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Al arribar los españoles a los territorios andinosy tomar posesión de los nuevos espacios conquista-dos, crearon una sociedad distinta a la recientemen-te derrotada estructura incaica, pero también almundo que primaba en la península. Durante mu-

chos años la organización social resultante fue in-creíblemente caótica y desordenada, tanto para losojos de los peninsulares, como para los vencidos.En poco tiempo, gentes pertenecientes a los más ba-jos estratos hispanos se ubicaron a la cabeza de losgrupos de elite, mientras los nobles españoles y losdescendientes incaicos se veían desplazados por es-tos simples villanos. Este caos inicial, que tratare-mos de exponer en las siguientes páginas, ocupó laatención de los tratadistas, teólogos y juristas preo-cupados en buscar propuestas para “el gobierno delPerú”. Pero como ha venido sucediendo desde laconquista hasta nuestros días, el ideal jurídico y laintención de los legisladores caminaron por un la-do, en tanto la realidad discurrió en otra perspecti-va y por rumbos a veces inusitados.

Organizar esta anómica situación social y racialsignificó para los colonizadores españoles aplicarun conjunto de ideas jurídico-teológicas referentesa la sociedad, cristalizadas en el concepto de Cuer-po de República. En 1648, el destacado jurista lime-ño Juan de Solórzano y Pereyra reconstruía la con-cepción que dio nacimiento a la arquitectura estataly social de la colonia: “Porque según la doctrina dePlatón, Aristóteles, Plutarco y los que siguen, de to-dos estos oficios hace la República un cuerpo com-puesto de muchos hombres, como de muchosmiembros que se ayudan y sobrellevan unos aotros…”. Tal cosmología social surgía de la visiónde la sociedad como un organismo con cabeza, bra-zos y extremidades, con jerarquías y ocupacionesdiferenciadas. Es conocido que Aristóteles en su Po-lítica asumió posiciones organicistas parecidas a las

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SOCIEDAD COLONIALSOCIEDAD COLONIAL

CARACTERÍSTICAS GENERALES

La prédica cristiana jugó un rol esencial en la transformaciónde los valores y principios de la sociedad andina.

Púlpito de la iglesia de San Blas en el Cuzco, atribuido aJuan Tomás Tuyru Tupac, siglo XVII.

de su maestro Platón. LaRepública, o res publica,constituía sinónimo deEstado, así como de co-munidad social y políti-ca organizada y sirviócomo cimiento paraconstruir la noción deCuerpo Político.

Más tarde San Pa-blo, preocupado en edi-ficar la Iglesia, asimilóel legado aristotélico ycreó el concepto deCuerpo Místico, comoexpresión de la dimen-sión ultraterrena y ma-terial de la ética y políti-ca cristianas. La antiguametáfora clásica delCuerpo Político, unida alpensamiento cristianodel Cuerpo Místico, da-ría origen a la idea deCuerpo de República, quetanta importancia ten-dría en la noción medie-val de la política. Estospostulados estuvieronmuy arraigados en la tradición política española quellegó al Perú junto con los conquistadores, y ya enépocas tan tempranas como la de Lope García deCastro, se hallaban bastante difundidos y no sonpocos los documentos que los mencionan.

Al tener que escogerse una forma de gobiernopara la población del Perú, se consideró lógico crearuna República de Indios, dado que eran nuevos enla fe. Esta forma organizativa, diferente a la ya exis-tente República de Españoles, era necesaria ya quelos nativos vivían sumidos en el paganismo. No co-nocer a Cristo los convertía en seres miserables, porlo que debían ser convenientemente adoctrinadosen el cristianismo. La República de Indios tendría lamisión de educar a los habitantes andinos en losusos cristianos y las maneras occidentales, es decira vivir en “buena policia” y a ser “buenos repúbli-cos”. La expresión física de la organización de estaRepública serían las reducciones, poblados organi-zados a la manera occidental donde podrían ser vi-gilados y aprenderían las nociones de familia, pro-

piedad, orden, ademásde someterse a la cris-tianización. La idea dela República de Indiosresultaba una soluciónjurídica para integrarseparadamente a la po-blación nativa dentrodel estado monárquicoespañol, y al menos enteoría brindar protec-ción a sus integrantes.De esta manera la po-blación aborigen, paga-na e ignorante de la cul-tura occidental, tendríatutela especial. Las dosrepúblicas casi autóno-mas se sustentarían mu-tuamente y formaríanun cuerpo místico im-perial “como un relojcuyas piezas funcionanarmónicamente”. De es-ta manera, la pertenen-cia al cuerpo imperial delos Habsburgo asegura-ría el éxito de la Repú-blica Universal, de cuyo

recto progreso dependía la salvación del mundo(Sánchez-Concha 1992a: 60 y ss.; 1992b).

Sin embargo la sociedad hispanoperuana, dividi-da utópicamente en dos repúblicas paralelas y com-plementarias, estaría fuertemente enlazada bajo elcriterio de la división estamental, organización je-rárquica establecida de acuerdo a las diferentes rela-ciones hereditarias que se desarrollaban con la tie-rra o las actividades productivas. Aunque a primeravista una estructura de este tipo pareciera ser muyrígida, la movilidad social –tanto vertical como ho-rizontal– era muy común y mucho más extendidade lo que muchos estudiosos han estado dispuestosa reconocer, y que sólo a través de la moderna his-toriografía hemos comenzado a entender adecuada-mente. En las siguientes páginas intentaremos in-troducir al lector en esta compleja dinámica de lasociedad, donde los colores y las ordenaciones re-sultan tan engañosos como el juego de las palabrasy las clasificaciones (Sánchez-Concha 1992a: 60 yss.; 1992b; Mörner 1978: 21).

