Tres veces mojado.
Migración internacional, cultura e identidad
en El Salvador1
Amparo Marroquín Parducci
Resumen
En El Salvador actual la migración es un proceso que afecta la estructura económica, pero que también cambia la conformación de la identidad sociocultural. Estos análisis cuyo énfasis está en lo simbólico apenas han iniciado. El presente texto recoge distintas manifestaciones culturales que ponen en evidencia la conformación de nuevas narrativas sobre quiénes somos los salvadoreños. “Los locales, los familiares y los migrantes” se cruzan en los discursos, y la música recoge esta discusión desde los corridos de migrantes hasta la balada pop. Los medios de comunicación se convierten en la plaza pública donde las identidades móviles, migrantes, (re)corren su camino y anclan su pertenencia a un país imaginado.
1. Introducción: la migración, la cultura.
Encuentros y desencuentros
Vivimos en un círculo extraño,
cuyo centro está en todas partes y
su circunferencia en ninguna
Pascal citado por Bauman (1999)
La migración, como tema de estudio, ha adquirido protagonismo en los espacios de
discusión académica. Muchos analistas de la globalización encuentran la movilidad y la
velocidad como una consecuencia de nuestros tiempos; las nuevas –y no tan nuevas–
tecnologías de la comunicación y la urbanización de los espacios están reconfigurando
nuestros haceres y nuestros saberes. Como mencionó Pascal, nuestro centro ahora
está en todas partes.
Nuevas migraciones se experimentan y, en el tiempo actual, todos debemos
movernos, ya sea como turistas –estimulados por empleos transnacionales y por el
prestigio social que implican los viajes–, o como vagabundos, –obligados a
1 Una versión anterior de este texto fue presentada en las “Jornadas de formación de identidades El país imaginado”. En la UCA de San Salvador, enero de 2005
desplazarnos por la depresión económica y la imposibilidad de obtener empleos
estables en el espacio laboral local (Bauman, 1999, 103-133). La migración mundial ha
aumentado de manera significativa durante la última década y ha adquirido múltiples
rostros a partir de sus prácticas.
Stephen Castles y Mark Millar (en Lozano, 2000, 148-149) señalan cinco
cambios importantes en la tendencia de la población mundial a partir de los años de
1990. Primero, se inició la globalización de la migración. Esto quiere decir que cada vez
son más países los que participan en la migración internacional y son muchos y muy
diversos los países de origen. Hay países que incluso son al mismo tiempo expulsores y
receptores, como son los casos de Venezuela o Panamá en América Latina. Segundo,
se ha acelerado la migración, cada vez son más las personas que tiene que salir de su
país de origen para procurarse una mejor situación económica, esto vuelve urgentes
unas políticas claras sobre los derechos de los migrantes. Tercero, la migración varía.
No existe ya una sola causa para moverse, la migración puede ser temporal o definitiva,
por motivos laborales o refugio político. Cuarto, se está dando una feminización de la
migración, son las mujeres las que empiezan a migrar ahora y que juegan un papel
fundamental en la socialización de los niños migrantes y la preservación de algunas
costumbres o rasgos identitarios de ciertas culturas. Quinto, hay una politización de la
migración, esto es, las políticas internas, bilaterales o regionales se ven afectadas por la
migración.
Ya otros estudios han mencionado cómo, en el caso de El Salvador, el traslado
de un territorio hacia otro es un proceso que lleva ya más de un siglo (Lungo y Kandel,
2002; Andrade-Eekhoff, 1999). Desde finales del XIX, la población ha experimentado
desplazamientos más o menos forzados que obligan a buscar nuevos horizontes y
adaptarse a paisajes distantes. Se conocen salvadoreños de familias terratenientes que
vivieron en San Francisco desde principios del siglo XX. En los años de 1950 y 1960
familias de clase alta y media emigraron a Estados Unidos, las políticas migratorias no
eran tan restrictivas como hoy día. En los años de 1980 el flujo aumentó de manera
acelerada. A partir de los acuerdos de paz se pensó que la migración disminuiría, pero
sucedió todo lo contrario, aumentó. Sobre todo, porque desde 1996 se empezó a
experimentar un proceso de desaceleración y luego de estancamiento del crecimiento
económico. “Los salvadoreños no migran porque quieren, sino porque no hay de otra”
es la frase común que se escucha todas las madrugadas en la frontera El Salvador-
Guatemala, cuando a eso de las cinco de la mañana dos buses devuelven a los
indocumentados que han sido detenidos.
