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P. Watzlawick y P. Krieg (Comps.)
El ojo del observador. Contribuciones al constructivismo.
Ed. Gedisa, Barcelona, 1994, pp. 73-81
Cultura n Conocimiento
Edgar Morin
Las condiciones del conocimiento humano son extraordinariamente diversas, porque son físicas, celulares,
cerebrales, psíquicas, sociales, culturales. Sin embargo tienen un rasgo fundamental en común, que se
manifiesta tanto en la célula más pequeña de nuestro organismo como en el pensamiento más elaborado: la
computación. Así, déla organización celular a la organización social hay desarrollos y multiplicaciones de los
fenómenos computacionales. De la doble hélice del ADN a las tablas de la ley de Adonai hay desarrollos y
multiplicación de todo tipo de engramas/programas, memorias/reglas generativas.
La unidad propiamente computacional que constituye el tronco común de todos los conocimientos no podría
concebirse en términos de reducción, donde la computación sería la palabra clave suficiente para elucidar todos
los problemas. Hay una diversidad de formas de computación según los tipos, niveles y complejidades de
organización: las representaciones mentales, las palabras, los discursos, los mitos y las ideas se constituyen a
partir de las inter-retro-poli-macro-computaciones cerebrales.
Si bien las condiciones socioculturales del conocimiento son totalmente diferentes de las condiciones
biocerebrales, están ligadas formando un nudo gordiano: las sociedades existen, las culturas se forman, se
conservan, se transmiten, se desarrollan sólo a través de las interacciones cerebrales/espirituales entre los
individuos.
La cultura, que es lo propio de la sociedad humana, está organizada y es organizadora por él vehículo
cognitivo que es el lenguaje, a partir del capital cognitivo colectivo de los conocimientos adquiridos, de las
habilidades aprendidas, de las experiencias vividas, de la memoria histórica, de las creencias míticas de una
sociedad. Así se manifiestan las "representaciones colectivas", la "conciencia colectiva", la "imaginación colectiva". Y a
partir de su capital cognitivo, la cultura instituye las reglas/normas que organizan la sociedad y gobiernan los
comportamientos individuales. Las reglas/normas culturales generan procesos sociales y regeneran globalmente
la complejidad social adquirida por esa misma cultura. Así, la cultura no es ni "superestructura" ni
"infraestructura", pues esos términos de "infra" y de "superestructura" son impropios en una organización
recursiva donde lo que se produce y genera se convierte en productor y generador de lo que lo produce o lo
genera. La cultura y la sociedad están en una relación generadora mutua, y no olvidemos en esa relación las
interacciones entre los individuos que son a su vez portadores/transmisores de cultura; esas interacciones
regeneran la sociedad, la que a su vez regenera a la cultura.
Si la cultura contiene un saber colectivo acumulado en la memoria social, si es portadora de principios,
modelos, esquemas de conocimiento, si genera una visión del mundo, si el lenguaje y el mito son partes
constitutivas de la cultura, entonces la cultura no sólo comporta una dimensión cognitiva: es una máquina
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cognitiva cuya praxis es cognitiva.
En ese sentido, se podría decir metafóricamente que la cultura de una sociedad es como una especie de
megaordenador complejo que memoriza todos los datos cognitivos, y que, al disponer de "cuasilogiciales"∗ propios,
dicta las normas prácticas, éticas, políticas de esa sociedad. En un sentido, el gran ordenador está presente en
cada mente/cerebro individual donde ha inscrito sus instrucciones y donde dicta sus normas y órdenes; en otro
sentido, cada mente/cerebro individual es como un ordenador, y el conjunto de interacciones entre esos ordenadores
constituye el gran ordenador. En las sociedades arcaicas, ese "ordenador" se reconstituye y regenera sin cesar a
partir de las interacciones entre las mentes/cerebros individuales. En los imperios y reinos antiguos, como observó
justamente Manuel de Diéguez, los dioses (en realidad la esfera teológico-política) constituyen los "grandes
ordenadores... que memorizan y sintetizan todos los datos morales, estratégicos, políticos de una civilización".
Esos grandes ordenadores se reconstituyen y regeneran sin cesar a partir de las mentes de los magos/sacer-
dotes/iniciados. El gran ordenador está presente en cada mente/ cerebro de los sujetos del reino, donde dispone a
la vez de un santuario y de un mirador.
Una cultura abre y cierra las potencialidades bioantropológicas del conocimiento. Las abre y las actualiza,
al proveer a los individuos su saber acumulado, su lenguaje, sus paradigmas, su lógica, sus esquemas, sus métodos de
aprendizaje, de investigación, de verificación, etcétera, pero al mismo tiempo las cierra e inhibe con sus normas,
reglas, prohibiciones, tabúes, su etnocentrismo, su autosacralización, su ignorancia de su ignorancia. Aquí también
lo que abre el conocimiento es lo que lo cierra.
