Download - Pedro M. Vílloraddata.over-blog.com/xxxyyy/2/56/69/67/TEXTES-CA...estudiado que te han educado tan mal. Dile a tus padres que pongan una reclamación y a lo mejor la ganan. LAURA.-

Transcript

1

Pedro M. Víllora

TRES MUJERES PÚBLICAS

Personajes:

Laura / Victoria / Carmen

Juan / Alberto / Toño

Lena

2

ESCENA PRIMERA

(Es de noche. Laura, una bella mujer vestida elegantemente de

fiesta, mira por la ventana. El lugar en el que se encuentra está a

oscuras, iluminado únicamente por la luz eléctrica que entra desde

la calle. Se abre la puerta y aparece Juan, que enciende las luces del

apartamento y se sorprende al encontrar allí a Laura.)

JUAN.- ¿Qué haces aquí?

LAURA.- ¿Te molesto?

JUAN.- Me sorprende. ¿Cómo has entrado? No me digas que me he dejado

la puerta abierta.

LAURA.- Tengo llaves. ¿No te acuerdas? Me las diste tú mismo.

JUAN.- Se supone que las tienes como copia de seguridad, por si alguna

vez pierdo las mías.

LAURA.- Si te molesta que las haya usado, me voy.

JUAN.- Si las has usado, imagino que lo necesitabas.

LAURA.- Entonces, ¿puedo quedarme?

JUAN.- ¿Te he pedido que te marches?

LAURA.- Eso no es una respuesta.

JUAN.- ¿Necesitas que te responda?

LAURA.- ¿Sólo vas a hablar a base de preguntas?

JUAN.- Está bien, está bien; comencemos de nuevo. Hagamos como que

salgo un momento y vuelvo a entrar… Cariño, qué alegría verte.

LAURA.- Yo también me alegro.

JUAN.- Seguro que sí.

3

LAURA.- Juan, no estoy para juegos.

JUAN.- ¿Ni siquiera inocentes?

LAURA.- No estoy de humor.

JUAN.- ¿La terapia ha empezado ya o tengo tiempo para quitarme la

chaqueta?

LAURA.- Tú sabrás. La casa es tuya.

JUAN.- Sí, señora. Con su permiso, señora. ¿Manda algo más la señora?

LAURA.- Quiero beber algo.

JUAN.- ¿Estricnina, cianuro, arsénico? Aguarrás no me queda.

LAURA.- ¿Chupito de manzana?

JUAN.- Mejor un chupetón.

LAURA.- Prefiero servirme a mí misma.

JUAN.- ¿Desde cuándo bebes a estas horas?

LAURA.- Pues no sé. Depende.

JUAN.- «La senadora Laura Mazcuñán se emborracha en casa del

diseñador Juan Codina». Lo tuyo no es sed, sino hambre de titulares;

reconócelo.

LAURA.- Laurita llega cansada después de un día duro y su supuesto

mejor amigo le da la espalda.

JUAN.- Reconoce que es de lo más ridículo. La gente no llega a casa

después de trabajar y se pone a beber, igual que tampoco nadie le da

al vino tinto mientras prepara una lubina; sin embargo, no hay

anuncio de muebles de cocina donde el ama de casa no tenga una

copa en una mano y un manojito de perejil en la otra.

LAURA.- Puedo beber agua, si tanto te molesta.

JUAN.- ¿Tú nunca te preguntas esas cosas?

LAURA.- No, creo que no.

JUAN.- Yo tampoco, pero algo tengo que hacer hasta que te dignes a

decirme qué haces en mi casa a estas horas, cómo no has avisado,

4

por qué has usado mis llaves y, sobre todo, en qué colegio has

estudiado que te han educado tan mal. Dile a tus padres que pongan

una reclamación y a lo mejor la ganan.

LAURA.- ¿Quieres que me vaya?

JUAN.- Quiero que escojas un vídeo, te tumbes en el sofá y me hagas un

sitio a tu lado. No tengo ninguna película de guerra, así que espero

que no vengas en plan violento. Pero si sólo son penas del corazón,

bastará con una de amor y lujo.

LAURA.- ¿Crees que he venido para contarte un problema sentimental?

JUAN.- Creo que sólo los del sentimiento son verdaderos problemas. El

resto son incordios que nos causan los demás, pero en el amor somos

nosotros los únicos culpables.

LAURA.- El amor es cosa de dos.

JUAN.- Pero el dolor es sólo de aquel al que le gusta sufrir. ¿No te quiere?

Pues búscate a otro porque eso no tiene remedio. ¿No le quieres tú?

Déjalo en paz y sal de su vida.

LAURA.- Ojalá fuese tan fácil.

JUAN.- Ah, así que tienes problemas sentimentales y no se te ha ocurrido

nada mejor que venir a ver al pobre Juan para contárselos. Déjame

que adivine: has llegado a casa antes de la hora y te has encontrado a

Alberto en la cama con alguien; con una mujer, claro, no voy a tener

tanta suerte. ¿No es eso?

LAURA.- No sé si Alberto me la pega con nadie. No tengo ninguna

sospecha, y además no me importa.

JUAN.- Tampoco te importará si me pongo cómodo, ¿verdad? Si lo tuyo va

para largo prefiero ponerme el pijama, no vaya a quedarme dormido.

LAURA.- Si tanto te canso, me lo dices y en paz.

JUAN.- Para serte franco, sólo me cansas cuando estás en campaña, pero

me temo que eso lo conseguís el cien por cien de los candidatos.

5

LAURA.- Eres un frívolo.

JUAN.- Sólo con las cosas que valen la pena, y tú vales mucho, cariño.

LAURA.- Me temo que no todo el mundo piensa como tú.

JUAN.- Tu marido es tan tonto que no sabe ni pensar.

LAURA.- Esto ya no es cosa de Alberto, Juan. Soy yo. He dejado de creer

en mí misma.

JUAN.- Me encanta cuando te pones melodramática. «Ya no creo en mí

misma. El mundo se ha hecho pedazos. Juro que no volveré a pasar

hambre».

LAURA.- Escarlata O’Hara habría sido una rival temible. ¿Te la imaginas

coqueteando con los votantes y maquinando toda suerte de intrigas?

Seguro que no te habrías perdido ni uno solo de sus mítines.

JUAN.- Contrátame como asesor de imagen y así lograrás que no falte a los

tuyos.

LAURA.- Yo acudo a todos tus desfiles y aún no me has ofrecido que salga

a la pasarela.

JUAN.- Porque la gente se fijaría mucho en ti y nada en mi ropa. No

querrás robarme protagonismo en mi terreno, ¿verdad?

LAURA.- Podríamos llegar a un acuerdo. Un intercambio.

JUAN.- ¿Qué ofrecerías?

LAURA.- Mi escaño en la votación de mañana.

JUAN.- Tentador, si fuese posible… ¿Debatís algo interesante? ¿Delitos

fiscales? ¿Parejas de hecho?

LAURA.- Discriminación positiva en las administraciones públicas.

JUAN.- ¡La cuota femenina! Doy gracias al Cielo por dejarme al margen

de esas cosas.

LAURA.- ¿Te das cuenta de lo dura que es la vida de tu amiga?

JUAN.- Insulsa más que dura, me atrevería a decir. Me temo que el trato no

me interesa nada…

6

LAURA.- …Y además es imposible, con lo que no sacamos nada en claro

por ese camino.

JUAN.- ¿De verdad no te ha pasado nada con Alberto?

LAURA.- De verdad que no.

JUAN.- Estás mintiendo.

LAURA.- ¿Por qué no hablamos de otra cosa?

JUAN.- ¿El tiempo te parece un buen tema?

LAURA.- Algo que me haga reír.

JUAN.- Cariño, soy diseñador, no mamarracho. Si quieres un payaso,

búscalo en el circo.

LAURA.- ¡Qué desagradable!

JUAN.- Te estoy ofreciendo mi ayuda seriamente.

LAURA.- ¿Y acaso te la he pedido?

JUAN.- Negándote a expresar lo que sientes no solucionas nada.

LAURA.- Será que no hay nada que solucionar.

JUAN.- ¿Seguro? Entonces, ¿qué haces aquí conmigo jugando a las

escondidas en lugar de estar en tu casa con tu bello marido Alberto

preparando tu discurso de mañana?

LAURA.- Es una simple votación y yo no intervengo en el debate.

JUAN.- Eso da igual. Y déjate ya de rodeos, cariño. ¿Desde cuándo la

brillante senadora Laura Mazcuñán tiene miedo a ser directa y

precisa con los hechos y las palabras?

LAURA.- Desde que ha descubierto que su marido tiene celos de ella.

JUAN.- ¿Qué? ¿Te estás viendo con alguien y no me lo has dicho? ¿Qué

falta de confianza es esa? ¿Quién es él? ¿Lo conozco? Si tiene un

amigo para mí podríamos jugar a salir como parejitas.

LAURA.- ¿Por qué eres tan frívolo? Si no te importa lo que te digo, ¿para

qué me preguntas?

7

JUAN.- ¡Pero si me has hecho muy feliz! Un amante era lo único que te

faltaba para ser la más glamourosa de todas mis amigas.

LAURA.- Pues lo siento mucho por ti, pero yo no me estoy acostando con

nadie.

JUAN.- ¿Quién ha hablado de acostarse? ¡Qué vulgaridad! Ya supongo

que, de cara a la galería, se tratará de un «chevalier servant»; es

decir, el apéndice indispensable para señoras con clase.

LAURA.- Algo parecido a ti, supongo.

JUAN.- Tú sabrás si soy o no indispensable… Por lo menos para enseñarte

a vestir y comportarte.

LAURA.- Tus golpes bajos ya no tienen efecto, cielo. Hay cientos de

diseñadores que estarían encantados de tenerme como cliente, y hasta

dispuestos a hacerme más descuento que tú.

JUAN.- Pues no veo que acudas a sus hogares cuando estás en un apuro y

necesitas ayuda. ¿Qué pretendes? ¿Que os encubra? ¿Que os permita

convertir mi mansión en vuestra casa de citas, mi dormitorio en

vuestro nidito de pecado? Sólo lo haré si me dejáis que os mire desde

un rincón. Ah, y prometo quedarme callado.

LAURA.- ¿Y si te dijese que Alberto cree que mi amante eres tú?

JUAN.- Dios mío, el mundo está lleno de confusión y la gente habita en el

error. ¿Qué le lleva a equivocarse tanto?

LAURA.- Tiene motivos para sospecharlo: mi móvil está lleno de llamadas

tuyas…

JUAN.- …Que no siempre contestas.

LAURA.- Yo podría decir lo mismo de ti.

JUAN.- Soy un hombre ocupado, ya lo sabes.

LAURA.- ¿Ocupado? ¿Con quién?

JUAN.- ¡Ah! ¿Ahora te pones celosa tú? ¿Creías que eras la única mujer en

mi vida? Seguro que ahora empiezas a comprender al pobre Alberto.

8

LAURA.- Salvo que no he dicho que el pobre Alberto esté celoso de otro

hombre.

JUAN.- ¿Ah, no?

LAURA.- No. Está celoso de mí.

JUAN.- ¿De ti?

LAURA.- ¡De mí!

JUAN.- ¿Y no de nadie más?

LAURA.- ¡Sólo de mí!

JUAN.- Pues acláramelo porque ahora sí que no comprendo nada.

LAURA.- Alberto me pidió hace unos días que presente mi dimisión.

