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Garcilaso, escritor tardío
Raúl Mendoza Cánepa
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"A la piedad del que la leyere, no con pretensión de
otro interés más que de servir a la república
cristiana, para que se den gracias a Nuestro Señor
Jesucristo y a la Virgen María su madre, por cuyos
méritos e intercesión se dignó la Eterna Majestad de
sacar del abismo de la idolatría tantas y tan grandes
naciones y reducirlas al gremio de su Iglesia Católica
Romana, madre y señora nuestra. Espero que se
recibirá con la misma intención que yo la ofrezco,
porque es la correspondencia que mi voluntad
merece, aunque la obra no la merezca" (Inca
Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, Proemio
al lector).
Proemio
El Perú existe desde la magnífica confluencia de las sangres. Del ande brotará
la memoria de la gloria imperial que socavó las rocas y derrotó a la geografía.
Innumerables fueron las hazañas de los antiguos, vasta su extensión entre las
cumbres y las llanuras, imponentes los trazos de sus caminos en las longitudes
azarosas. El hombre andino dominó el oro y erigió ciudades. Construyó el
portento de los cauces, la agricultura plana entre los declives.
De la España renacentista habrán de venir las criaturas que poblarán los
montes, la cruz bendita y el fundamento de sus instituciones. De esa síntesis
viviente germinará, en definitiva el espíritu de la Nación.
Garcilaso es el emblema de esa congregación histórica, mensajero trajinado de
la memoria de sus antepasados, cantor de la vieja tradición desde Manco,
primer escritor universal de las cordilleras. Pero es, a la vez, el hijo del
renacimiento que se cierne sobre las estructuras desfallecientes de una
sociedad feudal europea. Representa al peruano que migra y se reinventa, más
precisamente al peruano que, en el “destierro” expresa la síntesis que lo
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abruma en su interior y que, finalmente, lo abate. Es un escritor desgarrado,
españolizado, sumido en recurrentes crisis que lo agobian hasta el linde de la
creación. Del desgarro, precisamente, llega la escritura.
De la Metrópoli obtendrá las riquezas del intelecto, pero con ellas las preguntas
más esenciales y perturbadoras: el ser, la identidad del ser en un mundo
remoto, las reminiscencias que se difuminan hasta extraviarse, las raíces, el
limbo. Garcilaso pretende rescatar el viejo Imperio Inca para fundirlo en la
memoria universal, que es una forma singular de integrarse, asume que es de
justicia hacerlo y al hacerlo reformula su propia historia, su plan, acaso su
destino.
1. El renacimiento y la perspectiva de Garcilaso
La vida de Garcilaso de la Vega discurre en un tiempo de transformaciones
profundas, cuando las viejas estructuras medievales se conjugan
temporalmente con una vuelta al pensamiento y arte clásico. El Renacimiento
impone su sello intelectual e inyecta en los espíritus una extraordinaria
aspiración, la del hombre como ideal del hombre. Atrás iba quedando el modelo
oscurantista, negado a las luces de la razón. En ciernes se perfilaba un
animado interés por el pasado grecorromano.
No es un análisis prolijo aquel que se desentiende de las claves del contexto
histórico y que profundiza en un hombre atemporal. En toda perspectiva
individual subyace una composición compleja. La psiquis se construye de un
pasado que sirve de raíz y explicación, pero básicamente del marco de
referencia cultural. Los hombres son hijos de su tiempo y, en una transición
histórica, son la génesis de un tiempo nuevo que se desengancha lenta pero
progresivamente de uno anterior. Se van formulando nuevas respuestas desde
el nuevo pensamiento, pero permanece aún la vieja raigambre, los antiguos
valores que anclan en la conciencia como persistentes paradigmas.
Gómez Suárez de Figueroa o Garcilaso de la Vega, es la resultante de dos
mundos contrapuestos. El análisis tradicional asume que esos mundos en
agitada contradicción son el andino y el europeo, que marcan el conflicto
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principal del escritor. Tal dilema es accesorio, el eje de la batalla espiritual del
“Inca” es su pertenencia a un tiempo que transcurre bajo dos patrones
disímiles, el feudalismo español al que se integra y el renacimiento como
fenómeno intelectual que lo inquieta.
El ‘Renacimiento’, en la perspectiva de Michelet es la propensión a descubrir el
mundo y al hombre, ocultos bajo la textura de un velo que impedía la evolución
de una conciencia humanista. El hombre se torna, en términos de Protágoras,
en la medida de todas las cosas, el referente universal son sus pasiones
descarnadas y también su carne cautiva de los deseos. La voluptuosidad y
redondeces de los cuerpos se constituye como un modelo para la creación o la
recreación, la belleza adquiere nuevas definiciones y, desde luego, la filosofía
helénica empieza a servir de referente para la interpretación del mundo.
El tiempo nuevo es un retorno al Hombre como entidad universal, transcultural.
No obstante, el medioevo no se quebró de golpe ni la Historia puede ser
concebida equívocamente como compartimentos estancos en sus fases. Cada
período arrastra los lastres de los que les anteceden antes que éstos se
desprendan definitivamente en el transcurso de los siglos. Los monasterios,
guardaron la obra clásica reservándola al tiempo. En los scriptoria de los
antiguos monasterios se aguardaban los nuevos impulsos intelectuales. Virgilio
y Seneca no fueron desempolvados en ariscas cuevas sino en recintos
religiosos que cobijaron, soterradamente, el espíritu del humanismo. El
renacimiento no fue un proceso de ruptura abrupta sino un cambio incremental
que se sujetaba aún a los viejos cánones del conocimiento. La tradición de la
gramática y la retórica seguía su curso y el escolasticismo no abandonó
completamente su ruta, aunque nuevas opciones adquirían progresivamente
una mayor importancia, entre ellas el platonismo.
Incluso, en su afirmación, Garcilaso no abdica de su fe católica ni del
providencialismo medieval que lo aproxima a Agustín de Hipona. Se observan
algunos sustratos agustinianos. El santo había refutado con energía el
paganismo romano, el Inca no asume como propia la religión incaica sino que
la refuta. Concibe, como San Agustín que la Historia es un devenir guiado por
la voluntad de Dios y es la divinidad la que determina la fundación del imperio
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incaico y su destino postrero. En el escritor peruano se articulan el
renacimiento y la fe católica. La suya, como la de los primeros escritores
cristianos es la idea de una Historia en constante progreso hacia un fin
trascendente, predeterminado y universal.
El estudio de los clásicos condujo a la exploración de disciplinas novedosas
como la filología clásica. El estudio del griego y del latín ocuparía el tiempo de
la naciente intelectualidad europea. Sin embargo, la revolución del
pensamiento y la escritura devendrían con mayor fuerza aún con la invención
de la imprenta. Garcilaso es hijo de un tiempo en conversión profunda, la
filosofía y la literatura toman un cariz diferente, prescindiendo de la teología
como referente universal, y como una poderosa tromba nace la vocación de los
escribidores, que cultivan el imperio de lo imperecedero a través del papel. La
imprenta, por lo demás, revolucionó la difusión de los conocimientos, la
certidumbre de la memoria histórica y concedió al intelectual una vía para
sumar al prestigio propio y satisfacer uno de los más enraizados impulsos
humanos, el de existir a través del libro, el de quedarse como una estela en el
tiempo y la Historia, el de la fama y la gloria individual. La imprenta incrementó
el número de ejemplares y, de esta manera, el número probable de lectores;
ofreció a los eruditos textos idénticos que sirvieran de referencia, por igual a
todos, y que sirvieran para añadir nuevas perspectivas y complementos a lo ya
alcanzado por otros hombres.
La filosofía humanista que se impone como un telón de fondo de todas las
concepciones artísticas es la que asigna a la categoría humana una dignidad y
valor esencial. Nace, por tanto, el concepto de “persona”, más precisamente de
persona provista de alma, de alma que se plasma en la unidad, de unidad que
se manifiesta en la Historia. Pese a las actitudes del conquistador español, en
contrasentido de la prédica de Bartolomé de las Casas, el principio básico es
que las personas son seres racionales con capacidad para hallar la verdad y
practicar la virtud. Lo humano es universal y no hay en la comprensión de los
seres, jerarquías sustantivas y excluyentes. “Solo el hombre y todo el hombre”,
musitaría Teilhard de Chardin, lo humano se torna en el eje de la
intelectualidad.
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Giovanni Pico della Mirandola traza los fundamentos de la dignidad de lo
humano en su célebre Oración: “He leído, ilustrísimos Padres, en los
monumentales textos árabes, que Abdala el sarraceno, al ser interrogado sobre
cuál era, en la escena del mundo, la obra de mayor admiración, respondió que
no hay nada más admirable que el espectáculo humano. Lo cual confirma la
sentencia de Hermes Trimegisto: “Grande, oh Asclepio, es ese milagro llamado
hombre”1. El hombre se maravilla de sí mismo y se concede la dignidad, la
supremacía entre las especies. El ideal platónico, el espíritu común, la verdad
que sirve de sustancia a la perecedera vida, es restituido como un valor clave
de Occidente, por lo que el debate mayor entre los hijos del Renacimiento y los
guardianes del viejo paradigma medieval es, en su base, si es que los indios
carecen de alma o no.
Tras la caída de Constantinopla llegaron a Roma muchos estudiosos
bizantinos, ávidos de compartir los ideales clásicos de Grecia. Conviene
señalar la formación, por aquellos tiempos de la Academia platónica en
Florencia. Sócrates, Platón, la pléyade de pensadores helénicos adquieren una
importancia inusitada. Se observa un creciente interés por el conocimiento
pretérito, más aun dada la existencia de la imprenta, crece la propensión por
traducir y, así, expandir los manuscritos clásicos. El brillo intelectual parece ser
el monopolio de los que logran comulgar las culturas a través de la traducción.
La imprenta induce a la universalización del saber y de ciertas categorías
seculares.
De esta manera, no extraña que la primera inquietud de un ilustrado con
pretensiones de ascenso al olimpo de los intelectuales sea la traducción de
textos extranjeros ni extraña que quien comulgue con varias culturas trate de
persuadir al mundo sobre el carácter humano y esencialmente equiparable de
todas ellas. La Historia registrada, con todos sus rigores y metodologías se
reservaba a los forjadores de memoria de la civilización occidental, escritural en
sustancia. Se traducía del italiano, como hizo Garcilaso con León Hebreo y se
“traducía” del silencio de la Historia no escrita a la escrita.
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El Incario sostenía sus registros históricos, a distancia del renacer europeo, a
través de lo remoto hablado, de su tradición oral. Darle una valuación
occidental al reino del Cusco desde la lengua castellana, suponía utilizar los
registros y métodos de la Historia de Occidente para dar visos de continuidad
en la memoria a una tierra exótica e incomprensible bajo los modernos
parámetros. Sin embargo, para que las diversas generaciones del futuro
conocieran de la gloria de los Incas hacía falta una Historia escrita. Dados los
escasos alcances metodológicos de la disciplina de la memoria en el 1500,
mucho de lo que se conjugaba entonces eran testimonios cercanos,
tradiciones, narrativas sin visos de realidad y, por lo tanto, una imaginación
desbordante y mitificadora.
2. La formación española
El 12 de abril de 1539, nace Garcilaso, de la libre unión del capitán Garcilaso
de la Vega y de la india noble Isabel Chimpu Ocllo, nieta de Túpac Yupanqui y
sobrina de Huayna Cápac. Del linaje rancio de los incas, Garcilaso adquirirá la
raíz histórica que lo torna en príncipe de un imperio magno. De la familia
hispánica definirá sus derechos e identidad futura, negados en algunos de sus
alcances durante su vida española.
La formación recibida en su lengua paterna es fundamental para definir hacia
dónde se equilibra la balanza en su formación cultural. En sus primeros años
fue formado por un ayo, don Juan de Alcobaza, al lado de los hijos mestizos de
otros conquistadores. Más adelante, un canónigo, Juan de Cuéllar, le habría de
enseñarle gramática y latín, en la proyección de abrazar las letras en
Salamanca cuando el destino lo señale. El ímpetu de la formación paterna es
tornar al mestizo en un español y para tal fin la primacía de la educación y las
proyecciones futuras habrían de venir de la rama española.
El infante, no obstante el interés de su formación occidental cristiana sorbe de
los relatos orales andinos y percibe la nostalgia reinante por la grandeza de un
imperio que alguna vez fue, que será para los contemporáneos indios durante
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la conquista no más que la trágica y dolorosa “memoria de un bien perdido”2. El
niño obtiene sus rudimentos culturales del luto. El ocaso debió anegar los ojos
de sus contertulios andinos y muchos de sus diálogos primeros y las palabras
pronunciadas por sus familiares incásicos debieron darle señas de su ubicación
histórica. Pero, la ilustración sobre el universo de Occidente colmó luego el
espíritu del joven, ávido pronto de armas y letras españolas. En general,
Gómez Suárez de Figueroa recibió contenidos académicos que lo vincularon al
lenguaje y la filosofía del renacentismo europeo.
