SALVADOR
BORREGO
ESCALANTE “El mal no prevalecerá”
DESCRIPCIÓN
BREVE
La historia oficial y la prensa al
servicio del Estado sólo da voz e
imagen a quienes juran lealtad
incondicional, pero aquellos que
como Salvador Borrego se niegan
a servir a un Estado Corrupto o que
no siguen las conductas y
corrientes oficiales del momento,
se vuelven voces anónimas y
pérdidas en la inmensidad de la
historia y esos silencios
irrecuperables de la historia –
como dijo alguna vez Salvador
Borrego– no pueden olvidarse.
Adolfo Díaz
Fernández
Escribe para La Era de México
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Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
PRIMERA PARTE De 1882 a 1935
Para entender a plenitud la historia de cualquier personalidad, siempre es necesario conocer la
historia de sus padres y la influencia que éstos tuvieron sobre la personalidad en concreto.
Partiendo de ese principio elemental, empezaremos por la historia de don Onésimo Borrego,
padre del célebre periodista a quien conmemora esta obra, de quien tenemos algo de material
gracias a la importancia que tuvo el padre de Salvador Borrego en la historia del Estado de
Durango de la República Mexicana.
Don Onésimo Borrego que era hijo de Demetrio Borrego y la señora Lozano (se desconoce su
nombre completo), nació en San Luis de Cordero, Durango, en el año de 1882, a los pocos días
murió la madre y don Demetrio contrajo nupcias con otra mujer, esta vez más joven. Onésimo
jamás logró llevarse bien con su joven madrastra. Consecuentemente, Onésimo fue llevado a la
Ciudad de Durango y fue internado en un Seminario que también daba clases de Preparatoria.
Don Demetrio Borrego manifestaba una severidad absoluta, la cual puede verse aún conservada
en el álbum de la familia Borrego Escalante, había recorrido un largo camino como peón agrícola,
pequeño propietario, hacendado y finalmente contador. Influyó don Demetrio para que Onésimo
tomará la decisión de dedicarse a las leyes, pues Demetrio estaba ilusionado con la idea de tener
un hijo abogado, a pesar de que su hijo quería ser ingeniero, pero bajo el argumento de que para
tal carrera no había campo más que en la capital del país le impuso la carrera de leyes,
consintiéndolo con un crédito abierto en las Fabricas de Francia. En 1907, Onesimo Borrego, se
recibió de abogado. Algunos años después sería reconocido como un eminente jurisconsulto,
entre los cargos más importantes que desempeñó se encuentra el cargo de la Magistratura
Supernumeraria del Tribunal Supremo en el Estado de Durango. Tanto en Durango como en
Coahuila fue un abogado reconocido y un hombre respetado.
Onésimo heredó algo de la rigidez que tenía en el rostro su padre, no obstante esa efusividad y lo
reservado que era jamás le impidió llegar a
donde quería, de esa manera se las ingenió
para tomar clases de piano con la hija de un
extinto juez y abogado en Durango, don
Patricio Escalante. Sin embargo, Onésimo
Borrego, no estaba interesado ni en la
música ni en su maestra, sino en Otilia
Escalante la hermana menor de Adelaida,
su maestra de piano.
Don Patricio Escalante y su esposa Pascualita Benítez de Escalante, habían procreado cinco hijas
y un hijo: María, Manuela, Adelaida, Luisa, Otilia y José que era el único hijo varón.
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
De la madre de Salvador Borrego no se puede decir tanto como se puede decir de su padre por la
poca información que se tiene. Otilia Escalante era una mujer que había crecido entre mujeres en
un mundo de hombres, se sabe que era una mujer de gran belleza. Su hijo Salvador refirió de ella:
“era enormemente bella de sentimientos”. No se desarrolló en un entorno de analfabetos por lo
que siempre tuvo pasión por la
lectura, las artes, la ciencia, los
libros y la escritura. De entre otros
datos rescatados podemos encontrar
que bajo el seudónimo de Margarita
Calestante, había publicado en El
Siglo de Torreón 3 o 4 artículos
entre los años 1929 y 1930. En lo
que era el archivo de Salvador
Borrego aún se conserva al menos
uno de esos artículos, titulado:
“Transformación de la Mujer”.
Tras obtener su título profesional
como abogado en agosto 7 de 1907,
expedido por el gobierno del Estado
de Durango, Onésimo Borrego
decidió contraer matrimonio con
Otilia Escalante en 1908. A poco
tiempo de haberse casado, entre
1908 y 1909, su unión ya había
traído al mundo un niño que sería
tan prodigio como su padre,
Enrique Borrego Escalante, poco
después habían tenido un segundo hijo llamado Salvador, pero tendría que sufrir su pronta partida
pues murió de pulmonía antes de cumplir el año.
Al mismo tiempo don Demetrio veía su ilusión concretada, pues Anales Hispanoamericanos (una
revista de prestigio por aquel entonces), se había referido a su hijo de la siguiente forma:
Don Onésimo Borrego
El relieve y prestigios alcanzados por la notable personalidad de D. Onésimo Borrego, son legítima consecuencia de la
labor realizada por este ilustre hombre público mexicano, que ha conseguido tanto renombre.
Don Onésimo Borrego, es un eminente Jurisconsulto que ha probado suficientemente su capacidad en el desempeño de
cargos como la Magistratura Supernumeraria del Tribunal Supremo de Justicia del Estado de Durango.
En esa misión tan difícil y complicada, puso de relieve sus grandes condiciones de rectitud, serenidad de juicio e
imparcialidad, conquistando con sus procederes la estima y la veneración de todo el mundo que no ha podido por menos
de reconocer la ejemplaridad conducta de este eximio ciudadano.
Nuestro presentado ha desempeñado últimamente el cargo de Jefe Político de Durango, capital del Estado con ese nombre,
y en tal concepto fue elogiado su nombramiento pues conociendo sus dones había que suponer brillante su gestión por lo
mucho que ha contribuido en otros aspectos al engrandecimiento de aquella región mexicana.
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
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D. Onésimo Borrego, hombre de mucha cultura y amplio espíritu liberal, es de los que dejan huellas y gratos recuerdos de
su labor, por inspirada en lo que constituyen los deseos populares y significar un paso de avance en la vida pública y en la
costumbre de los pueblos.
Hombres como D. Onésimo Borrego tienen bien merecido su enaltecimiento que honra a ellos y a su patria.
Por esos días también empezaba la mal llamada Revolución Mexicana, creada y financiada por el
gobierno de Washington para desestabilizar a México y poder defender sus intereses en la región.
Aquellos saboteadores y revoltosos que se hacían llamar revolucionarios recibieron armas y
municiones. Muchos se consolidaron como cabecillas mediante las matanzas, la rapiña, la
violación de mujeres y la quema de propiedades. Varios de esos cabecillas ya comenzaban
amenazar a la ciudad de Durango.
Gracias al Archivo Personal de Salvador Borrego y con entrevistas que le hicieron en su día,
podemos saber que la familia Borrego Escalante vivía con las condiciones de la clase media-alta
porfirista antes de 1910, por lo que es de suponerse que su padre era enemigo de las hordas
“revolucionarias” formadas por el hartazgo social de aquellos años, no sólo por su actividad
política “pro porfirista” para algunos, sino por su estatus social, estatus que se ganó con su trabajo
como abogado. Puede saberse también, gracias a datos que se lograron salvar en las hemerotecas
duranguenses, que los revolucionarios al sitiar la ciudad de Durango en mayo de 1911, Onésimo
Borrego quien fue Jefe Político de la ciudad en esos momentos, prohibió a los habitantes circular
en grupos de más de tres personas después de las 7:00 de la noche, además de prohibir también
el subir a la azotea y lanzar gritos subversivos.
Desgraciadamente, como para muchas otras familias del porfiriato que se habían labrado una
posición elevada después de años de trabajo, la Revolución Mexicana no fue sino un gran
obstáculo en su progreso y un gran riesgo para sus vidas, fueron –junto con otros 2 millones de
mexicanos– los llamados “revolucionados”.
