OTROMUNDO...Discrepancias, sorpresas y derivas
en la antimundialización
M i c h e l W i e v i o r k a (compilador)
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 2009
Wieviorka, Michel, comp.Otro mundo... Discrepancias, sorpresas y derivas en la antimundialización /
comp. de Michel Wieviorka; trad. de Isabel Vericat. — México : FCE, 2009 364 p .; 21 x 14 cm — (Colee. Sociología)Título original: Un autre monde... Contestations, surprises et dénves dans
l'antimondialisationISBN 978-607-16-0043-1
1. Sociología I. Vericat, Isabel, tr. II. Ser. III. t.
Título original en francés: Un autre monde... Contestations, surprtses et derives dans l'antimondialisation, publicado bajo la dirección de Michel Wieviorka, Éditions Balland, ©2003
D. R. © 2009, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.Empresa certificada ISO 9001: 2000
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ISBN 978-607-16-0043-1
LC HN17.5 A945Dewey 301 W I880
ac'fa:
Distribución mundial
Impreso en México • Printed in México
Traducción de
I s a b e l V e r i c a t
SUMARIO
Prefacio, por Michel Wieviorka................................... o
Primera Parte E n f o q u e s y n o c io n e s
Otro mundo es posible, por Michel W ieviorka............................. 17Las transformaciones del movimiento global, por Paolo Ceri . . . 68De la solidaridad a la fluidaridad, porTCevin McDonald............... 94¿Quésignifica hoy un movimiento antisistémico?, por Immanucl
W allerstein ................................... ; .............. ^Las vicisitudes del sistema mundial y la aparición de los movi
mientos sociales, por Jonathan Fried m an ............................. 128
Segunda Parte M o m e n to s y v i r a je s
El zapatismo, primera insurrección contra la mundialización neoliberal, por Yvon Le Bot ............................................................ 255
El modelo francés: 1995-2000, por Geoffrey Pleyers ................. ..170La batalla de Seattle, por Elaine Coburn ........................................ 185El viraje italiano, por Antimo L. Farro........................................ ..... 212Después del 11 de septiembre de 2001: entre mundialización libe
ral y choque de civilizaciones, por Geoffrey P le y e rs ............234
OTRO MUNDO ES POSIBLE
M ic h e l W i e v i o r k a
H a y e x p r e s io n e s o categorías que se imponen súbitamente, sin por ello dejar de envejecer no menos rápidamente y desaparecer para dejar el lugar a otras. Así fue como en las ciencias sociales el debate principal desde fines de los setenta hasta finales de los ochenta se organizó alrededor de la noción de posmodemidad. Se trataba entonces de dar cuenta de la entrada de la humanidad en una nueva era, y por tanto de pensar en un cambio histórico decisivo, planetario, pero perceptible en la vida de sociedades en las que se separarían la objetividad y la subjetividad: por un lado el universo de la economía, de los mercados, de la razón instrumental, de la ciencia y de las tecnologías, y por otro, el de las identidades, de las comunidades, de las afirmaciones culturales. Las discusiones han sido muy acaloradas, defendiendo unos el diagnóstico posmoderno y hasta haciéndose sus profetas (es el posmodemismo), prefiriendo otros hablar de crisis o de nuevo estadio de la modernidad, convertida por ejemplo en "tardía", la late modernity. Un rebote de estas discusiones está dado por la idea, cara sobre todo a Schmuel Eisenstadt o Nilüfer Gole,1 de "múltiples m odernidades", o de modernidad "polim orfa", idea que tiene el mérito de indicar en qué, simultáneamente, somos modernos todos, y en el mundo entero, pero sin que sea posible reducir la modernidad a una modalidad única, ni por otra parte acceder a ella por un one best way.
1 Cf. Nilüfer Gole, "Snapshots on Islamic Modemities", en el número especial de Daedalus, Múltiple Modemities, dirigido por Schmuel Eisenstadt, vol. 129, núm. 1, invierno de 2000.
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El debate sobre la modernidad está evidentemente lejos de haberse agotado. No obstante, en muchos aspectos las preocupaciones han sido desplazadas en lo esencial y la "m undialización" ha llegado a constituir el término emblemático de los años noventa y de hoy en día.2
L a n o c ió n d e m u n d i a l iz a c i ó n
Las primeras preguntas surgieron desde que la palabra se difundió en las discusiones de expertos, pero también y sobre todo en el espacio público: ¿qué hay que entender por mundialización3 (término que los franceses prefieren al de globali- zación)? Y si se puede llegar a un acuerdo sobre su definición, ¿nos las tenemos que ver con un fenómeno de una novedad radical, y cuál es el alcance de su reciente extensión?
La mundialización (parece que en Francia la temática, si no es que la palabra, fue lanzada entre los primeros por el líder del Frente Nacional, Jean-M arie Le Pen) apareció primero como un fenómeno económico y político con implicaciones sociales y culturales. Para los más sañudos críticos, la internacio- nalización de las finanzas y la apertura de los mercados que ella implica se basan en un liberalismo devastador y sin fronteras. La liberalización del comercio y de los flujos de capital opera por encima de los Estados, sin ellos, contra ellos, debilitando su soberanía y acarreando consecuencias dramáticas, socialmente (agravamiento de las desigualdades) y culturalmente (subordinación de las culturas locales o nacionales a una cultura internacional bajo la hegemonía norteamericana,
2 Cf. Michel Wieviorka, "Sociologie post-classique ou déclin de la so- ciologie", Cahiers Internationaux de Sociologie, vol. cvm , enero-junio de 2000, pp. 5-35.
3 Cf. La mondialisation (ed.), Le Cavalier Bleu, 2002, donde Sylvain Allemand y Jean-Claude Ruano-Borbalan analizan las ideas recibidas referentes a este tema.
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fragmentación cultural, tentaciones comunitaristas, integris- mos), En esta perspectiva, la mundialización tiene fambicn por efecto reforzar la separación entre Norte y Sur.4 En cambio, para sus partidarios, la mundialización aporta el progreso, contribuye a la riqueza general, eleva en beneficio de todos el nivel de vida y galvaniza la creatividad cultural. Además, sería beneficiosa para el Sur y no sólo para el Norte; sería una oportunidad para todos.
En favor o en contra de la mundialización: así es como se instauró un debate, que se vuelve a lanzar periódicamente, en particular a raíz de las grandes concentraciones "antiglobali- zación".5
La novedad del fenómeno y su importancia histórica fueron pronto discutidas. Se pudo así subrayar que las descripciones que se propusieron se reanudan en muchos aspectos con temáticas de fines del siglo xix y de principios del xx, y en particular con los análisis marxistas de un Rudolf Hilferding o de una Rosa Luxemburgo. Se han dado cifras para señalar que la economía contemporánea no está, en resumidas cuentas, más "globalizada" que en vísperas de la primera Guerra Mundial, cuando los capitales circulaban sin restricción, el patrón oro constituía una moneda mundial y las migraciones internacionales eran masivas. Por lo demás, la crítica de la globaliza-
4 Una de las obras más convincentes es la de Joseph Stiglitz, La Grande Désillusion, París, Fayard, 2001.
5 Cf. Daniel Cohén, "Que faire de l'antimondialisation?", Le Monde, 6 de septiembre de 2001, que analiza uno tras otro los siete puntos principales de las argumentaciones opuestas presentadas por Alain Mine (en favor de la mundialización) y Bernard Cassen (de a t t a c , que la critica); los textos de Alain Mine y de Bernard Cassen se publicaron en el mismo diario unos días antes. La controversia se desarrolla en tomo a los puntos siguientes: la reglamentación internacional de los mercados; el lugar de los Estados del Tercer Mundo en la movilización contra la mundialización; el impacto de la globali- zación sobre la autosuficiencia alimentaria de China o de la India; los vínculos entre mundialización y crisis financieras; el alcance de la tasa Tobin si se aplicara; la legitimidad de las o n g y la capacidad de los movimientos contestatarios para proponer contraproyectos.
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ción, cuando denuncia el papel de las empresas m ultinacionales, no siempre está alejada de los análisis, en gran parte dominados también ellos por referencias al marxismo, que en los años sesenta y setenta atacaban a estas mismas empresas, y los análisis de hoy no podrían hacer olvidar las amplias perspectivas históricas de la "econom ía-m undo" propuestas una vez más en los años setenta por Immanuel Wallerstein o Fer- nand Braudel.6 No obstante, algunos analistas consideran al contrario que la mundialización actual se instauró, en muchos aspectos inédita, a partir de la "revolución liberal" de los Estados Unidos de Ronald Reagan y de la Gran Bretaña de Marga- ret Thatcher, en el hundimiento institucional del sistema económico tal como estaba organizado desde Bretton Woods.
La importancia y la extensión del fenómeno actual son igualmente objeto de controversias. Así, algunos economistas rechazan las imágenes de un planeta convertido en puro campo de fuerzas del mercado. Subrayan el hecho de que los intercambios económicos continúan efectuándose en gran parte en el seno de espacios limitados de Europa, por ejemplo, si se trata de intercambios de Francia, y hacen hincapié en el papel que desempeñan diversas instancias de regulación, aun cuando este papel pueda parecer insuficiente.7 Pero se les objeta que no porque la mundialización no sea tan masiva como se podría pensar, deja de constituir un fenómeno históricamente inédito y decisivo.
Por último, la mundialización, que las más de las veces se presenta como cosa de grandes empresas y del capitalismo financiero, ¿no se debe contemplar también por la parte inferior,
6 Immanuel Wallerstein, The Modern World System: Capitalist Agriculture and the Origins o f the European World Economy in the Sixteenth Century, Academic Press, Nueva York, Femand Braudel, Le Temps du monde, que constituye el tercer volumen de Civilisation matérielle, économie et capitalisme: Í5 ‘-Í8e siécle, Livre de Poche, París, 1979.
7 Cf. por ejemplo Elie Cohén, La tentation hexagonale: la souveraineté a l'épreu- ve de la mondialisation, Fayard, París, 1996, y L'ordre économique mondial: essai sur les autorités de regulation, Fayard, París, 2001.
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a partir de innumerables interacciones que tejen no menos innumerables actores, la mayoría muy modestos, esos pequeños comerciantes, esas "horm igas" que recorren el mundo y a los que estudian, por ejemplo, Michel Péraldi o Alain Tarrius?8 ¿No es la mundialización ante todo un conjunto inmenso de interconexiones y de establecimientos de redes hasta el grado que se puede hablar, junto con Manuel Castells,9 de la sociedad de redes, o considerar que se cree una especie de sociedad civil sin fronteras,10 hecha de redes y de organizaciones "de base" interconectadas, una especie de "aldea global"? Este enfoque nos aleja considerablemente de aquellos que ven en la mundialización el triunfo del capitalismo financiero sin fronteras, y nos habla en realidad de otra cosa hasta el punto que una sospecha puede salir a la luz: ¿con esta expresión de mundialización no estamos ante una noción generalizadora y, en definitiva, ante una ideología en sus variantes elogiosas y críticas?
El hecho es que a propósito de la mundialización se entablan importantes debates. ¿Hasta dónde juzga la mundialización a los Estados y su soberanía, su capacidad de desarrollar políticas económicas? ¿Se puede aceptar la idea de un impacto multidireccional sobre la cultura, con efectos de fragmentación por un lado y por otro un fomento contrario a la uniformidad o a la homogenización de las culturas bajo el efecto de las industrias culturales mundializadas, en el terreno del consumo o en el de la comunicación y, por otro lado más, paradójicamente, un dinamismo, una creatividad incrementada y una
8 Michel Péraldi (ed.), Ceibas et containers, Maisonneuve, París, 2001; y Alain Tarrius, La mondialisation par le bas, Balland, París, 2002.
9 Manuel Castells, L'ére de l’information, 1, Fayard, París, 1998, y también La galaxia Internet, trad. del inglés (Estados Unidos) al francés de Paul Chemla, Fayard, París, 2001.
10 Estos movimientos se asocian a menudo al nacimiento de una sociedad civil internacional. Cf.: "La société civil mondiale: mythes et réalités" de Jean- Claude Ruano-Borbalan, Sciences Hutnaines, núm. 130, agosto-septiembre de 2002, y el informe "Une société civile intemaitonale" dirigido por Béatrice Pouligny, Critique Internationale (2001-2010), núm. 13.