JUAN.- ¿Pero tú estás loca? ¿En qué lío te has metido? ¿No estarás

enredada en ningún caso de corrupción, verdad?

LAURA.- ¿Pero por quién me tomas? Anda, Juan; no digas tonterías.

Como si no me conocieras.

JUAN.- Pues empiezo a dudarlo. Si no, tú dirás. ¿A quién se le ocurre

dimitir en un país en el que nadie dimite?

LAURA.- No hables como un comentarista de actualidad, por favor, que no

estamos en una tertulia de radio.

JUAN.- Dime que se trata de una broma.

LAURA.- Mentiría si lo dijese, y tú no querrás inducir a una senadora a

mentir. ¿Ves? Esto de ahora sí es una broma, pero lo que te he dicho

antes no lo es.

JUAN.- ¿Y por qué? ¿Qué razón tiene para pedirte que hagas semejante

disparate?

LAURA.- ¿Verdad que es absurdo?

JUAN.- ¿Me lo quieres contar de una vez?

LAURA.- Es que lo absurdo es que no hay ninguna razón. No, no la hay.

Ni he hecho uso de fondos reservados, ni he roto la disciplina de

partido, ni tengo ningún enfrentamiento en el seno del grupo

9

parlamentario, ni por supuesto he cometido fraude alguno ni nada de

nada.

JUAN.- ¿Entonces?

LAURA.- Lo que te he dicho. Un problema de puros celos. Un antojo que

se le ha metido al señor entre ceja y ceja, que lo vuelve

completamente ciego y que no hay quien se lo saque.

JUAN.- ¿Tú estás absolutamente segura de lo que estás diciendo?

LAURA.- Segura del todo.

JUAN.- ¿Te lo ha dicho él?

LAURA.- No seas tonto. ¿Crees que estas cosas hace falta decirlas?

JUAN.- Ya imagino que no se habrá acercado a ti y te habrá dicho: «Laura,

te tengo celos». Pero supongo que algo habrá tenido que hacer o que

decir, ¿no te parece?

LAURA.- ¡Juan!

JUAN.- ¿Qué?

LAURA.- ¿No te estarás poniendo de su parte, verdad?

JUAN.- Me parece que eres tú la que tiene que cuidarse de no volverse

paranoica, ¿sabes?

LAURA.- Lo siento.

JUAN.- Eso está mejor. Ahora, cuentámelo todo. Te escucho.

LAURA.- No hay nada que contar. Quiero decir que no hay nada que se

pueda contar. No es algo concreto ni una situación que de repente

haya estallado ni nada parecido. Sé que no me estoy explicando bien,

pero es que se trata de algo que tienes que vivir para entenderlo.

JUAN.- ¿Tan grave es?

LAURA.- Es más… ¿cómo te diría?… como si fuesen pequeñas tonterías,

pequeñas discusiones aparentemente sin importancia pero que sí

importan, y mucho.

JUAN.- Por ejemplo…

10

LAURA.- No sé, ya te digo que no hay ningún ejemplo.

JUAN.- Si no te hubiese pasado nada grave hoy, no estarías aquí. Vamos,

confía en mí; te conozco mejor que tú misma.

LAURA.- Me he marchado de casa.

JUAN.- ¿Que has hecho qué?

LAURA.- Lo que has oído: me he ido de casa. Hoy. Esta noche. Era algo

que tenía que hacer y lo he hecho.

JUAN.- ¿Así? ¿Sin más?

LAURA.- Es fácil, ¿sabes? Abres la puerta, das un paso al frente y después

la cierras. O la dejas sin cerrar, que da igual.

JUAN.- Vamos, déjate ahora tú de bromas y cuéntamelo todo. Dices cosas

que no son propias de ti.

LAURA.- Te lo diré de otro modo, entonces. Alberto y yo teníamos que ir

esta noche a una cena en el Palace. Él todavía estaba afeitándose

cuando yo ya estaba vestida… Y sé que no es un vestido tuyo, pero

tú me perdonas.

JUAN.- Te sienta tan bien que merecería ser mío. Pero sigue.

LAURA.- No hay más. De repente me miré en el espejo y sentí el impulso

de salir de allí. Y eso hice.

JUAN.- ¿Sin decirle nada?

LAURA.- Ni siquiera me despedí.

JUAN.- ¿Y qué has hecho con tus cachas?

LAURA.- Me siguieron, claro. Ya sabes que vienen conmigo a todas

partes. Se han quedado abajo junto al coche. Si te asomas a la

ventana seguro que los ves.

JUAN.- (Mira a la calle.) Ah, pues sí. Ahí están.

LAURA.- ¿No los viste al llegar?

JUAN.- No me di cuenta. ¡Qué pena! Si los llego a descubrir habría sido yo

el que te hubiese dado una sorpresa.

11

LAURA.- ¿Y si te dijese que a uno de ellos no le importaría conocerte

mejor?

JUAN.- ¿Quién?

LAURA.- Ah, adivina, adivinanza.

JUAN.- No te hagas la interesante. Ya sabré yo cómo descubrirlo y a lo

mejor te sorprendo.

LAURA.- Sea como sea, yo seré vuestra madrina.

JUAN.- De momento sólo eres mi incordio. ¿Le has dicho a Alberto que

estás aquí?

LAURA.- No le he llamado.

JUAN.- ¿Y a ti eso te parece normal? Estará buscándote.

LAURA.- Si quiere encontrarme, sabe cómo hacerlo. Que yo haya apagado

el móvil no significa que los cachas no estén obligados a llevar los

suyos conectados.

JUAN.- ¿Y tú crees que habrá hablado con ellos?

LAURA.- No tengo ni la menor duda.

JUAN.- Pues vaya una chapuza de fuga la tuya. Para eso no vale la pena

arriesgarse a tener una bronca con tu marido. Las cosas, o se hacen

bien o no se hacen.

LAURA.- ¿Insinúas que debo dejar a mi marido?

JUAN.- Primero, que no insinúo nada. Y segundo, que eso mismo es lo que

has hecho, ¿o no?

LAURA.- Sí, tal vez. Es verdad que me he ido esta noche, sí, pero no le he

abandonado para siempre.

JUAN.- Mira, Laura, yo a Alberto le tengo aprecio y no quiero que sufra, y

menos aún si no hay ningún motivo, pero ante todo mi amiga eres tú

y eres tú la que más me importa, no ya en este momento, sino ahora

y siempre. Quiero que eso lo tengas muy claro.

12

LAURA.- Cariño, ahora no me vas a descubrir la gran persona que eres. Sé

que puedo confiar plenamente en ti.

JUAN.- Entonces vamos a sentarnos, nos calmamos, yo te cojo de las

manos, te doy un besito así, y tú me cuentas qué crees que estás

haciendo con tu vida.

LAURA.- Eres un cielo.

JUAN.- Desde luego que lo soy.

LAURA.- Más de lo que imaginas.

JUAN.- Tengo mucha imaginación.

LAURA.- También eres un creído.

JUAN.- También. ¿Qué os pasa?

LAURA.- Que él se siente inferior y yo me siento culpable.

JUAN.- ¿Inferior? ¿Culpable? ¿De qué? ¿Qué quieres decir?

LAURA.- Todavía no es oficial, y además se supone que ni yo misma sé

nada aún del asunto, pero es más que probable que a finales de

verano me envíen a Bruselas. Ya sabes… la Comisión Europea…

cosas de esas.

JUAN.- Ya. Menuda juerga.

LAURA.- Sí… Pero alguien tiene que hacerlo.

JUAN.- ¿Para mucho tiempo?

LAURA.- No menos de dos años.

JUAN.- Suena importante.

LAURA.- Y lo es. Y eso es lo malo: que es demasiado importante, por lo

menos para Alberto.

JUAN.- ¿Y eso?

LAURA.- Bueno, comprenderás que no me llaman precisamente para hacer

de secretaria.

JUAN.- Pues no es tan malo el café que preparas.

LAURA.- Tonto.

13

JUAN.- Para mí es un orgullo tener una amiga tan importante, pero, claro

está, yo no estoy casado contigo.

LAURA.- Casi es una suerte.

JUAN.- De todos modos, creo que no tiene derecho a pedirte que renuncies

a tu trabajo.

LAURA.- No, si no lo ha hecho; no te preocupes. El problema es

precisamente que se niega a hablar de esto. «Ya que no eres tú quien

decide –me dice-, ¿para qué gastar el tiempo pensando en sueños que

quizá no lleguen a realizarse?». Es como si estuviese deseando que

no me nombrasen finalmente para el cargo.

JUAN.- ¿Cómo va a ser eso, mujer? Sabe muy bien que está viviendo con

una señora poderosa, nada menos que la senadora Mazcuñán.

LAURA.- ¿Y crees que eso le gusta? Se nota que no conoces a los

hombres.

JUAN.- Modestamente hablando, creo que algo sí sé.

LAURA.- Me refiero a los hombres de verdad.

JUAN.- ¿Eso es lo que piensas de mí?

LAURA.- Vamos, ya sabes a lo que me refiero.

JUAN.- Sé lo que he oído. Que estés dolida y sola no te da derecho a

insultarme, y menos aún en mi propia casa.

LAURA.- ¡No seas exagerado!

JUAN.- ¿Para ser un hombre de verdad hay que tener a la mujer con la pata

quebrada y en casa? ¿Hay que hablar de uno mismo en los cócteles

cuando el embajador de No-sé-dónde alaba la inteligencia de tu

esposa? ¿Hay que dedicarse a ligar con las periodistas en prácticas

mientras la señora senadora discute la idoneidad de la reforma de

justicia?

LAURA.- ¡Estás en un plan muy desagradable!

14

JUAN.- Te equivocas. Desagradable es que tu amiga demuestre que en el

fondo de su alma te desprecia. Eso sí es desagradable.

LAURA.- ¡Se me ha escapado!

JUAN.- ¡Pues enciérralo con llave! (Pausa.)

LAURA.- Está bien. Admito que eres tan hombre como Alberto.

JUAN.- No.

LAURA.- ¿No?

JUAN.- No. Si acaso, él es tan hombre como yo.

LAURA.- Tan hombre como tú.

JUAN.- Más aún: Alberto no es tan hombre como yo.

LAURA.- Ni la mitad de hombre que tú.

JUAN.- Soy más hombre que él.

LAURA.- Mucho más hombre que él.

JUAN.- Soy mucho mejor que Alberto.

LAURA.- El mejor. Absolutamente el mejor. Categóricamente el mejor.

Sin duda.

JUAN.- El mejor de todos.

LAURA.- El mejor; sí, señor. Eso he dicho.

JUAN.- Y merezco un premio por aguantarte.

LAURA.- Una condecoración.

JUAN.- La Gran Cruz al Mérito Civil.

LAURA.- De oro. Una insignia guarnecida de diamantes.

JUAN.- Y una de esas bandas cruzadas para fiestas y desfiles de gala.

LAURA.- No te sigo. ¿Qué bandas cruzadas?

JUAN.- Sí, mujer. De esas con los colores de la bandera que van del

hombro a la cadera opuesta y que se llevan bajo el frac o encima del

uniforme.

LAURA.- ¡Ah, sí, sí! ¡Pues también una banda! Y además un par de

medallas a juego y un toisón de oro.

15

JUAN.- Me bastaría con uno de plata.

LAURA.- ¡De oro!

JUAN.- Y también quisiera un escudo nobiliario.

