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XI CONCURSO LITERARIO PREGÓN JUVENIL
SEMANA SANTA DE CUENCA 2013
SENTIMIENTOS QUE GUARDAN HISTORIAS
MARÍA FERRER GARCÍA
ASOCIACIÓN CULTURAL “SOLEDAD DEL PUENTE”
23 DE MARZO DE 2013
DIGNÍSIMAS AUTORIDADES
SR. PRESIDENTE DE LA JUNTA DE COFRADÍAS DE CUENCA
NAZARENOS Y NAZARENAS DE CUENCA
HERMANOS Y HERMANAS DE LA VRBLE. HDAD. DE NTRA. SRA. DE LA
SOLEDAD DEL PUENTE
CONQUENSES Y AMIGOS
Cuenca impresiona, es romántica,
misteriosa y bella. La celebración de
su Semana Santa, declarada de Interés
Turístico Internacional, se remonta al
siglo XVII, momento en que
Agustinos y Trinitarios configuraron
las dos primeras procesiones
conquenses al fundar las primeras
cofradías, y hoy, miles de nazarenos y
penitentes, que van dando luz y color con sus cirios junto a los banceros,
acunando sobre sus hombros toneladas de hierro y madera, rememoran por
las calles de la ciudad la Pasión y Muerte de Cristo.
Sucede como cada año, cuando el árbol del amor de la curva de la
audiencia estalla en flor, cuando la luna llena aparece en lo alto del cerro
Socorro, cuando las golondrinas y demás aves inquietas revolotean por
encima de Cuenca anunciando que la primavera ha llegado, proclamando la
Semana Santa.
Recuerdo aquellos días de mi infancia cuando en el colegio les decía a mis
compañeros: “¡por fin llega nuestra Semana Santa!” y ellos no me hacían
caso, se lo tomaban como algo más, días de fiesta, días para descansar, pero
no se daban cuenta de que para mí era algo más que eso, era un
sentimiento, una pasión.
Este año no he hablado con nadie sobre lo que significa para mí esta fecha
tan señalada, prefiero escribirlo, escribirlo y dejarlo plasmado en el
recuerdo, para luego volver a leerlo y sentirme viva de nuevo.
Recorrer las calles de Cuenca, desnudas, estrechas y empinadas, entre
piedras y forja, clarines y tambores, una perfecta sinfonía de sonidos,
imágenes y colores, colores enlutados por un llanto ahogado de una madre
en busca de su hijo.
Ver cómo se escapan las notas de una trompeta y llegan a oídos de aquellos
que escuchan más allá del barullo de gente. Porque, quizá, esa es la manera
de vivir la Semana Santa, mirar más cerca, más, tan cerca que lo borroso se
vuelva nítido, se vuelva claro.
Resuena todavía en mi cabeza, el sordo golpe de la horquilla del nazareno,
contra el suelo empedrado de Cuenca, una tradición que merece ser
conservada, nuestra Semana Santa.
Hay cosas que pasaron antes, mucho antes. Cuando tus abuelos te llevaban
a ver las procesiones de la mano y tú llorabas, llorabas sin motivo, sólo
porque te han enseñado que cuando alguien sufre, llora. Pero hoy no lo
siento así, son lágrimas derramadas de alegría, emoción y devoción y al
mismo tiempo lágrimas de rabia e impotencia, de ver lo más querido
insultado, ultrajado y derrotado.
Un punto culminante para mí, es la llegada
de nuestro Jesús Nazareno a la altura de la
iglesia de San Felipe Neri cuando
irremediablemente con los sentimientos a
flor de piel, procuro aplacar los nervios y,
con un nudo que me oprime la garganta,
creo imposible retener tanta emoción que
me embarga.
De repente ¡shh…! el silencio se hizo
presente, un silencio absoluto, parecía que
las calles hubieran quedado de pronto
vacías, sólo nuestro Jesús frente a los
Oblatos, buscando ese canto del Miserere interpretado por el coro de
Cuenca, voces encantadas como su ciudad, que nos culminan.