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El escrupuloso planeamiento urbano de las ciudades hispano-americanas fue parte importante de la “buena policia”

preconizada por las autoridades coloniales.

LA DESESTRUCTURACIÓN DE LACONQUISTA Y LAS ALIANZAS POSTINCAICAS

La conquista del Tahuantinsuyo tuvo visos es-pectaculares y sumamente azarosos, tras las rápidasacciones ejecutadas por las escasas huestes españo-las adentradas en el desconocido territorio andino.Numerosas etnias y millones de personas veríancon sorpresa el derrumbe del poderoso estado inca,y el inicio de enormes cambios que revolucionaríantotalmente sus vidas. Durante los primeros y des-concertantes años, años de guerras de conquistas yde guerras civiles, años de desorganización e im-provisación, de desgobierno y desconocimiento, lospobladores andinos fueron los personajes de undrama cuyo libreto sólo era conocido por los pro-tagonistas venidos de España.

Como se ha visto en secciones previas, la con-quista significó un desastre cosmogónico o pacha-cuti para los indígenas, quienes intentaron com-prender la pérdida de su civilización como parte deuna alteración cósmica que míticamente ocurría ca-da medio milenio. El pachacuti se traducía en enor-mes cataclismos, pestes, muertes, trabajos forzosos,desarraigo; en fin, en todos los males que la con-quista originó.

Los españoles aprovecharon la desorientación delos indígenas para imponer su presencia militar eimplantar con premura formas de organización eco-nómica como los repartos de indios o encomiendas.La población indígena se encontró entonces adscri-ta a grandes jurisdicciones –unas quinientas en to-do el país–, dirigidas desde la ciudad por un enco-mendero y gobernadas efectivamente por los ma-yordomos y aparceros que vivían entre los indios. Anivel político, los conquistadores emprendieron elrestablecimiento de un gobierno inca, con un sobe-rano que debía ser una marioneta dirigida por fé-rreos hilos. El proyecto fracasó repetidas veces, fue-ra por la prematura muerte de los incas cautivos, opor las constantes insurrecciones que estallaron ba-jo su mando. Fue especialmente furibunda y multi-tudinaria la rebelión del último de ellos, llamado

Manco Inca, que se atrincheró en el peligroso focoalternativo de Vilcabamba. El violento clima de laconquista que amenazaba con no dejar piedra sobrepiedra determinó que algunos nobles incas intenta-ran oficiar de mediadores entre las huestes españo-las y el hasta entonces infinito y desconocido mun-do andino. Personajes como Paullu Inca, por ejem-plo, plantearon una forma de asociación nueva en-tre la elite incaica y los conquistadores y llegaron areclamar encomiendas, sustentando su pedido en laposición y preeminencia que tenían en medio de losrestos todavía humeantes del Tahuantisuyo. Otrotanto sucedió con los curacas, quienes también de-bieron optar entre la lucha o la alianza.

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ILA REPÚBLICA DE INDIOS

Casa europea sobre cimientos incaicos en Ollantaytambo,Cuzco.

Algunos de estos lazos de cooperación entre in-dios e invasores surgieron incluso antes del episo-dio de Cajamarca, cuando aquellos esperaban quelos viracochas recién arribados desde el oeste lesayudaran a librarse de la “tiranía” de los incas. In-cluso ciertos grupos incaicos, panacas y familiasopuestas a Atahuallpa (el ”Atabálipa” de las cróni-cas), se plegaron a los españoles y los secundaronen sus acciones. Durante un cuarto de siglo el mun-do andino siguió funcionando en base a esas alian-zas, muchas de las cuales son expresadas literal-mente en las probanzas que numerosos curacas eindios nobles presentaron a la Corona, años mástarde, buscando el reconocimiento oficial. Aunquedichas probanzas deben ser leídas muy cuidadosa-mente, pues encierran la visión y los intereses par-ticulares de sus suscriptores, no debe negarse laexistencia de estas relaciones, notablemente fortale-cidas por los parentescos establecidos entre algunasetnias y los españoles importantes. Baste mencionarel caso de los curacazgos de Huaraz y su fidelidad alos Pizarro, tras la unión conyugal concertada entreel marqués gobernador y doña Inés Huaylas.

Los lazos de reciprocidad y redistribución conlos españoles fueron también elementos fundamen-tales para la supervivencia del antiguo sistema eco-nómico andino. Los encomenderos entendieronque la mejor forma de captar los tributos de sus en-comiendas era entrando en el juego de la reciproci-dad y la redistribución, y respetaron antiguas for-mas de trato andinas, como el ritual de desplaza-miento de los curacas en literas y hasta recibieronyanaconas de los señores principales. Los aboríge-nes por su parte aceptaron algunas de las nuevas re-glas del juego y esperaron a cambio de su colabora-ción las respectivas recompensas. Accedieron a lossímbolos hispánicos del vestir, establecieron lazosamicales y colaboraron con los encomenderos,aceptando incluso al poderoso dios vencedor de loscristianos y a sus dioses menores o santos, integrán-dolos a sus creencias politeístas como una formamás de afirmar los vínculos de estas alianzas. Deotro lado los tributos siguieron siendo pagados condías de trabajo a los españoles, y así los indígenasprodujeron objetos necesarios para los occidentales,incorporando muchas veces técnicas importadas.