LAURA.- Hecho. Tendrás una senadora rampante sobre campo de gules

pisando un Alberto herido.

JUAN.- Ese escudo te iría más a ti.

LAURA.- ¿Te atreves a rechazar mi regalo?

JUAN.- Lo acepto, lo acepto.

LAURA.- Pues no se hable más. Desde ahora te nombro caballero custodio

del dolor de la dama Laura, y prometerás defenderla siempre de las

insidias de los maridos machirulos.

JUAN.- Pues ahora que hemos dejado claro que soy un hombre… te dejo

que me trates a mí también como a una bella dama.

LAURA.- ¡Ah, qué valor! (Se abrazan.) ¿Te he dicho alguna vez que te

quiero?

JUAN.- No sé. No me acuerdo.

LAURA.- Pues te quiero.

JUAN.- Es lógico. Me lo merezco.

LAURA.- Te odio.

JUAN.- Sé que no es verdad.

LAURA.- No. No lo es. (Pequeña pausa.)

JUAN.- ¿Sabes cuál es tu auténtico problema con Alberto?

LAURA.- No. Dime.

JUAN.- Que ya no jugáis.

LAURA.- No estoy de acuerdo. El problema es que no le gusta perder. Ni a

ti tampoco. A ningún hombre os agrada que una mujer os venza.

JUAN.- Ni que estuvieras convencida de que vas a ganar siempre.

LAURA.- Sé que estoy en condiciones de ganarle a cualquiera.

16

JUAN.- ¿Y por casualidad no serás tú la que no le está dando a Alberto

ninguna oportunidad?

LAURA.- Creo que tiene mucho más de lo que merece.

JUAN.- No es que quiera hacer de abogado del diablo, pero ¿te has parado

a pensar en él en algún momento?

LAURA.- Lo que estás insinuando no me hace ninguna gracia, querido

mío.

JUAN.- No digo que necesariamente tenga que ser así, pero a lo mejor y

sin darte cuenta le has dado algún motivo para que pueda sentirse

desplazado de tu frenética vida.

LAURA.- Dentro de esa vida tan frenética, Alberto ocupa un lugar

privilegiado. Lo mismo que tú, dicho sea de paso.

JUAN.- Gracias. La diferencia es que yo no tengo ninguna duda de eso,

pero quizá él no lo tenga tan claro como yo. ¿Se lo has dicho?

LAURA.- Juan, mírame.

JUAN.- Te miro.

LAURA.- Ahora, dime qué ves.

JUAN.- Una belleza de señora.

LAURA.- No. Estás viendo a una mujer moderna, dinámica, trabajadora y

activa. Una mujer del siglo veintiuno que sabe lo que quiere, cómo lo

quiere y cuándo lo quiere. Una mujer decidida a triunfar y a luchar

para que sus semejantes ocupen en la sociedad un lugar parejo al

suyo. Eso y no otra cosa es lo que ves en mí cuando me miras.

JUAN.- Desde luego, pero también es cierto que al escucharte sólo oigo

frases electorales propias de un suplemento dominical.

LAURA.- Si Alberto quiere estar conmigo, debe saber a qué atenerse. Y

digo Alberto como podría ser cualquier otro.

JUAN.- Y ahora aparece el reportaje de decoración: «Un coqueto

apartamento de 90 metros cuadrados ideal para estudiante».

17

LAURA.- ¡No me estás escuchando!

JUAN.- «Improvise una cena de amigos en veinte minutos».

LAURA.- ¡Juan!

JUAN.- «Haz del exfoliante tu mejor confidente». «Disfruta el spa sin salir

de tu baño».

LAURA.- ¡Basta! Yo no soy así y tú lo sabes. ¿Qué pretendes burlándote

de mí?

JUAN.- ¡Que te decidas de una vez! ¡Que hables por ti misma! ¡Que

asumas que si Alberto es un fracaso de marido, tampoco tú eres muy

buena como esposa! ¡Que lo dejes de una vez o sigas con él, pero no

te escapes de casa como una niña sólo porque no te lleva la corriente!

LAURA.- ¿Y qué debería hacer? ¿Renunciar a Bruselas para que no se

sienta inferior? ¿Acabar con mi carrera para no oscurecer su

puestecito universitario? No, gracias. Sé lo que es quedarse en casa

planchando camisas y calzoncillos. He visto a mi madre así, día tras

día y un año tras otro, y sé que no es eso lo que quiero.

JUAN.- ¿Y de verdad piensas que eso es lo que Alberto espera de ti?

¿Crees que no se dio cuenta de tu talento cuando te conoció? ¿Que

no sabía de tus ambiciones cuando se enamoró de ti?

LAURA.- Si lo supo alguna vez, al parecer se le olvidó.

JUAN.- No estés tan segura. Alberto te quiere.

LAURA.- Pero no soporta que me vaya a Bruselas. Se muere de celos y

hasta de envidia.

JUAN.- Lo que no soporta es pasarse dos años sin ti, reuniéndoos de tarde

en tarde, viéndoos de vez en cuando entre viaje y viaje. Vuestro

matrimonio, así, se queda sin futuro.

LAURA.- Eso es lo que él dice.

JUAN.- ¿A qué te refieres?

18

LAURA.- Lo de que no hay futuro. Es lo mismo que me insinuó, con las

mismas palabras.

JUAN.- Es lo lógico que cualquiera puede pensar.

LAURA.- No. Es lo que sólo piensa él, y a ti te lo dicho. Ha hablado

contigo. ¡Os habéis visto!

JUAN.- Hace días que no nos vemos, y la última vez fue contigo, en la

inauguración de la exposición de los rusos.

LAURA.- Has hablado con él. Lo sé. No me mientas.

JUAN.- Laura…

LAURA.- ¿Qué clase de amigo se supone que eres? ¡Te he dicho que no

me mientas!

JUAN.- No quería que te enfadases.

LAURA.- ¿Que no?

JUAN.- ¡No pretendía hacerte daño!

LAURA.- ¿Me traicionas y aún tengo que darte las gracias? ¿Eso

pretendías?

JUAN.- No ha sido culpa mía.

LAURA.- No quiero oírte.

JUAN.- ¡Puedo explicártelo!

LAURA.- ¡No quiero saber nada!

JUAN.- ¡Dame una oportunidad! ¡Las cosas son más sencillas de lo que

parecen!

LAURA.- Lo fácil es apuñalar a tus amigos. Ellos confían en ti y no tienen

problema en darte la espalda.

JUAN.- Soy tu amigo.

LAURA.- Confiaba en ti. ¿Te enteras? ¡Confiaba en ti! Pero ya no.

JUAN.- ¿Por qué no me escuchas un momento? Hay algo que debes saber.

LAURA.- Te creo muy capaz de inventar una excusa, cualquier excusa.

JUAN.- Cualquiera no. Sólo la verdad.

19

LAURA.- ¿Has hablado con Alberto?

JUAN.- Sí.

LAURA.- ¿Contento? Para mí es suficiente.

JUAN.- Tienes razón al estar molesta por no habértelo dicho, pero pensé

que te disgustaría saberlo.

LAURA.- De eso puedes estar más que seguro.

JUAN.- Ha sido una equivocación por mi parte, lo admito, pero tampoco

era fácil encontrar el momento para decírtelo.

LAURA.- ¿Desde cuándo te doy miedo? ¿Tan difícil es llamarme y

decirme: «Laura, he estado hablando de ti con Alberto. Sí, con ese

marido tuyo que acostumbra a poner barreras en tu desarrollo como

persona. Ya sabes, con ese machista que quisiera dominarte y que es

incapaz de reconocer su mediocridad y su impotencia»? No me

parece algo tan complicado.

JUAN.- Pues sí, lo es. Sobre todo si me llama esta noche y yo no puedo

llamarte a ti seguidamente porque tienes el móvil apagado.

LAURA.- ¿Y estas son horas de llamarte? ¿O es que va a resultar que hay

algo entre vosotros y me voy a enterar ahora?

JUAN.- Cuando quieres, puedes ser muy mala.

LAURA.- Sólo si me obligan a serlo.

JUAN.- Tal vez recuerdes que te has marchado de casa sin decírselo. Si te

pones en su lugar, quizá imagines lo que es salir del baño y

encontrarte con que tu mujer no está. Te quiera Alberto o no te

quiera, pretenda hacerte la vida imposible o no lo pretenda,

comprenderás que lo normal es preocuparse, preocuparse mucho,

intentar encontrarte y movilizar a todo aquel que pueda saber algo

sobre ti; y entre ellos, mira tú por dónde, recurrir también al mejor

amigo de su mujer, que por una puñetera casualidad resulta que soy

yo.

20

LAURA.- Todo eso me parece muy bien, pero me lo podías haber dicho.

No te costaba ningún trabajo ser leal conmigo.

JUAN.- Porque soy leal a ti, intento saber qué te ocurre.

LAURA.- Olvidando advertirme de que ya lo sabes, ¿no?

JUAN.- Quería que me lo contases tú misma, que me dijeses lo que

quisieras de la manera que quisieras. No he querido forzarte a decir

nada que no te apeteciese decir.

LAURA.- Se trataba de espiarme, ¿no es así? ¿Los hombres que me rodeáis

os habéis conchabado para amargarme la vida?

JUAN.- Dices cosas que no tienen sentido. No soy ningún espía de Alberto

y ni siquiera estoy de su parte. ¿Qué querías? ¿Que si me llama el

marido de mi amiga no hable con él? ¿Acaso tenía yo alguna razón

para no hacerlo?

LAURA.- Muy bien. Te ha llamado y te ha preguntado si sabías dónde

estaba, ¿verdad? ¿Y qué más?

JUAN.- Nada más. Enseguida he llegado a casa y te he encontrado aquí.

Eso es todo.

LAURA.- ¿Y no podías decirme algo así como: «Laura, ¿qué pasa? Me

acaba de llamar Alberto y me ha dicho que habías desaparecido»?

JUAN.- ¿Y si te pasaba algo que no me querías contar? ¿Y si preferías

simplemente hablar de tonterías para no pensar en toda la mierda que

tienes en la cabeza?

LAURA.- Creo que tengo perfecto derecho a saber lo que pasa a mi

alrededor y a que mis amigos me traten de igual a igual, sin

paternalismos absurdos.

JUAN.- No pretendía ser paternal.

LAURA.- Pero sí protector. Y diría que sé muy bien cómo protegerme yo

solita a mí misma.

JUAN.- ¿Incluso si es de ti de quien te tienes que proteger?

21

LAURA.- ¿Te atreverás aún a decir que estás de mi parte?

JUAN.- Hasta la muerte y a pesar de esta discusión que no nos lleva a

ninguna parte.

LAURA.- También tú le das demasiado al melodrama.

JUAN.- La vida sería mejor con un fondo musical.

LAURA.- Eso no es tuyo. Me suena de no sé qué.

JUAN.- No seré original, pero soy sincero.

LAURA.- Menos conmigo.

JUAN.- Especialmente contigo.

LAURA.- He venido esta noche a verte porque… quería...

JUAN.- Querías que te escuchase, ¿verdad?

LAURA.- Sí.

JUAN.- ¿Y acaso no lo he hecho?

LAURA.- No sé qué hacer con mi vida, Juan.

JUAN.- Es la vida la que no sabe qué hacer con nosotros.

LAURA.- Eres el único hombre con quien puedo hablar. El único del que

no temo nada.