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diversificación de la que por ejemplo el dueño de Vivendi, Jean-Marie Messier, se ha jactado en su momento en las columnas de Le M onde (verano de 2001), confirmando a su manera los análisis de Naomi Klein que muestran que la diversidad cultural puede ser fuente de ganancia para las grandes marcas?11 ¿Hay que aceptar la imagen (de la que Samuel Hunting- ton se ha vuelto el vocero) de un mundo en el que algunas grandes civilizaciones se disponen a "chocar", choque que da título a un libro que ha hecho mucho ruido?12 ¿O más bien tener en cuenta que los fenómenos culturales que la mundialización suscita o exacerba son ante todo internos a nuestras sociedades, en cuyo seno se enfrentan las identidades, pero también se entremezclan, se hibridan y se fecundan mutuamente al correr de gigantescos procesos de mestizaje?13 ¿Hay que pensar que la mundialización contribuye en conjunto a un mejoramiento de la vida social, o acusarla de considerables estragos en el seno de todas las sociedades y más aún en detrimento de la del Sur? Si seguimos a Richard Sennett,14 por ejemplo, hay que ser sensibles a la manera en que el capitalismo flexible de la mundialización pesa sobre la vida de los asalariados y hasta sobre su personalidad, suscitando conflictos entre lo que el asalariado valora en la empresa globalizada y fuera de ella, sobre todo en su vida familiar. Pero las nuevas formas de trabajo y de empleo pueden constituir también un avance para aspectos significativos del mundo del trabajo. Asimismo, se puede cusar a la mundialización de apartar a los países pobres de la vida económica moderna, de profundizar el foso entre el Norte y el Sur, o de reforzar la indiferencia cuando se trata de los dramas de África; pero se puede también indicar
11 Naomi Klein, No Logo, Flamingo, Londres, 2000.12 Samuel Huntington, Le choc des civilisations, Odile Jacob, París, 1997.13 Cf. por ejemplo Jan Nederveen Pieterse, "Globalization as Hybridiza-
tion", en M. Featherstone et al. (eds.), Global Modernices, Sage, Londres, 1995.14 Richard Sennett, The Corrosion o f Character. The Personal Consequences o f
Work in the New Capitalista, W. W. Norton and Co., Nueva York, Londres, 1998.
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que, al contrario, la mundialización aporta los frutos del progreso científico y técnico a todo el mundo, por ejemplo en materia de alimentos.
La formulación de estos temas y de muchos otros nos lleva necesariamente a tomar partido, a decidirnos más o menos claramente en favor de la mundialización o contra ella. Este tipo de alternativa plantea problemas delicados. En efecto, se basa en la idea de que es posible considerar la mundialización como un fenómeno complejo, sin duda, pero relativamente bien delimitado, con su coherencia interna, sus actores claramente identificados, sus procesos bien marcados. Cuanto más es objeto de una reflexión seria, más se desliza este concepto entre los dedos de los investigadores para convertirse en una representación que fusiona, como dice Alain Touraine, todo "un conjunto de tendencias, importantes todas pero poco solidarias unas con otras [...] La afirmación de que se está creando una sociedad mundial de esencia liberal dirigida por los mercados e impermeable a las intervenciones políticas nacionales es puramente ideológica" .15
Por lo tanto, el debate corre el peligro de reducirse a una polémica en la que la mundialización se convierte en un mecanismo abstracto, asimilado al bien para unos y al mal para otros. En último término, la palabra se basta a sí misma, y no hay más que pronunciarla para indicar que disponemos con ella de un principio poderoso de comprensión del mundo.
Las ciencias sociales, con la sociología en primerísimo lugar, llevan todas las de ganar si se distancian de controversias en las que se trata de escoger un campo ideológico. En cambio, no podrían hacerse las sordas a las protestas que, de una manera u otra, ponen en duda la mundialización y dibujan un carácter conflictivo con apuestas planetarias, al mismo tiempo que, con mucha frecuencia, locales, regionales o inscritas en un marco nacional. Si la mundialización invita a entrar en in
15 Alain Touraine, Comment sortir du liberalisme?, Fayard, París, 1999.
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tensas y útiles discusiones es porque en efecto constituirá en lo sucesivo el blanco de numerosas e importantes luchas que todavía hoy son difíciles de nombrar de manera satisfactoria, y que han sido calificadas en primer lugar de "antiglobaliza- ción" o de "antim undialización", después de acción "por otra mundialización", "contra la mundialización neoliberal" y, más recientemente, de "alterm undistas", en tanto que los sociólogos que se expresan en otras lenguas que no son el francés hablan de movimientos "globales".
Pensar en estas luchas, reflexionar en lo que ponen en juego es una cosa; dar cuenta de la mundialización es otra. Digamos claramente que no se explica a las primeras por la segunda, a los actores por su descripción del sistema frente al que se alzan, a la acción colectiva por aquello a lo que dice oponerse. ¿Quién se habría contentado, en el pasado, con explicar el movimiento obrero por el capitalismo? La reflexión sobre los movimientos "globales" debe evitar enviscarse en las discusiones sobre la mundialización, e inclinarse más bien por la conciencia de los actores que se oponen a ella, por el sentido de su acción, sus orientaciones, las relaciones sociales y políticas en las que se constituyen y actúan, y sobre todo que construyen o transforman. La reflexión debe también preguntarse por los cambios principales que han aportado los atentados del terrorismo "global" de Bin Laden (11 de septiembre de 2001), y después la guerra en Irak. ¿No hemos entrado ya en una era nueva, en que la violencia, el terrorismo y la guerra han arrebatado a la economía y la mundialización su lugar central en las preocupaciones de los actores de la historia, y de los que las impugnan? Sin llegar necesariamente a hablar de "desglobalización", ¿no hay que reconocer que los actores "altermundistas" se han visto llevados cada vez más a conferir una importancia creciente a los temas del pacifismo, del rechazo a la guerra, pero también a un antiimperialismo y a un antiamericanismo que, en último término, concentran las críticas sólo sobre los Estados Unidos?
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U n e s p a c io p a r a l a a c c ió n
¿Dónde empieza, dónde se detiene el espacio de las luchas en cuestión? Unos dicen que se oponen a la mundialización, otros abogan por otra mundialización, no liberal, y otros más se inscriben en el corazón mismo de la mundialización liberal, no para impugnar su principio sino para criticar a uno u otro de sus protagonistas.
Además, ¿cuál es hoy la movilización que no merece quedar bajo esta bandera? Así, la gran huelga de noviembre-diciembre de 1995 en Francia ha sido interpretada muchas veces como una lucha contra la mundialización y el neoliberalismo. Aunque en lo esencial se oponía a una reforma que iba a acabar poniendo la seguridad social bajo el control del Parlamento, y extrajo su mayor fuerza del rechazo a medidas referéntes a los retiros complementarios de asalariados protegidos (en particular en los transportes públicos), en suma, ponía frente a frente al Estado y a los trabajadores de la Empresa Nacional de Ferrocarriles ( s n c f ,
por sus siglas en francés) o de la Operadora Autónoma de Transportes de París ( r a t p , por sus siglas en francés).16
¿Es necesario que un actor participe en las grandes reuniones del movimiento (Seattle, Génova, etc.) para que sea considerado como "antim undialización"? ¿Si no, cuál es el criterio? La dificultad es tanto mayor cuanto que el marco clásico de las luchas sociales, el espacio nacional, se ve frecuentemente desbordado por esas luchas que, a la inversa, son movilizaciones que podrían ser a la vez sociales e internacionales pero no lo son. ¿Qué decir, por ejemplo, de los conflictos ocurridos por el anuncio del cierre de la fábrica Renault en Vilvorde, decisión que se inscribía en una estrategia internacional de la firma automotriz y que no ha suscitado realmente globalización en la movilización?
16 Cf. Alain Touraine, Le Grand Refus, Fayard, París, 1996.
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La idea de que lo que mejor caracteriza a los movimientos "alterm undistas" tiene que ver con las dimensiones transnacionales de la acción es en sí frágil. La existencia de vínculos internacionales entre los actores, que se construyen en lo esencial en los marcos nacionales, es de hecho antigua: surgió muy pronto en la historia del movimiento obrero en el siglo xix, o en la del movimiento de las mujeres a partir del periodo entre las dos guerras. Por su parte, los "nuevos movimientos sociales" de los años setenta, empezando por el movimiento antinuclear, se desplegaron a veces con verdadera capacidad de internacionalizarse. Es tal vez m ucho m ás en la capacidad de los actores para funcionar en redes, conectándose y desconectándose cuando bien les parece, donde aparece la novedad que hace de la acción una práctica realmente "global", capaz eventualmente de articular en tiempo real la m ovilización local y sus niveles regionales, nacionales e internacionales, en interacción inmediata. Los movimientos "alterm undistas" saben utilizar los recursos de las tecnologías más modernas, y rio solamente en materia de comunicación, lo cual no les impide en absoluto expresar las emociones y las pasiones de sujetos individuales. ¿No fue la manifestación de Seattle, como dijo Paolo Ceri, "el primer movimiento internet [...], la primera gran manifestación organizada 'en línea'" ? ,17 observación que se ha hecho igualmente a menudo a propósito del zapa- tismo, que podría entonces aún mejor merecer el calificativo de "primero".
En una primera aproximación, podemos distinguir tres tipos de luchas, analíticamente diferentes aun cuando en la práctica con frecuencia se interpenetran:
— La acción de organizaciones, especializadas unas en un campo particular, los derechos del ser humano, como Am nistía Internacional, Survival Internacional y Human Rights Watch, o en el medio ambiente, por ejemplo con el Worldwide
17 Paolo Ceri, Movimenti globali. La protesta nel x.xi secolo, Laterza, Roma, 2002, p. 14.
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Fund for Nature y Greenpeace, otras más bien generalistas y por tanto más políticas o ideológicas (pensamos ante todo en a t t a c , nacido en Francia), y a los que se llama a veces, tanto a unos como a otros, o n g i (Organismos No Gubernamentales Internacionales). Su espacio de intervención es planetario y, en teoría, sus miembros provienen asimismo de todo el mundo. Algunos, como a t t a c , critican severamente la mundialización neoliberal, otros llevan a cabo más bien combates tan "globales" que contribuyen, como otros actores de la mundialización, a abrir el mundo y debilitar a los Estados y las naciones, tanto si se trata por ejemplo de apelar al derecho de injerencia, a los derechos del hombre (Amnistía Internacional) como a problemas ecológicos (Greenpeace).
— Las movilizaciones a raíz de un acontecimiento, las grandes concentraciones, Seattle, Porto Alegre, Niza, Genova, etc., en las que se mezclan todo tipo de actores ( o n g i y o n g , 18 sindicatos, etc.). Paolo Ceri señala que había unas 350 asociaciones representadas en Seattle (con ocasión de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio [o m c], en diciembre de 1999).Y cerca del doble en Genova (para protestar contra la cumbre del G8, julio de 2001). Las más notables, de las que Ceri esboza la lista en los dos casos, dan cada vez la imagen de un inventario a la Prévert, lo que no le impide pensar que "en vez de ser un elemento de debilidad, la diversidad insólita constituye un elemento de fuerza" para la contestación en conjunto.19
— Las campañas, definidas por un tema, un problema preciso, una apuesta muy delimitada, contra un actor claramente identificado, por ejemplo: contra tal firma petrolera responsable de una catástrofe ecologista; contra la deforestación en
18 Los artículos de Steve Charnovitz, "Les o n b : deux siécles et demi de mo- bilisation'', L’Économie politique, núm. 13, 1er trimestre de 2002, y de Sylvie Brunel, " o n g et Mondialisation", Cahiers Franfais, 2001, núm. 305, 11-12, presentan las relaciones existentes entre o n g y mundialización, a s í como su evolución.
w Idem., p. 12.
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Malasia, imputada entre otros a Mitsubishi o a las tiendas Do-it- Yourself; para obligar a Union Carbide a asumir la responsabilidad de la catástrofe de Bhopal, a fin de que se revise un tratado internacional, para que se suspenda la pesca de ballenas, contra las minas terrestres antipersonas, etcétera.
