Pablo Javier Valle BañuelosÉtica 2 (extraordinario)
13.03.2015.
La ética kantiana
El proyecto kantiano es aquí el de crear un sistema que fundamente la ética únicamente a través del uso
de la razón, alejando de ella toda consideración que se base en la experiencia: “cualquiera ha de
reconocer que una ley cuando debe valer moralmente, o sea, como fundamento de una obligación,
tendría que conllevar una necesidad absoluta […], por lo tanto […], el fundamento de la obligación no
habría de ser buscado aquí en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del mundo, sino
exclusivamente a priori en los conceptos de la razón pura […]”1. Esto responde al deseo de que el
sistema resultante tenga una validez universal para todo ente racional en cuanto tal. En este respecto,
concuerdo con Gaos cuando dice que “2[…] es un supuesto de Kant […] que Ciencia, Ética, Filosofía...
deben ser universalmente válidas”. Sin embargo, es difícil discutir (una vez que se ha aceptado este
presupuesto) con la minucia argumentativa que caracteriza la producción kantiana. En este trabajo,
lejos de aventurarme a ello, únicamente me dedicaré a retratar los puntos fundamentales de la
argumentación presente en la Fundamentación para una metafísica de las costumbres recurriendo
directamente al texto, así como a comentadores de la obra de Kant.
El primer paso será marcar la diferencia fundamental entre los actos morales y los de otra
índole, dejando en claro que “[…] aquello que debe ser moralmente bueno, no basta con que sea
conforme a la ley moral; sino que también ha de ser por mor de la misma […]”3, o dicho de otra forma:
“toda moralidad –auténtica, tiene una forma, igualmente auténtica: la de una voluntad que se determina
a obrar movida puramente por el sentimiento de deber […]”4. Para aclarar lo anterior, se debe plantear
1 Kant, I., Fundamentación para una metafísica de las costumbres, pp. 70 – 71 (énfases en el original).2 Gaos, J., Obras completas IV, p. 311.3 Kant, op. cit., p. 72 (énfasis en el original).4 Gaos, op. cit., p. 312.
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que “la buena voluntad [aquello que es bueno sin restricción alguna] no es tal por lo que produzca o
logre, ni por su idoneidad para conseguir un fin propuesto, siendo su querer lo único que la hace buena
de suyo […]”5, es decir que la moralidad estriba no en los resultados materiales de los actos, sino en el
acto mismo. “El determinarse la voluntad a obrar movida puramente así, es la virtud […] El
determinarse la voluntad a obrar en el sentido de la virtud pero sin 'caídas', sino definitiva, eterna,
absolutamente, es la santidad [...]”6 (esto último, un ideal inalcanzable al que el hombre sólo puede
esperar tender, más no tocar). Desde ya se introduce aquí un marcado énfasis en la figura de la
voluntad, cosa comprensible al considerarse que el fundamento de toda ética es, sin duda, el que los
actos que se juzguen sean producto de un ente volitivo. No tendría sentido emitir un juicio ético acerca
de los sucesos que se dan como resultado de la configuración natural del mundo, tanto como no tendría
sentido asignarle un valor ético a aquello que se hace por descuido u omisión.
Continuando por otro lado, vale la pena aclarar que para Kant todo ser conlleva una
organización natural que lo dota de las mejores herramientas posibles para desarrollarse en su entorno,
y no es distinto el caso de los seres racionales. Esta naturaleza es de tal forma en el hombre que lo
mueve a él y a todas sus facultades hacia un fin particular. Kant argumenta en contra de la idea de que
este fin natural es la felicidad mostrando cómo las dotes naturales del hombre lo suelen alejar de ello.
De esto se deduce que “[…] el auténtico destino de la razón tiene que consistir en generar una voluntad
buena en sí misma [una voluntad que actúe siempre de acuerdo a la ley moral] […] algo para lo cual
era absolutamente necesaria la razón […]”7. Así, la búsqueda de la felicidad sólo puede ser vista como
un medio para mantenernos en capacidad de cumplir el deber de acatar la ley moral, pero nunca como
5 Kant, op. cit., pp. 80 – 81. 6 Gaos, op. cit., p. 313.7 Kant, op. cit., pp. 84 – 85.
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un fin en sí mismo. Más aún, el actuar siempre por deber a la ley moral “[…] no acarrea la felicidad –
en esta vida, en este mundo”8. En este punto, y despojando a la moralidad toda posibilidad de hallarse
en el resultado de los actos, Kant adelanta una primera formulación de lo que más adelante nombrará
como imperativo categórico: “[…] yo nunca debo proceder de otro modo salvo que pueda querer
también ver convertida en ley universal a mi máxima”9.Esto será el centro de su argumentación, tanto
para defender su valor como principio racional de la acción práctica, tanto como para demostrar su
posibilidad.