Pero como es lógico suponer una alianza exigeuna contraprestación y pronto los curacas entendie-ron que era poco probable que sus aliados cumplie-ran. Especialmente gravosas resultaron para el ayllulas exageradas exacciones de mano de obra im-puestas por los españoles y su nuevo dios. Entonces

los curacas empezaron a atentar contra el sistema, ylas alianzas se tambalearon. Los favores pedidos alos curacas se hacían cada vez más difíciles de cum-plir, y algunos focos de resistencia activa pusieronen entredicho hacia 1560 la hegemonía regional delos españoles. Movimientos como el Taqui Onkoy,el Moro Onkoy y levantamientos como el de Yana-huara, alarmaron a los españoles. Era el momentode replantear el gobierno y reformular el tipo de re-laciones que se estaban plasmando en torno a la po-blación y el territorio. Algunos funcionarios, comoJuan de Matienzo, consideraban que los encomen-deros eran la clave de la sociedad y pensaban enconsecuencia que se debía reorganizar el país enfunción de este grupo, cuya prosperidad generaríaestabilidad social, desarrollo y progreso moral. Elllamado a realizar esta crucial transformación delvirreinato sería Toledo, pero teniendo al Estado co-mo centro de la vida social (Pease 1992 a: 288; 312y ss.; Stern 1982: 59-96).

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Detalle del lienzo “Nuestra Señora de Pomata”, Cuzco, sigloXVIII.

EL NUEVO ORDEN: LAS REFORMASTOLEDANAS Y EL ESTABLECIMIENTO DE LAS DOS REPÚBLICAS

La llegada de Francisco de Toledo en 1569 seña-ló un significativo cambio en la conducción y orga-nización del virreinato peruano. Acompañado deun grupo de sagaces asesores, clérigos, juristas yfuncionarios, el nuevo virrey emprendió la funda-mental tarea de hacerse una idea del país, medianteuna exhaustiva Visita General a todos los confinesdel territorio, que le demandaría cinco años com-pletar. Tras el vasto recorrido, creó un extenso cor-pus legislativo que reflejaba un conocimiento cabalde la realidad y un plan de audaces transformacio-nes que harían gobernable el virreino. Fue obra deToledo la aplicación masiva de instituciones funda-mentales como la mita, el tributo indígena, las re-ducciones, luego de las cuales las sociedades andi-nas jamás volvieron a ser las mismas. Durante sugestión, que se prolongó hasta 1581, cristalizaría elesquema escolástico y utópico de las dos Repúbli-cas, la de Indios y la de Españoles, para separar a lasociedad indígena y protegerla de las intrusiones delos españoles. De otro lado, le cupo dar fin al go-bierno alternativo de los rebeldes de Vilcabamba,con la ejecución del primer Tupac Amaru (1572), lí-der de la resistencia neoinca al régimen español(Stern 1982: 128-132).

Las reduccionesUna de las primeras decisiones de Toledo fue

generalizar la agrupación de los indígenas en lasdenominadas reducciones de indios, poblados levan-tados siguiendo la tradición española. No era unanovedad, pues se trataba de un proyecto largamen-te incubado, que se comenzó a aplicar en las cerca-nías de Lima en 1557, durante el gobierno del mar-qués de Cañete y posteriormente en el Cuzco du-rante el corregimiento de Polo de Ondegardo. PeroToledo deseaba implantar esta modalidad urbana alo largo y ancho de todo el territorio del virreina-to, y de hecho lo consiguió. Según el pensamientojurídico-teológico de la época, sólo de este modolos indios podrían vivir en orden y “buena policia”,siguiendo la antigua noción de la civitas. A su vez,esta forma de organización concentraba a los in-dios dispersos de los ayllus en poblaciones dondeera mucho más fácil controlarlos, vigilarlos, edu-carlos y evangelizarlos.

La idea central contemplaba erigir pequeñospueblos según el trazo realizado por Juan de Ma-

tienzo, el cual preveía una cuadrícula ortogonal yuna plaza central. Alrededor de ella se situaban losprincipales locales, la iglesia y la casa del cura, la se-de de la autoridad étnica y curacal, lugares para lajusticia, edificios para albergar viajantes, y en lasmanzanas adyacentes pequeñas viviendas unifami-liares con puerta a la calle. Fuera del trazado urba-no se situaban las tierras de cultivo individuales ylos pastizales comunales. Por razonable, justo y ci-vilizado que pareciera a los asesores toledanos el es-tablecimiento de poblados de esta naturaleza, lasreducciones desorganizaron la vida andina y la cul-tura indígena, consumando el derrumbe delTahuantinsuyo.

Las reducciones –origen de las actuales comuni-dades indígenas– debilitaron las antiguas pertenen-cias étnicas andinas heredadas del Intermedio Tar-dío, a la vez que incentivaron el surgimiento de unaidentidad panandina, que no había existido en el in-cario. El traslado de los indios dispersos generó unalejamiento de los individuos de sus tierras de ori-gen, del lugar del surgimiento de su grupo o pacari-na, y de sus lugares sagrados o huacas. Las pobla-ciones debieron aceptar tierras nuevas, generalmen-te mal irrigadas y de menor calidad, al tiempo queabandonaban las antiguas. Estas tierras ancestralescon el paso de los años serían subastadas o legaliza-das por medio de las composiciones. Otro gran pro-blema originado por las reducciones fue la pérdidade la complementaridad ecológica que caracterizó alos antiguos ayllus, ya que estos últimos ocupaban

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Tucuirico

Casadel

Corregidor

Casa deespañoles

pasaxeros

Casade

Hospital

Casadel

Consexo

Corral

Iglesia

Cárcel Del padre

PLAZA

Modelo de reducciones indígenas sugerido por el licenciadoJuan de Matienzo en su Gobierno del Perú, en 1567.

tierras en distintas altitudes de la cordillera y en di-versas partes de los valles, para obtener alimentosde diferente procedencia y evitar el riesgo de malascosechas. También las reducciones socavaron lasalianzas comunales y las formas de trabajo grupal,afectando sobremanera el mando de los curacas so-bre sus dispersas poblaciones y derrumbando el po-der de los hatun curacas o señores macroétnicos,que vieron reducida su influencia a la de un simplecuraca subordinado.

