Historia de la Filosofía | 2º Bachillerato
NIETZSCHE
Historia de la Filosofía. Nietzsche
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NIETZSCHE
(1844 – 1900) Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con él. La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de la enfermedad que contrajo, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se reconoce el valor de sus textos con independencia de su atormentada biografía, durante algún tiempo la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la enfermedad que padecía desde joven y que terminó por ocasionarle la locura. Los últimos once años de su vida los pasó recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg, aunque hoy es evidente que su encierro fue provocado por el desconocimiento de la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su fallecimiento, su hermana manipuló sus escritos, aproximándolos al ideario del movimiento nazi, que no dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos. Entre las divisiones que se han propuesto para las obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre un primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en que sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado, sobre todo, en sus últimas obras.
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1. Sentido de su filosofía
Es vitalista toda teoría filosófica para la que la vida es la realidad originaria desde la que ha de comprenderse la realidad. Esta doctrina tuvo éxito en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX como reacción a las filosofías tradicionales de carácter racionalista o idealista; el vitalismo de Nietzsche se incluye en esta corriente. La vida no tiene un fundamento exterior a ella, tiene valor en sí misma; y la vida entendida fundamentalmente en su dimensión biológica, instintiva, irracional. La vida como creación y destrucción, como ámbito de la alegría y el dolor, como impulso irracional a imponerse (como el “instinto de supervivencia” animal). Por esta razón, Nietzsche creyó posible medir el valor de toda cultura (su ciencia, su filosofía, sus creencias, sus instituciones…) a partir de su negación o afirmación de la vida. Por tanto, la vida es el principio básico de la realidad a partir del cual se desarrollan todos los seres, la fuerza primordial que busca mantenerse en el ser, y ser aún más. Nietzsche cree que en todas las cosas encontramos un afán por la existencia, desde el mundo inorgánico hasta el mundo humano, pasando por todos los distintos niveles de seres vivos. Todas las cosas son expresión de un fondo primordial que pugna por existir y por existir siendo más. El impulso que caracteriza a ese principio es la voluntad de poder, una especie de fuerza irracional que lleva al ser a imponerse (los instintos animales nos dan idea de esta realidad originaria), pero sin buscar ningún fin, simplemente para perpetuarse (el “instinto de reproducción” animal sería un ejemplo). También las producciones humanas tienen como causa originaria este impulso (el conocimiento, los valores morales y estéticos, las formas sociales, las creencias, etc.), bien para afirmarlo bien para negarlo. El ser humano puede tener conciencia de esta realidad, pero no puede modificarla ni eliminarla, puede tan solo inventarse un sentido a la misma y a sus producciones y autoengañarse con él. Los filósofos racionalistas e idealistas han entendido todas las cosas desde la razón, como si fuese una realidad primera, soberana frente a la naturaleza. Para Nietzsche la razón humana no es mas que un instrumento de un ser natural que le permite desenvolverse en el mundo, compensando la falta o debilidad de otros instrumentos de supervivencia. La razón finge un mundo ordenado donde el ser humano se siente seguro frente a la única realidad que existe: el mundo de las cosas sensibles, caótico y en continuo cambio, es decir, la vida. Existen dos tipos de hombres: los que asumen esta realidad tal y como es (cruel, contradictoria, peligrosa, emocionante…) y la afrontan con valentía y determinación, y aquellos otros que, miedosos, se refugian en el mundo inventado por la razón, negando la vida (sus instintos, pasiones, sentidos…). El primer tipo de hombres generan una cultura noble, elevada; los segundos, una cultura decadente. Niezstche va a analizar el origen y evolución de nuestra cultura occidental, para mostrar precisamente cómo se ha convertido en la más decadente de todas, falsificadora de la vida, cuando paradójicamente se autoconsidera la más elevada.
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2. Crítica de la cultura occidental En su obra juvenil "El nacimiento de la tragedia", Nietzsche cuestionó la valoración tradicional del mundo griego que situaba en la Grecia clásica (el siglo de Pericles) el momento de esplendor de la cultura griega, considerando a Sócrates y Platón como los iniciadores de lo mejor de la tradición occidental, la racionalidad. Frente a esta interpretación, Nietzsche da más importancia a la Grecia arcaica, la del tiempo de Homero, y sitúa en el siglo V a. C. el inicio de la crisis vital del espíritu griego. El pueblo griego antiguo supo captar las dos dimensiones fundamentales de la realidad sin ocultar ninguna de ellas, y las expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a Dionisos. Apolo, dios de la juventud, la belleza y las artes, era también, según Nietzsche, el dios de la luz, la claridad y la armonía, y representaba la individuación, el equilibrio, la medida y la forma, el mundo como una totalidad ordenada y racional. Para la interpretación tradicional toda la cultura griega era apolínea, concibiendo al pueblo griego como el primero en ofrecer una visión luminosa, bella y racional de la realidad. Nietzsche consideró que esta interpretación es correcta para el mundo griego a partir de Sócrates, pero no para el mundo griego anterior. Frente a lo apolíneo, los griegos opusieron lo dionisíaco: Dionisos, dios del vino y las cosechas, de las fiestas presididas por el exceso, la embriaguez, la música y la pasión, y según Nietzsche, el dios de la confusión, la deformidad, el caos, la noche, los instintos, la disolución de la individualidad. Los griegos representaban en Dionisos una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que fue relegada en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. La grandeza del mundo griego arcaico estribaba en no ocultar esta dimensión de la realidad, en armonizar ambos principios.