Según la estimación del Ministerio de Relaciones Exteriores existen 2.7 millones
de salvadoreños fuera del país. De estos, dos millones se encuentran en EE.UU. y
luego hay muchos otros salvadoreños en Italia, Suecia, Australia, Canadá, Francia,
España, Chile, Brasil, México: diversidad de destinos, experiencias culturales y lenguas.
Las estadísticas2 nos dicen que aproximadamente 72,000 salvadoreños salen del país
al año (de aquellos que intentaron salir una y otra vez del territorio durante el 2003,
1,616 fueron deportados por vía aérea y 10,600 fueron deportados por vía terrestre).
Otro dato que hay que tener presente es que el ingreso de remesas a El Salvador
durante el 2004 alcanzó la cifra récord de 2,547.6 millones de dólares. Esto equivale al
16.2% del PIB según el Banco Central de Reserva. Aún y cuando la cifra es por sí
misma una cantidad significativa, es importante ponerla en perspectiva: México es el
país que en términos totales recibe la mayor cantidad de dinero en remesas. Sin
embargo, ese ingreso representa el 14% del PIB. Dos puntos por debajo de lo que las
remesas representan para nuestra nación. Y esto es solo cuando se mencionan las
llamadas remesas individuales. No existe en el país, hasta ahora, una manera de
cuantificar lo que el investigador mexicano Miguel Moctezuma ha llamado las remesas
colectivas, que vienen dada de esos nuevos sujetos sociales que son las asociaciones
de migrantes. Para hacernos una idea, solo en la página web de Departamento 15, en
el sitio de La Prensa Gráfica, se mencionan 127 asociaciones de migrantes, 81 de las
cuales se encuentran en Los Ángeles3.
Muy poco se ha vinculado este proceso económico de las remesas con las
nuevas matrices culturales que configura. El tema de la identidad, cuando se retoma
desde los discursos oficiales suele ser muy ambiguo. La preocupación por el migrante
se ha relacionado con la amenaza de su posible deportación y las consecuencias
2 Que en el caso de las migraciones son particularmente poco confiables, pues no registran buena parte de la migración terrestre que se da muchas veces fuera del control de las autoridades, ni tampoco pueden dar cuenta de los salvadoreños que se encuentran de manera ilegal en muchos lugares del mundo. Aún así, estas estadísticas nos pueden dar una idea aproximada de la magnitud de la migración en El Salvador.3 Es interesante la reflexión que Moctezuma elabora sobre el papel político que pueden jugar las asociaciones de migrantes como sujetos que exigen sus derechos..
violentas de su retorno al país al integrarse al crimen organizado. En ocasiones el
discurso llega a ser contradictorio. Por un lado, el gobierno presume de las grandes
posibilidades que el país tiene de abrirse espacio desde los tratados de libre comercio
gracias al poder adquisitivo de los migrantes y de la explotación de su nostalgia por la
nación que han dejado atrás. Por el otro, los medios de comunicación y el mismo
gobierno despliegan una estrategia mediática y una ley “mano dura” donde se vuelve
evidente lo que la antropóloga Rossana Reguillo ha llamado el delito de portación de
cara: hay ciertos rasgos faciales o étnicos que vuelven a las personas susceptibles de
ser deportados, algunas narraciones del imaginario el migrante circula con estas dos
identidades: héroe salvador, mientras envía sus remesas; asesino despiadado y
mafioso traficante, cuando ha vuelto deportado después de haber luchado con los falsos
coyotes y los abusos de “la migra” en su camino hacia el norte, sin embargo, esta visión
maniquea también debe ser problematizada como lo demuestra el más reciente sondeo
de La Prensa Gráfica (6 de marzo de 2005) que muestra que al menos un 49.7% de la
población apoya la figura del coyote como aquel que permite la migración hacia los
Estados Unidos, hacia la consecución de un sueño.
Algunos estudios, como el de Lungo y Kandel y más reciente, el de la
antropóloga Elana Zilberg (2004), han iniciado una reflexión distinta, urgente y
necesaria: cómo las identidades socioculturales, no solo de “los que se van”, sino
también de “los que se quedan”, se reconfiguran a partir de los procesos de migración y
la vivencia de territorios violentos y múltiples.