Los círculos sociales del Capitán Garcilaso, su padre, nutrieron sus procesos
intelectuales primarios, pero la poesía cóncava que hermana con el
romanticismo de la gloria pasada, provino de la familia materna. Habría de
darle inspiración temprana su tío Cusi Huallpa, los capitanes de Huayna Cápac,
Juan Pechuta y Chauca Rimache y su tío Francisco Huallpa Túpac,
proveedores de las grandes tradiciones incas y trágicas víctimas de la
nostalgia. Muchos de los diálogos cotidianos en los atardeceres cusqueños
tenían, probablemente, el resabio del dolor, de las palabras echas jirones entre
melancolías vagas. Las lágrimas de su madre y de sus más íntimos parientes
debieron impresionar a Garcilaso, formado bajo la conciencia de la múltiple
pérdida, la de sus padres en sendas esponsales divergentes, la de un reino
que solo servía para la memoria y pronto, la del hijo de un honorable
conquistador español, colocado en la picota del juicio regio. Debió ser como
aquellos nacimientos que se producen en las posguerras, cuando las historias
se tejen entre las sombras de historias desechas e irrecuperables. "De las
grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes, lloraban a
sus reyes muertos, enajenando su imperio y acabada su república. Estas y
otras semejantes pláticas tenían los incas y pallas en sus visitas, y con la
memoria del bien perdido siempre acababan su conversación en lágrimas y
llanto, diciendo ‘Trocósenos el reinar en vasallaje’"3, decía Garcilaso,
asumiendo que la dignidad del rey se carga en la sangre y que aún entre los
escombros de una derrota se puede salvar la honra. ���������������������������������������� ��������������������� #����$�������������� ������%�� �� ������ �&%���������' ����������( %�� �&%����)*�����+������������� �
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El niño Garcilaso, dividido en dos mundos, no obstante, construía su conciencia
sobre la base de los conocimientos castellanos. “Aprendía a montar a caballo,
a herrar y cinchar las cabalgaduras y a jugar cañas y sortijas”. Entre tanto se
alimentaba del saber y la lengua quechua. Decía que "lo había mamado en la
leche materna"4. De tal manera, con la primacía de los saberes occidentales, la
lengua del Cusco lo habrá de nutrir de sus diversas narrativas. La literatura,
confundida en sustancia con la historia, provendrá de las tradiciones orales.
Si bien son sus fuentes para el pensamiento postrero, su primera educación no
fue notable. Su intelecto se habría de formar en su integridad muchos años
después en el sosiego de su biblioteca montillana. Por lo pronto, su educación
es apurada e insuficiente, dada a perfeccionar su carácter para los ásperos
retos de su tiempo, más vinculados a las armas que a las letras. Se llegó a
quejar de la pobre educación que recibió en el Cusco. De ese déficit se
lamentará y tanteará las bases de una formación autodidacta. Busca a sus
maestros, vas tras Pedro Sánchez de Herrera y otros frailes humanistas y lee
con avidez las antiguas crónicas de Castilla que lo prepararán para ser un
castizo y hábil comentador de las tradiciones. De las epístolas del padre
Guevara recogerá la elegancia del texto y el italiano le habrá de servir para un
acceso a la literatura renacentista y al sustrato de su filosofía.
La formación sustantiva le será negada en el Perú, de donde migrará sin mayor
lustre intelectual para pergeñar planes en el silencio y las brumas de la paz
provinciana en España. Por el contrario, la tierra de origen será el desgajo de
sus raíces, el rompimiento de esa conjunción arrobadora entre dos mundos que
se superponían sin golpearse ni anularse entre sí. Su padre se vio forzado a
abandonar a la princesa inca, Chimpu Ocllo, a causa de la presión de la corona
porque era un imperativo que los nobles españoles se casasen con damas
nobles españolas. El Capitán contraerá matrimonio con Luisa Martel de los
Ríos, proveyendo, no obstante, a la princesa Inca de una importante dote. La
madre de Garcilaso seguiría la turbadora senda de su padre y habría de
casarse con Juan del Pedroche, un soldado español. De esta unión nacerían
Luisa de Herrera y Ana Ruiz. Esta sería la primera ruptura afectiva del autor de
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los Comentarios Reales, la captura por el Estado de su familia y el crispante
hecho de la separación familiar. Desde aquel doloroso desgajo, el Inca se
aproximaría más a la línea paterna proyectando una vida de integración a su
sangre dominante. Por primera vez, la Corona hinca profundamente en las
fibras de Garcilaso, quien con los años acumularía desazones y desencantos
por un imperio español del que conoció algunos maltratos y marginaciones.
El mestizaje será un abrazo fecundo en la sangre de Garcilaso, pero dejará
poco para su espíritu, que se fundirá con el cosmos europeo del siglo XVI. Se
asimilará al universo del invasor y cultivará un amor devoto por su padre. Su
muerte lo sacudió, fue el hito principal que marcó el quiebre hacia su nueva
vida, especialmente una vida lejos del origen y de sus raíces incas. Esta
muerte lo conmovió a tal punto que en la segunda parte de los Comentarios, en
el capítulo en el que anota la oración fúnebre por su padre, el Inca Garcilaso
apunta: "Aunque no hubiera ley de Dios, que manda honrar a los padres, la ley
natural lo enseña aun a la gente más bárbara del mundo"5
El viaje a Europa tenía así una doble significación, era un homenaje del hijo
cusqueño al capitán extremeño que había sido expulsado de toda
consideración peninsular al traicionar presuntamente los intereses del rey y
una vía para resolver sus problemas materiales. El Capitán Garcilaso de la
Vega, su padre, en efecto, había salvado la vida de Gonzalo Pizarro en las
Huarinas, lo que en Madrid se consideraba no más que una traición. El
homenaje era, a su vez, una reivindicación de su memoria y la atención de
necesidades materiales que, de ninguna manera, descalifican la valía del
personaje. Viaja a España para reclamar por los derechos de su padre, que le
son, finalmente, negados.
Aunque el ávido joven siente el insospechado y arbitrario peso de la autoridad
real a través del Consejo de Indias, de ninguna manera estima como traición
los sucesos de las Huarinas, por el contrario honra a su padre y emite juicio
crítico contra los cargos, que solo son de ignominia para la Administración
española mas no para el heroico Capitán extremeño, cuyo sino mayor fue el del
valor al margen de las consecuencias nefastas de su hazaña.
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El Inca escribe en su postrera Historia General del Perú: “Si no me creyeren, yo
paso por él dando por verdadero lo que dijeron de mi padre parar honrarme y
preciarme de ello, con decir que soy hijo de un hombre tan esforzado y
animoso y de tanto valor, que en un rompimiento de batalla tan rigurosa y cruel
como aquella fue, y como los mismos historiadores la cuentan, fuese un padre
de tanto ánimo, esfuerzo y valentía que se apease de su caballo y lo diese a su
amigo, y le ayudase a subir en él y que justamente le diese la victoria de una
batalla (…) Este blasón y trofeo tomaré para mí…que no faltará quien diga que
fue contra el servicio del Rey, a lo cual diré yo que un hecho como este, en
cualquier parte que se haga, por sí solo, sin favor ajeno, merece honra y
fama”6.
Garcilaso asume con perplejidad el hecho de que el licenciado García de
Castro, muy pronto futuro gobernador del Perú, sustentara en el
“descorazonador heroísmo” del Capitán Garcilaso la negación de los derechos
legítimos de su hijo. “¿Qué merced queréis de su Majestad, habiendo hecho
vuestro padre con Gonzalo Pizarro lo que hizo en la batalla de Huarina,
dándole aquella gran victoria?”, se pregunta el Licenciado, alterando los planes
inmediatos de Garcilaso. Por tal razón, sabiendo Gómez Suárez que el próximo
nuevo gobernador, García de Castro, se embarcaría al Perú, desistió de su
retorno, para lo cual ya había hecho auspiciosos trámites.
El mestizo sufrirá un cambio esencial precisamente en aquel tiempo, el maltrato
será fundamental para explicar su futuro recorrido y sus determinaciones. Es
un acontecimiento hito, que quiebra el tiempo. Es la memoria del maltrato a su
padre la que marcará, en realidad, las prontas elecciones por venir, incluyendo
como se observará luego, el cambio de su nombre y la restitución moral de sus
derechos.
Antes, en 1557, su padre, el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega Vargas
había solicitado permiso para viajar a España, quizás para ver de cerca su
situación y la de sus encomiendas. El Capitán no llegó a emprender ese viaje.
Quedaba como una materia pendiente para el hijo reclamar los derechos del
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padre en la Metrópoli. Garcilaso cumple el papel de continuador de aquellos
trámites por los que su ascendiente entrañable se jugaba el honor.
Casada su madre, enajenada de su mundo afectivo, muerto su padre, disuelta
la proyección y posibilidad de una familia, sin raíz propia alguna que lo toque y
justifique su permanencia en el Cusco, a Gómez Suárez, como lo llamaban
entonces, solo le quedaba la opción de la exploración de todas sus
posibilidades en ultramar, en el reino de su sangre paterna. Su permanencia en
España fue coincidente con el viaje a Lima de la autoridad que le negó el
derecho, pero es conveniente indagar en la raíz de su decisión fundamental.
¿Gómez Suárez pretende regresar al Perú como reacción en desmesura ante
la negativa administrativa o era su proyecto el retorno inmediato? La opción del
personaje, en todo caso, ha sido siempre interpretada con mayor especulación
que fuentes.
El significado de las despedidas y los gestos es relevante para entender
algunos hechos aislados que se concatenan a otros y que nos permiten
entender la historia a cabalidad. Como símbolo de su partida definitiva y del
equipaje de memorias y afectos que lleva consigo quien se va, existen señales
que no podemos soslayar. El joven será protagonista de un acontecimiento
significativo. Fue en las finales de su vida peruana, frente a Polo de
Ondegardo. Él mismo lo describe en sus Comentarios Reales: "entre otros
favores que me hizo [el Licenciado], me dijo: 'Pues que vais a España, entrad
en este aposento; veréis algunos de los vuestros que he sacado a luz, para que
llevéis que contar por allá'. En el aposento hallé cinco cuerpos de los reyes
Incas, tres de varón y dos de mujer [...] decían los indios que era este Inca
Viracocha [...] tenía la cabeza blanca como la nieve. El segundo decían que era
el gran Túpac Inca Yupanqui, que fue bisnieto de Viracocha Inca. El tercero era
Huayna Capac, hijo de Túpac Inca Yupanqui y tataranieto del Inca Viracocha"7.
Gómez Suárez pudo besar los dedos de su abuelo, Túpac Inca Yupanqui, y
ése fue uno de los momentos más emocionantes y trascendentales de su
existencia, pese a que en algún momento lamenta no haberle prestado mayor
atención a la escena.
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El símbolo de la partida le dará en el futuro a Gómez Suárez la fe en su propia
trascendencia histórica. El acontecimiento no es un detalle al margen que deba
extraviarse en una nota de pie de página. Se observa una suerte de espíritu de
misión, de conciencia del ascendente Inca en la sangre que, al principio parece
no haber sido tomando en cuenta por el personaje. Quizás, en un trabajo de
compensación histórica y pasado el tiempo, Garcilaso recogerá este hecho de
la memoria, obstruyendo con él los amargos recuerdos de sus primeros días en
la península. Cuando el espíritu de misión, de cruzado de las letras en pos de
la gloria gane terreno, Garcilaso reparará en el significado del adiós simbólico.
En las venas del mestizo no solo corre la sangre de un conquistador español
mal avenido en su tierra, corre también la dinastía Inca, él se constituye como
el estandarte de una tradición milenaria, el último de los representantes de un
reino, heredero por derecho propio de su raíz y su historia.
3. La apacible vida montillana
Dicen León y Rebeca Grinberg, que la migración y el exilio constituyen un
fenómeno traumático de gravitante importancia. “Entendido el trauma como un
fenómeno agudo, que ocurre en un espacio de tiempo corto, y produce un
colapso psíquico porque la mente se ve desbordada por la intensidad de los
estímulos que lo desencadenan. Sin descartar que la migración tiene una fase
traumática aguda, que se prolonga, sin embargo, en el tiempo”. En términos
latos se puede decir que la migración es "una conmoción que sacude toda la
estructura psíquica"8.
Los estudiosos que han profundizado en las implicancias de la migración,
asumen que el concepto de trauma debe ser referido no sólo a un hecho
aislado y único sino a situaciones que se extienden durante períodos de tiempo
más o menos largos.
Gómez Suárez toma la alternativa del cambio extremo y confronta con los
espíritus de su pasado y con los que posteriormente se le presentan. La nueva
vida se abre a él como una aventura perturbadora, de retos por construir desde
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la penumbra del anonimato, cuando el sentimiento que predomina es el de la
búsqueda de destino. En un primer momento es la negativa de la
Administración, luego será el acceso accidentado, azaroso, a una vida de corte
estamental, tributario de las viejas formas feudales.
El incario se torna en un desgarrador paisaje que se aleja en el espejo
retrovisor de la memoria. Es la leyenda magnífica y remota que en ejercicio de
ucronía pudo concederle la gloria mundana, la preeminencia social, la inclusión
en la nobleza. Sin embargo, pese a los límites, la nueva estación le provee de
un entorno sereno, aun en medio de las contrariedades y reacomodos. Señala
Raúl Porras que en Montilla podría hallarse acaso la clave de lo que hizo el
Inca en los treinta años transcurridos desde su arribo a España en 1560, hasta
su posterior establecimiento en Córdoba9.
Fue Don José de la Torre y del Cerro quien marcó los hitos cronológicos de la
estadía de Garcilaso en España en el prólogo a la documentación que se
publicara en 1935 y que Porras menciona para complementar sus hallazgos.
Según aquel, “Garcilaso pasó los años 1562 y 1563 en Madrid, en 1564 debió
servir en el ejército de Navarra y a Italia; en 1588, en la campaña contra los
moros rebeldes de Las Alpujarras y en 1570 regresaría a Montilla”10.