Partiendo de la necesidad anteriormente planteada de que la ética sea universal, se entiende que
el rigor racional debe ser absoluto en cuanto se trata de alejar a la moralidad de cualquier caso de
experiencia, pues “el peor servicio que se puede rendir a la moralidad es querer hacerla derivar de unos
cuantos ejemplos. Porque cualquier ejemplo suyo que se me presente ha de ser enjuiciado
primeramente según principios morales, para ver si es digno de servir como ejemplo primordial o
modelo, pero en modo alguno puede suministrar el concepto de moralidad”10. Así queda claro que esta
ética no está fundada en “[…] nada extraño, trascendente a la moralidad misma, singularmente no en
nada religioso ni teológico”11. Es decir, el actuar no puede regularse, si se le quiere considerar moral,
con el uso patrones y máximas extraídas de la experiencia, sino con principios universales a priori que
respondan únicamente a la razón. Esta fundamentación racional de la acción practica es lo que
constituiría una metafísica de las costumbres propiamente dicha, y su necesidad se verá reflejada
claramente cuando se comiencen a tratar las ideas de autonomía de la voluntad.
8 Íbid., p. 314.9 Íbid., p. 94.10 Íbid., p. 105.11 Gaos, op. cit., p. 314.
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Lo anterior no sólo es necesario para la construcción de un sistema filosófico puro de carácter
universal en el cual se fundamente la moral, sino que también sirve una función práctica, ya que Kant
parece considerar que éste es el único modo en que el hombre pueda persuadirse de llevar una vida
plenamente moral, esto debido a que “[…] una teoría moral mixta, que combine como móviles
sentimientos e inclinaciones y al mismo tiempo conceptos racionales que no se dejan subsumir bajo
principio alguno y que sólo pueden conducir al bien por casualidad, pero también desembocan con
suma facilidad en el mal”12, no puede ser deducible con el uso exclusivo de la razón, y por lo mismo no
puede ser universal ni universalmente convincente.
Sólo un ser racional pude guiar sus actos de acuerdo a principios racionales, a leyes universales,
por lo tanto “la voluntad no es otra cosa que razón práctica” y ésta se debe entender como “[…] una
capacidad de elegir sólo aquello que la razón reconoce independientemente de la inclinación como
prácticamente necesario, o sea, como bueno […] La representación de un principio objetivo, en tanto
que resulta apremiante para la voluntad, se llama mandato (de la razón), y la fórmula del mismo se
denomina imperativo”13. De estos imperativos se diferencian dos clases, dependiendo de si su mandato
es hipotético o categórico. “Los primeros representan la necesidad práctica de una acción posible como
medio para conseguir alguna otra cosa que se quiere (o es posible que se quiera). El imperativo
categórico sería el que representaría una acción como objetivamente necesaria por sí misma, sin
referencia a ningún otro fin”14. Éste segundo es el único que puede ser llamado de moralidad, y con él
se establece finalmente “un criterio supremo de enjuiciamiento para la moralidad y, con el reajuste
correspondiente, para toda la conducta humana”15 el cual “[...] nos exige obrar de un modo
12 Kant, op. cit., pp. 109 – 110. 13 Íbid., p. 112 (énfasis en el original).14 Íbid., p. 114.15 Höffe, O., Immanuel Kant, p. 171.
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determinado; y esta exigencia, a tenor del calificativo 'categórico', es la única totalmente válida”16. En
tanto que este imperativo categórico condiciona el actuar moral desde la razón, también lo presupone
como posible para todo ser racional. El acto moral, por ende, es posible pues racionalmente
concebimos un principio que rige sobre nuestras acciones; la moralidad es un hecho en tanto que somos
seres racionales que conciben al imperativo categórico, imperativo que nos compele a dirigir la acción
en un sentido particular (el de la moralidad).
