Introducción
BREVE SÍNTESIS DE LA VIDA DE ROMERO
Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació un 15 de agosto
de 1917, en la Ciudad de Barrios, Departamento de San
Miguel, en el oriente de la República de El Salvador. Su
Padre, telegrafista, y su madre, de oficios domésticos, eran de
orígenes muy humildes y católicos muy devotos. Con su padre
Mons. Romero se dedicó, desde pequeño, al aprendizaje de la
carpintería y la música.
En 1930, con apenas trece años de edad, ingresó al
seminario menor en San Miguel y luego, en 1937, se mudó a
Roma donde terminó sus estudios teológicos en la
Universidad Gregoriana, el 4 de abril de 1942. Los fines de
semana enseñaba catecismo en las parroquias populares de
Roma
Regresó a El Salvador en 1943, con una breve pausa en la
isla de Cuba, ya que el presidente de entonces, Fulgencio
Batista, lo detuvo y lo internó en un campo de concentración
organizado por el gobierno cubano. Regresó a San Miguel y el
Obispo le confió la parroquia de Anamorós, un pueblo cercano
a San Miguel donde se venera la patrona de El Salvador,
Nuestra Señora de la Paz.
En 1966, fue nombrado Secretario de la Conferencia de
Obispos de El Salvador. Durante este tiempo, difundió
centenares de sermones emotivos y espirituales a través de la
radio, a lo largo y ancho del país, ganándose así el respeto de
la comunidad católica. En 1970, fue nombrado Obispo y
ejerció junto al Arzobispo Mons. Chávez y González. El 3 de
febrero de 1977, el Papa Pablo VI, le concedió el título de
Arzobispo de San Salvador.
1.1 SU NIÑEZ
Hay algo grande en Mons. Romero, y es su generosidad.
Por eso, lo que hemos escuchado siempre "Dios no se deja
ganar en generosidad", se hace realidad en él: en los
momentos más conflictivos de los pueblos, Dios suscita
hombres que puedan responder a las necesidades del
momento. Ni Romero ni sus propios padres conocían el papel
histórico que le tocaría representar en el pueblo salvadoreño.
Me gustaría decir que esto solo lo iría descubriendo con el
tiempo. Pero si vemos el recorrido de la vida de Romero, no
podemos sostener tal idea y solo podemos afirmar que la
historia le hizo un llamado en un momento determinado y él
tuvo que responder. Claro está que su propia vida sería un
acontecimiento que lo impulsaba a responder a ese
llamamiento.
El caminar de Romero como pastor y profeta empezó a
gestarse en Ciudad Barrios, pequeña población donde vivía la
familia Romero. Santo Romero, padre del niño Romero, era
telegrafista y compartía con su esposa, Guadalupe, una
humilde casa, donde el matrimonio acompañaba a su hijo
Óscar y a su pequeña Zaida que crecían a sus anchas en el
campo, participando en las tareas propias de dicha vida, como
el ordeño de vacas. En los momentos libres del colegio, Óscar
ayudaba a su padre en el trabajo, aprendiendo el oficio que
consistía en el manejo de la máquina telegráfica, labor que le
iba a servir más adelante en el apostolado, donde se destacó
por los programas de radio y la dirección del periódico
comunitario de su diócesis.
El nacimiento de Óscar Arnulfo Romero fue el 15 de
Agosto de 1917, día de la Asunción de la Virgen María, en un
pequeño pueblo de Ciudad Barrios, del Departamento de San
Miguel (El Salvador). Al igual que su padre, fue un aficionado
a la música llegando a tocar la flauta que heredó de su padre,
lo que le hizo ganar el apodo de "niño de la flauta". En cuanto
a la habilidad de escribir música, comentaba con nostalgia a
sus compañeros de estudio, que "había aprendido también de
su padre". Les refería cómo solucionaba la escasez de papel
pautado escribiendo las lecciones sobre el suelo polvoriento.
Solamente cuando su padre las aprobaba, las pasaba al papel
en limpio" (Delgado, pág. 11).
Conservó su amor por la música tanto en el seminario
mayor como, más tarde, en Roma donde aprendió a tocar
piano y armonio, juntando a ello el gusto por el canto. Se
caracterizó por ser una persona abstraída; era reservado, se
le consideraba tímido; no le era fácil relacionarse con los
demás y esta dificultad era producto de una enfermedad que
padeció cuando pequeño y que le obligó a seleccionar y
restringir su círculo de amistades. No tuvo la suerte de
participar en su niñez en los juegos con amigos de la cuadra.