Esta distinción en tres categorías no nos dice si hay que atenerse a una imagen amplia o al contrario restringida del conjunto de estas luchas y en este texto dejaremos abierta la pregunta.20 Porque un actor muy "local" puede llevar a cabo una batalla de implicaciones planetarias, mientras que muchos actores que se desempeñan en un espacio mundial no impugnan de ninguna manera la mundialización. ¿Hay que hablar de una lucha antiglobalización, por ejemplo, cuando en jimio de 1995, una manifestación de campesinos y de indígenas mexicanos procedentes del estado de Tabasco se prepara para ir a la residencia del presidente Ernesto Zedillo a pedir "democracia, libertad y justicia social" y en el momento de pasar por delante de la Bolsa, decide de pronto hacer de ella el blanco y coparla durante dos horas, explicando que aquél es el mejor ejemplo de las prácticas que han hecho hundirse a México y a su pueblo?21 De hecho, las luchas que nos interesan aquí articulan comúnmente los niveles local, regional, nacional e internacional. En ciertos casos, un actor cuyo espacio propio es restringido, por ejemplo local, puede atacar una firma multinacional; una protesta inscrita en un marco nacional puede poner en tela de juicio al f m i o al Banco Mundial, por ejemplo, en forma de una movilización social, huelgas, distur
20 Varias obras han tratado recientemente de presentar la "nebulosa" de las luchas antimundialización. Cf. en francés, en especial Christian Losson y Paul Quinio, Génération Seattle: les rebelles de la mondialisation, Grasset, París, 2002; Isabelle Sommier, Les nouveaux mouvements contestataires a l'heure de la mondialisation, Flammarion, París, 2001.
21 Cf. Joshua Karliner, "Grassroots Globalization: Redaiming the Blue Pla- net", The Globalization Reader, Krank J. Lechner y John Boli (eds.), Blackwell Publishers, Oxford, 2000, pp. 34-38.
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bios, como lo hemos visto en Argentina en diciembre de 2001, etcétera.
Para analizar las luchas "alterm undistas", no basta prolongar el razonamiento espontáneo que exige estar "en favor" o "en contra" de la mundialización, lo cual equivale a juzgar a los actores en función de sus posiciones económicas, políticas e ideológicas, a apoyar a irnos, a criticar y combatir a otros a partir de una opción por la que han tomado partido. Una actitud de este tipo acaba por retomar argumentos bastante próximos en realidad a los que se utilizan en el debate de la mundialización: los partidarios de la "m undialización feliz" tan cara a Alain Mine o bien tienen los colmillos más o m enos afilados o tienen objetivos vagamente condescendientes de acuerdo con los actores de las luchas que dicen combatirla. Y a la inversa, los que los sostienen tienden a retomar por su cuenta una crítica de la globalización, sin la distancia o la reflexión que son la característica del análisis.
Para salir de una oposición pronto estéril, no basta hacer la lista de los argumentos de los dos bandos y después exam inarlos con una cierta distancia. Pues este proceso, sobre todo si se lleva a cabo de manera seria, no puede sino desembocar en una im agen ambigua de las luchas en cuestión, y proponer un diagnóstico embrollado. Es tan fácil, en efecto, mostrar por un lado que estas luchas son portadoras de todo tipo de esperanzas, denuncian formas importantes de dominación, algunas de las cuales son relativamente muy delimitadas (el poder de las multinacionales farmacéuticas por ejemplo), lo cual remite a lo que Paolo Ceri llama en este libro la "verticalidad" de la mundialización22 tan fácil como definir apuestas de alcance universal (en materia de medio ambiente, por ejemplo); y que por otro lado, las mismas luchas son capaces de promover intereses particulares (por ejemplo, los de los campesinos amenazados económicamente), engancharse con los peores na
22 Cf. asimismo Paolo Ceri, op. cit.
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cionalismos, o en todo caso, amalgamar orientaciones e intereses heterogéneos sin ninguna unidad posible más que la de una posición de puro rechazo onírico o violento del "sistem a".
Una vez establecido este tipo de balance no habremos avanzado casi nada. Por eso es mejor promover otro trámite totalmente distinto. Si en la práctica las luchas "globales" parecen ambivalentes o contradictorias, es porque mezclan todo tipo de actores y, más profundamente, toda clase de significaciones. La labor del sociólogo es, en una primera etapa, desenmarañar lo que la práctica concreta fusiona, hacer aparecer, analíticamente, los diversos significados de la acción, los diferentes niveles en los que se sitúa. Por ejemplo, es útil establecer una jerarquía de los significados, según correspondan a la defensa de intereses precisos y limitados, se esfuercen por ejercer una presión política institucional, para obtener cambios negociados, o lleven en sí mismos un cuestionamiento fundamental. Este proceso puede permitir situar las formas organizadas de la acción colectiva unas en relación con otras, y las diversas o n g que participan en ella, por ejemplo: unas ponen en juego las orientaciones más generales de la vida colectiva en la escala planetaria, otras corresponden antes bien a intereses precisos, económicos y hasta políticos, a veces incluso de manera perversa, por ejemplo cuando una o n g no es más que creación de un Estado (en la jerga militante se habla entonces a veces de o n g - g o ) .
Este proceso analítico se puede completar, o, más bien, se puede inspirar, en una hipótesis histórica que ve en esos combates un conjunto naciente de impugnaciones susceptible de revestir una importancia tan considerable en el mundo de mañana como lo que pudo significar el movimiento obrero en la era industrial. ¿En qué condiciones las luchas que nos interesan pueden elevarse a un alto nivel de proyecto, pensar globalmente su acción, sin dejar de inscribirse a la postre en los combates llevados a cabo localmente o en el marco de las naciones y los Estados? O bien además, simétricamente, ¿cómo
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pueden pensar localmente su acción, aunque actúen de manera global? Plantearse estas preguntas es conferirles un inmenso crédito, es considerar que más allá de sus límites actuales, de sus contradicciones, de sus tendencias a amalgamar significados dispares, algunos de los cuales son seguramente poco brillantes, corporativistas, nacionalistas por ejemplo, estas luchas llevan en ellas, virtualmente, una carga de conflictividad que hace de ellas la prefiguración o el inicio de los grandes movimientos del mañana. Y tratar de responder a ello es darse los medios de comprobar la hipótesis de esta virtualidad y llevarla lo más lejos que se pueda.
De hecho, son dos los razonamientos distintos, pero no necesariamente contradictorios, que pueden guiar esta exploración. El primero examina las luchas "antim undialistas" a la luz de aquellas significaciones suyas, reales o virtuales, que podrían acercarlas a un movimiento social. El segundo consiste en privilegiar las dimensiones políticas e históricas de su acción. Son, pues, dos vías las que se trata ahora de explorar. Dos hipótesis. Ambas tienen en común buscar lo que es más importante en las luchas "alterm undistas”, pero tienen que ver con dos registros aparte, sitúan estas luchas en dos familias sociológicas distintas: la de los movimientos sociales y la de los movimientos históricos.
L a h i p ó t e s i s d e l m o v i m i e n t o s o c ia l
¿En qué medida la acción "alterm undista" pertenece a la familia de los movimientos sociales?
Tres conceptos del "movimiento social"
Para considerar esta hipótesis es necesario hacer un rodeo teórico. Lo más sencillo es, pues, partir de los debates de los años
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sesenta y setenta en torno a la noción de movimiento social y de tres definiciones posibles que se han desprendido de ellos.
Para diversos enfoques de tipo funcionalista que actúan en realidad desde los años cincuenta, el movimiento social es una acción colectiva resultante de una crisis, de cambios profundos en un sistema, y constituye una respuesta a las modificaciones relativas o absolutas de la situación de personas y de grupos que reaccionan mediante la lucha. Desde esta primera perspectiva, la teoría sociológica se completa eventualmente con una psicología que insiste en la noción de frustración relativa, y la acción aparece entonces como la traducción de una frustración. Precisemos que el marxismo pudo haber tenido participación en este tipo de enfoque, sobre todo cuando explicaba el movimiento obrero y sus luchas por las contradicciones crecientes del sistema capitalista.
Una segunda orientación desde fines de los años sesenta, ve en el movimiento social, especialmente con el historiador- sociólogo Charles Tilly, una conducta estratégica, instrumental, en la que el actor moviliza medios, incluida la violencia, para conseguir sus fines. La acción, desde esta perspectiva, es racional y corresponde a los intereses del actor, que es colectivo (lo que distingue estas teorías, a veces llamadas "de la movilización de los recursos", de los enfoques utilitaristas que explican la acción por los intereses individuales de los participantes, sin dejar de preguntarse sobre el paso de los intereses personales a la lucha colectiva y sobre las paradojas o los efectos perversos de un pasaje de este tipo). Las investigaciones que tienen que ver con la "m ovilización de los recursos" insisten en el carácter conflictivo de la acción, que no es reductible a una conducta de crisis, sino que muy al contrario se piensa como calculada y reflexionada. Agreguemos que estos enfoques se interesan en lo esencial en el nivel político en el que funcionan los actores, por ejemplo porque se esfuerzan en penetrar en el seno de un sistema institucional o por mantenerse en él.
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Finalmente, desde los años sesenta, para Alain Touraine el movimiento social es una significación singular de la acción colectiva, entre otras, en la que el actor se implica en un conflicto y no en conductas de crisis, y a un nivel más elevado sociológicamente que el que conservan los teóricos de la "m ovilización de los recursos". Desde esta perspectiva, el movimiento social impugna a un adversario social el dominio que tiene de las orientaciones principales de la vida colectiva, lo que Touraine denomina la "historicidad".
Si retenemos, como lo vamos a hacer, esta tercera definición del movimiento social, se vuelve posible decir en qué ciertas dimensiones de alcance general están eventualmente presentes en las luchas contra la mundialización liberal: estas dimensiones no corresponden, como lo quisiera la primera de las tres familias de pensamiento que acabamos de mencionar, a reacciones a los cambios o a conductas de crisis — aunque estas reacciones por supuesto existan— , no están tampoco vinculadas a cálculos o a estrategias destinadas a mejorar en un actor la relación entre su contribución y su retribución, o a permitirle reforzar su influencia política, aun cuando estos cálculos, estas estrategias, estén por supuesto presentes. Estas dimensiones corresponden más bien a una mirada contestataria que intenta promover un contraproyecto, otra concepción de lo que podrían ser las formas principales de la vida colectiva, y oponiéndose, de modo que puede ser también defensivo, a la manera en que la mundialización está siendo conducida en la actualidad.
Tres estados del movimiento social
El movimiento social, en el sentido preciso que conservamos aquí, es una categoría sociológicamente "pura", una significación de la acción aislada de las otras, analítica y teóricamente, y cuya presencia en la práctica es capaz de inmensas variaciones. En ciertas experiencias concretas, o en ciertos momentos
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de una experiencia, el movimiento social está muy presente, bien formado, relativamente visible; en otros, parece poco presente, débil. En otros más, su distintivo parece extraño, en la medida en que el discurso de los actores parece que simultáneamente lo lleva, pretende encarnarlo y desfigurarlo. Por esto es necesario distinguir para el análisis entre tres estados posibles: aquel en que el movimiento se constituye, aquel en que está más o menos desestructurado, y aquel en que se invierte en su contrario para formar un antimovimiento social.