Este es el verdadero motivo de la Semana Santa, salir a la calle dispuesta a
acercarte un poco más a aquello que te hace más humana. A compartir una
pasión con gente que ni siquiera conoces y estando en la procesión,
siguiendo con paso lento y silencioso a esa imagen que tanto veneras y
contemplar ese farolillo que se está apagando, ver a esa madre, dolorosa,
madre que derrama un mar de lágrimas y que hasta el cauce se ha secado de
tanto llorar.
Jesús, cuna de toda inspiración, rogando a su madre que no le dejara caer,
pidiendo a toda la humanidad que si caía, ellos se hicieran más fuertes. Ver
a los nazarenos alzando a Jesús, proclamando al cielo que nunca lo dejarían
caer, lo sujetarían en sus brazos para que su peso se hiciera sentir.
Nosotros, nazarenos, adorando en silencio, contemplando las caras de
agotamiento y a pesar de ello, seguir adelante como Él nos enseñó. Desde
nuestro camino, vemos a la otra persona cada vez más lejos, pero sabemos
que al final nos volveremos a juntar, flotando en el aire, dejándonos llevar
por sonidos robados de notas musicales que dejan en nuestra memoria las
marchas procesionales, fúnebres y de pasión. Notas de campanas del reloj
de Mangana, que se alza altanero y que sólo él se atreve a marcar esas
horas incesantes que nos embargan, que entre el viento suave y frío de la
tarde noche nos hace respetar los pasos a golpe de gubias, ofrendas de
sangre, sudor y lágrimas, porque la pasión vivida en estos días pesa tanto,
que sobrecoge, y una vez más, me siento pequeña.
Los conquenses representan la dramatización viva de la pasión y muerte de
Jesús por la parte antigua de su ciudad, tan especial, tan medieval, con sus
repechos y sus cuestas, es como si realmente recorrieran el mismísimo
camino hacia el calvario.
Cuenca, entre sus luces y sombras, iluminada también por el calor de sus
cirios y velas encendidas y allí entre sus riscos, a los pies del corazón de
Jesús, la hoz del Huécar y al otro lado, a los pies de la Virgen de las
Angustias, el río Júcar que ayuda con sus murmullos de agua a aplacar el
dolor, la angustia y la agonía de esa madre que asoma sobre el pórtico hacia
el puente de San Antón, al compás de un drama.
Bajo sus pies, el río, en cuyo reflejo, resplandece ese manto aterciopelado
de negro azabache y plateadas andas, en busca de su hijo amado, mirando
hacia el cielo estrellado esperando una señal, con lágrimas en los ojos, lo
pide con clemencia. ¡Qué puñal de dolor! Ver a su hijo con la cruz a
cuestas, solo y desamparado. Pesa tanto ese dolor, que nos sobrecoge el
alma, recorriendo otra calle más, donde muere un más allá, en una
memoria, en un recuerdo, sin saber que pronto un Jesús Resucitado
recorrerá esas calles para encontrarse con ella, con su madre, donde la
despojarán de su manto negro, pasando a lucir uno verde y oro, alejando ya
cualquier sentimiento de dolor.
Los dos, uno frente al otro, se prodigarán en un vaivén mecido por los
banceros con júbilo, y el cielo, se abrirá de lleno recogiéndolos entre
ovaciones, vítores y palomas blancas al viento.
Entonces dejaremos atrás esa pasión de Cristo, la veremos más cálida, más
significativa y de mayor hondura, dando más sentido a nuestra vida, ya que
en estos días, nuestro lado sensible cobra fuerza en nuestro interior y así
recrearemos y reviviremos cada cristiano en nuestro corazón, en nuestra
alma, incluso en nuestro espíritu, el sacrificio de Nuestro Redentor del que
brotó la salvación.
Dentro de pocos días, casi de puntillas, tendremos que contar otra vez la
espera, todo habrá culminado.
La gloria la tenemos, a la puerta pasión, no me sabe a despedida sino a
esencia de su alma y corazón, donde Jesús siempre nos espera y nos da un
amor que ninguno de nosotros conocemos, amor que ni siquiera tocamos
con la punta de nuestros sentimientos. Donde ya se fueron los fríos y en
todos los corazones, siempre será primavera.
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