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RECUERDOS DE LA HUERTA DE FAVA.
La noria y el platanal, las vacas del señor Esteban,
cazadores de pajaritos y cigarrones: partidos de fútbol,
batallas campales y otras travesuras.
Corría el verano de 1937 y el señor Domingo acababa de reparar el
vallado de cañas del pequeño huerto, que tenía en arriendo de los
señores de Fava, propietarios de todos los terrenos adyacentes de los
que fuera en el pasado la gran Huerta de Fava. La colocación o
reparación de un vallado de cañas, era una operación muy frecuente
y rutinaria en casi todos los huertos de La Línea, sin embargo el
procedimiento empleado, era algo peculiar de los hortelanos linenses.
Vista general de la Huerta de Fava y el clásico vallado de cañas, la foto es del año 1959, poco después
de la construcción del Mercado de Mayoristas y del Colegio Salesianos.
Pues debido al suelo arenoso de este término municipal donde se
daban muy bien los cañaverales, por lo que se disponía de abundante
material para la construcción de estas vallas, juntamente con las
chumberas y pitas. Se excavaba una zanja a lo largo de la
demarcación de las parcelas del huerto y a continuación se iban
introduciendo en la misma, mazos de cañas ya curadas, las cuales se
amarraban con alambre a otras gruesas cañas que se colocaban
horizontalmente en medio de las otras verticales, formándose así una
tupida pared y luego se enterraba la zanja, fijando los cimientos del
vallado. La misión de los citados vallados, es obvio decir, que no solo
tenía la misión de evitar que la gente se metieran dentro del huerto y
marcar el lindero del mismo, sino también proteger los sembrados de
los fuertes y casi continuos vientos de levante que azotan esta llanura
arenosa de La Línea abierta a los dos mares. Otros vallados los de
más categoría, estaban constituidos con setos de pitas y chumberas,
o con empalizadas de madera y chapas de uralitas.
Cuando en 1870 se constituyó el primer Ayuntamiento de La Línea,
independiente de el de San Roque, ya existían en la localidad 150
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huertas incluyendo varios viñedos, por ello hablar de las huertas de
La Línea como de las barcas pescadoras de la Atunara y del Espigón
de San Felipe, es hablar de su propia razón de ser, pues ambas
industrias fueron los únicos medios de vida de esta población en sus
primeros tiempos. Inspirado en esta importantísima combinación de
pescados y hortalizas, el poeta escribió estas acertadas palabras:
“La Línea es una goleta de flores anclada entre dos mares,
hortelana y marinera, es una mezcla de naranjos en flor y oleajes de
espumas”.
Aunque de las 150 huertas que ya existían en “La Línea de
Gibraltar” en 1870 entre las que destacaban las huertas de
“Garesse”, “Russi”, “Genovesa”, “Mondejar” y otras, las más antiguas
e importante indudablemente fue la de Fava Guastarino.
Y fundamentaremos nuestra tesis, porque la actual calle San
Cayetano, frente a la cual por la calle Jardines, tenía su entrada
principal la Huerta de Fava, está trazada precisamente sobre el
llamado “Carril de Fava” en 1870. Lo que hace suponer que por el
citado carril rodaban los carros hacia la vecina plaza de Gibraltar para
vender sus hortalizas y frutas en su mercado, siendo este camino el
más corto a la Aduana de La Línea por la Banqueta, en aquellos
tiempos, arenales abiertos por detrás de las ruinas de las
fortificaciones militares en cuya zona no existía edificio alguno.