La vida del Inca es en su tramo mayoritario, una vida europea y más
precisamente la de un mestizo formado en la lengua quechua en los albores de
su biografía y muy pronto en las letras castellanas que enlazan con la filosofía y
la teología occidental. Las categorías de pensamiento que sorbe por la fuerza
del poderoso influjo paterno enraízan en el humanismo renacentista, el
catolicismo y los resabios de la tradición feudal española. El suyo es un mundo
en tránsito ideológico, pero, sobre todo, asimilado a los hábitos cotidianos de
su comunidad feudal, cerrada y jerárquica. Garcilaso vive plenamente su vida
comunitaria, ejerce el papel ordinario de todo regular habitante de la villa.
En Montilla transcurre también su vida de mestizo migrante, presa de un
proceso permanente de integración cultural y social. En 1592 aparece, en las
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escrituras descubiertas por Porras, como un vecino común de Montilla. En los
documentos transcritos por el historiador se observa una continua práctica de
inserción en la comunidad, nombra mandantes, otorga poderes, se empeña en
negocios, vende trigo comprado a la villa de Priego, trafica con Córdoba y traza
su nombre en escrituras y partidas parroquiales. Se suscribe a múltiples
formalidades. Su vida social discurre entre apadrinamientos y representaciones
locales11.
En términos generales, la vida de Garcilaso en España se comprende en dos
fases. En la primera se dedica a la carrera de las armas lo que le sirve para
obtener el título de Capitán de su Majestad, un grado que ostenta en la portada
de sus obras, como títulos que recoge para darle una suerte de validación
social, individualmente resaltante en un mundo feudal tardío. En las campañas
de Italia aprendería la lengua toscana, que le serviría más adelante para dar
pie a las primeras andanzas de su vida intelectual. Precisamente, las letras
ocuparán la siguiente etapa de su biografía europea.
Es en Europa que perfecciona sus conocimientos humanísticos, que solo en
escasos alcances recibió en el Cusco durante los albores de la conquista,
"entre armas y caballos". Conoce a Bartolomé de las Casas y se reencuentra
con Gonzalo Silvestre “que como él busca mercedes y recompensas por sus
trabajos en La Florida y en el Perú”12. Las sendas y vericuetos lo llevan a
construir una concepción humanista, pese a los hábitos de la villa.
Anclado en España inicia su proceso de inculturación, así como de integración
a la vida social, lo que le depara años amargos e intrascendentes desde las
perspectivas de gloria y reconocimiento mundano. Estos años de residencia en
Montilla han sido considerados –apunta Porras– como de absoluta esterilidad.
No se conoce nada de lo escrito en aquellos tiempos. Es un pasaje de densa
oscuridad en la que la preocupación única del Inca parece ser la lidia con los
problemas locales y minúsculos de una vida social que empieza a configurarse
sin tiempo ya para los viejos recuerdos. Garcilaso acumula el vacío, hace suya
una existencia infecunda que luego resentirá. Es ganado por la inquietud. Su
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primera obra fechada en Montilla (1586) se esbozó en sus cuarenta y siete
años, veinte desde su llegada a las costas europeas.
Su acercamiento a las letras durante su madurez deriva de su decepción de la
carrera militar como escalafón para la gloria terrena, busca su esparcimiento y
su camino, entonces, en la lectura y en el cultivo de las humanidades. “Montilla
es el lugar propicio para el retraimiento y el silencio”13.
El cusqueño no obtiene mayor aspiración durante aquellos primeros años que
integrarse a las mesnadas de su pariente el Marqués de Priego. Se estima en
el siglo XIV como fundamental el reconocimiento en las lides militares. Sin
mayor formación entonces, Garcilaso asume como propicio su servicio al
monarca en las luchas contra los moriscos. En 1570, dado su coraje y anhelo,
recibe con honras el grado de Capitán. Sin embargo, es precisamente en aquel
año que fallece su tío y protector Alonso de Vargas, lo que habría de marcar su
rumbo en adelante a través de la búsqueda de una senda alternativa para el
reconocimiento y la gloria inmortal.
Mientras discurre en su búsqueda inicial, su situación económica se estrecha,
lo que se observa en las escasas transacciones que de él aparecen durante
estos años en los protocolos montillanos hallados por Porras: “Debía a Aguilar
150.000 maravedíes que seguramente le prestó para atender a sus
necesidades de ese tiempo”14.
El alma rústica aunque serena de la villa, que le concede cierta tranquilidad, se
acompaña de una azarosa travesía para sobrevivir. La economía turba
cualquier otra senda que el Inca hubiera previsto, pues las necesidades
impiden que se avoque a otro fin que no sea dilucidar los negocios que le
provean el sustento. Las letras, como vocación fundamental, permanecen en
latencia, sacudiendo el alma del Inca, ávido de expresarse.
Garcilaso se asume como un hombre que ha fracasado y contempla sus
posibilidades perdidas, como contemplaba antes “el bien perdido” de sus
Comentarios Reales, es presa de una firme resignación. En La Florida del Inca
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traza las líneas de su disimulada desazón: “muchos días desconfié de las
pretensiones y despedí las esperanzas por la contradicción de mi fortuna.
Aunque mirándolo desapasionadamente, debo agradecerle mucho el haberme
tratado mal, porque, si de bienes y favores hubiera partido largamente
conmigo, quizás yo hubiera echado por otros caminos y senderos que me
hubieran alejado de ese gran mar de sus olas y tempestades, como casi
siempre suele anegar a los que más ha favorecido (…) Pero una vida, gracias a
Dios, quieta y pacífica más envidiada de ricos que envidiosa de ellos”15.
Garcilaso es, por entonces, un personaje atribulado que resigna las riquezas de
su destino, asumiendo para sí que la victoria en los asuntos terrenos solo
generan inquietudes y apuros. La derrota le asegura la soledad y el sosiego.
Como en el providencialismo de sus Comentarios, asumirá que todas las
bifurcaciones han servido para una elección y un destino conveniente, el de la
quietud. En general, esta visión se constituye como una admisión del propio
fracaso e, indirectamente, la existencia de una aspiración inicial que, a las
finales, no cuajó en el éxito terrestre. Una pascaliana plenitud espiritual, en el
consuelo, parece encajar mejor que una proclamada insatisfacción.
El mundo garcilasiano no es el feliz de un militar de fecundas vicisitudes y
zozobras, es por el contrario, un universo de contrariedades que alimentan la
sed de Utopía. La guerra, tanto como la peste azoran el ánimo de los pacíficos
habitantes de la villa. “El anuncio de una pestilencia en Sevilla, en Écija o en
Córdoba, determina el aislamiento de la ciudad, el levantamiento de guaridas y
barreras”16.
Señala Vargas Llosa que en Montilla, luego en Córdoba, amparado por sus
parientes paternos, vivió una existencia oscura de la que sabemos apenas su
afición a los caballos, que embarazó a una criada y que apadrinó abundantes
bautizos, que negoció unos censos con Luis de Góngora y, lo que es más
importante, se dedicó al sereno y contemplativo cultivo del espíritu.
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4. El significado del nombre
El 17 de noviembre, en uno de los que conformarían una serie de actos
bautismales en los que actúa de padrino, el párroco le llama Gómez Suárez.
Cinco días después aparece ya como Garcilaso de la Vega. De esta manera, a
mediados de 1563 se llama Gómez Suárez de Figueroa y hacía constar que
era hijo de Garcilaso de la Vega. A fines de ese año, y más precisamente el 22
de noviembre de 1563, se hace llamar Garcilaso de la Vega. “En el período que
media entre el rechazo que recibió de parte del Consejo y la postergación
indefinida del proyecto de volver a la patria se produjeron sus cambios de
nombre” (Max Hernández). Es fácil dilucidar que este trascendente cambio en
la identidad se produce a la luz del desengaño frente a la Corona y la
estructura de del poder español en las indias. Gómez Suárez de Figueroa fue
"desengañado y despedido de este mundo y de sus mudanzas"17.
Su nombre original, por lo demás, provenía de una buena estirpe en España y
le daba algún prestigio entre los españoles en las tierras conquistadas. Dice el
Inca: "los apellidos ilustres y heroicos son apetecidos de todas las gentes, por
bárbaras y bajas que sean"18.
Todo indica que el cambio de nombre, dada su proximidad inmediata a hechos
que lo marcaron de manera gravitante, era una manera de compensarse él
mismo y la memoria de su ancestro ante una Administración española reacia a
rendirle honores al apellido del viejo Capitán. Con el apellido Garcilaso de la
Vega, el historiador, restituye a su padre su gloria merecida en los anales de la
historia española.
Gómez Suárez de Figueroa es el nombre con el que se le bautiza en las Indias
españolas y que se constituye en su identidad primigenia. El cambio de nombre
y el momento afectivo en que lo realiza, probablemente después de habérsele
denegado el permiso para volver, dice Porras, es significativo de un decisivo
vuelco espiritual. Pese a que nuestra interpretación precisa que el cambio de
nombre opera por un impulso de reivindicación paterna, vale la interpretación
que puede desprenderse del entorno histórico y que complementa a lo ya
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dicho, esto es, el requerimiento de una villa feudal que, en términos reales, lo
excluye. No tiene la misma significación un nombre pronunciado en las Indias
que uno en la villa feudal española. Las suspicacias y susceptibilidades
feudales pueden haber servido de imperativo para la mudanza de identidad.
Porras señala: “El joven pupilo de Don Alonso de Vargas ha decidido ser
español, romper con las Indias del mar océano y olvidarse del indiano mestizo
Gómez Suárez de Figueroa (…) Su aspiración es, por entonces, aprender la
carrera de las armas y ser Capitán español”19. Se denota la aspiración de
asimilarse al medio en aquellas actividades que proveen de prestigio y una
base de valor y significación social.
Gómez Suárez de Figueroa es el apelativo del mestizo peruano, pero
corresponde en honor y legitimidad feudal a los primogénitos de los condes de
Feria, vinculados muy íntimamente a los marqueses de Priego. Dado así, no
solo era de mal gesto y pésima implicación que un mestizo llevara el nombre
de un noble español de tan alto linaje sino que se prestaba a confusiones y
malas interpretaciones, siempre desfavorables para el Inca en tierra española.
Como una interpretación alterna, es posible que el tío, como protector, sugiriera
a su sobrino adoptar el nombre que por sucesión le correspondía, el de su
padre, el Capitán Garcilaso de la Vega. Esta alternativa constituye, al margen
de sus justificaciones válidas, una circunstancia que lo ofende, que, en cierta
manera, lo deshonra.
Vale señalar que su tío protector, Don Alonso de Vargas, fue el segundo hijo de
Alonso de Hinestreza de Vargas y de Doña Blanca de Sotomayor, primogénita
de Gómez Suárez de Figueroa el Ronco. Conviene precisar que antiguamente
el nombre era una opción más que un marcador de continuidad del linaje. El
apellido con carácter hereditario y estable aparece en España siglos más tarde
para oficializar la identificación con el linaje paterno.
En el Incario, por su parte el nombre podía ser una conquista individual, sobre
la base de los méritos y las hazañas. Huáscar Inca se impuso sobre el
antecedente Inti Cusi Huallpa que era el nombre original del Inca. Pachacútec
se llamó originalmente Titu Manco Cápac. El cronista Garcilaso ha prestado
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una gran atención a la situación de los nombres en el incanato, “sólo en el
nombre encierran toda la historia”20. No es de extrañar, así, que algunos
factores específicos, vinculados a su inserción en la villa feudal y la imperiosa
reivindicación de su padre operaron en el cambio. La necesidad de cambiar la
identidad fluye de las exigencias sociales en una comunidad que no tolera la
devaluación de nombres de alto valor por su uso en los más medianos o bajos
estratos de esta sociedad estamental del feudalismo tardío. La opción del
nombre concreto se explica en el homenaje póstumo que Gómez Suárez hace
a su padre con ocasión de su heroísmo en las Huarinas y que el Consejo de
Indias condena.
No obstante esta interpretación sistemática, que pretende constituirse a través
de una armazón que vincula todos los elementos de su biografía, deben
subrayarse algunas hipótesis contempladas en diversos estudios, como aquella
que relaciona el nuevo nombre con el Garcilaso toledano, notable escritor.
Alguna versión refiere también un vínculo pernicioso con un Gómez Suárez
devenido en deshonra en la aventura perulera y, por último, la teoría romántica
e incásica que sugiere que a la edad en que Garcilaso lo hizo, los jóvenes
incas estimaban el cambio de nombre como un ritual. Esta hipótesis refuerza
las lecturas desde la perspectiva andinista, pero no contempla el período
exacto y aparentemente poco oportuno en que el futuro escritor lo hace, luego
de trasladar los restos de su padre a la Iglesia de San Isidoro en Sevilla.
5. Una villa feudal
La composición feudal de la villa montillana exigía una pertenencia clara y la
fácil ubicación en la estructura estamental. Para Garcilaso era difícil lograr una
definición de sí mismo y sus más duras batallas como las recurrentes crisis de
su vida derivaban de una lucha agónica, existencial, por cuadrar en alguno de
los estereotipos sociales. Su devenir es el de un ser en permanente búsqueda
de ubicación. El problema, por lo demás, no se ceñía a su localización en el
espectro sino también a su origen. El término “bastardo” no ilustra a cabalidad
sobre la situación del Inca, pues no era precisamente un hijo ilegítimo, sea
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adulterino o en deshonra, fue un hijo natural reconocido por su padre, en
constante y angustiada situación de ambivalencia familiar.