El hecho de tener que ir al colegio le sacó de la actitud
enfermiza. Esto fue posible los primeros tres años de la
primaria pero, los tres restantes, tuvo que continuarlos con la
señorita Anita Iglesia, quien le acompañó para terminara la
escuela primaria. Esta situación era debida también a que la
población no podía costear la escolaridad de sus niños.
1.2 VOCACIÓN SACERDOTAL: LA TIENE EL
ALCALDE
Cuando se habla de la vocación de un personaje religioso
se descubre que el despertar de dicha vocación tiene que ver
generalmente con la madre, el padre o un sacerdote. Pero, en
el caso de Romero, vemos que el llamado a la vocación
sacerdotal la hace el alcalde del pueblo. Citamos esta
experiencia señalada por otro autor: "Su vocación no la
descubrió Óscar por medio de su madre o de su padre, sino a
través del alcalde del pueblo. Efectivamente, don Alfonso
Leiva habló de ello primero con el pequeño y luego se lo
manifestó al padre de Romero. Poco tiempo después el padre
misionero Benito Calvo animaba a Romero a que se fuera al
seminario. Este sacerdote solía visitar el poblado para llevar
la palabra de Dios y los sacramentos" (Delgado pág. 13).
El alcalde del pueblo despertó en Oscar la inquietud por
la vida sacerdotal al ver que no había sacerdote en el pueblo.
Dios se manifiesta y se presenta donde quiere y como quiere;
Él sabía cómo despertar esa semilla en este hijo suyo. Los
padres de Óscar, viendo la necesidad material de la familia, se
conformaban con "un San José" ejerciendo el oficio de
carpintero. Pero el Señor le tenía predestinado el trabajo de
apóstol, profeta y mártir. El padre Benito Calvo, sacerdote
misionero, que iba esporádicamente al pueblo a llevar la
palabra y los sacramentos, sería el que terminaría de
esclarecerle a Óscar el llamado de Dios al sacerdocio.
Confirmado este llamado, Óscar tendría que viajar a San
Miguel, la principal ciudad de El Salvador, donde completaría
sus estudios de filosofía para luego estudiar la teología en
Roma. Pero, la dificultad no eran los estudios en sí, sino la
situación de la familia Romero para cubrir las necesidades del
seminario, ya que la señora Guadalupe estaba enferma y todo
el dinero estaba destinado a cubrirlos gastos de su salud, que
iba empeorando.
Esta necesidad, a la que se enfrentaba su familia y que
sentía como propia, llevó a Óscar a familiarizarse más con el
trabajo pastoral ayudando algunos párrocos que lo invitaban a
colaborar en el apostolado. Así, iba acompañando la pastoral
de su comunidad y, a la vez, con los beneficios que le
proporcionaban los sacerdotes, ayudaba a su familia.
1.3 FORMACIÓN HUMANA, CRISTIANA Y
TEOLÓGICA DE LA ÉPOCA DE ROMERO
Romero, se benefició mucho de la formación recibida en
el seminario; que completo la formación recibida en su
familia. El contacto con el campo, el frescor de las tierras y la
tranquilidad le permitieron adaptarse a una vida
contemplativa y a la oración. Para él no fue difícil la vida del
seminario, más bien logró profundizar su oración. El ejemplo
de su padre, quien era un hombre muy religioso, amigo de los
vecinos y del párroco, le ayudó a vivir su fe cristiana. Era
costumbre en la familia Romero la práctica de los valores
humanos y cristianos, destacándose la justicia, el amor y la
solidaridad-estos valores le ayudaron a una sana convivencia
en la comunidad, en su pueblo, Ciudad Barrios.
La manera tan particular de ser de Romero fue lo que
llamó la atención al alcalde Alfonso Leiva y le llevó a
proponerle ir al seminario, propuesta que, posteriormente,
fue reforzada por el padre misionero Benito Calvo, quien
concretó dicha propuesta ofreciendo llevarlo al seminario de
la Diócesis de San Miguel. Esta ciudad, considerada la ciudad
más importante de todo el oriente del país, quedaba a ocho
horas del pueblo donde vivía la familia Romero y el viaje se
realizaba a caballo.