JUAN.- No estoy seguro de que eso sea en el fondo muy halagador para

mí.

LAURA.- ¿Te ha dado Alberto algún recado para mí?

JUAN.- Que lo llame si sé algo de ti.

LAURA.- ¿Le has llamado ya?

JUAN.- No.

LAURA.- ¿Vas a hacerlo?

JUAN.- ¿Tú qué crees?

LAURA.- ¿Te importa si me quedo esta noche?

JUAN.- Puedes dormir conmigo, ya que no me tienes miedo.

LAURA.- Necesito descansar. Mañana tengo un día difícil.

JUAN.- ¿Y eso?

22

LAURA.- Tengo una votación, ¿recuerdas?

JUAN.- ¡Ah, sí! ¿Votarás por él?

LAURA.- ¿Por quién?

JUAN.- Por Alberto.

LAURA.- ¿Por Alberto? No sé. ¿Y si votase por mí?

JUAN.- Me uniría a tu partido.

(Laura y Juan se echan a reír y se abrazan.)

23

ESCENA SEGUNDA

(Lena está en el salón, de pie, echando un vistazo al espacio y

las cosas, planeando encuadres. Tiene un servicio de café sobre la

mesa. Aparece Victoria.)

VICTORIA: Lamento haberle hecho esperar. Tenía una llamada que no

podía dejar de atender.

LENA: En realidad, yo también me he retrasado. Acabo de llegar.

VICTORIA: ¿Le ha costado encontrar la casa?

LENA: Un poco. Ya me habían dicho en su oficina que esto quedaba algo

apartado, aunque no suponía que tanto.

VICTORIA: Si no se conoce bien el lugar, lo más fácil es dar vueltas y

vueltas al mismo sitio sin acertar con el camino correcto. La casa

pertenecía a la familia de mi marido. Al principio de vivir aquí no

había día en que no me perdiese, y todavía ahora puedo pasar de

largo si me descuido.

LENA: Con suerte, también se perderán los ladrones…

VICTORIA: Toquemos madera, pero lo cierto es que esta zona nunca ha

tenido problemas de seguridad, y esperemos que siga así por muchos

años. (Se fija en el servicio de café.) Veo que ya le han atendido.

LENA: Sí, he pedido un café con leche.

VICTORIA: ¿Quiere alguna cosa más?

LENA: No, gracias; está bien así.

VICTORIA: Entonces, Elena…

LENA: Llámeme Lena, sin e. Estoy acostumbrado desde pequeña y además

resulta más corto, aunque ya sé que no mucho.

24

VICTORIA: Pues dígame, Lena, ¿qué prefiere que hagamos primero? ¿La

entrevista o las fotos?

LENA: Había pensado que, si le parece bien, hacemos la entrevista ahora y

dejamos las fotos para después.

VICTORIA: Como quiera usted. A mí me da igual.

LENA: Lo digo porque me gustaría disponer al menos de cinco tomas

diferentes. Normalmente se publican sólo cuatro, pero es mejor tener

alguna más para poder elegir.

VICTORIA: De eso sabe usted más que yo. ¿Ha visto ya algún sitio que le

guste?

LENA: Como la idea es mostrar la intimidad de una mujer poderosa…

VICTORIA: Bueno, tanto como poderosa…

LENA: Ya me entiende…

VICTORIA: Su prestigio como periodista es mayor que el mío como

consejera, luego también es mayor su poder.

LENA: La única diferencia es el tiempo. Yo llevo veinte años en mi oficio

y usted acaba de desembarcar en la política, pero todos creemos que

no ha llegado para marcharse en seguida.

VICTORIA: ¿Quiere que le responda a eso de mujer a mujer?

LENA: Seguro que tiene una respuesta preparada, y yo preferiría que fuese

espontánea.

VICTORIA: Entonces sigamos con las fotos.

LENA: Estaba pensando que aquí podríamos hacer una, y tal vez otra sobre

aquella pared.

VICTORIA: El despacho de mi marido tiene también mucha luz y está

lleno de libros antiguos. No sé muy bien si eso es lo que se espera de

una Consejera de Cultura, o si quizá es demasiado obvio, pero el

caso es que ahí están por si hacen falta.

LENA: Los libros siempre dan mucho juego.

25

VICTORIA: No se me ocurre nada más. Déjeme que piense…

LENA: De ser posible, me gustaría hacer alguna fuera. Me ha parecido ver

una especie de tumbona…

VICTORIA: Ah, sí. Ya sé dónde dice. Ese es un rincón muy bonito, junto

al magnolio.

LENA: ¿Se refiere a un árbol con flores blancas?

VICTORIA: Sí, justo. ¿No lo ha reconocido?

LENA: La verdad es que no tengo mucha idea de plantas. Me suena el

nombre de magnolio, claro, pero me da lo mismo que si me dice

castaño o ciprés: soy incapaz de distinguir uno de otro.

VICTORIA: Mi marido es un gran experto en botánica y jardinería. Él

mismo plantó el magnolio hace años, mucho antes de conocernos. En

realidad, todo el jardín lo ha creado él: lo siembra, lo cuida, lo hace

florecer… ¿Sabe que hace tiempo creó una nueva variedad de rosa y

le puso mi nombre? La «Rosa Victoria»; aunque no lo pudo hacer

oficial porque en Inglaterra ya había una especie que se llamaba así

en honor de aquella reina bajita. Mi marido es un genio con las

plantas.

LENA: Usted fue alumna suya en la universidad, ¿no es así?

VICTORIA: Sí. Primero fui alumna del profesor Alberto Lagos, luego su

esposa y casi en seguida su compañera de departamento.

LENA: Y su jefa.

VICTORIA: ¿Su jefa?

LENA: Quiero decir primero como vicerrectora e inmediatamente como

Consejera de Cultura: una carrera fulgurante.

VICTORIA: Una carrera que habría sido imposible sin él.

LENA: ¿Que él ayudó a fructificar?

VICTORIA: En cierto modo.

LENA: ¿Igual que con las rosas?

26

VICTORIA: La diferencia es que yo no tengo espinas.

LENA: Ese sería un buen titular para el reportaje: «No tengo espinas».

VICTORIA: Y la oposición replicaría: «No pincha, es verdad, pero

tampoco corta».

LENA: ¿Cree que serían capaces?

VICTORIA: Y aún dirán cosas peores. Los hay con mucho ingenio, y las

sesiones del Parlamento son demasiado largas. Un político en acción

es algo terrible, pero aún peor es un político aburrido. No sabe la de

maldades que se pueden inventar cuando todavía queda un tiempo

inmenso por delante.

LENA: No habla con mucho cariño de su profesión, pero también es cierto

que a nadie le ponen una pistola en el pecho para obligarle a

dedicarse a la política.

VICTORIA: ¿Me va a preguntar por mi vocación?

LENA: En un reportaje sobre mujeres triunfadoras eso es algo casi

obligatorio. La política tiene sus leyes, y también el periodismo tiene

las suyas.

VICTORIA: Creí que todavía no había comenzado la entrevista.

LENA: En cuanto me diga que está lista, conecto la grabadora y la asalto a

base de preguntas.

VICTORIA: ¿Me asalta? ¿Entonces ya ha entrado por fin un delincuente en

esta casa?

LENA: Los chicos de la prensa, y desde luego también las chicas,

levantamos las mismas sospechas que cualquier político. Nuestra

mala fama nos persigue a ambas profesiones.

VICTORIA: Cuanto más nos temen, más se nota que hemos triunfado, ¿no

es así?

LENA: Algo parecido.

27

VICTORIA: Pero no todas las triunfadoras de su reportaje se dedicarán a la

política, ¿verdad?

LENA: No, desde luego; ni tampoco al periodismo.

VICTORIA: En realidad, yo no me siento triunfadora.

LENA: ¿Le sorprendería si le digo que eso es lo primero que me dicen

todas?

VICTORIA: ¿Incluida usted?

LENA: En mi profesión tenemos un dicho: «El artículo de hoy servirá

mañana para envolver pescado». El triunfo se vuelve relativo ante

una rodaja de merluza.

VICTORIA: Tal vez le parezca que se trata de una falsa humildad, pero en

mi caso es absolutamente cierto. Si tengo algún talento, deben ser los

demás quienes lo digan o no; por mi parte sólo me reconozco uno en

el que no admito discusiones: soy trabajo-adicta, una

«workalcoholic» total, como dicen los ingleses. No sé quién dijo que

el éxito significaba poder levantarte cada día a las diez de la mañana.

Eso yo no lo he conseguido. Ni me levanto tarde ni puedo tomarme

vacaciones. Mi triunfo tal vez sería trabajar menos, pero no soy

capaz de hacerlo.

LENA: Si tanto le gusta trabajar, quizá su triunfo sea cargar cada vez con

más responsabilidades.

VICTORIA: Vivo para el trabajo, eso puede asegurarlo.

LENA: ¿Conecto ya la grabadora?

VICTORIA: Creí que ya lo había hecho. Todo lo que le he dicho hasta

ahora puede utilizarlo. Si quiere, se lo repito.

LENA: No se preocupe... Decía que su vida está consagrada al trabajo;

entraremos más tarde en eso, pero antes me gustaría que hablásemos

un poco de usted.

VICTORIA: Dispare.

28

LENA: Me ha llamado mucho la atención lo que me ha dicho de la rosa. Su

marido creó una rosa para usted. Supongo que podría considerarse

que ese hecho es una prueba de amor mucho mayor que encargar un

ramo en cualquier floristería.

VICTORIA: A mi marido no le pido pruebas de su amor ni de ninguna otra

cosa, porque su simple presencia a mi lado es ya la mejor prueba de

amor para mí. Para saber que me quiere, no necesito que haga nada

especial.

LENA: Aun así, reconocerá que no es nada normal recibir un regalo

semejante. Por mi parte, al menos, no conozco a nadie más a quien le

haya pasado.

(El marido, Alberto, ha escuchado la última parte del diálogo desde

la puerta, y ahora hace su entrada.)

ALBERTO: «Una rosa es una rosa es una rosa», que diría el poeta. ¿Por

qué le da tanta importancia a una simple flor? Al fin y al cabo, la

dichosa rosa me salió rana. La creé para hacer un regalo y por una

estúpida casualidad me quedé con un palmo de narices. Vale que las

niñas tontas quieran ser princesas, pero que a tu mujer le dé por tener

nombre de reina me parece demasiado. (Se acerca a Victoria y le da

un beso.) Hola, cariño. (Se vuelve a Lena y le tiende la mano.) Soy

Alberto Lagos; de profesión, rosero. Bueno, y también marido.

LENA: (Le estrecha la mano.) Lena Benavides.

VICTORIA: No te esperaba tan pronto.

ALBERTO: (A Lena. Suavemente irónico pero no antipático.) ¿Oye usted?

En cambio yo lo espero todo de mi mujer.

VICTORIA: (Amable.) Tal vez no lo parezca, pero eso es lo más parecido a

un cumplido viniendo de mi marido.

29

ALBERTO: Pero sin pasarme. Una mujer tan importante está

suficientemente rodeada de pelotas y aduladores profesionales como

para necesitar a un lameculos más… Dicho sea lo de lameculos sin

mala intención. (A ambas.) Pero ustedes estaban trabajando y a lo

mejor les estoy interrumpiendo.

LENA: No. La verdad es que acabábamos de empezar.

ALBERTO: ¿Seguro que no les he molestado ni les he cortado el rollo?