El presente texto busca dibujar las líneas básicas desde las cuales se pueda
establecer un proceso de reflexividad sobre la relación entre la cultura salvadoreña, sus
procesos de identidad, las remesas y la migración en El Salvador. Tarea que se
complejiza cuando los procesos de mundialización, es decir, de globalización de las
vivencias culturales, han replanteado conceptos fundamentales de la identidad, como el
estado-nación.
2. La identidad del migrante: lo global y lo local
Es vivir en espacios geográficos diferentes
temporalidades desplazadas por las contradicciones sociales;
ser dos personas al mismo tiempo,
cada una construida por relaciones sociales específicas,
es vivir como presente y soñar como ausente
es ser y no ser al mismo tiempo;
salir cuando se está llegando, volver cuando se está yendo
de Souza-Martins
La crisis del discurso nacional ha sido abordada desde muchas perspectivas y estudios,
no ahondaré en ello en este momento. Sin embargo, me interesa destacar dos grandes
fenómenos que han contribuido al desdibujamiento de las culturas nacionales. Por un
lado, el auge de la imagen –propiciado en gran parte desde los medios de
comunicación– como elemento fundamental y anclaje de los procesos simbólicos. Una
imagen que como nunca antes se encuentra vinculada a la adquisición de cierta
tecnología y al aprendizaje de las destrezas necesarias. De este protagonismo, dirá
Martín Barbero, se desprende una nueva figura de razón, una nueva manera de
conocer que cuestiona los aprendizajes tradicionales. La televisión es una mediación
protagónica en la vida y el consumo de la gran mayoría de salvadoreños de todas las
edades; pero en nuestro caso es una televisión que carece casi totalmente de
producción local y nacional, que se dedica casi de manera exclusiva a ser un espacio
reproductor de las propuestas culturales norteamericanas.
El segundo fenómeno pasa por las migraciones. No interesa aquí profundizar en
los distintos procesos que han convertido a nuestro país en una nación “expulsora” de
mucha de su gente, sino reafirmar que así como la cultura crea un espacio donde las
personas se sienten seguras y donde experimentan la sensación de pertenencia y
filiación (Yúdice, 37), esa situación en que, por elección personal o por violencia, lleva a
los ciudadanos a desplazarse hacia espacios donde existen otras categorías y otras
propuestas culturales está reforzando la difuminación del sentido de identidad nacional,
del sentido de pertenencia a un espacio concreto. Nace así una identidad híbrida que no
tiene ningún problema en asimilar y negociar prácticas culturales de múltiples
propuestas, pero que mantiene y conserva la relación con sus valores originarios
(García Canclini, 2001), transnacional (Portes, Haller y Guarnizo, 2002; Andrade
Eekhoff, 2004).
La identidad, tanto individual como grupal, implica ante todo un sentimiento de
pertenencia. “El sentimiento de pertenencia denota la sensación o percepción sobre sí
mismo de la manera en la que se toma conciencia de formar parte de un determinado
grupo social, permitiendo tomar distancia respecto del otro u otros” (Moctezuma, 2004).
Aún y cuando el migrante se mueve de un lugar a otro, para las personas, el territorio
sigue siendo un anclaje fundamental. Muchos son los elementos que se han ido
reconfigurando. Muchas son las voces que nos muestran la identidad actual que en
nuestros pueblos, cantones y caserías ha sufrido distintos desplazamientos.
Cuando el migrante se va, en la gran mayoría de los casos, mantiene vínculos
con su lugar de origen. Quiróz (2004) insiste en el sentido sagrado que tiene no solo la
“tierra prometida” a la que se llega, sino también el espacio de donde se ha salido. Los
emigrantes vuelven para los festejos, mantienen los vínculos consumiendo noticieros o
periódicos locales, envían dinero y, en algunos casos, participan en proyectos locales.
Un concepto fundamental al entender la cultura como proceso simbólico desde
el cual se configuran las identidades es la noción de comunidad. La comunidad implica
las relaciones sociales que los individuos comparten entre sí. Da cuenta de los procesos
en los cuales comunican y negocian sentidos. En un ámbito comunitario, las personas
saben que comparten una visión común, unos valores que son propios de cada matriz
cultural. Podemos encontrar comunidades religiosas o grupos de personas que se
asocian entre sí para colaborar en actividades específicas.
En el ámbito rural-urbano de muchos municipios en el país, un elemento
fundamental es que la comunidad brinda esa sensación de seguridad que en el mundo
globalizado se difumina en ciertos momentos. El orden establecido es claro, los roles de
cada quien, el comportamiento permitido, la forma de vestir legitimada por la
comunidad. Las tradiciones, en general, se anclan en esas seguridades.