Fue el historiador Luis González y González quien propuso el
término “revolucionados” para todos aquellos mexicanos que se
vieron severamente afectados por la Revolución Mexicana y
sufrieron vejaciones, abusos, robos e incluso asesinatos a manos
de los “revolucionarios”, grupos de personas armadas que como
todo buen político mexicano, contradecían sus discursos de
justicia social con actos vandálicos contra su propia gente.
Durante mucho tiempo los revolucionarios no causaban mucha
alegría a las poblaciones urbanas, al contrario, causaban temor y
sobresalto pues su llegada a las ciudades significaba la
posibilidad de perder todo el patrimonio, perder la vida, a un
hijo, o a una hija. Las banderas no importaban, villistas, zapatistas, obregonistas,
constitucionalistas (con-sus-uñas-listas como la población llamaba a las fuerzas de Carranza) o
federales, robaban comida, dinero, ganado y jovencitas, éstas últimas tenían que esconderse en
pozos de agua para no ser secuestradas o violadas por los “revolucionarios”, éstos asesinaban
poblaciones enteras porque “no comulgaban con la causa y sus ideales de la justicia social”. Este
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
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infierno se siguió viviendo hasta 1920, cuando la mayoría de Caudillos ya habían muerto u optado
por el retiro y vías más “pacificas, democráticas y republicanas”.
Para afirmar estos hechos, algunos años después, el segundo hijo de Onésimo Borrego, Salvador,
escribiría al respecto en su Álbum familiar lo siguiente:
En 1910, mi papá tenía 28 años de edad. Era una de las tres personas que en Durango tenían automóvil. Poco después formó
parte de la Defensa (un grupo armado) porque se sabía de la proximidad de chusmas “revolucionarias”. Por breve tiempo
fue Jefe Político.
Cuando los revolucionarios arrollaron al Ejército y tomaron Durango, buscaban a varias personas para matarlas, entre ellas
mi papá. Una vez se escapó en el tapanco de la casa, mientras los “revolucionarios” destruían su caja fuerte. Después se
refugió una madrugada en el consulado inglés. Los que lo buscaban preguntaron quién era su esposa y mi tío José se apresuró
a decirles que los dos se habían ido de la ciudad, aunque mi mamá estaba allí. – Fue entonces cuando mi papá, mi mamá y
Enrique se vinieron a México en un viaje muy aflictivo.
Onésimo Borrego no sólo decidió viajar a la Ciudad de México por el terror de los
“revolucionarios” y su terrible azote en el norte de la república mexicana, el cual era un coto de
poder de los 3 grupos revolucionarios más fuertes, (los villistas, los sonorenses y los
coahuilenses), sino que también lo hizo como medida precautoria para su familia, quería evitar el
revanchismo político que se desató con la revolución ya que él había formado parte del grupo que
defendería la capital del Estado de Durango contra las “chusmas revolucionarias”.
Una vez asentados en la capital, tendrían que vivir una nueva vida. Pero no todo eran malos tragos
para la familia duranguense.
24 de Abril de 1915
En la primavera de aquel año, dentro de una pobre vivienda de la calle Alzate
168, nacía un niño fruto del matrimonio entre don Onésimo Borrego y Otilia
Escalante. Entre una de las primeras personas que recibieron en brazos aquel
bebé, se encontraba un niño de seis años, Enrique, el primer hijo de los Borrego
Escalante. Ya tenía un tiempo inquieto pues por el terror de la guerra cerraron
su escuela y su universo quedó encerrado con su familia, así que la noticia de
tener un hermano en camino, fue para él una gran y feliz sorpresa.
Después de pensarlo mucho, unos días más tarde, un sacerdote católico, de la parroquia de la
colonia Santa María la Rivera, lo bautizó con el nombre de Salvador. Los felices padres,
influenciados por aquel ferviente catolicismo que siempre los identificó, pensaron que al tener el
nombre de aquel hijo que perdieron tiempo atrás por la pulmonía, éste, su hermano, intervendría
desde el cielo, para que el recién llegado tuviera una larga y sana vida.
Los miedos de la familia fueron razonables pues no era una época muy grata para tener hijos, la
mayor parte del país padecía una devastadora hambruna, de la cual fueron víctimas muchos niños,
a causa de la guerra entre las distintas facciones del país, las cuales ya involucraban a 160 000
hombres, todos armados y financiados por Washington. La guerra había dejado a toda una
generación huérfana, en la calle y con hambre, la nación se desangraba; ninguna familia se sentía
segura para tener hijos o desarrollarse de forma normal, había demasiadas limitaciones y temores,
el terror que inspiraban los caudillos era suficiente para perder la esperanza.
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
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Estados Unidos, por aquel entonces, no tenía buena reputación entre los mexicanos, pues era bien
sabido, y sigue siéndolo, que el gobierno de la Casa Blanca tenía muchos intereses en México por
lo que no podía desaprovechar el caos que cundía a la nación, era la oportunidad perfecta para
derrocar a Díaz, un obstáculo en sus políticas continentales, y para lanzar una invasión silenciosa
y gradual, y así lo demostró cuando en 1910 apoyó el levantamiento de Madero, lo volvió a
demostrar cuando azuzó al Ejército contra Madero y colocó a Huerta, y lo siguiendo demostrando
cuando invadió Veracruz para sacar a Huerta del poder en apoyo a los revolucionarios del norte. 1
Todos estos movimientos ya los venía siguiendo de cerca don Onésimo Borrego, quien sabía que
Estados Unidos iba a quedarse con el país para hacer con el mismo lo que le viniera en gana.
Cuando en junio de 1915 el
Departamento de Justicia encarceló a
los generales Orozco y Victoriano
Huerta en El Paso, Texas, don Onésimo
pensó en que el conflicto pronto llegaría
a su final y la muerte del general don
Porfirio Díaz el día 2 de Julio de 1915
vino para confirmar su posición.
En 1917 el gobierno de Washington
reconoció al gobierno de facto del
Primer Jefe Constitucional, Venustiano
Carranza y con ello se redujo el poder
de los villistas, zapatistas y obregonistas, éstos últimos se aliaron con Carranza para no perder su
parte del pastel. Onésimo pensó que sería la oportunidad perfecta para regresar a Durango, no
para reclamar el patrimonio rapiñado de su padre o para hacer justicia, sino para ver a su familia
y estar con los suyos.
Respecto al “patrimonio rapiñado”, sabemos, gracias al Doctor en Ciencias Políticas y Sociales
que se recibió en la UNAM, Miguel Ángel Jasso Espinosa (quien hizo una exhaustiva
investigación al respecto de la vida y obra de don Salvador Borrego), sabemos que aún se
conserva, en el AGN (Archivo General de la Nación), la prueba del arrebato de tierras de don
Demetrio como: expediente 818 – 5 – 255, fechado en Julio de 1923 con los telegramas “urgentes”
desde Nazas, Durango hacia Ciudad de México, enviados por Alejo Reyes, Celerino Borrego (Tío
abuelo de Salvador Borrego) y don Demetrio Borrego dirigidos al presidente de la república, en
aquel entonces, Álvaro Obregón.
Al respecto de estos hechos y en referencia a don Demetrio, Salvador escribió tiempo después:
Mi abuelote tenía fama de “reseco”. En sus Memorias, se ve que interiormente no lo era tanto. Durante la Revolución perdió
sus tierras y se dedicó al comercio, Luego aprendió a llevar contabilidades. Murió a los 79 años.
1 Bulnes, F. (1960) “Revolución Mexicana, Vista Desde Dentro por FRANCISCO BULNES (BALANCE Por Salvador Borrego)”
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
De regreso a Durango
Cuando la familia Borrego Escalante
emprendió el camino de vuelta a Torreón,
Salvador no había cumplido los dos años
aún. Ya en el norte del país, el pequeño
Salvador creció acompañado de sus
familiares en las ciudades de Durango y
Gómez Palacio. Con el tiempo dos niñas
se sumaron para embellecer su vida, sus
hermanas Rosita y Otilia.