Pero veamos si nos aclaramos con esos nombres y apellidos de
origen italiano y portugués de algunas familias afincadas en La Línea,
cuyos descendientes se honran y llevan a gala el ser linenses. En
1899 tenían sus domicilios en la calle San Cayetano, los Favas,
suponemos que cuatro hermanos: F. Fava Guastarino, L. Fava
Guastarino y M. Fava Guastarino descendientes del Fava que
procedente de Gibraltar estableció la huerta en estos lugares. Pues
sólo basta consultar los planos de los sitios de Gibraltar en los finales
del Siglo XVIII, y podremos observar la presencia de grandes huertas
muy cerca del Peñón lugar que hoy ocupa el aeródromo militar,
denominadas “Huertas de Genoveses”, pues bien procedentes de
esas huertas eran los Favas, veteranos hortelanos, lo mismo que los
Francisco Clavain Izeta (Frasquito el Chico), que también
establecieron huerta en los arenales de La Línea. Y estos hortelanos
pioneros, son precisamente los Fava, Russi, Garesse, lo que no quiere
decir que muchos años antes de 1704 cuando Gibraltar era español, y
siendo estos terrenos propiedad de los gibraltareños españoles, no se
cultivaran ya hortalizas y grandes viñedos, cuya uva convertida en
vino era exportado desde Gibraltar. Y merecen nuestro mayor
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reconocimiento y homenaje, aquellos hortelanos, los unos y los otros,
porque con voluntad y tesón férreo, y muchas ilusiones, en lucha
constante con la naturaleza árida de estos arenales, lo convirtieron en
auténticos vergeles y jardines frondosos.
EXTENSIÓN Y SITUACIÓN DE LA HUERTA DE FAVA.
Situada al sudeste del istmo, la huerta tenía una buena cantidad de
metros cuadrados, a cuyos linderos se formarían luego las calles
Jardines, Gibraltar, Camino de la Atunara (Avenida Menéndez
Pelayo), y Pinzones. Sin embargo la Huerta de Fava que no conocí
cuando era niño, porque yo me crié en la calle Pinzones, exactamente
en el “Patio Chincota”, ya había perdido parte de la grandeza que
había tenido en el pasado: por el norte la Huerta Fava lindaba con la
de los herederos de don Francisco Clavain Izeta, (Francisco el Chico)
entre cuyas lindes se formó un sendero que comunicaba la calle
Gibraltar con el camino afirmado de La Atunara (Avda. Menéndez y
Pelayo), sendero que luego se denominaría calle Pinzones. Pues bien
en aquellos años de mi niñez, esta calle con una sola acera de
viviendas entre barracas y mampostería, en su parte central todavía
los cañaverales que crecían a sus lados se tocaban unos con otros,
formando una especie de túnel verde, y los carruajes que lo
atravesaban se hundían en la arena hasta los bujes de las ruedas.
Por esta parte de la calle Pinzones, entre la calle Gibraltar y
Avenida de Menéndez Pelayo, la huerta de Fava se encontraba casi
completamente baldía, a excepción de dos parcelas que tenía en
arriendo al señor Domingo y a Frasquito el Chico, y mientras la
parcela del señor Domingo, solo la protegía un vallado de caños, la de
“Frasquito el Chico”, estaba cercada con una valla de chapas de
uralitas blanqueada de cal. Por cierto que en estos vallados los
vendedores de pescado tenían la costumbre de arrojar el pescado,
sobrante de la venta, como sardinas, jurelitos, almejas y corrucos,
pues preferían tirarlo antes que llevarlo de vuelta sobre sus espaldas
a la Atunara. Al pescado en cuanto le daba el sol se podría
rápidamente a él acudían miles de hormigas y moscas, además de
producir un olor insoportable. ¡Lo mismo que hoy, que el pescado
vale su precio en oro, y hasta podrido en algunas ocasiones! El apodo
de Frasquito el Chico, no tenía nada denigrante. Pues tal como me
explicó un nieto de éste, ya fallecido por cierto. Todo era debido, a
que cuando Francisco Clavain Izeta, trabajaba en una huerta en
Gibraltar, en el siglo pasado, había otro hortelano que también se
llamaba Francisco, y como uno era de mayor estatura que el otro,
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para distinguirlos, a uno le pusieron el grande y el otro el chico,
porque Clavain era en realidad de corta estatura.