La noción andina de parentesco inició un lentorepliegue y se impuso el criterio occidental de la fa-milia nuclear. Los conceptos de incesto, monoga-mia y matrimonio occidental comenzaron a ser im-puestos bajo la vigilante mirada de las autoridadeslocales. Supuestamente el cura podía vigilar mejorla conducta de los habitantes en pequeñas casasunifamiliares con puerta a la calle, que en las anti-guas moradas rodeando las canchas o patios inter-nos. Surgió asimismo el criterio de domicilio,opuesto al de residencia, lugar de vivienda que seconvirtió en unidad censal y tributaria (Pease1992a:197-201; Ossio 1992:169-172).

Censos y tributosDurante la formidable visita de Toledo se efectuó

un conteo de la población, mientras los funciona-rios encargados iban estableciendo las tasas y esti-mando la cantidad de tributarios por cada región.Recordemos que durante las primeras épocas los in-dios estaban organizados en unas quinientas enco-miendas y debían pagar unos cuatro pesos ensaya-dos, que al reunirse con los tributos de toda la co-munidad sumaban un monto considerable, del cualdebían descontarse los gastos del clérigo, la Iglesia,los funcionarios, los curacas y la caja comunitaria.El resto pasaba al patrimonio del encomendero yésa era la renta de su encomienda. Si el también de-nominado repartimiento de indios estaba vacante, elmonto obtenido podía servir para subvencionar ados o más rentistas designados por el gobierno –porlo general conquistadores distinguidos que aún notenían asignada una encomienda– o en su defectoiba a engrosar las arcas reales.

Con la paulatina desaparición y declive econó-mico de las encomiendas la mayoría de los tributospasaron a ser recabados directamente por la Coro-na. La visita general de Toledo dio como resultadola contabilización de 695 encomiendas con 325 899indios tributarios, los cuales debían pagar un tribu-to ascendente a 1 506 290 pesos. Luego de los gran-des problemas que la Corona tuvo que enfrentar

tras las pretensiones de los encomenderos, se lesfue reemplazando en la recolección del tributo y secomisionó a los corregidores en la tarea de recabarlas rentas. Esta decisión evitó muchos de los abusoscometidos por los encomenderos, pero simultánea-mente disminuyó enormemente su poder y las po-sibilidades de organizar empresas económicas enbase a la explotación de la mano de obra indígena.El nexo entre los indios y el corregidor estuvo cons-tituido por el curaca, quien recogía de mano en ma-no el tributo, al que estaban obligados todos los va-rones comprendidos entre los 18 y los 50 años ex-ceptuando a los propios curacas, sus hijos, los ayu-dantes del cura y los alcaldes de indios o varayoc.

La figura del tributo occidental en moneda o enespecie constituyó una pesada carga para los indiosdel común, ya que ellos estaban acostumbrados a laentrega de fuerza de trabajo, y porque tributar enproductos sujetos al riesgo de las malas cosechasponía en peligro la subsistencia de la comunidad.En muchas ocasiones los indígenas recurrieron a las“revisitas” para disminuir la carga impositiva, debi-do a que los pagos se hacían imposibles de cumplircomo consecuencia del despoblamiento, el empo-brecimiento de las tierras y la fuga de tributarios.En algunas circunstancias, las comunidades coludi-das con los funcionarios españoles escondieron lareal fuerza contributiva y laboral de la comunidad.Los dineros del rey o de los encomenderos, tras lasubestimación del número de tributarios, cayeronen manos de terceros. Con la anuencia de los fun-cionarios reales, muchos indios no censados pasa-ron a convertirse en trabajadores al servicio de pe-queños empresarios regionales, cuando no de losgrandes y lejanos mineros de Potosí y Huancaveli-ca. Cabe aclarar por último que el tributo colonialen el Perú se circunscribió a los indios, a diferenciade España donde afectó a todos los villanos, y quefue de tal importancia en la recaudación hacendariaque subsistió hasta mediados del siglo XIX, ya enplena República (Stern 1982: 133-136; Ossio 1992:169-172).