Éste imperativo categórico, como principio de validez universal, sólo puede ser uno, a pesar de
que se le puede enunciar de tres maneras (al menos son éstas las que Kant menciona). En su forma
básica, el imperativo se formula de la siguiente manera: “obra sólo según aquella máxima por la cual
puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal”17. Las máximas deben ser
entendidas como “[…] actitudes fundamentales que confieren su orientación común a una serie de
intenciones y acciones concretas”18, es decir que las máximas dependen de las condiciones en las que se
encuentre el sujeto que las formula, diferenciándolas así de normas universales (de las cuales la única
es el imperativo categórico). Lo anterior anticipa de nuevo la discusión que Kant entablará acerca de la
voluntad y la libertad que permiten la existencia del imperativo. Sin embargo, al ser este imperativo un
principio racional, “[…] no tiene sentido querer deducir [su realidad] a partir de algún particular
atributo de la naturaleza humana”19, sino que hay que fundamentarlo únicamente a través del uso de la
razón.
16 Idem.17 Íbid., p. 126 (énfasis en el original).18 Höffe, op. cit., p. 175.19 Kant, op. cit., p. 132 (énfasis en el original).
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Argumentación a favor del imperativo categórico
La argumentación de Kant en respecto a la posibilidad del imperativo categórico se encausa
primeramente en la búsqueda de “[…] algo cuya existencia en sí misma posea un valor absoluto, algo
que como fin en sí mismo pudiera ser fundamento de leyes bien definidas” pues “ahí es donde
únicamente se hallaría el fundamento de un posible imperativo categórico, esto es, de una ley
práctica”20. Este algo son los seres humanos, pues “[…] los seres racionales reciben el nombre de
personas porque su naturaleza los destaca ya como fines en sí mismos, o sea, como algo que no cabe
ser utilizado simplemente como medio, y restringe así cualquier arbitrio (al constituir un objeto de
respeto)”21. “El fundamento de este principio estriba en que la naturaleza racional existe como fin en sí
mismo”22. Así, “la humanidad ha de ser, entonces, el fin propio de una voluntad regida por el
imperativo categórico y la condición suprema limitativa de cualquier otro fin particular”23.Gaos señala
(con razón) que la ética kantiana “[…] gravita sobre este sentimiento de la propia dignidad de la
persona […]”24. En efecto, si no se acepta por verdadero que el hombre, por pura virtud de su
naturaleza racional, se deba tomar como fin en sí mismo, no parecería haber otra forma de llegar a esta
conclusión, al menos no en Kant. Sobre esta línea, Viola apunta que:
Para que el hombre pueda determinar su obrar por principios racionales y en consecuencia autónomos, es necesario
que se relacione con algo otro respecto de sí mismo, pero que es lo que fundamenta su humanidad. Por lo tanto,
cuando respetamos la humanidad del hombre determinando nuestro actuar por la mera representación de la ley, no
reducimos a cada hombre a una función intercambiable o un elemento canjeable en una serie homogénea. Ya que lo
20 Íbid., p. 137.21 Íbid., p. 138 (énfasis en el original).22 Íbid., p. 139.23 Viola, F., Consideraciones en torno a la concepción kantiana..., p. 5.24 Gaos, op. cit., p. 318.
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humano es distinto de la naturaleza racional, la excede; y en la ley moral nos relacionamos con la naturaleza
racional. De esta forma, obrar en concordancia con el imperativo categórico no implica reducir los sujetos a una
racionalidad que, a modo de denominador común los define e identifica de manera unívoca25.
Esta puntualización es importante, pues clarifica que Kant en ningún momento pierde de vista lo
humano al trazar su sistema, reconociendo siempre que el individuo al que modela es susceptible a la
humanidad no sólo de sí mismo, sino de aquel sobre el que actúa, siendo consciente de ello en todo
momento y otorgando al otro el mismo valor con el cuál se parte al momento de realizarnos como
agentes morales.
De lo anterior se extraen los siguientes principios, los cuales serán fundamentales para las
conclusiones a las que intenta llegar Kant:
Principio 1: Todo ser racional es un fin en sí mismo.
Principio 2: “El fundamento de toda legislación práctica se halla objetivamente en la regla y la
forma de la universalidad que la capacita para ser una ley […], según el primer principio, pero
se halla subjetivamente en el fin, según el primer principio”26.
De estos dos principios se sigue que “el sujeto de todos los fines es cualquier ser racional como fin en
sí mismo […]”27.
25 Viola, op. cit., pp. 14 – 15.26 Íbid., p. 142.27 Íbid., p. 143 (énfasis en el original).
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Principio 3: “[...] La voluntad de cualquier ser racional legisla universalmente”28.