Por el lado oeste la Huerta de Fava lindaba con otra huerta llamada
de “En medio” y ésta a su vez con la calle Gibraltar y San Antonio
(antigua del Matadero), en cuya muralla terminaban las calles
transversales de Alba, Zaragoza, Granada y Sagunto. Por el este la
linde corría a lo largo de la Avda. Menéndez Pelayo desde su entrada
por la calle Jardines hasta la calle Pinzones, cuyo tramo estaba
guardado por un vallado de pitas. Al otro lado de la carretera estaban
los huertos, casi todos ellos dedicados al cultivo de flores; de la
“Genovesa”, “Nápoles”, “Magdalena”, “Parra” y otros. En los vallados
de chumberas y empalizadas de estos huertos de flores,
acostumbrábamos los chavales a cazar lagartijas y pequeñas
culebras, utilizando arcos de flechas hechos con las varillas aceradas
de paraguas inservibles. Y por la casa sur paralela a la calle Jardines,
acera que hoy ocupa el Mercado de Mayoristas, corría una muralla
desde la misma portada de la huerta frente a la calle San Cayetano,
hasta la entrada de la Avda. Menéndez Pelayo, precisamente frente al
llano, donde hasta el año 1906 estuvo el cementerio viejo de La
Línea, solar de un antiguo huerto donde en 1934 se construyó el
Grupo Escolar hoy denominado de “Santiago” y en 1968 el Cuartel de
la Policía Nacional y Comisaría de Policía. Frente al Cementerio Viejo
se estableció en el año 1926 un cine al aire libre llamado “El Chorro”,
y en esta misma acera desde la calle Marconi para acá, se encontraba
el “Garaje España” del señor Chacón y a continuación la “Casa de
Socorro” y “Casa Cuartel de la Guardia Civil”. En aquellos tiempos
una hilera de grandes eucaliptos bordaban la entrada de la carretera
al Hospital y entre sus sombras al lado derecho una pequeña vivienda
donde había una escuela de niños pequeños de las denominadas
“Migas”, casa que aún existe con el nombre de “Villa Cajaravilla”.
LA GRAN NORIA DE LA HUERTA DE FAVA.
El camino que conducía desde la amplia puerta de entrada de la
huerta hasta su interior, era un pasaje maravilloso, flanqueado de
añosos árboles entre los que abundaban las palmeras, moreras,
magnolias y eucaliptos que cerraban los márgenes de los terrenos de
cultivo con paredes de enredaderas, campanilleras, zarzamoras,
buganvillas, jazmines, damas de noche y siguiendo los bordes de las
acequias apretados macizos de “dompedros” y azucenas, presentado
a la vista la más bella policromía y perfumando el aire de aquel túnel
floral que amenizaba la musiquilla del agua que caía de los arcaduces
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de la noria que con rítmicos giros extraía el líquido elemento del
profundo pozo.
La Huerta de Fava en sus últimos tiempos, con un pequeño lago producido por la lluvia, donde jugaban
los niños.
Durante más de ochenta años, la gigantesca noria de la huerta de
Fava no había dejado de girar ni un solo día. Era una rueda hidráulica
de las llamadas bordiguera o de arcaduces, que hacía girar un sufrido
asno o mula con los ojos tapados alrededor de un pozo de gran
diámetro, al son de un cencerro o un collar de campanillas y
cascabeles. Y aquella añosa noria tan añosa como la misma huerta,
vertía su agua en una amplia alberca rectangular, a la cual en los
últimos tiempos le había instalado una bomba eléctrica, para
suplantar al elemento hipomóvil o asnal, embalsaba agua suficiente
para saciar generosamente la sed de los selectos cultivos de
hortalizas y frutales que producía las bien abonadas tierras de la
huerta. Recuerdo que era una tierra tirando a negra, que supongo
que ello sería debido a los muchos años de laboreo y abonada con
estiércol de caballerías, que era como antiguamente se abonaban las
arenas de todas las huertas de La Línea y que por eso sus productos
eran de tan excelente calidad. Y sin quitar mérito a la selección y
calidad de los productos hortícolas y frutíferos de las otras huertas,
permítame decir que la calidad de los productos de la Huerta de Fava
eran insuperables. Y digo esto por experiencia, ya que durante mi
infancia fueron muchas las zanahorias, lechugas, rábanos y mazorcas
de maíz, que degusté en mi incursiones con otros compañeros de
travesuras en los plantíos del señor Estaban Fava y del señor
Domingo Vázquez.