LENA: En absoluto.

ALBERTO: Mejor, porque lo único que quisiera cortar es la respiración de

mi mujer… Hacer que se sorprenda, quiero decir. Que no se diga que

somos un matrimonio aburrido de esos que se lo saben todo el uno

del otro.

VICTORIA: Yo nunca dejaré de aprender de ti.

ALBERTO: No, ya sé que no lo harás. (A Lena.) Pues, ya que aún no han

comenzado, llego a tiempo para ofrecerle algo. (Se dirige al mueble-

bar.) ¿Qué toma? ¿Whisky? ¿Ron?

LENA: Nada, gracias.

ALBERTO: ¿Y eso? ¿Acaso me va a decir que no le permiten beber

estando de servicio?

LENA: Ya me han traído un café con leche.

ALBERTO: A falta de alcohol, buena es la cafeína, sólo que esa parece

haberse quedado tan fría como una pechuga de pollo en un

frigorífico medio vacío. Le dejo elegir: o le recaliento ese brebaje en

el microondas, o le preparo un dry-martini al estilo Buñuel.

LENA: O no me quedan muchas opciones o usted ya ha elegido por mí.

ALBERTO: (Prepara el dry-martini.) Ginebra y rosas; una buena mezcla,

¿no le parece?

LENA: Y explosiva. ¿No será demasiado pronto?

30

ALBERTO: A esta hora, la pobre Ava Gardner ya llevaría cincuenta, sin

contar los de antes del desayuno. Pero si es la primera vez le avisaré

cuando vaya por el cuarenta y uno o cuarenta y dos.

VICTORIA: Pongamos que con dos tendrá más que suficiente. Lo mismo

que tú.

LENA: Nunca antes me habían comparado con Ava Gardner, así que

tendré que darle las gracias. Lo que no he entendido es lo del estilo

Buñuel.

ALBERTO: Esa es una receta que el pobre don Luis aprendió del Harry’s

Bar de Venecia, o acaso fue él mismo el que se la enseñó al tal

Harry; no me acuerdo muy bien. El caso es que se coge la copa, la

ginebra y el martini. Destapamos la botella de ginebra, llenamos la

copa y la ponemos al lado de la botella de martini, que para entonces

también estará destapada. Esperamos a que el dry respire los efluvios

del martini, se empape bien de su olor, pero sin que una gota de este

mejunje caiga dentro de la copa. Y enseguida estará preparado para

llevarnos al mejor de los mundos o tumbarnos de espaldas: ya será

una cuestión de preparación o de suerte. (Le da a Lena una copa.) Y

aquí está.

LENA: Ginebra en vena.

ALBERTO: Sin conservantes ni colorantes. Pura y directa como un

puñetazo en el estómago, y casi igual de letal.

LENA: (A Victoria.) ¿Y usted no toma?

ALBERTO: No, mi mujer es una profesional. Esto es sólo para lo que nos

dedicamos a la vida frívola: las rosas o el periodismo.

LENA: (Se queja.) ¡Hombre…!

ALBERTO: Dicho sea sin ofender. La política, en cambio, exige cabezas

frías y bien templadas. En cualquier momento hay que firmar una

ley, o un decreto, o inaugurar un pantano o acudir a cualquier otro

31

acto importante e imprevisto. Dejemos el alcohol para los que no

hacemos nada en la vida.

VICTORIA: Mi marido es un guasón. La verdad es mucho más simple que

todo eso: no me gusta beber alcohol. Jamás me ha gustado y me temo

que ya es demasiado tarde para volver a intentarlo.

LENA: ¿Ni siquiera algo de vino en las comidas? ¿Una copa de champán,

o de cava, en el momento de los brindis?

ALBERTO: (Muy poco a poco, y sin que el proceso sea demasiado

evidente, la ironía de Alberto irá endureciéndose y derivando hacia

el sarcasmo a lo largo de toda la escena.) Un amigo mío decía que

no tomaba más agua que la de lavarse los dientes y el agua de Vichy,

y aun esa porque tenía burbujas y le hacía cosquillas en la nariz, lo

mismo que el champán. Mi mujer no necesita beber y en realidad yo

tampoco tendría por qué hacerlo cuando estoy a su lado, porque ella

es igual que una burbuja para mí: chispeante, divertida, excitante y

febril. Mi mujer es un frenesí luminoso y dorado, atrevido y fresco,

agitado y vibrante como un abanico de plumas de colibrí… ¡Ah, qué

bonito es el amor, que nos vuelve tan cursis! ¿Usted está enamorada?

LENA: Bueno, yo…

ALBERTO: Yo sí, y mucho.

VICTORIA: Quizá a Lena le parezca una pregunta demasiado personal.

ALBERTO: Y Victoria también lo está, puedo asegurárselo. Me ama tanto

como yo la pueda amar; más, incluso. Victoria tiene el don de amar a

su prójimo desinteresadamente, algo de lo que yo carezco; por eso

es, y todavía lo será más, tan buena en la política. Si yo fuese

presidente no habría dudado en fichar a una mujer tan extraordinaria

como Victoria y tan llena de virtudes: inteligente, eficaz, dinámica,

brillante, astuta, comprensiva… Y además tan hermosa.

32

VICTORIA: (A Lena.) Seguro que está pensando que no hay ningún mérito

en que un marido piense así de su mujer, y que lógicamente una

opinión tan subjetiva no prueba nada a la hora de juzgar a un

político.

LENA: En Estados Unidos, nadie está obligado a declarar contra su

cónyuge. Esto es el caso contrario.

ALBERTO: Justamente. Sólo faltaría que se me prohibiese expresarme a

favor de mi mujer. Si no tuviese nada bueno que decir de ella, ¿para

qué iba a seguir a su lado perdiendo el tiempo de la manera más

tonta? Si estoy con ella es porque la quiero, y si la quiero es por

algo…, por algo que creo que puedo y que debo decir: mi mujer es

fantástica. ¿Qué piensa usted?

LENA: No sé. No es mi mujer.

VICTORIA: (A Alberto.) Se supone que Lena ha venido a hacer una

entrevista, no a que se la hagan a ella.

ALBERTO: Pero sí tendrá una opinión. ¿O no?

VICTORIA: Alberto…

LENA: No, está bien. Naturalmente que puedo contestarle si quiere. Los

periodistas no tenemos opinión o, si la tenemos, no debería importar.

Transmitimos información para que los receptores, nuestro público,

se forjen su propia opinión. No tenemos por qué interferir ese

proceso con nuestra subjetividad, con nuestras ideas propias, porque

lo que pensemos carece de relevancia frente a los hechos y los datos

que intentamos comunicar.

ALBERTO: (Aplaudiendo burlonamente.) Bravo, bravo, bravo. Una

excelente defensa de una profesión que no carece precisamente de

paladines que la quieran defender. Supongo que esas cosas de la

objetividad del periodista se aprenden en los manuales de primer

curso de carrera, y se olvidan convenientemente hasta que aparece el

33

momento para desempolvar la ética y deontología profesional y

callar la boca al primer pazguato que se atreve a meterse con un

oficio tan respetable y, a la vez, tan carente de respeto por los demás.

VICTORIA: (Contemporizando.) Alberto, estás siendo injusto. No se

puede echar abajo un oficio entero sólo porque sea ejercido por

personas innobles y aprovechados de pelaje variado. Un puñado de

ovejas negras no puede acabar con toda una profesión.

ALBERTO: Como ve, acerté de pleno al hablar de la infinita capacidad de

comprensión de mi mujer.

LENA: Su esposa tiene razón.

ALBERTO: ¡Bravo otra vez! ¿Ve cómo tiene una opinión acerca de

Victoria? Y además una que comparto plenamente.

LENA: Tal vez sería mejor que volviésemos con la entrevista. Se está

haciendo tarde y su secretaria me rogó que no la entretuviese

demasiado.

VICTORIA: Alberto y yo tenemos una cena, pero aún vamos muy bien de

tiempo. No se preocupe.

ALBERTO: Como comprenderá, la auténtica invitada es Victoria, lo cual

es toda una suerte para mí, porque me permite asomarme a mundos

que para mí serían inaccesibles si no fuese por su trabajo. Gracias a

Victoria conozco a montones de personas interesantes con cosas que

decir y que tienen además capacidad para decidir sobre el destino de

la gente. Sin mi mujer, a un desconocido como yo no se le haría el

menor caso y seguiría al margen de esa realidad tan compleja y

distinta, y a la vez tan distante.

LENA: Exagera.

ALBERTO: En absoluto.

VICTORIA: Diga usted que sí. Alberto tiene tendencia a exagerar en

ocasiones.

34

LENA: No puede usted hacerme creer que es un desconocido, porque sé

que no es verdad. El autor de «Sangre de muñecas» y «La noche de

mamá» no es precisamente un desclasado de la sociedad.

ALBERTO: (Extrañado.) ¿Conoce esos libros?

LENA: Si están publicados, cualquiera puede conocerlos. No son ningún

secreto ni los ha dejado encerrados en un cajón.

VICTORIA: ¡Pero aparecieron bajo pseudónimo!

LENA: No hay pseudónimo que despiste a una periodista empeñada en

conseguir información.

VICTORIA: ¡A ver si Alberto va a tener razón al desconfiar de ustedes!

LENA: ¿Somos culpables por hacer nuestro trabajo?

VICTORIA: O por hacerlo demasiado bien.

LENA: Dígale eso a mi jefe.

VICTORIA: (Curiosa.) ¿Hasta dónde sería capaz de llegar un periodista?

¿Hasta la verdad o tendría algún inconveniente en avanzar más allá

incluso?

ALBERTO: ¿Los ha leído?

LENA: Pongamos que eso pertenece al secreto profesional.

VICTORIA: ¿Cómo lo ha sabido?

LENA: Un periodista jamás revela sus fuentes.

VICTORIA: No lo digo por esto de los libros, que desde luego es algo sin

la menor importancia (Alberto parece molestarse), pero lo cierto es

que no deja de sorprenderme la capacidad que tiene la prensa para

descubrirlo todo, hasta lo más recóndito e insospechado. Esas dos

novelas deben de estar fuera de la circulación desde hace lo menos…

(duda).

ALBERTO: Ocho años.

VICTORIA: Ocho… ¡Imagínese! Y en aquel entonces yo aún no era

conocida.

35

LENA: Tampoco hay mayor misterio: tenemos un muy buen servicio de

documentación y, a fin de cuentas, un catedrático de universidad

escribiendo novela policíaca siempre llama la atención y deja huella,

aunque se esconda detrás de un pseudónimo.

ALBERTO: ¿Las ha leído? ¿Alguna de las dos?

LENA: (Evita contestar.) La verdad es que cuando salieron no sabía que

eran suyas, o no me fijé. Lo he descubierto ahora, cuando preparaba

el cuestionario para la entrevista con su mujer.

VICTORIA: Alberto es un escritor magnífico. No digo ya como ensayista,

porque eso no lo niega nadie. Quiero decir como narrador. Le he

insistido muchas veces en que reedite esas novelas con su nombre y

que siga escribiendo por esa línea. Tiene un talento enorme que no

debe desaprovecharse, y también una gran sensibilidad.

ALBERTO: Ya ve usted: las rosas, las novelas policiacas…

VICTORIA: …Y la poesía.

LENA: ¿La poesía?

ALBERTO: (A Victoria.) No, cariño; la poesía, no.