La mitaOtro de los objetivos que se propuso Toledo fue

disponer de una reserva de fuerza de trabajo con-fiable y permanente. Para ello adaptó la mita pre-hispánica y la convirtió en un eficiente pero pocoversátil sistema de trabajos forzosos. En tiemposprecolombinos se había establecido que los habi-tantes de los ayllus debían servir por turnos al es-tado inca, realizando actividades de todo género,

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desde trabajar en yacimientos mineros y en obraspúblicas, hasta conseguir plumas de papagayo, pir-car o levantar muros, juntar piojos –según palabrasde Atahuallpa– y sembrar coca. De esta manera sepodía satisfacer la siempre creciente necesidad deenergía humana. Toledo aplicaría el mismo princi-pio para contar con la mano de obra que las diver-sas empresas coloniales requerían y dispuso queuna séptima parte de la población de una reduc-ción o comunidad debía trabajar por períodos de-terminados –generalmente de tres meses– en mi-nas, obrajes, haciendas y ciudades. Terminado elplazo los mitayos eran reemplazados sucesivamen-te por otros grupos de trabajadores, hasta cumplirlos siete relevos, reiniciándose nuevamente el ciclo.Se estipulaba además que los empresarios subven-cionaran los gastos del viaje y remuneraran estafuerza laboral proporcionada por la Corona. En lapráctica los empresarios interpretaron de manerasui generis las disposiciones toledanas, extendiendolos plazos, encargando a los mitayos tareas imposi-bles de cumplir para que se vieran obligados a pe-dir ayuda a sus parientes, por lo general hijos ymujeres. De este modo no sólo se obtenía un mita-yo sino toda una familia de mitayos.

Muchas enfermedades laborales generadas por eltrabajo en las minas de mercurio o en las heladaspunas potosinas acabaron con la vida de estos traba-

jadores forzados. También en los hacinados e insa-lubres obrajes la salud de los mitayos se quebrantó.El sistema de explotación del trabajo fue haciéndo-se más inhumano, ya que la producción colonial só-lo parecía competitiva en la medida en que no seabonaran los salarios en dinero. Para evitar la fugade circulante de la región, se trataba de endeudar alos trabajadores con la venta de alimentos, alcohol,medicinas u objetos inservibles. Los indios de cir-cunscripciones más lejanas o con menores vínculosde reciprocidad estaban más expuestos a estos siste-mas de endeudamiento, por lo que su estancia en lasminas se prolongaba meses enteros. Tras un penosoviaje de regreso y bastante más tarde de lo planeado,llegaban a sus comunidades donde los esperaban lasdeudas contraídas durante su ausencia, y que nopodían ser saldadas porque no habían participadoen la cosecha. Para escapar de tales sufrimientos losposibles mitayos fugaban de sus parcialidades, pro-vocando el descenso demográfico del ayllu. Loscambios establecidos por Toledo aceleraron la des-composición del mundo indígena, pareciendo que“todo lo que se ordena en su bien se tuerce en suruina”. No en vano Matienzo señalaba: “Yo deseo to-do el bien a los indios y a los españoles y querría quetodos se aprovechasen con el menor daño que se pu-diese de los indios y aun con ningún daño de ellos.Por su tierra nos da tantas riquezas, es justo que nose lo paguemos con ingratitud… …comparemos loque los españoles reciben y lo que dan los indios,para ver quién debe a quién: dámosles doctrina, en-señámosles a vivir como hombres, y ellos nos danplata, oro, o cosas que lo valen…”. El licenciadoconcluía su razonamiento explicando cómo, segúnla doctrina escolástica, los metales no podían valermás que la urbanidad, debido a lo cual los indios sa-lían beneficiados. Sin embargo, Matienzo pensabaque la mita no le exigía al indígena más de lo pedi-do durante el Tahuantinsuyo.

Unos años más tarde Solórzano y Pereyra no sepreocuparía tanto del valor de los bienes intercam-biados entre occidentales y andinos, y siguiendomás bien los escritos aristotélicos, justificaría la mi-ta en razón de las diferencias raciales impuestasdesde la creación. Así escribiría en su Política india-na con extrema frialdad: “los indios que por su es-tado y naturaleza son más aptos que los españolespara ejercer por sus personas los servicios que tra-tamos (la mita) sean obligados y compelidos a ocu-parse de ellos… Pues a quien la naturaleza dio cuer-pos más robustos o vigorosos para el trabajo, y me-nor entendimiento o capacidad, infundiéndoles

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Acuareladel sigloXVIII enla que serepresentatejiendo aun indiodel norteperuano.

más del estaño que del oro por esta vía, son los quese han de emplear como los otros a quien se le diomayor en governarlos, y en las demás funciones yutilidades de la vida civil…”.

A mediados del siglo XVII, la mita no cumplía yala función económica que le dio origen, debido aldescenso poblacional y al efecto de innumerables“revisitas” y otras medidas que fueron sustrayendoa la población involucrada en este sistema. SegúnStern, la mita “perdería su credibilidad como im-portante fuente de mano de obra”, encontrándosecon frecuencia otras formas de disponer de fuerzade trabajo. Gracias a la sorprendente adaptación yaculturación de la población andina, los integrantesde las reducciones pudieron sobrevivir y en algunoscasos excepcionales vivir bien, a pesar de la perma-nente erosión de sus recursos y del enorme maltra-to a sus integrantes. Mal que bien, la mita y el tribu-to establecieron contactos y oficiaron de vías de in-tegración para la disímil población de indígenas yespañoles (Pease: 1992a: 289 y ss.; Stern 1982: 200y ss.).