La madre de Salvador Borrego que tenía
32 años cuando él vino al mundo, lo
quería mucho y siempre fue cariñosa y
protectora con él. Una madre modelo y
ejemplar de las grandes familias. Tal y como lo describe Salvador Borrego en sus memorias2:
“Mi madre me defendía denodadamente contra las enfermedades, comunes en Gómez Palacio por
el agua impura, creo que su empeño, buscando uno u otro médico comparando tratamientos, me
salvó la vida en más de una ocasión. La calentura de más de 40° me producia pesadillas. La peor
(todavía en 1931) era una pesadilla “abstracta”, sin visiones, en que yo sentía hallarme ante un
posible mal irremediable, era abrumador, y lloraba dormido. Ella me sentaba y prendía el aparato
de petróleo, y me repetía que sólo era una pesadilla, hasta que al fin yo me daba cuenta de la luz
y de que mi mama me hablaba. ¿Cómo era posible que algo tan real como esa pesadilla no
existiera verdaderamente, y que la auténtica realidad fuera otra? Al percibirlo así yo sentía una
felicidad enorme”
Ya podemos darnos cuenta en el anterior párrafo, que Salvador Borrego siempre tuvo esa
sensación abstracta de divinidad y trascendencia interviniendo en su vida pues fue la cariñosa y
bondadosa influencia de su madre la que añadió a la vida de Salvador aquella carga espiritual tan
religiosa que siempre lo identificó:
“Cuando yo tenía 6 años, Ella y mis tías me hablaban –al acostarme– de un niño Jesús, Hijo de
Dios y al mismo tiempo Niño Dios, - mi mente se sobre estimaba y quería explicarse eso, y no lo
conseguía”
Salvador recordó siempre a sus tías cariñosas, sólo Adelaida y Otilia se casaron. Pero también
fueron parte de la influencia religiosa que impregno a Salvador y que guiaría su pluma en el
futuro.
En tanto a su tío el único hijo varón de Patricio Escalante, José Escalante, también ejerció una
notable influencia sobre los jóvenes Enrique y Salvador. José fue periodista de El Diario de
Durango, y según palabras del propio Salvador Borrego, lo recuerda: “enseñándole principios de
periodismo a su hermano Enrique”, era la primera influencia que lo llevaría, años más tarde, a
2 Borrego Escalante, S. (2015) “Remembranza de mis Cien Años”
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
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entrar de lleno en el periodismo mexicano. Y lo veía discutir con don Onésimo sobre locomotoras
y automóviles.
En el álbum familiar de Salvador Borrego se lee lo siguiente:
“Mi tío José, periodista, vivió míseramente debido al alcohol. Cuando dejó la bebida ya era
demasiado tarde. La última vez que lo vi me despidió con sus expresivos ojos azules: “Pídele a
Dios –le dijo a mi mamá– que me dé la oportunidad de vivir unos años más, y seré otro” Murió
poco después en 1926”
Del Periodo de 1920 a 1929:
En el año de 1922 la familia Borrego Escalante seguía viviendo en Gómez Palacio, Enrique tenía
ya 14 años, Salvador tenía casi 7 años, y Roos (Rosita) 6 meses. Su padre litigaba en Torreón.
Salvador Borrego recuerda de esos años en sus memorias, y con esa carga espiritual-trascendental
típica de él, lo siguiente:
“Por eso días me llevó Enrique a unos juegos de feria. Recuerdo que él iba en un caballo de
volantín, delante de mí, y lo vi muy feliz cabalgando y sentí –brevemente– profunda lástima por
él… ¿Ocurrencia absurda? ¿Premonición?...”
Poco después Salvador entró a la escuela, que para él cada vez se fue haciendo más desagradable.
Algo que sí le gustaba era viajar por tren a Durango, le gustaba la “enorme” distancia recorrida y
pasar el rato con sus cariñosas tías.
Salvador Borrego refirió recordar más y mejor los traslados en tren, en camión o incluso a pie,
que algo de lo dicho por su profesores en el colegio. Él vivía en Durango, pero para poder ir a la
escuela debía trasladarse en tren a Gómez Palacio y al final de la jornada, para regresar a su casa
era en tren o camión, por lo cual eran como “viajes fantásticos” para él.
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
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Todo lo que implicará a la escuela o el colegio le generaba una apatía total. No es que a él no le
gustará aprender. Sentía pasión por la lectura de los libros, pero para él la escuela era ante todo
un impedimento u obstáculo para poder emprender y cumplir sus metas, un obstáculo de su
independencia.
Primero estudió en un colegio de monjas llamado “el verbo encarnado” que estaba ubicado entre
Gómez Palacio y Lerdo, un colegio para las clases afortunadas del país por aquel entonces, donde
el propio Salvador llego a decir que era bastante molesta la indisciplina, el caos y el desorden que
eran común, y siguen siendo, en la mayoría de instituciones académicas. Poco después entraría a
un Colegio Militarizado, donde Salvador reafirmo su gusto por el orden y la disciplina marcial.
De la misma manera se reafirmó su gusto por hacer viajes por toda la República Mexicana, esto
nos arroja datos importantes que nos ayudan a comprender su vida, pues esa disciplina es la que
le permite volverse un hombre centenario e incluso en esa edad, seguirá viajando por todo
México. Incansable y tenaz.
Era razonable pensar que, por la influencia de su padre y el historial familiar de su madre,
Salvador quisiera dedicarse a las leyes y/o a la política. Pero desde temprana edad se despertó su
gusto por el periodismo, aquel estudiante habilidoso y serio había encontrado su pasión.
A los doce años ya daba señales de cuál sería su futuro camino, y al que más se dedicó, que fue
la escritura. En su archivo personal podía encontrarse docenas de recortes de El Siglo de Torreón
y La Opinión que hizo cuando tenía doce años y le serviría para su primer libro.
Ejemplo de ese temprano y callado gusto por el periodismo fue su interés por la aviación, que
tuvo su auge en esos años, le gustaba mucho, aunque no entendiera mucho de ella. Siempre
mantuvo consigo una antología, que según el investigador Miguel A. Jasso, está “¡Increíblemente
conservada!” en la cual se pueden ver a habilidosos pilotos como: Roberto Fierro, Emilio
Carranza (hijo de Venustiano Carranza), Charles Lindbergh y Pablo Sidar con un poema anexado
de Amado Nervo:
“¡Por fin!, ¡por fin!, clamaba mi espíritu imperioso; ¡Por fin!, ¡por fin!, decía mi corazón indócil;
¡Por fin!, cantaba el ritmo de la sangre en mis venas; ¡Por fin tenemos alas los hijos de los
hombres!”
Aquella carpeta la tituló como “Los caballeros del aire”.
El trabajo de su padre como abogado no era sencillo por aquel entonces, por lo llegaron nuevas
dificultades.
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Salvador Borrego Escalante
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Salvador Borrego refiere en su álbum familiar:
El 3 de marzo de 1929, después de las siete de la mañana, mi papá me mandó a recoger del zaguán “El Siglo de Torreón”,
que acostumbraba leer antes de levantarse. El encabezado principal anunciaba que había estallado una rebelión militar en
cinco Estados, con centro en Torreón. Fue para él un notición electrizante.
A raíz de esa rebelión, y cuando las tropas de Calles recuperaron Torreón, Calles mismo nombró a mi papá Agente del
Ministerio Público Federal. Mi papá no quería, pero no le valieron sus argumentos. Luego los callistas le pidieron que
“fregará bien” a todos los consignados.- A mi papá se le iba el sueño, pero logró maniobrar y dejar en libertad –
sucesivamente– a todos los procesados. Devolvió “El Siglo de Torreón” y “La Opinión” a sus dueños. Después renunció
porque mejor quería depender de la clientela.
En 1930 inició una crisis económica y eso lo hizo aceptar otra vez un cargo oficial.