VICTORIA: Sí, Lena; también la poesía. Tendría usted que leer algunos de

los poemas que ha escrito. A Alberto le puede el pudor, pero algún

día todo eso saldrá a la luz y se reconocerá lo espléndido escritor que

es Alberto Lagos.

ALBERTO: Ya oye usted a toda una Consejera de Cultura hablando como

cualquier mujer enamorada de un marido que simplemente

emborrona cuartillas. No le haga ni el menor caso. Para algunas

cosas está completamente chiflada, sobre todo si se trata de hablar de

mí. Mi poesía no vale nada.

LENA: Eso tendremos que decirlo los demás.

36

ALBERTO: Lo que dirían los demás se lo puedo decir ya mismo: «Esto es

una mierda, pero vamos a callarnos no vaya a oírnos su mujer y nos

quite la subvención».

LENA: ¡Exagera!

ALBERTO: ¿Me equivoco? ¿Me va a decir que no es ese el tipo de

mamoneo que se traen entre todos? ¿Sabe lo que es tener que hacer

como que no sabes que en la Universidad se chismorrea que si me

nombraron Jefe de Departamento fue gracias a que mi mujer es quien

es? ¡Tener que aguantar eso yo, que ya era catedrático cuando la

mitad de esos idiotas aún iba por su primera cartilla!

VICTORIA: Alberto…

ALBERTO: La eme con la a, ma, ¡de mamón!

VICTORIA: Las cosas no son así, Alberto.

ALBERTO: No, cariño, claro que no son así. Son peor. Pero no eres tú la

que tiene que soportarlo. Para ti todo es muy fácil; todo asquerosa y

puñeteramente fácil. Tú eres culta, lista, inteligente, bella, agradable,

simpática, caes bien y encima tienes un tipazo… A ti todo te ha

venido rodado y sólo has tenido que poner la mano para agarrar las

de los tipos que te ayudan a apearte de los coches oficiales. Tú no

sabes lo que es luchar, y te aseguro que me alegro por ti, porque así

te has salvado de tener que pasar por el aro y has podido mantener tu

lindo culo intacto. Pero la mayoría de la gente no tiene tanta suerte

como tú, ni le sonríe la vida como a ti, ni tiene el futuro despejado

como el tuyo, ni es tan feliz.

VICTORIA: Alberto…, yo…

ALBERTO: Pero no te tengo envidia. De verdad que no te tengo envidia,

Victoria. ¡Qué va! No pienses que te tengo envidia. Me gusta que te

vayan tan bien las cosas. Me alegro por ti. Me alegro mucho, en

37

serio. Y ojalá que todo en la vida te sea igual, todo ideal, todo

fenomenal. No, cariño; yo sólo quiero lo mejor para ti.

VICTORIA: ¿Y para ti?

ALBERTO: ¿Para mí?

VICTORIA: Sí, para ti. ¿Qué es lo mejor para ti?

ALBERTO: Lo mejor para mí eres tú. La única capaz de aguantarme

cuando regreso a casa de mala leche y me dedico a hacer el ridículo

delante de una periodista.

VICTORIA: Tú nunca haces el ridículo, mi amor. Eso no va contigo.

Nunca.

ALBERTO: (A Lena.) Le ruego que me disculpe. Mi mujer es una santa,

pero usted no tiene por qué aguantar que yo me porte de esta manera

en su presencia. Le pido mil perdones por mi salida de tono.

LENA: No tiene de qué preocuparse. En serio.

ALBERTO: ¿En serio?

LENA: De verdad.

VICTORIA: (A Lena.) ¿Nos disculpa un momento?

LENA: Desde luego.

VICTORIA: (Cogiendo a Alberto del brazo.) Vamos, cariño.

(Victoria y Alberto salen. Lena se queda sola, pensativa. De pronto

escucha el ruido de la grabadora: se ha quedado en funcionamiento

durante toda la conversación. La para, rebobina un poco y vuelve a

conectarla. Se oye algún fragmento de las palabras de Alberto. La

apaga nuevamente. Regresa Victoria.)

VICTORIA: Tengo que pedirle perdón en nombre de mi marido y en el

mío.

LENA: Por favor, no es necesario.

38

VICTORIA: Insisto.

LENA: Como quiera.

VICTORIA: Por fuerza, la reacción de mi marido tiene que extrañarle, y lo

comprendo.

LENA: No estoy en condiciones de juzgar nada ni a nadie, y a mí

personalmente su marido no me ha molestado.

VICTORIA: Es muy amable. Aun así, no quisiera que se marchase de esta

casa llevándose una impresión tan desagradable y desafortunada.

Usted no se lo merece, y en honor a la verdad creo que mi marido y

yo tampoco.

LENA: Si le sirve para quedarse más tranquila, seré franca con usted: la

situación me ha parecido un poco… extraña.

VICTORIA: Ya veo, aunque al menos ha sabido encontrar una expresión

suave. La felicito y se lo agradezco.

LENA: ¿Hay algo que me quiera decir?

(Victoria se queda un momento con los ojos cerrados, en blanco.)

LENA: ¿Se siente bien?

VICTORIA: ¿Eh? Ah, sí, no es nada.

LENA: Le preguntaba si quería usted decirme algo.

VICTORIA: Sí. Quería decirle, simplemente, que lo que ha visto usted no

es algo normal que suela pasar en esta casa, pero tampoco es

completamente inusual.

LENA: No tiene que contarme nada si no quiere. No le he pedido ninguna

explicación.

VICTORIA: Pero yo quiero dársela. Es posible que crea que mi marido es

un hombre especialmente frustrado a la vez que dado a montar

numeritos, pero puedo decirle que eso no es verdad.

39

LENA: Bueno, lo que yo he visto…

VICTORIA: Lo que usted ha visto ha sido, aunque no lo crea, un hombre

que intentaba ser amable; no ya conmigo, sino con usted.

LENA: ¿Conmigo?

VICTORIA: Sí. Usted no podía saberlo, pero él sólo quería comportarse

como un buen anfitrión al ofrecerle ese dry-martini, aunque él mismo

no está en situación de beber ni una sola gota. Está hecho a la antigua

usanza y hay cosas que le cuesta admitir, pero lo cierto es que

Alberto está enfermo.

LENA: No lo sabía.

VICTORIA: No, naturalmente que no. Toma antidepresivos y eso es

incompatible con el alcohol. La reacción la ha podido comprobar

usted misma.

LENA: ¿Y cómo no se lo ha impedido? Yo no necesitaba tomar nada más

que mi café con leche.

VICTORIA: Porque no siempre ocurre y yo soy incapaz de privarle de

nada que le haga feliz. ¿Está usted casada?

LENA: No.

VICTORIA: Si alguna vez tiene una pareja mayor que usted me entenderá.

LENA: Pero su marido es un hombre de mucho talento.

VICTORIA: ¿Y diría usted lo mismo si yo no se lo hubiese repetido una y

otra vez? (Lena no responde.) ¿Lo ve? Ni siquiera se ha atrevido a

responderle a él cuando le ha preguntado si había leído sus novelas.

LENA: La verdad es que sí, pero…

VICTORIA: No, yo no necesito saber su opinión. Puedo imaginármela y

quizá la comprenda mejor de lo que pueda creer. Pero eso no me

ayuda; no cuando mi marido está enfermo y mi misión es protegerlo.

LENA: ¿De gentes como yo?

VICTORIA: De la gente, en general.

40

LENA: La entiendo muy bien.

VICTORIA: No estoy segura, pero ojalá sea así.

LENA: Se ha hecho muy tarde.

VICTORIA: Supongo que tendrá que marcharse.

LENA: En realidad lo digo por usted. Sé que tiene una cena.

VICTORIA: Aún tengo mucho tiempo. Estas cosas jamás son a horas

decentes.

LENA: Puedo volver otro día.

VICTORIA: ¿Todavía quiere su entrevista?

LENA: Es mi trabajo.

VICTORIA: A lo mejor podría considerar que ya tiene en su mano un

reportaje.

LENA: No le niego que es una opción.

VICTORIA: Habría quien no vacilaría.

LENA: En mi profesión hay gente para todo, como en la suya.

VICTORIA: ¿Qué quiere hacer?

LENA: Depende de usted.

VICTORIA: Yo estoy lista.

LENA: Y yo. Sólo necesito un minuto.

(Lena rebobina la cinta donde ha quedado registrada la escena y la

prepara para grabar desde el principio, borrando lo anterior.)

VICTORIA: ¿Ya está?

LENA: Listo.

VICTORIA: ¿Por dónde quiere empezar?

LENA: Por el principio. Me decía que su marido creó una rosa para

usted…

VICTORIA: Así es. Una rosa muy hermosa.

41

ESCENA TERCERA

(Es de noche. Se abre la puerta de la calle y entran Carmen y Toño,

ambos bien vestidos. Carmen viene muy enfadada.)

CARMEN: No pienso escuchar ni una palabra más.

TOÑO: Pues no tengo intención de callarme. Lo que has hecho es una

tontería.

CARMEN: He dicho que te calles.

TOÑO: ¡Una tontería! ¡Una completa y absoluta tontería!

CARMEN: Hago lo que me parece conveniente, y basta.

TOÑO: Haces lo que haces porque has perdido los papeles.

CARMEN: ¿Pero tú quién te crees que eres?

TOÑO: ¿Y tú? ¿Eh? ¿Quién te has creído que eres tú?

CARMEN: ¿Quieres dejarme en paz, por favor?

TOÑO: Porque el problema es justamente ese.

CARMEN: Te lo pido por última vez.

TOÑO: Que ya no sabes quién eres y no te das cuenta de que haces el

ridículo.

CARMEN: Y tú no haces más que hablar y hablar y hablar, y ya me estás

dando dolor de cabeza.

TOÑO: Todos se han dado cuenta.

CARMEN: Eso es lo que quiero. Que se enteren y se les caiga la cara de

vergüenza.

42

TOÑO: Pues te has lucido. Has conseguido que se rían de ti, del primero al

último. En este momento deben de estar partiéndose el culo a tu

costa.

CARMEN: Hay ciertas cosas que no tengo por qué aguantarle a nadie, y a

ti tampoco.

TOÑO: Pues tú deberías contar hasta diez cuando sabes que vas a

equivocarte.

CARMEN: Mira por dónde, yo creo que he hecho muy bien.

TOÑO: ¿Ves cómo estás equivocada?

CARMEN: Acaso el que se equivoca seas tú.

TOÑO: Lo único que consigues es cerrarte las puertas.

CARMEN: De sitios a los que tengo la intención de volver.

TOÑO: De gente con la que no tienes por qué quedar mal.

CARMEN: Gentuza que me lo debe todo a mí.

TOÑO: Personas que ya no te deben nada.

CARMEN: Yo les he puesto donde están.

TOÑO: Pero ellos son los que siguen en el mismo sitio, y tú no.

CARMEN: No estás siendo ninguna clase de ayuda, ¿sabes?

TOÑO: Precisamente porque te apoyo quiero que asumas cuanto antes la

realidad de tu nueva situación.

CARMEN: Estás defendiendo a los mismos que me insultan.

TOÑO: Nadie te ha insultado.

CARMEN: A los que me ofenden.

TOÑO: Tampoco te han ofendido.

CARMEN: ¡Naturalmente que me han ofendido! ¿O es que no has notado

lo ofendida que estoy?

TOÑO: ¿Y si probases a ponerte en su lugar?

