Post on 02-Apr-2016
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ESTRUCTURA.- (introducción)
Yo no quiero un hijo. Quiero una lengua. Una lengua que parta. Una lengua que me sirva de casa.
De esto hemos hablado todo el tiempo. Y el tiempo ahora transcurre en los archivos. Con quién.
Con quién hablo. ¿Con la lengua que me extiendes desde tu oficina? ¿Con la ternura para
controlar? Un hijo no, una fiesta debajo de la lengua, bajo la oscuridad. Una selva de plomo. La
mala vida nunca es como la pintan. Hay poder en caminar por ahí. Tú sabes. Tú quién eres. Código,
disfraz. Identidad de éxito. Identidad de artista, de cajera con éxito de ocho horas o doce horas
que se borran en los documentos. Identidad de merecer lo bueno ¿Qué es lo bueno? Tú sabes, lo
social nunca ha sido sentarse a la mesa junto a otros cinco, diez o quince artistas que narran cómo
salvan el mundo ¿qué es el mundo? ¿La mesa? ¿Los artistas? ¿Sentarse? Descansar de lo bueno es
el mundo. Detenerse. Quiero la sangre extendida de una lengua como de animal. De un golpe
certero. ¿Por qué me vendes ese alambre? ¿Por qué me pagas con ese alambre? ¿Por qué la gente
se asesina por ese alambre? Quiero eso, amor. Porque no entiendo. Cuando veo el silicón en la
tierna piel de los dedos de las muchachas. O la quemadura en la identidad hermosamente núbil,
ahí parada, durante días en el desierto. O a veces, por días, que yacen en los documentos, en el
desierto, boca abajo, aprendiendo la supervivencia. Eso quiero, una lengua que parta.
Dicen que les hacemos daño. Quiénes. Si somos nada, nadie ¿Por eso también yo quiero sostener
un discurso? Un discurso como el mejor disfraz. Como el código entre los espías. Te va a gustar
como me gustó a mí. En ese código está prohibido decir “criollo”. Nadie dice “criollo” porque
luego aparece muerto con una bolsa de plástico envolviéndole la cabeza. Todo porque te extraño.
Nadie dice. Y aunque no quiera, mírame. Aquí estoy, unida a la cadena. Y ahí vamos, con los
deseos. Con los alambres que te paguen compraremos ceniza y comeremos ceniza y nos daremos
besos de ceniza. Para que luego produzcas otro tú que diga “cuatro paredes” en lugar de mundo. Y
escriba alambre, para que le paguen alambre. Y se asuste cuando no entienda por qué le dan
alambre para pagar con el alambre la ceniza. Es un mundo muy simple.
Sostener el disfraz y reproducir el polvo que se mueve desde el monitor. Los peinados de polvo.
Las niñas con los ojos de polvo. Los labios de las niñas construidos de polvo. ¿Ves qué simple? El
polvo sosteniendo el disfraz que paga cincuenta alambres para que le pongan las uñas y diez
alambres más por maquillar el polvo y copular como llegar a alguna luz, como alcanzar por sesenta
alambres el tornavoz de algún convento: una lengua, una lengua como de animal para cantarle
canciones de cuna. Para arrullarla con la canción de no querer. Para que parta. Y diga códigos de
espías como si fuera un narrador. Risible que el monitor se disfrace de nuestro destino. Quiero
querer. Quiero una enorme capacidad de archivos.
Estoy segura que no hacemos daño. Que si llegan y derriban la puerta lo primero que haremos es
disimular y buscar algún recibo de nuestro combustible para demostrar que tú y yo somos buenos.
Y si no es suficiente entonces mostraremos una cuenta de banco. En este espionaje se le llama
cuenta de banco a la autoridad. Ahí donde tenemos el desglose de cada lugar en el que
intercambiamos nuestros alambres, para que vean que no compramos nada más que ceniza. Y
hablaremos, como si quisiéramos algo, de los pocos números que hay en el recibo porque estamos
solos y, aunque queremos, aun no tenemos hijos. Porque no hacemos daño. Porque no sabemos
por qué nos tienen miedo. Aunque tampoco estamos seguros si somos sólo tú y yo, o yo y yo, o tú
y tú. O ellos, que han entrado derribando la puerta hojeando nuestros libros con lupas para
códigos. Los criollos. No, no hemos dicho criollos. Hemos dicho bondades. Terciopelos.