La nación mexicana volvía a pasar por años difíciles, la guerra cristera que se desencadenó
después haberse expedido la “Ley Calles”, se había cobrado la vida de 90 mil personas, entre
combatientes, civiles e indiferentes, aunque otras fuentes aseguran que las víctimas fueron 250
mil vidas.
La rebelión cristera no fue lo único
que agitó al país de forma abrupta.
Por esos años, el pensador, político
y abogado José Vasconcelos,
famoso por sus ideas para la
educación y por su filosofía única,
(razón por la que el filósofo
alemán Keyserling lo llamó “el
pensador más original de
América”) viendo la situación que
atravesaba México, aprovechó la
coyuntura e inició un movimiento
con su magnífico discurso en Nogales, Sinaloa, el 10 de noviembre de 1928. 3
Dicho movimiento (conformado mayormente por estudiantes) se hizo llamar “los vasconcelistas”,
los cuales tenían la meta de alcanzar el poder por medio de las elecciones del 29 y cambiar el
sistema político y educativo con él, una revolución era lo que
buscaban.
La “revolución vasconcelista” llegó a su final con el fraude electoral
de 1929, donde el Partido Oficial ya comenzaba a practicar sus hoy
tan usuales mañas electorales, las rebeliones militares contra el Jefe
Máximo habían fracasado y la guerra cristera había llegado a su fin
por pactos secretos y desleales entre algunos sectores poderosos del
clero mexicano y estadounidense con los gobiernos de ambos y la
Santa Sede. Los cristeros quedaron sin apoyo internacional y su
fuerza nacional se fue disminuyendo.
3 Borrego Escalante, S. (2013) “América Peligra”, 2Sa Edición.
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
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El país había sido escenario de dos guerras, sucesivas rebeliones y enfrentamientos políticos entre
diferentes facciones rebeldes, todos con diferentes objetivos e ideales, pero el único que
verdaderamente amenazó al callismo fue Vasconcelos, una vez eliminado de la contienda partió
a su exilio en los Estados Unidos, desde donde llamó a los mexicanos a levantarse en armas,
llamado que jamás fue escuchado4.
Pérdidas y Nuevos Rumbos
En ese mismo contexto (1932) en que la nación
se estaba dando “un respiro”, falleció Otilia
Escalante la madre de Salvador Borrego, quien
narró aquel suceso como una etapa de transición
y de superación personal, como siempre la
religión estaba a la orden del día, fue desde ese
momento su talante:
Cuando yo tenía 14 años percibí que mi mamá estaba enferma
de cuidado. Tomaba muchas precauciones para que mis
hermanas menores y yo no usáramos sus trastes, y que al hablar
nos mantuviéramos a cierta distancia. Oí que el bacilo de Koch,
aunque menor a una micra, era muy contagioso. Amistades y
vecinos le temían. En esa temporada era particularmente agresivo.
Con frecuencia acompañaba a mi mamá a la sierra de Durango. Los médicos decían que la altura era benéfica. Esa
circunstancia hizo que yo interrumpiera frecuentemente los estudios y para no aburrirme leía libros de diferentes temas.
Quise deducir por qué caminaba una locomotora y lo logré hasta que les hice preguntas a varios maquineros o fogoneros .
Algo parecido me ocurrió con los aviones. Pasó el tiempo y me sentí mal. Calentura y decaimiento por las tardes, tos. Un
médico me examinó, particularmente la zona del pulmón derecho y me recetó gotas de yodo en leche, tres veces al día.
Hasta 80 gotas. Vi que era lo mismo que le habían recetado a mi mamá, sin éxito. Sin embargo, yo empecé a mejorar y hasta
participe afortunadamente en un equipo de basquetbol.
Pero luego, repentinamente, una calentura de 40 grados me derrumbó. El médico dijo que era tifoidea (para la cual tampoco
había medicamento eficaz), pero yo me sentí contento porque me parecía menos mal que el bacilo de Koch5. Estuve tres
semanas con tres tazas de “yodo-café” con leche al día. La medicina se hallaba muy atrasada respecto a tal enfermedad. En
fin, la tifoidea terminó, pero unos días después me volvió el decaimiento, la tos y leve calentura. Mi mamá se había agravado
tanto que ya la consideraban cerca de la muerte. Yo, a mis 16 años y meses, creí que me iría a la tumba con ella. ¿Dios
existe? –me pregunté varias veces–. ¡Sí existe!, pero en su infinitud no se ocupa de los míseros humanos.
“Estamos solos en el Universo, en un universo ineluctable y cruel”. Un médico me recetó inyecciones intravenosas de
arsénico y calcio. ¿Para qué ponérmelas? El bacilo es invencible; vive de uno, pero mata. En mi rebeldía había esperanza y
soberbia.
Mi mamá me dijo: ¿No quiere vivir?... La vi tan angustiada, y a la vez con fe, que accedí a las inyecciones. Con la segunda
empecé a sentirme otro. Tuve fuerzas y volví al basquetbol.
Entretanto, una tarde me llamó mi mamá con voz muy débil, me acerqué a su cama, me dijo que se sentía en capilla y cerró
los ojos. Parecía dormir. En ese instante moría.
4 Vasconcelos Calderón, J. (1933) “Qué es la Revolución” 5 Mycobacterium tuberculosis es una bacteria aerobia estricta patógena responsable de la mayor cantidad de casos de tuberculosis en el mundo.2 Quien la describió por primera vez, el 24 de marzo de 1882, fue Robert Koch (de ahí el heterónimo (sobrenombre) de esta bacteria: «bacilo de Koch»), a quien posteriormente (en 1905) se le otorgó el premio Nobel de Fisiología o Medicina.
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
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El joven Salvador y sus pequeñas hermanas tuvieron que partir a Torreón, ciudad donde debía
sobreponerse a la muerte de su madre, pero la tristeza lo ahogaba, en su mente impregnada por la
filosofía de lo trascendente sólo cabía la idea de la muerte, ¿qué tan cerca están los hombres de
ella día tras día?, nada podía consolarlo o al menos eso creía ya que en Torreón no sólo tendría
que superar este capítulo de su vida, sino que conocería por primera vez el amor, ese amor
pasajero y apasionante que surge en la vida de todo adolescente así como los deseos juveniles de
querer crecer, de ser alguien, comenzarían aflorar en su consciencia:
Ya en Torreón, una familia amiga nos invitó a cenar. Ahí conocí a una joven cuya voz y mirada me llamaron la atención.
Al despedirme, ella cortó una flor y me la puso en la solapa. Al día siguiente me habló por teléfono: “No sabía que su mamá
había muerto, lo siento de verdad…”
Concepción acababa de cumplir 15 años y yo estaba en vísperas de los 17. Mientras yo salía de reciente convalecencia y
pensaba en la muerte, ella irradiaba vida.
Al otro día me invitó a ir a la Alameda a jugar “aventados” con una pelota. ¿Jugar a la pelota? –me dije, es cosa de niños.
Pero fui.
Al tercer día me invitaron, ella y su hermana a subir un cerro muy temprano. Al ir bajando se tropezaba con las piedras y
yo la tomé de la mano; fue un contacto electrizante.
Las mutuas vivencias se daban en horas, y a las dos semanas ya éramos novios. Ella anotó en una libreta: –Repentinamente
me di cuenta de habíamos “ellas y ellos”; sin ser de mi familia y sin haberlo visto nunca, ya lo quería.
Concepción empezaba a trabajar como recepcionista en una empresa. Yo me hallaba en la alternativa de continuar en las
aulas o de buscar un trabajo. ¡No –me dije– quiero ser adulto y puedo serlo inmediatamente si me doy de alta en el ejército.
Con cuatro ascensos –pensaba fantasiosamente– llegaría a ser oficial. Otro uniforme, espada, buen sueldo y quizá una de
las pequeñas casas que se estaban construyendo en el mismo campo militar.
A Concepción le conté tan optimistamente mis planes que nos los objetó. En sus clases de escuela le habían hablado muy
bien del Ejército.