CARMEN: ¿En ese lugar que me deben a mí?

TOÑO: ¿Tú qué habrías hecho, eh?

43

CARMEN: Cualquier otra cosa, desde luego.

TOÑO: ¿Por ejemplo…?

CARMEN: Por ejemplo, recordar que no debo morder la mano que me da

de comer.

TOÑO: Aunque en este caso esa mano no es la tuya.

CARMEN: Lo fue.

TOÑO: Pero ya no lo es.

CARMEN: ¿Y para qué se supone que sirve la memoria?

TOÑO: ¿No pretenderás decir que te sientes olvidada?

(Suena el móvil de Carmen.)

TOÑO: Te están llamando.

CARMEN: Ya lo sé.

TOÑO: ¿No piensas contestar?

CARMEN: Estas no son horas de llamar.

TOÑO: Puede ser importante.

CARMEN: Que llamen mañana.

TOÑO: ¿Y si quieren hablar contigo ahora?

CARMEN: Ya se cansarán. ¿Te crees que no sé quién es? (El teléfono deja

de sonar.) ¿Ves? Ya se han cansado.

TOÑO: ¿Crees que era Jorge?

CARMEN: Seguro que quería disculparse.

TOÑO: ¿Por qué no lo compruebas?

CARMEN: Porque no me apetece.

TOÑO: Estás llevando muy mal tu dimisión.

CARMEN: Nada de dimisión. Ha sido un despido.

(Ahora es el móvil de Toño el que empieza a sonar.)

CARMEN: Otra vez el incansable del niño Jorge. ¡Qué pesado!

44

TOÑO: (Saca el teléfono y contesta.) Ana… (A Carmen.) Es Ana. (Al

teléfono.) No, está conmigo… En casa, sí… Ah, pues no te hemos

oído. (Carmen dice con gestos que no quiere ponerse al habla.) Se lo

habrá dejado en el coche. Te la paso mientras bajo a buscarlo.

(Carmen se enfada gestualmente, pero Toño insiste y le fuerza a

coger el móvil.)

CARMEN: Ana, sí… No, nada… ¿Problema? Ninguno… ¿Por qué lo

dices?… ¡Ah, no, qué tontería!… ¿De verdad? ¡Si no me he dado ni

cuenta!… ¡Qué va, qué va!… ¡Qué cosas tienes!… A Toño, que le

ha dado un mareo… Sí, está muy débil últimamente. (Con intención,

mirando a Toño.) Será que se está haciendo mayor; ya sabes lo raros

que son los hombres… ¿Y el estreno, qué tal?… ¡Ah, pues no sabes

cuánto me alegro!… Claro, es que Jorge tiene mucho talento…

Mucho, sí… Lo verás después en la copa… Sí, pues salúdalo… No,

dile que ya iré más adelante… Otro día… Que ya le llamo yo…

Besitos, y que disfrutes la segunda parte tanto o más… Adiós,

adiós…

(Carmen apaga el móvil y se lo tiende a Toño.)

TOÑO: Gracias.

CARMEN: ¿Contento?

TOÑO: ¿Tú qué crees?

CARMEN: Ya ves que no ha sido tan difícil.

TOÑO: Tendría que ser yo quien te dijese eso a ti.

CARMEN: Tú tendrías que hacer muchas cosas que no haces.

45

TOÑO: Y tú podrías tener un poco menos de soberbia… ¿Qué te decía

Ana?

CARMEN: Estaba en el descanso.

TOÑO: ¿Y…?

CARMEN: Nada. La primera parte, bien. Todo muy bonito pero no se

entendía mucho. Lo de siempre con Jorge.

TOÑO: Una modernez.

CARMEN: Sí, eso.

TOÑO: ¿Y yo?

CARMEN: ¿Tú?

TOÑO: Sí, yo. ¿Qué tal estoy yo?… De mi mareo.

CARMEN: De tu mareo, bien; y no te digo nada de tu mala leche.

TOÑO: Si te parece bonito eso de usarme como excusa, quizá es que tú y

yo no hablamos el mismo lenguaje. ¿Por qué no asumes la

responsabilidad de tus actos?

CARMEN: ¿Y decirle que no cogía el teléfono porque no me daba la gana?

TOÑO: Por ejemplo. Pero mejor si le decías que nos hemos marchado del

estreno porque eras tú la que se sentía mal, no yo, que estaba

perfectamente.

CARMEN: Yo no me sentía mal. ¿No te das cuenta de lo bien que estoy y

las ganas de marcha que tengo?

TOÑO: Carmen, estás llena de energía.

CARMEN: ¿Qué te he hecho?

TOÑO: No, la pregunta es qué te he hecho yo a ti.

CARMEN: ¿Por qué no dejas de atacarme y de meterte conmigo?

TOÑO: Yo no te ataco.

CARMEN: Sí, lo haces. Quizá no te das cuenta pero llevas todo el rato sin

parar de hacerme reproches.

TOÑO: Todos ellos merecidos.

46

CARMEN: Lo que merezco es otra cosa.

TOÑO: ¿Como qué?

CARMEN: No sé. No sé.

TOÑO: ¿Como qué? ¡Vamos! ¡Di algo!

CARMEN: Te digo que no sé. Estoy aturdida, confusa.

TOÑO: Tú eres la que está de mala leche.

CARMEN: Me estoy hundiendo en la miseria y tú eres incapaz de

sostenerme a flote.

TOÑO: Mira que te gusta el melodrama. ¿Por qué eres tan numerera?

CARMEN: No soy numerera.

TOÑO: Claro que lo eres. Te encanta montar el espectáculo, hacerte la

víctima, inspirar pena y compasión.

CARMEN: Mi pena es sólo mía y no pienso compartirla con nadie.

TOÑO: ¿Y una frase como esa no te parece suficiente numerito?

CARMEN: Tú no me entiendes.

TOÑO: Mejor de lo que crees. Te entiendo mucho mejor de lo que crees.

¿O te piensas que no sé por qué nos hemos marchado?

CARMEN: Por dignidad.

TOÑO: No, preciosa. Por tu afán de convertirte en protagonista del evento.

Por puras ganas de llamar la atención.

CARMEN: Pues ya ves: me acaba de decir Ana que nadie se ha dado

cuenta.

TOÑO: ¿Y entonces por qué te ha llamado?

CARMEN: Porque es una buena amiga y se preocupa por mí.

TOÑO: O porque se ha quedado todo el mundo preguntándose a santo de

qué la ex-directora general del Instituto Nacional de las Artes

Escénicas y la Música desaparece así como así de un estreno del

Teatro Nacional.

47

CARMEN: Te encanta decir eso de ex-directora general, ¿verdad?

Repítelo: ex-directora general. ¡Cómo te gusta!

TOÑO: Y a ti te encanta hacerte la víctima.

CARMEN: Si tanto te molesta que nos hayamos ido, podías haberte

quedado. A mí me habría dado igual.

TOÑO: Pues a lo mejor debía de haberlo hecho. Al menos así tendrías que

haberte inventado otra excusa en lugar de decirle a Ana eso tan

ridículo de que me había dado no sé qué mareo.

CARMEN: ¿No pensarás de verdad que Ana se lo ha creído?

TOÑO: ¿Ah, no?

CARMEN: Naturalmente que no.

TOÑO: Entonces qué necesidad tenías de mentirle?

CARMEN: La misma que de marcharme del Teatro. Hay cosas que se

hacen porque se tienen que hacer, aunque todo el mundo sepa que no

es eso ni lo que piensas ni lo que te apetece. ¿Qué querías? ¿Que le

dijese a Ana que nos teníamos que ir del teatro porque no estaba

decidida a aguantar que ese mindundi desagradecido de Jorge

Quintanilla me hiciese de menos?

TOÑO: ¿Y por qué no decírselo? Ana es amiga tuya. Seguro que te habría

comprendido.

CARMEN: Tú eres mi marido y no puede decirse precisamente que me

comprendas mucho.

TOÑO: Será que no me gusta verte haciendo el ridículo.

CARMEN: Mira, Toño, por si no te has fijado en el teatro no he dicho una

palabra más alta que otra, aunque por dentro bien que estaba a punto

de estallar de rabia.

TOÑO: Berrinche puro.

CARMEN: Dignidad herida, más bien.

48

TOÑO: ¿Te has molestado en comentarlo con Jorge? Estoy seguro de que

no ha sido más que un pequeño malentendido.

CARMEN: Nada de eso. Conozco a Jorge perfectamente. Podría jurar que

él mismo estaba presente mientras las taquilleras metían las entradas

en los sobres. Me lo imagino como si lo tuviese delante ahora

mismo, cogiendo el sobre con mi nombre, sonriéndose de medio lado

y poniendo en su interior esas dos entradas de mierda.

TOÑO: Por favor, suenas a malvado de folletín, a criminal de telenovela.

CARMEN: Algo por el estilo, sí; no es mala comparación.

(Vuelve a sonar el teléfono de Carmen.)

TOÑO: Te llaman otra vez.

(Carmen comprueba quién es en la pantallita.)

CARMEN: Es Ana.

TOÑO: ¿Lo cojo yo?

CARMEN: No, deja.

TOÑO: ¿Qué querrá ahora?

(Carmen atiende el teléfono.)

CARMEN: ¿Ana?… ¿Qué teléfono?… Ah, sí. Me lo había dejado en el

coche pero ya me lo ha traído Toño… Claro… Está perfectamente.

No le pasa nada… Pero, oye, ¿es que no vas a ver la segunda

parte?… Que va a empezar ahora… Sí, qué descanso tan largo… ¿En

serio? No tenías por qué decirle nada, mujer… No, que no se

preocupe… Pero piensa que hoy es su día… Ya, ¿y entonces qué te

49

ha dicho?… ¡Qué amable!… Sí, muy amable por su parte… Pero ya

te digo que a Toño se le ha pasado del todo… Casi nos podíamos

haber quedado de haber sabido que no era para tanto… Claro, ¿cómo

saberlo?… Pues dale las gracias, pero dile que no se preocupe… No,

de verdad, que no se preocupe tanto y que todo le salga bien… Sí. Ya

te llamo mañana… ¡Ah! Y de momento, un éxito, ¿no?… ¿Sí? ¿Eso

dicen?… ¡Qué cosas tan raras!… Besitos. Adiós. Adiós. (Cuelga.)

TOÑO: Bueno, al menos me alegro de saber que ya estoy bien.

CARMEN: ¿Acaso te pasaba algo?

TOÑO: Ah, no sé. Tú me has enfermado y tú me acabas de curar. Tú me lo

haces todo y al parecer a mí sólo me toca aguantar y decir que sí a

todo.

CARMEN: Te noto escéptico.

TOÑO: ¿Escéptico? ¿No querrás decir irónico?

CARMEN: Quiero decir torpe y cascarrabias. Eso es lo que quiero decir y

eso es lo que digo.

TOÑO: Te recuerdo que la que está esta noche en plan queja continua y la

que ve confabulaciones contra ella en todas partes eres tú, no yo.

CARMEN: ¿Quieres saber lo que me decía Ana o prefieres seguir

atacándome?

TOÑO: ¿Qué decía Ana?

CARMEN: Que estaba a punto de empezar la segunda parte de la obra.

TOÑO: ¡Ah! ¿Y te llamaba sólo para contártelo? ¡Qué atenta!

CARMEN: Y para decirme que acababa de hablar con Jorge y le había

contado lo tuyo.