Los matrimonios de sus padres lo colocaban en una línea al linde de una
singular bastardía. Según Toynbee: "En el vínculo entre dos culturas
dramáticamente diferentes, Garcilaso es un documento en sí mismo: uno de
esos documentos humanos que pueden ser más iluminantes que cualquier
registro inanimado, sea que éste tenga la forma de hileras de nudos amarrados
a lo largo de cuerdas o de hileras de letras trazadas sobre papeles"21. Esta
indefinición inicial marcaría a Garcilaso en su vida peruana, pero tendría
también una significación especial en su vida española, más aun cuando en el
sur europeo importaba la precisa ubicación social para la definición del trato y
los derechos correlativos.
El recién nacido fue bautizado en el Perú como Gómez Suárez de Figueroa,
que no era el nombre de su padre, aunque tenía ilustres resonancias para la
familia paterna. Llevaron tal nombre, como se ha anticipado, Gómez Suárez de
Figueroa y Vargas, el hermano mayor del capitán Garcilaso de la Vega; Gómez
Suárez de Figueroa, el "Ronco", abuelo del capitán; y antes aún, Gómez
Suárez de Figueroa y Messía, Señor de Feria, de Zafra y de Villalba. El apellido
paterno se reservaba para los mayorazgos. El nombre y la pertenencia, como
la precisión de la identidad, serían claves en la sociedad elegida por el Inca.
Garcilaso no cuadraba de ninguna manera, salvo como un habitante de la villa
en permanente y prosaica actividad. Su límbica posición adquiere relevancia
cuando reparamos que “hace su vida y se autoconstruye en lo sucesivo” en un
poblado de carácter feudal. Los historiadores suelen soslayar tal circunstancia,
que para definir los matices del Inca es, no obstante, fundamental.
En el Incario la concepción de la pertenencia o jerarquía social difería
ostensiblemente de la que caracterizaba el mundo feudal español del siglo XVI.
En el lejano Cusco, la autoridad en este ámbito respondía a una serie de
interacciones, alianzas y rituales. La articulación dependía de la voluntad y la
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reciprocidad. En España, la ubicación social se debía a estamentos claramente
predeterminados, firmes en el tiempo, inamovibles en rigor. Mientras que en el
Perú que Garcilaso dejaba atrás, el ascenso era viable a partir de los servicios
prestados al sistema, en la feudal Montilla, importaba el linaje, la pureza de la
sangre, criterios al margen de toda variable.
Los cronistas de la España del siglo XVI identifican a Montilla con una de las
antiguas villas vecinas de Córdoba, lugar de desarrollo de los tiempos
romanos, precisa geografía donde Pompeyo y César se dan guerra por el
poder. “En 1561, a la llegada del joven Garcilaso, Montilla era una villa feudal
perteneciente al estado de los señores de Aguilar y marqueses de Priego. El
señorío de los Fernández de Córdoba comprendía una serie de villas que se
habían ido agregando al dominio feudal de la casa de Aguilar, por donación o
por compra, hasta formar el estado de Priego, con las villas de Castrorreal o
Castro del Río, adquirida en 1569”.22
La vida feudal regía en la dinámica social mientras se iba impregnando en las
mentes más selectas los ideales humanistas y renacentistas. Garcilaso vive,
así, en un mundo contradictorio. Mientras sus trajines cotidianos transcurren en
un contexto feudal, jerárquico, sometido a los títulos y los reconocimientos
señoriales, el universo intelectual quiebra la vieja cosmovisión, extrañando a
los clásicos griegos y romanos y asumiendo concepciones universalistas
implicadas en la unidad de lo humano y en una atención mayor al Hombre.
En realidad, el medioevo no dio a su fin repentinamente y a golpe de una
invasión abrupta. Las estructuras sociales se transformaron progresivamente
en la línea del crecimiento de las urbes y en la recomposición de las categorías
sociales. Garcilaso es un personaje capturado por los sometimientos
provincianos de la villa, pero es básicamente un intelectual en ciernes que
descubre la unidad de los contrarios. El humanismo hace presa de él a través
de sus lecturas. Al margen de su vocación espiritual religiosa, la historia de la
que sorbe con refinado deleite ya no es una rama de la teología sino de la
invención y la mirada al hombre pensante, que razona su pasado y su destino.
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Si el fenómeno de la conquista reveló un análisis sesgado en la concepción del
indígena, desproveyéndolo de alma, el intelecto humanista no hay estas
severas y arbitrarias exclusiones, el hombre como tal, en su esencia, no está
sujeto a jerarquías vanas.
Se exalta el mundo clásico y no es extraño que Garcilaso distinga los azares y
malevolencias del feudalismo español que lo maltrata con las nuevas ideas, las
que constituyen la luz del pensamiento en contraposición a la oscuridad
medieval. En este redescubrimiento del clasicismo, Garcilaso maduro halla el
ideal imperial y republicano de Roma. Estos ideales ya no expresan la
magnificencia de una antigua civilización cristiana, el poder ya no reside en las
jerarquías y la tradición de los títulos sino en la belleza de la antigüedad. Platón
reverdece en las dilucidaciones sobre la verdad terrena.
Los Diálogos de Platón adquieren preponderancia, los textos históricos de
Heródoto y Tucídides, así como las poesías y dramas griegos alcanzan alturas
insospechadas. El nuevo ideal, el de concebir al hombre como un ser libre,
igual en sus alcances sustantivos y civilizados, debió poblar, como la biblioteca,
la mente de Garcilaso. Pero, alterado por la novedosa corriente, el Inca era
cautivo, en simultáneo, de una historia social que no podía dejar de concernirle.
Vive en períodos de una transición y como habitante de una secuencia
histórica, alcanza las cumbres de la novedad intelectual, pero, a la vez, arrastra
las pesadas cadenas de la tradición feudal de la sociedad en la que le toca
vivir. No es un tiempo de rupturas rápidas sino de adaptaciones sucesivas.
Aún su vida se desenvuelve bajo el mando de los marqueses de Priego. Toda
la vida montillana del siglo XVI está subordinada al castillo y a los marqueses.
“El pueblo lo forman los 3.000 vecinos agricultores (…) La clase dirigente son
los funcionarios nombrados por los marqueses, los médicos, los licenciados”23.
En la estructura social de Montilla y de otras villas españolas, la estratificación
favorece, naturalmente, a los marqueses. Le siguen los funcionarios, luego los
médicos, licenciados y clérigos. Tras ellos los burgueses incipientes y debajo
de esta nueva clase las personas que no son clérigos ni hidalgos ni escribanos.
Garcilaso no encaja ni logra una definición social precisa en esa estructura.
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Dice Porras: “Garcilaso ingresa en este pequeño mundo provincial en una
situación dudosa e indefinida por su nacimiento y por su casta. No es un
hidalgo español como su tío Don Alonso de Vargas (…) porque es mestizo
nacido de una india. No es tampoco un caballero cuantioso porque hasta
entonces carece de caudal propio (…) No es pues ni hidalgo completo ni
español ni indio ni vecino ni forastero”24. Como se desprende de las portadas
de sus obras, es importante el título que precede al nombre como lo es la
identidad de la casta y el linaje. El feudalismo gana la partida y se impone por
su propio peso, sin cuidado en las ideas que empiezan a aflorar entre las
mentes anticipadas. No es extraño que ante tales requerimientos las pulsiones
del cronista se liguen a la necesidad de validarse socialmente con el título que
mejor le corresponda aunque en los hechos no sea reconocido en el mundo
feudal español, el de su estirpe magnífica al ultramar, el de Inca.
Al decir de Mazzotti, Garcilaso utiliza el título de Inca como posible homenaje a
su padre, que, al igual que otros conquistadores, recibió el apelativo de ‘Inca’
de parte de los mismos indígenas debido a sus proezas militares, a ser
‘Huiracocha’ o hijo del Sol y al buen tratamiento que prodigó a la población25.
Señala que Garcilaso asumió por línea paterna un título que le habría
correspondido al Capitán Garcilaso de la Vega como ‘inca de privilegio’ según
los hábitos de la etnia cusqueña de asimilar con ese título a sus mejores
aliados y colaboradores. Probablemente confluyan razones que explique el
cambio de denominación y el título adjetivo, pero es el imperativo de destacar
como ser social lo que definen los actos de Garcilaso desde el rechazo a sus
pretensiones sobre los derechos de su padre.
Vargas Llosa señala que al final, la imagen de su persona es la de un
ciudadano sin bridas regionales, alguien que era muchas cosas a la vez: indio,
mestizo, blanco, hispanohablante, quechuahablante, conocedor del italiano,
cusqueño y montillano o cordobés, español, americano y europeo, es decir un
hombre universal. Pero más allá de los arquetipos idealizadores, al pie de todo
romanticismo, Garcilaso era todo lo que se menciona o nada de lo que se ���������������������������������������� ���������������������� �����/�������6����7�8��; ��<���
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puede etiquetar, un hombre en el limbo, angustiado buscador de su identidad y
valía social en un entorno feudal que lo amilana. Sería, en otros términos, lo
que es un migrante indoamericano en tierras europeas en los albores del siglo
XXI, un aspirante apenas a una trajinada y frustrante integración que defina su
nueva identidad.
Garcilaso no repara en treguas y las letras no le alcanzan para su reposada
inserción en el mundo feudal languideciente, pero aun dominante. Según Miró
Quesada, “en una escritura fechada en Córdoba el 11 de agosto de 1597,
aparece por primera vez como ‘clérigo’.
La complicación que habría de afectar la vida de Garcilaso en Montilla es que
existía un estatuto de la sangre que impedía la libre expresión. Eran tiempos de
acusaciones, de rastreos y persecuciones a moriscos y judíos, por lo que una
clara conciencia “del otro” situaba al Inca en márgenes peligrosos. Lo cierto es
que en circunstancias históricas tales, España no estaba dispuesta a admitir en
pie de igualdad a este extranjero criollo, mestizo y bastardo..."26. Según Max
Hernández, “se establecía una relación áspera entre su ideología humanista y
la experiencia vivida en una sociedad rígidamente estamental27.
Señala Hernández que Garcilaso vivió lejos de su patria desde los 20 años.
Desarraigado, bastardo y mestizo, se hallaba en situación anómala por partida
triple. Juan Bautista Avalle-Arce –dice– ha calado hondo en su alma, rastreado
las vicisitudes de sus afectos e intuido lo que pudo haber sido su experiencia
vital dentro de una sociedad obsesionada por la "pureza de sangre".
Garcilaso pretendió ser un español en Montilla y su aspiración de integrarse y
sacudirse de las implicancias de ser un extranjero, un extraño, lo llevaron al
extremo de participar en las Alpujarras, en una campaña de limpieza de
sangre, que paradójicamente le concernía al punto que su posición razonable
hubiera sido la de concatenar el ideal humanista y el sustento de su origen
indiano, descartando de plano su participación. Con fundamento en contra,
Garcilaso se monta en el caballo para dar batalla.
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Al terminar la guerra el mestizo peruano "se dedicó en Montilla a 'criar y hacer
caballos' (epístola a Don Maximiliano en la traducción de los Diálogos de Amor
de León Hebreo), y, así, construyó una caballeriza en la casa del tío a fines de
1573, como consta en las escrituras descubiertas en Montilla. De sus rastros se
desprende que Garcilaso seguía el camino de su padre y tomó las armas y los
arcabuces como una forma de legitimarse socialmente, de españolizarse, de
ser igual a los otros y mimetizarse con la multitud.
Puede afirmarse que los trajines del Inca se encaminan durante algunas
décadas hacia un objetivo que parece esencial, “encajar”, ser asimilado y
participar en la vida montillana en iguales condiciones que un español, porque
Garcilaso se percibe y se siente, por formación y vivencias, un español.
6. El escritor tardío
Según Max Hernández, Garcilaso buscó "curarse" a través de la escritura.
“Esto, si por curarse entendemos integrarse, alcanzar reconocimiento,
reconciliarse con sus aspectos conflictivos. El papel y la pluma han servido
para tales menesteres”. El Inca requería de la terapéutica de las letras para
desahogar las frustraciones y su azaroso devenir hacia la inclusión, porque el
problema central del personaje no es su identidad en conflicto sino su crispante
búsqueda de reconocimiento y asimilación.
¿Constituyeron las letras una senda creativa de asimilación tardía en el nuevo
universo? De cierta manera sí, en tanto le permitía reconstituir un mundo
perdido en la memoria, pero con tanto potencial para convertirse en una
reivindicación frente a su propia historia. De aquellos maltratos iniciales en
España, Garcilaso habría de empuñar el ideal de la equiparidad real con los
españoles de la villa.
Sin embargo, en algún momento, con el título de Inca y la estirpe como lanza
en ristre, el escritor repararía que de la exaltación del Imperio Inca dependía la
sobrevaloración del título que ostentaba en una villa que le impedía
formalmente llevar otro. No era marqués, pero era Inca por descendencia y ser
Inca tendría que tener igual fulgor que tener la sangre del César o pertenecer a
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la realeza de cualquier imperio europeo. Con los Comentarios Reales,
Garcilaso practicaría ese ejercicio de validación histórica. Por lo demás, el título
tenía un significado especial, relativo a los honores en batalla, lo que deparaba
un homenaje cotidiano y permanente a la memoria de su padre.
“El Inca fue puesto al margen y por su lado se situó fuera del alcance de la
sociedad de su tiempo; pero, aun así, tuvo que proteger sus flancos
vulnerables. Lo sustantivo de su anhelo por encontrar sus raíces –que
obedecía a urgencias profundas– se adjetivó en el interés por dar lustre y
nobleza a su prosapia. Escribir y conferirse a sí mismo un abolengo fueron
aspectos solidarios de su estrategia por obtener reconocimiento”28.