Romero, siendo apenas un adolescente de escasamente
catorce años, se incorpora al seminario a cargo de los padres
claretianos, que concebían la formación sacerdotal desde un
estilo familiar, permitiendo al joven una adaptación
progresiva sin extrañar a la familia que había dejado. Este
régimen del seminario favorecía el clima familiar. Dentro de
la institución se organizaban tertulias, juegos, deportes,
ayudando a consolidar un ambiente de amistad donde los
jóvenes podían corregirse mutuamente favoreciendo la
fraternidad.
En el seminario diocesano el reglamento no era ni duro, ni
austero, era un sistema que se podía seguir con disponibilidad
y sencillez. A la hora de cumplir con las exigencias y las
normas, Romero se sentía cómodo, ya que tenía hábitos de
disciplina desde su familia por lo que no le fue extraño ese
estilo y pudo amoldarse a él con naturalidad.
Mons. Dueñas, Obispo titular del lugar, preocupado por la
formación de sus estudiantes y viendo las cualidades e
inteligencia del seminarista Romero, lo envió a estudiar a
Roma, junto con su compañero Valladares, que era el alumno
más brillante y con una gran inquietud intelectual.
LA EUROPA DE LA GUERRA
En los años 1936-1945 Europa se encontraba a las
puertas de una guerra. En consecuencia, vivía los conflictos
propios de una realidad como la que se avecinaba. Italia no
estaba ajena a esa realidad y le tocaría a Romero vivir de
cerca ese acontecimiento, sin saber que estos episodios de
guerra, muerte y odio se repetirían, años más tarde, en El
Salvador - aunque en menor escala-. Pero una guerra nunca
es de menor escala que otra: la realidad que se vive es de
muerte, sufrimiento y desaliento para aquellos que lo están
experimentando de cerca.
Este fenómeno de la guerra era padecido por la sociedad,
la Iglesia, la familia, la educación; de una manera más directa
en el pueblo Italiano y, con mayor responsabilidad, por el
Papa y los representantes de la Iglesia que tenían la misión de
animar la comunidad y afrontar los acontecimientos, para dar
una respuesta a los fieles.
DESEMPEÑO SACERDOTAL
El padre Romero, a pesar de todo su impulso y
entusiasmo, no podría ser catalogado como un sacerdote
progresista; más bien lo vemos como un sacerdote tradicional.
Sus prácticas y sus retiros eran muy apegados a la doctrina
del magisterio de la Iglesia católica; en todo momento
manifestó un gran amor a la Iglesia y el Papa y cuando viajaba
a Roma regresaba reconfortado por el encuentro con el Santo
Padre.
Era un hombre de mucha oración, sencillo y humilde;
nunca le gustó mostrarse en público como un gran personaje.
La historia le jugaría una mala pasada ya que llegaría a ser un
personaje muy significativo para el pueblo salvadoreño e,
incluso, para los pueblos de América. Su actuación en la
sociedad salvadoreña fue muy relevante y cuestionada por las
autoridades. Se presentaba como un sacerdote de derecha. Al
emplear este calificativo para referirnos al padre Romero, no
lo estamos descalificando, ya que él se presentaba cercano al
pueblo, la gente sencilla. Sus amigos eran los pobres, los que
no tenían nada que comer pero que estaban seguros de tener
un amigo que sonreía con ellos y los acompañaba en su dolor.
No perdió la humildad que lo caracterizaba desde el seno
familiar; se identificaba con aquellos campesinos que estaban
desposeídos, abandonados, que no tenían nada. Él recordaba
muy bien que su origen era de una familia humilde.
El padre Romero no entraba en debates públicos,
sociológicos o políticos; su preocupación era llevar a Dios a la
gente. Parecía estar alejado de los fenómenos sociales y
políticos del momento, estaba más bien entregado a la
pastoral. Se mostraba muy conservador en su apariencia, en
sus atuendos. Nunca se veía al padre Romero en traje de
calle, andaba con sotana siempre y, cuando no, llevaba un
traje negro y cuello romano. Nunca se le vio sin atuendo de
sacerdote.
