La cultura de Alianza, el regalo de Schoenstatt para nuestra Iglesia
1ª PARTE: Introducción
El término Cultura de Alianza, es ampliamente utilizado a partir de 2010, por la Familia de
Schoenstatt en todo el mundo. Surge con la apertura de la peregrinación espiritual que la
Familia ha iniciado en octubre de ese año, en torno a preparar la gran fiesta del primer
centenario de su existencia. Sí, el 18 de octubre de 2014, la Iglesia celebrará que el
Espíritu Santo nos regaló un nuevo carisma que responde a los retos de la modernidad
tardía.
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Mi intención aquí es poner al alcance del mayor número posible de hermanos en
Cristo las ideas básicas de la Cultural de Alianza, toda vez que se trata de un regalo de
Dios para su Iglesia y no es propiedad exclusiva de un grupo. Hacer Cultura de Alianza
significa tener la plena conciencia de que por el bautismo estamos llamados a colaborar
constantemente en el Plan de amor del Padre Dios, lo cual exige salir de los muros de
nuestras iglesias, parroquias o movimientos e intentar plasmar el Evangelio en la vida
familiar, del trabajo, de los estudios, de la diversión, de la moda y en general en todo
aquello que somos y hacemos. Pero la mera conciencia no basta. Hay que seguir un
camino, hay que arriesgarse, hay que poner manos a la obra. Así pues, este escrito
pretende mostrar cómo la familia de Schoenstatt ha respondido, guiada por el Espíritu
Santo, desde hace casi 100 años, a esta urgencia de hacer historia de la mano de Dios y
cómo la maternal presencia de María nos ha sostenido como Familia, fieles a la Iglesia de
Cristo.
Para explicar lo que debemos entender por Cultura de Alianza, será necesario
remitirnos a la historia que dio forma a esta idea. Haremos un recorrido por los cuatro
Hitos o momentos decisivos de la historia fundacional de la Familia de Schoenstatt, para
reconocerla cómo la historia de una Alianza ampliamente bendecida y prolijamente
fecunda. En la última parte mencionaremos las convergencias de la Espiritualidad de
Schoenstatt con las líneas de la Nueva Evangelización del Concilio Vaticano II.
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2ª PARTE: En la luz divina. La fundación.
Nuestra historia la podemos ubicar en un pequeño pueblo alemán a orillas de Rhin en
1912, cuando un joven sacerdote, el P. José Kentenich, presenta a un grupo de jóvenes
seminaristas su proyecto de conquista interior, es decir, les propone la tarea del
autoconocimiento y la autoformación. El Padre Kentenich ve en sus jóvenes, y en general
en la cultura, una tendencia hacia la desintegración de la personalidad y por ello les
plantea la conquista del mundo interior como tarea urgente. El programa tenía en esencia
el objetivo de autoformase para llega a ser “personalidades recias, libres y sacerdotales”.
Ya desde este momento el padre Kentenich presenta el reto como un imperativo histórico
“el tiempo lo exige” y como un reto de “ejercer una profunda y eficaz influencia en nuestro
ambiente” dicho influjo no será teórico o intelectual sino vivencial y existencial “y lo
haremos en último término, no por el brillo de nuestra inteligencia sino por la fuerza, por la
riqueza interior de nuestra personalidad” (Documentos de Schoenstatt).
En 1914, en plena Guerra Mundial se realiza lo que después se conocería como
la fundación de la Familia. Eran tiempo difíciles. Los seminaristas estaban siendo
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requeridos en el frente de batalla, lo cual exigía una decidida colaboración en el plan de
Dios. A través de su propia experiencia el Padre Kentenich sabía la gran influencia
formadora que tiene la Madre de Dios para quien se entrega plenamente en sus manos.
De esta experiencia y de otros hechos que el Padre Kentenich supo ver como signos de la
voluntad de Dios, les propone a los jóvenes sellar una Alianza de Amor con la Virgen
María.
La Alianza se realizó el 18 de octubre de 1914, unos días antes de que ellos
partieran a la Guerra. Se trata de un solemne contrato entre Dios y el hombre, donde
María sirve como garantía de la parte humana y como mediadora de la parte divina. Se
trata de un ofrecimiento por parte de los jóvenes y el padre Kentenich por esforzarse en
vivir fielmente la vida de oración y sacrificio fuera de las paredes de su casa de formación
y la suplica a la Madre de Dios de que instale su trono de gracias e inicie una corriente de
vida y de renovación para la Iglesia y para la cultura, en la capilla que recién ellos habían
habilitado para sus reuniones.