A pesar de sus reconocidas fuentes, de la tradición oral y de los materiales
para la obra escrita, Garcilaso estaba forzado, dados sus planes de validación,
a construir un imperio idealizado que centrará sus descripciones en la bondad
de las instituciones y los gobernantes, que marginara el aparato crítico para
lindar de una manera singular con la novela utópica. Marcelino Menéndez y
Pelayo intuyó los rasgos visionarios de su obra y aunque no es justo en definir
su método, al sugerir alguna falta de originalidad, deduce sin despropósito que
Garcilaso conjuga las dotes de historiador con la de un utopista romántico.
Señala: “Los Comentarios no son un texto histórico; son una novela utópica
como la de Tomás Moro, como la Ciudad del sol de Campanella, como la
Océana de Harrington; el sueño de un imperio patriarcal y regido con riendas
de seda, de un siglo de oro gobernado por una especie de teocracia
filosófica"29
Garcilaso había padecido el maltrato de una sociedad en la que no tenía una
identidad social definida, arrastraba el germen del descontento como un
pesado lastre y urgía de recursos para compensarse frente a un entorno arisco
e inseguro. Para que el título de “Inca” tuviera relevancia social, el reino de los
acueductos de piedra y los tambos, tenía que tener el nivel histórico de un
imperio admirado. En tiempos del renacentismo, Grecia y Roma eran la summa
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de las grandes civilizaciones. Garcilaso se propuso ubicar el imperio incaico en
ese plano.
Según Teodoro Hampe, en su obra, especialmente en la primera parte de los
Comentarios reales, “hay una explícita asimilación del Cusco incaico con la
Roma del tiempo de los Césares, junto con frecuentes referencias a autores
clásicos greco-latinos y a las virtudes civilizadoras del Imperio romano. Por su
objetivo deliberado de conectar el renacentismo europeo con el emergente
Nuevo Mundo, dotando al pasado incaico con la dignidad de la tradición
clásica, se ha formulado la tesis de que el Inca Garcilaso fue el primer ‘latino-
americano’, en el sentido estricto de la palabra”30.
Garcilaso destaca la superioridad del Incario con relación al mundo español y
les recuerda a los peninsulares que Dios les encomendó una misión
evangelizadora, que no lleva consigo el sello de una superioridad de raza. No
hay, por tanto, una cruzada civilizadora sino espiritual religiosa, de fusión de los
iguales en un solo espíritu vivificador. En el Prólogo a los indios, mestizos y
criollos de los Reinos y Provincias del grande y riquísimo Imperio del Perú
proclama su orgullo de indio descendiente de emperadores. Abundante lo ve,
“con los tesoros de la Sabiduría y Ciencias de Dios, de su Fe y Ley Evangélica
que siempre, por las perlas y piedras preciosas de sus ríos y mares, por sus
montes de oro y plata, bienes muebles y raíces suyos, que tienen raíces sus
riquezas”31. Fueron sus gobernantes “Césares en felicidad y fortaleza”.
Nos interesa, en particular, la referencia fundamental a este paralelismo entre
Roma y el Cusco como núcleos de civilización de un valor similar, no tanto
como para sustentar el supuesto latinismo de Garcilaso, como pretende
Hampe, sino como un esfuerzo por comprender el objetivo individual de un
peruano sin títulos nobiliarios dentro de la estructura feudal europea.
Imbuido del espíritu platónico del renacimiento y de la mano de lecturas
neoplatónicas como la de León Hebreo, que además le provee de una
disposición idealizadora, habría de sugerir que el Incario era un reino de valor
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universal, de igual alcance que todos los imperios que le daban contenido a la
Historia conocida hasta entonces. La obra garcilasiana guarda semejanza con
la República de Platón. Se descubren diversos elementos de coincidencia,
como el carácter de las conquistas, el régimen de propiedad, la educación de
los funcionarios estatales, entre otros.
Es bajo ese cúmulo de inquietudes y zozobras individuales, de lecturas clásicas
y privaciones que Garcilaso asume el papel tardío de hombre de letras. La
caracterización de un escritor se vislumbra mejor a partir de su biografía previa,
de aquellos acontecimientos y fuentes que lo marcaron en buena medida y, en
grado sumo, del contexto histórico que le tocó vivir. No es pertinente un análisis
profundo de la personalidad de un personaje, descolgado de su propia historia
y del sistema de costumbres y pensamientos que le dan vigor y fundamentos a
su pluma. Por tal razón, Garcilaso debe ser interpretado como un escritor
tardío, cuya motivación es volcar en la historia sus crispaciones y desazones
personales a través de una obra afirmativa.
Las afirmaciones individuales operan como recursos de compensación
destinados a idealizar el mundo, las relaciones y las propias características del
autor. Garcilaso se forma en el clasicismo, en el embeleso por el imperio
romano y la filosofía griega y, básicamente, por una conjunción de experiencias
personales que lo ubican y desubican alternativamente frente a su propio
mundo. El mestizo no solo vive en el pasaje entre dos tiempos, el feudalismo y
el renacimiento, sino que, además, vive las complicadas peripecias de un
migrante que, como tal, se esfuerza con constancia para ser plenamente
asimilado y feliz. La asimilación, desde luego, es difícil, dado la indefinición en
la identidad y las jerarquías estamentarias que lo desfavorecen. Ese es el
contenido intelectual y vivencial del Inca antes de asumir con determinación la
empresa de las letras.
Al entrar en posesión de los bienes heredados de su tío Don Alonso, en 1588,
adquiere una segura estabilidad económica que le permite dedicar su tiempo y
aspiración al oficio de escribir y de imprimir su primer libro. Si bien ya esbozaba
su primera creación, aún no vislumbraba la posibilidad de publicar.
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Durante ocho años, en una edad relativamente madura, el Inca se centra en el
deleite de la lectura, atiende las perspectivas de la interpretación del mundo
que se abren con el neoplatonismo y en esa línea da inicio a su traducción de
los Diálogos de Amor de Hebreo, que es publicada en 1590 en Madrid.
Un hecho trascendente para indagar la vocación de Garcilaso es su carta
fechada en 1592, dos años después de la publicación de los Diálogos de Amor,
y dirigida a Juan Fernández Franco, donde le dice lo siguiente: “En mis niñeces
que un poco de gramática mal enseñada por siete preceptores (…) y peor
aprendida por la revolución de las guerras que en la patria había (…) nos
pasamos mis condiscípulos y yo a la gineta de caballos y armas hasta que vine
a España, donde también ha habido el mismo ejercicio hasta que la ingratitud
de algún príncipe y ninguna gratificación del rey me encerraron en mi rincón. Y
por la ociosidad que con él tenían, di en traducir el León Hebreo, cebado de la
dulzura y suavidad de su filosofía. La cual obra, aunque yo no puse nada en
ella sino muchas imperfecciones (…) sin nada en ella que haya escuelas más
que el perpetuo deseo de ellas. Por tanto, suplico a Usted me trate como a un
soldado que, perdido por mala paga y tarde se ha hecho estudiante”32.
El escritor se inicia en el ejercicio de escribir con incertidumbres y dudas de su
capacidad y su consolidado cultural. Advierte de los vacíos de su primera
educación y ensaya una disculpa asumiendo que el abrazo a las letras es
reciente y que su vida intelectual deriva del maltrato del gobierno español, que
lo recluyó en la paz montillana y lo colocó en disposición de estudiar. El Inca no
está seguro de la plenitud de sus capacidades y aborda el oficio de la escritura
cobijado en las letras de otro autor, lo que le impide dar pasos en falso.
Mientras trazaba las líneas de la traducción, bosquejaba La Florida del Inca y
los Comentarios Reales. Había un propósito definido, un plan. Este trabajo
simultáneo se desprende de la dedicatoria a Felipe II en la traducción a
Hebreo. Por entonces también redactaba un tratado sobre la genealogía
paterna, una relación de descendientes de Garci Pérez de Vargas, que terminó
en 1596 y que proyectaba incluir en la Florida del Inca. Si bien desistió de tal
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empeño, es claro el interés del historiador en ciernes por mitificar y darle un
lustre a su identidad social a través de sus orígenes. En la Historia General del
Perú escribe: “También para aprovechar los años de mi edad y servir a los
estudiosos (cuando esbozaba La Florida del Inca), traduje del italiano en
romance castellano los diálogos de filosofía entre Filón y Sofía (…)”33.
Porras aclara que la traducción, como los esbozos, los escribió en Montilla. En
sus cartas al Príncipe Maximiliano, de febrero de 1586 y en 1587, rogándole la
licencia para redactar sus obras, manifiesta que viene concibiendo una obra
importante. En el último año señala que está dando líneas a la historia de La
Florida, aun en su cuarta parte.
El acceso a la creación y los libros nutre a Garcilaso de una visión plena que
desborda los limitados lindes de su villa feudal. Pero su visión es la de un
europeo que brega por su integración y ascenso virtual en la escala social. Es
un católico fervoroso que cree, además, en los objetivos esenciales de la
evangelización a los indios. En la Historia General habría de escribir: “A esta
causa escribí la crónica de La Florida del Inca (…) Más con la flor de España,
que, trasplantada en aquel páramo y eriazo, pudiera dar fruto de bendición,
destronando a fuerza de brazos la maleza del fiero paganismo y plantando con
riego del cielo el árbol de la cruz y estandarte de nuestra fe (…)”.
El fervor religioso, el anhelo de reconocimiento y la mirada platónica a la
realidad hermanan en una concepción singular en la senda de una transición
cultural que va liberándose de las rígidas definiciones medievales,
aproximándose a una categorización humanista de la vida, en la que el pasado
clásico adquiere nueva vida y en que la concordancia intelectual demanda a
quienes asumen labor intelectual entender lo humano en su universalidad.
Dice Juan Ossio que lo predispuesto a entusiasmarse tanto con la obra de
León Hebreo es difícil de definir. Lo que sí es permitido suponer es que al
abordar Los Diálogos de Amor, Garcilaso ya tenía una sólida cultura y un
cúmulo de lecturas que lo tornaban en un lector capaz de traducir el italiano.
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La traducción era su primer ensayo de publicación, una manera de medir el
impacto sin sacrificarse en las procelosas aguas de la crítica. Era, a su vez, el
entrenamiento para avanzar en sus planes mayores, pues se desprende de los
estudios de Aurelio Miró Quesada, que hay un propósito claro en las obras de
Garcilaso34. Ossio señala que “esta es la oportunidad para adentrarse en las
grandes preocupaciones del cristianismo que reflexionar junto con un pensador
serio de gran talento literario sobre el tema del amor y sobre la armonía del
cosmos, cuestiones que, además, no eran tan distantes de aquella filosofía
andina de sus ancestros indígenas, tan amiga de la búsqueda de la unidad a
partir de los opuestos complementarios”35.
De tal forma, el autor estructura una visión del mundo que articula las culturas.
Si el renacentismo en boga implica la restauración del valor del universo griego
y romano, el neoplatonismo inspirará a Garcilaso para incluir en la civilización
universal, con mayor o igual peso, aquel reino remoto recién descubierto y, en
ocasiones, injusta y mal afamado por cronistas tendenciosos.
Esta lectura, la de León Hebreo, encandiló al peruano, lo inquietó por la belleza
de las palabras y lo sublime del mensaje, él lo confirma en la traducción:
“Cuando comencé a leer estos diálogos, por parecerme cosa tal como ellos
dirán de sí, y por deleitarme más en la suavidad y dulzura de su filosofía (…)
Con irme deteniendo en su lección, di con traducirlos poco a poco para mí solo,
escribiéndolos yo mismo a pedazos, así por lo que he dicho, como por
ocuparme de mi ociosidad, que por beneficio no pequeño de la fortuna me
faltan haciendas de campo y negocios de poblado”36.
Confesamente hay un elemento crematístico que conviene considerar pero que
es menor a contraluz de una motivación mayor que salta a la vista de la
inquietud intelectual que Garcilaso manifiesta por sus lecturas y trabajos
previos. En todo caso en la primera muestra de la actividad intelectual del Inca
se ve que sus pasos no proceden por la inesperada consecuencia de un
impulso espontáneo, sino que escribe siempre con un plan. Sus obras llevan un
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propósito definido y consciente, y a pesar de las palabras sencillas de la
dedicatoria (a Felipe II), se observa claramente que ya tenía en marcha el
esfuerzo concreto a que iba a consagrar el resto de su vida, por lo que anuncia
desde entonces –30 años antes de poder darle cima– el conjunto de su obra
histórica. En otros términos, Garcilaso decidió en un tiempo hito de su
biografía, que sería escritor. El plan estaba trazado de antemano.
Cuando Garcilaso escribe y dedica su vida a las letras frisa los 45 años,
aunque logra publicar su primer trabajo, la traducción, a los 51 años, en una
edad madura y cuando ha consolidado una cosmovisión particular acendrada
en el cambio de paradigmas que opera en la Europa de entonces. Sin
embargo, Ossio considera que la preparación y el proceso de traducción
comenzó varios años antes, quizás poco después de 1575, en sus 36 años,
cuando al marcharse su tía Luisa Ponce de León a Córdoba, él quedara dueño
y señor de la residencia que su tío Alonso de Vargas le dejó en Montilla,
aunque según Porras, siempre bajo el signo de la escasez económica.
