Post on 19-Dec-2014
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La sagrada familia
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta que yo te avise, pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes.
Mt 2, 13-23
En los inicios de toda
bella historia siempre
aparece una sombra
que quiere tapar la
luz.
En este evangelio de
hoy vemos a dos
personajes
contrapuestos:
José y Herodes.
José es el hombre justo
que escucha la palabra
de Dios y la obedece.
Se fía de él.
Sin miedo, acepta su
misión como custodio y
padre adoptivo del niño.
Asumirá su paternidad
con total entrega y
generosidad.
Herodes es el hombre
violento que representa el
poder mundano.
Ciego al querer de Dios,
desconfía de todos. Tiene
miedo y no duda en
ordenar una masacre para
que nadie amenace su
poder.
Pero Herodes no podrá
matar a Dios…
Levántate, dice el ángel a
José. Y él se pone en pie y
actúa. Para iniciar una
empresa trascendente hay
que estar erguido,
despierto, lleno de
confianza en Dios.
José no vacila: su cometido
es cuidar, guiar y custodiar
al niño y a su madre. Firme
y prudente, lleva a cabo su
misión.
Como tantas familias hoy, que se ven obligadas a emigrar, la
familia de Jesús comienza su andadura con un destierro.
Toda la vida de Jesús estará marcada por el sufrimiento y el
rechazo. La huída a Egipto preludia lo que será su vida
adulta, cuando sea rechazado por su pueblo.
Cerca de nosotros viven muchas familias vulnerables.
Aunque no sean parientes de sangre, son hijos de Dios.
La Iglesia debe cuidar de ellas. Toda vida humana pide
nuestro mimo y custodia, como remarcó el Papa
Francisco en la fiesta de San José.
Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. La familia de
Nazaret es prototipo y modelo para las familias cristianas.
Mirando a José y a María las familias pueden inspirarse para
construir una realidad armónica y consolidada sobre el
amor desprendido y generoso.
Tener un hijo significa mucho más que parir un bebé.
Construir un hogar pide que en el matrimonio haya
una enorme capacidad de entrega, desprendimiento y
amor. Los hijos necesitan ese amor, y necesitan mucho
tiempo de sus padres junto a ellos.
Cada vez hay más familias
desestructuradas, no solo económicamente
sino emocionalmente.
El equilibrio social dependerá del familiar, de que los roles de los
padres queden bien definidos, así como su
misión.
Solo así, con referencias sólidas, los niños
crecerán de manera armónica.
Los padres tienen un espejo en José y María. Su ejemplo los
enseñará a quererse, a confiar el uno en el otro, a confiar
en Dios y cuidar y proteger a su familia. Y, sobre todo, a
dejar que Jesús habite en el corazón del hogar.
Todos los cristianos somos una gran familia.
Participando de la eucaristía, formamos parte de la
Iglesia. Esta otra familia llegará a ser muy
importante para nuestro crecimiento como
personas.
Cuando se vive instalado en el Reino de Dios,
la fe crea lazos más fuertes que los
consanguíneos.
Aprendamos a sentirnos también familia de Jesús
en un día como hoy.