Hay una unidad primordial entre las fuentes de la organización de la sociedad y las fuentes de la
organización de las ideas, creencias y mitos: así, la organización tripartita de la sociedad entre los
indoeuropeos, se vuelve a encontrar, según Dumezil, en la organización tripartita del mundo divino; tal como
veremos, las ideas, creencias, símbolos y mitos no sólo son potencias y valores cognitivos, sino también las fuerzas
de enlace/cohesión sociales.
Así, todo lo que precede nos indica que hay a la vez indistinción profunda y tronco común entre
conocimiento, cultura y sociedad.
Polifonía y polilógica cognitiva
El cerebro dispone de una memoria hereditaria así como de principios organizadores del conocimiento innatos.
Pero a partir de las primeras experiencias en el mundo, la mente/cerebro adquiere una memoria personal e
integra en ella los principios socioculturales de organización del conocimiento. Desde su nacimiento, el ser
humano conoce por sí, para sí, en función de sí, pero también por su familia, por su tribu, por su cultura, por su
sociedad, para ellas, en función de ellas.
Así, el conocimiento de un individuo se nutre de diversas memorias, biológicas y culturales, que se asocian
en su propia memoria; ésta obedece a diversas entidades de referencia que se encuentran diversamente
presentes en el sujeto que se conoce a sí mismo.
Surge aquí una diferencia radical con los ordenadores. Estos no disponen de diferentes tipos y
variedades de memoria; no portan en su constitución una multiplicidad ego-geno-etno-socio-referente. En fin,
no son comandados/controlados simultáneamente por principios de lógica diferentes.
Si podemos denominar "logicial" a un conjunto de principios, reglas e instrucciones que
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comandan/controlan las operaciones cognitivas, entonces podemos decir que de hecho el conocimiento
humano está gobernado, de manera a la vez complementaria, concurrente y antagónica, por dos complejos
"polilogiciales", uno biocerebral y el otro sociocultural, y cada uno de esos complejos suponen instancias
complementarias, concurrentes y antagónicas. Repitámoslo: las actividades cognitivas del ser humano surgen
de las inter-retro-acciones que se producen a partir de una dialógica entre un "polilogicial" de origen
biocerebral y un "polilogicial" de origen sociocultural. La percepción de las formas y de los colores, la identificación
de los objetos y de los seres obedece a la conjunción de esquemas innatos y de esquemas culturales de
reconocimiento. Todo lo que es lenguaje, lógica, conciencia, todo lo que es mente y pensamiento, se
constituye en el encuentro de dos "polilogiciales", es decir, en el circuito bio-ántropo-(cerebro-psico)-cultural.
La hipercompleja máquina cerebral incluye un "polilogicial" porque comporta la dialógica bihemisferica,
la dialógica "triúnica", la dialógica entre dos principios de traducción, uno continuo (analógico) y otro
discontinuo (digital, binario).
Por su lado, la hipercompleja maquinaria sociocultural incluye no sólo un núcleo organizativo profundo
(para-digmático) que comanda/controla el uso de la lógica, la articulación de los conceptos, el orden de los
discursos, sino también los modelos, los esquemas, los principios estratégicos, las reglas heurísticas, las
preconstrucciones intelectuales, las estructuraciones doctrinarias. En fin, sobre todo las culturas
modernas yuxtaponen, alternan, oponen, complementan una gran diversidad de principios, reglas, métodos
de conocimiento (racionalistas, empíricos, místicos, poéticos, religiosos, etcétera).
Así es como se nos aparece la complejidad genérica del conocimiento humano. No sólo es el conocimiento
egocéntrico de un sujeto acerca de un objeto: es el conocimiento de un sujeto que lleva en sí igualmente el
genocentrismo, el etnocentrismo, el sociocentrismo, es decir, numerosos centros-sujetos de referencia. No sólo es el
conocimiento de un cerebro dentro de un cuerpo y de un mente dentro de una cultura: es el conocimiento que
genera de manera bio-ántropo-cultural una mente/cerebro en un hic et nunc.
Las aptitudes organizadoras del cerebro humano necesitan condiciones socioculturales para actualizarse, las
que a su vez necesitan las aptitudes de la mente humana para organizarse. Los "logiciales" culturales que co-
generan los conocimientos de la mente/cerebro fueron co-generados históricamente por las interacciones entre
las mentes/cerebros. La cultura está en las mentes, vive en las mentes, las que están en la cultura, viven en la
cultura. Mi mente conoce a través de mi cultura, pero en cierto sentido mi cultura conoce a través de mi mente. Así
pues, las instancias productoras del conocimiento se co-producen unas a otras; hay una unidad recursiva compleja
entre los productores y los productos del conocimiento, al mismo tiempo que hay una relación hologramática entre
cada una de las instancias productoras y producidas, pues cada una contiene a las otras, y, en ese sentido, cada una
contiene el todo en tanto que todo.