Salvador Borrego fue desde joven amante del orden y la disciplina, el Ejército Mexicano por
aquel entonces, ya no era sólo el Ejército de la Revolución formado por oficiales y soldados de
las distintas facciones que estuvieron en pugna a inicios del siglo, sino que no estaba totalmente
constituido y aún se encontraba en formación por oficiales y veteranos franceses que participaron
en la “Gran Guerra Europea”. Aparte la imagen del Ejército no se había visto demacrada por la
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
propaganda de izquierda, por la injerencia extranjera en sus misiones y los malos usos que el
gobierno civil le da hoy en día; era el Ejército que había combatido a los estadounidenses en
Veracruz cuando Woodrow Wilson quiso derrocar al general Victoriano Huerta, y en La Batalla
del Carrizal cuando el presidente Venustiano Carranza
no le permitió a la expedición punitiva del general
Pershing atravesar todo el estado de Chihuahua en la
búsqueda de Pancho Villa, donde el capitán Boyd murió
y el general Uresti Gomez junto al teniente coronel
Genovevo Rivas Guillén se inmortalizaron como héroes
de la patria (21 de Junio de 1916).
Aparte de la admiración que tenía por el Ejército
Mexicano y el gusto por su sistema, era una oportunidad
para encontrar su autosuficiencia económica, en aquel entonces para ser considerado adulto se
tenían que cumplir los 21 años, por lo que la carrera de armas era una buena oportunidad para
lanzarse a la vida y “crecer”:
Consiguientemente, me fui al campo militar. Quise hablar con el centinela, que ni se volvió para mirarme y gritó: “¡Cabo
de cuarto!...” Que extraño modo, me dije. Luego el cabo me llevó a una oficina, me hicieron preguntas y me llevaron a
exámenes médicos, que pasé con gran preocupación. Debía presentarme al día siguiente, a las 5:30 a.m.
Desde luego para ese entonces ya no era el Ejercito de la Revolución. Había adoptado la disciplina del ejército francés.
Disciplina era ceder gran parte del libre albedrío en favor de la Bandera. Decir una mala palabra o poner sobrenombres era
motivo de arresto. Sin embargo mantenía la consigna revolucionaria de que un militar no debería entrar uniformado a
cantinas, burdeles o templos.
En el primer día de instrucción un sargento enseñaba que todos los movimientos debían ser “isócronos” (así decía). Al
embrazar el fusil debía hacerse con “fibra” haciendo que se oyera.
El cabo Leonor Rodríguez Vitela nos traducía el significado de cada toque de clarín.
A los tres meses me declararon “soldado de línea, pronto para todo servicio”. Entonces formaba parte de la escolta de trenes
y me sentía muy importante
El juramento a la bandera era solemne: “¿Juran seguir esta bandera hasta el triunfo o perder la vida?”. Y la banda tocaba la
Marcha de Honor.
Los días “francos” (libres), corría a ver a mi novia, que me recibía jubilosa. Quizá podría decirse, con orgullo.
Pero con una de sus hermanas no sucedía lo mismo. Y un día me dijo que su hermana tenía un pretendiente en una muy
buena posición dentro de una empresa americana. Algo así como que yo le estaba quitando tiempo a su hermana. Ese
mensaje llevaba lumbre. Me afectó y empecé a cambiar el trato con mi novia. Ella lo notó inmediatamente y me insistió:
“¿Qué te pasa?”… Finalmente se lo dije y logró una comunicación telefónica con el pretendiente y conmigo, y le dijo: “Te
presento a Salvador Borrego, que es mi novio”… Ambos nos gruñimos. La comunicación fue cortada y Concepción me
dijo: “¡Ya ves qué sencillo! Todo es un chisme de mi hermana”.
Se lo agradecí con el alma, pero tomé conciencia de mi desventajosa situación. Por su bien –me dije– debo alejarme de ella.
Poco después lo hice. Me cambié al 31° Batallón con base en Durango, cosa que empecé a lamentar enseguida, pues la
seguía queriendo. Ella me reclamó el traslado, pero permanecía el noviazgo.
El Mayor Instructor mantenía todo el día en movimiento al batallón: carreras de velocidad, salto de obstáculos, juegos de
basquetbol. A veces, a las dos de la madrugada, competencias entre una sección y otra. Me parece que hubiera hecho un
buen papel en el Ejército Alemán.
Después de pasar la lista de 6 de la mañana, el Batallón salía a una zona boscosa para hacer ejercicio, y al regreso desfilaba
por varias calles. Se cantaba: “Marchad, marchad a defender a la patria y su santa libertad. En medio del combate mi Bandera
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
está y con mi Bandera el orgullo nacional” La banda de guerra tocaba el alegre himno francés de la Marsellesa. Niños y
adultos salían de las casas con expectación.
Nuestro cuartel había sido antes un Seminario, y en un cuarto había cientos de libros de historia de México, historia
universal, sociología, biografías de hombres famosos, filosofía, etc., y yo podía leerlos entre las siete y nueve de la noche.
Me gustaba hacerlo siempre que no saliera de escolta en los trenes.
Por otra parte, el Teniente Garate y el Capitán Peña Novia estaban muy interesados en la política europea y diariamente
compraban un periódico para enterarse de los discursos de Hitler. Ambos se intercambiaban datos acerca del
Nacionalsocialismo, y luego me permitían leer periódicos. Así me fui enterando de que Hitler ofrecía a Francia e Inglaterra
que no aumentaran más sus fuerzas armadas y que Alemania tampoco lo haría para vivir en paz.
Repentinamente el Batallón quedó acuartelado y se nos dieron más cartuchos y se corrió la voz de que en la Sierra Madre
Occidental había un levantamiento armado de ladrones y que tal vez iríamos a combatirlos.
En fin, un día nos llevaron a la estación de ferrocarriles y nos subieron a un tren que luego se puso en marcha. Creíamos
que íbamos a entrar en combate, y yo pensaba que así podría llegar más pronto a ser oficial. ¡Total inconsciencia!... pero
nos llevaron a Monterrey, donde todo estaba en paz. ¡Decepción!... Ahí sólo había momentos amables cuando recibía carta
de Concepción con un jazmín compactado.
Como rememora Salvador, la sede de su batallón fue, efectivamente, a inicios del siglo XX un
Seminario de la Iglesia Católica, tenía la fama de ser una buena academia para los jóvenes que
cursaban preparatoria por lo que adquirió importancia. La Revolución sacó a los antiguos
propietarios, pero el Ejército logró conservar las instalaciones para ser la sede del futuro 31°
Batallón.
En aquella biblioteca, que cambió su vida para siempre, se conservaba como un recuerdo del
pasado de las instalaciones, Salvador quedó fascinado con La sabiduría y el destino de Maurice
Maeterlinck, también fue donde leyó a los filósofos Jaime Balmes y Gustavo Le Bon. Resulta
obvio que la biblioteca, al haber sido parte de un Seminario, tenía aún libros religiosos por lo que
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
reforzó su tesis católica y conservadora, de entre los cuales se interesó más por la Filosofía
Elemental del Cardenal de la Santa Iglesia de Roma, el Excmo. Sr. D. Fr. Zeferino González.
Salvador Borrego conservó en su Álbum fotos que rememoran estos momentos de su vida y
también, en su Remembranza de 100 Años, refiere a esos años que tan dura era la vida como
miembro de la tropa del Ejército Mexicano por la falta de atención que el gobierno prestaba a las
fuerzas armas en ese tiempo:
En aquella época todavía no había ni rastros de Intendencia. Los solteros comprábamos los tres alimentos con algunas
soldaderas. El “haber” de $1.40 apenas nos alcanzaba y era posible ahorrar unos diez centavos diarios. Por cierto que las
soldaderas seguían a la tropa cuando avanzaba o retrocedía. Algunas llevaban un niño en las espaldas, buscaban comida y
la preparaban. Atendían a los enfermos. Eran verdaderamente abnegadas, por eso en los desfiles había para ellas esta frase:
“¡Marchad a defender la patria, defendiendo también mi soldadera y el que dé media vuelta es un traidor!”