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“Ahora bien, Friedrich Nietzsche, ya en su primera obra, dedicada al origen de la tragedia griega, oponía a Dionisos (dios del vino, las orgías, el éxtasis vital) con Apolo (dios de la tranquilidad, la estética y la contemplación). En la tragedia griega, el coro representaba a Dionisos mientras que Apolo se expresaba a través del diálogo.
Dionisos es la fuerza de la especie humana, de la vida, mientras que Apolo es el individuo, débil y mortal.” Witold Gombrowicz: Curso de Filosofía en seis horas y cuarto. Sólo con el inicio de la decadencia occidental, con Sócrates y Platón, los griegos intentan ocultar esta faceta inventándose un mundo de legalidad y racionalidad (un mundo puramente apolíneo, como el que fomenta el platonismo). Sócrates inaugura el desprecio al mundo de lo corporal y la fe en la razón, identificando lo dionisíaco con el no ser, con la irrealidad. En sus obras posteriores, Nietzsche desarrolla esta idea del inicio de la decadencia occidental en la Grecia clásica: Platón instauró el error dogmático más duradero y peligroso: "el espíritu puro", el "bien en sí", el platonismo o creencia en la escisión de la realidad en dos mundos ("Mundo Sensible" y "Mundo Ideal o Racional") y haciendo depender el mundo sensible del ideal. Este pensar es síntoma de decadencia pues se opone a los valores del existir instintivo y biológico del hombre. Esta degeneración de la cultura en virtud de la filosofía griega se profundizó con el ascenso de la moral judeocristiana y del monoteísmo. Así, la crítica de Nietzsche a la cultura occidental se refiere a todos los ámbitos: la filosofía, la religión y la moral. En definitiva, la decadencia del espíritu griego antiguo supuso el triunfo de una cultura falsificadora y negadora de la vida, tal y como Nietzsche va a poner de manifiesto a lo largo de su obra.
“Los valores del mundo de la Antigüedad son transvalorados y colocados a la inversa. Esa transvaloración (Umwertug) coloca la pirámide natural de la realidad situada boca abajo y lo que antes eran los valores preponderantes ahora son los valores antagónicos. Los conceptos de fuerza, vida, energía, poder, &c., se invirtieron y en lugar de ellos se colocaron otros valores propios de la psicología del rebaño, de los pobres y desamparados, de los enfermos y débiles que han creado una constelación religiosa e ideológica que le es beneficiosa. La psicología aristocrática, la psicología de los poderosos de la tierra, ha sido invertida por la psicología de «los muchos». El hombre adocenado, el hombre medio, incapaz de la lucha por la existencia, se ha fabricado un mundo de realidad que él habita, consolándolo de los esfuerzos de la existencia, de los dolores de la vida. La condición salvífica de la nueva religión permite un cosmos, un sistema de creencias que actúa como placebo psíquico para hacer soportable la existencia.”
Víctor M. Alarcón Viudes: “Nietzsche y la filosofía del cristianismo.”
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3. Crítica a la metafísica En general, la filosofía ha creído que los conceptos pueden reflejar correctamente la realidad y que las relaciones entre los conceptos son capaces de representar las relaciones entre las cosas. Para ello aspiró a la definición precisa de cada término, al rigor en el uso de las palabras y a su aplicación unívoca y no metafórica. Consideraba que entender una realidad es subsumirla en un concepto, disponer de un concepto para comprenderla. La tradición filosófica pudo defender este punto de vista al afirmar la existencia de dos formas de ser: la esencia o propiedades básicas, y los rasgos accidentales que dan lugar a las diferencias entre individuos. Pero, ¿qué ocurriría si no existiesen las esencias ni nada absolutamente idéntico entre dos objetos, y si ni siquiera un objeto fuera idéntico a sí mismo puesto que cambia, aunque tal vez imperceptiblemente, a lo largo del tiempo? Esta es precisamente la tesis de Nietzsche: en el mundo no existen esencias, no existe un rasgo (o varios rasgos) que se encuentre en todos y cada uno de los de los individuos. Cada objeto o ser es absolutamente individual, con sus cualidades intrínsecas. Cierto que existe parecido entre objetos o seres de la misma especie, pero es nuestra razón la que establece esa comparación y extrae el parecido, fijándolo en un concepto inventado para el caso: caballo, flor, blanco, redondo…. De modo que los conceptos simplemente ordenan lo que a nuestros ojos es múltiple y disperso, fingiendo un orden inmutable (que en realidad no existe).
”No puede negarse que el error más grave, más pertinaz y peligroso, que jamás fue cometido ha sido un error dogmático, es decir, la invención del espíritu puro y del bien en sí de parte de Platón.” Nietzsche: Más allá del bien y del mal.