Era un hombre muy cuidadoso de su ser sacerdotal;
nunca se le vio fumar, tomar bebidas alcohólicas, salvo en la
misa cuando tomaba vino de consagrar o, quizás, tomaría una
copita de vino "social" en una reunión o una cena. Era un
hombre de una rectitud intachable. A él no le gustaban los
sacerdotes que se salieran de esos parámetros; por eso se
ganó el disgusto de algunos que llegaron a pedir al Obispo
que lo destituyera de los cargos confiados a él, moción que el
obispo no aceptó.
A pesar de las críticas que le hacían, el padre Romero, se
mantenía fiel a la Iglesia Institucional, al Vaticano y a los
obispos. Si tenía una diferencia con un Obispo, prefería
esclarecer esta duda en privado, antes de que el problema
saliera a la luz pública. Era catalogado como un sacerdote
correcto, para muchos compañeros sacerdotes esto era
sinónimo de derecha, pero el más bien estaba pendiente de
las normas.
Este inconveniente es producto de la división que se vivía
en El Salvador entre los sacerdotes a causa de los
movimientos políticos, sociales de la época. Muchos
sacerdotes jóvenes, asociados a las comunidades de bases,
tenían otro estilo totalmente distinto. Algunos de ellos dejaron
el ministerio y se unieron a la guerrilla y esto al padre
Romero le inquietaba; hasta tuvo que enfrentar más delante
este mismo problema con sus propios sacerdotes.
ROMERO, OBISPO
El padre Romero no sabía decir no a ninguna de las
propuestas pastorales que se le hacían, a pesar de su salud
débil. La curia, aun conociendo esa condición, pero también
sus cualidades humanas y cristianas, decidió elevarlo al
servicio del episcopado. El día 21 de abril de 1970, el nuncio
apostólico lo convocó para comunicarle la voluntad del Papa.
Reconociendo su condición enfermiza, el padre Romero
tuvo miedo de la responsabilidad que estaba por asumir y con
estas dudas acudió a sus sacerdotes de confianza, un
sacerdote Jesuita y un padre del Opus Dei, para consultar
acerca de la solicitud del Santo Padre. Estos lo animaron a
tomar la decisión, en vista de lo cual acude a su médico de
confianza para ver hasta dónde podía responder por la
condición de su salud. Tanto los sacerdotes como el médico
no veían ningún impedimento a tan alto cargo encomendado
por la Iglesia. Ante estas afirmaciones no le quedó sino
responder con generosidad al llamado que la Iglesia le hacía.
El padre Romero ya había sido cuestionado por los
sacerdotes de la Diócesis y ahora le tocaba trabajar,
acompañándolos como padre y pastor. Seguro que quedaba el
fantasma de aquellos que no lo vieron con buena fe. Durante
los cuatro años que estuvo de obispo auxiliar del arzobispo
Chávez, casi nunca quiso asistir a las reuniones del clero. De
igual manera la relación que mantenía con los dos otros
obispos no eran muy cordiales. Quizás Mons. Romero veía que
estas reuniones no eran nada pastorales sino más bien se
prestaban para criticar al Papa, a la Iglesia y a los superiores
religiosos.
Mons. Romero supo apreciar las buenas costumbres y el
gusto por las cosas finas, aunque en su vida personal practicó
siempre la pobreza con su vida sencilla. En la doctrinal
siempre se apegó a los principios fundamentales de la fe y era
celoso de que se cuidaran. Una vez, estando en una parroquia
de visita, escuchó la homilía de un sacerdote, quien dijo algo
fuera de la doctrina; lo llamó luego a solas y lo corrigió
invitándolo a tener más cuidado con los fundamentos de la fe.
Cuando sabía que una ley venía del Papa, para él era
norma de vida y se debía cumplir. En cambio, cualquier idea
que naciera fuera del Vaticano, no era aceptaba por él con
facilidad y le costaba ponerla en práctica. De ahí su dificultad
para asumir las ideas emanadas del Documento de Medellín,
lo cual causó una pugna entre él y los sacerdotes llamados
"Medellinistas" como se denominaban a los que enseñaban
estos principios.
Una de las tareas pastorales, que Mons. Romero realizó al
llegar a su diócesis, fue dirigir el semanario llamado
Orientación que estaba en manos de un sacerdote con ideas
avanzadas y sus escritos eran guiados hacia reflexiones que
no favorecían el espíritu de la Iglesia y la comunión entre los
fieles. La función del sacerdote llegó a su fin cuando publicó
en el semanario un artículo de Camilo Torres, sacerdote
guerrillero, alabando sus virtudes y la opción que había
tomado éste.
