Universidad Metropolitana de Ciencias de la EducaciónFacultad de Historia, Geografía y letrasDepartamento de Castellano
Ramón María del Valle-Inclán: Sonata de Otoño
Asignatura : Literatura Española Contemporánea I
Profesora : Gilda Pandolfi Setti
Xavier, el Marques de Bradomín recibe una carta de Cocha, su prima. En esta carta se le
pedía que acudiese lo más pronto posible al palacio donde ella residía. Algo no está bien.
La razón de requerir tan abrupta visita es el crucial estado de salud de Conchita: ella se
estaba muriendo. Era una carta enjugada en lágrimas, donde se dejaba entrever lo
inevitable: el deceso de quien fue su gran amor. Era algo contra lo cual era imposible
luchar.
Al momento de recibir noticias de ella, el corazón del Marqués vuelve a latir con el
mismo ímpetu que hace años atrás por aquel sagrado nombre. Él secretamente guardó la
esperanza de que el amor que alguna vez sintieron reviviese, pero ahora aquella mujer que
tanto amó estaba agonizante, próxima a encontrar la muerte. Esa misma noche se encabalga
hacia el lugar, con la esperanza de encontrar a Concha sana o de al menos acompañarla en
estos difíciles días. A ella, sin embargo, siempre este amor se le figuró como un pecado
mortal, algo indebido y prohibido por su familia y por Dios. Le dolía profundamente
amarlo, sentir algo por él era una angustia para una mujer como ella. Sufría con la imagen
del Marqués, pues creía que el amarlo significaba las penas eternas, es decir, la temida
condena infernal.
Xavier se encamina al palacio, siendo previamente atendido y aconsejado. Incluso le
dan unas yerbas supuestamente medicinales, con la esperanza de que Concha sane. Llega al
hermoso palacio fundado por sus nobles ancestros. Es en ese lugar donde descansa su
moribunda amada. Lo recibe una vieja criada quien le informa de la gravedad de Concha.
Su preocupación aumenta y sólo quiere volver a estar con ella. Le cuentan, además, que ella
está impaciente por verlo. Cuestión que lo alegra. Pues el sentimiento y la impaciencia son
algo mutuo. Desean verse, abrazarse y pasar horas y horas juntas, tal como lo hicieron
innumerables veces en un pasado. Lo criada lo conduce hasta donde yace acostada, dolida
por su penosa enfermedad, Concha. Ella al verlo rompe en llanto. Pues el alcanzar a verlo
antes de perecer ha sido un anhelo que creía que no iba a lograr. Pero ahí estaba él decidido
a consolarla.
Ella lucía pálida, sumamente demacrada, como si no tuviese vida o esta se estuviese
escapando de su frágil cuerpo. Había en su mirada un dejo de melancolía y muerte. Verla
era asistir a la antesala del deceso final. Esto atormentaba al marqués, pero sin embargo,
ella estaba feliz. La pena anidaba en su corazón, comprendía que su amada Concha se
moría. No obstante, ella se esforzaba por atenderlo lo mejor que podía. Por eso, insiste en
hacer los honores del palacio. Ella se comporta como una verdadera niña enamorada, que se
esfuerza por atender los caprichos de su amado. Impaciente, nerviosa, como si fuese la
primera vez que se citan. Decidieron pasar casi todo el tiempo juntos. Sabían que estos días
sería un eterno recordar tiempos mejores.
A pesar de su iniciativa, no puede ser autosuficiente. Él debe vestirla y al hacerlo ella siente
en su interior arder los deseos de estar al lado de él. Estuvieron cerca de dos años sin verse.
Ella ya estaba casada y tenía dos hijas. Sin embargo, seguía enamorada de Javier. Se
preparó una íntima velada solo para los dos. La cena estuvo llena de recuerdos hermosos y
ratos humedecida por las lágrimas de Concha. Javier se compadece y sufre en sus adentros
al comparar la imagen de la Concha que permanecía en las memorias que siempre escrutaba
con alegría, en cruel contraste con la Concha que ahora estaba en frente a él. Eran tan
distintas. Ahora lucía toda demacrada, triste y casi sin vida. Quiso huir al pasado y
refugiarse en la imagen de una Concha jovial, alegre y risueña. Recuerda, también, a la
madre de ella. Conservadora, terca, que luchó hasta el cansancio por la separación. Ellos se
dedican a soñar, a sumergirse en este pasado sereno y a preguntarse qué hubiese pasado si
se hubiese trazado otro destino para ellos. Si las cosas hubiesen salido de otra manera. Si
las cosas hubiesen salidos como ellos deseaban. Sabían que todo sería distinto. Ella, sin
embargo, acusa a Xavier de haber sido un donjuán y de haberle sido infiel. Esto en gran
parte truncó cualquier realización de esos deseos. Pero ya el pasado poco importa. No
resisten y se besan. Pero al cabo de unos segundos ella se resiste.
