lo cual por supuesto documentó con rigor casi científico.
Finalmente, fue en un free shop del aeropuerto O ‘Hare de Chicago, cuando por fin,
comprendió que la demora en la elección implicaba forzosamente una demora en su
ciclópea tarea de conocerlo todo. Así pues, optó por comprar una Canon Power Shot 500 de
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen 3.1 megapíxeles, que con ese nombre rimbombante no podía ser menos que excelente; por
supuesto, a sabiendas de que la toma de partid por esta opción era inexorablemente una
renuncia a todas las demás.
Fue tal vez este el punto de inflexión en el viaje de Menudencio, y en su percepción de las
cosas. De ahí en más, se transformaría en un obsesivo fotógrafo, compulsivo y sin temor al
costo de un revelado que no necesitaría. Y lejos de pensar que estaba mirando el mundo a
través del lente de la cámara, prefirió pensar que ahora tenía tres ojos, uno de ellos con
zoom y gran angular.
Algunos de sus compañeros de viaje que también habían abandonado la fotografía
tradicional por la digital, comparaban las prestaciones de los aparatos, aun sin conocer
cosas básicas –o tal vez no-‐ como qué corno es un mega píxel, o qué hace mejor al zoom
óptico sobre el digital. Menudencio en cambio, observador y reflexivo, sacaba sus
cuadernos de comparaciones y echaba luz sobre estos temas, brindando el dato exacto, la
voz certera, y la minuciosidad más extrema. Muchos lo tomaban como un paradigma e
intentaban seguirlo, pero se perdían en el intento. Menudencio tenía un ritmo avasallador,
aun siendo la persona más calma del mundo.
Había comenzado a tomar instantáneas de todos los lugares que visitaba. Esto no debería
sorprender, puesto que para eso son las cámaras. Lo curioso estriba en que sus fotografías
no eran meros recuerdos de viaje, sino que cada instantánea era motivo de profundas y
agudas reflexiones. En la muralla china, por ejemplo, se instaló con la cámara y el trípode en
uno de los accesos, y comenzó a tomar la misma fotografía una y otra vez, a intervalos de
tiempo lo más regulares posibles, nunca mayores al minuto. Capturó así en su primera
toma, la imagen de la muralla, colosal y extensa, antigua como el mundo, que se posaba
sobre la China milenaria mientras los paseantes caminaban sobre ella inconscientes de su
propia insignificancia. La segunda toma no fue muy diferente. Y tampoco lo fue la tercera,
ni la cuarta, ni las más de cuatrocientas tomas que logró obtener. Cuando creyó que su
tarea en ese punto estaba terminada, vio que sus compañeros de viaje volvían, contentos
con el paseo, y ya dispuestos a subir al ómnibus que los llevaría de regreso al hotel. En vano
Menudencio intentó explicar que él no había realizado el paseo por la muralla, que apenas
se había quedado en el punto de inicio; pero solo recibió las burlas de sus acompañantes.
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen Dale, Menudencio, andá a contar las hojas de los árboles, le gritó un inadaptado. Por qué no te
hacés un inventario de las piedras de la muralla, le espetó otro irreverente mortal, en tono de
grotesca chanza. Pero Menudencio, que estaba más allá del bien y del mal, se limitó a
sonreír, sabedor de que en esos casos es mejor simular alegría, ya que las bromas sin
ofendidos se vuelven menos graciosas y se diluyen en el ambiente.