LA POBLACIÓN ANDINA Y LAEVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA DESPUÉS DE LA CONQUISTA

La radical disminución de la población aborigenen América se inició no bien los conquistadores pi-saron el nuevo continente. Sin embargo algunos es-pecialistas del caso peruano sostienen que el descen-so poblacional habría empezado aun antes de la lle-gada de los invasores hispánicos. La conmoción delos primeros momentos de la conquista se reflejóclaramente en la curva demográfica. Las Leyes Nue-vas de 1542 intentaron poner freno a los maltratos yabusos contra los indios, siguiendo la prédica deBartolomé de las Casas, pero los resultados no fue-ron muy alentadores. Tanto en los momentos de pazcomo durante las guerras civiles que se sucedieronen los años siguientes, las bajas indígenas fueronconsiderables, y de hecho la muerte cotidiana ahon-daba en la población andina la idea del caos o pacha-cuti. Las autoridades tuvieron una clara concienciadel fenómeno que se desarrollaba ante sus ojos, yhasta los encomenderos se quejaban del desvaneci-miento de sus rentas. Pero sólo después del ordena-miento administrativo introducido por Toledo sepudo percibir la verdadera dimensión de la heca-tombe producida. La población del Tahuantinsuyohabía disminuido dramáticamente, y los censos to-ledanos lo demostraban irrefutablemente.

Los cálculos demográficos¿Cuántas personas habitaban América a la llega-

da de los españoles? Esta simple pregunta ha gene-rado largos y contradictorios debates entre los en-tendidos en la materia, que se agruparon en dosbandos extremos. De un lado están los bajistas co-mo Rosemblat, quien opinaba a mediados del pre-sente siglo que entre 1492 y 1650 América pasó deestar habitada por 13,3 millones de aborígenes a só-lo 10 millones. Es decir hubo una disminución desólo 3,3 millones de personas. Otro investigador co-mo Kroeber señaló una cifra de 8,4 millones comopoblación total americana.

De una opinión diferente serían los alcistas,quienes hablan de cifras altísimas. Demógrafos co-mo Dobyns calculaban en unos cien millones la po-blación americana, indicando que para mediadosdel siglo XVII sólo habitaban el territorio unos 4,5millones de indígenas. Sapper y Spinden calcularonunos niveles más moderados, situados alrededor delos 40 millones. La disparidad entre los resultados

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Progresivamente en los Andes fueron incorporándose nuevasformas de reclutamiento de la mano de obra indígena. Laimagen muestra el maltrato a una mujer andina que se

encuentra hilando.

propuestos acerca de la población total americanallevó a un intento de realizar estudios regionalesdonde se pudiesen reducir los márgenes de error.

Al igual que en el resto del continente, en el Pe-rú se empezó a trabajar en mediciones demográficasy Noble David Cook publicó una primera estima-ción que abarcaba los cambios ocurridos desde1570 (es decir desde la época de Toledo) hasta1620. En este estudio se comprobaba cómo la po-blación habría variado de 1 260 530 a 598 033 indí-genas, y los tributarios habrían pasado de 260 000 a136 000. Continuando con sus indagaciones, Cookllegó a establecer que de 1530 a 1630 se habría pa-sado en toda el área del Tahuantinsuyo de unos 9millones a sólo 600 mil habitantes (Mörner 1978:24, 41-42; Sánchez Albornoz 1977: 61-86; Pease1992a: 212-220).

Las causas del desastreYa en los primeros años de la conquista se evi-

denciaba una disminución realmente pavorosa de lapoblación. Desde épocas muy tempranas, fray Bar-tolomé de las Casas había denunciado la hecatombedemográfica en varias obras escritas en la línea desu Brevísima relación de la destrucción de las Indias.Sus alegatos en defensa de los indios dieron pie a la“leyenda negra española”, hábilmente difundidapor las potencias extranjeras enemigas de Carlos V,y eran reimpresos cada vez que se desataba unaguerra contra el gigantesco imperio germano-espa-ñol. Paradójicamente, la obra lascasiana tuvo unaenorme difusión al interior de España y generó en-cendidas polémicas en todos los niveles, y la mismaCorona no reparó en utilizar las argumentos del do-minico para enfrentar, controlar y disminuir el po-der de los encomenderos en los dominios de ultra-mar. De este modo la llamada “tesis homicídica” deldespoblamiento de América tuvo general acepta-ción y fomentaría movimientos de conciencia comoel período de la “Restitución”, durante el cual losviejos y enriquecidos conquistadores y encomende-ros devolvieron a los indios parte de lo expoliado, otestaron legando enormes cantidades de dinero ybienes a la Iglesia, para que ésta ayudara a los indiosen su nombre, a cambio de la salvación de sus arre-pentidas almas.

La “tesis homicídica” proponía que la poblaciónamericana disminuyó drásticamente debido a losmaltratos que los españoles propinaban a los indios.Se argüía en primer lugar motivos militares: matan-zas sistemáticas, luchas desiguales en batallas, ac-ciones punitivas, utilización de contingentes de in-

dios como carne de cañón, secuestros y esclaviza-ción, robo de alimentos y abusos sexuales. Muchasde estas acciones militares constituían parte de latradición bélica de la época. Otras razones esgrimi-das por la “tesis homicídica” fueron de orden eco-nómico, relacionadas con la búsqueda incesante delucro y la abusiva explotación de los indios median-te las mitas, servicios personales, y toda una largaserie de trabajos forzosos en favor de los españoles.Hoy la tesis homicídica considerada como únicofactor del colapso demográfico se encuentra enfranco retroceso, ya que los modernos estudiosacerca del “desastre poblacional” coinciden en seña-lar que hecatombe de tal magnitud no pudo habersido ocasionada por una sola causa, sino más bienpor una “concurrencia de factores”. Unidas a la te-sis homicídica debemos también reparar en otrasimportantes explicaciones que nos hablan del “des-gano vital”, de las feroces consecuencias del rea-condicionamiento económico y social, y del “im-pacto de las epidemias”.