Es un error, por tanto, pensar que lo que esos conceptos denotan “existe” (como una esencia): no existe el “caballo en sí”, la “flor en sí”…; los conceptos son simplemente metáforas con las que nos referimos a las cosas. Más grave es pensar que los conceptos más abstractos, tales como “alma” o “Dios” se refieren a algo real; y todavía más grave pensar que esos conceptos nos descubren la auténtica y universal verdad sobre el mundo. De este error se alimenta precisamente la Metafísica, la “ciencia de las ciencias”… la “más vacía de todas” dirá Nietzsche. El error de la filosofía occidental fue “creerse” sus propias invenciones, presuponiendo un mundo tras el único existente, por el simple hecho de privilegiar la especial forma del conocer humano: a través de los conceptos de la razón. Estos nos ponen en contacto con lo universal, inmutable, objetivo, esencial, eterno, en definitiva, lo verdadero; mientras que el “otro mundo”, del cambio, de lo múltiple, de lo subjetivo se entendió como “apariencia” (falso, no auténticamente real). Esta es la historia de la Metafísica. La invención del Mundo Ideal trae consigo la invención de los conceptos
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básicos de toda la metafísica tradicional (esencia, sustancia, alma, Dios,...); estas entidades son puras ficciones, consecuencia del poder fascinador de la razón. Dado que el mundo que percibimos presenta características contrarias (corporeidad, cambio, multiplicidad, nacimiento y muerte), los filósofos acaban postulando el “platonismo”: la existencia de dos mundos, el mundo de los sentidos, pura apariencia, irrealidad, y el Mundo Ideal, el Ser, dado a la razón, el mundo “verdadero”, y horizonte último de nuestra existencia. Una consecuencia de la invención del Mundo Ideal es la valoración positiva del mundo del espíritu y negativa de la corporeidad. La filosofía tradicional comienza con Platón, quien se inventa un mundo perfecto, ideal, absoluto, al que contrapone el desvalorizado mundo que se ofrece a los sentidos (que a partir de entonces se despreciará). La filosofía posterior acepta este esquema intelectual básico, aunque lo exprese con distintas palabras.
“Lo esencial en Nietzsche es que «el mundo verdadero» creado por la filosofía de Platón, el mundo de las Ideas, es una inversión del mundo aparente (que es el mundo de la Realidad). El «mundo verdadero» ha suplantado a la Realidad que aparece en Platón como mero epifenómeno del mundo auténticamente real: el mundo suprasensible. Este mundo ha suplantado al auténtico mundo; el mundo de la Realidad sensible o fenoménica. Platón es el suplantador: invierte lo real. Ahora el «mundo verdadero» es el mundo metafísico. El mundo real es mera copia de los «arquetipos» platónicos. Nietzsche va en contra de gran parte de la tradición religiosa y filosófica de Occidente con su «transvaloración de todos los valores» que hace real la nueva intelección del mundo auténtico y supera la fábula del otro mundo.” Víctor M. Alarcón Viudes: “Nietzsche y la filosofía del cristianismo.”
¿Y las ciencias? Los conceptos y leyes científicas son instrumentos al servicio de la voluntad de poder de un grupo, que sirven para poner orden en el caos en que consiste la vida, pero que no expresan ninguna “verdad universal”. La ciencia permite vencer el “terror” que genera la vida caótica y desordenada al ser humano, imponiendo cierto orden y, por tanto, cierto control (tecnológico) sobre ella. Para Nietzsche el valor de la ciencia está en su utilidad, pues permite un mayor dominio y previsión de la realidad: de este modo verdad es lo que se muestra útil a un grupo; la ciencia nos instala cómodamente en un mundo previsible, ordenado, racional.
“Con todo se habrá comprendido cómo yo quiero pasar acto seguido más adelante, a saber que siempre existe además una fe metafísica en la que se apoya nuestra fe en la ciencia, que también nosotros, los que hoy estamos en el camino de conocer, nosotros ateos y antimetafísicos, encendemos también nuestro fuego en la lumbre que ha encendido la fe de milenios, esa fe cristiana, que fue también la fe de Platón de que Dios es la Verdad, que la Verdad es divina… Pero ¿qué ocurre, cuando esto precisamente se hace cada vez más increíble, cuando ya no se presenta nada divino,
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de no ser el error, la ceguera, la mentira…, cuando el mismo Dios se nos presenta como la mayor mentira?” Nietzsche: La gaya ciencia.
4. Crítica a la moral judeocristiana Nietzsche critica también la otra institución que, junto con el “platonismo” y partiendo de él, contribuyó decisivamente a la decadencia de la cultura occidental: el cristianismo. Esta religión, que se convirtió en cosmovisión y forma de vida para los occidentales, se origina a partir de creencias muy antiguas en el seno del judaísmo como una religión de salvación y de rebeldía frente a un poder superior (el del Imperio Romano), esto representaría la figura de Jesús. Posteriormente, San Pablo origina una interpretación de esos hechos en clave sobrenatural (Jesús como el hijo del dios único, enviado por su padre para redimir a los hombres, etc…) que da lugar propiamente a la Iglesia cristiana. Cuando se convirtió en la religión mayoritaria en occidente se desarrolló su cuerpo doctrinal y teológico (a partir fundamentalmente de la filosofía platónica, debidamente adaptada). Esta religión incorpora todo aquello que de falsificación de la vida tenía el “platonismo”: el dualismo antropológico (cuerpo‐alma), los “dos mundos” (Dios creador‐mundo creado, el “cielo” y la “tierra”), o la valoración positiva de lo “espiritual” frente a lo “físico”. Se trata pues de una religión negadora de la vida, de renuncia a lo terrenal (sede del pecado, del Mal) bajo la esperanza en un más allá más auténtico donde reside el Bien; una religión de huida cobarde que busca el amparo de un ser supremo, Dios, protector, benevolente, pero a la vez severo con los que no le obedecen; una esclavitud voluntaria sin más fundamento que una ilusión.
“Según Nietzsche, el cristianismo ha invertido la realidad. Ha situado en el lugar de la antigua realidad del mundo helénico, con su clarividente visión, una nueva realidad que pone en el centro de la misma un mundo más «auténtico», el mundo de las realidades suprasensibles. Un mundo poblado, no por dioses, sino por un único Dios que es omnipotente, omnisapiente y Padre protector de los hombres a quienes hizo «a su imagen y semejanza». “
Víctor M. Alarcón Viudes: “Nietzsche y la filosofía del cristianismo.”
