1914-2014
Octavio Paz
1914-2014
La noche borra noches en tu rostro,derrama aceites en tus secos párpados,quema en tu frente el pensamientoy atrás del pensamiento la memoria.
Entre las sombras que te aneganotro rostro amanece.Y siento que a mi ladono eres tú la que duerme,sino la niña aquella que fuistey que esperaba que durmieraspara volver y conocerme.
PazOctavio
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GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO
Fausto Vallejo FigueroaGobernador Constitucional
Marco antonio aguilar cortésSecretario de Cultura
Paula cristina silVa torresSecretario Técnico
raúl olMos torresDirector de Promoción y Fomento Cultural
María catalina Patricia Díaz VegaDelegada Administrativa
Héctor Borges PalaciosJefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura
consejo nacional Para la cultura Y las artes
raFael toVar Y De teresa
Presidente
saúl juárez Vega
Secretario Cultural y Artístico
Francisco cornejo roDríguez
Secretario Ejecutivo
ricarDo caYuela gallY
Director General de Publicaciones
Introducción y selección de textos
RAÚL CASAMADRID
PazOctavio
1914-2014
Primera edición, 2014
Dr © Secretaría de Cultura de Michoacán
Dr © Secretaría de Cultura de MichoacánIsidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc,C.P. 58020, Morelia, MichoacánTels. (443) 322-89-00, 322-89-03, 322-89-42 www.cultura.michoacan.gob.mx
Antologador:Raúl Casamadrid
Diseño de portada y editorial:Jorge Arriola Padilla
ISBN: xxxxxxxxxxxxxxxx
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Impreso y hecho en México
Índice
Presentacíón 9
Octavio Paz: la memoria y la palabra 15
SONETO I 31
SONETO II 32
SONETO V 33
CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD 34
LA CAÍDA 38
PEQUEÑO MONUMENTO 41
POR LA CALLE DE GALEANA 43
LA PALABRA ESCRITA 45
ESCRITURA 47
CONVERSAR 49
LAS PALABRAS 51
LA PALABRA DICHA 52
SILENCIO 55
VISITAS 56
NUEVO ROSTRO 57
HERMOSURA QUE VUELVE 58
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Paz
Presentación
Marco Antonio Aguilar Cortés
Los fantasmas de nuestros bicentenarios y centenarios, a partir del 2010, siguen re-corriendo e inquietando las más secretas
raíces que nutren y atan a los mexicanos.Eso que nos alimenta y liga fue analizado
con profunda maestría por Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950); y hoy, en este año 2014 en que recordamos el centenario de su nacimiento, nos es obligado retornar a la relectura de sus obras, con preocupación, aún sabiendo que nos generará encanto.
En mi caso tengo subrayados sus textos, a los que al margen he dedicado anotaciones personales. Esto me ha facilitado las frecuentes consultas.
Antecedente de las reflexiones que Paz tuvo sobre lo mexicano fue, sin lugar a duda, lo escrito por, quien sus años de preparatoria los pasara en el Primitivo y Nacional Colegio de
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San Nicolás de Hidalgo, Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México (1934); empero, Octavio ahonda, amplía y actualiza, ese tema inacabable y controversial, tan per-tinaz y debatible como todo lo que cambia y que, además, multiplica con frecuencia inau-dita las perspectivas para ser estudiado.
Siempre será un material aleccionador leer lo que fueron en su tiempo, y lo que son para el nuestro: los pachucos y sus extremos; las más-caras mexicanas; el día de todos los santos y el de muertos; la Malinche y sus hijos; la conquis-ta y la colonia; la etapa de la Independencia, la de Reforma y la de la Revolución de 1910; la inteligencia mexicana hasta la primera mitad del siglo XX; y, la dialéctica de la soledad. Sin embargo, el meollo del problema inicial plan-teado por Ramos y por Paz fue, ¿el porqué del sentimiento de inferioridad que los mexicanos llevamos dentro?
Y ambos observan, también en principio, que los mexicanos portamos “la instintiva des-confianza acerca de nuestras capacidades... lo que nos conduce a un sentimiento de in-ferioridad... por lo que tenemos predilección por el análisis... por la crítica de lo creado por
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Paz
otros... debido a la escasez de nuestras pro-pias creaciones”.