Sin embargo, aun habiendo tenido que soportar los ardides humorísticos de sus
compañeros, se puede decir que la apreciación de Menudencio de la muralla china fue la
más completa y acabada de cuanto estudiante de arquitectura haya pasado por allí. Esa
tarde, mientras el ómnibus los llevaba de regreso hacia el hotel de Beijing, Menudencio
escribió en uno de sus cuadernos, al tiempo que miraba una tras otra las más de
cuatrocientas fotos que había tomado a lo largo de seis horas de permanencia en el mismo
lugar, y que eran, en apariencia, iguales. Pero el ojo avezado, la agudeza visual y la
maniática obsesión de Menudencio veían en aquella secuencia de imágenes un verdadero
tesoro, que por su continuidad se transformaba en película muda pero en millones de
colores. El display de la cámara era la ventana por la cual él accedía a su preciada
documentación. La primera imagen era prácticamente igual a la segunda, y a la tercera, y
probablemente a la cuarta. Pero comenzaban a diferir cuando se comparaban fotos
separadas por diez o doce intervalos, lo que hacía que las diferencias entre la primera y la
última fuesen auténticamente notables. Gracias a esas diferencias, Menudencio pudo
detectar tres variaciones en la dirección del viento apreciando los movimientos de las
nubes, el pasaje de cuatro mil setecientos veintiún turistas en un sentido, y de tres mil
doscientos treinta y cuatro en el otro. Detectó también la presencia de treinta y cinco
perros, cuarenta y tres gatos, y un camello. Este último, sin identificar sentido de
circulación: simplemente, estuvo echado todo el tiempo. De este modo, Menudencio
obtuvo datos de todos los aspectos visibles, deducibles e inducibles de las fotografías, que
no dudó en plasmar en sus cuadernos de notas de viaje; material que a esa altura
conformaba ya una valija entera. Sin habérselo propuesto deliberadamente, había logrado
una secuencia tan completa que bien podría ser una película: en la suma de sus imágenes
estáticas, había logrado recrear la acción de un punto del universo, en el instante en que a
él le había tocado vivirlo. Invalorable e invalorado tesoro.
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen No solamente chanzas despertaban las maniáticas observaciones de Menudencio. Algunos
habían llegado incluso a temerle, por creerlo absolutamente loco, y condenaban las
actitudes de aquellos que tal vez queriendo o tal vez involuntariamente, realizaban
acciones que se asemejaban a las suyas. No seas minuciero, se le reprochaba a todo aquel
que se fijaba en detalles o insignificancias. Y aunque la palabra no figura en ningún
diccionario, se aplicaba con total impunidad. Era minuciero todo aquel que se fijaba en
minucias. Y como ni Larousse ni Salvat vinieron a desmentirlo, el grueso sello del uso
popular legitimó esta semántica.
Varios viajeros llegaron a tener miedo de ser vistos tomando dos o tres fotos de la misma
cosa, y simulaban cambiar de ángulo o ajustar el diafragma, para no ser tildados de
minucieros. Y cuando alguno era visto en sospechosa pose, se le miraba de reojo, al tiempo
que todos se intercambiaban miraditas cómplices e incluso alguna risita burlona.
Se llegó a reconocer en el grupo a verdaderos teóricos del arte de la minucia; personas que,
allende los prejuicios anti minucieros del colectivo, se dedicaban a tomar fotografías de sus
compañeros en situaciones poco felices y luego exhibirlas al resto como botín de guerra, o
bien guardarlas como un arma secreta tan útil para atacar como para defenderse. Y si hacía
falta, también se añadía color a las historias, que se iban poniendo progresivamente más
barrocas cada vez que eran contadas. Una foto de una chica en paños menores saliendo de
la ducha en un camping de Róterdam, sin proponérselo, logró armar gran revuelo después
de que alguien dijera que era casada, que el marido estaba en Montevideo, y que había
demorado en la ducha porque había usado como esponja a un holandés (errante) que
andaba por la vuelta. Versiones más detallistas (o más minucieras) indican que tras la puerta
cerrada de la ducha se verían dos pies, supuestamente del holandés, y que
consecuentemente el baño no habría acabado. De acuerdo a esta óptica la foto habría sido
tomada justo en un breve interludio de la diversión, circunstancia que solo servía para
enorgullecer aun más al fotógrafo por la osadía de su acto.
Pero la Escuela de la Minucia, involuntariamente forjada por Menudencio, adoptó rumbos
dispares con la actividad rigurosa de su mentor, para diluirse en apreciaciones banales
lejanas a todo racionalismo, inspiradas más en la subjetividad y en el locus que en la
abstracción científica. Así, la vida de camping en Europa era un escenario adecuado para
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen manifestaciones que en los hoteles de lujo de Asia no se daban. En Japón, por ejemplo, las
pícaras minucias de pasillo de hotel eran del tipo che, viste a Pablo y Andrea? Dijeron que no
les gustaba la arquitectura hi-‐tech y hoy los fotografié en el Umeda Sky building de Hiroshi
Hara. ¿Si? Sí, mirá las fotos! En cambio, en el ambiente de carpa europeo, conviviendo bajo
unos toldos, comiendo arvejas de lata, durmiendo en el piso y teniendo como casa una
camioneta, las conversaciones eran de otra naturaleza: che, ¿viste a Pablo y Andrea? Desde
que se compraron la carpa iglú están palo y palo y no salen ni a ver si llueve, ¿querés ver las
fotos? Nah, mejor pásame algún mapa que se me acabó el papel higiénico. Pero estas
actitudes atomizadas no constituían más que esfuerzos individuales o de pequeños grupos
que aspiraban o bien a un manierismo inconsciente o bien a un destaque marginal dentro
del colectivo. Obsta decir que todos estos minucieros utópicos estaban muy lejos del trabajo
y de las intenciones primigenias del movimiento, que llevaba adelante y con gran tesón el
protagonista de esta crónica. De hecho, Menudencio nunca valoró las iniciativas de los
otros, y aunque sonreía con benevolencia ante las “pruebas” de una o dos fotografías que
le exhibían, él las desestimaba para su trabajo.