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Con el cristianismo prospera la moral de los débiles, de los que quieren huir del rigor de la vida inventándose un mundo objetivo y justo. Nietzsche atribuye a la tradición judeocristiana la sustitución del código moral aristócrata o moral de señores (voluntad de jerarquía, excelencia, amor a lo que eleva, a la diferencia, moral de la persona que crea valores), por la moral de esclavos (voluntad de igualdad, resentimiento contra la vida superior, censura la excepción, glorifica lo que hace soportable la vida a los enfermos y débiles de espíritu, la concordia, altruismo, hermandad entre los hombres). Así pues, la moral cristiana fomenta los valores propios de la “moral de esclavos” (humildad, sometimiento, pobreza, debilidad, mediocridad), y, añade Nietzsche, los valores mezquinos (obediencia, sacrificio, compasión, sentimientos propios del rebaño); es la moral vulgar, la del esclavo, de resentimiento contra lo elevado, noble, singular y sobresaliente; la moral del miedo a enfrentarse directamente con la vida (con la muerte, pero también con la propia existencia, que se considera insignificante); es la destrucción de los valores del mundo antiguo que sí afirmaban la vida y convertían al hombre en protagonista de su existencia.
”La moral como valor supremo en todas las fases de la filosofía (incluso en los escépticos). Resultado: este mundo no vale nada, debe existir otro mundo “verdadero”.”” Nietzsche: La voluntad de poder.
Este tipo de moral se impondrá como hegemónica en occidente, es la moral tradicional antivital occidental. Nietzsche afirma que todas las tablas de valores son inventadas en función de un modo de vida (relativismo moral), pero hay algunas mejores que otras; el criterio utilizado para esta apreciación es el de la fidelidad a la vida: los valores de la moral tradicional son contrarios a la vida, a sus las categorías básicas involucradas en la vida. La moral tradicional (la moral cristiana) es “antivital” (antinatural) pues defiende normas y valores que van en contra de las tendencias primordiales de la vida, es una moral de resentimiento contra los instintos y el mundo biológico y natural, como se ve en la obsesión de la moral occidental por limitar el papel del cuerpo y la sexualidad.
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”Lo que me horroriza ante este espectáculo no es el error en sí mismo, no es la milenaria falta de “buena voluntad”, de disciplina, de decoro, de valentía en las cosas del espíritu, tal como se evidencia en el triunfo de esta moral, sino la falta de naturalidad, el hecho pavoroso de que la antinaturalidad erigida en moral ha sido distinguida con los máximos honores quedando suspendida sobre la humanidad como ley, como imperativo categórico.” Nietzsche: Ecce homo.
5. Propuesta filosófica de Nietzsche
Para Nietzsche la época en la que vive es la época del nihilismo: los hombres occidentales han perdido la confianza en los valores absolutos, no “creen en nada” absoluto. La fe depositada en ellos ya no infunde confianza: el sentido de la vida y de la historia venía dado por la confianza en Dios, en la Razón, el Progreso, la Ciencia o la Revolución, grandes ideas orientadoras de la existencia que poco a poco han ido perdiendo su encanto (los hechos muestran como, lejos de “liberar” a los hombres, los “esclavizan” aún más, pues ellos mismos interiorizan la renuncia a ser libres).
Los hombres se sienten vivir en un mundo carente de un sentido último, no fue bastante renunciar a la idea más vacía de todas, la idea de Dios, pues esta idea fue sustituida por otras con la misma intención: dar sentido a la existencia desde lo absoluto. Se pasó por tanto de la “creencia en la Nada (Dios)” a “no creer en nada (absoluto)”. Nietzsche denomina a esta situación la “muerte de Dios”, que deja a los hombres de su época desamparados, refugiados en su individualidad, pasivos, apáticos y despreocupados, incapaces de tomar las riendas de su existencia común. Esta tesis señala simplemente que la creencia en que Dios ha muerto, expresa el fin de toda creencia en entidades absolutas y, como consecuencia, la crisis de la “moral tradicional”.
“El más grande de los últimos acontecimientos –que «Dios ha muerto», que la fe en el Dios cristiano se ha hecho increíble– comienza ya a lanzar sus primeras sombras sobre Europa. Por lo menos para aquellos pocos cuyos ojos y cuya suspicacia en sus ojos es lo bastante fuerte y fina para este espectáculo, precisamente parece que algún Sol se haya puesto, que una antigua y profunda confianza se ha trocado en duda. Nuestro viejo mundo tiene que parecerles a estos cada día más vespertino, más desconfiado, más extraño y «más viejo». Pero en lo esencial puede uno decir
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que el acontecimiento mismo es mucho mayor, mucho más lejano y más apartado de la capacidad de muchos que cuanto su conocimiento siquiera se permitiera tener por alcanzado.” Nietzsche: La gaya ciencia.
Pero la alternativa que queda tampoco satisface a Nietzsche: ese “nihilismo
pasivo” que renuncia a lo absoluto se ha convertido en una actitud también en cierto modo “antivital”, pues los hombres de su tiempo “se dejan llevar” por la angustia y el miedo al sinsentido de la existencia. Sin embargo considera que precisamente esta situación ya anuncia una nueva fase de la cultura occidental: aquella en que los hombres cobren conciencia de su situación y decidan “tomar las riendas” de su existencia, despojados de toda cadena sobrenatural o trascendental y con un fiel “sentido de apego a la tierra”, comiencen a “crear valores nuevos” que afirmen la vida. Esto sucederá gracias a la aparición de un “nuevo hombre” que supere al anterior y que recupere la actitud valiente de los antiguos griegos, fundadores de una “moral de señores”. Se trata del “superhombre” (dicho de otro modo: el “humano superior”, pues “supera” al vigente).
