Para un cristiano la respuesta a todos los males, injusticias
y sufrimientos, no está en la reencarnación, creer
eso, sería negar los méritos
salvíficos de nuestro Señor en la cruz porque Dios amó tanto al
mundo que envió a Su único Hijo
para que todo el que crea en Él
tenga vida eterna.
La respuesta está en las bienaventuranzas
que glorifican ya en esta vida, a los que viven como Jesús
nos enseñó: pobres de corazón, justos, misericordiosos, limpios,
etc.
Esa es la meta espiritual, el sendero de la santidad que nos lleva a la fuente del amor mismo y que todos estamos
llamados a seguir.
Quien recorre este sendero de amor
aún en medio de las dificultades,
vislumbra ya en esta vida, la gloria que le espera porque
al confiar en Dios vive en paz y el gozo interior es el premio
a su confianza.
En el monte de Sinaí, Moisés recibe la revelación de Dios ofrecida en la Palabra hecha Ley.
En el monte de la Bienaventuranza, Jesús muestra la nueva ley,
es la teofanía, la nueva revelación de dicha, de gozo, de alegría,
que se puede encontrar en medio de las dificultades y el dolor,
porque el camino está ofrecido desde la perspectiva del amor.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
Mateo 5, 1-12
“Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 3)
La pobreza de Espíritu, más que un concepto social
se refiere a un concepto teológico.
Se refiere a ser desprendidos de lo mucho o poco que
tengamos, a no tener apegos de ningún
tipo, porque no se puede servir
a dos señores.
Es necesario vaciarse para dar lugar
a la gracia divina que nos introduce al Reino de los
Cielos.
“Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.” (Mt 5, 4)
La paciencia o mansedumbre, implica una
gran fortaleza para vencer el mal con el
bien, no porque no existan deseos de imponerse, sino porque la vida está puesta en Dios, que
da a cada uno lo que le corresponde.
Los mansos saben soportar porque ven lo que está más
allá... la tierra que vendrá,
el mundo nuevo que empieza acá,
el mundo con el que soñamos
y para eso falta paciencia, mansedumbre.
“Felices los que lloran, porque serán consolados.” (Mt 5, 5)
Todos pasamos por el dolor, pero para los que esperan en
Dios el sufrimiento se torna
redentor, porque es Cristo quien sufre
con ellos para luego llenarlos con la luz gloriosa de la nueva
vida que trae alivio, paz, gozo, alegría
y la capacidad de acompañar a otros que sufren.
“Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.” (Mt 5, 6)
La justicia de la que aquí se habla, tiene que ver en la
relación con Dios, con los demás
y con lo creado, que debería tener un orden, pero el
pecado ha destruido las relaciones.
Sólo el amor comprometido, entregado, que se expresa en sacrificio, pone las cosas
en su lugar, porque lo ordena todo
desde adentro hacia afuera.
“Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.”
(Mt 5, 7)
Esta bienaventuranza lleva a alegrarse por la
conversión de nuestros hermanos y a
perdonar a los que nos persiguen, deseándoles el
bien de la salvación.
El que ve la misericordia de Jesús ve la misericordia del
Padre y esa misericordia ha de reflejarse en nosotros, si
queremos obtenerla, porque de ella depende
nuestra salvación.
“Felices los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.” (Mt 5, 8)
En el lenguaje de la Sagrada Escritura el corazón indica el centro de la persona, es decir su vida interior y espiritual.
La pureza de corazón se refiere
al culto filial y como consecuencia,
al aborrecimiento del pecado, particularmente el
pecado de lujuria.
Vivir como hijos asegura una visión futura del Padre, que
será mucho más perfecta y clara.
“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados
hijos de Dios.” (Mt 5, 9)
En la literatura rabínica, la expresión hebrea ‘oséh
shalom’, el que hace la paz, se aplica a los que se empeñan en
reconciliar a las personas y a pacificar
los espíritus.
Paz y unidad, van juntos y son casi sinónimos.
Los hijos de Dios han de ser, por lo tanto, pacificadores
y reconciliadores.
“Felices los que son perseguidos por practicar la justicia,
porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.”
“Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos,
y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.”
“Alégrense y regocíjense entonces, porque tendrán una gran recompensa en el cielo.” (Mt 5, 10-12)
La Iglesia nació en medio de persecuciones, y desde
entonces siempre la acompañaron.
Los métodos van cambiando según las épocas porque el
hombre,por ceguera espiritual,
se estanca en lo material, en sus pasiones
desordenadas y por ignorancia, aborrece o
se alejade Dios, fuente de verdadera
felicidad y amor.
Los hijos de Dios ya tienen la vida eterna y todos los dones
del Reino.
Esta situación presente, está abierta a los desarrollos futuros de la gracia divina.
Entrar en el Reino de los Cielos,
es como entrar en la relación filial con el Padre, vivir como
hijo, por lo tanto se actúa imitando al Padre y realizando las obras
de su amado hijo Jesús.
Dios mío, haz que nuestro diario vivir sea acorde
con tus bienaventuranzas, para que empecemos en
esta vida a gozar de la gloria y el consuelo divino que nos
aguarda.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo que contigo vive y
reina en unidad del Espíritu
Santo. Amén
Las imágenes son del sitio donde Jesús pronunció las Bienaventuranzas, sendero de amor, y corona de
gloria de todo cristiano.
http://siembraconmigo.blogspot.com
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