Ramos señaló algunas causas a ese senti-miento de minusvalía. Paz acrecienta en todos sentidos esa hermenéutica y, por ejemplo, ex-terna: “Al repudiar a la Malinche -Eva mexica-na, según la representa José Clemente Orozco en su mural de la Escuela Nacional Prepara-toria- el mexicano rompe sus ligas con el pa-sado, reniega de su origen y se adentra solo en la vida histórica... de ahí que el sentimiento de orfandad sea el fondo constante de nuestras tentativas políticas y de nuestros conflictos ín-timos. México está tan solo como cada uno de sus hijos.”
Sobre ese tema, y algunos otros de interés, tuvimos el privilegio de platicar con Octavio Paz durante una de sus visitas a la ciudad de Mo-relia, invitado y envuelto por un grupo activo de jóvenes inteligentes y prometedores en los atractivos campos de la literatura: Patricia Maga-ña, Fernando Ramírez, Gaspar Aguilera, y José Mendoza. Y en ese entonces en la cena, después de su conferencia, nos dijo algo que más tarde le volví a escuchar, y a leer: “Nos buscamos a nosotros mismos y encontramos a los otros.”
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Y está claro, los mexicanos no somos una nota sin pentagrama, inasible y sola; somos parte sustancial, como todos los demás hom-bres, de la gran sinfonía que la humanidad ha venido interpretando en el transcurrir de dece-nas de miles de siglos.
En el 1975, en un ciclo de conferencias que diera en el Colegio Nacional el 4, 6, 11, 13, 18 y 20 de marzo, Paz habló, a pretexto de sus “Cuarenta años de escribir poesía”, de su prehistoria, de su historia, y de su futuro. Ahí, más que establecer sus datos biográficos de tipo literario, insertó sus obras en el contex-to de la literatura universal. ¡Actitud coherente!
En este libro ante tu vista, amable lector, encontrarás una magnífica introducción escri-ta por Raúl Casamadrid. La selección de esta antología fue por él elaborada, al igual que las notas respectivas. Sólo pedí que se incluyera, por así disponerlo el Gobernador Fausto Valle-jo Figueroa, el significativo poema Hermosura que envuelve.
En ese discurrir poético la palabra mágica de Paz nos confiesa: “... O en Morelia, bajo los arcos rosados del antiguo acueducto, ni desde-ñosa ni entregada centelleas. El telón de este
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Paz
mundo se abre en dos. Cesa la vieja oposición entre verdad y fábula, apariencia y realidad ce-lebran al fin sus bodas, sobre las cenizas de las mentirosas evidencias se levanta una columna de seda y electricidad, un pausado chorro de belleza.”
Formulo votos para que este libro tenga muchos lectores; y que todos ellos, al llegar a sus cerebros las semillas que Paz produjo, las hagan germinar en nuevos y mejores conceptos.
Marzo 2014.
Octavio Pazla memoria y la palabra
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Paz
Octavio Paz Lozano vio la luz primera el 31 de marzo de 1914 en el barrio capitalino de Mixcoac.
Su obra abarcó varios géneros literarios, destacándose especialmente como poeta y ensayista. Paz desciende de una línea de hombres involucrados con las letras y la cuestión política. Su abuelo, Irineo Paz, con quien convivió durante sus primeros años, fue un novelista representante de la intelectualidad liberal de su época. Su padre, Octavio Paz Solórzano, fue diputado; colaboró como abogado para Emiliano Zapata y fue también asesor de José Vasconcelos. Como estudiante, tuvo oportunidad de conocer a los escritores del
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grupo de los Contemporáneos, con quienes estableció fuertes lazos intelectuales. Admiró especialmente a Jorge Cuesta, de quien heredó el rigor intelectual y su profundidad poética.
En marzo de 1937, reconocido ya como la pluma lírica joven más prometedora de su generación, Octavio Paz decide sumar a su labor poética el trabajo del compromiso social. Simpatizante del sector juvenil del Partido Comunista Mexicano (PCM) y de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), viaja a Mérida, Yucatán, para impartir clases y sumarse al proyecto de educación dedicado a los hijos de obreros y campesinos. Posteriormente, inquieto y trabajador funda, primero, la revista Taller, y después, El hijo pródigo. El poeta, desde temprana edad, se había interesado por lo social y en cuanto tuvo oportunidad se embarcó –al lado de la que sería después su esposa, Elena Garro– hacia España, como miembro de la delegación
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Paz
mexicana al Congreso Antifascista, para luchar junto a los republicanos y en contra de los franquistas. Con el paso del tiempo y al igual que sus amigos militantes del PCM, José Revueltas y Efraín Huerta, Octavio Paz acabaría convirtiéndose en un declarado antiestalinista.
