Post on 08-Feb-2021
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Por David Ruiz
Magazine Cultural Alternativo
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¿ Alguien se ha preguntado alguna vez hasta dónde llegan los límites de la voluntad huma-na? ¿Cuánto dolor somos capaces de soportar para culmi-
nar un proceso de autorrealización espiritual? ¿Cómo
entender este tipo de sufrimiento, que perdura más
allá de los siglos? Alguien ha querido que intentemos
comprenderlo, aún desde el anonimato que le otorga
su lecho de muerte, o bien desde algún lugar aún in-
accesible a la perspectiva de la razón común.
M omia. Es inevitable hacer una mirada retrospectiva a los hábitos funerarios del antiguo Egipto
cuando nos referimos a este término, pero las cos-
tumbres de preservar los cadáveres a través de ritos
religiosos, han estado muy presentes en otras anti-
quísimas culturas. Los Sokushinbutsu fueron uno
de los ejemplos más extraordinarios y menos conoci-
dos que se dieron lo largo de novecientos años, quie-
nes protagonizaron bizarros rituales de muerte a
través del sufrimiento y la auto-condena. Fueron
monjes budistas que pretendían “ convertirse en Dios
estando vivos”, cumpliendo con un disciplinado, largo
y aún más doloroso proceso de auto-momificación.
Vivían dispersos principalmente entre las montañas
del norte de Japón, donde podían seguir sin impedi-
mentos las normas del “Shugendō” -una forma de
budismo esotérico, ramificada de la escuela
“Shingon”- por la que algunos monjes se sometían
voluntariamente a un estremecedor suicidio ritual.
Esta ceremonia comprendía un periodo de tres a diez
años, divididos en tres etapas principales que podían
durar hasta mil días respectivamente.
Primer acto: Desnutrición y deshidratación ex-
trema.
Durante los tres primeros años el monje estaba obli-
gado a seguir una austera dieta que consistía en nu-
trirse únicamente de frutos secos y varios tipos de
semillas, y que debía de recolectar por sí
mismo en los bosques más próximos a
su monasterio. Además, tenía que com-
binar este estricto modo de alimenta-
ción con una gran dosis de ejercicio físi-
co, con el objetivo de eliminar drástica-
mente toda su grasa corporal y evitar de
esta forma la descomposición después de
su muerte.
Segundo acto: Envenenamiento.
En esta nueva etapa de tres años, el
“aspirante a Buda” tenía que sustituir los
anteriores alimentos para nutrirse de corte-
zas y raíces, además de comenzar a beber
un te venenoso realizado a partir de la sabia
extraída del árbol Urushi (árbol de la laca).
Su ingesta causaba vómitos y una rápida
pérdida de los fluidos corporales, y lo más im-
portante, mataba cualquier tipo de insecto o
gusano que pudiera causar la putrefacción del
cuerpo en el proceso de auto momificación.
Tercer acto: Devastación y letargo.
En esta última fase de mil días, en la que el sacerdo-
te estaba a punto de consagrarse como ser divino, el
veneno del té lo mantenía gravemente dolorido y de-
bilitado. Era el momento oportuno de construir una
tumba de piedra con el espacio suficiente para que el
monje cupiera en su interior, sentado en posición de
loto, a fin de culminar el proceso de meditación a
través de la oración y el cántico de mantras sagrados
que le ayudaba a mitigar su dolor. Al ascético se le
permitía respirar a través de un tubo de bambú,
además de comer una determinada ración de raíces
que poco a poco iría agotando por completo. Una vez
enterrado, el sacerdote tenía que hacer sonar una
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campana todos los días hasta que fallecía, momento
en el que se taponaba el respiradero para sepultarlo
por completo. Ya no había lugar para el arrepenti-
miento.
Posteriormente, y aún
habiéndose completa-
do las tres etapas del
ritual, los monjes que
controlaban el proceso
de auto-momificación
del ascético, manten-
ían un margen de mil
días más para desen-
terrar el cadáver. El
ritual se habría com-
pletado con éxito al
comprobar que el ar-
mazón de huesos yacía
incorrupto, momifica-
do de forma natural,
sin mostrar síntomas
de putrefacción ni des-
composición. De ser
así, el cadáver estaba
preparado para recibir
digna sepultura, sien-
do trasladado a un
Santuario donde sería
arropado con sotanas
ceremoniales y vene-
rado como un Dios vivo. He aquí la razón de su exis-
tencia tras una vida llena de sometimientos, plega-
rias y peregrinajes. Por otro lado, los monjes que no
conseguían completar con éxito este proceso de auto-
momificación eran enterrados en “honoris causa”,
siendo profundamente considerados y respetados por
haberlo intentado.
Bien es cierto que, a lo largo de la historia, las conse-
cuencias del fanatismo religioso han sido fatales para
la sociedad, habiéndose sacrificado miles de vidas
inocentes en honor de una creencia desmedida. Pero
este no es el caso de los Sokushinbutsu. El sacrificio
y dedicación de estos monjes era siempre para asis-
tir las necesidades de su pueblo, con el fin de pre-
venir cualquier tipo de catástrofe o enfermedad
que pudiera avecinarse. Además, estaban con-
vencidos de que sus propias muertes aliviarían
el sufrimiento del resto de la población. Un cla-
ro ejemplo fue cuando muchos de estos monjes
se arrancaban un ojo para impedir que se propaga-
ra una enfermedad de la vista entre los ciudadanos
de su comunidad.
No es un Mito, es Ciencia.
Según algunas creencias, el templo Danichi (situado
entre las montañas de Dewa Sanzan) fue uno de los
enclaves más importantes para que los monjes pudie-
ran completar su proceso de auto-momificación. El
mito nos dice que los Kami (Dioses japoneses) resid-
ían en las faldas del Monte Yodono, por el que brota-
ba un manantial de agua con propiedades milagrosas
y de la que tan sólo podían abastecerse aquellos mon-
jes que estuvieran dispuestos a convertirse en Sho-
kunshinbutsu. -Con estas
aguas se preparaba el té vene-
noso de la segunda etapa del
ritual-. Sin embargo, las prue-
bas científicas que se hicieron
del agua de esta región, atribu-
yen el éxito de la auto-
momificación a un componente
químico potencialmente vene-
noso –el arsénico- que además
de interferir con el metabolis-
mo celular, podía contribuir a
una buena conservación del
cadáver al contener altas pro-
piedades preservativas. No
obstante, a pesar de la descom-
posición orgánica que supone la
ingesta de este tipo de compo-
nentes químicos, la sorpresa de
los científicos fue mayúscula
cuando comprobaron que algu-
nos órganos de estas momias-
permanecían intactos.
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A unque son incontables los devotos que intentaron llevar a cabo esta inusual práctica,
en la actualidad tan sólo se conocen cerca de treinta monjes auto-momificados. Se ubi-
can en varios monasterios dispersos entre las montañas sagradas de la provincia de
Yamataga -en su mayoría, se pueden apreciar en los templos del norte de Honshu-, pero que lamen-
tablemente no se encuentran en un terreno legítimamente protegido. El primer caso de este tipo de
momificaciones se produce en el 1081, extendiéndose durante nueve siglos más, hasta el año 1903,
periodo en el que el Gobierno Meiji prohibió rotundamente su práctica, a favor del Sintoísmo, la
religión autóctona de Japón.
He aquí el insondable misterio del hombre, Enigma de los enigmas. Efímero incomprensible en su
esencia, en su procedencia y en su destino.