Al margen de toda especulación al respecto, lo tangible al conocimiento es que
Garcilaso publica su primera obra iniciadas sus cinco décadas de existencia, lo
que ubica al personaje en la categoría de escritor tardío. Esta calificación,
como señalamos, no es gratuita, en tanto nos permite dilucidar la forma y
extensión de la raigambre que da origen a su creación luego de muchos años
en los que la marca gravitante del autor es su persistencia por adaptarse a la
villa feudal y por destacar, como compensación, sus orígenes nobles en una
tierra exótica cuya grandeza fuerza a los estudiosos a concebir el Incario con la
república romana. Garcilaso se refiere al Incario como república en las
primeras líneas, lo que denota desde el principio, la racionalidad de la obra. Por
lo demás, el Incario carece, en sus formas, de los elementos y categorías que
definen una república.
Cuando ofrece a Felipe II su traducción de los Diálogos de amor, reitera sus
vínculos con los soberanos del Tahuantinsuyo. Necesita ser asociado al gran
mundo, en parte real y en parte ideal, que concibe en la penumbra de su vida
ávida de trascendencia histórica. No es casual que, cuando publica los
Diálogos de amor en Madrid en 1590, aparece con el siguiente título: La
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traducción del indio de los tres diálogos de amor de León Hebreo hecho de
italiano a español por Garcilaso Inca de la Vega. Garcilaso se asume como
indio, recoge sus orígenes y los ensalza notablemente, con el añadido de un
título que formalmente no le corresponde y de un nombre cuya mayor
significación es la urgencia espiritual de ser reivindicado.
7. Desde la senda a los Comentarios Reales
Durante los albores del siglo XVI, la traducción constituía un género importante.
Hasta mediados de esa centuria destacaron Boscán, Vives y Erasmo, Vives.
Habría de considerar luego a otros cultores trascendentes como Pedro Simón
Abril y el Brocense. Garcilaso, en la primera época opera como un traductor del
italiano, aun cuando la tendencia marca la traducción de los clásicos.
Garcilaso, curtido en el pensamiento de la época, requería, no obstante una
orientación. Ella vino de religiosos y eruditos. Interviene el padre Agustín de
Herrera, maestro en Teología y preceptor de don Pedro Fernández de Córdoba
y Figueroa, Marqués de Priego y señor de la Casa de Aguilar; el jesuita
Jerónimo de Prado, que leía Escritura en la ciudad de Córdoba; Pedro Sánchez
de Herrera, maestro de Artes en Sevilla y preceptor particular del propio Inca
Garcilaso en Montilla que le ayudó en el estudio y traducción del latín; del
agustino Fernando de Zárate, maestro en Teología37.
Aurelio Miró Quesada sostiene que si bien Los diálogos de amor son una
traducción, no es casual, revela un gesto de configuración en su identidad, su
afinidad con el espíritu del renacimiento38.
De tal manera, el influjo renacentista y el neoplatonismo le proveen de algunos
elementos de interpretación en la traducción de los diálogos, pero es
conveniente destacar que el neoplatonismo de León Hebreo no excluye a
Aristóteles ni descarta los resabios del pensamiento medieval. El Inca
Garcilaso leyó sobre la vida del Padre Francisco de Borja� (de Pedro de
Ribadeneyra). Su autor defendió fervorosamente a los jesuitas. Se observa en
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la obra garcilasiana un conglomerado de influjos, dadas sus lecturas disímiles.
El aporte de la Compañía de Jesús se advierte en tanto el autor pretenderá
conciliar las religiones no cristianas con el catolicismo de Roma. Garcilaso
hurgará signos del cristianismo en el paganismo del Tawantinsuyo. A diferencia
de los jesuitas, los franciscanos y dominicos manifestaron repulsión por los
dioses incas, tratándose en su perspectiva, de demonios, seres malignos que
había que rechazar. Como los jesuitas, León Hebreo aspira entre líneas a un
amor universal, una unión de significación sincrética. Estas líneas de fondo
servirán posteriormente a Garcilaso para edificar sus conceptos sobre el
Imperio de los Incas.
El primero de los diálogos de León Hebreo subraya que compartir en mutua
unión vale más que la posesión recíproca. Un unívoco amor reúne los
corazones de los amantes por lo que se resalta dos seres en perpetua
vocación de unidad. Debe subrayarse la relevancia de los principios platónicos
de la supremacía del espíritu. Hay, en el fondo de la obra, una orientación
metafísica, pese a que Filón y Sofía, los dialogantes, no aspiran ni al
conocimiento ni al amor, pues lo que buscan es la unión que se obtiene en el
conocimiento amoroso.
Hay conexiones poco discutibles entre el pensamiento armonizador y unificador
de León Hebreo y el del peruano en sus Comentarios reales. Garcilaso
intentará, bajo el espíritu de sus diálogos traducidos, la reconciliación del
Nuevo y del Viejo Mundo. Su proyecto es el reconocimiento del mundo utópico
y feliz del Incario a escala universal. Es Garcilaso un escritor cosmopolita,
integrador, de ninguna manera nacionalista y excluyente.
El segundo diálogo está dedicado al amor que reside en las criaturas de la
tierra: los animales, los elementos, los astros que pueblan el firmamento y el
mundo del espíritu. Se refiere en este acápite a la unidad de las cosas. Filón
afirma que cualquier división del mundo significaría su total destrucción.
El tercer diálogo discurre entre preguntas y reflexiones que buscan definir el
origen del amor. En este diálogo, la concepción monista se sostiene y asume la
existencia de un amor único. No existe subordinación entre dos seres que se
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aman y que se funden en una sola sustancia, ambos dejan de ser dos para
enraizar en un solo ser.
Resulta esclarecedor en su sustancia, que la lectura atenta de León Hebreo
nos anticipa el desarrollo de una concepción neoplatónica del universo. Del
neoplatonismo adaptado a España era fácil atravesar el umbral de la
inspiración para la poesía amorosa. En esa misma línea y extrapolando, el
ágape o amor cristiano se incorpora en el mensaje renacentista con
significados distintos a los que se configuran en el medioevo. El concepto de
unidad de las gentes y de los mundos va ganando terreno por lo que cualquier
autor tenía el terreno libre para ser el pontífice de una civilización universal.
De otro lado, la traducción servirá al antiguo militar como una planta de
adiestramiento en las letras con el objetivo de una empresa mayor y que
Garcilaso desde entonces ya tenía en mente. Existe un plan establecido con
antelación que vislumbra el interés en ser un escritor. Sin embargo, el Inca no
asume la tarea aventurando un resultado catastrófico desde la perspectiva de
la crítica. Empuña una obra ajena como puente de acceso a sus futuras
elaboraciones. La traducción era un ensayo para la Historia del Perú que tenía
como propósito fundamental. Lo hace con el beneplácito general y adquiere la
confianza necesaria para erigir su propia obra. Los Diálogos, sin embargo, lo
nutrirán de nuevas representaciones que le sirven para formular su mundo.
Con la construcción de su intelecto, Garcilaso llegará a interpretar la Historia
como un consolidado de hechos determinados de antemano por una ley que
subyace a los acontecimientos. Las circunstancias sirven para darle
consecuencia concreta a la voluntad divina. Bajo ese tamiz, el “historiador” se
preparará para concebir la conquista como un encuentro que entiende su
propia violencia desde la perspectiva de evangelización y civilización.
La visión garcilasiana es de amor, de edulcoramientos forzados, remota al
terror y al odio entre contrarios. En el título prolijo de la traducción se asume la
integración universal. Garcilaso deja constancia que quien traduce es un indio,
cuando no lo es sustantivamente. Traduce, por lo demás, del italiano al
español. Ya se observa la confluencia globalizadora y el propósito sutil: quien
traslada significantes y significados en el papel es natural de un gran reino
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extraño cuya cabeza es el Cusco, tiene sangre indígena y conoce del italiano
como del español. El mundo traducido se compone de esa triada. En particular
llama la atención la urgencia del mestizo por destacar su linaje Inca y por
ensalzar correlativamente al Cusco como el centro del universo andino, de ese
gran reino, equiparable a Roma. El suyo sería un abolengo en proceso de
legitimación desde sus propias letras.
De esa manera, la carta de presentación de la traducción de los diálogos aclara
para todos que el traductor no es cualquier mestizo inubicable en la raigambre
social española, sino un Inca, un rey extranjero que participa de la Historia de
un imperio descomunal e idílico.
Así Garcilaso se convierte en un escritor de relumbrantes antecedentes que
debían permitirle un relativo ascenso en la estructura social, aunque este no
condujera a los privilegios propios de un jerarca feudal.
El siguiente paso era definir el contenido de su obra cumbre, la que el Inca
tenía en mente como un fin sustancial, la concreción en las letras de su
“proyecto político intelectual”. No optó por llamar a su obra en ciernes anal ni
crónica ni historia sino “comentario”. En realidad, la adopción de la ruta a
seguir no prestaba mayor relevancia a sus escritos en proyecto, pues era el
género menos riguroso. Según Cicerón, los Comentarios son apenas notas
conmemorativas y son, más precisamente, elucubraciones y lecturas de la
Historia a partir de diversas fuentes. Garcilaso no se atreve a abordar la
Historia como género, pues requiere de un mínimo de disciplina en la
investigación, que fuerza rastreos agotadores y búsquedas minuciosas que
el Inca, al parecer, no estaba dispuesto a hacer.
Resultaba más cómodo, a tenor de las fuentes preestablecidas y en mano
del comentarista añadir glosas y notas interpretativas a noticias ya
existentes. Garcilaso glosará, así, a los historiadores españoles que han
escrito sobre el Perú, entrelazando sus fuentes a los recuerdos y los viejos
castillos construidos en los llanos de una memoria viva aunque
languideciente. Garcilaso es, después de todo, un español montillano, un
migrante asimilado, un mestizo cuyo origen se va alejando, dejando apenas
algunos resquicios de imágenes infantiles.
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Garcilaso ha leído las crónicas españolas sobre el Perú, ha accedido a las
letras de Zárate, el Padre Acosta y de Gómara. El Inca admite su propósito
cuando escribe que traza su nueva obra sólo para servir de comentario, esto
es, "para declarar y ampliar muchas cosas que ellos (los cronistas)
asomaron a decir y las dejaron imperfectas, por haberles faltado relación
entera". Para Garcilaso, los cronistas no han procedido con la justa verdad y
el equilibrio en el juicio. Lo hace especialmente “para dar a conocer al
Universo nuestra patria, gente y nación”.
Según coinciden los interpretes de Garcilaso, resalta en él la nostalgia, el
amor creciente en su ocaso por el imperio materno, por las alegorías de un
pasado que aunque remoto aguijonea el corazón del migrante en las
Europas. Sin embargo, los procesos espirituales son inversos a los que se
proponen regularmente. La memoria destruye los contornos y deslía los
viejos nudos. El Inca se españoliza desde muy joven y desde muy joven se
integra a la villa montillana, se enajena progresivamente de su pasado que,
con las décadas, se torna en un paisaje remoto. No se registra un esfuerzo
de vuelta, de visita, de reformulación del amor materno, de reivindicación
afectiva para con su sangre en ultramar, allá en el ande. Su inserción aviva
los afectos por la tierra que lo acoge, mientras la infancia se va tornando en
un punto de luz en lontananza.
Pero, al margen de la intensidad de sus afectos, aparece en Garcilaso un
orgullo pletórico por una historia que es de los suyos, una historia gloriosa
que lo emparenta con la nobleza de un reino cuya leyenda se empieza a
forjar. Son tiempos de grandes utopías, desde Moro a Campanella, se
idealiza un mundo exótico. Asoma en los espíritus inquietos el ideal
platónico de la república. Garcilaso, bajo esas líneas, se enaltece a sí
mismo, vinculándose a ese paraje imaginario. En lo particular, el Cusco
existe y no es Utopía, no es una construcción ideológica sino, mejor aún,
una realidad por descubrir al mundo con algunos aderezos y no poco de
romanticismo.
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8. Los Comentarios Reales
La concepción de la Historia en Garcilaso tiene resabios de contenido ético. La
Historia no es un recuento en detalle de hechos tributarios de la memoria, es
más: un esfuerzo de recreación destinado a ejemplificar. Maquiavelo diseñó su
célebre discurso sobre la primera década de Tito Livio como un esfuerzo
instructivo. En aquel tiempo, la memoria es una arquitectura de fabulaciones y
ejemplos morales tanto como de utopías y ciudades modélicas.
Los Comentarios Reales tienen ese sustrato educador, pero para la ilustración
la realidad puede ser menos ventajosa que la ficción. Garcilaso navega entre
dos océanos, la de documentar con ciencia el mundo andino y la de urdir en
ficciones hechos y caracteres que magnifican la historia. Según Menéndez y
Pelayo “la celebridad de Garcilaso, como uno de los más amenos y floridos
narradores que en nuestra lengua pueden encontrarse, se funda en sus obras
historiales, que mejor clasificadas estarían (sobre todo la segunda) de historias
anoveladas”39. Para precisar más el género, el español señala que en el
escritor mestizo se formó la novela o la leyenda del Perú antiguo.
Toda Nación solidifica en mitos, la Ilíada, la Odisea, la Eneida, la peripecia de
los dioses y los hombres en la construcción del origen, son asignados al
capítulo histórico de la leyenda, como el Antiguo Testamento en el pueblo
hebreo. Garcilaso erigió la Ilíada peruana, la leyenda bíblica de las primeras
edades en el interior abrupto de las cordilleras y las mesetas. Como en Roma,
la herencia Inca fue de grandeza y expansión imperial.
