8/4/2019 MONTSERRAT MORENO Fantasia y Realidad de La Ciencia
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Montserrat Moreno
Fantasía y realidad de la ciencia
Del libro: Cómo se enseña a ser niña: El sexismo en la escuela
Se ha creído durante siglos, y se sigue creyendo todavía, que la inteligencia -en el plano de lo indi-
vidual- y la ciencia -en el de lo colectivo- es lo que conduce al descubrimiento de la verdad, y ésta
es una idea que hay que desterrar porque es equivocada. La ciencia, como la inteligencia, no es lo
que nos conduce a la verdad (aunque ésta sea su presunción) sino simplemente lo que nos permite
elaborar modelos y explicaciones de los fenómenos que ocurren a nuestro alrededor y en nosotros
mismos. Modelos y explicaciones que pueden ser adecuados a los hechos de los que tratan o sólo
parecerlo, sin que por ello sean más o menos inteligentes o científicos.
Encontramos, a lo largo de la Historia de las Ciencias, muchas teorías y explicaciones de fenóme-
nos, que en su día merecieron la adhesión incondicional de los científicos y que con el paso del
tiempo otras nuevas teorías e interpretaciones se han encargado de invalidar.
Un personaje tan relevante como Descartes, cuyo buen nivel intelectual nadie se atrevería a poneren duda, consideraba que las piedras caían porque eran atraídas hacia la tierra por un torbellino
similar a los que se forman en las corrientes de agua, y que también un gran torbellino era la causa
de que los planetas giraran alrededor del sol. Pero lo que resulta sorprendente no es que los científi-
cos, y la ciencia que ellos producen, contenga errores sino que estos errores, que son el resultado de
una forma de interpretar los hechos, sean confundidos con "la realidad" hasta el punto de intentar
dislocar esta misma realidad para adaptarla a sus ideas. La historia nos proporciona múltiples
ejemplos de este hecho.
Cuando en 1672 se descubrió, gracias al microscopio, la existencia de los espermatozoides, la ma-
yoría de los científicos de la época se adhirieron a la teoría del "homúnculo» preformado, que de-
fendía que dentro de cada espermatozoide humano había una diminuta persona, perfectamente ter-
minada, que no tenía más que crecer para convertirse en un niño. Tan fuertemente convencidosestaban de esta idea que muchos de ellos ¡llegaron a verlo¡. En los tratados de la época se pueden
contemplar los dibujos que de estas visiones realizaron algunos de ellos.
¿Cómo puede ser que una idea previa altere hasta tal punto la percepción de la realidad? ¿Y cómo
es posible que sean precisamente los científicos quienes sufran este tipo de alucinaciones? Senci-
llamente, porque una tal interpretación constituía una pieza que encajaba perfectamente en el rom-
pecabezas ideológico de la época. En efecto, permitía explicar desde la predestinación – si estamos
preformados, estamos también predestinados- hasta el pecado original, ya que en los óvulos y es-
permatozoides de Eva y de Adán estaban contenidos todos los seres humanos, como en una especie
de muñeca rusa, encajonados unos dentro de otros. Toda la especie estaba, pues, presente en el
momento de la ingestión de la fatídica manzana.
Este tipo de extrapolaciones que intentan manipular la ciencia al servicio de la ideología, lejos de
constituir raras excepciones, son más bien el pan nuestro de cada día. Cuando John Wesley descu-
brió, en el siglo XVIII, el asbesto, un material incombustible del que se extrae el amianto, daba
saltos de alegría no porque presintiera el uso que le iban a dar en el futuro los esforzados bomberos,
sino porque consideró que había encontrado la prueba irrefutable de la existencia del infierno. En
efecto, si el asbesto podía resistir el fuego sin quemarse, también podía hacerlo las almas de los
condenados, cuya combustibilidad, al parecer, le tenía bastante preocupado.