Un movimiento social constituido presenta dos caras articuladas. Una es ofensiva, porta un contraproyecto y hasta una utopía, y sabe m anifestar una identidad positiva (por ejemplo si se refiere al m ovim iento obrero) la de los trabajadores que producen las riquezas que necesita toda la sociedad. Aquí el actor es más bien negociador, capaz de apoyarse en su identidad para entrar en discusiones con adversarios y socios. La segunda cara es defensiva, popular, preocupada en extremo por evitar la destrucción de un ser social amenazado o devastado por las condiciones en las que se opone a su adversario. Aquí el actor (por ejemplo, para seguir con la referencia al movimiento obrero: las maniobras de fuerza y en términos más generales los trabajadores no calificados) oscila frecuentemente entre la apatía y la ruptura violenta, sin gran capacidad para instalarse en un espacio de negociación. En la historia del movimiento obrero, estas dos caras se han acercado para formar un gran movimiento social bajo el impacto de la organización científica del trabajo en las industrias taylori- zadas.23
La desestructuración de un movimiento social corresponde con la disociación de las dos facetas que acabamos de describir y con la incapacidad de los actores para contener las lógicas centrífugas que prevalecen sobre él. Este proceso es
23 Cf. Alain Touraine, Michel Wieviorka, Francois Dubet, Le mouvement ouvrier, Fayard, París, 1984.
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particularmente visible en las coyunturas de crisis del movimiento, pero también, y sobre todo, en la fase por un lado de nacimiento y por otro lado de decadencia histórica. La experiencia del movimiento obrero muestra que la lucha estalla cuando el actor todavía no es o ya no es capaz de verdaderamente poner en duda las orientaciones principales de la vida colectiva. Algunos segmentos se implican entonces en una ins- titucionalización precoz, o extrema, cogestionaria y no conflictiva; otros prefieren la acción puramente política, y otros más, están como rabiosos; en todo caso se entregan a una violencia social que impide toda negociación, mientras que algunos grupos, en cambio, negocian, pero en provecho propio, sólo en función de sus intereses categóricos o corporativos.
La descomposición de un movimiento en decadencia, o sus dificultades de integración en la fase de nacimiento, probablemente no se detengan allí y conduzcan a un tercer estado, el del antimovimiento.
El antimovimiento social hace del actor un Partido-Estado totalitario, una secta o un grupo terrorista, que destruye en lugar de tratar de imponer mediante el conflicto su propia visión de la historicidad. Aquí no hay contraproyecto, sino el llamado a un más allá, lo cual coloca la fe, la religión o la ideología en el centro de todo antimovimiento. Tampoco hay adversario, sino más bien un "afuera" del que se está distante, al que se es indiferente, o bien uno o varios enemigos a los que uno se opone no en una relación conflictiva, sino en un enfrentamiento sin concesiones. La lógica de la guerra aquí no es tanto la prolongación de la política por otros medios, según la fórmula clásica de Clausewitz, sino el triunfo de lo absoluto y del todo o nada.
Podemos ahora indicar lo que puede ser un enfoque de las luchas "alterm undistas" en términos de movimiento social: a primera vista, estas luchas nacientes corresponden concretamente en la actualidad a la imagen del segundo estado, el de la estructuración débil, mucho más que a los otros dos estados
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posibles. Pero también son susceptibles de derivar hasta acercarse a la terrible figura del antimovimiento, del que el terrorismo internacional contemporáneo, pero también ciertas sectas (en especial la secta Aum en Japón)24 han sido recientes expresiones espectaculares. ¿En qué condiciones pueden estas luchas, en sentido contrario, afirmarse cada vez más como movimiento social plenamente constituido?
L a e x p e r i e n c ia d e l m o v i m i e n t o o b r e r o
No hay ninguna razón para concebir el mundo de mañana estructurado de la misma manera que el de ayer, y no es serio postular que las sociedades postindustriales se organizarán como las sociedades industriales, con un conflicto central del mismo tipo, en el que un movimiento social que desempeñe el mismo papel que ayer el movimiento obrero se opondría a los nuevos amos de la vida social, herederos en alguna forma de los amos del trabajo de ayer. Este fue incluso uno de los argumentos más poderosos de los pensadores de la posmodernidad: afirmar el final de los grandes relatos, el agotamiento histórico no sólo del movimiento obrero, sino también del paradigma del movimiento social que ha podido constituir. En cambio, para reflexionar sobre las sociedades contemporáneas, es útil volver a ver cómo en la aurora de la era industrial apareció un conjunto por mucho tiempo heterogéneo de luchas que en numerosos países desembocaron en la formación de un gran movimiento social, el movimiento obrero.
En la Gran Bretaña, a partir del siglo x v i i i , y más tarde en otras sociedades europeas, el nacimiento del movimiento obrero pasó por luchas cuya unidad o incluso su congruencia eran problemáticas. ¿Qué hay de común, por ejemplo, entre la des-
24 Cf. Sylvaine Trinh, "Aum Shinrikyo: secte et violence", Cultures et con- flits, número especial Urt nouveau paradigme de la violence, dirigido por M. Wieviorka, enero de 1998, pp. 229-290.
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tracción de las máquinas, el "ludism o", y otras conductas que se oponen a la industrialización en nombre de la defensa del trabajo artesanal o preindustrial?25 Las huelgas obreras en la industria contra la explotación de los trabajadores, pero no contra la industria misma; las reflexiones de los primeros pensadores del socialismo; los intentos de desarrollar los primeros sindicatos; la invención de las mutualidades y las cooperativas; el surgimiento de fuerzas políticas que empiezan a invocar el movimiento obrero; las grandes encuestas y las campañas de denuncia de las condiciones de trabajo y de existencia del proletariado urbano, etc. Habrá que esperar a fines del siglo xix para que se imponga la imagen de un movimiento capaz de considerarse como tal, en su integración y en su relativa unidad.
Hay allí una rica fuente de reflexión para quien se interese en las luchas "alterm undistas". Las primeras m ovilizaciones, en vísperas de la era industrial, han puesto en movimiento actores que, unos se negaban a entrar en esta era y otros empezaban a instalarse en ella impugnando no tanto la industria como a los que la dirigen y se apropian de sus frutos. Asimismo, los actores hostiles a la mundialización conjugan de una y mil maneras el rechazo y el reconocimiento del carácter global de la economía en la actualidad, lo cual introduce un principio de diferenciación en el seno de sus luchas.
En efecto, unos se oponen a la mundialización, lo cual puede conducirles, por un lado, a apelar al reforzamiento de los Estados, que serían los únicos en desarrollar realmente políticas económicas y culturales para ir en contra de las fuerzas de la economía mundializada, y por otro lado, a poner por delante la identidad nacional como la principal resistencia cultural a esas mismas fuerzas. Así es como encontramos figuras muy conocidas del nacionalismo y del soberanismo en el paisaje general de la antimundialización y que se pueden ver par-
25 La cuestión es compleja y muy discutida y recomendamos remitirse prioritariamente a las obras clásicas de Eric Hobsbawm y de Edward P. Thompson.
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ticularmente incluso en algunos de sus elementos en Europa y en Francia, un nuevo avatar de la conjugación clásica del comunismo (o del izquierdismo) y del nacionalismo. Otros rechazan las consecuencias de la mundialización y se constituyen en figuras contestatarias de un mundo globalizado cuyo funcionamiento quieren orientar de otra manera, lo cual lleva a sus actores a desarrollar una acción internacional, a coordinar movilizaciones locales o nacionales, a entrar plenamente en el universo de la información. Una misma acción, una misma organización, un mismo individuo son siempre susceptibles de acarrear estas dos tendencias y de vivir el enfrentamiento de ambas- en su seno.
El movimiento obrero no se construyó sino reconociéndose plenamente como el actor estructural de las sociedades industriales, valorando la ciencia, el progreso, el desarrollo de la producción y separándose de las conductas hostiles a la industria propiamente dicha. Asimismo, una condición que podría hacer de las luchas "alterm undistas" una figura central del porvenir es que sepan alejarse del nacionalismo, del sobera- nismo y, más ampliamente, de todo lo que se limita en ellas a un rechazo puro y simple de la idea de participar en la vida de un planeta global, o globalizado, para prohibirles finalmente que esperen influir desde el interior. Hay aquí un problema que parece que está bien percibido por los militantes de un movimiento como a t t a c , puesto que, como lo indica Geoffrey Pleyers en su revista electrónica, se encuentran fórmulas del género "¡Viva la mundialización! ¡La liberalización se ha apoyado en la mundialización!" y que él cree poder afirmar: "D espués de Porto Alegre, ya nadie habla de este movimiento en términos de antimundialización".26 La conciencia del movimiento es antiliberal y también es mundial.
Para los actores de la "alterm undialización", el objetivo es cada vez menos acabar con la mundialización, y cada vez más
26 Geoffrey Pleyers, L'esprit de Porto Alegre, un mouvement contestataire dans la société informationnelle, memoria de d e a , e h e s s , septiembre de 2001, p. 29.
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reforzar su definición y decir: ésta es la mundialización que nosotros queremos, por la que luchamos. Lo cual quiere decir que no hay fatalidad para ellos, que consideran posible forjar el planeta, insistir en su evolución, a través de presiones institucionales y políticas en diversos niveles, mediante movilizaciones espectaculares, campañas, grandes concentraciones, pero también mediante la acción cotidiana.
La n u e v a c u e s t i ó n SOCIAL
En las luchas contra la mundialización se encuentran constantemente elementos que tienen que ver con el sindicalismo (incluido el más clásico), ideologías obreras y hasta obreristas, corporativism os llevados por grupos socioprofesionales o categorías obreras. Los efectivos entre los más activos y más numerosos en la contestación de la cumbre de la o m c en diciembre de 1999 en Seattle fueron proporcionados por los sindicatos norteamericanos. Por lo demás, el dirigente del movimiento más conocido hoy día en el mundo entero es un dirigente de un sindicato de agricultores franceses, José Bové, que no olvida promover los intereses de su sector (la producción del queso Roquefort). Pero la idea presente en la extrema izquierda que ve en la acción antiglobalización una prolongación de las luchas obreras del pasado, y de la misma naturaleza que aquéllas porque es como ellas anticapitalista, descansa en un error fundamental. La antiglobalización pone de relieve con toda razón la injusticia y las desigualdades sociales que refuerza el neoliberalismo asociado a la mundialización, pero sigue poniendo al frente para definir a las víctimas una figura social de referencia que no está muy alejada de la del proletario explotado en las fábricas, del obrero dominado en las relaciones de producción. Esto permite pasar de hecho a una lucha política en nombre de un sujeto social fantasmagórico. Así es como Toni Negri y Michael Hardt sustituyen en su reciente
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libro, que ha sido un éxito de venta,27 al proletariado obrero por la figura de las "multitudes productivas".
Ahora bien, en las sociedades contemporáneas la dominación directa que ayer se ejercía en Occidente en las relaciones de producción industriales, en la explotación de los trabajadores, parece, si no diluirse o desaparecer, por lo menos perder su carácter central en provecho de formas fragmentadas y diversificadas, las "dominaciones ordinarias" de las que habla Danilo Martuccelli,28 perceptibles en toda clase de terrenos de la vida pública y privada. La "cuestión social" pasa en la actualidad mucho más por al menos tres lógicas diferentes. La primera es la de la exclusión: el gran drama en el seno de una sociedad como la nuestra, como para todas las sociedades en los países del Sur, es ya no ser o no ser explotados en las relaciones clásicas de trabajo, o en una relación de tipo colonialista. La exclusión, para los que la viven, consiste en ser puestos a un lado, en ser considerados "desechables", en ya no ser incluidos en las relaciones, en ya no ser dominados, puesto que toda relación social incluye dimensiones de dominación.
Menos espectacular pero sin embargo profunda, puesto que está inscrita en la cotidianidad de muchas de las experiencias personales, una segunda lógica de lo social es la de la alienación, indisociable del avance del individualismo moderno. Desde este punto de vista, la alienación tiene que ver con el hecho de que el individuo no es dueño de su destino y no posee siquiera las categorías que podrían permitirle pensar su experiencia. El individuo privado de una inserción cualquiera en una relación de dominación, y por tanto en una relación que puede adquirir un giro conflictivo, no es apenas más que aquello que el sistema le hace ser, o lo abandona, y cuyas categorías interioriza. Es en referencia a este tipo de lógica como mejor se construye el pensamiento hipercrítico que denuncia
27 Antonio Negri, Michael Hardt, Imperio, trad. del inglés por Denis-Armand Canal, Exil, París, 2000.
28 Danilo Martuccelli, Dominations ordinaires, Balland, París, 2001.
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por ejemplo, con Pierre Bourdieu la dominación masculina,29 que se ha convertido en realidad, desde su perspectiva, en una alienación que prohíbe a las mujeres pensar lo que ellas experimentan o padecen y movilizarse en contra.