Al tomar Mons. Romero la dirección del semanario,
cambió su rumbo qué se reflejó en otra manera de presentar
las noticias y de hacer la propuesta de evangelización. Su
orientación estaba en conformidad con el pensamiento del
Papa y se publicaban artículos tomadas de l'Osservatore
Romano dándole así cabida entre los feligreses de El
Salvador. La preocupación de Mons. era que el semanario
pudiera presentar los principios fundamentales de la fe y, al
lograrlo, se sintió satisfecho de haber cumplido su labor.
Cuando le dieron la titularidad de la Diócesis de Santiago
María, los sacerdotes que lo conocieron como vicario y obispo
auxiliar se sorprendieron. A pesar de su rango, Mons. Romero
se dedicó a la labor pastoral sacramental y a la predicación.
Para los que lo conocieron no era un buen orador, pero fue
ganando seguridad y confianza a medida que se adentraba en
su tarea pastoral, manifestando su espíritu de servicio y de
trabajo en la radio y los medios de comunicación, en los
cuales cumplió su misión con mucho esmero.
Al ver que en Santiago María no existía una radio
disponible, utilizó un jeep con altavoces para predicar por las
comunidades y anunciar sus avisos pastorales. Su manera de
llegar a la gente fue totalmente novedosa: alcanzaba a los
enfermos, catequizaba, casaba á los novios y aprovechaba
para prepararlos a santificar sus hogares. Todo esto causaba
gran impresión en los sacerdotes que veían al Obispo asistir a
sus feligreses y promover una pastoral sin gran organización.
Esa manera de evangelizar les llamaba mucho la atención
a los sacerdotes; para ellos este obispo se apartaba
totalmente de todos los demás obispos anteriores, sobre todo
porque Mons. Romero mostraba una gran sensibilidad por los
pobres a quienes visitaba y acompañaba en sus necesidades.
La situación política de el Salvador era muy tensa.
Muchos sacerdotes jóvenes buscaban la manera de llegar a
los más pobres, los perseguidos y los que estaban padeciendo
por una política mal encausada por el régimen dictatorial que
imperaba en la sociedad. Ante esa situación pastoral, Mons.
Romero determinó que "los Naranjos era una experiencia
pastoral de catequización y evangelización inspirada
totalmente en Medellín" (Delgado, pág. 63).
Era una pastoral que buscaba llevar la palabra y la
doctrina al campesinado. Esta experiencia incomodaba tanto
al gobierno como a parte de la jerarquía eclesiástica, ya que
tenía ciertas actitudes antigubernamentales y anti-
oligárquicas que buscaban la liberación de un pueblo que
vivía en la opresión. El nuncio estaba inquieto por esta
práctica pastoral y buscaba la forma de llegar a disuadir a
esos sacerdotes a dejar de lado esa propuesta, pero no tenía
entrada en esa realidad. Al nombrar a Mons. Romero obispo
titular, le encomendó tomar carta en el asunto, tarea que
supo éste abordar con mucha diplomacia y tino, para que la
experiencia que se estaba llevando en esa comunidad no fuera
disuelta pero si canalizada desde la diócesis y aplicada desde
una sana doctrina pastoral.
MUERTE Y PROYECCIÓN DE ROMERO EN SUS
SACERDOTES
Durante tres años de servicio arzobispal Monseñor había
entregó toda su vida a su pueblo; solo le quedaba completar
dicha entrega con un ofrecimiento pleno, una inmolación y
este sacrificio no estaba muy lejos, pues ya había recibido
amenazas de muerte. San Salvador estaba llena de graffitis
con amenazas de muerte contra varias personas y, de una
manera más clara, estaba la figura de Mons. Oscar Romero a
quien llamaban revolucionario; decían: ¡Muerte a Mons.
Romero! Era una guerra frontal contra el obispo.
En aquellos tiempos se hablaba mucho del arzobispo.
Parecía una verdadera conspiración contra su vida. Lo peor
era que había gente de la Iglesia metida en esta conspiración,
ya que muchas personas que no lo soportaban, lo veían como
un subversivo, de extrema izquierda. Empezaron a sentir
cierto rechazo por el arzobispo; decían que la Santa Sede se
había equivocado al nombrarlo como arzobispo de la capital.