Fue hasta 1919 cuanto el P. Kentenich tuvo la certeza de que el ofrecimiento de
los jóvenes había sido tomado en serio tanto por ellos como por la Madre de Dios. Puesto
que para ese año, ya terminada la Guerra, muchos de ellos no volvieron, pues dieron
ejemplarmente su vida. En cambio a la capillita, que ellos habían ofrecido a la Santísima
Virgen como morada suya y de la Trinidad, empezaron a llegar miles de peregrinos de
toda Alemania, motivados por el testimonio que los jóvenes soldados había mostrado en
las trincheras, inspirados por un solo pensamiento: El amor a la Reina de su corazón, la
Madre Tres Veces Admirable de Schoenstatt.
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3ª. PARTE: En la confianza divina. El desarrollo
En los años entre 1919 a 1942 la familia vive un crecimiento en el número de sus
miembros en todas las direcciones: jóvenes, universitarios, estudiantes de teología,
sacerdotes, mujeres; además se funda el Instituto Secular de Hermanas de María. Pero al
mismo tiempo una nueva catástrofe de dimensiones incalculables empieza a amenazar la
Historia. En septiembre de 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial. La familia de
Schoenstatt decide abandonarse más radicalmente en las manos de María e inicia una
corriente de coronación, en la que reconoce la soberanía de nuestra Madre. Ella tiene
que tomar el cetro y guiar a la Familia en la nueva crisis mundial.
En septiembre de 1941, el P. Kentenich, es detenido por la Gestapo y en enero de 1942,
es trasladadlo al campo de concentración de Dachau. Este hecho urge a los miembros de
la Familia a una más radical vivencia de la Alianza de Amor con María; esto implica una
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maximización de las exigencias por alcanzar la santidad en el día de trabajo, es decir, en
todos los ámbitos que normalmente se consideran profanos. La familia se entrega
amorosamente en medio de todas las dificultades materiales y existenciales de la Guerra
y todo lo ofrecen como regalo de amor a la Reina de Schoenstatt para que ella logre la
libertad del Padre Fundador.
A partir de este hecho el fundador no solo es visto como líder del movimiento, sino
como verdadero padre de la Familia y el amor a su persona suscita la solidaridad de todos
sus hijos espirituales, es en este tiempo cuando Schoenstatt toma plena conciencia de
dos de sus elementos fundamentales: 1) la solidaridad de destinos, es decir, la santidad
de unos repercute en la de los otros y 2) la vivencia Paterno-Filial, que Dios hace posible
a través del fundador, esto significa que Dios transfiere sus cualidades a ciertas personas
que libremente se disponen a colaborar en alianza con Él, y de este modo los hace
transparentes suyos. El fundador es figura del Padre-Dios y por ello puede dar vida. Esto
no es, por supuesto, privativo del fundador sino que es una herencia para todos los
miembros del movimiento. Todos pueden engendrar vida a través de una profunda
vivencia de ser hijos de Dios. Esto es lo que María regala en forma especial a través de la
Alianza, y esto es lo que la familia de Schoenstatt desarrolló en los duros años de la
Segunda Guerra, cuando el fundador cambió libremente su libertad exterior por la libertad
interior de sus hijos.
Durante este tiempo Dios regaló a la Familia un desarrollo nunca antes visto, el
Movimiento salió de las fronteras alemanas y se extiendo por todo el mundo, gracias al
servicio y a la entrega generosa del P. Kentenich a los sacerdotes, obispos y todos los
que necesitaron su auxilio y su paternal consuelo, en ese infierno que fue Dachau.
Además surge algo muy propio de la Familia: la Red de Santuarios Filiales. Es decir, la
Capillita que los jóvenes ofrecieron a la Santísima Virgen, como su Santuario, se puso en
movimiento para llegar a todo el mundo. De tal suerte que actualmente la Familia tiene
casi 200 santuarios filiales alrededor del mundo (5 en México).
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4ª. PARTE: En la fuerza divina. La profundización.
El tercer momento en el desarrollo de esta vivencia viene en 1951 cuando el fundador
tiene que explicar ante las autoridades eclesiásticas las novedades que la existencia de la
Familia de Schoenstatt plantea para la Iglesia. Para esto el P. Kentenich dirige a su
obispo una extensa carta en la que explica su noción de autoridad, íntimamente
relacionada con la idea de libertad y respeto recíproco. Para justiciar esta perspectiva
desarrolla una teología de las vinculaciones y de los ideales que garantizan la libertad
interior.
En dicho documento el P. Kentenich desarrolla la idea del Hombre Nuevo para la
Nueva Comunidad que su Familia había tratado de encarnar desde 1912. Este
documento, traerá como consecuencia el destierro por 14 años del P. Kentenich. La carta
inicia poniendo de relieve dos mentalidades: la de Schoenstatt y la de la cultura occidental
que ha penetrado también las estructuras de la Iglesia. Para mostrar las profundas
diferencias entre ambas, considera el tema de la obediencia y muestra cómo,
dependiendo del enfoque, la obediencia puede conducir a crear personalidades libres u
hombres-masa. En seguida explica su idea de libertad, la cual implica nuestra vocación a
ser hijos de Dios en Cristo. Finalmente apoya su pedagogía de la libertad en una
educación para desarrollar una honda actitud filial ante Dios (Alessandri 1996).