En 1943, recibe la Beca Guggenheim y viaja a los Estados Unidos, lo cual le permite observar, de primera mano, en Berkeley, California, el intenso fenómeno migratorio que se llevaba a cabo en todo lo largo de la frontera norte. Este contacto le impulsa a definir los puntos clave de cuanto sería su primer ensayo trascendental: El laberinto de la soledad. A partir de su ingreso al servicio diplomático, en la Secretaría de Relaciones Exteriores, Paz aprovecha sus visitas a distintos países –como Francia, la India y Japón– para ir afinando su comprensión de los diversos idiomas y de las variadas culturas que caracteriza la originalidad de su obra. Depura así, al
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ampliar sus conocimientos humanísticos, la intensidad de su poesía; la cual, a través de este proceso de maduración, llega a adquirir un carácter lírico universal. Su labor diplomática se ve interrumpida a raíz de los funestos acontecimientos que sucedieron en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1968, en Tlatelolco. En apoyo a los integrantes del movimiento social de aquel año en México, Octavio Paz renuncia a su puesto como embajador en Nueva Delhi. Este gesto, valiente y decidido, lo distinguiría siempre como un hombre de su tiempo.
Paz regresa a los Estados Unidos, en donde se desempeña como catedrático, pero vuelve a México para dirigir la revista Plural, publicación que marcaría un espacio definitivo de libertad para el tratamiento de lo relativo a la literatura, la política, la cul-tura, la sociedad y la filosofía. Esta revista desaparece cuando el aparato gubernamen-tal del echeverriato decide acabar de golpe con la dirigencia del periódico Excélsior –el
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Paz
segundo diario más antiguo del país-, dis-minuyéndolo, junto con sus publicaciones asociadas –entre las que destacaba Plural–, a una triste caricatura de lo que antes fuera. Del consejo editorial saliente de Excélsior, el periódico de la vida nacional, nacieron otras publicaciones: Julio Scherer fundó la revista semanal Proceso, Manuel Becerra Acosta hizo lo propio con el periódico Uno más Uno (diario que más tarde, en 1983, sufriría su propio cisma –el cual daría lugar a la creación de La Jornada–), y Octavio Paz, junto a otros antiguos miembros del conse-jo editorial de Plural, fundaría la legendaria revista Vuelta.
En 1990, Octavio Paz recibe, de manos de la Academia Sueca, el Premio Nobel de Literatura, “por una apasionada escritura con amplios horizontes, caracterizada por la inteligencia sensorial y la integridad humanística”. A partir de entonces, al laureado poeta, a quien se le criticaba ya por su poco apego a los movimientos
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revolucionarios latinoamericanos y por sus acercamientos intermitentes a la figura del ogro filantrópico, se le consideró como a un ente totémico e inalcanzable, caprichoso y voluble. Nada más lejos de la realidad: Octavio Paz, a pesar del apoyo gubernamental y privado del que hubieran deseado gozar tirios y troyanos, siempre fue congruente consigo mismo y tampoco se obsequió con autoconcesiones. En 1978, definió con el nombre de El ogro filantrópico, en su obra homónima, al Estado mexicano. Se trata de un ensayo político que sacudió conciencias. Pero, ¿quién o qué es el ogro filantrópico que de suyo es una contradicción? El ogro filantrópico es el Estado mexicano: un estado que manifiesta actos humanitarios y de solidaridad con la población; que asiste, que subsidia a los más pobres y patrocina a la cultura y a las artes. Pero un estado que es, al mismo tiempo, paternalista, centralizado, regresivo, violento y –llegado
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Paz
el caso– represor. El poeta siempre estuvo consciente de la vocación maquiavélica de los líderes del estado mexicano; mas, ante la presencia de este ogro, de este ser mítico mexicano, de este gigante bárbaro mitad Quetzalcóatl y mitad Tezcatlipoca, su voz representó la postura de, al menos, una parte significativa de la intelectualidad mexicana de su tiempo.