Daba gusto ver la salud y hermosura de aquellas hortalizas y
frutales; coles, lechugas, coliflores, acelgas, zanahorias, rábanos,
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tomates, pimientos, cebollas y cebolletas, nabos, pepinos,
berenjenas, alcachofas, aquellos apios blancos y tiernos como el agua
y patatas, frutas como fresas, fresones y sandías. Y no digamos nada
de los maizales. ¡Qué hermosura de mazorcas, con granos de maíz
del tamaño del garbanzo dorado como el sol de Andalucía!. ¡Qué
maravilla de esta plata de origen americano, cuyo fruto es todo
aprovechado, maíz como alimento de hombres y animales, las hojas
secas para rellenar colchones, panochas para hacer fuego y como
alimento también de los animales!. ¡Con qué avidez los niños que
vivíamos en la vecindad de la Huerta de Fava penetrábamos
furtivamente en plena canícula del verano en el maizal, arrancábamos
las mejores mazorcas, que luego asados en el fogón de nuestras
casas o en candela encendida al ampara del vallado, devorábamos las
mieses del maíz tostado, y que por aquello de la picaresca e
inconsciencia infantil nos sabía aún más sabroso, por habérselo
quitado al prójimo!. Pero no crean ustedes que aquellos banquetes
mazorqueros, no tenían también su precio y sus recompensas. Pues
ya lo creo que lo tenían, ya que ante las quejas de los propietarios
del maizal por las pérdidas sufridas y comprobada nuestra
culpabilidad, más de una buena zurra de palos y correazos me gane
de mi padre, aparte de tener que pagar daños y perjuicios, a los
hortelanos que traíamos por la calle de la amargura.
Recuerdo que una de las travesuras más famosas realizada por los
niños vecinos de la Huerta de Fava, fue el asalto nocturno a los
platanales que el señor Esteban dueño de la huerta tenía sembrado
junto a la alberca de la noria, produciendo tanta indignación y rabia a
los hortelanos aquella osadía, que idearon un sistema de alarma que
a pesar de los primitivo, resultó ser muy eficaz: amarraron un cordel
a los platanales que terminaba en la misma casa donde vivía el señor
Esteban y allí estaba conectado a una campanilla, a si es que, al
mover el árbol para arrancar los plátanos, ésta sonaba sin que se
dieran cuenta los asaltantes, e inmediatamente el dueño salía
sorprendiendo in fraganti o como se suele decir, con las manos en la
masa a los intrusos. Y por este procedimiento más de un mozalbete,
fue a parar al cuarto donde se guardan las herramientas, encerrados
bajo llave después de recibir un par de sopapos, tirones de orejas,
etc., y que no serían liberados mientras sus padres no fueron a
buscarlos, después de pagar alguna recompensa al señor Esteban.
Además de su agradecimiento por no haberlos entregados a la
Guardia Civil, cuya casa cuartel se encontraba muy cerquita de la
huerta.
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LAS VACAS LECHERAS Y LAS GARCILLAS BUEYERAS.
Una de las notas más pintorescas que podíamos observar en los
últimos tiempos en la Huerta de Fava, por su semejanza con escenas
de “cowboy” del lejano oeste eran las vacas que personalmente y con
todo esmero cuidaba el señor Esteban, como recuerdo nostálgico de
otros tiempos mejores de su finca agrícola. Una media docena de
vacas suizas, que pastaban apaciblemente, aunque atadas por una
cuerda a una estaca clavada en el suelo, por si las moscas. La huerta
contaba con mucho terreno baldío donde crecía abundantemente la
hierba, especialmente tréboles y vinagreras de flores amarillas y los
jaramagos. Por cierto, que aquellas vacas no destacaban
precisamente por su gordura, pero se movían de un lado a otro en el
pastizal, segando con sus amarillentos dientes las hierbas que se
ponían a su alcance. Mientras pequeñas aves zancudas de color
blanco, o sea garcillas bueyeras, vulgarmente llamadas “rezneros” o
“espurga bueyes”, montaban una guardia perpetua en su entorno.