Otros, en cambio, lo veían como una persona pacifica,
tranquila. Sus predicaciones lo comprometían; tenían
sentido pues no eran palabras desencarnadas sino fiel
reflejo de la realidad que estaba viviendo el pueblo
salvadoreño. Él defendía a los pobres, los perseguidos, los que
caían víctima de las injusticias.
Ya para ese momento la situación de El Salvador no era
nada fácil. La revolución, aunque no declarada, había
estallado en toda la nación; las calles y la catedral estaban
llenas de pinturas instigando a la violencia. A pesar de estos
signos de muerte, Mons. siguió cumpliendo su misión;
llamaba a sus ovejas a no endurecer su corazón con el odio y
los invitaba a la conversión: "Compartan lo que son: un pueblo
de hermanos., ¡Somos hermanos! ¡Somos hijos de un mismo
suelo, de una misma patria!".
"No sigan callando a la violencia y, todos aquellos que se
sientan interpelados por este llamado, no se hagan los sordos,
ni mucho menos continúen matando a los que estamos
tratando de lograr que haya paz y una justa distribución del
poder y de la riquezas de nuestro país. Les hablo en primera
persona porque esta semana me llegó un aviso de que estoy
en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana.
Pero que quede constancia de que la voz de la justicia ¡nadie
la puede matar ya!" (Mons. Romero).
Ante todas estas amenazas de muerte Mons. Romero
pedía a su pueblo que lo acompañara con las oraciones para
permanecer fiel al ministerio que Dios le había encomendado
y le prometió a su pueblo que no lo abandonaría; estaba
dispuesto a correr el riesgo que el ministerio de pastor le
exigía.
El ministerio de Jesús estuvo marcado por amenazas de
muerte y, a pesar de todo, Él siguió haciendo el bien; esta era
su misión, para esto lo había enviado el Padre. Hoy vemos que
la historia señala el mismo camino para algunos que Él elige;
es un regalo que se les concede a unos pocos, no a todo el
mundo: Jesús los llama a vivir el cáliz del martirio; solo unos
pocos corren con esta suerte.
Generalmente, solo aquellos que han querido hacer la
voluntad de Dios han sido amenazados a muerte y asesinados.
Mons. Romero no fue la excepción; en el seguimiento a Jesús;
tuvo el regalo de morir en el momento más sublime de la
Eucaristía; en el momento de ofrecer el pan y el vino; y no
solo ofreció este sacrificio recibido de Dios sino que brindó su
propia vida al pueblo salvadoreño. ¿Fue avisado de esto? Sí, y
de muchas maneras. Quizás fue una de las personas que más
amenazas recibió en su vida ministerial: por teléfono, cartas,
hasta por televisión. Pero él no se espantó; ofreció su vida a
los que lo perseguían; no se escondió. Él sabía todo esto, pero
no dejó su compromiso, siguió denunciando las injusticias y
siguió estando a la par de los pobres. El tenía la manera de
salvar su vida, podía a haberse callado pero siguió
cumpliendo su misión, él sabía que si se callaba traicionaría a
Dios y a su pueblo.
Mons. Romero fue amenazado por estar con los pobres,
con los más necesitados, con los perseguidos. No perdió
nunca este horizonte; fue consecuente con sus ovejas en un
momento histórico como el que estaba viviendo el Salvador.
Él fue fiel a Jesús que le había encomendado esta tarea: Jesús
amó a los más desprotegidos y Monseñor se regocijaba en
ellos y allí estaba su complacencia como Padre y Pastor.
"Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad..."
(Lc 22,42)
Uno de los entrevistados nos dice: "Mons. estuvo en todo
momento amenazado de muerte; no hacía drama de eso pero
si hacía alusión, 'si me matan, no soy digno de la muerte,
como los grandes mártires de la historia, pero: si me matan es
un martirio que no merezco'. En ese momento acuñó la
famosa frase que se ha escrito en muchos libros,
pensamientos y posters: 'si me matan mi sangre será semilla
de cristianos'. Cuando asumió el papel de ser la voz de los
pobres, allí mismo firmó su decreto de muerte".