La percepción de Menudencio había llegado a un nivel de desarrollo tan aguzado que
necesitaba cada vez más y más datos, incorporando nociones de tiempo y espacio. Desde la
muralla china, las simples y sencillas fotografías habían sido sustituidas por interminables
series de fotos que se sucedían a intervalos cada vez menores. Sabedor de que el contenido
de la memoria es una función de la velocidad del olvido, se esforzaba por retener la mayor
cantidad de imágenes, en una vertiginosa escalada del conocimiento.
Por las noches en vela, se dedicaba a observar sus interminables sucesiones de imágenes,
haciendo descripciones exhaustivas, creando leyes, y sacando conclusiones basadas
puramente en el empirismo de su apreciación. A veces, las propias leyes formuladas en un
caso, se refutaban o se legitimaban en otro. Menudencio llegó así a concluir resultados de
muy dispar índole, reflejados en sus diversos ensayos de viaje. Por ejemplo, en su escrito
titulado “No me vendan más buzones”, logró demostrar que las medidas áureas del
Partenón dependen del ángulo de visión; que el éntasis de la cuarta columna del lado
occidental difiere en cuatro centímetros de la tercera del mismo lado, o que de sus ciento
ochenta y ocho compañeros, setenta y dos habían cometido algún tipo de infidelidad con
sus parejas que esperaban en Uruguay, y que de estos setenta y dos, cuarenta y siete eran
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen del sexo femenino. Había imágenes para demostrarlo todo. También anotaciones, códigos,
símbolos, teoremas y axiomas. El trabajo de Menudencio llegó a transformarse en varias
valijas repletas de cuadernos, disquetes, fotografías, hojas de apuntes, mapas, y otros
documentos que engrosaban su equipaje hasta el límite de lo concebible. No obstante, esto
no era impedimento para que siempre estuviese bien dispuesto a cumplir con su cometido.
Se dice que fue el único que logró saber –a través de ciertas pistas-‐ por qué el Chino Recoba
nunca llegó a la chorizada en el camping de cómo, y por qué nunca aparecieron las
invitaciones al palco oficial que prometió. También se comenta, entre sus allegados, que fue
Menudencio el único que logró obtener fotografías del cónsul de Uruguay en Stuttgart,
quien amablemente dio un estupendo agasajo a unos veinte o treinta integrantes del
grupo, que no le vieron ni el pelo a ese buen señor.
Para Menudencio, cada detalle era una pista. ¡Ajá! –solía decir al tiempo que percibía una
pizca de realidad insignificante para cualquier humano vulgar. ¡Ahora lo entiendo todo! Y
acto seguido, se ponía a escribir sus minucias cual loco desaforado. El olor de unas
sandalias, la mugre de una camiseta, o el sabor de la salsa que pidieron en la mesa de al
lado, eran a veces parte esencial de sus historias, las cuales tejía con precisión suiza. Las
pequeñas filigranas lo eran todo. No en vano, así funciona la Teoría del Caos: una mariposa
mueve sus alas en el trópico, y el apocalipsis acontece en Tailandia. Al menos eso le habían
enseñado. Y aunque no era exactamente así, tuvo la mala fortuna de que este involuntario
recuerdo le viniera a la cabeza precisamente en una calle de Bangkok. Sin embargo, luego
de varios minutos de tensa espera, mientras estudiaba las enormes posibilidades del aleteo
de la mariposa en el trópico y ante la irrefutable percepción de que nada extraño estaba
ocurriendo en Tailandia, concluyó, con alivio, que por suerte las mariposas, conscientes de
su accionar dañino, habrían emigrado hacia otra latitud.