Concha como podemos apreciar en el relato es un eterno contraste. Lo ama, pero
ahora sólo sabe que la emociones la matan. No quiere morir en pecado mortal. Pero su
llegada a revolucionado su mísera vida. Prefieren despedirse, y entre estos ritos, vuelve a
brotar el espíritu infantil de Concha. Es como si en sus últimos días quisiese sentirse como
en los primeros días de la vida. Llena de energía y de espíritu alegre. De esta forma,
entonces, se despiden entre juegos y muchas risas y tal vez esto mismo hace que su barrera
se disipe. Ella destapa finalmente sus sentimientos y hace que pasen la noche juntos. Él
duerme al lado de su débil cuerpo, joven pero demacrado. Pero todo es lágrimas, sonrisas y
bocas que se juntan. Ella duerme y el la observa en su palidez. Su cuerpo está demacrado
y dolido pero aun así es hermosa. Aprovecha la ocasión para colocar las yerbas que le
dieron. La noche termina y siente que nunca habían amado tanto. Fue un momento mágico
e indescriptible.
Ella despierta antes que él. Se encuentra mejor. Llegan a la conclusión e que el amor
es un gran médico y amanecen junto a risas y besos. Él sale y se encuentra con un paje. Ve
que él es digno de servir en la casa de su amada y conversando con él gana una enseñanza
tremenda: al que es humilde, en todas partes le va bien. Reflexionando sobre esta sentencia
del pequeño paje vuelve para seguir compartiendo con Concha. Recorren los jardines
mientras las hojas caen y los pétales vienen a caer en las faldas de ella. Muchas flores
comienzan a marchitarse, al igual que ella. La vida se les escapa. En estos lugares ella se
muestra aún más infantil que de costumbre. Es casi un niño que adoro los paseos y los
cuentos. Vuelven al palacio y ella goza contándole la apasionante historia del lugar. Sobre
las paredes de este palacio se erigen historias de ancestros, costumbres y épocas hermosas
que ahora son sólo un recuerdo.
El recuerdo, la memoria son temas constantes en esta obra. Pues, funcionan de
consuelo para este presente. Recorren el palacio evocando otros tiempos. Recordando
cuando eran niños inocentes y la única preocupación en la vida era jugar. Amar la vida,
gozar cada instante. Recorrían los pasillos con ágiles pies infantiles. Ella rememora esos
recuerdos lejanos, tiempos preciosos cuando sus risas infantiles retumbaban en los pasillos
del palacio. Al anochecer, Concha sintió frío y tuvieron que acostarla. Xavier al verla se
encuentra con un Concha pálida y temblorosa. Se alarma y desea llamar a un médico. Sin
embargo, como será de esperarse, ella se lo impide. Al cabo de media hora, parece estar
mejor. Lo mira, lo escruta, queriendo atesorar la imagen de su amado, sonriente en su
amorosa languidez. En esos momento, cuando la mirada preocupada de él se posa sobre
ella y esa conexión amorosa parece resurgir, ella le confiesa que en esos momentos le
parece una felicidad estar enferma porque él cuida de ella. Y el amor que siente Concha por
él es tan grande que el saber que su hombre se preocupa por ella la llena de alegría. ÉL
responde que también la quiere. Pero ella se resiste a aceptar esta verdad. Insiste en que
otro tiempo la quiso. De esta forma, se trasladen a los recuerdos de sus primeros
acercamientos amorosos. Algo en ese tiempo les decía que estaban destinados. Él le enseñó
todo lo que en amor debiera de saber. Ella aún era una chiquilla inocente. Pero
lamentablemente, la historia se dio de otra manera. El pasado fue hermoso. Tanto que ella
reconoce estar celosa del pasado.
