Post on 13-Dec-2015
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De mi propia vida
En el tiempo que me queda, tendré que arreglar mis cuentas con el mundo
http://elpais.com/elpais/2015/02/20
Oliver Sacks
Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81
años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un lí-
mite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado.
Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un mela-
noma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí
para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo
de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad
desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca
a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede re-
trasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que
debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la ma-
nera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras
de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortal-
mente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de
abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco
dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no
ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y
gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más
que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese
tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más
larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo
unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio contro-
lado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado
al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
No puedo fingir que no tengo miedo. He amado y he sido amado
En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y
amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo na-
die que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy
una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de conten-
ción en todas mis pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente
de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento
ahora”.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran
altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda
de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por
terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo
que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que
quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de
comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis
cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e in-
cluso para hacer el tonto).
He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea
superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar
de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar aten-
ción a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por
Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no
son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de ta-
lento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sen-
sación de que el futuro está en buenas manos.
Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se pro-
ducen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada falleci-
miento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí
mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por
supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible
reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada
ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su
propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es
la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cam-
bio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la
especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso pla-
neta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universi-
dad de Nueva York, es autor de numerosos libros, entre ellos Despertares y El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
© Oliver Sacks, 2015.
Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.