Conclusiones semejantes tenía anotadas por centenas en sus apuntes de viaje. Sus
observaciones en el ámbito arquitectónico, por ejemplo, aunque dejan mucho que desear
desde el punto de vista del establishment académico, son un claro ejemplo de su particular
modo de ver. Se supo en su momento que había elaborado una tesis magistral sobre
presupuestos de obra de Mies van der Rohe, basada en la –por él denominada-‐ Teoría del
metro cúbico. Sostenía Menudencio, que la sola multiplicación de la cantidad de metros
cúbicos de edificio de Mies –cualquiera de ellos-‐, por un número cuasi áureo que él mismo
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen había descubierto, era condición necesaria y suficiente para determinar el precio final de la
obra. Por supuesto, ese número se ajustaba al IPC en forma paramétrica con el devenir de
los tiempos. Semanas más tarde, ya en Los Ángeles, perfeccionó la teoría, estableciendo
coeficientes de corrección a ese número-‐precio del metro cúbico de obra de Mies, para
diferenciar entre pabellón y rascacielos. Según él, el rascacielos llevaba un poquito más de
hierro. Esta teoría, aunque a todas luces era inconsistente, fue detonante de otras
situaciones endoculturales dentro del propio grupo. Solo para refutarla, más de uno debió
pensar, estudiar posibilidades, reflexionar, y quizá incluso hasta extrañar la Facultad. Se
abrieron ámbitos de debate involuntarios e informales, en los taxis, en los metros, en los Mc
Donald’s y también en los Burger King. Y aunque las conclusiones logradas no fueron gran
cosa, ya que no develaron la verdad sobre tan controversial asunto, valieron como intento.
Otras teorías elaboró Menudencio en su viaje, aunque tal vez sin tanta repercusión.
Comentó alguien que lo habían visto trabajando en un escrito muy polémico, titulado
“Cómo tomarse en serio a Frank O. Gehry”. Se dice que este trabajo, que hacía de a ratos
por las noches de insomnio, llevó cientos y cientos de páginas y fotografías; incluso
reportajes y recortes de diarios, pero ni con todos los insumos disponibles logró demostrar
el enunciado del título. Tal vez haya sido esta su primer obra inconclusa, o tal vez esté
todavía en elaboración. El tiempo lo dirá.
El tono arquitectónico de los escritos de Menudencio merma gradualmente al llegar a los
países nórdicos, donde vuelve a centrarse en los aspectos humanos de la vida cotidiana. Se
le atribuye a una borrachera en la plaza de Goteburgo, el ensayo titulado: “Luca Prodan
tenía razón: breve apología de las morochas”, un escueto alegato sin mucho fundamento
probablemente basado en el rechazo generalizado de todas las rubias esculturales del
lugar. Sin dudas, su obra menos notable.
Pero las apreciaciones sistematizadas de Menudencio no se restringieron a las
percepciones oculares únicamente. También el oído jugó un rol trascendental, sobre todo a
la hora de escuchar barrabasadas de toda estirpe, que fueron aumentando su envergadura
a medida que el viaje iba llegando a su fin. Concluyó con Parménides que nuestras
imágenes, nuestra memoria visual y auditiva, residen en relación única en el seno del
organismo, entre el calor y la claridad. Y si esa claridad se perturba, sobreviene el olvido. Tal
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen vez por ello muchas palabras fueron borradas del vocabulario colectivo. Bien se dice que el
hambre hace estragos. Y sobre todo, al final del viaje. En su ensayo titulado “Que no se
entere Platón”, Menudencio reproduce diálogos inverosímiles escuchados a sus
compañeros, sumados a términos casi heréticos. Se recuerdan frases memorables como I
want a caj, pronunciada por alguien que quería comprar una caja en e servicio postal de
Boston y desconocía la palabra box; o la no menos terrible I need to revelate this, otra joya
del spanglish pronunciada en un local Kodak. Pero el lenguaje del colectivo, que se iba
volviendo paulatinamente más pobre y escueto en lengua española, producto de la falta de
interlocutores en el mismo idioma y de la falta de lectura, iba en cambio enriqueciéndose en
aportaciones semánticas nuevas a palabras pertenecientes a otras lenguas. La frase Eu
quero pegare la volta fue pronunciada en un peaje de Milán. Se trató evidentemente de una
versión pseudo cocoliche de la frase “quiero pegar la vuelta”, la cual tampoco haría
demasiado feliz a un docente de idioma español. Por supuesto, el tano del peaje no
comprendió la agudeza y el sentido de la frase y producto de su ignorancia, tanto el
comunicante como sus compañeros debieron seguir de largo por la misma carretera
habiendo pagado el importe del peaje; que dicho sea de paso, era lo que correspondía.