Por último, una tercera lógica, indisociable también del auge del individualismo moderno del que es uno de los aspectos constitutivos, es la que puede desembocar, para hablar como Alain Ehrenberg, en la depresión y que corresponde más ampliamente a las demandas crecientes y cada vez más difíciles de satisfacer de cada quien para producir una individualidad, afirmar una subjetividad. La persona singular es aquí la única responsable de su existencia, de sus fracasos, de sus dificultades, no puede acusar a un adversario, ni siquiera a todo el sistema; por no lograr llegar a ser lo que quisiera ser, por no hacer lo que quisiera hacer de su existencia. La alienación prohíbe pensar su situación, el individualismo mal vivido desemboca, en los casos más dramáticos, en la depresión, que es ante todo una lucidez exacerbada por la ausencia de relaciones sociales y de conflictos, por las dificultades de vivir en universos donde los problemas de la persona y de las relaciones interpersonales se vuelven centrales y singularmente difíciles de vivir.
Un movimiento social debe ser capaz de conciliar un cues- tionamiento general, y en este caso planetario, con la toma en consideración de esperanzas, sufrimientos y dificultades personales; debe conciliar lo universal y lo particular, un poco como cuando Marx podía decir del proletariado obrero que al deshacerse de sus cadenas liberaría a toda la humanidad. Si la exclusión, la alienación o el individualismo desdichado están en el meollo de los peores dramas sociales, entonces las luchas altermundistas deben lastrarse con las esperas y las esperanzas de aquellos que lo padecen y cuya subjetividad personal está negada, maltratada o duramente puesta a prueba. No es
29 Pierre Bourdieu, La domination masculine, Seuil, París, 1998.
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poca la paradoja: para acusar los procesos, mecanismos y orientaciones sistémicas, esas luchas deben proceder, desde la perspectiva del movimiento social, lo más lejos del sistema y lo más cerca de la persona singular, de sus dificultades para asegurar una subjetivación individual, para construir su experiencia. La acción debe cubrir un espacio inmenso porque se trata de articular la comprensión crítica del sistema de conjunto, planetario, de manera que se le acuse, con la movilización de las esperas o de las necesidades más subjetivas, más personales. El objetivo no es únicamente invertir las formas de dominación ni habilitarlas, teniendo en cuenta, como invita a hacerlo con fuerza Naomi Klein en No Logo, que las modalidades extremas de explotación en los países nacientes pueden estar asociadas a la producción de bienes destinados a las expectativas de los países más ricos. El objetivo es también permitir a cada quien construir su personalidad y dominar su existencia, darle un sentido, sin caer por ello en el narcisismo o el egoísmo de los que tienen.
L a h i p ó t e s i s d e l m o v i m i e n t o h is t ó r i c o
La presencia o la ausencia de una temática propiamente social en una lucha o una campaña contra la mundialización no es necesariamente un indicio de la fuerza o de la debilidad de la movilización. Puede ser un indicio de su naturaleza, pues cuanto menos social es la movilización, más política puede ser, poniendo entonces en tela de juicio, en lo que presenta de más decisivo, los modos y los procesos de la decisión (económica y política), y no relaciones entre actores sociales dominantes y actores dominados, víctimas, excluidos. Hay que evitar un sociologismo sumario que sólo buscaría los significados más altos de las luchas "alterm undistas" en referencia a la única hipótesis del movimiento social.
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El retorno de lo político
¿Cuál fue la experiencia más espectacular de las m anifestaciones de Seattle (diciembre de 1999) o de Porto Alegre I (enero de 2001, Primer Foro Mundial) y II (enero de 2002)? Fue, tal vez, haber puesto fin a la arrogancia de las élites económicas que habían tomado la costumbre de reunirse en Da- vos, Suiza, apartadas de muchas realidades, como si la economía neoliberal operara naturalmente por encima de los Estados y las naciones, como si, sobre todo, la primacía de la economía sobre lo político fuera intangible, indiscutible, incontestable. Los participantes en estas grandes concentraciones han marcado a su manera el retorno de lo político obligando también a las organizaciones internacionales ( fm i,
Banco Mundial, etc.) a tener en cuenta sus críticas, incluso excesivas, imponiendo la reflexión y la discusión sobre temas no abordados o insuficientemente abordados hasta ahora: la regulación internacional del comercio, la política del fm i , etc. Así, haciendo fracasar la ceremonia de apertura en Seattle y después retardando las obras de apertura del milenium round, los aproximadamente 50000 m anifestantes han politizado o repolitizado un encuentro que en caso contrario corría el fuerte riesgo de ser opaco y en muchos aspectos técnico y hasta tecnocr ático.
Vista así, la acción colectiva, en sus significados más altos y más decisivos, ya no constituye un movimiento social, sino un movimiento histórico, o si se prefiere, político. Desde esta perspectiva, que no está muy alejada de los enfoques llamados a veces "neogram scianos" ,30 se deben examinar dos dimensiones distintas y complementarias. La primera, que acabamos de subrayar, hace del actor una figura que crea o recrea un espacio político, que impone la apertura de debates y que sobre todo repolitiza la economía. Esta figura está bajo la tensión de
30 Cf. en este libro la colaboración de Elaine Coburn.
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dos orientaciones que siempre pueden coexistir pero también estar en pugna: una reformista, preocupada por crear o favorecer las condiciones del diálogo y del cambio negociado; otra radical, preocupada en primer lugar por poner de manifiesto la cerrazón o la arrogancia de los amos de la economía y más o menos tentada por ideologías de ruptura.
Y una segunda dimensión de la acción histórica consiste ya no en promover las condiciones de lo político, sino en instalarse en el campo político que se inaugura o se amplía para defender en él reivindicaciones políticas, hablar en favor de soluciones precisas, exigir respuestas sobre problemas determinados. Así es como a t t a c , considerada con frecuencia la punta de lanza de la contestación antimundialización neoliberal, ha hecho del "im puesto Tobin" su caballo de batalla.
Las tentaciones de la violencia
La hipótesis del movimiento histórico, así como la del movimiento social, exige una reflexión sobre los diversos "estados" posibles de la acción, y en particular sobre los riesgos de debilidad y hasta de deriva del actor. Si la fuerza y la grandeza de la movilización "altermundista" como movimiento histórico consisten en imponer el retomo de lo político allí donde se ejerce la primacía de la economía, si concretamente ésta no ha dejado desde mitad de los años noventa de volver a encantar la política, en particular con la afirmación a plena luz en 1994 del movimiento zapatista en Chiapas, existe el riesgo de ver que este esfuerzo se pervierta en violencia,31 en una radicalización en la que el contenido político, pero también social y cultural de la acción quede abolido en conductas destructivas y autodestruc-
31 Franck Poupeau, en "La contestation de la mondialisation en France", Année sociale, París, 2002, pp. 89-100, expresa los debates sobre la violencia y traza un retrato de las diferentes reacciones después de las manifestaciones de Genova.
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tivas. Esta inquietud puede remitir hacia la violencia propiamente dicha, a los comportamientos no democráticos o antidemocráticos que eventualmente intentan ciertos grupos o ciertas organizaciones. También puede extenderse hacia abajo, a modalidades extremas de la violencia, en especial al terrorismo, como si éste fuera capaz de nacer en el seno mismo del movimiento y de sus luchas concretas, lo cual parece poco verosímil.32
Una evolución de este tipo no depende solamente del actor, de la presencia en su seno, por ejemplo, de ideólogos revolucionarios o anarquistas, y de su inmadurez e incapacidad para dotarse de un proyecto y de una definición clara de su adversario. Esa evolución es también y en primer lugar función del comportamiento de sus adversarios y de aquellos que, en términos más generales, encuentra en su camino. Así pues, si la violencia queda como el recuerdo más característico de la manifestación de Génova (julio de 2001, un muerto, un joven militante italiano muerto en los enfrentamientos con las fuerzas del orden), es tal vez porque entre los manifestantes algunos representaban el anarquismo y hasta el gusto por la violencia, como lo atestiguan en especial los Black Blocks, esos "rom pedores" herederos de los "autónom os" de los años ochenta. Pero la violencia es en primer lugar y ante todo producto de la represión y del comportamiento de las fuerzas del orden, así como, detrás de ellas, de la incuria del poder político italiano.33 Las concentraciones ulteriores en Lieja, Gante, Bruselas, Barcelona, Madrid o Sevilla se desarrollaron sin incidentes, lo cual refuerza el análisis que imputa las violencias de Génova no a los m anifestantes, sino a la represión.
M ás allá de la cuestión de la violencia en caliente durante las manifestaciones y más profundamente es necesario pre
32 Cf., no obstante, Jéróme Montés, "Mouvements antimondialisation: la crise de la démocratie représentative", Études Internationales, vol. xxxn, núm. 4, diciembre de 2001, pp. 773-782.
33 Cf. Ludovic Prieur, Aris Papathéodorou, Jean-Pierre Masse, Germinal Pinalie, Genes. Multitudes en marche eontre l'Empire, Reflex, 2002.
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guntarse por el espacio de la violencia en el seno del movimiento, tal como lo condiciona el contexto geopolítico. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 han marcado desde este punto de vista una inflexión, y quizás hasta han inaugurado una nueva era. Estos atentados indican, por el vigor del terrorismo en cuestión pero además por la réplica norteamericana, también sostenida al principio y relevada p o r numerosos Estados en el mundo, que la época en que la economía parecía d i r i g i r por sí sola el mundo está rebasada y sugiere que en lo sucesivo son la guerra y los comportamientos militares de los Estados los que recuperan su importancia. Tampoco son las solas fuerzas del dinero las que mandan, como se pudo pensar en los años ochenta y hasta en los noventa, sino también lógicas guerreras, sean estatales o terroristas. En semejante contexto, los movimientos históricos que con anterioridad reinyecta- ban lo político en universos dominados por la economía, corrían el peligro de ser desestabilizados y, en algunos de sus elementos, arrastrados también a los juegos de la violencia y las armas. ¿No hemos visto, por ejemplo, a José Bové hacer una visita a Yasser Arafat en la primavera de 2002, como si su acción debiera incluir dimensiones que no son seguramente las del enfrentamiento directo con la economía global y que no aportan nada a la politización del debate económico y social?
En pocas semanas, entre julio de 2001, con la manifestación de Génova, y septiembre de 2001, con los atentados contra el Pentágono y el World Trade Center, la contestación "al- termundista" entró en una nueva época, marcada por una parte por la tentación de la violencia y, por otra, por la de tomar partido, al menos ideológico, en los conflictos armados. El peso de la nueva apuesta es considerable, lo cual resume bien Paolo Ceri cuando escribe: "Después de Génova el movimiento temía sobre todo la represión; después de Nueva York, teme sobre todo la guerra".34 Dicho de otra manera: la coyun
34 Paolo Ceri, op. cit., p. vm.
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tura de los años 2000 es más favorable a la militarización de la acción que a su politización.
Con la guerra en Irak (2003), la cuestión se ha agudizado más y se ha sobrecargado para el movimiento altermundista. A la imagen de un planeta animado por toda clase de flujos y redes económicas globales ha sucedido la de un mundo que funciona bajo la hegem onía norteam ericana. Para los actores que nos interesan, se han desplazado considerablemente las apuestas: tan artificial o ideológico parece encerrarse en una ecuación del tipo mundialización = imperio norteamericano. Un problema más político que económico se vuelve central: el de la potencia de los Estados Unidos y la manera en que la ejerce mediante la fuerza y sin enredarse demasiado tiempo en instancias internacionales. El movimiento arriesga entonces perder su capacidad de influir sobre esas instancias, a su vez debilitadas y hasta desprovistas de sentido, y sus orientaciones propiamente políticas tienden a ya no hacer de él más que una fuerza de protesta que impugna a un país, los Estados Unidos, que tampoco encarnan la mundialización económica sino las lógicas egoístas de una superpotencia; tampoco el neoliberalismo, sino el control, a veces monopólico y adosado a la fuerza, de los mercados y recursos económicos; tampoco la apertura de fronteras a los cuatro vientos, sino la clausura.