"Cuando yo digo que el firmó su sentencia de muerte, me
refiero a una homilía del 24 de marzo en la que se dirigió a los
soldados y les dijo: 'en nombre de Dios les pido, yo les ruego,
les ordeno; esas palabras fueron las que le dieron la sentencia
de muerte. Les decía a los soldados que desobedecieran una
orden superior de los militares, quebrando lo que para ellos
era el orden y la disciplina militar".
"Mons. había renunciado a todos los privilegios que se le
concedían por su dignidad arzobispal; ya había dejado el
palacio y vivía en la sacristía de la capilla del hospitalito de
los enfermos de cáncer. Él sabía que su pueblo estaba
sufriendo necesidades y no quiso ser distinto a ellos; él fue
consecuente con lo que predicaba. Como fiel seguidor de
Jesús, Mons. Romero resistió la tentación; cuando le
ofrecieron seguridad personal, la rechazó porque él pedía
seguridad para su pueblo. Consideraba como chantaje recibir
ventajas para sí apartándose así del pueblo".
"Romero decía en una homilía 'Cristo nos invita a no tener
miedo a la persecución porque, créanlo hermanos, él que se
compromete con los pobres tiene que correr el mismo destino
de los pobres. Y en el Salvador ya sabemos qué significa el
destino de los pobres: ser desaparecidos, ser torturados, ser
capturados, aparecer cadáveres. Y por eso la Iglesia sufre el
destino de los pobres: la persecución. Se gloría nuestra
Iglesia de haber mezclado su sangre de sacerdotes, de
catequistas y de comunidades con la masacre del pueblo y
haber llevado siempre la marca de la persecución.
Precisamente porque estorba se le calumnia y no se quiere
escuchar en ella la voz que reclama contra la injusticia'." (17
de febrero 1980).
"Jesús no ha dejado de anunciar a sus discípulos y
discípulas el tiempo de la persecución. A lo largo de toda la
Sagrada Escritura, la historia de la salvación, la historia de
los pueblos, nos alerta de la persecución. En todos los pasajes
nos hace saber que él discípulo tendrá la misma suerte que el
maestro. Jesús no ha pintado un panorama fácil, alegre,
sencillo. Los ataques nos vienen desde donde uno menos se
los espera e incluso del sector religioso. Jesús estaba
consciente de que como iba el mundo no estaba de acuerdo
con el plan de Dios, sino con el plan y los intereses de los
poderosos. Estos intereses se oponen al mensaje de Jesús.
¡Qué diferencia cuando hoy día se presenta el mensaje de
Jesús como tan dulce, tan suave, tan sin problemas, como si
fuera una terapia individual!".
"Como Jesús, Mons. Romero también se enfrentó a la dura
realidad de la represión, de cadáveres, de pobreza extrema.
Para él, como para Jesús, el centro de todo es la vida humana
porque es esta vida que le preocupa a Dios".
"La verdadera persecución se ha dirigido al pueblo pobre,
que es hoy el cuerpo de Cristo en la historia. Ellos son el
pueblo crucificado como Jesús, el pueblo perseguido como el
Siervo de Yahveh y por esa razón, cuando la Iglesia se ha
organizado y unificado recogiendo las esperanzas y las
angustias de los pobres, ha corrido la misma suerte de Jesús y
de los pobres; la persecución" (2 de febrero de 1980).
Los grandes le tenían miedo a Jesús porque tenían miedo
a los pobres. Por esta misma razón tenían miedo de Mons.
Romero tienen miedo de todos los discípulos y discípulas en
todos los tiempos, cuando éstos y éstas defienden y se
solidarizan con el pueblo reprimido.
Mons. Romero se sentía obligado, desde el mismo hecho
de ser pastor, de dar su vida por los suyos a quienes amaba.
Para él tenía un rostro especifico "todo el pueblo
salvadoreño", aun aquellos que le calumniaban e, incluso, le
deseaban la muerte. Su fe en Dios le hizo decir con fuerza "si
llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi
sangre por la redención y resurrección del Salvador. El
martirio es una gracia que no creo merecer, pero si Dios
acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de
libertad y la señal de que la esperanza será pronto una
realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la
liberación de mi pueblo y como testimonio de esperanza en el
futuro. Y si llegan a matarme, perdono y bendigo a quienes lo
hagan. Ojalá se convenzan de que perderán su tiempo. Un
obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no
perecerá jamás" (Marzo de 1980).