Otro elemento que me interesa destacar es la noción de tiempo y espacio.
Desde la globalización, hay una ruptura con el anclaje tradicional de la identidad
pensada en un tiempo concreto y un espacio. ¿En qué espacio se da una conversación
desde un chat? El espacio virtual existe en cualquier parte y ninguna. El concepto de
nación manifiesta desde ahí una crisis que abarca mucho más que esto. Cuando la
migración cobra fuerza, hay una transformación del concepto de ciudadanía. ¿Dónde se
encuentra la identidad? ¿Dónde están las costumbres que me hacen ser esto que soy?
¿En el espacio nuevo o en el viejo? Cada vez más los salvadoreños mantienen
prácticas transnacionales, desterritorializadas (García Canclini, 2001), son aquí y allá.
Las negociaciones inician. Encontramos así procesos de sustitución de un
sentido, un valor o una norma por otro distinto, de la nueva cultura a la que somos
enfrentados. Procesos de mantenimiento del sentido, o de recreación y resignificación.
También momentos de sincretismo de los cuales surge una propuesta de identidad
nueva, que toma de todas partes, pero que es novedosa y distinta del resto vivencias
culturales (Zapata, 2003).
Un tiempo y un espacio que se ha manifestado como referente en los municipios
y que aparece como clave son las celebraciones de las fiestas más importantes de cada
localidad. Una observación que se repite en los distintos espacios es que durante la
fiesta los emigrantes vuelven y se encuentran con su gente. En algunos caso incluso
cobran visibilidad especial, cuando llevan a cabo sus propias celebraciones familiares
(bodas, bautizos) en el contexto de la celebración comunal. Las fiestas patronales, en
este sentido, se vuelven una zona de contacto (Pratt, 1997) lugar poroso, de filtraciones,
donde las culturas se mezclan; territorio fronterizo, espacio de encuentro entre lo
diferente y lo propio.
Desde la migración, pues, la identidad se ve modificada en el ir y venir de
sentidos. Esta concepción se apoya en las distintas discusiones que la teoría del
transnacionalismo viene discutiendo. De manera rápida, esta teoría muestra que los
migrantes actuales participan cada vez más de una vida dual y transfronteriza. Esto se
ve acelerado por las facilidades que brindan las nuevas tecnologías y el abaratamiento
en los costos de desplazamiento y comunicación.
Cada vez más los medios de comunicación producen mensajes que serán
consumidos tanto por “los de aquí” como por “los de allá”. Las emisoras radiofónicas
saludan a quienes van cruzando las fronteras y surgen negocios, pero también prácticas
culturales. Los noticieros y las películas de mayor demanda son aquellos que reflejan de
manera constante el estilo de vida de los países hacia los que se fueron los seres
queridos. Los que no han salido son capaces de entender y descifrar los códigos de
significación de la cultura americana. Los que están en EE.UU. mantienen espacios de
participación comunitaria y son actores visibles dentro de sus propios municipios.
3. La identidad del migrante.
“Que me canten el himno de mi patria diez veces”
Mientras que los migrantes llevan consigo su cultura y
crean espacios para su conservación en el lugar de destino,
las remesas representan la posibilidad de materializar
proyectos que no son únicamente una expresión económica,
aun cuando en su materialidad expresen también
los rasgos de un avance en la acumulación de capital en un sentido restringido
Luis Rodolfo Morán
Durante un sondeo en San Salvador y en ocho municipios de la zona de los nonualcos
encontramos en el discurso de las personas tres identidades claras y definidas que se
configuran desde la migración.
Por un lado se encuentra el migrante. Este es visto como un símbolo de vida y
en muchos casos así se reconoce a sí mismo. Las narrativas nos cuentan que
contribuyen al progreso de su familia por supuesto, pero también a la mejora económica
de su lugar de origen. Al mismo tiempo hay narrativas que se detienen a contar lo dura
que es la vida para el migrante y que es alguien sin más opciones, que tiene que ser
aquí y allá. Siempre moviéndose y añorando aquello que ha dejado. Dos imágenes me
parecen clave en la narrativa para ilustrar cómo se nombran los migrantes. Por un lado,
el conocido monumento del “hermano lejano”. Esta figura de nuestra ciudad ha sido
bautizada con muchos nombres que dicen la manera como los salvadoreños nos
nombramos: “nos vemos en el monumento del hermano mojado”… comenta una joven.