Esto supondrá la “trasnsmutación de todos los valores” como un momento necesario para el final de la moral tradicional (o moral de esclavos) y la aparición de ese superhombre. Nietzsche no propone el imposible vivir sin valores; propone más bien invertir la tabla de valores: superar la moral occidental, moral de renuncia y resentimiento hacia la vida, mediante una nueva tabla en la que estén situados los valores que supongan un sí radical a la vida. Llama “rebelión de los esclavos” al triunfo del cristianismo, que sustituyen la moral aristocrática que Nietzsche cree encontrar en el mundo griego antiguo por la moral de los esclavos. La transmutación de los valores es la superación de esta moral de esclavos para recuperar de nuevo la moral aristócrata, y permite el triunfo del código moral del superhombre.
«La palabra «superhombre», que designa un tipo de óptima constitución, en contraste con los hombres «modernos», con los hombres «buenos», con los cristianos y demás nihilistas» Nietzsche: Ecce Homo.
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Nietzsche lo concibe como el individuo fiel a los valores de la vida, al “sentido de la tierra”, valiente ante el destino. El "superhombre" será dios para sí mismo y, como el Dios de la antigua religión, será creador de valores, creará una nueva moral nacida de la voluntad de poder como afirmación de la vida, de cada instante de la vida, hasta el punto de quererlo eterno o, lo que es lo mismo, vivido infinitas veces. El eterno retorno es el símbolo de una vida que se quiere a sí misma por encima de todos los obstáculos, que pugna por ser siempre aquí y ahora, no en “otro mundo” siempre necesariamente irreal
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TEXTOS:
“Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte esta ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisiaco: de modo similar a como la generación depende de la dualidad de los sexos, entre los cuales la lucha es constante y la reconciliación se efectúa sólo periódicamente. Esos nombres se los tomamos en préstamo a los griegos, los cuales hacen perceptibles al hombre inteligente las profundas doctrinas secretas de su visión del arte, no, ciertamente, con conceptos, sino con las figuras incisivamente claras del mundo de sus dioses. Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste una antítesis enorme, en cuanto a origen y metas, entre el arte del escultor, arte apolíneo, y el arte no-escultórico de la música, que es el arte de Dioniso: esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado del otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra "arte": hasta que, finalmente, por un milagroso acto metafísico de la "voluntad" helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática.
Para poner más a nuestro alcance esos dos instintos imaginémonoslos, por el momento, como los mundos artísticos separados del sueño y de la embriaguez; entre los cuales fenómenos fisiológicos puede advertirse una antítesis correspondiente a la que se da entre lo apolíneo y lo dionisiaco. (...)
Esta alegre necesidad propia de la experiencia onírica fue expresada asimismo por los griegos en su Apolo: Apolo, en cuanto dios de todas las fuerzas figurativas, es a la vez el dios vaticinador. Él, que es, según su raíz, "el Resplandeciente", la divinidad de la luz, domina también la bella apariencia del mundo interno de la fantasía. (...) Pero
esa delicada línea que a la imagen onírica no le es lícito sobrepasar para no producir un efecto patológico, ya que, en caso contrario, la apariencia nos engañaría presentándose como burda realidad -no es lícito que falte tampoco en la imagen de Apolo: esa mesurada limitación, ese estar libre de las emociones más salvajes, ese sabio sosiego del dios-escultor. (...)
Bien por el influjo de la bebida narcótica, de la que todos los hombres y pueblos originarios hablan con himnos, bien con la aproximación poderosa de la primavera,
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que impregna placenteramente la naturaleza toda, despiértanse aquellas emociones dionisíacas en cuya intensificación lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de sí. (...)
Bajo la magia de lo dionisiaco no sólo se renueva la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre. De manera espontánea ofrece la tierra sus dones, y pacíficamente se acercan los animales rapaces de las rocas y del desierto. De flores y guirnaldas está recubierto el carro de Dioniso: bajo su yugo avanzan la pantera y el tigre. (...) Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de echar a volar por los aires bailando. Por sus gestos habla la transformación mágica. Al igual que ahora los animales hablan y la tierra da leche y miel, también en él resuena algo sobrenatural: se siente dios, él mismo camina ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses.”