¿Movimiento social o movimiento histórico? Sería prematuro proponer un juicio demasiado tajante sobre la validez relativa de las dos hipótesis principales a las que recurre la contestación altermundista en sus dimensiones más positivas. Por otra parte, esas dos hipótesis no son incompatibles, y nada impide tomarlas, en cambio, una y otra como herramientas analíticas que permiten examinar las conductas concretas de los actores, nada impide distinguir analíticamente las lógicas del movimiento social y las lógicas del movimiento histórico o, si se prefiere, las lógicas que remiten al funcionamiento de nuestras sociedades y del planeta, y a las relaciones que se desem
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peñan en ellas, y las lógicas vinculadas con el cambio político, con el desarrollo, así como, por otra parte, con la guerra.
L a s id e n t id a d e s c u l t u r a l e s
Desde finales de los años sesenta, el avance de los particularismos culturales tiene por resultado en todo el mundo innumerables demandas de reconocimiento en el espacio público, con mayor frecuencia pero no solamente nacional, algunas reivindicaciones, por ejemplo, de reparación de la esclavitud y del colonialismo, tal como fueron formuladas con ocasión de la Conferencia de las Naciones Unidas contra el Racismo (Dur- ban, agosto/septiembre de 2001), se ejercen a escala transnacional e internacional. Estas dimensiones culturales, siempre más o menos asociadas a desigualdades sociales, se encuentran en muchas de las luchas "antimundialización". Los actores, en efecto, manifiestan una especificidad étnica, religiosa, nacional, histórica para rechazar la mundialización en nombre de la defensa de una cultura amenazada por la combinación del mercado y de la cultura internacional de masas. Pero sucede también que exigen producir ellos mismos sus formas de vida cultural, poder autotransformarse, afirmarse incluso en su capacidad creadora y por tanto en su capacidad de producir sus propias evoluciones culturales, sin ser manipulados o subordinados a las industrias culturales hegemónicas. Presentes también en el corazón de las sociedades del Norte, estas dimensiones identitarias no se limitan únicamente a los países del Sur o a grupos cuyo conocimiento correspondería más a la etnología que a la sociología; esas dimensiones no son únicamente el vestigio de culturas en proceso de erradicación por el hecho de la modernidad triunfante. Son del orden de la invención o de la producción, y no solamente del orden de la reproducción y de la resistencia. Desde este punto de vista, hay que conceder la misma importancia a José Bové, ya mencionado,
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pero esta vez por su "toque francés", que al subcomandante Marcos, cuando recuerda el carácter indígena del movimiento "zapatista" que él anima, un movimiento cuya aparición a plena luz, en enero de 1994, constituye a los ojos de numerosos analistas el punto de partida, o uno de los primeros tiempos fuertes de la contestación de la mundialización neoliberal.
Si no hay ninguna razón para pedir a los actores "altermundistas" que eviten izar la bandera de las diferencias culturales que participan en sus combates, hay que alertarlos sobre los peligros que acechan a toda afirmación identitaria: ésta puede siempre derivar en comunitarismo, en integrismo o en sectarismo. Cuando las identidades culturales no son concebidas como espacios de creatividad y de invención, cuando no se presentan como tales y se limitan a manifestar la herencia del pasado y el rechazo único a la destrucción, cuando no son capaces de proyectarse de manera dinámica e inventiva hacia el futuro, constituyen una fuerza regresiva para el movimiento en cuyo seno se integran, y le dificultan articular su promoción con visos democráticos. Las identidades pueden reforzar tanto un movimiento social como un movimiento político, aportando un anclaje en la experiencia vivida y el imaginario de los actores. Pero pueden también arrastrar a uno o al otro a los peores resbalones.
A n t i c a p it a l i s m o , a n t i i m p e r i a l i s m o
Y ANTIMUNDIALIZACIÓN
El anticapitalismo
Las luchas antimundialización gustan de presentarse como anticapitalistas. De hecho son, sobre todo, hostiles al carácter liberal o neoliberal del capitalismo contemporáneo, y su intención no es tanto acabar con el capitalismo como controlarlo, limitar en é l los aspectos más brutales, más devastadores, a t t a c , por
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ejemplo, está en favor, como hemos dicho, del impuesto Tobin, que debe, según ellos, evitar o castigar los comportamientos especulativos, moralizar de alguna manera el capitalismo; no habla de acabar con el capitalismo, aunque para muchos de sus militantes el impuesto Tobin no es más que un primer paso, un "grano de arena" que podría entorpecer toda la maquinaria capitalista. Asimismo, numerosas asociaciones se movilizan para imponer transparencia a la vida económica, hacer frente a la corrupción, pedir a los Estados que sean más eficaces frente a la delincuencia financiera o que pongan término a los paraísos fiscales.
Proponiéndose así objetivos razonables, pretendiendo enmendar y regular el capitalismo, los actores por un lado se refuerzan y por otro se debilitan. Se refuerzan en la medida en que pueden promover objetivos realistas, capaces de alimentar negociaciones y hasta asociaciones entre ellos y los responsables políticos, y en la escena política internacional, interestatal. Es, por ejemplo, interesante comprobar que el impuesto Tobin se ha convertido en objeto de debates políticos en diversos ámbitos nacionales e internacionales. Pero los actores implicados en él están debilitados porque pierden lo que la crítica más radical del capitalismo puede implicar de carga utópica o de contraproyecto. A partir del momento en que ellos ejercen una presión política o institucional, más que buscar introducir una ruptura radical con el capitalismo, que para ellos ya no se trata de abolirlo, ya no tienen necesidad de definir un contraproyecto ni de dibujar qon energía la imagen de otro mundo que les serviría de horizonte. En el pasado, el anticapitalismo pudo alimentar este tipo de objetivos y dotarse de utopías durante casi dos siglos: el socialismo o el comunismo. Pero con el hundimiento histórico del comunismo real, tanto en el Este como en Occidente, este tipo de utopía casi no tiene espacio legítimo que autorice su promoción. Los movimientos an- timundialización son hostiles al neoliberalismo, pero no es en un anticapitalismo radical donde pueden encontrar con qué
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fundar la imagen de un contraproyecto. Y si no es allí, ¿es posible en otra parte?
Los actores altermundistas no pueden tratar de instalarse en un alto nivel de proyecto más que buscando sus contraproyectos y sus utopías fuera del derrocamiento del capitalismo. Tienen buenas razones para querer dominarlo y moralizarlo, pero tienen todo que perder abandonándose a retóricas que reducen su acción a una lucha anticapitalista.
El antiimperialismo
En una obra reciente, Chalmers Johnson ve en la palabra "glo- balización un término esotérico para aquello que en el siglo xix se llamaba simplemente imperialismo":35 ¿no enmascara en realidad la idea de mundialización una dominación claramente localizada y que resume bien la noción de imperialismo? Las multinacionales, por ejemplo, ¿no son ante todo norteamericanas?; ¿los principales centros del podeí político y económico mundial no están localizados en los Estados Unidos?; ¿la cultura, el consumo y la comunicación de masas no operan bajo la hegemonía norteamericana?
La tentación de hacer de las luchas antimundialización una acción ante todo antiimperialista y antinorteamericana es muy real en su seno; esta dimensión es uno de los componentes de la acción. Por eso Johan Galtung, importante activista e intelectual orgánico del pacifismo, exige que se hable no de "globalización" sino de americanización, y de dominación militar, política, económica y cultural de los Estados Unidos sobre el mundo. Galtung defiende una globalización equitativa, en la que las Naciones Unidas asegurarían la coexistencia de las naciones y la diversidad cultural y política en la unidad.36
35 Chalmers Johnson, Blotvback: The Costs and Consequences o f American Empire, Holt, Nueva York, 2000, p. 205.
36 Johan Galtung, "Americanization versus Globalization", en Eliezer Ben
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Algunos analistas y actores han hablado incluso, en ciertos casos, de una lucha contra la "recolonización", de la que sería causa la mundialización. Así, en la India, se ha podido subrayar la continuidad de algunas luchas de hoy en día con el movimiento de Gandhi, en sus dimensiones anticoloniales, pero acercándose al nacionalismo y hasta al soberanismo. La empresa Cargill en particular ha sido impugnada en el momento en que recibió del gobierno indio el derecho de explotar una mina de sal en la región de Kutch, cuando Gandhi había hecho precisamente de la sal un objetivo importante de la lucha anticolonial.
Por último, la asociación de la mundialización y del imperialismo está a menudo sugerida y hasta confortada por la evocación del imperialismo mediático, con la idea de un papel clave de los medios de comunicación norteamericanos, empezando por la omnipotente c n n , que se habría revelado en el cambio de los años ochenta a los noventa, con motivo de la represión del movimiento de la plaza Tienanmen (junio de 1989) y después con la guerra del Golfo.37 Esta idea, cuyo promotor más influyente sea tal vez Herbert Schiller, propone que los flujos de comunicación provienen de los Estados Unidos, o son orientados por ellos en beneficio del refuerzo del poder de los medios de comunicación norteamericanos y, más ampliamente, de la empresa de la economía y de la política norteamericanas, y en detrimento de la capacidad de los países dominados para producir su cultura y su información. Una afirmación de este tipo es demasiado simplista para poder aceptarla. Deja de lado el formidable crecimiento de algunos lugares de producción de las industrias culturales que no son norteamericanas, y cuyo impacto puede ser regional, en la escala de un continente y hasta transnacional o internacional: México, Brasil para la televisión y en especial por sus telenovelas, la India
Rafael (ed.), Identity, Culture and Globalization, Brill, Leiden, Boston, Colonia, 2001, pp. 277-289.
37 Cf. Lewis A. Friedland, Covering the World, Twentieth Century Fund, 1992.
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para el cine, Hong Kong, etc. Existen regiones, espacios "geo- lingüísticos", según la expresión de John Sinclair, Elizabeth Jack y Stuart Cunningham,38 que poseen centros de producción audiovisual. Como vimos durante las operaciones militares de los Estados Unidos en Afganistán después del 11 de septiembre de 2001 , la c n n tiene la competencia, en su propio terreno, de una cadena de Qatar, Al Jazira. Y sobre todo, la tesis del imperialismo mediático deja de lado los fenómenos de hibridación, de circulación, de intercambio que hacen que los medios de comunicación norteamericanos se impregnen de elementos culturales que importan antes de exportarlos. La circulación de informaciones y de imágenes no se reduce por supuesto a un flujo en un solo sentido.
El debate sobre las dimensiones realmente imperialistas y hasta poscoloniales de lo que se denomina "m undialización" es sin duda interesante; pero la trayectoria que hemos adoptado consiste en distanciamos para examinar lo que esta dimensión aporta o cuesta a las luchas antimundialistas cuando se hacen cargo de ella para convertirla en el meollo de su pensamiento. La respuesta es bastante simple: el antiimperialismo transforma en lucha ideológica, hostil a los Estados Unidos, y hasta directamente en antiamericanismo a un manojo de impugnaciones que, sin exonerar a ese país de sus responsabilidades, no persiguen tampoco otros objetivos o apuntan a unos que ni necesaria ni principalmente ponen a ese país en el banquillo. Ya se trate de flujos financieros y de mercados, de la cultura y de las identidades, de la comunicación y de las redes, ya se trate, dicho de otra manera, de los lugares y los actores cuyas decisiones ejercen una influencia económica y cultural en todo el mundo, el poder no siempre está localizado en los Estados Unidos, y cuando lo está no es obligatoriamente
38 John Sinclair, Elizabeth Jack, Stuart Cunningham, "Peripheral Visions", New Patterns in Global Televisión: Peripheral Vision, John Sinclair et al. (eds.), Oxford University Press* Oxford, 1996, retomado en The Globalization Reader, op. cit., p. 302.
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reductible a la nación o al Estado norteamericano. Por otra parte, la conciencia de los actores comprometidos en luchas concretas sobre apuestas reales es con frecuencia ajena a todo cuestionamiento unívoco y sistemático de ese país, del que por añadidura provienen muchos militantes, organizaciones y recursos de la acción.