Según algunos investigadores, tras la conquistalos hombres del Ande sufrieron una profunda de-presión suscitada por la destrucción de su modo devida y sus creencias. La trágica experiencia del en-cuentro con Occidente generó un “desgano vital”,una falta de apego a la vida, que se tradujo en suici-dios, filicidios y una marcada disminución de la ta-sa de natalidad ocasionada por una suerte de esteri-lidad voluntaria. Por ejemplo se sabe que en Huá-nuco el promedio de integrantes por familia bajó de6 a 2,5 individuos.

La tesis del reacondicionamiento económico ysocial sugiere que la crisis demográfica fue desatadapor dramáticos cambios en las formas de vida andi-nas. La mayoría de muertes sería consecuencia de laruptura de patrones de reciprocidad y redistribu-ción, de la desaparición de elementos de organiza-ción étnica, así como de la pérdida de tierras, elcambio de cultivos y la aparición de nuevas enfer-medades de animales y plantas. Todo ello implicóuna disminución de los recursos alimenticios y unaaguda desnutrición que afectó sobre todo a la des-cendencia del hombre andino, quien empieza a sen-tirse solo, “huaccha, comedor de papas”, es decirpobre, abandonado a su suerte, indefenso ante laruptura de sus lazos sociales anteriores y desprovis-to de los recursos proporcionados por la comple-mentaridad ecológica.

Finalmente debemos mencionar la tesis epidé-mica considerada como la más importante entre lascuatro enumeradas. Recuérdense las devastadoras

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pestes que redujeron las poblaciones europeas a ter-cios y mitades en sucesivas oleadas de muerte, du-rante los siglos XII y XIII. Análogamente, los euro-peos en América trasmitieron una enorme cantidadde enfermedades, que diezmaron a poblaciones ca-rentes de defensas orgánicas y con un sistema inmu-nológico no preparado para enfrentar tales males.Muchas de estas epidemias se convirtieron en enfer-medades endémicas o recurrentes, que reaparecíancada cierto número de años afectando nuevamentea la población que se empezaba a recuperar. Se creeque el primer mal transmisible de procedencia eu-ropea en llegar al Tahuantinsuyo fue la viruela, quearribó aun antes que los conquistadores. Dicho malhabría causado la muerte de Huayna Capac y de susucesor, Ninan Coyuchi. Luego de esta primera apa-rición, la viruela rebrotaría en el país en los años1558 y 1559, avanzando desde el Cuzco con rum-bo a Quito, ensañándose con los indígenas y matan-do en Lima a una quinta parte de la población. Lamaligna peste regresaría periódicamente en 1585,1589, 1597, 1606, 1619, 1632, 1680, 1749, 1756 y1814. Otras enfermedades que también hicieron suaparición prontamente fueron el tifus, la influenza,la peste bubónica, la rubéola, el sarampión yla escarlatina. Más adelante la poblaciónafricana trajo sus propios males co-mo la malaria, el tracoma y la fie-bre amarilla, así como algunostipos de disentería. Cieza rela-ta el desarrollo de una de es-tas epidemias, probable-mente de influenza: “Entiempo del visorrey BlascoNúñez Vela andaba en-vuelto en las alteracionescausadas por GonzaloPizarro y sus consortes,vino una general pesti-lencia por todo el reinodel Perú, la cual comen-zó más adelante del Cuz-co y cundió por toda lasierra, donde murierongentes sin cuento. La en-fermedad era que daba do-

lor de cabeza y accidente de calentura muy recio, yluego se pasaba el dolor de cabeza al oído izquier-do, y agravaba tanto el mal que no duraban los en-fermos sino dos o tres días”.

Otro factor causante de enfermedades fue eltraslado indiscriminado de poblaciones a pisos eco-lógicos diferentes, lo que llevó a comentar a algunasautoridades, que: “Los indios que en tiempo de ve-rano bajan a esta ciudad de Lima, por la contrarie-dad del temple deteniéndose algo los más mueren,cosa que he notado sucede en ellos y no con los es-pañoles y otras naciones que vienen de temples másfríos”. El mal al que se refiere el párrafo anterior essin duda el paludismo, mal de las regiones yungas,que afectó hasta bien entrado este siglo a los pobla-dores de las alturas cuando bajaban a la costa. Algosimilar sucedía con los indios trasladados hacia laszonas de ceja de selva donde empezaron a trabajaren las rentables plantaciones de coca, que abaste-cían zonas mineras como Potosí y Huancavelica.Mención aparte merece la sífilis, sobre cuyo origense ha discutido mucho pues se diagnosticó por vezprimera en el sitio de Nápoles en 1495. No se sabea ciencia cierta si provino de América o si realmen-

te se escondía bajo antiguas e imprecisas des-cripciones medievales. El hecho cierto

es que fue una enfermedad infecciosade notable difusión tanto en Euro-

pa como en América durante es-te periodo, y considerada como

“castigo divino” (Mörner1978: 24, 41-42; Sánchez Al-bornoz 1977: 61-86; Pease1992 a: 212-220).

La recomposición dela población

El dramático derrumbedemográfico de este rei-no tiene algunas analo-gías con el ocurrido enEgipto con la invasiónmusulmana tras la hégira,donde la población nativa

pasó de 30 millones a pocomás de 2 millones. Sin em-

bargo la población en el Perúse estabilizó en los años finales

del siglo XVII, y ya en el sigloXVIII y aunque muy tardíamente,

comenzó a recomponerse. La dismi-nución poblacional que causó honda

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La aparición en América deenfermedades provenientes de Europay África provocó una sensibledisminución de la población nativa. Estaacuarela del siglo XVIII presenta a unindígena víctima de la viruela.

preocupación, tanto por con-sideraciones éticas como eco-nómicas, tuvo sin embargosus bemoles, porque los cen-sos y tasas de las reduccionesocultaban información. Enrealidad, la fuga de los tribu-tarios y la lenta conversiónde los indios en mestizos pa-ra ser eliminados de las im-posiciones toledanas, desna-turalizaron el enfoque censal.