TOÑO: ¿Lo mío? ¿Y qué se supone que es lo mío?

CARMEN: Tu mareo, naturalmente.

TOÑO: Mira por dónde, antes no tenía pero ahora creo que me empieza a

venir uno.

50

CARMEN: Comprenderás que algo le tenía que decir a Jorge la pobre Ana.

TOÑO: Me parece que en un estreno oficial ya hay suficientes temas de

conversación como para no arremeter conmigo.

CARMEN: Tú sólo eras la excusa, así que no te hagas de repente el

importante, ni tampoco el ofendido.

TOÑO: ¿No habíamos quedado en que la ofendida eras tú? ¿O eras la

importante? Ahora no me acuerdo.

CARMEN: ¿Te cuento lo que se han dicho o no?

TOÑO: Habla, por favor. Necesito saberlo todo acerca de mi estado de

salud.

CARMEN: Pues el mareo se te ha pasado ya.

TOÑO: ¡Ah, me alegro! ¿Y a Jorge, qué tal le ha sentado?

CARMEN: Al parecer, él también se alegra de que ya estés bien.

TOÑO: Sé que te cuesta creerlo, pero en el fondo es buena persona.

CARMEN: Sí, sin duda.

TOÑO: ¿Y cómo ha sido? ¿Ana le ha contado por las buenas que nos

habíamos ido indispuestos o ha sido él quien le ha preguntado al

advertir que faltábamos?

CARMEN: Se lo ha dicho ella cuando se lo ha encontrado en el entreacto.

TOÑO: Normal. Como desde que has caído en desgracia te has vuelto

invisible, seguro que Jorge ni se había dado cuenta de que no estabas

en la sala.

CARMEN: ¿Cuando me casé contigo ya tenías ese sentido del humor o es

que lo has ido perdiendo con el tiempo?

TOÑO: Me temo que ya venía en el lote.

CARMEN: O sea, que me toca aguantarme.

TOÑO: Pues sí, puede decirse así.

CARMEN: ¿Pero tú entiendes que ya tengo bastante esta noche como para

encima tener que estar discutiendo contigo?

51

TOÑO: Sin embargo me necesitas. Reconoce que lo que más te apetecería

ahora mismo sería arrancarle a Jorge la piel a tiras. ¿Verdad? Pues,

ya que no puedes hacerlo, más que nada porque no lo tienes delante,

aprovéchate de mí. Estoy dispuesto a soportar todas tus embestidas.

CARMEN: ¿Por lástima? ¿Por pena? ¿Acaso por amor?

TOÑO: No te hagas ilusiones: por puro masoquismo; yo soy así.

CARMEN: ¡Valiente panorama! Un masoquista por marido y un sádico

como subordinado.

TOÑO: Permíteme que te corrige. Ex-subordinado. Si tú eres ex–directora

general, Jorge es tu ex–subordinado.

CARMEN: ¡Cuánta ingratitud hay en el mundo!

TOÑO: Bienvenida a la vida real.

CARMEN: Lo que tú llamas vida real no está hecho para mí.

TOÑO: Porque tú eres mejor que la media de la gente.

CARMEN: Mejor, no; simplemente distinta.

TOÑO: ¿Distinta a qué? ¿O a quién?

CARMEN: Distinta.

TOÑO: ¿Distinta a mí?

CARMEN: Distinta a Jorge.

TOÑO: ¡Ah, ya! A Jorge.

CARMEN: Sí.

TOÑO: ¿Y en qué se supone que sois distintos Jorge y tú?

CARMEN: ¿Acaso no es evidente?

TOÑO: Pues no. Quizá te cueste creerlo, pero para mí no hay nada obvio

en todo este asunto.

CARMEN: Yo jamás me habría comportado como él.

TOÑO: No lo sabes. No has estado en su lugar.

CARMEN: En ningún caso habría dado semejante pago a quien me ha

hecho los mayores favores de mi vida.

52

TOÑO: Creo recordar que lo elegiste como director del Teatro Nacional

por su capacidad y sus merecimientos, no porque de esa manera le

estuvieses haciendo ningún favor.

CARMEN: Era muy bueno, sí…

TOÑO: Y no ha dejado de serlo.

CARMEN: Vale que lo sigue siendo, pero hay otros que son tan buenos

como él. No son muchos, de acuerdo, pero los hay y podía haber

nombrado a cualquiera de ellos igual que decidí nombrarlo a él.

TOÑO: Pero ahora crees que te equivocaste, ¿no es así?

CARMEN: No, no me equivoqué. Sigo creyendo que Jorge es el que tiene

más talento para devolver el teatro al primer plano de actualidad. Lo

creo, sí, y volvería a nombrarlo si estuviese en mi mano, pero lo que

ahora tengo claro es que a maleducado no le gana nadie.

TOÑO: Marcharse de un teatro a punto de empezar la función y sin dar

explicaciones tampoco es el colmo de la buena educación.

CARMEN: ¿Y te parece más elegante sentar a la mujer a quien debes tu

rutilante y envidiado puesto en una segunda fila de la primera planta

del teatro?

TOÑO: Puede haber sido un descuido o un error.

CARMEN: O una provocación.

TOÑO: O una desatención. O que se les ha pasado por alto.

CARMEN: O una humillación deliberada.

TOÑO: ¿Y si él no estaba al tanto de dónde sientan a la gente?

CARMEN: Es un estreno oficial y hay que cuidar el protocolo.

TOÑO: Lo que quieras, pero tú ya no eres cargo público y comprenderás

que ahora se debe a otra gente.

CARMEN: Me habrán echado de mi puesto, vale, pero no me he muerto ni

me vuelto tarada. Las cosas tienen un porqué, y las actitudes de las

personas también. ¿Por qué, si no, el resto de invitados estaban

53

sentados más o menos donde siempre y en cambio nosotros no? ¿Por

casualidad? No. En este mundo de apariencias nada es fruto del azar

ni capricho de la fortuna, y nada ofende más que un salto en el

protocolo.

TOÑO: Aun así, tal vez deberías haberte tragado la rabia, sentarte, ver la

función y marcharte muy dignamente después de haber felicitado a

Jorge.

CARMEN: ¿Para que crea que soy tan débil que se me puede humillar

fácilmente porque no soy capaz de responder? No estoy tan acabada.

TOÑO: Tú lo llamas debilidad, pero yo lo considero elegancia.

CARMEN: Esa opción no me vale.

TOÑO: De acuerdo. Pues en ese caso quizá podrías haberte liado la manta

a la cabeza y haber montado un escándalo allí mismo: «¿Qué

entradas son estas? ¡Ustedes no tienen ni idea de quién soy yo! ¡No

saben con quién están hablando!». ¿No te habrías sentido mejor así?

CARMEN: Pues sí. Ya que lo dices, por lo menos me habría desahogado.

TOÑO: Entonces, ¿por qué no lo has hecho?

CARMEN: Muy sencillo. Porque no quiero darle a nadie la oportunidad de

conocer mi disgusto.

TOÑO: A nadie, salvo a mí.

CARMEN: Toño, si no me puedo confiar contigo, ¿con quién lo voy a

hacer?

TOÑO: Te lo estás pasando muy mal, ¿verdad?

CARMEN: No sabes lo duro que es. Tienes que trabajar mucho pero a la

vez te acostumbras a que la gente te trate de una determinada manera

amable, y confías en que siempre será así. No sabes cuánto va a

durar y de repente todo desaparece cuando menos creías que podía

pasar. Y entonces notas que esa misma gente ha cambiado, de golpe,

de un momento a otro. ¿Qué te toca pensar a partir de ahí? ¿Que todo

54

lo que has hecho ha estado equivocado? ¿Que has vivido en un mar

de hipocresía donde la verdadera naturaleza de las cosas y las

personas era imposible de distinguir? Lo peor no es que ahora todo

haya cambiado, porque eso es normal, sino que haya cambiado tanto.

TOÑO: Carmen, puede que la situación sea distinta, sí; hasta ahí estoy de

acuerdo; pero tú sigues siendo la misma, y yo también.

CARMEN: Lo sé. Sé que estás ahí.

TOÑO: Siempre lo he estado.

CARMEN: Y siempre lo estarás. Lo sé. En eso confío. Nunca he dejado de

confiar en ti.

(Suena el teléfono de Toño.)

TOÑO: Es el mío. (Lo coge.)

CARMEN: ¿Quién es?

TOÑO: No te lo vas a creer.

CARMEN: ¿Quién?

TOÑO: Jorge.

CARMEN: ¿Jorge?

(Toño contesta.)

TOÑO: ¿Sí? ¿Quién es?… ¡Jorge! ¡Qué sorpresa!… Dime… No, no ha

sido nada… No, de verdad… Un mareo, sí, pero ya se me ha

pasado… Seguro que una bajada de tensión o algo así… Sí, el

estress. Algo de eso… ¿Cómo que ya no tenemos veinte años?…

Pues yo sí los tengo… Veinte sí, te lo aseguro, y algunos más

también… Oye, que muchas gracias por llamar, pero ¿es que ha

terminado ya la obra?… Ah, que va por el segundo acto y tú estás en

55

el bar… De los nervios, claro… Pues no sabes cómo te agradezco el

detalle. Imagínate, preocuparte por mí en medio de tu propio

estreno… Nada, nada. Un detalle… Sí, está aquí conmigo… Desde

luego, no hay mejor enfermera… ¿Te la paso?… Un momento. ¡Ah,

hasta luego y otra vez gracias! Te la paso.

(Toño le alarga el teléfono a Carmen.)

CARMEN: ¿Jorge?… Ya ves, un mareo… ¡Ja! Como una damisela de las

que piden sales… ¿Y tú qué tal?… ¡Ah, cuánto me alegro!… Tú me

disculpas pero yo eso de mucha mierda no lo puedo decir, así que

déjame que te desee todo el éxito del mundo… ¡Hombre, claro que

sé que no eres supersticioso! Pero hay quien sí lo es… ¿Qué críticos

han ido?… ¿Y qué cara ponen?… Bueno, ya los leeré… No, hombre,

vamos al teatro cuando a ti te venga bien… Claro, y luego nos vamos

a cenar los cuatro… Sí, un poquito de marujeo que eso distrae

mucho… Oye, que no te entretengo más… ¡Ah, y que muchas

gracias otra vez!… Un detalle, Jorge. Un detalle… Ciao.

(Carmen le devuelve el teléfono a Toño.)

TOÑO: ¿Y?

CARMEN: Nada. Parece que a la gente le gusta. Por lo menos están

aplaudiendo varios momentos y además se han dejado las toses en

casa.

TOÑO: ¿Y algo más?

CARMEN: Que tenemos que quedar para ver la obra y cenar después.

TOÑO: Sí, eso ya lo he oído.

CARMEN: ¿Cuándo te viene mejor que lo hagamos?

56

TOÑO: Me da igual. Cuando tú digas.

CARMEN: A lo mejor podríamos ir el sábado.

TOÑO: Sí, por mí vale. El sábado es un buen día.

CARMEN: Oye, y qué detalle por su parte lo de llamar para saber si te

había pasado algo.

TOÑO: Aunque menos mal que no me había pasado nada.

CARMEN: Desde luego… Ni a mí tampoco.

TOÑO: ¿A ti?

CARMEN: Sí, a mí. A mí tampoco me ha pasado nada.

TOÑO: ¿Sabes, cariño? De eso no tenía ni la menor duda.