También pastaban junto a las vacas, algunos caballos o mulas de los
utilizados para arar la tierra o tirar de los carros de la huerta.
CAZADORES DE PAJAROS CON REDES
Por aquello de que en la Huerta de Fava, había de todo un poco en
la viña del Señor, no podíamos dejar fuera a los cazadores de pájaros
con redes. Por lo que no era nada de extraño que en las épocas de
paso, los cazadores se disputaran los mejores sitios para colocar sus
redes y reclamos. En aquellos tiempos cuando aún no se utilizaban
los insecticidas ni otros venenos, enormes bandadas de jilgueros,
camachuelos, chamarices, verdones y luganos, que procedentes de
África cruzaban el Estrecho de Gibraltar siguiendo sus ya milenarias
rutas migratorias de estas aves, pasaban por encima del istmo de La
Línea, buscando los alegres campos de nuestra comarca, animando
con sus trinos y revoleteos, los setos, arboledas y matorrales del
Zabal Bajo y Alto, cañadas, vaguadas, arroyos, y pedregales de la
Sierra Carbonera donde se crían abundantemente los cardos, y las
palmichas y los juncos. Algunos de aquellos cazadores que tendían
sus redes en la Huerta de Fava lo hacía por afición en sus horas
libres, como Paco el Buzo y Joselito Ruiz, pero toros era porque
estaban parados, no tenían trabajo y así mataban el tiempo y se
ganaban algún dinerillo con los pájaros. Pero todos ellos hacían gala
de una paciencia y constancia a toda prueba, en su empeño de
capturar diariamente la mayor cantidad de posibles pájaros. Allí lo
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encontrábamos quietos como estatuas, resguardados por un
cañaveral o una chumbera, aguantando horas interminables de calor,
frio o incluso lluvia, con la vista al cielo el oído alerta, con las manos
pegadas a los hilos de los cimbeles y cordel del tiro dispuesto a dar el
tirón y cerrar la red, cuando una bandada de pájaros se metían
dentro, atraídos por el cante de los reclamos y el revoleteo de los
señuelos.
Caserío de la Huerta de Fava donde vivían los hortelanos, luego viviendas de particulares junto a la
noria.
Cerrada la red el cazador emprendía veloz carrera para recoger los
pájaros que habían caído. No crean ustedes que estas cacerías no
tenían sus emociones y aventuras, sus alegrías y sus penas. Como
también sus episodios anecdóticos, ya que no fue la primera vez, que
en lugar de meterse en la red los inofensivos pajarillos, lo hacía algún
ave depredadora, como por ejemplo una “primilla” u otra ave de
presa de esos llamados “pajarracos”, con la intención de comerse los
cimbeles o los reclamos que dentro de las jaulas contorneaban la red,
como la presencia de un vulgar gato de los muchos que habitaban en
los vallados de la huerta. Y allí tenían ustedes al cazador corriendo
hacia la red dando gritos y provisto del mazo de madera que utilizaba
para clavar las estacas, para espantar o liquidar al intruso.
CAZADORES DE CIGARRONES Y MARIPOSAS.
Cinegéticamente hablando, en la Huerta de Fava no sólo se
limitaban a los pajaritos, también se cazaban otras especies, por
supuesto que no eran conejos, venados ni jabalíes, sino algo más
modesto, saltamontes y mariposas. Algunas personas que se
dedicaban a la cría de gallinas en vez de echarles trigo o maíz para
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ahorrarse comprar dicha semilla en la tienda, recurrían a un
procedimiento más barato, la caza y captura de saltamontes, que en
la época estival se criaban en grandes cantidades entre las hierbas
secas. Provistos de una especie de manoplas de fabricación caseras,
un simple trozo de de suela de goma de alpargatas, clavada en un
palo, servía para golpear a los insectos dejándolos aturdidos o
matándolos, lo metían en una caja de cartón o en una lata con
tapadera, y de allí directamente al gallinero, donde las hambrientas
gallinas engullían en un santo y amen. Primitiva avicultura, pero muy
productiva, pues aún no se habían inventados los piensos compuestos
ni la cría de gallinas mecanizada.