A Octavio Paz no le faltaron epígonos ni actores contestatarios, pero pocos –de uno y de otro lado–, estuvieron a su altura. Fueron famosas sus controversias con escritores de la talla de Daniel Cosío Villegas, Carlos Fuentes, Julio Scherer, Mario Vargas Llosa, Jorge Aguilar Mora y Carlos Monsiváis. Sin embargo, en todos estos debates privó siempre el respeto y la consideración; jamás palabras altisonantes ni construcciones esquemáticas, colmadas de ideas torpes y al vuelo. Fiel a su propio pensamiento, también Paz fue capaz de reconocer sus errores, así como de modificar sus posturas.
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Sin importar qué derroteros hubieran tomado sus amigos, Paz se mantuvo fiel y devoto al afecto del compañerismo. Como cuando visitó a José Revueltas, en la cárcel de Lecumberri: el antiguo Palacio Negro (hoy, Archivo General de la Nación). Escribe Pepe Revueltas en una carta dirigida a su hija Andrea durante mayo de 1971: “El domingo pasado vino a verme Octavio Paz. Como siempre, magnífico, limpio, honrado…”
Su obra lírica no es fácil de etiquetar o encasillar; el poeta se reconoce afín al surrealismo y al neomodernismo en sus tempranas obras; luego, su trabajo fue catalogado como existencial. Lo cierto es que las constantes en su labor poética están ligadas con la experimentación y con cierto inconformismo. Mas, lo que en su obra siempre es una garantía, es el sentimiento amoroso que la anima y una profundidad humanística que la emparenta con lo mejor de la poesía universal. Su poesía, sin discusión, es única y original; pletórica en
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Paz
imágenes de gran belleza enmarcadas en un ámbito espacial y atemporal; llena de signos lingüísticos y de representaciones intelectuales y sugerentes.
Además de sus ensayos y poemas, Paz incursionó también dentro de la dramatur-gia, donde construyó la pieza teatral La hija de Rapaccini, una obra en un acto estructu-rada en nueve escenas, a la cual su propio autor denominó un “poema dramático”. Se trata de una pieza estrenada en la ciudad de México durante 1956, y que es fundamental en cuanto a que prefigura los contenidos de uno de los poemas mayores de su autor: Pie-dra de sol (1957). Luego, Paz concibe otra obra lírica trascendental: se trata de Blanco (1966), poema trabajado con una estructura métrica capaz de provocar una experiencia insólita tanto en lo visual como dentro de lo auditivo. Para Adolfo Castañón, Blanco es “una propuesta de lectura múltiple y aleato-ria” que transita y trasciende en el tiempo.
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Al igual que José Revueltas y Efraín Huerta, Octavio Paz también tuvo relación con la época dorada del cine mexicano. En la película El rebelde (Romance de antaño), producida durante 1943, Jorge Negrete canta una melodía con letra de Octavio Paz y música de Manuel Esperón. Así lo recuer-da Alberto Ruy Sánchez al comentar que en este filme, estrenado el 12 de febrero de 1944 en el cine Palacio Chino, el Charro Cantor le da voz a una melodía escrita ex-profeso para la realización fílmica dirigida por Jaime Salvador: “el poeta de 29 años fue invitado a corregir el castellano de los diálogos de Jean Malaquais (quien trabaja-ba para el productor Oscar Danzinger) y a escribir una canción para Jorge Negrete”. La canción tiene muchos elementos del li-bro que el poeta publicó en 1942: A la orilla del mundo. Quizá, comenta Ruy Sánchez, de haber permanecido en el país –pues por aquellos días recibió la beca de la funda-ción Guggenheim y posteriormente ingresó
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Paz
al servicio diplomático– “habría trabajado más para el cine mexicano, como lo hicie-ron José Revueltas, Efraín Huerta y otros de sus amigos de la época”.
La tragedia se abatió sobre el laureado poeta; enfermo y disminuido físicamente, el vate sufrió en diciembre de 1996 un incendio en su departamento de las calles de Río Gua-dalquivir y Paseo de la Reforma, en la ciudad de México. Este hecho, aunado a sus padeci-mientos, minó definitivamente su salud, y el 19 de abril de 1998 falleció en la Casa de Al-varado, situada en la calle de Francisco Sosa, en el Barrio de Santa Catarina, Coyoacán, convertida ahora en la Fonoteca Nacional.