Garcilaso, con cúmulos de fuentes veraces o precarias, es un narrador, un
comentarista que recoge las evidencias y que sobre ellas inventa los detalles
como un artilugio de historiador insuficiente. “El arte de este deslumbrante
narrador del Renacimiento hispanoamericano es conducirnos, transportarnos,
ensoñarnos, perdernos entre las inmensas marejadas de su prosa perfecta; es
decir, acabar para nosotros con el límite entre la realidad y la fantasía,
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hacernos transitar, sin que nos percatemos, de un mundo a otro”40. La
ubicación de Garcilaso como escritor es admisible en el contexto histórico
abordado aunque los comentarios como tales o glosas sean integrados al
catálogo de la Historia oficial. “Sin asomo de duda; hacernos creer siempre que
lo que dice es la más pura de las verdades, porque lo cuenta él, como indio del
Cozco que es. Su inmortal sabiduría de narrador prodigioso ha hecho creer por
siglos, ‘aun a los analistas más severos’ (Menéndez y Pelayo, 1961-I: 202), que
su trabajo debía ser considerado ‘en concepto de historia real’ (Menéndez y
Pelayo, 1961-I: 202) como explicaba de este género literario el maestro de
Santander. No obstante, ya ahora entendemos que confundir el estatuto
ficcional de los Comentarios con el de la verdad histórica es un acto semejante
al de identificar los hechos ficcionales del Cantar de Mío Cid con la historia de
los hechos acaecidos en las luchas de la Reconquista española’.
Los Comentarios Reales constituyen así la obra cumbre del Inca y una de las
exposiciones primigenias del Perú ficcional. Aquel fin urdido desde décadas
atrás para integrar un nuevo país al mundo, el suyo, fue hecho de cualidades e
ideales supremos, de realidades y fantasías. Lo que ignora el Inca es que al
mencionar al Perú bajo este deliberado enfoque, se torna en el primer
antecedente de los precursores que se referían al fabuloso reino mestizo, a esa
síntesis viviente al sur de las Américas como una entidad propia y digna de
todo retorno.
Garcilaso se excusa por no referirse a otras culturas y por centrarse en aquella
que conoce, lo que esconde el propósito inicial desde aquella vez que concibió
la idea de ser un escritor. El proyecto político garcilasiano fue integrar el Perú al
panorama de la Historia mundial, darle el tamiz de maravilla y una identidad
singular que se universaliza por peso propio en la misma medida que los
grandes imperios.
El punto de partida es el descubrimiento de su naturaleza, sus formas, su
organización territorial, su extensión. Pero esa mirada detallista a la geografía y
la costumbre Inca no es la de un natural que observa sus antepasados y
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ejercita la memoria desde los patrones y perspectivas de un intérprete quechua
sino la de un español de sangre india, la de un occidental que advierte en
primer término que su escritura se ciñe al rito común de los escritores, esto es,
escritores europeos41.
La visión garcilasiana no es la de un testigo sino la de un receptor de
información que, solo en parte, se vale de la suya propia para ubicarse en el
proceso histórico que pretende presentar. Refiere Garcilaso que “habiendo de
tratar del Nuevo Mundo, o de la mejor y más principal parte suya, que son los
reinos y provincias del imperio llamado Perú, de cuyas antiguallas y origen de
su reyes pretendemos escribir, parece que fuera justo, conforme a la común
costumbre de los escritores, tratar aquí al principio si el mundo es uno solo, o si
hay muchos mundos, si es llano o redondo, y si también lo es el cielo redondo
o llano. Si es habitable toda la tierra o no, más de las Zonas templadas: si hay
paso de la una templada a la otra; si hay antípodas y cuáles son; de las cuales
y otras cosas semejantes los antiguos filósofos muy larga y curiosamente
trataron, y los modernos no dejan de platicar y escribir, siguiendo cada cual la
opinión que más le agrada”42.
El neoplatonismo y las nuevas ideas definen el derrotero intelectual del Inca,
como hemos anticipado. Esta vía es visible en uno de los párrafos de los
Comentarios Reales: “Mas porque no es aqueste mi principal intento, ni las
fuerzas de un indio pueden presumir tanto; y también porque la experiencia,
después que se descubrió lo que llaman Nuevo Mundo, nos ha desengañado
de la mayor parte de estas dudas, pasaremos brevemente por ellas por ir a otra
parte, a cuyos términos finales temo no llegar; mas, confiado en la infinita
misericordia, digo que a lo mejor se podrá afirmar que no hay más que un
mundo, y aunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo es por haberse
descubierto éste nuevamente para nosotros, y no porque sean dos, sino todo
uno. Y a los que todavía imaginaren que hay muchos mundos, no hay para qué
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responderles, sino que se estén en sus heréticas imaginaciones hasta que el
infierno les desengañe dellas”43.
Garcilaso confía en la unidad del mundo y se enfrenta a una división que
considera inútil o falsa, pues se vale de la perspectiva del tiempo y la ubicación
en la Historia. No hay un nuevo mundo, el milenario universo Inca es registrado
con posterioridad al devenir europeo, este no lo antecede, cada reino ha
experimentado en paralelo su propia Historia. La lectura de esa realidad
configura un mundo global. De acuerdo a los avances de la época y por
testimonio que derivan de los grandes viajes de españoles y portugueses, no
es llano. Todas las leyendas de monstruos y seres mitológicos al final del plano
marítimo se desmoronan. Más allá del horizonte atlántico hay tierras que se
equiparan al continente europeo, civilizaciones que manifiestan su propia
Historia, reinos que no son inferiores a todos aquellos que la humanidad hasta
entonces identifica.
El autor describe el clima y las formas de las tierras conquistadas y sostiene
que nació en “la Tórrida Zona, que es en el Cozco”. Y se crió en ella hasta los
veinte años. Luego señala que estuvo en la zona templada, “de la otra parte del
Trópico de Capricornio, a la parte del Sur, en los últimos términos de los
Charcas, que son los Chichas; y para venir a estotra templada de la parte del
norte, donde escribo esto, pasé por la Tórrida Zona y la atravesé toda, y estuve
tres días naturales debajo de la línea equinoccial, donde dicen que pasa
perpendicularmente, que es en el cabo de Pasau”44.
Uno de los capítulos que más atención genera es el de la descripción del Perú
y su magnífica extensión en América del Sur. Aún cobraban fulgor en los ojos
del Inca los descomunales caminos y sus tejidos de entrecruces a lo largo del
Imperio, los tambos providenciales, las grandes proezas en el dominio de los
declives, la conquista de las montañas. La grandeza del Tahuantinsuyo era
inagotable en la memoria y de tales portentos, habría de aparecer en su lejanía
española, el orgullo que inflama. Los Comentarios Reales trasudan ese orgullo
que supera a la nostalgia. De ese conglomerado de sentimientos que confluyen
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en la memoria del “historiador”, el más sólido y eminente es el que hace del
habitante andino el hijo de un reino descomunal. No es el afecto y el dolor
entrañable o el desgarro de la distancia lo que hinca las fibras de Garcilaso, es
la conciencia de trascendencia real de un reino humillado por los cronistas.
Por lo demás, la longitud del Perú es tal que supera a la de los Estados
europeos de entonces. “Los cuatro términos que el imperio de los Incas tenía
cuando los españoles entraron en él son los siguientes: al Norte llegaba hasta
el río Ancasmayu, que corre entre los confines de Quitu y Pastu, quiere decir
en la lengua general del Perú, río azul; está debajo de la línea equinoccial, casi
perpendicularmente. Al mediodía tenía por el término al río llamado Maulli, que
corre Leste hueste, pasando el reino de Chili, antes de llegar a los Araucos, el
cual está más de cuarenta grados de la equinoccial al Sur. Entre estos dos ríos
ponen pocas menos de mil trescientas cincuenta leguas de largo por tierra,
desde el río Ancasmayu hasta los Chichas, que es la última provincia de los
Charcas, Norte y Sur; y lo que llaman reino de Chile contiene cerca de
quinientas cincuenta leguas, también Norte Sur, contando desde lo último de la
provincia de los Chichas hasta el río Maulli. Al Levante tiene por término
aquella nunca jamás pisada de hombres, ni de nieves, que corre desde Santa
Marta hasta el estrecho de Magallanes, que los indios llaman Ritisuyu, que es
banda de nieve. Al Poniente confina con la mar del Sur, que corre por toda su
costa de largo a largo. Empieza el término del imperio por la costa, desde el
cabo de Pasau, por do pasa la línea equinoccial, hasta el dicho río Maulli, que
también entra en el mar del Sur. Del Levante al Poniente es angosto todo aquel
reino. Por lo más ancho, que es atravesando desde la provincia Muyupampa,
por los Chachapuyas, hasta la ciudad de Trujillo, que está a la costa de la mar,
tiene ciento y veinte leguas de ancho, y por lo más angosto, que es desde el
puerto de Arica a la provincia llamada Llaricosa, tiene setenta leguas de
ancho”45.
El señorío de estos reyes abarcó toda esa extensión y en ella transcurren los
grandes hechos que el Inca pasa luego a describir. El origen del Incario es
explicado como una empresa civilizadora, un paso de la sombra densa de una
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historia que se pierde en los albores del tiempo a una era de luz en la que sus
habitantes obtienen noticia de la ley natural, de la urbanidad y de los respetos
que los hombre debían tenerse unos a otros. El escritor concibe esta transición
como un designio divino. Toda la Historia es una hazaña de la evangelización,
el transcurso del tiempo Inca está determinado por la necesidad de preparar a
sus habitantes para el cultivo de la fe. “…y que los descendientes de aquél,
procediendo de bien en mejor, cultivasen aquellas fieras y las convirtiesen en
hombre, haciéndoles capaces de razón y de cualquiera buena doctrina, para
que cuando ese mismo Dios, sol de justicia, tuviese por bien de enviar la luz de
sus divinos rayos a aquellos idólatras, los hallase no tan salvajes, sino más
dóciles para recibir la fe católica, y la enseñanza y doctrina de nuestra Santa
Madre Iglesia Romana, como después acá la han recibido, según se verá lo
uno y lo otro en el discurso desta historia. Que por experiencia muy clara se ha
notado cuándo más prontos y ágiles estaban para recibir el Evangelio los indios
que los reyes Incas sujetaron, gobernaron y enseñaron, que no las demás
naciones comarcanas, donde aún no había llegado la enseñanza de los Incas;
muchas de las cuales se están hoy tan bárbaras y brutas como antes se
estaban, con haber setenta y un años que los españoles entraron en el Perú. Y
pues estamos a la puerta deste gran laberinto, será bien pasemos adelante a
dar noticias de lo que en él había”46.
El neoplatonismo y la fe católica se empatan en el empeño del comentarista
por justificar la conquista española que, en síntesis, sería una empresa de fe.
Garcilaso se detiene luego en el ejercicio de la memoria histórica, en los datos
de su remota niñez que discurren como fragmentos que reconcilia para
construir su ciudad ideal.
El Inca recoge esos datos de la familia materna y por tal fuente los considera
más confiables que la información sesgada provista por extraños, “siempre sus
más ordinarias pláticas eran tratar el origen de sus reyes, de la majestad dellos,
de la grandeza de su imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que
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en paz y en guerra tenían, de las leyes que tan en provecho y favor de sus
vasallos ordenaban”47.
Es la Historia tornada en Utopía, la magnificencia del pasado trocada en ideal
del porvenir y, en especial, “la memoria del bien perdido”, el luto. Los indios de
la nobleza que Garcilaso trató en sus primeros años lloraban a los reyes
muertos. El Inca, envuelto en categorías europeas y preso de perspectivas
occidentales y romanistas se refiere a ese reino cautivo de la memoria como un
régimen que, pronunciado en lengua castellana, termina siendo una
interpretación occidentalista: “enajenado su imperio y acabada su república”.
Desde luego que el republicanismo es una categoría europea, una
organización que responde a patrones de organización política diferentes a
aquellos que caracterizaron el Incario.
El escritor ofrece apenas la versión de la tradición oral sobre la fundación del
reino, sobre la invención remota de un imperio que no conoció de mayores
registros. Sin escritura, Garcilaso sabía que su conocimiento dependía de la
transmisión de la palabra sin soporte material. Pretende indagar y se confía a la
sabiduría de sus mayores que le proveen de información. Alguno de sus tíos le
llega a decir: “Sobrino, yo te las diré de muy buena gana; a ti te conviene oírlas
y guardarlas en el corazón (es frasi dellos por decir en la memoria). Sabrás que
en los siglos antiguos toda esta región de tierra que ves eran unos grandes
montes y breñales, y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y
animales brutos, sin religión, ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni
sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar
algodón ni lana para hacer de vestir. Vivían de dos en dos, y de tres en tres,
como acertaban a juntarse en las cuevas y resquicios de peñas y cavernas de
la tierra; comían como bestias yerbas del campo y raíces de árboles, y la fruta
inculta que ellos daban de suyo, y carne humana. Cubrían sus carnes con
hojas y cortezas de árboles, y pieles de animales; otros andaban en cueros. En
suma, vivían como venados y salvajinas, y aun en las mujeres se habían como
los brutos, porque no supieron tenerlas propias y conocidas"48.
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Debe advertirse que es difícil precisar hechos y afirmar datos que provienen de
los más lejanos tiempos, como lo es citar viejas palabras que, en todo caso han
de sufrir la deformación del tiempo. Algunos conceptos quedan claros, no
obstante y era el origen solar de la humanidad, la religión del sol y una creación
que asemeja muy poco con el origen de la humanidad en la tradición cristiana.