5 .2 CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA
Fue aquel trágico lunes 24 de marzo, a la 5.30 pm,
cuando sonó el disparo criminal del sicario contratado por
Roberto D'Aubuison, un miembro de la derecha católica de El
Salvador. Monseñor estaba en la capilla del hospitalito
celebrando misa de aniversario en sufragio de doña Sarita de
Pinto. Mientras se celebraba aquella misa, que para Mons.
Romero sería la última, ya se había tramado su muerte; los
encargados de darle cumplimiento a esta orden ya estaban
llegando en sus vehículos donde iba un franco tirador con su
rifle mira-telescópica, que le disparó desde una ventana no
muy lejana de la pequeña capilla.
La madre María (María del Socorro Iraheta), que lo
asistió, comenta: "cuando escuché el disparo desde la cocina,
no me vino a la mente otra idea sino fue que habían matado a
Monseñor. Volé desde el comedor a la capilla, Monseñor
sangraba boca abajo en el suelo. Me le tiré encima:
'¡Monseñor!' Nada. Le tomé el pulso, nada. 'Démosle la
vuelta', le dije a la hermana Teresa. Cuando lo hicimos, un río
de sangre le salió por la boca. La madre Luz estaba llamando
al doctor, corrí donde ella: Ya no, Monseñor ya murió (Vigil,
2001, pág. 380).
EL SENTIDO DE LA MUERTE DE ROMERO
Hasta aquí llegó el odio y la rabia que se le tenía a Mons.
Romero. Pero él cumplió lo que dice el evangelio: 'no hay
mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos'. Para
que haya resurrección tiene que haber habido vida. Para que
haya vida tiene que haber habido entrega. Para que haya
entrega tiene que haber habido ideal. Jesús había venido con
la misión de instaurar el Reino; este Reino es un Reino de
justica, verdad, vida, amor, solidaridad y libertad. Esta fue su
entrega, su vida y su muerte: la entrega de su vida resucitó.
No hay que buscarlo en la tumba, entre los muertos; él está
vivo, él vive y aparece entre los discípulos ' y discípulas, en
ellos y ellas (Valente, 2004).
Aludiendo a estas palabras, podemos citar a Ignacio
Ellacuría, mártir por la causa del evangelio cuando dijo: "con
Mons. Romero Dios pasó por el Salvador". Esta presencia de
Dios en el Salvador no fue reconocida por muchos, quienes se
burlaban de Mons. Romero e, incluso, le ocasionaron la
muerte. Pero, como en aquel tiempo, hoy no lo pueden callar
porque aparece también ante los fieles cristianos y en todo el
mundo como un profeta, un pastor que vivió la Fe entre su
pueblo y la extendió a todo el mundo. Nadie pudo ni puede
callar esa voz, ni siquiera la bala que le dispararon aquel
fatídico 24 de Marzo a las seis de la tarde.
De la realidad vivida por el pueblo y plasmada en la
misma figura de Mons. Romero podemos extraer dos párrafos
de los textos enunciados por Mons. Romero, que le dan
sentido a este sufrimiento del pueblo Salvadoreño y a la
entrega de su propia vida por la extensión del Reino de Dios
en este mundo:
"Estoy seguro de que tanta sangre derramada y tanto
dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en
vano. Es sangre y dolor que regarán y fecundarán nuevas y
cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que
tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de
construir una sociedad más justa y humana, que fructificará
en la realización de reformas estructurales audaces, urgentes
y radicales que necesita nuestra patria" (27 de enero de
1980).
"Y verán, queridos pobres, queridos marginados, queridos
hambrientos, queridos enfermos, que ya está fulgurando la
aurora de la resurrección. Para nuestro propio pueblo,
también ha de llegar esa hora, hermanos. Y hemos de
esperarla, no sólo en dimensiones política coyunturales, sino
en dimensiones de Fe y Esperanza. Esta es la misión que yo
estoy cumpliendo y, por eso, mi palabra quiere ser una
palabra de Esperanza y Fe en Jesucristo" (11 de noviembre de
1979)
De esta manera Mons. Romero da cumplimiento a sus
palabras: una vida entregada sin miedo a darlo todo por la
causa del Evangelio. Ya él ha cumplido no solo en el
acompañar al pueblo que le encomendó Dios, sino que dio
todo para la construcción del Reino en el Salvador y, desde
allí, extenderlo a todo el mundo.
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