El cuartel del 31 Batallón, en Durango, era muy estrecho. Ahí empezó a haber piojos blancos, en el cuerpo y negros en la
cabeza, Esta plaga se extendió por el Campo Militar de Monterrey. No bastaba con lavar la ropa. Se requería un polvo
especial, pero había que comprarlo.
En invierno la temperatura era bajo cero. Varias ventanas aún no tenían vidrios. Sólo el delgado sarape de mochila podía
ponerse como colchón sobre el piso de cemento, y taparse con un abrigo igualmente de trapo delgado. Con ahorros yo
compré una colchoneta: la mitad como colchón y la otra para taparme. Mi ejemplo fue seguido por algunos soldados o
sargentos que procuraban ahorrar.
Corría la versión de que el Presupuesto para el Ejército era muy bajo, insuficiente, y también se decía que parte de ese
presupuesto era desviado para el enriquecimiento de altos funcionarios.
En favor del Ejercito Mexicano puede decirse que ya en aquella época tenía firmes principios: Disciplina, honor a la Bandera
y amor a la Patria, pero el Alto Mando discriminaba a la tropa.
Pero su tenacidad y su firmeza siempre lo ayudaron a adaptarse, la disciplina y el trabajo lo
recompensaron con el tiempo y su esperanza de tener solvencia económica estable como oficial
del Ejército aumentó en lo que él llamó “Un Día Memorable”:
Un 23 de noviembre (1932) regresábamos de ayudar como peones, a los albañiles que
estaban construyendo casas para los oficiales. Un mensajero gritó mi nombre. –¿Qué
ocurre?, le contesté. –Que se presente en la Comandancia con el jefe del Batallón…
Sorprendido pensé: ¿Cómo es que sabe que existo?... Además, yo no he hecho nada
malo ni bueno.
Ya ante el General Andrés Zarzoza Verástegui, me dijo: “Va a usted a ser ascendido
a Cabo. Ser Cabo es una mayor responsabilidad”
–Contesté: “Así lo entiendo, mi General”
Un sargento me explicó que debería coser la cinta guinda de Cabo en el kepi y en las
mangas, y tomarme una foto para la constancia del ascenso.
Al terminar de pasar la lista de las seis de la tarde (con todo el Batallón formado), mi
sargento me ordenó dar tres pasos al frente y media vuelta, a la vez que un grupo de
ocho soldados permanecía Firme. El sargento les anunció que yo había sido ascendido
a Cabo. “A quien deberán respetar y obedecer en todo lo que se refiere al servicio”
Y dirigiéndose a mí agregó: Ahora dé usted la primera voz de mando:
“¡Grupo, en su lugar de descanso!” (Y la banda tocaba un compás de la Diana). Gran emoción…
Pero, para su desgracia, así como llegó la alegría también se fue. El sistema castrense se
enfrentaba a una nueva reforma, para ser oficial habría que certificarse en las academias militares
pertinentes. El destino le tenía preparada otra vida:
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
Un mes después de mi ascenso ocurrió que mi Sargento 2° se enfermó, y yo quedé como Sargento Accidental al mando de
un pelotón de 16 soldados, cosa que duró una semana. Si por enfermedad o por retiro del Sargento yo quedaba en firme,
¡sólo dos ascensos más me permitirían ser oficial, tener otro uniforme, con espada, cuadriplicar el salario y tener derecho a
una de las casitas que estaban en construcción!
Tal ensueño iba a durar poco. Corrió la noticia de que los Sargentos Primeros ya no ascenderían a subtenientes (o sea
oficiales), porque las vacantes se cubrirían con oficiales salidos del Colegio Militar. Dos de ellos ya se encontraban ahí para
hacer los primeros movimientos…
Después de la Lista de 6, p.m., el Capitán Peña Novia era muy accesible y le pregunté:
–¿Es cierto que todo ha cambiado?
–¡Sí! Ya no quieren troperos. A mí me pasarán pronto a retiro y me substituirá uno habilitado por el Colegio u otro de Estado Mayor,
Para los que empezamos como soldados ya no hay porvenir. Si tú te reenganchas dos o tres veces (de dos a cuatro años más), podrás
llegar a sargento 1°, pero ya no pasarás a ser oficial… Será mejor que busques por otro lado. Tu contrato por dos años está por vencerse.
¡Piénsalo!
En efecto, me quedaban ocho días para terminarlo y debería decidirme luego, antes de la próxima revista de administración de Hacienda.
Consecuentemente causé baja y tomé el tren que me llevaría a Torreón, a donde llegué moralmente derrotado por el Destino. Le referí
eso a Concepción y trató de darme ánimos diciendo: “Pero soy tuya”
Se lo agradecí pensando “no te merezco”, y decidí seguir hacia Durango y terminar el noviazgo. ¡No tenía nada qué ofrecerle! El corazón
se resiste a oír la razón. ¡Vaya que es difícil!....
Años después supe que Concepción se había casado y mucho después me enteré que no era lo feliz que merecía ser… ¿Sino, destino,
predestinación?
Alrededor de los veinte años no se puede ser indiferente a las muchachas de la misma edad. Así se fue dando una amistad con otra joven,
y avanzó hacia una “amistad amorosa”
Nos veíamos casi a diario y comentábamos algún libro que ella o yo habíamos leído. Aquello no avanzaba y un día me dijo,
repentinamente, que se había hecho novia de un conocido mío. Haciendo de tripas corazón le respondí que podría ser un buen partido y
fingí indiferencia. Al día siguiente me pidió un “un favor”. ¡Claro que sí!; ¿de qué se trata?... De que le hiciera un borrador para el
presunto novio diciéndole que “no podía corresponderle porque pensándolo bien no sentía amor hacia él”. Evidentemente todo se trataba
de ver cómo reaccionaba yo.
Luego supe, por una amiga suya que no se explicaba por qué yo no le pedía el noviazgo. La causa consistía en que ella era de familia
adinerada y yo me encontraba, económicamente, a una distancia de años luz.
Yo vivía en la casa de mis tres tías, solteras, que me querían como al hijo que no tuvieron, pero en mi trabajo de mensajero ganaba un
peso diario.
Mi amiga y sus padres fueron a vivir a otra ciudad, temporalmente, pero mantuvimos comunicación postal. Cuando yo me iba a casar
fui a despedirme de ella, tontamente, pues la hice sufrir. Ella no lo podía creer.
Tiempo después, ya residiendo yo en el D.F., mi amiga me pidió que fuera a Durango para despedirnos. Hice el viaje y asistí al templo,
pero no a la fiesta. La pareja viajó a Mérida. Luego recibí de ella una tarjeta-carta en la que me decía: “he pasado días horribles, pero tú
así lo quisiste”
Otra vez intervenía el sino, el destino o la predestinación, según la idea de Oswald Spengler.
Nuevamente puede verse como aquella filosofía que tanto lo identificaba le hacía ver las cosas
desde un punto de vista siempre “trascendental”, donde nada ocurre al azar y las fuerzas del
destino o de “dios” intervienen en la vida de los hombres para redirigir sus andares.
En una ocasión, cuando Salvador Borrego se encontraba en avanzada edad, un joven llamado
Román le inquirió lo siguiente respecto a su experiencia en el ejército: “usted dijo ayer que había
regresado a Torreón “derrotado”, pero yo no lo veo así. Las reglas cambiaron, ajenas a usted, y
por ahí ya no existía futuro. ¿Qué otro camino escogió usted al dejar el Ejército, meses después
de cumplir los 19 años de edad?”.
Salvador Borrego, recordando aquellos años, respondió: “Hay momentos en que el libre albedrío
no encuentra caminos y se ve forzado por las circunstancias. En Durango yo tenía techo, pero
no trabajo.