Los hombres preexisten a Manco Capac y Mama Ocllo, que operan de
enviados de la divinidad en una misión civilizadora. Garcilaso reconoce la
barbarie previa, que en deducción tendría que ser la de las culturas preincas,
dado que la historia Inca se cuenta en adelante desde Manco Capac.
La Historia manifiesta nos señala que con anterioridad al asentamiento de la
cultura Inca existieron reinos que cultivaron el arte y que tuvieron algunas
formas complejas de organización política. La visión del Incario en los
Comentarios Reales tiene la perspectiva del coloniaje en vigor durante los
tiempos en que fueron escritos, pues la civilización y la evangelización
confluyen como tareas históricas.
La pareja Inca de los remotos orígenes tienen como objeto sustancial
adoctrinar a los indios en el conocimiento del padre Sol para que lo adorasen y
siguiesen sus preceptos. El mismo fin tiene el conquistador español que
justifica sus pasos a partir de la implantación de la fe. Dios es concebido como
un factor ordenador de la tierra, dador de razón y urbanidad.
Manco Capac tendría, de esta manera, un papel mesiánico, aunque no
“salvífico” en términos espirituales, al menos orientador en la vía de organizar a
los hombres para una mejor vida social. Así, el primer Inca no es un personaje
adánico, dista de serlo, pero tiene la raíz de un misionero que, desde sus
remotos y misteriosos orígenes, tiene un encargo: ordenar el mundo. Esta
misión es la que tiene el sacerdote español que encauza a los indios por las
vías de la fe. “Como hombres racionales y no como bestias”, precisa el escritor,
lo que en una lectura somera parecería extrapolarse en la actualidad de la
conquista. Los europeos asumen al indio como un ser por civilizar, como un
proyecto por elaborar.
Con esta orden y mandato puso el gran Sol a dos hijos suyos en el lago
Titicaca en procura inmediata de buscar “la tierra prometida”. En el imaginario
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europeo y hebraico, la tierra como destino manifiesto tiene un valor
preponderante, fuente de guerras y permanentes disensiones. El Inca
Garcilaso recuerda, entre las brumas de los años difuminados, las palabras de
sus mayores y precisa que el Sol determinó que allí donde el Inca Manco
clavase la varilla de oro, allí habría de fundar aquel gran imperio. Luego les
dijo: "Cuando hayáis reducido esas gentes a nuestro servicio, los mantendréis
en razón y justicia, con piedad, clemencia y mansedumbre, haciendo en todo
oficio de padre piadoso para con sus hijos tiernos y amados, a imitación y
semejanza mía, que a todo el mundo hago bien, que les doy mi luz y claridad
para que vean y hagan sus haciendas, y les caliento cuando han frío, y crío sus
pastos y sementeras; hago fructificar sus árboles, y multiplico sus ganados;
lluevo y sereno a sus tiempos, y tengo cuidado de dar una vuelta cada día al
mundo por ver las necesidades que en la tierra se ofrecen, para las proveer y
socorrer, como sustentador y bienhechor de las gentes; quiero que vosotros
imitéis este ejemplo como hijos míos, enviados a la tierra sólo para la doctrina y
beneficio de esos hombres, que viven como bestias. Y desde luego os
constituyo y nombro por reyes y señores de todas las gentes que así
doctrináredes con vuestras buenas razones, obras y gobierno."49
Manco Capac y Mama Ocllo llegaron así a una venta o Pacarec Tampu para
ingresar luego al Cusco, donde al pie del cerro Huanacauti hundieron la barra,
cumpliendo con el mandato y fundando el gran reino y atrayendo a sus
habitantes en camino a su magisterio.
Fundaron un templo para adorar al Sol e iniciaron su gesta civilizadora,
provistos de ornamentos que “el padre les había dado”. El símil con el
misionero católico es asombroso, a estos ornamentos y vestidos, Garcilaso los
llama “hábitos”: “hábitos muy diferentes de que ellos (los indios) traían”.50
En el ideal garcilasiano, los fundadores del Imperio tuvieron éxito en la
convocatoria y lograron seguidores dispuestos a disciplinarse y obedecer las
instrucciones, asumiendo cada cual una función social específica.
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La ciudad se organizó en zonas, en los altos se constituyó el Hanan Cusco y en
los bajos territorios el Hurin Cusco. El escritor aclara que tal organización no
tenía como objetivo generar exenciones y preeminencias, sino que todos
fuesen “iguales como hermanos, hijos de un padre y de una madre”.
Pese al espíritu fundacional, Garcilaso se refiere a la idolatría de los Incas
posteriores. En contraposición al cristianismo conviene distinguir los credos en
manifestación de la superioridad de la religión católica. Para distinguir ambas
concepciones teológicas, afirma que los incas rastrearon al Dios verdadero,
que tuvieron una cruz en una sacra sede en el Cuzco y que, además, creyeron
en la inmortalidad del alma y la resurrección universal, que en proyección es el
juicio final de los evangelios. En esa línea, es muy probable que Garcilaso
idealice una vida precristiana que fundamenta la misión civilizadora, que sigue
la línea de los fundamentos de la fe incaica.
Para el comentarista, los sacrificios y ceremonias fueron impuestos por el
primer Inca y hace una salvedad importante: el Incario no practicó sacrificios
humanos, sacrificó llamas y ejercitó la redención a través de estas ofrendas. El
cordero hebreo tenía su símil en el Cusco, la entrega al creador de un inocente
en nombre del perdón era en ultramar un contenido religioso. Garcilaso, en
gran medida, no era más el quechua que colaboraba a la tradición oral, sino el
español de sangre mestiza que interpretaba el mundo antiguo con los
arquetipos del renacimiento europeo y el cristianismo decimonónico.
La grandeza de los Incas, nos narra Garcilaso, deviene de una serie de
conquistas que extendieron magníficamente el reino en vistas de un gran
territorio, a la par de los grandes imperios europeos.
Como si refiriera las disciplinas intelectuales de Europa del 1500, Garcilaso
escribe que los Incas desarrollaron la Astrología y que supieron “hacer la
cuenta del año y los solsticios y equinoccios”. En un juego de comparaciones,
los Incas superaron a los occidentales, en tanto estos asumían la naturaleza
terráquea como un plano en cuyos océanos se perdían las extensiones, en los
horizontes habitaban los monstruos, la oscuridad y el misterio. Los Incas
deducían una esfera celeste, un orden al margen de lo visible y una superficie
que les permitía elaborar sus leyes.
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Conocieron de la medicina a través del estudio de las yerbas curativas y
tuvieron un relativo dominio de la Geografía, la Geometría, las Matemáticas y
hasta de la Música. Desde luego todas ellas trazadas bajo las categorías que
se habían apropiado del mestizo occidental. Asume de oídas de la tradición
ancestral que los amautas o filósofos componían tragedias y comedias y que
los haravicus o poetas recitaban poesías amorosas. El amor, una concepción
medieval, en una tierra extraña, centrada en una organización peculiar de la
familia debiera explicarse con categorías propias, inextricables con los siglos,
dado que el Incario careció de Historia porque sus registros solo tienen la base
de la oralidad, una oralidad que se reconvierte y reinventa contenidos con los
años.
Garcilaso se refiere luego a las vírgenes escogidas consagradas al Sol
(Acllahuasi). Explica las formas cómo los indios se casaban y el incesto entre
hermanos Incas. Tras dar algunos detalles adicionales de la organización social
se expande en la Historia política, en las fieras conquistas provistas de gloria.
El mesianismo gana nuevamente la partida y el comentarista no se resiste a los
influjos de las hazañas civilizadoras. Entiende de una supuesta tradición que un
ser, una suerte de divinidad, con los rasgos del europeo invasor ya había
llegado a las tierras del Inca. Uno de ellos, quizás el español o el Cristo, dadas
las señales que expone, visitó al Inca en sueños: “…señor, sabrás que estando
yo recostado hoy a medio día (no sabré certificarme si despierto o dormido)
debajo de una gran peña de las que hay en los pastos de Chita… se puso
delante un hombre extraño, en hábito y en figura diferente a la nuestra; porque
tenía barbas en la cara de más de un palmo, y el vestido era largo y suelto que
le cubría hasta los pies; traía atado por el pescuezo un animal no conocido”51.
El personaje era Viracocha, pero podría traducirse sobre la base de la
cosmovisión española de entonces.
Yahuar Huaca, el Inca visitado y advertido de una invasión, se resistió al
mensaje. Poco tiempo después, llegaba al Cuzco la noticia del levantamiento
de los Chancas. La profecía en sueños era real, lo que linda entre lo mítico, la
ensoñación y la Historia es la identidad del mensajero.
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Garcilaso describe la Casa Real, los entierros Incas y las sagradas exequias, el
fabuloso sistema de chasquis, la contabilidad en los nudos y prosigue con las
grandes conquistas. El autor describe el Inti Raymi, las ceremonias de
iniciación de los príncipes (casi en símil con el ritual y el ideal caballeresco de
la Edad Media europea).
Las conquistas Incas eran modélicas en sus fines y formas. Se fabricaban
colonias, se trasladaba a los mitimaes hacia las zonas despobladas, se
quechuizaba a los hijos de los curacas.
El autor narra, desde luego, sobre la grandeza y magnanimidad de Huayna
Capac, el décimo segundo soberano inca, que tuvo por hijo a Huáscar. Tuvo,
además, otro hijo, llamado Atahualpa, quien, según Garcilaso, nació en Quito.
Relata sobre las conquistas de Huayna Cápac, que tornó sus pasos a Quito.
Huayna Capac murió, pero en su testamento, cuenta el mestizo, ordenó a sus
súbditos que obedecieran a los invasores que ya se aproximaban. Aducía que
los extraños por venir eran imbatibles y que las profecías ya eran irrebatibles
sobre los hechos que ya se cernían en los territorios de su reino. Garcilaso
vuelve a trazar las líneas de un presunto destino manifiesto, de una voluntad
extraterrena que determina los acontecimientos. Ocurrió en la fundación del
Cusco y habría de ocurrir nuevamente con su destrucción en manos europeas.
La visión de Garcilaso es la de leyes inexorables que deben cumplirse. Si
Manco Capac tenía un sustento histórico, la conquista española también lo
tendría y lo tendría precisamente en el magno ideal civilizador: la
internalización de una fe.
El autor describe las animales, plantas y otras cosas que los españoles trajeron
al Perú: las yeguas y los caballos, las vacas y los bueyes, los camellos, asnos y
cabras, los puercos las ovejas los gatos caseros, los conejos y perros, así
como las ratas. Menciona a las gallinas y palomas.
Entre otros alimentos, el trigo y la vid; las frutas el azúcar de caña. Las
hortalizas, las flores, los espárragos, las yerbas, el anís, el lino.
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Garcilaso retoma la historia inca desde Huáscar y recuerda, con seguridad, la
atrocidad de la invasión de Atahualpa al Cusco y las fieras guerras postreras
por el poder. La realeza fue, en definitiva, cautiva de la arrogancia del nuevo
señor, el crudelísimo quiteño.
La furia de Atahualpa arrasó la casa real y muchas poblaciones fueron
diezmadas. El odio se había engendrado en los habitáculos del mestizo, que
percibió en el furor del advenedizo un estilo opuesto al de los Incas, el de la
piedad y benevolencia. Garcilaso, desde luego, no incluye a Atahualpa en su
lista de los reyes incas.
Palabras finales
El Perú fecunda de su espíritu, de esa sustancia invisible que compone su
identidad: la Historia. El Inca Garcilaso de la Vega erige un templo histórico de
peruanidad que servirá a todas sus generaciones por venir en el esfuerzo de
equilibrar el valor de sus dos culturas originales. Del ande milenario obtendrá
su grandeza, la moral de sus instituciones y la sublime biografía de sus
gobernantes. De la España invasora una de sus raíces más ricas.
No obstante, el Inca se propone urdir la trama de un reino inmortal, que se
manifiesta en la Historia Universal con plenas potestades. Al presentar los
hechos y representar la memoria primigenia de los peruanos se vale de
fuentes, de secretas voces que le advierten desde el Cusco de su grandeza
pretérita. Pero la Historia no le alcanza y los hechos trajinados de boca en boca
desde el origen le son insuficientes. Garcilaso imagina, añade a lo que la
realidad precisa, lo que la realidad no tiene es concebido desde su urgencia
platónica, agrega deseos y esboza utopías.
Se convierte en un comentarista de la Historia, en un glosador en términos
propios, en un oficioso moralista y, desde luego, en un narrador diestro que
erige, sin proponérselo, un emblema unificador.
Poco se entiende de su obra si es que se pasa por alto las pulsiones íntimas de
su creación, sus expectativas y hondas desazones individuales. La Historia, en
definitiva, no es de situaciones sino de personajes que fundan hechos,
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marejadas de nervios y de sueños que sustentan obras, perspectivas sesgadas
desde la mirada de los individuos. Ese material es el que explica cada decisión
del personaje, que le da contenido y significación. El Inca fue la resultante de
circunstancias y contextos gravitantes: el de su propia historia de resbalones y
ajustes así como el de su contexto histórico, el del feudalismo y el renacimiento
en una agitada confluencia.
Pese a que pueda ser que la nostalgia no sea un componente real de la obra
magna del mestizo, lo es de todo peruano que desde la lejanía y la soledad de
una buhardilla europea lea aquellas letras con la misma flagelante pasión con
la que fueron escritas.
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