Ya se adivina aquí que estos principios sirven de sustento para la idea de la autonomía de la voluntad, la
cual es “[…] aquella modalidad de la voluntad por la que ella es una ley para sí misma
(independientemente de cualquier modalidad de los objetos del querer)”, es decir la capacidad que la
voluntad tiene de autodeterminarse en el movimiento hacia uno u otro objeto (ya sea tomándolo como
medio o como fin). Sobre esto, Höffe dice que “la autonomía designa negativamente la independencia
respecto a las determinaciones materiales; positivamente, la autodeterminación o autolegislación”29.
Es una condición necesaria para la autonomía de la voluntad el que los seres racionales sean
libres, sin embargo el ser humano se encuentra sujeto a una causalidad natural que determina el estado
de todos los objetos sensibles que se le presentan. Para Kant basta con afirmar que “todo ser que no
puede obrar sino bajo la idea de libertad es por eso mismo realmente libre [...]”30, pero para entender
esta idea es necesario colocar a los seres racionales como partícipes de ámbitos de existencia
independientes el uno del otro. El primero de estos ámbitos corresponde a la esfera de los
fonomenológico (lo que se nos presenta a través de los sentidos), y el segundo al de las cosas en sí
(aquello a lo que no tenemos acceso por ninguna vía del entendimiento). Al respecto de esto, Kant dice
que “un ser racional ha de verse a sí mismo, en cuanto inteligencia […], no como perteneciente al
mundo sensible, sino al inteligible [...]”31, así que“[…] cuando nos pensamos como libres, nos
trasladamos al mundo inteligible como miembros de él y reconocemos la autonomía de la voluntad,
junto con su corolario, que es la moralidad; pero cuando nos pensamos como sometidos al deber, nos
28 Ídem (énfasis en el original).29 Höffe, op. cit., p. 186.30 Kant, op. cit., p. 169. 31 Íbid., p. 176.
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consideramos como pertenecientes al mundo sensible y a la vez, sin embargo, como miembros del
mundo inteligible”32.
Esta pertenencia de los seres racionales a un mundo sensible y otro inteligible es lo que permite
la existencia del imperativo categórico, pues “[…] si fuera únicamente [parte del mundo inteligible],
todas mis acciones serían siempre conformes a la autonomía de la voluntad, mas como quiera que me
intuyo al mismo tiempo como miembro del mundo sensible, deben ser conformes a dicha autonomía”33.
Así, “el imperativo categórico expresa el concepto y la ley que rigen a la voluntad autónoma; y la
autonomía posibilita el cumplimiento de las exigencias del imperativo categórico”34.
Con esto termina la argumentación kantiana a favor del imperativo categórico como principio
rector de las acciones humanas, así como sobre la moralidad, finalizando con una última consideración
en la cual habla sobre la aparente paradoja existente en la pertenencia del hombre a dos mundos
disntintos y nuestra incapacidad por concebir al imperativo categórico en manera absoluta más que a
través de éstos: “[…] el que la razón no pueda hacer concebible una ley práctica incondicionada (como
ha de serlo en imperativo categórico) conforme a su necesidad absoluta no es algo que suponga una
censura para nuestra deducción del principio supremo de la moralidad, sino más bien un reproche que
habría de hacerse a la razón humana en general […]35”. Así, frente al abismo que nos separa del mundo
de las cosas en sí, no podemos más que detenernos sin siquiera atisbar la naturaleza de éste, mas
debemos reconocerle nuestra pertenencia.
32 Íbid., p. 177.33 Íbid., p. 178.34 Höffe, op. cit., pp. 183 – 184.35 Kant., op. cit., p. 194.
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Bibliografía
KANT, Immanuel, Fundamentación para una metafísica de las costumbres (trad. de Roberto R. Aramayo).
Madrid, Alianza Editorial, 2002.
GAOS, José, Obras completas IV. De Descartes a Marx. Estudios y notas de historia de la filosofía (prol. de
Ramón Xirau, coord. de la ed. Fernando Salmerón). Ciudad de México, IIFs-UNAM, 1997.
HÖFFE, Otfried, Immanuel Kant (trad. de Diorki). Barcelona, Herder, 1986. (Bilioteca de filosofía 21)
VIOLA, Ignacio, “Consideraciones en torno a la concepción kantiana de dignidad humana desde una perspectiva
heterónoma”, en Revista de filosofía vol. 39, núm. 1, pp. 187-201 (2014).
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