Es decir que no sólo el menor conocimiento implica componentes biológicos, cerebrales, culturales, sociales,
históricos. Es decir sobre todo que la idea más simple necesita conjuntamente una formidable complejidad bío-
antropológica y una hipercomplejidad sociocultural. Decir complejidad es decir —lo hemos visto— relación a la
vez complementaria, concurrente, antagónica, recursiva y hologramática entre esas instancias co-generadoras del
conocimiento.
Sólo esa complejidad nos permite comprender la posibilidad de autonomía relativa de la mente/cerebro
individual. Este es un elemento de un megaordenador cultural, pero ese megaordenador está constituido por
los vínculos entre los ordenadores relativamente autónomos que son precisamente las mentes/cerebros
∗ "Logical" = conjunto de reglas y programas relativos al funcionamiento de un ordenador, por oposición a material [T.]
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individuales. Incluso cuando es comandado/ controlado por los diversos "logiciales" de los que hemos hablado, el
individuo dispone siempre de su ordenador personal.
Es por eso que la mente individual puede autonomizarse respecto de su determinación biológica (tomando
de sus fuentes y recursos socioculturales) y respecto de su determinación cultural (utilizando su aptitud bío-
antropológica para organizar el conocimiento). La mente individual puede encontrar su autonomía jugando
con su doble dependencia, que a la vez la oprime, la limita y la alimenta. Puede jugar, porque hay un
juego, es decir, hay hiatos, aperturas, desfasajes entre lo bio-antropológico y lo sociocultural, el ser
individual y la sociedad. Como lo veremos más adelante, la mente individual puede disponer tanto más de
las posibilidades de un juego propio y de la autonomía, cuanto más juego dialógico de los pluralismos,
multiplicación de las fallas y rupturas en el seno de las determinaciones culturales, posibilidad de vincular la
reflexión con la confrontación, posibilidad de expresión de una idea incluso desviada hay en la cultura. Así
pues la posibilidad de autonomía de la mente individual está inscrita en el principio de su conocimiento, de
sus ideas, de su creencia, y tanto en el nivel de su conocimiento ordinario cotidiano como en el nivel del pensa-
miento filosófico o científico.
La cultura es interior
La cultura provee al pensamiento sus condiciones de formación, de concepción, de conceptualización.
Impregna, modela y eventualmente gobierna los conocimientos individuales. Aquí se trata no tanto de un
determinismo sociológico exterior, sino de una estructuración interna. La cultura, y, por el camino de la
cultura, la sociedad, están en el interior del conocimiento humano.
El conocimiento está en la cultura y la cultura está en el conocimiento. Un acto cognitivo individual
es ipso facto un fenómeno cultural, y todo elemento del complejo cultural colectivo puede actualizarse en un
acto cognitivo individual.
Vemos pues que hay que introducir de manera radical la sociedad (por el camino de la cultura) en el
conocimiento de los individuos, incluyendo la del autor de estas líneas.
La relación entre las mentes individuales y la cultura no sólo es indistinta, sino hologramática y
recursiva. Hologramática: la cultura está en las mentes individuales, y las mentes individuales están en la
cultura. Recursiva: así como los seres vivos toman sus posibilidades de vida del ecosistema, que sólo existe a partir
de las inter-retroacciones entre esos mismos seres vivos, los individuos sólo pueden formar y desarrollar su
conocimiento en el seno de una cultura, que sólo puede tomar vida a partir de las inter-retroacciones cognitivas
entre los individuos: las interacciones cognitivas de los individuos regeneran la cultura, que regenera esas
interacciones cognitivas.
Semejante concepción hace que sean inseparables la cultura y los conocimientos individuales, pero permite
concebir, según la concepción de la autonomía-dependencia, la autonomía relativa de los individuos
cognoscentes.