Luego de esto y de la recriminación de Xavier. Ella le confiesa que sólo una cosa le
ha pedido a la Virgen de la Concepción: tenerlo con ella a la hora de su muerte. Luego de
esta revelación quedaron en silencio y ella se cobijó en las almohadas que de paso le
secaban las lágrimas que le corrían. Luego de esto pidió que se quemaran las cartas que él
le había escrito. Bromearon. Se rieron juntos. Pero finalmente decidieron de momento no
quemarlas después de una infantil demostración de celos por parte de Xavier que puso de
buen humor a Concha. El narrador, nos deja en claro, enseguida, que ese día nunca llegó y
que esa hermosas cartas llenas de sentimiento y melancolía nunca se quemaron y que ese
cofre lleno de dolientes carta le fue heredado a sus hija una vez que Concha falleció. Pues,
como sabemos, desde un principio del libro se entrevé que Concha ya ha fallecido.
Ambos pasan las horas mirando a los alrededores y por sobre todo recordando el
pasado. Luego nos muestran a la pareja a sola en la oscuridad, escuchando el suave
murmullo de la fuente. Silenciosos, con las manos enlazadas. En medio de aquel mágico y
enternecedor momento llega la criada, quien les advierte que es malo estar a la luz de la
luna por la brujas. No obstante, sieguen tomados de la mano, amparados en la creencia de
que nunca se dejarían, de que nunca dejarían de estar el uno para el otro. Hacen planes, se
besan. Todo parece transcurrir con serenidad, amor y tranquilidad. Parecen momentos
llenos de gozo y armonía. Parecen olvidar de momento el estado casi fatal de Concha. Pero
luego él recobra el peso al verla demacrada, mal y entristecida por el pensamiento de que la
hallasen muerta en aquel lugar. Él no aguanta tal realidad y abraza fuertemente su cuerpo
pálido, delgado, casi cristalino. Sin embargo, para él era más bella incluso estando pálida.
En ese momento ella se da cuenta que todavía le gusta. Rodea su cuello, pero el es
atormentado por una especie de visión de muerte y al orila suspirar en el recocijo del
sentirse amada, él alarmado cree que agoniza. Desesperado la besa como si de esa forma le
entregase un poco de su vida. Sus ojos se abrieron y en esos ojos el adivinó un imenso
sufrimiento. Al otro día, Concha ya no podía levantarse. Había sucumbido a la fase crítica
de su enfermedad.
La tarde caía en medio de un aguacero. El marqués estaba refugiado en la biblioteca,
ensimismado en la lectura de un libro de sermones religiosos escrito por el mismísimo
fundador del palacio. Mientras pasaba las hojas, su concentración era distraída a causa de la
vital naturaleza que se manifestaba en las afueras. Las ramas de los árboles crujiendo se
contraponían con el solemne silencio de la biblioteca. En medio de silencio, lo interrumpe
su tío, Don Juan Manuel. Con él comienza a conversar sobre la vendimia y los vinos en
general. El tío es un avezado en el tema y un bebedor. De hecho, está convencido de que si
Concha hubiese seguido sus pasos en el vino, no estaría enferma. En ese preciso momento
llega Concha.
Con ella comienzan a hablar de linajes. Es un tema que apasiona mucho a la
enferma muchacha. Pues, todo lo que tenga relación con un pasado glorioso la apasiona
enormemente. Su familia provenía de ilustre linaje español y ella es una conocedora
absoluta de sus nobles antecesores. Cuando Don Juan Manuel se retira habiendo invitado a
Xavier. Se quedan solos y es entonces cuando ella le confiesa un sueño premonitorio que
tuvo. Ella comprendía que el sueño era un aviso del cielo de que iba a morir. Xavier sólo
sonríe, pues no creía en esas cosas. Parte junto con Don Manuel y al despedirse se besan de
la forma ás románticamente posible. En ese beso Xavier volvió a su juventud, a sus tiempo
de melena. Vio en ese beso las sensaciones que sólo había experimentado en su juventud y
con eso vio en ella la realización de sus anhelos.