Las Ideas preconcebidas, y la ingerencia de las mitologías y religiones en el pensamiento científico
no siempre tuvieron mala fortuna, a veces, como el asno de la fábula, consiguieron hacer sonar laflauta. Una cosa así le ocurrió a Paracelso, un sabio y famoso médico del siglo XVI, quien pensó
que los pacientes anémicos, con carencia de sangre, tendrían algo que ver con Marte, el planeta
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rojo, que a la vez era considerado desde la antigüedad el dios de la guerra, de la sangre y del hierro.
Por consiguiente les administró sales de hierro, con lo que casualmente dio en el clavo.
Motivos similares, aunque menos afortunados, tenían los médicos para administrar asafétida y vale-
riana a las mujeres aquejadas de histeria, porque creían que esta enfermedad era producida por la
migración del útero a través del cuerpo, el cual volvía a su posición normal gracias a la acción de
los malolientes remedios. Ninguna observación directa ni constatación experimental avaló jamás la
teoría del útero migratorio -que difícilmente podía explicar los casos de histeria masculina- pero
esto no socavó lo más mínimo la convicción que los médicos tenían sobre la validez de las citadas
drogas, por lo que, a principios de nuestro siglo, cuando ya se había olvidado completamente su
origen, se seguían todavía recetando.
Decía más arriba que la ciencia no conduce necesariamente a la verdad, pero se me podría argu-
mentar que no se puede llamar «ciencia» a los errores de los científicos, como los que acabo de
citar o como otros muchos cuya relación exhaustiva sobrepasaría largamente el espacio destinado a
este texto. Que sólo tienen derecho a ser llamados científicos aquellos hallazgos cuya certeza está
sobradamente comprobada, pero no aquellos sobre los que se duda o se han mostrado falsos con el
transcurso del tiempo. Si aceptamos este punto de vista, no tenemos más remedio que admitir que
sólo es científico el pensamiento de nuestra época, es decir, aquel que la historia no ha tenido aúntiempo de controvertir y por qué no, entonces, las afirmaciones que he realizado al principio sobre
la no veracidad de la ciencia. El hecho de que este último argumento sea paradójico no lo convierte
necesariamente en falso.
Las ideas de Newton siguen siendo científicas aunque contengan algunos errores, lo mismo que la
teoría darwiniana de la evolución de las especies o la de la relatividad de Einstein, porque precisa-
mente lo que caracteriza el pensamiento científico es su mutabilidad, es decir, la capacidad que
tiene de estar en continuo cambio, en continua búsqueda de nuevas formas de interpretar los
hechos, de cambiar la idea que se tiene de la "realidad".
Pero lo que sí es preciso desterrar es la convicción, comúnmente extendida, de que los hechos con-
siderados "científicamente probados” no pueden ser falsos, para que, guiados por un inconsciente
paganismo, no erijamos un trono a la verdad y sentemos en él a la ciencia.
La ciencia no sólo comete errores, sino que es necesario que los cometa, de la misma forma que
para construir un edificio es necesario poner andamios y pilares provisionales, que se retirarán una
vez terminada la construcción. El error es consustancial a toda construcción intelectual. No pongo
en causa que los errores formen parte de la ciencia, como lo forman también de lo que llamamos
inteligencia, a lo que me opongo, en realidad, es a considerar la ciencia como sinónimo de verdad.
La ciencia constituye una forma particular de interpretar el mundo en cada época histórica y no está
en absoluto exenta deprejuicios ideológicos, es más, la ciencia junto con la ideología, determinan la
forma y el color del cristal con que cada época histórica contempla el universo que le rodea. Esta
forma de ver las cosas transmitida a los jóvenes a través de lo que llamamos educación, en cada
momento histórico, conforma los modelos de pensamiento y las pautas de conducta de los nuevos
individuos, les enseña lo que cada uno de ellos es y les indica también en que consiste la "realidad"y la forma adecuada de aproximarse a ella, de juzgarla, de analizarla, de conocerla y de creer en
ella.
La ciencia no sólo se puede equivocar sino que se equivoca, enuncia verdades provisionales que se
rectifican con el paso del tiempo y si esta rectificación no se produce es que estamos hablando de
creencias dogmáticas que están en las antípodas de la ciencia.