F. Nietzsche: El nacimiento de la tragedia.
“Hay períodos en los que el hombre racional y el hombre intuitivo caminan juntos; el uno angustiado ante la intuición, el otro mofándose de la abstracción; es tan irracional el último como poco artístico el primero. Ambos ansían dominar la vida: éste sabiendo afrontar las necesidades más imperiosas mediante previsión, pru-dencia y regularidad; aquél sin ver, como «héroe desbordante de alegría», esas necesidades y tomando como real solamente la vida disfrazada de apariencia y belleza. Allí donde el hombre intuitivo, como en la Grecia antigua, maneja sus armas de manera más potente y victoriosa que su adversario, puede, si las circunstancias son favorables, configurar una cultura y establecer el dominio del arte sobre la vida; ese fingir, ese brillo de las intuiciones metafóricas y, en suma, esa inmediatez del engaño, acompañan todas las manifestaciones de una vida de esa especie. Ni la casa, ni el paso, ni la indumentaria, ni la tinaja de barro descubren que ha sido la necesidad la que los ha concebido: parece como si en todos ellos hubiera de expresarse una felicidad sublime y una serenidad olímpica y, en cierto modo, un juego con la seriedad. Mientras que el hombre guiado por conceptos y abstracciones solamente conjura la desgracia mediante ellas, sin extraer de las abstracciones mismas algún tipo de felicidad, mientras que aspira a liberarse de los dolores lo más posible, el hombre intuitivo, aposentado en medio de una cultura, consigue ya gracias a sus intuiciones, además de conjurar los males, un flujo constante de claridad, animación y liberación. Es cierto que sufre con más vehemencia cuando sufre; incluso sufre más a menudo porque no sabe aprender de la experiencia y tropieza una y otra vez en la misma piedra en la que ya ha tropezado anteriormente. Es tan irracional en el sufrimiento como en la felicidad, se desgañita y no encuentra consuelo. ¡Cuán distintamente se comporta el hombre estoico ante las mismas desgracias, instruido por la experiencia y autocontrolado a través de los conceptos! Él, que sólo busca habitualmente sinceridad, verdad, emanciparse de los engaños y protegerse de las incursiones seductoras, representa ahora, en la desgracia, como aquél en la felicidad, la obra maestra del fingimiento; no presenta un rostro humano, palpitante y expresivo, sino una especie de máscara de facciones dignas y proporcionadas; no grita y ni siquiera altera su voz: cuando todo un nublado
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descarga sobre él, se envuelve en su manto y se marcha caminando lentamente bajo la tormenta.”
F. Nietzsche: El nacimiento de la tragedia.
“¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas sino como metal.”
F. Nietzsche: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.
“La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero. Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final - ¡por desgracia!, ¡pues no debería siquiera venir! - los «conceptos supremos», es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. (...) Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto - ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. (...) Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto «Dios»... Lo último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo]... ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas! - ¡Y lo ha pagado caro!...”
F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos.
“Primera tesis. Las razones por las que «este» mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su realidad, - otra especie distinta de realidad es abso-lutamente indemostrable.
Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al «ser verdadero» de las cosas son los signos distintivos del no-ser, de la nada, - a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido el «mundo verdadero»: un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico- moral.
Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de «otro» mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empe-queñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de «otra» vida distinta de ésta, «mejor» que ésta.
Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo «verdadero» y en un mundo «aparente», ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un
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cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence, - un síntoma de vida descendente... El hecho de que él artista estime más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues «la apariencia» significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico no es un pesimista, - dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco...”
F. Nietzsche: Crepúsculo de los ídolos.
“En mi peregrinación a través de las numerosas morales, más delicadas y más groseras, que hasta ahora han dominado o continúan dominando en la tierra, he encontrado ciertos rasgos que se repiten juntos y que se coligan entre sí de modo regular: hasta que por fin se me han revelado dos tipos básicos, y se ha puesto de relieve una diferencia fundamental. Hay una moral de señores y una moral de esclavos; me apresuro a añadir que en todas las culturas más altas y más mezcladas aparecen también intentos de mediación entre ambas morales, y que con mayor frecuencia aún aparecen la confusión de las mismas y su recíproco malentendido, y hasta a veces una ruda yuxtaposición entre ellas incluso en el mismo hombre, dentro de una sola alma. Las diferenciaciones morales de los valores han surgido o bien entre una especie dominante, la cual adquirió consciencia, con un sentimiento de bienestar, de su diferencia frente a la especie dominada o bien entre los dominados, los esclavos y los subordinados de todo grado. En el primer caso, cuando los dominadores son quienes definen el concepto «bueno», son los estados anímicos elevados y orgullosos los que son sentidos como aquello que distingue y que determina la jerarquía. El hombre aristocrático separa de sí a aquellos seres en los que se expresa lo contrario de tales estados elevados y orgullosos: los desprecia. Obsérvese en seguida que en esta primera especie de moral la antítesis «bueno» y «malo» es sinónima de «aristocrático» y «despreciable»: — la antítesis «bueno» y «malvado» es de otra procedencia. Es despreciado el cobarde, el miedoso, el mezquino, el que piensa en la estrecha utilidad; también el desconfiado de mirada servil, el que se rebaja a sí mismo, la especie canina de hombre que se deja maltratar, el adulador que pordiosea, sobre todo el mentiroso: creencia fundamental de todos los aristócratas es que el pueblo vulgar es mentiroso. «Nosotros los veraces» éste es el nombre que se daban a sí mismos los nobles en la antigua Grecia.