Pocos saben que este monumento ha sido re-bautizado debido a las presiones y las
peticiones de los salvadoreños migrantes: ellos no son “hermanos lejanos”, están cerca,
y son tan parte de este país imaginado como nosotros. Por ello después de varias
propuestas, el monumento fue bautizado con el nombre de “bienvenido a casa”. Otra
imagen que tiene mucha fuerza es el nombre de la sección que en La Prensa Gráfica
trabaja sobre las noticias de migración: Departamento 15. De alguna manera, este
apelativo reconoce que El Salvador no está completo si pensamos solo en los 14
departamentos que se circunscriben a nuestros 20,646 kilómetros cuadrados. Como ha
mencionado el economista William Pleitez, nuestro país está constituido por los ocho
millones de salvadoreños que en los 14 departamentos y el resto del mundo nos
sentimos parte de esta comunidad recreada.
Una segunda identidad es la del familiar del migrante. En el contexto local suele
aparecer como alguien próspero y acomodado. La Encuesta de Hogares y propósitos
múltiples nos muestra algunos datos interesantes sobre la manera como viven las
familias de migrantes. Contrario a lo que muchos podrían pensar las familias que
reciben remesas no gastan en comida chatarra su dinero, sino que lo invierten en tener
una alimentación más sana y balanceada. Tampoco gastan en diversiones locales como
el cine, los paseos, las discotecas. Más bien suelen invertir su dinero en asegurar la
salud y la educación.
Una tercera identidad que distinguen los salvadoreños son los que hemos
llamado “los locales”. Que no tienen parientes y amigos fuera que los puedan “mandar a
buscar”. Contrario a lo que se podría esperar los que se quedan no son los más
acomodados, sino –y esto se vuelve más evidente en algunos municipios con
problemas serios de desempleo– son aquellos que no tienen dinero. Son los más
pobres. En San Pedro Nonualco, los lugareños sostienen que ahí casi no hay migración
pero porque la gente no tiene la posibilidad de reunir el dinero necesario para pagar a
un coyote.
La migración que en el país se da a otras naciones más desarrolladas afecta un
aspecto concreto de la cultura: las prácticas de comunicación. Como ya se mencionó
anteriormente, el aspecto de la tecnología es esencial para comprender los cambios en
los patrones culturales. Siguiendo a W. Benjamin, que se preguntaba qué era la pintura
después de la fotografía, podríamos ahora preguntarnos ¿qué es la comunicación
después de Internet?, ¿qué es la migración con Internet y con las múltiples
posibilidades de comunicación inmediata que se propician hoy día?
Hasta hace dos décadas, irse implicaba, en la gran mayoría de los casos,
despedirse para siempre. Las posibilidades que un salvadoreño en Australia, Suecia o
Estados Unidos supiera lo que sucedía en el país, se mantuviera al tanto o participara
de los acontecimientos nacionales era algo muy poco probable. El teléfono se usaba
para ocasiones especiales, y la correspondencia podía tardar tres meses en llegar a su
destino, si no se extraviaba primero.
Hasta 1997, una sola empresa estatal controlaba en el país la oferta de líneas
fijas e internet. Una más, internacional, se hacía cargo de las líneas para móviles. En el
2004, son 9 las empresas que ofertan líneas telefónicas fijas, 4 las que compiten por la
clientela de móviles, hay 11 competidores internacionales y 10 compañías para acceso
a internet (SIGET, comunicación personal, agosto de 2004). El número de celulares
pasó de 20,122 usuarios en 1997 a 1, 149,790 en este año. Mientras que los usuarios
de Internet pasaron de 25,000 a más de medio millón, una variación del 2,100%. Los
cibercafé se multiplican. Las comunicaciones se agilizan y se abaratan los costos de
desplazamiento y de envío de mensajes. En Centroamérica, es El Salvador el país con
la tarifa más baja para llamadas a los Estados Unidos. Y en las llamadas locales, el
precio de las llamadas desde un teléfono móvil ha disminuido en un 77.5%, de un costo
de $0.356 a el costo $0.080 por minuto; las llamadas internacionales e Internet han
reducido sus tarifas en más de un 90% del precio ofertado en 1997.