El envío de esta carta al obispo alemán fue enmarcado en una plática, en Chile,
conocida como Platica del 31 de mayo en la que el P. Kentenich invita a su Familia a
asumir plenamente el riesgo que este informe traería. Esto significó que la Familia
profundizará una vez más su Alianza de Amor con María y cobrará plena conciencia de lo
que ello significa, no solamente al interior de Movimiento sino, a partir de ese momento,
en su relación y misión respecto a la Iglesia. Esta misión que la Familia de Schoenstatt
concretiza frente a la Iglesia consiste en presentar de manera clara una nueva mentalidad
que sea capaz de modificar las estructuras de la cultura contemporánea. Es decir, frente
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al desarraigo y vacío interior que son consecuencia de la mentalidad mecanicista y la
cultura de masa, la Familia del Padre Kentenich presenta una mentalidad orgánica, que
vincula la vida diaria con la realidad divina, para forjar una Cultura de Alianza.
Se trata de la misión de María, Ella “como ser puramente humano permite
descubrir cómo creer en Cristo y seguirlo, para lo cual Cristo no puede ser modelo”
(Alessandri, 1996). María tiene como gran misión trasformar la cultura para realizar en ella
el nuevo Pentecostés, y para ello necesita Aliados, personas dispuestas a encarnar en
sus propias vidas la nueva forma de ser santos, santos del día de trabajo, de lo cotidiano;
María puede enseñarnos esto puesto que es la forma en la que Ella misma se relacionó
con Cristo. A esta forma de unir fe y vida, santidad y trabajo diario, vivencia de Dios con la
vivencia del amor humano y de los gozos celestiales con los terrenales, es lo que en
Schoenstatt se llama, mentalidad orgánica. Y esto es el fruto de una honda experiencia de
Alianza con María (Alessandri, 1996).
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5ª.PARTE: En la Victoriosidad Divina. Los frutos.
En 1962, año en que inicia el Concilio Vaticano II, el P. Kentenich tenía ya 11 años
separado de su Schoenstatt, más de una década en que su amada Iglesia le había
impuesto la más dura de las pruebas: la fidelidad. Muchos de sus colaboradores más
cercanos, al no comprender sus intenciones y sus ideas, lo habían abandonado, la Obra
de toda su vida estaba siendo probada, sin embargo en todo momento él permaneció
“poseído por una extraordinaria conciencia de misión sobrenatural, profundamente
arraigado en Dios, con una inmensa paz e inconmovible en su confianza” (Fernández
2000). En su camino de destierro pronuncia estas palabras para la Familia en Argentina:
Dios nos manda dificultades para desprendernos de nosotros mismos, para que crezca
nuestra fe, para que nuestro corazón se desprenda más y más, “Señor, si quieres
quitarme este hijo…” Puede ser más difícil renunciar a los hijos espirituales que incluso
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a uno mismo (…) Quien es autentico hijo de Schoenstatt, quien creé que Schoenstatt
es una obra de Dios, no se perturba por nada (en Fernández 2007).
En 1965, durante el último capítulo del Concilio, el Papa Pablo VI, contra toda
esperanza humana, ratifica la decisión del Santo Oficio que libera al Padre Kentenich, de
las acusaciones que pesaban sobre él y lo habilita íntegramente a sus funciones de
fundador y director de la Obra de Schoenstatt. “Tal como lo había previsto, todo sucedió
de tal forma que no cupo la menor duda que no fueron los medios humanos los que
obtuvieron ese desenlace sino la Santísima Virgen” (Fernández 2007).
El 21 de noviembre de 1964, Pablo VI proclama a María como Madre de la Iglesia,
con esto la Iglesia jerárquica reconoce a María su misión de Educadora y su particular
carisma para ser la Gran Evangelizadora de la nueva cultura. Esto es lo que Schoenstatt
había proclamado desde 50 años atrás y lo había profundizado en los momentos
decisivos de su historia. El Padre Kentenich ve en esto un nuevo llamado para su Familia,
al fin Schoenstatt puede desplegar toda la fuerza de su carisma en todos los ámbitos de la
vida eclesial.