La observación de intercambios y de cambios culturales en escala planetaria impide asignar a los Estados Unidos un papel en sentido único; es mejor seguir en este aspecto a un antropólogo como Arjun Appadurai cuando muestra cómo por doquier en todo el mundo se inventan identidades y formas culturales que son muestra de flujos de los que los Estados Unidos pueden ser el receptáculo y de los que ese país no tiene el monopolio de la iniciativa.39 _
El antiimperialismo construye artificialmente un único enemigo de las luchas, los Estados Unidos, politiza e ideologiza la acción prohibiéndole definir problemas y apuestas que no le serían reductibles. Propone, finalmente, una opción tajante que cierra todo debate: más que alentar a los actores a abordar uno u otro elemento de un vasto conjunto de problemas donde se juegan diversas formas de dominación, de exclusión, de alienación y de negación de la subjetividad personal, el antiimperialismo les invita a llevar a cabo una lucha necesariamente política contra la superpotencia norteamericana. Para que la acción antimundialista pueda definir intereses que le sean propios en términos sociales, culturales, ecológicos, etc., así como en términos políticos, ha de evitar dejarse invadir por una temática que haría de los Estados Unidos el lugar único o la fuente exclusiva de las desgracias del planeta. Lamentablemente, la evolución reciente ha abierto un inmenso espacio a esa dimensión constante del movimiento. A partir del momento en que los Estados Unidos deciden hacer una guerra en Irak y después intervenir en todo el mundo sin vacilar en usar la
39 Arjun Appadurai, Apres le colonialisme. Les consequences culturelles de la globalisation, Payot, París, 2001.
mano dura y sin esperar el posible aval de las Naciones Unidas, el pacifismo y el antiimperialismo se han conjugado para arrastrar a los "alterm undistas" por la pendiente donde se debilitó su capacidad de comprometerse en una acción diferente de la militar-política, pronto violenta, y abriendo entonces el ciclo de represiones que los criminalizan.
T r e s d e r iv a s
Al examinar el tema de las identidades culturales o la influencia de las ideologías anticapitalistas y antiimperialistas, ya hemos hecho hincapié en las dificultades o los riesgos que pueden alejar a las luchas altermundistas de su más alto nivel de proyecto. Ha llegado el momento de contemplar de manera sistemática esos riesgos y esas dificultades.
Tanto si tienden a constituirse más bien en movimiento social como si se constituyen en movimiento político, las luchas antimundialización llevan necesariamente en ellas una carga de oposición crítica; para asentar sólidamente su protesta y respaldarla con argumentos construidos y racionales, son capaces de movilizar conocimientos, competencias, pericias en todo tipo de terrenos: tecnológico, científico, jurídico, económico, etc. Finalmente, estas luchas son tanto más potentes y están tanto más inscritas en la duración cuanto que sus actores pueden invocar una identidad, sea cultural, social u otra. Estas tres dimensiones — crítica, experta e identitaria— son indispensables para la acción, a condición de que sean articuladas y puestas al servicio de un proyecto que las rebase, aun cuando resulte limitado a un objetivo preciso, circunscrito a un tipo de problema específico.
Pero constantemente acecha un peligro a los actores: el de la autonomización de una u otra de estas dimensiones y el de su toma de poder político o ideológico.
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1. El fenómeno más espectacular corresponde al dominio del iz- quierdismo conjugado con el pensamiento hipercrítico. Cuando la movilización se presenta o es presentada como simple denuncia, como pura crítica del sistema o de alguno de sus elementos; cuando todo lo que no está con ella suscita la desconfianza y la calumnia, y no se intenta ni se considera ni sobre todo se acepta ningún esfuerzo para construir una relación conflictiva con la parte adversa, entonces esto significa que el movimiento se encierra en una lógica de rechazo, de ruptura, de rehusar toda presión negociadora, todo esfuerzo por contribuir a cambios graduales, a reformas, a una participación del mayor número en una reflexión y a discusiones sobre lo que convendría cambiar. El pensamiento hipercrítico desemboca así en dos perversiones. Por una parte, y sobre todo, paraliza los esfuerzos del actor para construirse de otra manera diferente una fuerza de rechazo; destruye lo que puede aportar como contraproyecto, como objetivo capaz de alimentar una relación conflictiva con un adversario. Y por otra parte, de manera complementaria, desemboca, sobre todo en sus variantes extremas, a considerar a los actores como no actores, los llama alienados, incapaces de pensar por sí mismos y de pensar en la dominación que se trata de trastocar, la exclusión con la que se trata de acabar. El pensamiento hipercrítico es paradójico porque propone a los actores movilizarse sobre la base de una teoría que los debilita o que los niega. Se convierte muy pronto, de hecho no en la marca de la fuerza de una lucha, sino en la de su debilidad, de su recuperación por la extrema izquierda, o de la entrada en liza de intelectuales cuyo discurso por ejemplo puramente "antisistém ico" corre peligro de sustituir a la acción. El pensamiento hipercrítico espera mucho de las contradicciones del sistema, de sus crisis, que afirma que se deben, por ejemplo, a la desruralización, al agotamiento ecológico o a la democratización, y espera muy poco en realidad de la movilización de los actores y de su participación en los conflictos.
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Una variante paradójica de este tipo de pensamiento se desprende de las ideologías libertarias y anarquistas cuando son empujadas al extremo en el interior de las luchas antimundialización. Estas ideologías exigen la desaparición de normas y de controles, y son hostiles a toda forma de organización de tipo estatal o superestatal, supranacional. El resultado es que finalmente estas ideologías se incorporan al neoliberalismo más desenfrenado contra el que hacen campaña. Su presencia vuelve imposible o por lo menos muy difícil admitir la idea de una lucha tendiente a transformar o a ejercer una presión sobre los mecanismos concretos de la mundialización y sobre las instancias que se supone que la regulan, como la Organización Mundial del Comercio (o m c). La presencia de estas ideologías contribuye a volver particularmente confusa una reunión como la de Seattle (diciembre de 1999) y permeables a la violencia otros encuentros: los Black Blocks, particularmente activos en Génova (julio de 2001), estaban ya presentes en Seattle, donde habrían sido la causa de millones de dólares en daños.
2. En lo más lejos del pensamiento hipercrítico, la lógica de la pericia en la medida en que, librada a sí misma, ejerce una fuerte influencia sobre la acción, puede conducir también al debilitamiento de los actores. Las organizaciones antimundia- listas no dejan de dotarse de toda clase de recursos expertos, observatorios, centros de documentación, etc. Tienen especialistas capaces de analizar racionalmente los problemas que plantean, de desplegar argumentos sólidos, de ayudarlos a hacer contrapropuestas frente a proyectos que están impugnando. Estas organizaciones no dejan a sus adversarios el m onopolio de la razón y de la ciencia. Pero cuando se convierten en puras fuerzas de modernización, instancias de elaboración de programas, tienden a constituirse en élites hiperinstitucionali- zadas, en organizaciones de contrapericia cuyos miembros no son muy diferentes de los expertos que actúan en las esferas oficiales, gubernamentales o supranacionales, en el Fondo Mo
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netario Internacional ( fm i) , en el Banco Mundial, etc. Estas organizaciones corren el peligro de perder su dinámica contestataria, sus aspectos de protesta, su capacidad de movilización de las bases, una cierta radicalidad, a costa de su participación en juegos institucionales donde se comparan los proyectos y los argumentos, pero sin gran conflictividad. Esta tendencia es tanto más perniciosa cuanto que se ponen importantes recursos a disposición de las o n g , incluidas las que están implicadas en luchas antimundialistas, a través de las grandes organizaciones internacionales tipo Banco Mundial, fm i, pero también la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura ( u n e s c o ) , las Naciones Unidas, etc.; ahora bien, esos recursos a veces alimentan redes o centros destinados a financiar la pericia del lado de las organizaciones no gubernamentales (o n g ) .
Las Naciones Unidas y sus agencias hace ya tiempo que han aprendido a integrar a las organizaciones no gubernamentales internacionales ( o n g i) en su funcionamiento, y conceden a miles de ellas "estatus consultivo", les confieren un papel muy activo en sus programas; un caso límite es el del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el v ih s i d a (u n a id s ,
por sus siglas en inglés) puesto que hay o n g i situadas en sus órganos mismos de dirección, pero el fenómeno es excepcional más que ejemplar. Cuando hay grandes conferencias de las Naciones Unidas, por ejemplo en el marco del decenio de las mujeres (1975-1985) o en 1995 en Pekín; sobre el medio ambiente, como en la Cumbre de la Tierra en Río en 1992 y después en Kioto, las o n g i y las o n g organizan conferencias paralelas. Todo esto puede actuar en el sentido de reforzar las tendencias a la pericia en el seno de los movimientos implicados y, por tanto, en el sentido de una institucionalización precoz y de una disolución de su capacidad de Conflictualización. Todo ello puede igualmente favorecer una radicalización emparentada con la otra deriva ya señalada, la del pensamiento hiper- crítico, como se comprobó en la conferencia de Durban sobre
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el racismo (verano de 2001). Todo esto puede además autorizar manipulaciones de centros de poder, estatales o económicos, cuando crean o controlan o n g u o n g i , que nunca son más que el medio que ellos tienen de hacer prevalecer sus intereses.
3. Por último, una tercera deriva amenaza a los movimientos antimundialización: la tendencia al retiro identitario ya mencionado. Hay que señalarlo de nuevo porque tan improbable es que en el futuro se desarrollen luchas sin el lastre de la referencia a una identidad, como este tipo de referencia, cuando está exacerbada y domina la acción, no puede sino volverse contra el proyecto de participar en una lucha global en el seno de la mundialización. El empuje de las identidades desemboca antes bien, desde esta perspectiva, en la fragmentación y en la violencia: guerra civil, purificación étnica, yihads de todo género, etc. El comunitarismo, el integrismo, el sectarismo, el totalitarismo, esas grandes plagas de nuestro tiempo, acechan en los casos extremos a los actores que se encierran en su identidad, apelando a la pureza o a la homogeneidad y entablan un combate particular, sin carga universal, que tiende a convertirse en el de un antimovimiento social. Pero es cierto que muchos actores van en sentido inverso, hablando de sí mismos en términos de ciudadanía de un nuevo cuño, intentando aparecer como ciudadanos que reprochan a los políticos, y sobre todo a los grandes de este mundo, el haber confiscado el poder. Este tipo de actores quiere una democracia más participa- tiva, pretende encarnar la sociedad civil y encuentra su identidad en la reconstrucción de la democracia desde abajo: de ahí la importancia simbólica de Porto Alegre como lugar de encuentro (en dos ocasiones, en 2000 y después en 2001) puesto que esta ciudad es conocida en el mundo entero por experimentar, precisamente, formas nuevas de democracia local.40
40 C f Marión Gret e Yves Sintomer, Porto Alegre: l'espotr d'une autre démocra- tie, La Découverte, París, 2002; Martine Hassoun, Porto Alegre: voyage en alter- native, Syllepse, París, 2001.
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Así, los actores de las luchas antimundialistas corren el riesgo, siempre, de ser tentados por tres derivas. La primera es la de la radicalización que remplaza el conflicto mediante la ruptura y se encierra en la postura hipercrítica de la desconfianza, la denuncia y la alienación supuesta de las víctimas. La segunda se inscribe en las tendencias a la pericia, en la que él conflicto se disuelve. La tercera, por último, desemboca en diversas formas de retiro identitario que transforman la acción en antimovimiento al no poder actuar hacia el exterior más que en la modalidad de la invectiva y la violencia. Una condición decisiva para que se formen en el futuro movimientos poderosos con dimensiones tanto sociales como históricas, es que cada una de esas tres derivas sea imposible, pero sin que por ello los elementos a partir de los que se engranan sean reducidos a nada. Las luchas antimundialización son necesariamente críticas porque ponen en tela de juicio situaciones adquiridas, formas de dominación y de exclusión que se deben hacer visibles y denunciar. Estas luchas tienen necesidad de científicos, de juristas, de especialistas que les aporten las armas de la razón. Están dedicadas a llevar adelante identidades, pertenencias culturales que resisten al laminado, a la perversión o al empobrecimiento por las fuerzas del mercado y del neoliberalismo. Pero ninguna de estas tres dimensiones podría por sí sola definir el meollo de la acción, hacer las veces de proyecto o definir un objetivo positivo, ninguna permite colocar una relación social o política. Cada una de ellas sólo puede desempeñar un papel complementario, por muy vital que pueda parecer a los ojos del actor.