Parte junto con Don Manuel, pero este último tiene un accidente en el caballo que
los obliga a devolverse al palacio. Acá halla a Concha con sus hijas y entretenida con
peinar a la más pequeña. Eran criaturas hermosas y amigables. Ahora él ve en ella una
madre conformada. Sabe criar a sus hijas y es atenta con ella. Es verdaderamente una
madre ejemplar, educa y ama a sus retoñas con una dedicación admirable. Luego de
acostar a las niñas, se conversa alrededor de los leños. Están Concha e Isabel hablando de la
familia. Una de las pequeñas dormía en los brazos de Isabel y apoya su cabeza en los
hombres de Xavier, quien la coge en sus brazos. En estos momentos Xavier presencia la
triste despedida de Concha con una de sus hijas. Vio en ese momento un adiós definitivo.
Luego, pueden compartir a solas. Concha le muestra una carta que ha llegado de la madre
de Xavier. La lee y rompe en llanto. En esa carta la trata pésimo, como si fuese la peor de
las mujeres, le dice que la roba a su hijo. Es realmente horrible. Xavier ni siquiera hace el
intento de leerla. Simplemente la coge y la tira a la llamas mientras Concha lloraba antes
los improperios recibidos. Su madre era una fanática, achacosa, pero se desvivía por su
hijo. Maldecía a Concha porque la consideraba la causante de todos los desvaríos de
Xavier.
A pesar de todo, Concha le dice que obedezca a su madre. Xavier piensa marcharse,
pero el infantil miedo de Concha hacia las arañas es cómplice para que pasen otra noche
juntos. Por la mañana, las niñas avisan que Don Juan Manuel ha partido. Desean ir todos
caminando, pero Concha hace un infantil escena de celos que conlleva a que ninguna se
dirija al lugar que planeaban ir. Ella parece enojada, pero entre besos todo parece estar
bien. Realmente se aman. Entre bromas y blasfemias de Xavier se abrazan como dos
enamorados. Qudaron en silencio y Concha gemió: Yo muero. En ese momento siento el
peso de un cuerpo temblar. Dar espasmos y sus párpados se entreabrieron. Ve aparecer sus
ojos angustiados, sin luz. Es decir, sin vida. Concha había muerto. Había muerto la que
hace segudno tuvo entre sus brazos besando con pasión. No lo podía creer. Su cuerpo
comenzaba a adquirir las características de los difuntos. La mujer que tanto había amado
ahora yacía muerta.
Prosigue la narración del Marqués describiendo el lugar donde ahora se asienta a
meditar. Recorre los húmedos lugares del palacio. Anduvo a tientas por el palacio hasta
llegar al dormitorio de Isabel, su otra prima. Al verla durmiendo tuvo deseos de tocarla, de
hacerla suya por un momento. Ella despierta pero no se resiste. Él es u hombre que cae
fácilmente en el pecado. Que su sucumbe dócil antes los pecados de la carne. Culpa al
destino de su condición. Pero mientras se besaban, Isabel manifestó estar preocupada de
que se aparezca Concha. Vuelve a ver a Concha. Observa su faz amarilla por la muerte.
Siente un terror inmenso, indescriptible. Es el encuentro con la muerte. El horror se apodera
de él y su cuerpo estrecha el cuerpo inerte de aquella con la cual tantas veces había
dormido. La coge y la conduce a su alcoba. El camino era difícil. Recorre pasillos a oscuras
y salones con aquella carga inerte entre sus brazos. Es una imagen tan aterradora como
hermosa. Una muestra de verdadero amor. La oprime con desesperada angustia. Llega a su
alcoba perfumada de recuerdos. La deposita en su lecho y se aleja sin ruido. La fragancia de
la alcoba encendía la memoria. Volvían las sensaciones del pasado. Del tacto y los besos de
ella. De su cuerpo, de todo su ser. Las memorias lo carcomen. Su amada se ha ido para
siempre.
Al amanecer llegan las hijas de la difunta sin tener noticia de lo que acaba de
acontecer. Corren a despertarla y en ese eterno trayecto el peso de la muerte vuelve a caer
sobre Xavier. Su Concha ha muerto. Ha muerto la flor de su vida y su vida ahora era una
amarga tristeza. Se pregunta se volverá a encontrar a una princesa como ella ante la cual
cada gesto de él le parezca magnífico. Se pregunta si habrá otra como ella y ante esta duda
rompe en llanto. Llora como si fuese un Dios al que no le quedan seguidores. Ha muerto su
razón de alegrías. Ha muerto aquella mujer que le rendía pueril devoción.
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