De esta manera, el desarrollo de la tecnología permite una comunicación
continua, sin rupturas o silencios. Esposas y esposos que llaman diario a sus familias
en el país de origen. Hijos que se comunican cada semana con los padres. El teléfono
ha pasado a ser la mediación protagónica que reconfigura las formas de socialización
familiar pero las refuerza y mantiene. En algunos espacios los teléfonos celulares, en
otros, las tarjetas pre-pago, las ofertas y tarifas reducidas desde las líneas fijas. Internet
se vuelve también una tecnología que permite abaratar los costos de las llamadas
telefónicas y enviar, sin mediación del correo postal que se vuelve cada vez más una
historia del pasado, fotografías, vídeos, grabaciones que lleven a “los de acá”, la
vivencia cotidiana de “los de allá”.
Un elemento importante que se debe revisar es cómo, en algunos casos, el
teléfono sirve como un dispositivo que mantiene el control y conserva la estructura
tradicional del patriarcado. Si las mujeres emigran deben llamar al esposo para
reportarse. Si son los hombres quienes se van, compran un celular a las esposas, para
“poder llamarlas siempre y saber dónde están y qué hacen”.
4. El poder simbólico de la remesa o “lo que sufrí lo he recuperado con creces”
Aunque se han mencionado ya algunas transformaciones en las prácticas de
comunicación y en los rituales culturales. Se anotan aquí algunos procesos que en el
país configuran modos peculiares de significación. Las remesas que reciben los
territorios de origen de los migrantes son de dos tipos: las individuales, dirigidas a un
familiar, y que según muchos analistas se siguen empleando para solventar las
necesidad cotidianas de alimentación, salud, educación y, en los mejores casos,
vivienda; y las remesas colectivas, modalidad que, aunque en números es mucho
menor que la individual, tiene una carga cultural fundamental, las remesas colectivas
son las que suelen ser empleadas para mejorar la comunidad entera, la matria (Quirónz,
2004) del migrante.
Las remesas cambian el rostro de la localidad y crean una nueva marca, un
nuevo sema de identidad. Las personas de los municipios con mayor población
migrante saben dónde está la línea divisoria del nosotros y los otros y ahí se colocan.
“Soy de los que reciben remesas y ahí están los otros. Soy de los que no reciben
remesas y tienen que rebuscarse en medio de la pobreza, ahí están los otros,
privilegiados”.
Rutinas nuevas que encuentran distintos espacios de simbolización; en el caso
mexicano, Moctezuma enumera algunos de estos aspectos: “la elaboración simbólica a
la que se refieren los ritos y mitos que se producen con el entorno del migrante: los
gastos dispendiosos que éstos hacen durante navidad y la fiesta patronal; la celebración
de la ceremonia religiosa para orar por los ausentes; la acumulación de ahorros; la
compra de vehículos y bienes electrodomésticos; la construcción y el arreglo de
fachadas; las ostentosas nupcias de los migrantes; la instalación de agencias de viajes;
el uso de anglicismos; la exhibición de fotografías de los lugares turísticos que envían
los migrantes y que se exhiben en las salas , cual trofeo certificador de la carrera
migrante, entre otros” (2004, 3).
En primer lugar, es importante recalcar y recordar que la migración, en la gran
mayoría de los casos lleva a la transnacionalización. Este concepto ya discutido en
otras investigaciones, interesa desde las prácticas tradicionales que los migrantes y sus
familiares mantienen sin importar el territorio en el que se ubican.
Las personas participan en actividades culturales tanto desde el país de origen
como desde el país destino. Se sabe que los emigrantes retornarán para ciertas fechas
y se les espera pues son parte activa de las comunidades. En aquellas regiones en las
que los comités de residentes en el extranjero están muy organizados se da un nivel de
incidencia no solo familiar, desde las remesas, sino también desde el trabajo en función
del desarrollo de la población.
Un segundo elemento que interesa destacar es que la migración, en muchos
casos, es lo que se sueña, es el símbolo del proyecto de vida, de lo que se quiere
lograr. Aunque este discurso no es el único que aparece entre los salvadoreños, es una
opinión que cada vez cobra más fuerza. “A nosotros nos gusta viajar, nos gusta irnos,
siempre nos estamos rebuscando”, opinaba un habitante de los Nonualcos, “es que los
salvadoreños tenemos el sueño americano”, enfatizaba con orgullo.