Pero no solo se dieron aportaciones al italiano. También hubo adaptaciones del ruso, e
incluso del polaco. La palabra mamushka, fue empleada mil y una veces para referirse a las
matrioshkas rusas. Y cuando el vendedor ponía cara de no entender, se le miraba como
diciendo dale, valor, no me la hagás difícil y vendeme una mamushka. Obsta decir que
costaba mucho adquirir ese elemento.
Frases y situaciones similares están recopiladas en el escrito citado, donde no se dejan
afuera nuevos galicismos, anglicismos, y otros ismos, hasta incluso algún latinismo y
también, por qué no, algún germanismo. En fin… eso mismo.
El rastro de Menudencio se pierde al concluir el viaje de arquitectura del año 2002, y deja
paso a la imaginación popular. Gracias a la impunidad que da la ausencia del implicado, las
malas lenguas comentaron que había perdido su boleto de avión y que tuvo que volverse
de polizón en un pesquero. Otros, igualmente maliciosos, sostuvieron que tuvo que
quedarse trabajando un par de meses en París para poder pagar el envío de sus doce valijas
repletas de datos. Pero tal vez la hipótesis más factible sea la que afirma que Menudencio
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen deambula por ahí, buscando algún editor lo suficientemente inconsciente como para
publicar su inconmensurable trabajo; el cual sería, sin temor a caer en un error, el libro más
grande del mundo. No debe ser una tarea sencilla, puesto que la edición de un volumen de
tales características debería dejar más que satisfechos a todos si llega a cubrir el tiraje de un
único ejemplar; que por sus características, sería lógicamente rechazado en todas las
librerías, incluso las más paquetas de dos o tres pisos. Las bibliotecas públicas tampoco
tendrían donde alojarlo, ya que una estantería acorde no puede existir sino en la fantasía de
unos pocos. El papel debería ser muy económico, y aun así, ni un descuento por cantidad
lograría bajar significativamente los costos. Pero aunque sabemos que es prácticamente
imposible su publicación, no perdemos las esperanzas, pues tal tarea serviría para
demostrarle a más de un fanático academicista que la suma de las pequeñas percepciones
puede ser mucho más enriquecedora que unos cuantos manuales curriculares. Las grandes
cosas se forman en base a las pequeñas. Y quien lo dude, no ha contemplado la imagen de
las pirámides recortadas en el desierto.
Epílogo3.-‐
A dos años y medio de aquel viaje, poco se sabe con certeza de este emérito personaje. El
tiempo, que lo diluye todo, lo ha borrado de muchas memorias, incluso de las más tenaces.
Quienes lo recuerdan, lo hacen con cariño o con indiferencia, pero es innegable que su
imagen se torna cada día más sepia. Pocos de los viajantes de ese año son proclives al
recuerdo exacto, disciplina en la que Menudencio supo ser un verdadero maestro. En
general, idolatran, inventan, y legitiman mitos y ritos de todo calibre. No son infrecuentes
las reuniones de boliche donde se habla de “lo mejor del viaje” para referirse a situaciones
o hechos que tal vez ni siquiera existieron, o que ocurrieron a otra escala, mucho menor, o
mucho mayor. La subjetividad crece con la distancia temporal, y el peso de la memoria se
aliviana al sustituir la realidad de lo que fue por la idealidad de lo que debió ser. Tal vez por
esto se ha ocultado el paradero de la obra de Menudencio, que hasta la fecha aun no ha
visto la luz. Algunos de los viajeros de aquel año, esgrimiendo el argumento clásico contra
Jack el destripador, sostienen que Menudencio no pudo estar en todos los sitios al mismo
tiempo, y que por consiguiente no pudo tratarse de una sola persona.
