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PrólogoEva Giberti

La autora de este volumen podría haber escrito un libro a partir de la recopilaciónde datos propios de la violencia de género en relaciones de pareja, ya que no soloabundan, también aparecen agrupaciones sensibles al tema con proyectosdiversos. Un panorama tentador para quien desde el periodismo dispone deaccesos privilegiados a la información.Sin embargo, Mariana Carbajal eligió producir un documento, es decir, unamuestra ejemplar capaz de advertir y de trascender.En el comienzo de la obra ella se acerca despacito a sus lectores, como si fuera acontarles algo en la intimidad del oído antes de ingresar en el sacudidor ydoliente mundo de la violencia de género. Luego, selecciona testimoniosrigurosamente compaginados en el circuito de los mitos con los que el imaginariosocial nutre e ilustra las prácticas del machismo y del patriarcado. Los mitos sonfundantes de las culturas que se desarrollan inspirándose en ellos. Diferentes delas creencias y de los prejuicios, que pueden transformarse cuando las épocas asílo exigen, los contenidos de los mitos persisten. Por ese motivo ha sido prudenteenunciarlos en el texto, para que sean leídos como aquello que aparece paraafirmar algo que carece de soportes lógicos y certeros. “Solo las mujeresignorantes y sumisas son maltratadas”, “Si no hay golpes no es violencia”, “Si sequeda es porque le gusta que le peguen”, “Los hombres son violentos pornaturaleza”, “Al informar sobre femicidios los medios de comunicación siemprecontribuyen a prevenir la violencia de género”, “El amor en la adolescencia no esviolento, es apasionado”, a los que podrían sumarse otros semejantes con lainteresada intención de facilitar las distintas formas de violencia contra lasmujeres. Mariana no puede menos que interesarse en el nuevo mito que remite alos medios de comunicación, donde ella transita como presencia incanjeable,apunta a la peligrosidad de los varones que tienen a su cargo la información delos femicidios y avanza en el reclamo de prudencia para sus colegas.En las páginas de este libro sistematizó los mundos de las vidas y de las muertescon las voces de las sobrevivientes, con las frases de los homicidas y con lamemoria de los testigos. Nombre tras nombre, no escatimó ninguna de lasidentidades convocadas en sus páginas. Lo cual no es un dato menor: víctimas,homicidas, jueces y fiscales llevan su nombre porque los hechos queprotagonizaron son porciones de sus historias.Mariana espera que lo escrito pueda “ser útil” como alerta a las mujeres que lolean. Sin duda lo será. Pero bien sabe la autora que un horizonte de iletradas, delas que no pueden comprar un libro o se avergonzarían por tenerlo o intentaríanesconderlo, todas ellas forman parte de los párrafos que sugieren sus existenciasajenas a las noticias y a la confidencia con Mariana en una mesa de café; ocupanun lugar en el destierro de una ausencia social que solo se muestra de entrecasa,donde rige la ley de la violencia patriarcal que la vida en pareja consagra.En esa tradición se potencian las figuras masculinas. Son hombres, parejas y exparejas, y allí es donde la autora acota su texto, en masculinidades que precisandel género mujer para satisfacer el goce del varón, aquel que la humillación de la

víctima le provoca. Se trata del goce, de la satisfacción, de la expansión del yomasculino que se siente todopoderoso cuando humilla o golpea, cuando alivia sutensión en el golpe o la acumula para descargarla según su deseo.Mariana Carbajal describe con la meticulosidad del investigador o de lainvestigadora que rastrea las escenas donde se fraguaron las violencias en elinterior del vínculo. Escenas donde se reconoce el desgarro psíquico de lavíctima ante el insulto y el grito, el temblor que sobreviene al cuerpo avasallado.Todo a cargo de él. Que fue el hombre elegido por ella, pareja o ex pareja, padrede sus hijos y a quien le resulta muy difícil registrarlo como delincuente, aundespués de sus ataques. Tampoco podría imaginarlo como futuro homicida. Esasmujeres son las protagonistas del asombro al que, a veces, asiste Mariana ante lapersistencia de ese lazo espantoso que las estrangula, asombro que la autoraconsigue transmitir a quien lee, y que no logra explicar la doble vertiente de estasviolencias: ¿por qué esos hombres se ensañan con esas mujeres que losacompañan en la vida y por qué ellas persisten en involucrar a sus hijos en eltormento? Acierta la autora al poner en evidencia el vacío absorto y abrumadorde quienes, ajenos a esas escenas, son testigos sociales de esta pandemia queparece acrecentarse.Mariana lo narra con una transparencia que permite posicionarse en el relatocomo testigo de esa situación paradójicamente horrorosa. Testigo calificado fueella misma ante las confidencias de amigas y conocidas en el tono “a media voz”que constituye uno de los hallazgos literarios del texto.El libro abunda en los argumentos de las víctimas para “no separarse”, y Marianalogra que se entienda qué es lo que esa mujer dice, las creencias, las vergüenzas,los terrores, las necesidades diversas que la mantienen a merced del atacante.Serán innumerables las lectoras que se reconozcan en ese espejo.La denuncia contra el atacante, que podría constituir una garantía para laseparación o el alivio, no cierra necesariamente el capítulo de la convivencia. Mariana analiza los avatares de este instrumento jurídico, sus posibilidades y susriesgos, ya que entre nosotros no contamos con suficiente protección para lavíctima que obtuvo la exclusión del hogar para el violento.Tema que se enlaza con el “después”, cuando la mujer debe regresar al lado delatacante. El texto deja al descubierto una evidencia conocida: habitualmente, lamujer que no ha iniciado su trámite para una separación (las que se decidenconstituyen una minoría) retorna al lado del atacante. No alcanzan los mínimosrecursos que hasta ahora se han logrado para permitirle una independenciaeconómica y social.Sumergida en la narrativa, la autora se cuida, sin embargo, de arriesgardiagnósticos y no tropieza con la pretensión de sugerir explicaciones ointerpretaciones. Pregunta y se pregunta. Queda muy claro que para ella hay unavíctima y un atacante, que son pareja o lo fueron. Es el punto del cual no cabedistraerse.Mariana Carbajal pone en jaque la idealización de la pareja, de la vidamatrimonial, desde un lugar nuevo, y también se ocupa de advertir que existe ununiverso de varones brutales que se encuentran disponibles y esperando quealgunas mujeres los elijan y los amen.

