Capítulo 4. Trauma y Patogénesis.
Stolorow, R & Atwood, G. (2004). Los contextos del ser. Las bases intersubjetivas de la vida psíquica.
Editorial: Herder. Barcelona.
Resumen.
El concepto de trauma ha sido fundamental en el pensamiento psicoanalítico desde los primeros estudios
de Freud sobre el origen de la histeria, en donde concedió un papel central al trauma en la patogénesis.
Incluso después de abandonar “la teoría de la seducción” en donde concluyó que a partir de un
rastreamiento hacia atrás de los síntomas histéricos se desprende la creación de traumas en la fantasía,
siguió concediéndole al trauma un rol importante en la patogénesis, aunque dio una dirección distinta al
conceptualizar el trauma producido por fuerzas internas.
En este sentido, de acuerdo con Kristal (1988) ya se hallaban presenten en la conceptualización freudiana,
dos modelos diferentes de trauma psíquico:
- El trauma era producto de la experiencia de un afecto insoportable.
- Trauma causado por la emergencia de una idea inaceptable, por ejemplo una fantasía.
Luego Freud trata de conciliar ambos modelos conceptualizando el trauma en términos de indefensión del
yo para tolerar tensiones instintivas (que emergen desde afuera como desde dentro del aparato psíquico).
En este sentido, se planteó la angustia señal y la movilización de las defensas como preventoras de un
posible desequilibrio económico.
En la medida que evolucionó la teoría de la mente de Freud, Storolow y Atwood, señalan que la
concepción de trauma fue absorbida por un determinismo intrapsiquico que conlleva a una visión
cosificada de la incapacidad del aparato mental para tramitar las energías instintivas emergentes.
La concepción de trauma psíquico desde este punto de vista se ha mantenido en la psicología del yo
freudiana, y conservada en el intento de Kohut de distinguir las frustraciones óptimas (que promueven el
desarrollo psicológico) a las frustraciones traumáticas (que dan como resultado una patología del yo).
Stolorow, se opone al concepto de frustración óptima de la necesidad de idealización infantil, ya que
conserva las metáforas económicas y cuantitativas de la teoría del impulso. Señala que más allá de la
cantidad de afección depresiva que le ocurre al niño al experimentar desilusión del objeto, lo que importa
es la capacidad de respuesta del medio a las reacciones depresivas, es decir la sintonía empática de los
afectos.
Reconceptualización de trauma.
Krystal y Stolorow, señalan que la esencia del trauma está en la experiencia de un afecto insoportable, sin
embargo, lo que hace que un afecto se vuelva insoportable no es la intensidad de los sentimientos
dolorosos que un acontecimiento puede generar, se debe entender en relación al sistema relacional niño-
cuidador, en el que los estados afectivos de desarrollan.
También señalan que el trauma en el desarrollo temprano surge dentro del contexto formativo
intersubjetivo cuyo elemento central es la falta de sintonía afectiva, un quiebre en el sistema de regulación
mutua entre cuidador-niño, que lleva a la pérdida de la capacidad de regulación de los afectos por parte
del niño y a un estado de insoportable y desorganizado.
En este sentido, el afecto doloroso se vuelve traumático cuando no se da por parte del entorno la respuesta
empática que el niño necesita como ayuda para ser capaz de tolerar, contener y aliviar el impacto
doloroso.
Balint (1969), reconoce el contexto relacional del trauma y sostiene 3 fases que contribuyen a que éste se
produzca en la niñez.
1. Primero el niño depende de un adulto de confianza.
2. El adulto demuestra ser indigno de confianza mediante la sobreestimulación o la negligencia y
rechazo al niño.
3. El niño trata de obtener alguna comprensión, consuelo, o reconocimiento del adulto, quien rehúsa
reconocer la perturbación, niega que haya habido rechazo, y culpa al niño del trastorno, o bien
rechaza también sus esfuerzos por recuperar la confianza.
Stolorow (1993), a partir de esta conceptualización, y utilizando el marco de la psicología del self,
enfatiza el destino de los estados dolorosos del niño dentro del sistema de desarrollo.
Señala dos fases.
1. El cuidador responde a una necesidad de self object primaria del niño con frustración o repulsión,
lo cual genera una reacción emocional dolorosa en el niño.
2. El niño experimenta el deseo de self object de encontrar una respuesta empática a su estado
afectivo doloroso que le ayude a contenerlo y modularlo, pero los padres rechazan repetidamente
las necesidades y son incapaces de dar una respuesta empática alas reacciones emocionales
dolorosas del niño. Quien percibe que sus sentimientos no son bienvenidos o resultan lesivos para
el cuidador, y deben ser por tanto guardados defensivamente para poder conservar así un vínculo
que le es necesario. Los afectos apartados son fuente de conflicto interno y provoca
vulnerabilidad.
A partir de lo anterior, se enfatiza que las experiencias infantiles dañinas por sí mismas no son
necesariamente traumáticas o patogénicas, siempre y cuando tengan lugar dentro de un medio que tenga
capacidad de respuesta. Es más bien la ausencia de sintonía y de respuestas adecuadas a las reacciones
dolorosas del niño lo que las hace insoportable y fuente de estados traumáticos y psicopatología. Esta
visión incluye tantos los sucesos ambientales “aparatosos” como aquellos que sutiles “repercusiones
ambientales”, sobre estimulaciones, o heridas narcisistas, traumas silenciosos, traumas acumulativos que
tienen lugar de forma continua a lo largo de la niñez.