Se presenta a continuación una breve muestra de la poesía de Octavio Paz, compuesta por unos cuantos sonetos de su primera época; entre los que destacan La Caída, dos sonetos, compuestos a la muerte de su querido amigo, el poeta y alquimista Jorge Cuesta, quien se diera
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muerte trágicamente durante el año de 1942. También están un par de textos dedicados a dos escritores mayores que iluminaron el ámbito de las letras en el país. Se trata de Pequeño monumento, dedicado al poeta y editor nayarita Alí Chumacero, y Por la calle de Galeana, un magnífico e inquietante texto dedicado a su amigo, el filósofo y también poeta, de origen catalán, Ramón Xirau.
Los demás textos que componen esta antología mínima giran alrededor de aque-llo que más preocupó al escritor: la palabra. La palabra como manantial, como vertiente; pero también como pozo: estanque de su-perficie reflejante o agitado océano de letras, signos, símbolos y significados. Esta pequeña selección, compuesta por una escasa vein-tena de textos, es solo una invitación para acercarse a la obra del escritor que vive en cada uno de sus poemas y en todos sus en-sayos: un autor mexicano y universal, de su tiempo, de nuestro tiempo, de la memoria, de la escritura, de las palabras y del silencio.
PazOctavio
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Paz
SONETO I
Inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud se cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante,
detenido esplendor del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y fuego equidistante.
Espada, llama, incendio cincelado,
que ni mi sed aviva ni la mata,
absorta luz, lucero ensimismado:
tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra oscura.
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SONETO II
El mar, el mar y tú, plural espejo,
el mar de torso perezoso y lento
nadando por el mar, del mar sediento:
el mar que muere y nace en un reflejo.
El mar y tú, su mar, el mar espejo:
roca que escala el mar con paso lento,
pilar de sal que abate el mar sediento,
sed y vaivén y apenas un reflejo.
De la suma de instantes en que creces,
del círculo de imágenes del año,
retengo un mes de espumas y de peces,
y bajo cielos líquidos de estaño
tu cuerpo que en la luz abre bahías
al oscuro oleaje de los días.
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Paz
SONETO V
Cielo que gira y nube no asentada
sino en la danza de la luz huidiza,
cuerpos que brotan como la sonrisa
de la luz en la playa no pisada.
¡Qué fértil sed bajo tu luz gozada!,
¡qué tierna voluntad de nube y brisa
en torbellino puro nos realiza
y mueve en danza nuestra sangre atada!
Vértigo inmóvil, avidez primera,
aire de amor que nos exalta y libra:
danzan los cuerpos su quietud ociosa,
danzan su propia muerte venidera,
y nuestra sangre oscuramente vibra
su miserable desnudez gozosa.
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CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD
I
Devora el sol final restos ya inciertos;
el cielo roto, hendido, es una fosa;
la luz se atarda en la pared ruinosa;
polvo y salitre soplan sus desiertos.
Se yerguen más los fresnos, más despiertos,
y anochecen la plaza silenciosa,
tan a ciegas palpada y tan esposa
como herida de bordes siempre abiertos.
Calles en que la nada desemboca,
calles sin fin andadas, desvarío
sin fin del pensamiento desvelado.
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Paz
Todo lo que me nombra o que me evoca
yace, ciudad, en ti, yace vacío,
en tu pecho de piedra sepultado.
IV
(Cielo)
Frío metal, cuchillo indiferente,
páramo solitario y sin lucero,
llanura sin fronteras, toda acero,
cielo sin llanto, pozo, ciega fuente.
Infranqueable, inmóvil, persistente,
muro total, sin puertas ni asidero,
entre la sed que da tu reverbero
y el otro cielo prometido, ausente.
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Sabe la lengua a vidrio entumecido,
a silencio erizado por el viento,
a corazón insomne, remordido.
Nada te mueve, cielo, ni te habita.
Quema el alma raíz y nacimiento
y en sí misma se ahonda y precipita.
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Paz
V
Fluye el tiempo inmortal y en su latido
sólo palpita estéril insistencia,
sorda avidez de nada, indiferencia,
pulso de arena, azogue sin sentido.
Hechos ya tiempo muerto y exprimido
yacen la edad, el sueño y la inocencia,
puñado de aridez en mi conciencia,
vana cifra del hombre y su gemido.