En cuanto a la caza de lepidópteros o mariposas era una ocupación
de los niños, en la Huerta de Fava y en otros huertos que se
dedicaban al cultivo de flores. Eran un hábitat ideal de varias especies
de mariposas, como las más grandes y verdosas de las rudas y las
pequeñas de color blanco de las hortalizas, que nosotros llamábamos
“palomas”. Cazar palomas era una distracción absurda, porque éstas,
después de matarlas, las tirábamos. Solamente las de colores las
coleccionábamos, la clavábamos con un alfiler de cabeza negra en un
corcho y las teníamos como trofeos. Aunque tal vez sin saberlo
nosotros, estábamos librando a la huerta de dañinos parásitos como
eran los gusanos de estas palomitas blancas que infestaban las
coliflores, coles y otras hortalizas. Para la caza de las palomas,
utilizábamos pequeñas redes de mayas de hilo tonto, teniendo como
señuelos flores llamativas, o corriendo tras de ellas, provistos de
cimbeles, que consistían en una ristra de palomas amarradas una tras
de otra en un hilo atado al extremo de una caña, las palomas al
mover la caña revoloteaban y atraían a las otras compañeras, las
cuales eran rápidamente cubiertas con una boina o sombrero de paja,
una vez cazada se amarraba al final del hilo de la ristra y servía como
cimbel. Pero a veces nos dedicábamos simplemente a matarlas
fustigándolas con ramas de retama y la única satisfacción era el
matar el mayor número posible de palomas. La mejor época para la
caza de palomas era a la víspera del Día de los Difuntos, o sea
durante el mes de noviembre, debido a la gran abundancia de flores
en estas fechas en los huertos de La Línea, muy especialmente
crisantemos, que como todo el mundo sabe se utilizan para honrar a
los difuntos.
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PARTIDOS DE FUTBOL Y PEDREAS COMO TROFEOS.
Por los años 1936-1939, o sea un poco antes de nuestra guerra
civil y después de ella, la Huerta de Fava se encontraba baldía en casi
un 90 por ciento de su superficie. En el mismo centro y
aproximadamente en el lugar que hoy ocupa el Colegio Salesiano y
de “Huerta de Fava”, existía un gran calvero de forma rectangular,
que tenía todas las condiciones ideales para practicar el “juego de la
pelota”, o sea el balompié.
En uno de los laterales de dicho terreno tenía su ubicación un
rústico caserón que en tiempos pasados había sido la vivienda del
capataz de la huerta. Pues bien, testigo de excepción de numerosos
encuentros futbolísticos y grandes batallas campales entre los niños
de la vecindad fue aquel solitario y misterioso casarón.
En honor a la verdad, en aquel improvisado estadio, por supuesto
en contra de los deseos del señor Esteban dueño de la huerta, no solo
jugaron a la pelota jóvenes de corta edad, sino que también lo
hicieron, zagales y gentes más maduras, que después de terminar
sus trabajos organizaban interesantes encuentros futbolísticos.
Recuerdo a los hermanos Casas, los Nápoles, Infantes y otros muchos
más que ya no recuerdo sus nombres. Incluso se entrenaron
también, o dieron sus primeros balonazos en este campo de la Huerta
de Fava, en aquel tiempo futuros jugadores de la Balona y de otros
equipos locales como el San Bernardo C.F. y el Castillo C.F.