Khan: plantea la idea de trauma acumulativo como el producto de una rotura de la función de escudo
protector por parte de la madre a lo largo del desarrollo. El autor plantea este tipo de trauma como falta de
respuesta adecuada a los sentimientos dolorosos del niño cuando se ha roto el escudo protector. Se ha
planteado que este trauma acumulativo proviene a menudo de una patología del carácter de los padres, los
cuales utilizan al niño como narcisisticamente y ello imposibilita suministrar la función de
reconocimiento, aceptación y respuesta empática a los estados reactivos dolorosos del niño.
A falta de un contexto intersubjetivo integrador y afectuoso, el niño traumatizado disocia el sentimiento
doloroso de las experiencias que está viviendo, esto da a menudo como resultado estados psicosomáticos
o el replegamiento para evitar posibles heridas en los vínculos con otras personas. El niño traumatizado no
logrará desarrollar la capacidad de tolerar los afectos ni la capacidad de utilizar los mismos como señales
que proporcionan información. De esta manera, un niño puede sentirse impulsado a renunciar a imaginar,
esperar y desear todo lo que podría ser posible, podría desarrollar un profundo pesimismo acompañado de
temores crónicos y un estilo de vida depresivo.
Puede decirse que “el efecto duradero de los traumas sobre el desarrollo se deriva del establecimiento
permanente de principios organizadores invariantes e inexorables que permanecen fuera de la (...)
influencia de la autoconciencia reflexiva o de las experiencias posteriores” (Brandchaft y Stolorow,
1990, p.108). El niño traumatizado puede desarrollar el principio organizador de que sus necesidades
insatisfechas y su dolor emocional son expresiones de defectos vergonzosos de su self y por tanto deben
permanecer fuera de su experiencia consciente y además puede sentir que estos “defectos” son los
causantes de las experiencias traumáticas que los produjeron.
Este principio organizador, permite conservar el vínculo con el cuidador que responde inadecuadamente y
por otra parte protege frente a la retraumatización. Asimismo, funciona de manera inconsciente y
sensibilizan a la persona ante cualquier experiencia que permita ser interpretada como una repetición real
o inminente de trauma original, y que exigirá la movilización defensiva.
Para los autores, es en la conceptualización del trauma donde la doctrina de la mente aislada es más
perjudicial. Ferenczi (1933) intentó contrarrestar el descuido del psicoanálisis a la hora de valorar la
importancia del abuso –particularmente del abuso sexual, en la patogénesis de las neurosis- pero sólo
recientemente el abuso sexual y otros abusos físicos frecuentes de los niños han sido considerados de
forma sistemática por los psicoanalistas. Las explicaciones que atribuyen, por ejemplo, el retraimiento
esquizoide de pacientes que sufrieron abusos infantiles a “fantasías” equivalen a culpar a la víctima y,
actuando así, se reproducen los rasgos del trauma original.
Tanto Winnicott (1963) como Kohut (1959) remarcaron la importancia terapéutica del reconocimiento por
parte del analista de la validez, desde la perspectiva del paciente, de estar reexperimentando en la relación
transferencial el trauma original. Señala que la reacción ante el fallo actual (del analista) tiene sentido en
la medida en que el fallo actual es, desde el punto de vista del niño, el fallo del entorno original
(Winnicott, 1963). Para el paciente gravemente traumatizado, el analista no es la pantalla que sirve para
proyectar la estructura interna (...) sino la continuación directa de una realidad temprana que fue
demasiado distante, demasiado rechazante, o poco merecedora de confianza (...) El analista es el antiguo
objeto con el que el analizando trata de mantener contacto (Kohut, 1959).
A nivel terapéutico la visión contemporánea respecto al trabajo del trauma, plantea que éste se puede
explicar a la luz de la falta de sintonía afectiva o inadecuada. En este sentido, el terapeuta investiga e
interpreta los distintos elementos de la ruptura del vínculo analítico desde el marco de referencia subjetivo
del paciente: las cualidades o actividades del analista que generaron esa ruptura, los principios
organizadores de significados, el impacto en el vínculo terapéutico y sobre la experiencia del paciente, las
expectativas y temores sobre cómo reaccionará el analista a la articulación de los sentimientos dolorosos
que surgen. En este sentido, es el significado transferencial de la actividad investigadora e interpretativa
del terapeuta, la principal fuente de acción terapéutica. El analista a través de su capacidad de respuesta
empática podrá sostener y con ello aliviar la reacción emocional dolorosa que ha sido revivida ante la
repetición de la experiencia de ruptura dada en el desarrollo temprano, lo cual gradualmente va dando
cabida a la sensación por parte del paciente que sus reacciones frente a experiencias de rechazo, serán
recibidas, comprendidas y contenidas.
La intensidad emocional de la relación analítica es tierra fértil para potenciales retraumatizaciones del
paciente. El temor de una posible retraumatización por parte del psicoanalista es una fuente importante de
la resistencia. Los autores ponen énfasis a señalar que la resistencia del paciente está siempre suscitada
por percepciones de cualidades o actividades del analista que, en sí mismas, conducen al temor por parte
del paciente de la posible repetición de un trauma infantil. Resulta esencial para el análisis de la
resistencia que esto sea reconocido, investigado e interpretado por el analista.
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