Vuelvo el rostro: no soy sino la estela
de mí mismo, la ausencia que deserto,
el eco del silencio de mi grito.
Todo se desmorona o se congela:
del hombre sólo queda su desierto,
monumento de yel, llanto, delito.
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LA CAÍDA
I
a la memoria de Jorge Cuesta
Abre simas en todo lo creado,
abre el tiempo la entraña de lo vivo,
y en la hondura del pulso fugitivo
se precipita el hombre desangrado.
¡Vértigo del minuto consumado!
En el abismo de mi ser nativo,
en mi nada primera, me desvivo:
yo mismo frente a mí, ya devorado.
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Paz
Pierde el alma su sal, su levadura,
en concéntricos ecos sumergida,
en sus cenizas anegada, oscura.
Mana el tiempo su ejército impasible,
nada sostiene ya, ni mi caída,
transcurre solo, quieto, inextinguible.
II
Prófugo de mi ser, que me despuebla
la antigua certidumbre de mí mismo,
busco mi sal, mi nombre, mi bautismo,
las aguas que lavaron mi tiniebla.
Me dejan tacto y ojos sólo niebla,
niebla de mí, mentira y espejismo:
¿qué soy, sino la sima en que me abismo,
y qué, si no el no ser, lo que me puebla?
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El espejo que soy me deshabita:
un caer en mí mismo inacabable
al horror del no ser me precipita.
Y nada queda sino el goce impío
de la razón cayendo en la inefable
y helada intimidad de su vacío.
41
Paz
PEQUEÑO MONUMENTO
a Alí Chumacero
Fluye el tiempo inmortal y en su latido
sólo palpita estéril insistencia,
sorda avidez de nada, indiferencia,
pulso de arena, azogue sin sentido.
Resuelto al fin en fechas lo vivido
veo, ya edad, el sueño y la inocencia,
puñado de aridez en mi conciencia,
sílabas que disperso sin ruido.
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Vuelvo el rostro: no soy sino la estela
de mí mismo, la ausencia que deserto,
el eco del silencio de mi grito.
Mirada que al mirarse se congela,
haz de reflejos, simulacro incierto:
al penetrar en mí me deshabito.
43
Paz
POR LA CALLE DE GALEANA
a Ramón Xirau
Golpean martillos allá arriba
voces pulverizadas
Desde la punta de la tarde bajan
verticalmente los albañiles
Estamos entre azul y buenas noches
aquí comienzan los baldíos
Un charco anémico de pronto llamea
la sombra de un colibrí lo incendia
Al llegar a las primeras casas
el verano se oxida
Alguien ha cerrado la puerta alguien
habla con su sombra
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Pardea ya no hay nadie en la calle
ni siquiera este perro
asustado de andar solo por ella
Da miedo cerrar los ojos
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Paz
LA PALABRA ESCRITA
Ya escrita la primera
Palabra (nunca la pensada
Sino la otra –ésta
Que no la dice, que la contradice,
Que sin decirla está diciéndola)
Ya escrita la primera
Palabra (uno, dos, tres-
Arriba el sol, tu cara
En el centro del pozo,
Fija como un sol atónito)
Ya escrita la primera
Palabra (cuatro, cinco-
No acaba de caer la piedrecilla,
Mira tu cara mientras cae, cuenta
La cuenta vertical de la caída)
Ya escrita la primera
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Palabra (hay otra, abajo,
No la que está cayendo,
La que sostiene al rostro, al sol, al tiempo
Sobre el abismo: la palabra
Antes de la caída y de la cuenta)
Ya escrita la primera
Palabra (dos, tres, cuatro-
Verás tu rostro roto,
Verás un sol que se dispersa,
Verás la piedra entre las aguas rotas,
Verás el mismo rostro, el mismo sol
Fijo sobre las mismas aguas)
Ya escrita la primera
Palabra (sigue,
No hay más palabras que las de la cuenta)
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Paz
ESCRITURA
Cuando sobre el papel la pluma escribe,
a cualquier hora solitaria,
¿quién la guía?
¿A quién escribe el que escribe por mí,
orilla hecha de labios y de sueño,
quieta colina, golfo,
hombro para olvidar al mundo para siempre?
Alguien escribe en mí, mueve mi mano,
escoge una palabra, se detiene,
duda entre el mar azul y el monte verde.