El salvadoreño quiere salir, conocer otros lugares, adquirir otra cultura, otra
lengua, una historia desde la cual nombrarse, quiere la dignidad que desde su país se le
ha negado. Las remesas de hecho tienen un valor que pasa por lo económico, pero
también por lo simbólico. Expresan y legitiman el conjunto establecido de relaciones
sociales. Incluso las personas que consideran las remesas como un factor que vuelve
“haraganas” a las personas receptoras, coinciden en reconocer que “no pueden no
enviarse, pues los hijos tienen que enviar dinero a sus papás”. El envío de remesas a la
familia nuclear es una obligación que solo se modifica cuando el migrante forma su
propia familia en el nuevo territorio, aún así, si algún familiar sufre una enfermedad
grave o un accidente repentino que exija un gasto fuerte a los que se han quedado, el
migrante está obligado por tradición comunitaria a solventar esta situación.
Las remesas de la migración, además, modifican las negociaciones de oferta y
consumo. En algunos casos, en El Salvador, los familiares de migrantes y los
retornados construyen su propio negocio y se convierten en empresarios locales, en la
gran mayoría, los familiares aumentan su poder adquisitivo, y esto obliga a su vez a que
la oferta se multiplique y, en algunos casos, se especialice. A los servicios locales
tradicionales como tiendas y ferreterías, se añaden otros nuevos: cibercafés, juegos
electrónicos, alquileres de videocasetes y DVD, couriers locales y agencias de viaje
empiezan a formar parte del paisaje cotidiano. Estos proceso, a su vez, conllevan una
hibridación cultural, es decir, el cruce de representaciones y de manifestaciones
concretas. Hay ritos en los pueblos que se han ido perdiendo debido a los procesos de
urbanización. Estos procesos se ven acelerados cuando los migrantes van
transformando su identidad campesina a partir de las nuevas prácticas de los países a
los que llegan. En zonas apartadas se encuentran casas grandes, de dos plantas y con
enormes antenas parabólicas. Las misas en muchos lugares empiezan a pedir la
bendición para los que se van. Las estampas y medallas de Monseñor Romero
funcionan, en algunos lugares, para invocar la protección a los que cruzan la frontera;
en otros, los agradecimientos y exvotos a los santos locales empiezan a aparecer en
algunas iglesias católicas. Para muchos jóvenes, el migrar, se está convirtiendo en un
ritual de iniciación a través del cual dan el paso a la vida adulta.
Otro elemento importante es que la migración ha modificado los patrones de
consumo cultural mediático y ha propiciado el aprendizaje y la asimilación de nuevas
tecnologías de la información y la comunicación, específicamente de internet y de los
teléfonos celulares y tarjetas prepago que se han multiplicado de manera acelerada. En
el caso de las tecnologías como internet, es importante recalcar que la mediación de la
edad juega un papel fundamental. Aunque se sea migrante, son los más jóvenes los
que, como mencionó en su momento Margaret Mead (2002), no tienen ningún problema
en romper el esquema tradicional de sus sociedades, cuestionan la autoridad de los
mayores e inician procesos de aprendizaje con sus pares. En la gran mayoría de
aproximaciones y estudios se pone de manifiesto que internet es una tecnología que los
jóvenes utilizan para conseguir su música y para jugar. La comunicación con los
familiares no suele pasar por esta mediación, aún así, la multiplicación de la oferta de
internet sigue en aumento.
5. Identidad narrada – migración cantada
¿Qué sucede entonces con nuestras identidades múltiples? ¿con nuestras formas de
nombrarnos, de sentirnos salvadoreñas y salvadoreños? Desde una perspectiva
tradicional podemos decir que la migración afecta los tres ámbitos desde los que se
construye y se vive la identidad: lo tecnológico, lo social, lo simbólico.
En el primer ámbito, el aspecto técnico-tecnológico ha sido ya comentado
anteriormente. La alimentación cambia en las familias migrantes. El tipo de tecnología a
la que tienen acceso se modifica y moviliza también las habilidades de los
consumidores; es así como encontramos en el mercado de San Pedro Nonualco a una
vendedora que en sus ratos libres juega nintendo con sus hijos. Surgen microondas,
equipos de sonido y de diversión, aparatos de comunicación diversos y modernos
dentro de las casas de todo el país. Y la vivienda misma se modifica desde la fachada,
que se llena de azulejos y ventanas corredizas, con un aro de basketball a un lado y sus
muros abiertos, hasta la disposición al interior donde aparecen las fotos de los
familiares que están fuera, sus triunfos y sus adquisiciones (el hijo en su graduación de
high school, el tío con la casa nueva igualita a la que hizo aquí también, la mamá junto a
la nueva refrigeradora).