Habitualmente los encuentros tenían lugar por la tarde, por lo que
acudía mucho público para presenciar aquellos maratonianos
espectáculos, formado en su mayoría por jóvenes seguidores de sus
respectivos equipos. En estos casos existía cierta formalidad, ganaba
el mejor y se entregaban los trofeos y todo terminaba
amigablemente. Pero no siempre ocurría igual, como por ejemplo,
cuando se trataba de partidos improvisados entre niños de diferentes
edades y de otras calles más alejadas de la huerta, pues los que
vivíamos allí los considerábamos como intrusos. Así es que, ganara
quien ganara el encuentro futbolístico, éste siempre terminaba como
el Rosario de la Aurora. Con una descomunal batalla campal de
pedreas o “guerrillas”, con muchos descalabros de cabezas, ojos
amoratados y contusiones de todas clases. Lo que en más de una
ocasión dio lugar a que interviniera la Policía Municipal o la Guardia
Civil, que tan cerca estaba del lugar. O en el caso más leve, cuando
acudía el propio dueño de la huerta el señor Esteban, que haciendo
uno de su artillería, una simple “honda”, lanzaba una andanada de
pedruscos entre las filas de los combatientes. Entonces a la voz
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marinera de “sálvese quien pueda”, se producía la desbandada de los
bárbaros invasores de sus tierras.
LA CASA DE LOS ESPANTOS.
Ya habíamos mencionado antes un caserón semiruinoso que existía
en uno de los laterales del improvisado campo de fútbol de la Huerta
de Fava. Pues bien como punto final de nuestro trabajo, vamos a
contar a nuestros amables lectores, una interesante anécdota y de
cómo y por qué desapareció el citado edificio.
Avenida María Auxiliadora sobre un antiguo camino que atravesaba la huerta entre la calle Jardines y
Pinzones.
Desde hacía ya varios años que este rústico caserón se encontraba
deshabitado y en estado de abandono. Y había sido una gran casa en
sus mejores tiempos, pues contaba con pozo, corral y soberano
donde guardar el grano y paja para el ganado y semillas, para la
siembra, donde además se guardaban los aperos de labranza y servía
de vivienda para el capataz de la huerta. Por delante del caserón
mirando al sur, pasaba un camino que por estar ya casi baldía la
huerta, la gente para acortar distancia, entraban por la portada de la
huerta que daba a la calle Jardines para salir a la Avda. Menéndez y
Pelayo, mayormente vecinos de la Atunara que a su regreso de
Gibraltar donde trabajaban, ya a la caída de la tarde lo habían
trazado y con derecho de paso, ya que no se lo impidió los
propietarios del terreno. Pero ya se sabe lo que ocurre cuando un
edificio se encuentra abandonado, que se presta a que los niños
jueguen en él, que vagabundos y desaprensivos se cobijen en él para
dormir o para esconderse. Hoy se arranca las maderas de las puertas
y ventanas, mañana un ladrillo, para una teja y finalmente se
encienden fuegos, y en poco tiempo si nadie lo impide la casa
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termina en los puros huesos. Sin embargo lo que terminó por destruir
totalmente al caserón, fue la aparición –según decían las gentes
sencillas que por la noche pasaban por dicho lugar- de un espanto o
fantasma. Por supuesto que no fue una fantasma como el de la
“Ópera”, ni como el del “Castillo de Canterbury”, resultó algo de
menos suspense y romántico. Que un vulgar vagabundo borrachín
eligió aquel lugar como cuartel general y durante la noche encendía
un fuego y una luz dentro del ruinoso caserón, y como en la
oscuridad de la noche la luz se filtraba por las ventanas, eso bastó
para que los que pasaban por allí borracho, o que había visto muchas
películas de Drácula y de terror, en su calenturienta mente, vio un
clásico fantasma cubierto con una sábana blanca, una luz en la
cabeza y arrastrando cadenas.
Fue suficiente que corriera la voz por el barrio, para que acudieran
al lugar numerosos vecinos especialmente jóvenes provistos de palos
y piedras dispuestos a desalojar al presunto fantasma, que bajo la
lluvia de pedradas, gritos e incluso amenazas de prenderle fuego a la
casa, salió mas espantado que el propio espanto, un individuo, que
como ya habíamos dicho antes, era un vagabundo que dormía en el
ruinoso caserón. La intervención de las autoridades evitó que el
individuo fuera medio linchado como en una secuencia
cinematográfica del Far West, que se lo llevó detenido y así finalizó
de forma dramática y cómica el Fantasma de la casa de la Huerta
Fava.
Francisco Tornay.
Diario Área día 12 de julio de 1985
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