3 Original, del año 2004. (N. del A.)
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen Los intelectuales de boliche en cambio, esos que le aplican el psicoanálisis incluso al sachet
de leche descremada, van un paso más allá y afirman que Menudencio no fue real sino un
producto de la imaginación colectiva, algo así como una memoria de grupo. Tal aserto no es
más que un intento fútil para desvirtuar la imagen del autor de una obra tan monumental
como Persia. De hecho, hay muy pocos interesados en que este fragmento de la historia se
divulgue. Los inexpugnables registros de Menudencio echarían luz sobre tantos mitos
construidos a través de los días y los meses posteriores al viaje que tal vez no convendrían a
las mayorías. Y si bien no se sabe con certeza de algún oscuro plan secreto urdido para
deshacerse de su recuerdo, hay quienes temen que pronto la antes vívida imagen de
Menudencio caiga en el olvido para siempre.
Los teóricos de su desaparición, al margen de las posturas ya comentadas, también suelen
negar su existencia, ninguneándolo de la forma más vil, y aplicándole su nombre de pila
corriente, el que indica la cédula, en vez del glorificado nombre de Menudencio Minucio.
Pero aquellos viajantes que lo recuerdan y lo invocan, entre los que se encuentra el autor de
esta crónica, saben bien que la obra de Menudencio no ha salido a la luz porque no está
concluida. Y su disciplina es tan grande que tal vez no lo esté jamás. Y aunque algún día un
titán o quizá un semidiós decidan escribir la historia entera del universo, deberán saber que
una parte ha sido escrita ya, y tal vez deban pagarle a Menudencio los derechos de autor.
Quizá incluso en estos instantes él está por ahí, viendo y registrándolo todo. Haciendo el
papel de escribano del mundo. Aunque su viaje haya terminado, su obra no.
Tal vez Ud., estimado lector de estas líneas erráticas, esté en este momento siendo
observado por Menudencio. El sabrá cuantas veces arqueó las cejas a lo largo de la lectura,
cuantas veces bostezó, o si tal vez esbozó una sonrisa a lo largo del relato. Tenga cuidado.
Reprima sus deseos de mirar en derredor buscando un tipo extraño con una cámara y un
cuaderno. Tenga en cuenta lo exigido de su trabajo. No se lo multiplique agregando gestos
innecesarios.
Adrogué, Julio de 2004.
“Menudencio Minucio. El hombre y el mito”. Primer Premio del Concurso Literario de la Facultad de Arquitectura, año 2004. Autor: Fernando García Amen Apéndice. Algunos ensayos contenidos en la obra de Menudencio Minucio.
• “La hora del té en el avión y el conflicto con los meridianos”. 5 páginas. Comenzado y
terminado en Londres.
• “Comidas y bebidas del mundo”. 4545 páginas. Comenzado en una taquería mexicana.
Terminado en otra.
• “Luca Prodan tenía razón: breve apología de las morochas”. 6 renglones. Goteburgo,
Suecia.
• “Y… es como todo”. Colección de frases hechas y lugares comunes repetidos por sus
compañeros. 8627 páginas. Iniciado en Montevideo.
• “La globalización es flor de mentira”. Catálogo ilustrado de marcas mundiales de todo
tipo. 917 páginas.
• “Lo sé todo”. Escrito intimidatorio que recopila los actos más ruines con nombre y
apellido. Minucias para todos los gustos (o disgustos). Probablemente su ensayo más
temido. 11578 páginas. Inconcluso.
• “Nunca hubo guerra en Pakistán”. Refutación de la CNN. 203 páginas de dinamita pura.
• “Teoría del metro cúbico: develando el secreto de Ludwig Mies van der Rohe”. 8
páginas incluyendo índice y tapas. No daba para más.
• “Las poéticas de Sverre Fehn y apostillas al mito nórdico en la segunda posguerra”.
Solo el título. Inconcluso.
• “Koolhaas es el uno”. Pobre pero bienintencionado alegato. Con dedicatoria a
Capandeguy. 20 páginas.
• “No me dejen sooloooooo!”. Crónica de un abandono en la zona roja de Amsterdam. Un
renglón y medio.
• “Mi primera obra como arquitecto”. Ensayo graficado sobre cómo armar una carpa iglú.
Dos o tres párrafos plagiados del manual del fabricante. Actualmente en juicio. 6
páginas.
• “Que no se entere Platón. Una aproximación a la comprensión estilística del lenguaje”.
Recopilación sistemática de diálogos y palabras generados durante el viaje. Sin
conclusiones, solo a nivel informativo. 1143 páginas.
• “No me vengan con Julio Alonso”. Escrito pedante, redactado al final del viaje. 90
páginas.
• “Del Danubio al Pantanoso”. Crónica ambivalente del regreso. 3144 páginas.
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