Esta es una vertiente estudiada y comentada durante décadas por expertos ypoetas; las groseras desavenencias que en oportunidades resultan de talesencuentros, saturadas por distintas violencias entre los miembros de la pareja,técnica e internacionalmente se denominan “violencia doméstica”, y porextensión, “violencia familiar”. Esta violencia es el nombre que instituye latortura y los homicidios contra las mujeres, enmascarada en lo que se conocecomo relación de pareja. Se inicia con el noviazgo, acogedor de violenciasjuveniles, e incluye a quienes no admiten ocupar la posición de ex pareja. Estosinsisten en su persecución de la mujer a la que vivencian como un capital de supropiedad, para hostigarla, amenazar a sus propios hijos y pretender prohibirleuna nueva relación con otro hombre. Ejemplos que la autora cita, detalla y auncerti.ca con su conocimiento personal de diversas situaciones, en un estilodocumental que eligió y desarrolla con perspectiva detallista y sin ambigüedades.Para ordenar las experiencias y los conocimientos fue necesario consultar aespecialistas en este tema. Es complejo imaginar qué significa especializarse —estudiar y trabajar— en violencia familiar.Mariana sabía que tendría que recorrer distintos caminos: escuchó y concurrió aalgún lugar donde pudo presenciar cómo se procesan los llamados de auxilio.Escuchó también a quienes le contaron cómo proceden en distintas instituciones.Pudo recoger tesis y explicaciones según las experiencias de cada ámbito detrabajo. Todas ellas cuidadosamente enunciadas en el libro, donde se advierte latendencia al asistencialismo tradicional, en algunas informantes, y algún otromodelo opuesto al criterio que evalúa a la víctima como pasiva e incompetentepara reconocer sus derechos.La vocación como investigadora en periodismo se luce en la transcripción deestos aportes varios. No se le escapa que en el universo de aquellas personas quese dedican a este tema también se encuentran personalidades malvadas,fundamentalistas, pérfidas y peligrosas capaces de revictimizacionessistemáticas, ocupando lugares considerados técnicos, o personas idóneas “debuena voluntad”.Mariana introduce una pausa para mencionar el alivio de los proyectos yprácticas existentes a favor de las víctimas y la reflexión acerca de lo que falta, apesar de las intervenciones estatales y privadas, de las leyes internacionales y susaplicaciones regionales.En busca de los técnicos esperanzados, dialogó con quienes realizan “grupos conhombres violentos”, reprodujo sus expectativas y autorizó su presencia en elámbito impregnado por la narrativa del horror y las resignaciones asumidas porinnumerables mujeres.El libro describe lo predelictual, que se puede anticipar en los noviazgosviolentos, y lo posdelictual, y se asoma a las instituciones, a sus gentes, a lasescenas violentas, a las leyes y a los femicidios, a los mitos y a todo aquello quelos lectores y las lectoras encuentren en las entrelíneas sugeridas; las que MarianaCarbajal continuará incorporando en sus palabras expuestas en los medios,incesantemente.Ahora nos deja la escucha de esas mujeres que en ella encontraron unainterlocutora que aplicó talentosamente su técnica periodística, que se

comprometió como una persona que se sobrepone al espanto que significaescuchar las historias para luego escribirlas.Y que transformó su pesadumbre y su indignación en un documento para lahistoria de las mujeres.