En el ámbito de lo social, la identidad se transforma puesto que la misma familia
moviliza sus procesos de socialización. Hay distinciones importantes entre quienes
migran con su familia y aquellos que se separan de uno de sus miembros,
especialmente cuando éstos son figuras fundamentales de la constitución familiar. Los
roles de poder se negocian y se reconfiguran. Asimismo la religión adecua sus ritos. Las
fiestas patronales, las bodas, los bautizos se vuelven espacios de encuentro. Territorios
fronterizos. En Chirilagua, una joven comentaba que usa una medalla de Monseñor
Romero desde que su mamá se fue a “los Estados Unidos, mojada”, para “pedirle a
Monseñor que la cuide…”, las mismas prácticas religiosas y los motivos de las
celebraciones se están renovando.
En el ámbito de lo simbólico, tanto el habla, como el vestido y el adorno se ven
modificados por la migración. No es solo los que se han ido, también la familia y los
locales entran en un intercambio constante de nuevas estéticas. Dentro de estas
movilizaciones me interesa destacar de manera muy breve, el caso de los corridos
mexicanos sobre migrantes.
El corrido es una propuesta de música popular que nace en México y tiene su
origen en el romance y otras formas antiguas de comunicación oral. Su música es una
mezcla de estilos de polka, banda, corrido, tex mex. Es música bailable con un estilo
que se basa en la crónica periodística y, como la cultura popular, anclado en procesos
de inversión del poder, como la risa.
El corrido que se escucha en Estados Unidos y México llega a nuestro país a
través de múltiples redes de distribución. Dos de ellas me interesa rescatar: los
migrantes las envían a sus familiares; algunos coyotes las traen a las radios para que
“suenen” lo último de los Tucanes o de los Tigres. La narración que se canta nos lleva
a un re-corrido de la realidad que viven los migrantes, se ocupa de la partida, las
distintas fronteras, la estadía ilegal y legal y el retorno. Y ahí aparecen los
salvadoreños que son “tres veces mojados”, porque tienen que cruzar tres fronteras.
También los centroamericanos que pasan angustia en México para que no sepan que
no son mexicanos. El sociólogo José Manuel Valenzuela lo resume diciendo que los
corridos de migrantes tratan “Las vicisitudes del viaje, las condiciones del trabajo, la
añoranza de la tierra mexicana, el desquite de los güeros, los abusos de la migra... los
deseos de mejorar las condiciones de vida”. En El Salvador estas canciones se
escuchan sobre todo en el ámbito rural, en aquellos municipios donde la migración
tiene muchos rostros cotidianos, y desde ese canto cuentan de los ausentes que son
siempre presencia.
6. Ya con esta me despido…
Falta mucho por decir sobre la migración. Muchas historias que deben contarse y
muchos análisis que deben problematizarse. Es necesario crear uno o muchos
institutos que investiguen el tema de la migración así como en su tiempo existió un
Instituto de Investigaciones del Café, cuando este grano representaba el mayor
porcentaje del ingreso del país. ¿Cuáles son las fronteras que nuestra identidad
respeta y cuáles transita? ¿Cuáles son las prácticas culturales que se transforman e
hibridan? ¿Qué espacios habitamos? ¿Cuáles son los nuevos relatos que circulan y
configuran nuestros imaginarios? ¿Qué espacios habitamos? ¿Quiénes son estas
nuevas personas, estos nuevos sujetos sociales que aparecen y se nombran con
nuestras palabras? Las narrativas continúan negociando sus sentidos. Y las
discusiones en los países expulsores y en los países receptores mantienen sus
propias reivindicaciones.
Nuevas músicas surgen contando las historias del migrante, el grupo
Pescozada desde el hip hop y otros grupos más cantan sobre la migración y se
oponen al discurso oficial, que desde la música está recogido muy bien por la balada
del deportado elaborada por Daniel Rucks, en donde un mojado le suplica al policía
que lo deje ir porque no tiene cara para volver a su tierra y decir que ha fracasado. La
narrativa oficial desconoce muchas veces el humor con el que la gente enfrenta los
altibajos de sus re-corridos, y no sabe que, cuando se hace el trato con el coyote, este
suele poner tarifas “por uno, dos o hasta tres intentos”. Una especie de “garantía” en
este mundo comercial y globalizado. Habrá que mantener los oídos atentos, por ahora
yo, con ésta, me despido.
San Salvador, marzo de 2005
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