Movimientos de ave. Lluvia lenta de pétalos que nos regala una euforia que no habíamos querido.
Y con ese simple acto de naturaleza inesperada somos felices, aunque quisiéramos comer. Que las
flores fueran una mesa y un pan. Una lengua como una casa quisiéramos.
Pero aquí están ya, y agitamos nuestras pestañas de polvo que aparecen desglosadas en la cuenta
de banco, para saludar porque tú y tú somos inofensivos. Porque disfrutamos los monitores y las
visitas inesperadas en la casa. Y decimos adiós agitando nuestras palmas grises con
agradecimiento. Y regresamos a guardar bajo llave los “papeles”, las pruebas de que somos
nosotros los que decimos “cuatro paredes” cada vez que se conmueve el mundo.
Está máscara no es una máscara, es mi identidad. Ese libro no es árabe. Ese escritor no es ruso.
Ese amor no es amor. Esa estrella de cinco puntas jamás alza su fuego. Esas veintidós letras son
nuestro carrusel de diversión. Aquí no hay túneles, y tampoco tenemos seres queridos. Sólo
esperamos los hijos que religiosamente entregaremos a la universidad de las cuatro paredes, junto
con el resto de nuestros alambres.
A todo lo que hagas le llamaran poema. ¿Eres independiente? ¡Te han convertido en el poeta! En
el poeta que llora porque no puede querer. Pero sueña con hijos y una casa y abraza a sus sueños
criados como si fueran sus mascotas. ¿Qué es ser independiente? ¿No tener los alambres? ¿No
usar los alambres? Vivir fuera de las cuatro paredes. Dicen que afuera hay otras cuatro paredes de
primera. Eso dicen los independientes que viajan a escribir esas cosas que jamás serán poemas.
Dicen que hay humo y muerte. Que hay que preferir los hijos a las lenguas. Dicen que no sé lo que
digo. Que hay cosas que uno no debe preguntarse. Que los alambres no son alambres, y la ceniza
es buena, igual que moverse, independiente. Dicen los independientes que hay que procurar
diariamente juntar todo el polvo que somos, colocarnos la máscara y salir a correr. Flotando como
polvo, con nuestras pestañas bailarinas y ligeras. Es importante, dicen. Yo a veces no puedo con el
polvo. Se diluye entre los libros de la casa mientras pienso en la lengua y en la sangre. Y los latidos
como torres que nacen y se caen. El polvo que soy se esparce mientras busco los monitores
escondidos entre las paredes de este amor, o este mundo. Ya no distingo nada. Todo me parece lo
mismo. La uñita quemada con ese silicón, las cabezas envueltas por los criollos en las bolsas de
plástico. Esta vez la palabra criollo no la dije, sólo la medité. Y de todas maneras tuve miedo. Junté
un poco de polvo para esconder mis libros, y todos los archivos que construyen el tiempo de
acuerdo a los espías. Porque soy buena. Porque voy a decir otra vez que soy buena. Porque diré
que lo único que estoy haciendo aquí es esperar un hijo, y mato los archivos del tiempo.
Merecías mi lugar: el lugar de quererlo todo. El lugar de creer. El lugar independiente para todas
las estructuras. Las estructuras, hermosa. Ya las verás cuando estén terminadas y comiencen a
gatear por ahí prendidas de tu carne como correas o como bozales. Ya las verás cuando las
levantes cómo toman forma y te apuñalan mientras gritan que eres la gran artista. Ya las verás con
tus ojos fantásticos frente a la ceniza. Has comido ceniza en todos los archivos. La lengua a la que
te entregaste estaba muerta. Nadie alcanzará a verte como yo te vi. Mientras arrastras tus
estructuras prendidas a ti como correas o como sombras y estiras el brazo para mostrar la palma y
que alguien ponga el alambre que pulirás para sacarle arte. Pero en mi lugar quererlo todo es lo
que importa; los ojos y las manos izquierdas fingen porque en esa orilla todo se trata de querer.
Nadie verá tu sangre. Nadie verá tu brillo como yo lo vi. Te gritarán artista.
El adelanto de este
libro de Dolores
Dorantes (novela
autobiográfica
inconclusa y -por lo
tanto- inédita) se
publicó en la revista
Zurgai, en Bilbao,
España y en el libro La
Frontera, del fotógrafo
Stefan Falke, en
Alemania. 2014.