Producto n productor
El conocimiento puede ser concebido legítimamente como el producto de las interacciones bío-ántropo-socio-
culturales. La esfera sociocultural se introduce en el ser humano antes del nacimiento, en el vientre de la
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madre (influencias del medio ambiente, sonidos, música, alimentos y hábitos maternales), después en las
técnicas del parto, el tratamiento del recién nacido, el adiestramiento/educación familiar/social. Las interac-
ciones que conciernen al nacimiento comienzan tal vez durante el período embrionario (los sentidos del feto se
despiertan allí), se desarrollan y se profundizan durante la primera infancia. La "estabilización selectiva de las
sinapsis" crea caminos y circuitos cognitivos y elimina correlativamente innumerables potencialidades cognitivas. La
integración sociocultural del niño o de la niña reforzará o atenuará el dominio de un hemisferio cerebral sobre el
otro. Prohibiciones, tabúes, normas, prescripciones, incorporan en cada uno un imprinting cultural a menudo sin
retorno. En fin, la educación, por el camino del lenguaje, provee a cada uno los principios, reglas y herramientas del
conocimiento. Así, la cultura actúa y retroactúa desde todas partes sobre la mente/cerebro para modelar sus
estructuras cognitivas y en consecuencia estará siempre en actividad como co-productora de conocimiento.
De esta manera, la cultura es co-productora de la realidad percibida y concebida por cada uno.
Nuestras percepciones están bajo control, no sólo de las constantes fisiológicas y psicológicas, sino también
de las variables culturales e históricas. La percepción visual sufre categorizaciones, conceptua-lizaciones,
taxonomías que obrarán sobre el reconocimiento y el descubrimiento de los colores, las formas, los objetos. El
conocimiento intelectual se organiza en función de paradigmas que seleccionan, jerarquizan, rechazan las
ideas y las informaciones, así como en función de las significaciones mitológicas y las proyecciones imaginarias.
Así se produce la "construcción social de la realidad" (digamos mejor la co-construcción social de la realidad,
porque la realidad se construye también a partir de los dispositivos cerebrales), donde lo real se
sustancializa y se disocia de lo irreal, donde se construye la visión del mundo, donde se concretiza la
verdad, el error, la mentira.
Para concebir la sociología del conocimiento es necesario por lo tanto concebir no sólo el enraizamiento
del conocimiento dentro de la sociedad y la interacción conocimiento/sociedad, sino sobre todo el circuito
recursivo donde el conocimiento es producto/productor de una realidad sociocultural que incluye
intrínsecamente una dimensión cognitiva.
Los hombres de una cultura, por su modo de conocimiento, producen la cultura que produce su modo de
conocimiento. La cultura genera los conocimientos que regeneran la cultura. El conocimiento depende de
múltiples condiciones socioculturales, y condiciona a cambio esas condiciones.
Al considerar hasta qué punto el conocimiento es producido por una cultura, depende de una cultura,
está integrado en una cultura, se puede tener la sensación de que nada podría liberarlo de ella.
Pero eso sería ignorar que el conocimiento es vitalmente necesario para el diálogo entre la esfera
ántropo-social y el universo que la contiene. Así, las sociedades arcaicas disponen de un conocimiento
empírico/racional muy rico del mundo físico, animal, vegetal, y fundan su arte, su técnica, sus estrategias en
ese conocimiento. En ese sentido, hay efectivamente un saber objetivo, y podemos decir con Elkenne, una
ciencia en las sociedades donde el conocimiento parece más dependiente de los mitos, normas y tabúes.
Eso sería ignorar igualmente que la organización interna del conocimiento (mitológico, ideológico, doctrinario
o teórico) le da una cierta autonomía en el seno de la realidad ántropo-socio-cultural.
Eso sería ignorar que, en ciertas condiciones, la posesión de un saber, un descubrimiento científico, la
utilización de una información, la invención de una idea, pueden convertirse en actos decisivos, innovadores o
transformadores, e intervenir de manera generadora en el seno de la praxis sociohistórica. La teoría física del
átomo, elaborada con un fin cognoscitivo puramente desinteresado, ha culminado en Hiroshima, Nagasaki y en las
centrales nucleares.
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Eso sería ignorar (pero es algo que está fuera del propósito del presente texto) que el conocimiento es poder y
da poder. Hoy el conocimiento genético y el conocimiento nuclear revelan y ejercen el poder de vida y muerte
que estaba en germen en el principio del conocimiento.
Eso sería ignorar en fin las potencialidades de autonomía relativa —en el seno de todas las culturas— de
las mentes individuales. Los individuos no son todos y siempre, incluso en las condiciones culturales más cerradas,
máquinas triviales que obedecen implacablemente al orden social y a los mandatos culturales.
Así, el conocimiento se vincula en todas partes con la estructura de la cultura, la organización social, la
praxis histórica. No sólo es condicionado, determinado y producido por ellas, sino que también es condicionante,
determinante y productor de ellas (lo que demuestra de modo evidente la aventura del conocimiento científico).
Y siempre y por todas partes la cultura transita por las mentes individuales, las que disponen de una autonomía
potencial, y esa autonomía puede, en ciertas condiciones, actualizarse y convertirse en pensamiento personal.
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