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
Mi hermano Enrique (casi siete años mayor que yo) había fundado un diario, llamado
“Tribuna”, y me sugirió que probará la posibilidad de ser periodista. Eso me pareció difícil,
pero contesté que podría repartir suscripciones, pues el encargado de hacerlo ya se había
separado. Así, en bicicleta, yo repartía temprano como veinte o más suscripciones. A la vez, iba
a los juegos de beisbol y hacia una especie de crónica. Un poco más seguro actué como reportero,
a modo suplente”
De su hermano, Enrique Borrego, podemos decir que no sólo tuvo influencia determinante en la
vida de Salvador sino que también en la de sus hermanas. Cosa común en la posición de los
hermanos mayores frente a los menores. Y gracias al archivo
personal de Salvador Borrego, podemos salvar ciertos datos
importantes de la vida de su hermano Enrique:
Nació al finalizar el año de 1908
Estudió de los doce a los quince en el colegio Salesiano de
la hoy, CDMX.
El periodista Guillermo H. Ramírez escribió sobre él:
“cumplidos los 18 años de edad, en 1926, había iniciado su
carrera periodística en El Siglo de Torreón, de donde se le
recordó por muchos años por haber escrito su sección
“Breviario”. En 1933, a la edad de 25 años fundó el periódico
Tribuna, “Diario de la mañana” en la ciudad de Durango.
Posteriormente fue Jefe de Redacción de El Heraldo de
Chihuahua y colaboró con sesudos artículos en El Diario de
Chihuahua, también Durangés y ganador de un premio en
España por la magnífica presentación y redacción de su
periódico”
Fue figura preponderante en el naciente diario vespertino
Últimas Noticias de la Casa Excélsior
Tuvo un hijo a temprana edad y formó una familia, por lo
que tuvo que buscar estabilidad.
Trabajando en la Sindicatura del Municipio de Durango,
encontró una maquinaria que el gobierno de la revolución había
incautado, convenció al presidente municipal para usarla y así
fundó Tribuna, “Diario de la Mañana”
En 1934 publicó un libro: Silueta Histórica. El proceso de
don Miguel Hidalgo y Costilla, cuyo prólogo lo escribió Luz
Corral, la viuda de Pancho Villa.
“Mi hermano vio –continua Salvador– que “Tribuna” no podía publicar tales o cuales asuntos,
porque el taller no era suyo, sino del gobierno del Estado, y decidió irse a Chihuahua, a un buen
puesto en un diario bien acreditado. Antes de irse me recomendó con su amigo, don Bernardino
García, Síndico del Ayuntamiento de Durango, para que fuera su secretario. Don Bernardino era
Adolfo Díaz Fernández
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
un hombre bondadoso y me aceptó, aunque yo no tenía conocimientos para ese puesto. Cuando
el diputado Melero Carrasco pidió un oficio para que le entregarán un caballo que se había
perdido, lo hice como Dios me daba a entender. El diputado lo leyó y dijo: “¡esto es muy
deficiente!” Don Bernardino le dio una palmadita y le aseguró que con ese oficio (deficiente y
todo) bastaba para que le entregaran su caballo. Entretanto, yo sentía un balde de agua fría y pensé
en esperar tres días para cobrar e irme a Zacatecas a darme de alta nuevamente en el ejército.
“Eso sí lo sé hacer; para esto no sirvo”
“Pero luego recurrí al archivo para ver si había copia de otro oficio parecido. Lo encontré y vi
que simplemente usaba palabrería de cajón. Por ejemplo: Por acuerdo de esta H. Sindicatura,
sírvase Ud. Entregar el caballo retinto del ciudadano X. Y finalmente: Le reitero a Ud. Las
seguridades de mi atenta consideración. Sufragio Efectivo. No Reelección.
“Entonces me tranquilicé diciéndome que los tales oficios no eran cosa del otro mundo, y seguí
como secretario de don Bernardino. Fue un momento en que mi destino no dio vuelco”.
El periodista Guillermo H. Ramírez refiere, respecto a esta etapa de la vida de don Salvador,
como éste inició en sus labores periodísticas:
“Salvador Borrego Escalante inició sus actividades periodísticas en la ciudad de Durango cuando
trabajaba como secretario de Arturo Andrade y Dr. Ajos secretario de Ayuntamiento, periodista
y escritor de altos vuelos.
En ese tiempo era jefe de los Ediles don Eduardo Doustanau, objeto de ataques rudos por actuar
con rigidez, poner punto final a las canonjías y sacudirse los tutelajes.
Salvador contaba en ese tiempo con una edad de 22 años a lo sumo y, desde entonces demostró
su talento y su amor verdadero al periodismo que, manejado como lo supo hacer, podría servir de
pauta no al individuo, sino a las generaciones habidas y por haber”.
Lo más destacable de su estancia trabajando en la Sindicatura fue que Salvador pudo vivir en
carne propia los entramados de la política mexicana, así como su modus operandi, el cual era en
esencia de mafia. En este ambiente la educación que recibió en su hogar, fue de suma importancia,
pues le permitió no interesarse en conseguir dinero o poder, motivos por los cuales jamás aspiró
a ser “salvador del pueblo” o dedicarse de lleno a la política. Él siguió una senda diferente para
ayudar a su gente: EL PODER DE LA INFORMACIÓN.
Pues como el propio Joseph Pulitzer afirma:
“Sólo hay un medio para mantener en pie a una sociedad libre y es manteniendo al público
informado”
Las alas que necesitaba
En junio de 1935, después de que Enrique Borrego entusiasmará al piloto estadounidense, Robert
McGines, fue inaugurada en Durango una Escuela de Aviación. En la ceremonia estuvieron
presentes el Presidente Municipal de Durango, Efrén Betancourt, un representante de la Jefatura
de Guarnición, Capitán 1° PAJ. Rivadeynero y Pedro S. Díaz en representación de la Cámara de
Comercio. El avión fue bautizado como “El Alacrán”.
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Salvador Borrego Escalante
“El mal no prevalecerá”
La Era de México
Salvador Borrego ayudó a conseguir salón para los alumnos, después daría un discurso frente a
todos los miembros que estaban en la ceremonia:
Que colmaron uno de los anhelos más grandes, de la voluntad que los alienta para afianzar ese esfuerzo, del ejemplo de los
pilotos caídos y de los pilotos militares en servicio, cuya perseverancia será una norma para seguir, y del sincero entusiasmo
de los alumnos ansiosos de anegarse en los abismos infinitos del espacio, de cruzar fronteras alegres, lagos imposibles,
nubes agrestes, con alas abiertas en cruz, para repetir, con el golpear acelerado de la hélice, el cuarteto del poeta:
“¡Por fin!, ¡por fin!, clamaba mi espíritu imperioso; ¡Por fin!, ¡por fin!, decía mi corazón indócil; ¡Por fin!, cantaba el ritmo
de la sangre en mis venas; ¡Por fin tenemos alas los hijos de los hombres!”
Salvador Borrego era quien daba vuelta a las hélices de los aviones para que estos arrancaran, así
fue como consiguió instrucción gratuita. McGines quería que Salvador volará el avión para atraer
a más alumnos, aparte que su peso era el adecuado para ello. Y lo logró, después de 14 horas de
instrucción, Salvador Borrego se hallaba en los aires de Durango volando encima de “El Alacrán”
durante 3 horas y 20 minutos.
Sin embargo McGines fracasó, “El Alacrán” se perdió por la sierra de Chihuahua y ahí terminó
la aventura como piloto.
Regresó a sus actividades normales con el tiempo, pero lamentó durante mucho tiempo este
hecho. Pues siempre había soñado con la idea de llegar a ser un aviador, un “caballero del aire”,
como los que había puesto en su vieja antología.
En ese mismo año Enrique Borrego había estado trabajando incasablemente en dos diarios del
estado de Chihuahua, motivo por el que la dirección de Tribuna se le dificultaba cada vez más y
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“El mal no prevalecerá”
La Era de México
decidió dejarle el diario a Octavio Rivera. Con Rivera en la dirección, cambió por completo el
sello que tenía el diario.
Empezaron aparecer críticas contra los hombres del gobierno, a pesar de que dicho diario estaba
auspiciado por el municipio, el director había cambiado y eso lo podían notar los lectores en las
columnas de dicho diario.