El 8 de diciembre de 1965, cuando clausura el Concilio, el padre Fundador dicta
una charla para su Familia, en la que expone las consecuencias de la nueva situación que
se le presentan a toda la Obra de Schoenstatt. Tras el Concilio Vaticano II, la Iglesia
institucional y Schoenstatt han convergido en una común mentalidad teológica. De tal
modo que al hacer suyo el Concilio, Schoenstatt “se reencuentra con su propio carisma
que antes que riqueza suya, lo es de la Iglesia” (Alessandri 1996). Una vez concluido el
Concilio resulta más claro que las causas de las tensiones entre Schoenstatt y la jerarquía
de la Iglesia provenían justamente de que Schoenstatt prefiguró la Iglesia postconciliar.
Esta prefiguración se explica porque en el centro de su carisma existió, desde el inicio,
una vivencia de Iglesia-familia, una proyección de la Iglesia para la cultura del mañana y
una corriente de gracias que provenía de la Iglesia-Alianza, que había tenido momentos
importantes de profundización en 1942 y 1951.
Si bien el asemejamiento de la Iglesia postconciliar y Schoenstatt se dio en
automático una vez concluido el Concilio, Schoenstatt tenía que incorporarse plenamente
a la misión de la Nueva Iglesia. Este nuevo reto puede resumirlo el Padre Kentenich
recordando algunos antiguos lemas, como por ejemplo: “Todo para Schoenstatt,
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Schoenstatt para la Iglesia y la Iglesia para la Santísima Trinidad” o “Schoenstatt corazón
de la Iglesia, de una Iglesia que es alma del mundo”. Así el llamado para la Familia de
Schoenstatt, tras el Concilio, es regalar a la Iglesia, la experiencia ya vivida por casi 50
años, en la que muestre la mutua relación del vínculo paterno con la libertad filial y la
unidad fraterna; esto que fue el resultado del Concilio y en lo que la Familia de
Schoenstatt ya tenía, para entonces, experiencia. A partir de 1965, la Familia buscará una
relación cada vez más estrecha con la jerarquía de la Iglesia, en todos sus niveles,
parroquial, diocesano y universal.
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6ª. Parte: La Cultura de Alianza. El reto.
El 2014 es un año de gracias especiales para la Familia schoenstattiana, el acto
fundacional por el cual Dios le regaló un carisma propio, celebrará sus primeros 100 años,
con este motivo, el Papa Francisco ha concedido Indulgencia Plenaria para todos los
santuarios de Schoenstatt en el mundo; esto obliga a la Familia a preguntarse por el
sentido de esta celebración y de estos regalos que ha recibido en su historia y recibe en
su presente. Y Schoenstatt ha respondido con lo que se ha llamado la Cultura de Alianza,
lo cual significa, hacer realidad la convergencia de la Nueva Iglesia con los ideales
originales de Schoenstatt que, en primer lugar, consiste en dar a conocer a María como
Estrella de la Nueva Evangelización para la cultura en su totalidad, destacando su poder
de Madre Educadora.
La Familia de Schoenstatt tiene una estructura federativa, respondiendo
concretamente a la idea de autoridad del fundador, de tal manera que en cada región el
Movimiento adquiere matices y costumbres propias, concretizando el ideal del P.
Kentenich de establecer comunidades originales unidas por los lazos de la solidaridad y
no de organizatividad, esto responde al anhelo del hombre que libremente se dispone
para dar lo mejor de sí mismo y evita así su masificación –hombre nuevo, para la nueva
comunidad-. Lo que identifica a cada comunidad y miembro de dichas comunidad es la
Alianza de Amor con María que lo anima para vivir en el mundo del trabajo, de los
estudios, de los negocios, etc. en la libertad de los verdaderos hijos de Dios.
El reto que la familia de Schoenstatt tiene para estos próximos 100 años es
plasmar más fiel e íntegramente la Cultura de Alianza, lo cual implica realizar una síntesis
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vital entre el Evangelio y los deberes cotidianos de la vida según el estado de cada quien,
laico o consagrado. Esto significa ser testimonios vivos de que no es el miedo sino la
alegre adhesión a Cristo lo que permitirá configurar una cultura más conforme con la
dignidad humana. Imprimir la cultura de alianza significa renovar los ideales y las
características que dieron forma al Movimiento de Schoenstatt en su historia fundacional:
Carisma mariano que nos revela a María como Madre Educadora, vinculación orgánica, fe
práctica en la Divina Providencia, respeto por la originalidad de cada persona y de cada
pueblo, co-responsabilidad y cooperación, así como un ideal de autoridad, fundado en el
diálogo y el respeto mutuos. Estas cualidades las vivió Schoenstatt a través de su
fundador y ahora su Familia las posee como semillas que debe cultivar para este nuevo
siglo. Forjar la Cultura de la Alianza es forjar la cultura de la solidaridad en lo concreto, en
lo pequeño, en lo cotidiano. Muchas personas pequeñas, haciendo cosas pequeñas en
lugares pequeños, pueden hacer grandes cambios. Este es el espíritu que anima, en este
año jubilar a la familia de Schoenstatt en todo el mundo.
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