Las cosas ocurren de modo distinto en el segundo tipo de moral, la moral de esclavos. Suponiendo que los atropellados, los oprimidos, los dolientes, los serviles, los inseguros y cansados de sí mismos moralicen: ¿cuál será el carácter común de sus valoraciones morales? Probablemente se expresará aquí una suspicacia pesimista frente a la entera situación del hombre, tal vez una condena del hombre, así como de la situación del mismo. La mirada del esclavo no ve con buenos ojos las virtudes del poderoso: esa mirada posee escepticismo y desconfianza, es sutil en su desconfianza frente a todo lo «bueno» que allí es honrado quisiera convencerse de que la misma felicidad no es allí auténtica. A la inversa, las propiedades que sirven para aliviar la existencia de quienes sufren son puestas de relieve e inundadas de luz: es a la compasión, a la mano afable y socorredora, al corazón cálido, a la paciencia, a la diligencia, a la humildad, a la amabilidad a lo que aquí se honra, pues éstas son aquí las propiedades más útiles y casi los únicos medios para soportar la presión de la existencia. La moral de esclavos es, en lo esencial, una moral de la
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utilidad. Aquí reside el hogar donde tuvo su génesis aquella famosa antítesis «bueno» y «malvado»: se considera que del mal forman parte el poder y la peligrosidad, así como una cierta terribilidad y una sutilidad y fortaleza que no permiten que aparezca el desprecio. Así pues, según la moral de esclavos, el «malvado» inspira temor; según la moral de señores, es cabalmente el «bueno» el que inspira y quiere inspirar temor, mientras que el hombre «malo» es sentido como despreciable. La antítesis llega a su cumbre cuando, de acuerdo con la consecuencia propia de la moral de esclavos, un soplo de menosprecio acaba por adherirse también al «bueno» de esa moral — menosprecio que puede ser ligero y benévolo porque, dentro del modo de pensar de los esclavos, el bueno tiene que ser en todo caso el hombre no peligroso: es bonachón, fácil de engañar, acaso un poco estúpido, un bonhomme [un buen hombre]. En todos los lugares en que la moral de esclavos consigue la preponderancia, el idioma muestra una tendencia a aproximar entre sí las palabras «bueno» y «estúpido». Una última diferencia fundamental: el anhelo de libertad, el instinto de la felicidad y de las sutilezas del sentimiento de libertad forman parte de la moral y de la moralidad de esclavos con la misma necesidad con que el arte y el entusiasmo en la veneración, en la entrega, son el síntoma normal de un modo aristocrático de pensar y valorar. — Ya esto nos hace entender por qué el amor como pasión — es nuestra especialidad europea tiene que tener sencillamente una procedencia aristocrática: como es sabido, su invención es obra de los poetas-caballeros provenzales, de aquellos magníficos e ingeniosos hombres del «gay saber», a los cuales Europa debe tantas cosas y casi su propia existencia.”
F. Nietzsche: Más allá del bien y del mal.
“Para Nietzsche, vivir en el error, en la incertidumbre, en el juego del mundo, es señal de una superación de la metafísica, entendida como el pensamiento de la calculabilidad del mundo y de la seguridad, que intenta imponer una determinada forma de vida como definitiva. En efecto, frente al conjunto de respuestas que proporciona el modo de pensamiento teológico-metafísico, al contemplar el mundo como juego se nos abre como interrogante, nos ofrece nuevas posibilidades. El juego es una forma de interrogación que despliega el mundo, en vez de cerrarlo. «Con la fuerza de su mirada y penetración espirituales crece la distancia e igualmente el espacio en torno al hombre: su mundo se vuelve más profundo; se le hacen visibles estrellas siempre nuevas, enigmas e imágenes siempre nuevos. Quizá todo aquello sobre lo que el ojo del espíritu ejercitó su perspicacia y penetración no fuera sino un pretexto para ejercitarse, una cosa de juego, algo para niños y para cabezas infantiles». De esta forma se rechaza toda estructura y horizonte últimos de la existencia en los que situar una seguridad y un dominio proporcionados por el conocimiento. El mundo se muestra como apertura y, en la misma medida, se niega como totalidad emplazable. Nietzsche se sitúa así por encima de todo utilitarismo, de toda persecución de la felicidad y la estabilidad. El ideal trágico de existencia no se conforma con esos horizontes de lo dado y apunta siempre hacia formas más elevadas, hacia nuevas posibilidades con las que experimentar. Su ideal, en cuanto a la voluntad, es emancipatorio, pues no conduce a la sujeción a un mundo que haya que conservar a toda costa.” David Puche Díaz: “”El lugar de Nietzsche en el pensamiento moderno”.
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“No hay una interpretación última del mundo (como pretende la metafísica) porque no hay un único centro de fuerza, sino múltiples, incontables; la muerte de Dios permite reconocer al fin este carácter plural del mundo. En ausencia de un orden último (Dios), que permita una racionalización exhaustiva del mundo (su calculabilidad a priori), la voluntad se revela como suelo (Boden) del mundo, que no fundamento (Grund); la consistencia del mundo estará no en su reductibilidad a un principio primero o conjunto de principios, sino a su carácter de juego. El mundo que describe Nietzsche se entiende, en efecto, como juego de formas, y no como subsistencia; formas históricas concretas en que se relacionan las posibilidades del conocimiento y la acción. De esta forma se vinculan íntimamente voluntad de poder y verdad.” David Puche Díaz: “”El lugar de Nietzsche en el pensamiento moderno”.
“En efecto, el horizonte nihilista del pensamiento nietzscheano parte de que no hay una causa primera, un fundamento del mundo en su totalidad; Nietzsche se opone a una comprensión del mundo como creatio ex nihilo, es decir, de un mundo entendido a partir del modelo de la poíesis, como la obra de un creador que responde a un modelo previo y, por tanto, a una finalidad preestablecida. Ahora bien, Nietzsche conserva el modelo de la poíesis en cierto sentido, no técnico, sino artístico. Pues el mundo se le muestra, en cuanto juego de la voluntad de poder, como una obra de arte que se crea a sí misma, sin reglas previas al propio acto creador, sin autor (sin Dios), esto es: de forma absolutamente libre. Ese nihil del modelo teológico, entonces, no es anterior al mundo; pero Nietzsche tampoco lo elimina: pasa a ser un aspecto constitutivo, «positivo», del mundo: la proveniencia esencial de esa libertad, la dúnamis de un mundo que se crea de continuo a sí mismo, sin principio ni final. El mundo como juego es este mundo sin télos, y, por tanto, libre de hacerse y deshacerse a sí mismo bajo cualesquiera configuraciones. El propio hombre participa de ese juego, no es otra cosa que él, como dice el texto citado más arriba. La propia existencia humana tiene las características del juego: pues el hombre, instancia consciente (hasta cierto punto) de la naturaleza, crea mundo (poíesis), y se crea a sí mismo (prâxis); Nietzsche concibe la propia existencia como proceso artístico, como algo por hacer. El juego es la posibilidad de la libertad, pues es el poder darse forma de lo intramundano, sobre todo cuando tiene capacidad de decisión, como el hombre.” David Puche Díaz: “”El lugar de Nietzsche en el pensamiento moderno”. “Como bien dice Nietzsche, «en un apartado rincón del universo», en la esquina más oscura de la multiplicidad que en realidad es el mundo, encontramos al hombre. El hombre aparece desnudo, tembloroso, acobardado, frente a una realidad que no reconoce como suya, pero a la que irremediablemente pertenece. Ese mundo real se le presenta como algo amorfo, como algo indeterminado, como una pluralidad que lo desconcierta, que no puede entender, que se le escapa porque no puede contenerlo todo en sí.