E l t e r r o r is m o g l o b a l
Sería profundamente injusto ver en las luchas concretas contra la globalización liberal un antimovimiento cualquiera, social o histórico. A lo sumo conviene ser sensible a sus derivas, que las alejan de un movimiento social constituido, o de un movi
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miento histórico capaz de volver a encantar la política y les confieren el cariz de los combates que las hacen semejantes a un gran rechazo antisistémico.
No obstante, la mundialización define también en muchos aspectos al enemigo, la apuesta y el marco de verdaderos antimovimientos, empezando por el que constituye el terrorismo que se manifestó de manera estrepitosa el 11 de septiembre de 2001.
En efecto, ese día el fenómeno terrorista entró espectacularmente en una nueva fase de su historia, al mismo tiempo que el mundo entero entraba en una nueva era. Ya no pensaremos en el planeta después como antes de ese acontecimiento fundador, acontecimiento que por otra parte no sabemos siquiera nombrar de otra manera que no sea por su fecha: "el 11 de septiembre". Desde el punto de vista que nos interesa aquí, lo esencial es que el terrorismo se expresó como un antimovimiento global, invirtiendo algunos de los significados más elevados que inician o que llevan en ellos las luchas contra la mundialización liberal. El terrorismo suele estar preñado de un antimovimiento y ha sido comúnmente internacional.41 Pero hoy es de otra naturaleza: más que internacional es global. Ya no es la violencia extrema incluso internacional de los años setenta y ochenta, la que permanecía confinada dentro de los límites que le imponía el marco de la Guerra Fría y que en lo esencial apelaba a la causa palestina. No es tampoco el terrorismo de los años ochenta y noventa, dominado por el islamismo, que lo anuncia y lo prepara, pero del que no obstante se desmarca en ciertos aspectos.
Porque con lo que se ha imputado a la red de Bin Laden — una red que en realidad conocían desde hacía varios años no sólo los especialistas, sino también los medios de comunicación— , el terrorismo ha salido del marco de la cuestión na-
41 Permítaseme remitirme a mis libros: Sociétés et terrorisme, Fayard, París, 1989; Face au terrorisme, Liana Lévi, París, 1995, y sobre el terrorismo global, a mi artículo "Terrorismes", Ramses, Dunod, París, 2003, pp. 29-42.
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cional y, más generalmente, de los datos de la geopolítica tal como la impugnaron los actores terroristas del pasado, y se vuelve global, en el sentido de que la economía está globaliza- da, lleva en él una crítica a la mundialización, lo cual pone en aprietos a los protagonistas de luchas que también la cuestionan y que sin embargo no tienen nada que ver con el uso de la violencia ciega y asesina.
En el origen, el islamismo radical conjugaba la protesta social de pobres, desheredados y sobre todo de campesinos sin tierras, la movilización de capas medias piadosas y las de intelectuales musulmanes para quienes política y religión son in- disociables. El islamismo radical incluía a personas calificadas, médicos, técnicos, ingenieros, que no es sorprendente volver a encontrar en las redes actuales. Se inscribía en un marco estatal, social y nacional, Irán, Argelia..., y cuestionaba a uno u otro régimen. Y si estos actores no se encerraban en los límites del Estado-nación donde se habían constituido, en lo esencial funcionaban en un perímetro regional, por ejemplo Irán, Siria, Líbano. Como en el periodo anterior en el que el terrorismo estaba dominado por las referencias a la causa palestina, los primeros protagonistas de un islam ism o radical y asesino estuvieron comúnmente vinculados y hasta adheridos a un Estado “patrocinador" que eventualmente les hacía realizar las tareas que no se atrevía a confiar a su diplomacia ni a su ejército oficial. Pero con Bin Laden se trata de otro fenómeno que funciona en red o, más verosímil, en red de redes, en último término sin un anclaje nacional y sin que los actores puedan ser identificados en todos los casos con alguna base o capa social: los desarraigados llegados de diversos países árabes o musulmanes a entrenarse en los campos afganos, lo mismo que las élites educadas que perpetraron el ataque del 11 de septiembre de 2001 no se definen por un proyecto político para su propio país, o secundariamente, sino por su compromiso con una lucha planetaria que resulta artificial explicar por los orígenes sociales o nacionales de unos o de otros. Se trata verda
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deramente de actores globalizados. Y su violencia no se inscribe en un espacio político en el que se pueda negociar, sino que es metapolítica, guerrera y puramente terrorista.
Estos terroristas son tanto más "globales" cuanto que saben también utilizar internet y las tecnologías modernas de comunicación y están integrados al capitalismo financiero más in, al grado de que existe la sospecha de que no hayan anticipado sus actos y realizado las ganancias bursátiles de un "delito de iniciados". Estos terroristas saben conectarse y desconectarse para formar entonces lo que los especialistas llaman "redes durmientes". Y si han tomado como base Afganistán, no ha sido para ser los cuasimercenarios de un Estado-patroci- nador, como ayer un cierto número de grupos, sino para sacar partido de un Estado inexistente en la escena internacional y donde más que protegidos, eran bienvenidos. Lo que vuelve opacos sus cálculos políticos o geopolíticos: contrariamente al terrorismo de los años anteriores, no dan a conocer reivindicaciones claras, que darían a su acción un giro instrumental, no expresan siquiera demandas políticas negociables, ni siquiera un proyecto que tenga un mínimo de realismo, como era el caso cuando los grupos que defendían la causa palestina tenían como objetivo principal prohibir toda solución negociada entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Este terrorismo global, sumamente flexible, no tiene por ello menos implicaciones geopolíticas bastante directas. Tan gravemente o fundamentalmente antisionista y antisemita como la violencia extrema de los grupos islamistas del pasado, es profundamente antinorteamericano, y sin dejar de lado en lo más mínimo los temas vinculados al conflicto entre Israel y los palestinos, sin descargarse del odio de los judíos, hace aparecer otros objetivos, lugares y espacios de tensiones guerreras, empezando por la región del subcontinente indio. Con él se precisa la imagen de violencias internacionales que ya no se centran esencialmente en el Cercano Oriente, la imagen de un pía-
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neta multipolar en el que los conflictos parece que se desarrollan en torno a varios nudos. La fragmentación del mundo, que ya no es el que estructuraba la Guerra Fría, dibuja innumerables líneas de fracturas, actuales o virtuales, algunas de ellas imprevistas o nuevas, ya sea en el interior de algunos países (Argelia o Arabia Saudita, por ejemplo), ya sea entre Estados, y esta desestructuración política y geopolítica puede ser activada por sectas u organizaciones terroristas cuya capacidad de hacer ruido es desproporcionada.
Por otra parte, el terrorismo global lleva al extremo una lógica mediática que sus predecesores sólo habían esbozado y que presenta una doble característica: es en efecto productor de espectáculo — ¡y qué espectáculo! Superior a todo lo que Hollywood haya podido imaginar en el género— y al mismo tiempo productor, si se puede decir, de un antiespectáculo, un vacío absoluto: fuera de imágenes de archivos, no vemos a los terroristas, no podemos más que intentar imaginar su modo de funcionamiento, sus encuentros, sus discusiones internas, o entregamos a especulaciones sobre sus cálculos y sus estrategias futuras. En materia mediática, estamos respecto a ellos en el desbordamiento y, en la falta, en escenarios increíbles, dignos de los mejores autores de política-ficción, y sin datos confiables.
Finalmente, el terrorismo global descansa en un espíritu de martirio inédito. La guerra de Irán contra Irak, con sus jó venes mártires, los basidjis, acción del Hezbollah libanes y, más recientemente, atentados perpetrados por jóvenes palestinos sacrificándose para contribuir a su manera a la segunda Intifada, atentados en Kenia o en Bali en 2002, en Casablanca en 2003...: el islamismo tiene ya una larga historia de com binación de orientaciones a la v,ez destructivas y suicidas. Pero los terroristas del 11 de septiembre de 2001 no actuaron en caliente, en el fragor de la revuelta, de la revolución o de la' guerra, a partir de una experiencia vivida de la m iseria y el abandono, bajo presión directa y constante de ion grupo o de una comunidad; su desesperación había tenido mucho tiem
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po para enfriarse, su cólera o su rabia para transform arse en una estrategia determinada. Eran individuos separados de su población de origen, pero tam bién de la influencia que pueden constituir los campos de entrenam iento, y habían accedido a la educación, al saber m oderno, habiéndose pulido por mucho tiempo en Occidente, y hasta parece que a veces vivido en familia en los Estados Unidos o en Europa. Organizada, determinada y planificada a largo plazo, su violencia mortífera es quizá lo más m isterioso que hay en esta inmensa cuestión.
Está claro que este fenómeno interpela con tanta fuerza a los actores altermundistas. Propone, en efecto, una figura que en muchos aspectos invierte los términos de su lucha, y retoma a la vez algunas categorías de las más decisivas. Denuncia también a los Estados Unidos, país del que hace el mal absoluto, lo cual coloca a los militantes norteamericanos de la lucha antimundialización, más que a otros, en vina posición insostenible: ¿no son traidores a su país, ciegos a la violencia destructora que la alcanza, si participan en manifestaciones que critican a los Estados Unidos y su poderío político y económico? El terrorismo global funciona también en red, apunta al World Trade Center, símbolo de la mundialización económica, sede del capitalismo más moderno. Pero se niega a todo debate y hasta toda reivindicación explícita, lleva al extremo la lógica de la guerra en detrimento de la de la política, y lo más lejos de toda reivindicación social o cultural.
En escala mucho más amplia, tal vez ese terrorismo sea el equivalente de lo que fue el terrorismo anarquista de los años 1892-1894 en Francia: el anuncio al vacío, sumamente asesino, invertido en forma de antimovimiento, de lo que es en germen y llegará en seguida a ser un movimiento importante, en este caso, en la época, el movimiento obrero. Hasta ese día, el mundo árabe-musulmán permaneció al margen, en conjunto, de las luchas contra la mundialización aun cuando, entre otros encuentros, se celebró un Foro Mundial sobre la o m c en
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Beirut en noviembre de 2001 o aun si la IV Conferencia Islámica General de la Liga Islám ica Mundial (abril 2002 en La Meca) tuviera por tema "la nación islámica y la m undialización". Pero podemos pensar que el Islam es hoy cada vez más moderno o que está en la modernidad, y que el terrorismo global de Bin Laden es uno de los signos precursores de esta modernidad creciente que verá tarde o temprano construirse movimientos altermundistas en el seno de las sociedades musulmanas, o dirigidos por grupos que defienden el Islam. Pero aquí será largo y caótico el camino que podría llevar del antimovimiento al movimiento. El vigor de las dimensiones antiimperialistas y pacifistas de la acción, después del anuncio de una guerra por venir en Irak, y después su puesta en marcha en los primeros meses de 2003, ¿es la marca de esta trayectoria? Hay que ver en ello, más bien al contrario, un retroceso en relación con los años noventa, el inicio de una desestructuración en la que se refuerzan las lógicas de ruptura, en detrimento de las que encarnan la construcción de conflictos sociales y culturales, o el esfuerzo por reencantar las relaciones políticas en todos los niveles, planetarios, regionales, nacionales y locales.
Así, la escena de las impugnaciones de la mundialización abarca a actores que expresan el nacimiento aún confuso de un movimiento todavía mal definido, y en muchos aspectos tentados de desviar, y otros expresan la entrada en una nueva era en la que se presentan en forma de un antimovimiento. La sociología no tiene vocación de formular previsiones o predicciones. Pero, ¿cómo no pensar que cuanto más se refuercen las luchas contra la globalización liberal para imponer mediante sus protestas reformas políticas, formas de regulación de la vida económica, internacionales, regionales (en el sentido en que Europa por ejemplo es una región) y locales, más suscitarán la formación de nuevos espacios de discusión y de vida pública, también más serán capaces de movilizar a actores venidos de países del Sur, intención que han empezado a marcar
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el primero y, sobre todo, el segundo Foro de Porto Alegre (enero de 2001), más se alejarán de sus pecados de juventud y más cerrarán el espacio de la violencia y tal vez incluso del terrorismo, al que contribuirán a alejar en todo caso de sus bases y de sus simpatías populares e intelectuales?