Con un ardor helado
contempla lo que escribo.
Todo lo quema, fuego justiciero.
Pero este juez también es víctima
y al condenarme, se condena:
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no escribe a nadie, a nadie llama,
a sí mismo se escribe, en sí se olvida,
y se rescata, y vuelve a ser yo mismo
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Paz
CONVERSAR
En un poema leo:
conversar es divino.
Pero los dioses no hablan:
hacen, deshacen mundos
mientras los hombres hablan.
Los dioses, sin palabras,
juegan juegos terribles.
El espíritu baja
y desata las lenguas
pero no habla palabras:
habla lumbre. El lenguaje,
por el dios encendido,
es una profecía
de llamas y una torre
de humo y un desplome
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de sílabas quemadas:
ceniza sin sentido.
La palabra del hombre
es hija de la muerte.
Hablamos porque somos
mortales: las palabras
no son signos, son años.
Al decir lo que dicen
los nombres que decimos
dicen tiempo: nos dicen.
Somos nombres del tiempo.
Conversar es humano.
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Paz
LAS PALABRAS
Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
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LA PALABRA DICHA
La palabra se levanta
de la página escrita.
La palabra,
labrada estalactita,
grabada columna,
una a una letra a letra.
El eco se congela
en la página pétrea.
Ánima,
blanca como la página,
se levanta la palabra.
Anda
sobre un hilo tendido
del silencio al grito,
sobre el filo
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Paz
del decir estricto.
El oído: nido
o laberinto del sonido.
Lo que dice no dice
lo que dice: ¿cómo se dice
lo que no dice?
Di
tal vez es bestial la vestal.
Un grito
en un cráter extinto: en otra galaxia
¿cómo se dice ataraxia?
Lo que se dice se dice
al derecho y al revés.
Lamenta la mente
de menta demente:
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cementerio es sementero,
simiente no miente.
Laberinto del oído,
lo que dices se desdice
del silencio al grito
desoído.
Inocencia y no ciencia:
para hablar aprende a callar.
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Paz
SILENCIO
Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.
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VISITAS
A través de la noche urbana de piedra y sequía
entra el campo a mi cuarto.
Alarga brazos verdes con pulseras de pájaros,
con pulseras de hojas.
Lleva un río de la mano.
El cielo del campo también entra,
con su cesta de joyas acabadas de cortar.
Y el mar se sienta junto a mí,
extendiendo su cola blanquísima en el suelo.
Del silencio brota un árbol de música.
Del árbol cuelgan todas las palabras hermosas
que brillan, maduran, caen.
En mi frente, cueva que habita un relámpago...
Pero todo se ha poblado de alas.
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Paz
NUEVO ROSTRO
La noche borra noches en tu rostro,
derrama aceites en tus secos párpados,
quema en tu frente el pensamiento
y atrás del pensamiento la memoria.
Entre las sombras que te anegan
otro rostro amanece.
Y siento que a mi lado
no eres tú la que duerme,
sino la niña aquella que fuiste
y que esperaba que durmieras
para volver y conocerme.
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1914-2014
HERMOSURA QUE VUELVE
En un rincón del salón crepuscular
O al volver una esquina en la hora indecisa y blasfema,
O una mañana parecida a un navío atado al horizonte,
O en Morelia, bajo los arcos rosados del antiguo acueducto,
Ni desdeñosa ni entregada, centelleas.
El telón de este mundo se abre en dos.
Cesa la vieja oposición entre verdad y fábula,
Apariencia y realidad celebran al fin sus bodas,
Sobre las cenizas de las mentirosas evidencias
Se levanta una columna de seda y electricidad,
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Paz
Un pausado chorro de belleza.
Tú sonríes, arma blanca a medias desenvainada.
Niegas al sueño en pleno sueño,
Desmientes al tacto y a los ojos en pleno día.
Tú existes de otro modo que nosotros,
No eres la vida pero tampoco la muerte.
Tú nada más estás,
Nada más fulges, engastada en la noche.
Se terminó de imprimir en marzo de 2014en los talleres gráficos de Impresora Gospaubicados en Jesús Romero Flores no.1063,
colonia Oviedo Mota, C.P.58060en Morelia, Michoacán, México
La edición consta de 1,000 ejemplaresy estuvo al cuidado del Departamento de
Literatura y fomento a la Lectura.