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El hombre es un animal indefenso ante un devenir, ante un cambio, ante una multiplicidad, que es capaz de captar por medio de los sentidos, pero que se le escapa porque constantemente fluye, constantemente cambia. Esa realidad le muestra una pluralidad de elementos contrarios que impiden una concreción, le muestra multitud de opuestos que no puede asimilar. Esa realidad se le muestra como hostil, esa realidad se le escapa por la inmensidad de su pluralidad. El hombre no es capaz de vivir con esa inseguridad del cambio, cambio que le provoca miedo y dolor. El hombre se siente indefenso frente al cambio, el hombre necesita la estabilidad del mundo para poder ser. Porque, en definitiva, lo que quiere el hombre es ser. Y no puede ser si continuamente está cambiando, si continuamente el mundo se confunde con el hombre y el hombre se confunde con el mundo. Como el resto de animales, el hombre pretende sobrevivir en un mundo que le es hostil, sobrevivir en un mundo que siempre pretende eliminarlo. Pero el hombre no está dotado de garras o cuernos como los demás animales, la Naturaleza lo dotó de un instrumento todavía más mortífero: el intelecto. Este intelecto le permite captar ese devenir, reflexionar sobre la pluralidad, congelar el fluir del cambio, matar el mundo. Matar no sólo al mundo, matarse también a sí mismo, a su vitalidad, a su espontaneidad, matarse a sí como parte del mundo que deviene. El hombre posee el intelecto, y con él puede crear partiendo del mundo. Si todos los animales quieren sobrevivir, y el hombre es uno más de esos animales (sólo que está indefenso ante el mundo, y es capaz de emplear cualquier estratagema que tenga a mano), el hombre sólo puede construir un mundo que no devenga, un mundo estable, fijo, permanente... que le dé la seguridad suficiente para vivir, para sobrevivir.” Juan José Colomina: “Verdad y concepto en la filosofía de F. Nietzsche”. “Pero surge un problema cuando el hombre olvida que es él mismo quien ha creado esos conceptos, esas categorías, esas verdades y las convierte en el mundo real, en lo único existente, en lo único que es. El hombre olvida que él es quien creó la Verdad, que sólo a él se debe la asociación entre los conceptos y las cosas del mundo, que en realidad los conceptos no expresan el mundo. El hombre ha olvidado su naturaleza creadora y ese recurso originario que tan sólo debía permitir que el hombre sobreviviera acabó convirtiéndose en aquello que ata el hombre al mundo y que ha acabado esclavizándolo. Ahora, el hombre es esclavo de un lenguaje (de conceptos) que ha olvidado que él mismo ha creado y que estructuró el mundo de una determinada manera.” Juan José Colomina: “Verdad y concepto en la filosofía de F. Nietzsche”. “El mundo de la apariencia ofrece multiplicidad e inseguridad, el hombre necesita seguridad. Necesita verdades que le muestren el mundo. Necesita de conceptos estables que le permitan dominar el mundo. El intelecto del hombre impone al mundo su yugo, impone al mundo sus categorías, categorías que sólo encarcelan las cosas del mundo, categorías que sólo atrapan y congelan el devenir, que someten al hombre y lo relegan. Los conceptos, las categorías, la Verdad, atan el hombre al mundo.
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Pero estos entes que catalogan y delimitan el mundo de las cosas y del hombre son algo erróneo. Esta categorización del mundo es falsa, es una construcción del hombre.” Juan José Colomina: “Verdad y concepto en la filosofía de F. Nietzsche”.
“Es por esto que el hombre nuevo, el espíritu libre, al que Nietzsche llama superhombre, que surge de admitir esta falsedad del mundo inteligible de los conceptos, de su valoración, de su Verdad, necesita desenmascarar la verdad, necesita desvelar lo que se oculta tras los conceptos y el conocimiento, necesita bucear en la historia y descubrir su verdadera cara, su naturaleza, descubrir el mundo tal como éste es, con su devenir, con su cambio, con su contradicción, con su confrontación de fuerzas, con su nunca idéntico.” Juan José Colomina: “Verdad y concepto en la filosofía de F. Nietzsche”. “Nietzsche tuvo la comprensión eminente de que el sentido de la idea tradicional de la verdad (concordancia del pensamiento con la cosa), exige que esta idea viva y muera juntamente con la idea espiritualista de Dios; y comprendió que, a su vez, esta idea de Dios no es más que una forma del "ideal ascético", ideal que él intentaba derribar mediante su "pesimismo dionisíaco" y su teoría del conocimiento (expuesta en Voluntad de Poderío), según la cual todas las formas mentales son solamente instrumentos de la voluntad de poderío en el hombre. “ M. Scheler: La idea del hombre y la historia.
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