Rivera y Salvador Borrego tuvieron sus encontronazos al poco tiempo, ¿el motivo? Un artículo
referente al Ejército que el propio Rivera había encargado a Salvador Borrego, pues como se
sabía, Salvador fue militar durante dos años y esa experiencia sería útil para trabajos así. Sin
embargo, la discrepancia surgió cuando Salvador escribió sobre un “glorioso y patriota ejército”
cuando Rivera tenía una visión bastante crítica, para él, el ejército era una banda de “drogadictos,
asesinos y violadores que robaban todo lo que estaba a su alcance”.
Dicha visión de Rivera fue impuesta y el artículo, publicado a nombre de Salvador Borrego, fue
editado sin el consentimiento y el aviso de su autor, esto llegó hasta sus últimas consecuencias
cuando Salvador renunció y dejó de colaborar con el diario, el cual tuvo una vida de poco más de
dos años.
Siguió trabajando en la Sindicatura, pero el destino lo estaba dirigiendo a una nueva vida, estaba
recibiendo nuevos golpes que lo harían elegir un nuevo camino.
El 27 de agosto de 1935, por la tarde, sonó el teléfono en la Sindicatura donde trabajaba Salvador
Borrego. Era una llamada desde Torreón:
S.B: Meses después, ya para salir al atardecer, sonó el teléfono, como solía sonar, e inexplicablemente yo me estremecí. La
llamada era para mí. De Torreón me decían que mi papá estaba grave y que me fuera cuanto antes. Llegué el al día siguiente
(28 de agosto de 1935) y mi papá ya había muerto con un rosario en las manos. Una antigua hernia lo había estrangulado y
su médico dijo que sólo había éter (muy peligroso) y no quiso operarlo.
El Siglo de Torreón publicó una extensa nota del sepelio, con asistencia de numerosas personalidades y del Ayuntamiento
de Ciudad Lerdo, en donde mi papá fungía como Juez de Primera Instancia…
MURIÓ AYER EL SR. LIC. ÓNESIMO BORREGO
Ayer a las 3 horas falleció, víctima de una violenta enfermedad, el señor licenciado Onésimo Borrego Lozano, que durante
muchos años ejerció su profesión en el foro torreonense, ocupando diversos puestos públicos de importancia tanto en esta
ciudad como en Durango y Ciudad Lerdo, población esta última donde al morir fungía como Juez de Primera Instancia.
El señor licenciado Borrego era originario de la ciudad de Durango y al morir contaba con 52 años de edad, habiéndose
recibido de abogado en la capital del vecino Estado en 1907. Estaba radicado en La Laguna desde el año 1915 y entre otros
puestos públicos ocupó el de Jefe Político en la ciudad de Durango y Agente del Ministerio Público Federal y Secretario del
Juzgado de Distrito en Torreón. El último puesto público que ocupó fue, como decíamos antes, el de Juez de Primera
Instancia de Ciudad Lerdo, que desempeñaba desde hacía tres años, considerándose su actuación al frente de esa importante
oficina judicial como una de las más atingentes, activas y honradas que se recuerdan en Lerdo, gozando de la estimación y
el respeto de sus superiores, empleados y litigantes en general.
El licenciado Borrego comenzó a sentirse enfermo desde el lunes por la mañana recrudeciéndose rápidamente su
padecimiento por lo que fue trasladado a una Clínica de Torreón, donde fueron inútiles todos los esfuerzos de la ciencia
para salvarlo de la muerte.
El sepelio se efectuó ayer mismo a las 18.30 horas, siendo imponente el cortejo que se organizó, abriendo la marcha dos
motocicletas de transito; después seguía la carroza fúnebre con el féretro cubierto de coronas y luego iban a pie comisiones
de la Barra de Abogados de la Laguna y Círculo Mutualista de Torreón, instituciones a las que pertenecía el extinto, el
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Salvador Borrego Escalante
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Ayuntamiento de ciudad Lerdo en pleno, numerosos funcionarios y empleados públicos de población y de la de Gómez
Palacio y amigos particulares del señor licenciado, cerrando la marcha gran cantidad de automóviles.
El cortejo hizo alto en el edificio del Circulo Mutualista donde hicieron breves guardias al cadáver comisiones de dicha
agrupación y de la Barra de Abogados y luego continuó hasta el Panteón Torreón, donde se efectuó el sepelio. El señor
Enrique Borrego E., hijo mayor del occiso y que reside en Chihuahua, fue llamado violentamente y utilizando un avión
especial llegó a esta ciudad a las 19 horas, apenas a tiempo para asistir al sepelio de la necrópolis. El señor licenciado
Borrego deja a su esposa la señora María G. de Borrego y 8 hijos, Enrique, José, Salvador, Armando, Esperanza, Rosa
María, Fernando y Otilia.
EL SIGLO en particular y la prensa en general del país tiene un motivo especial de agradecimiento para el señor licenciado
Borrego, pues cuando a raíz de la ocupación de esta ciudad por las fuerzas federales durante la revolución Escobarista, este
diario fue incautado en forma injustificada, siendo Agente del Ministerio Público Federal el extinto, no obstante las
condiciones especiales del momento con toda virilidad puesta al servicio del cumplimiento de su deber, hizo justicia
pidiendo la devolución de EL SIGLO a sus legítimos propietarios, y no descansó hasta conseguirlo; con lo cual evitó que
se sentara un funesto e indebido precedente contra la prensa nacional.
A nombre de este diario expresamos nuestras condolencias a la familia del señor licenciado Borrego.
S.B: Para mí fue un consuelo haber sido hijo de don Onésimo.
No todo lo que el destino le tenía preparado a Salvador eran desgracias, para ese año (1935) el
trabajo de su hermano Enrique como periodista e intelectual no era desconocido entre la clase
política de Chihuahua, razón por la que fue enviado a la capital con la misión de publicar un libro
del gobernador de Chihuahua. Y mientras tanto, Salvador conocía a su nuevo amor en la
sindicatura:
Yo no había logrado las alas que buscaba, pero inesperadamente ocurrió algo trascendente. En un cambio de autoridades
municipales (y habiéndome librado de que el nuevo Síndico me cesara), llegaron varias empleadas que sustituyeron a las
anteriores. Tres de las recién llegadas estaban riéndose de que una amiga llamada Dolores se iba a casar con su novio
apellidado Barriga. Yo intervine diciendo: –Pues algo semejante ocurriría en mi caso con el apellido Borrego. Pero una
joven risueña protestó alegando que eso sería completamente diferente.
Le di las gracias y supe que llamaba Angelina Badillo. Luego procuré su amistad y sentí que la quería, no sólo como amiga.
¿Querría llegar a ser mi novia?, me pregunté varias veces, hasta que temerosamente, me lancé a preguntárselo. Me clavó su
mirada y contestó que “podría ser.” –Y así fue.
En ese mismo momento, la Casa Periodística de Excélsior se preparaba para iniciar su edición
vespertina llamada Últimas Noticias al mando del famoso Miguel Ordorica Castillo. En 1936,
Enrique Borrego, se incorporó a dicha casa y en breves se convirtió en un periodista influyente
que ayudó en la fundación de dicha edición vespertina.
En una plática que sostuvieron los hermanos, Enrique le ofreció a Salvador ser reportero suplente
de los que estaban saliendo de vacaciones:
S.B: Mi corazón y mi cerebro estuvieron de acuerdo en que nada podría lograr yo formalizar con
$2.50 diarios y dos hermanas menores. Y como recientemente mi hermano Enrique había logrado
entrar en México al nuevo vespertino “Ultimas Noticias de Excélsior”, decidí ir a pedirle ayuda.
Se lo platiqué a Angelina y le pareció que algo bueno podría resultar.
Y así fue como apareció en la escena del
periodismo capitalino el que más tarde debiera
ser discípulo de grandes y mentor de otros tantos,
gracias a una decisión que parecía desesperada
Salvador Borrego conoció en cierta medida la
fama y el esplendor dentro de la historia
mexicana del siglo XX.
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