Los habitantes andinosdejan de ser originarios y sevuelven forasteros, abando-nan su condición de indios yse convierten en mestizos.Esta recomposición de la po-blación durante el siglo XVIIIse puede apreciar claramenteen los recuentos de la época.Según Cook, en 1751 había612 529 andinos, de los cua-les 2 080 eran curacas, 88160 tributarios, 54 920 foras-teros, 34 486 reservados, 143180 muchachos y 189 729mujeres. Sin embargo 120 años antes se consigna-ban 601 552 indígenas, lo cual nos indica que la po-blación aumentó en dicho lapso en unos 12 mil in-dividuos. Contradictoriamente la cantidad de tribu-tarios ha bajado, pues en el año 1620 había 136235, es decir unos 40 mil más que en 1751. Induda-blemente se estaba enmascarando un gran númerode tributarios para protegerlos. Además, el universopoblacional podría ser mucho más grande si consi-deramos el fenómeno del mestizaje.

En otros recuentos regionales vemos cómo en elCuzco se pasa de unos 126 mil habitantes a finalesdel siglo XVII, a unos 206 mil en 1786, y para 1798aparecen unos “misteriosos” 315 mil habitantes.Aunque desconfiemos de la veracidad de la terceracifra, es indudable que el crecimiento se aceleró enesa época, inclusive antes de 1786, pero no fue es-crutado por múltiples motivos. Resultados semejan-tes podríamos encontrar en Arequipa, donde secuentan 13 983 habitantes indios en 1751 y luegohacia 1792 se constata la existencia de 66 609 pobla-dores andinos, 17 797 de los cuales eran mestizos.

Propuestas y medidas para solucionar la crisisdemográfica fueron dadas por gente como el condede Lemos, quien gobernó entre 1667 y 1672 y con-

sideró que no actuar contrala mita hubiera condenadosu alma. También GuamanPoma de Ayala, indio acultu-rado, propuso a la Corona“reducir” a los españoles yno a los indios, es decir ais-lar dentro de las ciudades alos hispánicos y dejar quelos indios vivieran dispersosen el campo sujetos a sus cu-racas, quienes dependeríandirectamente de la Corona, ala que entregarían pingüestributos y para quien ten-drían bien gobernado el rei-no. Otros interesados en elbienestar y la salud de los in-dios fueron los religiosos,entre los que destacaron loshermanos de hábito del do-minico De las Casas. Algu-nos juristas como el licen-ciado Falcón presentaronobras como su Representa-ción… sobre los daños y mo-lestias que se hacen a los in-

dios, y otros autores como José de Acosta realizaronpropuestas de diferente índole en obras como el DeProcuranda Indorum Salute, en donde plantea la mi-noría de edad de los aborígenes y su condición demiserables.

El ya citado Juan de Solórzano, en su Dispvtatio-nem de Indiarvm Iure, describe la realidad del virrei-nato y sugiere respetar a los pobladores aborígenes.También algunos indios nobles plantearon propues-tas para solucionar los problemas que afectaban asus connaturales. Es el caso del curaca norteño Vi-cente Mora Chimo Capac y del descendiente del in-ca Tupac Yupanqui, fray Calixto de San José TupacInca. Pero a la larga, pocas fueron las medidas efec-tivas que se tomaron para recomponer la población.Quizá debamos reconocer en primer lugar los es-fuerzos de los propios pobladores andinos para res-tablecer el equilibrio demográfico durante el sigloXVIII.

Aun cuando los estimados de los censos pobla-cionales y los tributos bajaran y bajaran, había unsector en constante aumento, grupo decididamentecompuesto por los mestizos. El mestizaje –como severá en la sección pertinente– era una realidad in-contrastable incluso en las “aisladas” reducciones

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Portada de Dispvtationem de Indiarvm Iure(Madrid, 1629) de Juan de Solórzano y Pereyra.

indias, donde los funcionarios españoles rodeadosde ayudantes mestizos y esclavos se encargaban decumplir con la drástica separación entre las dos re-públicas. Simultáneamente los perseguidos por lajusticia y gentes sin oficio de diferentes razas se re-fugiaban en estas tierras indígenas, generando unaconstante mezcla de sangres. Los indios veían elmestizaje con buenos ojos, puesto que sustraía a sushijos de la mita y del tributo, además de lograrse unascenso en la escala racial. Es sabido que un mesti-zo tenía mayor facilidad que un indio para acultu-rarse y hacerse pasar por criollo. El mimetismo so-cial como arma de integración se desarrolló desdelos estratos más bajos de la población, lo que a suvez promovió este tipo de relaciones interraciales.Como consecuencia el grupo mestizo creció tantoque las autoridades españolas decidieron que se lesgravara con el tributo y la mita, como a cualquierindio. El virrey Melchor de Navarra y Rocaful, du-que de la Palata, ordenó que fueran incluidos jun-to con los indios forasteros en los censos regionales(Sánchez Albornoz 1977: 80 y ss.; Pease 1992 a: 214y ss.).

LOS INDÍGENAS

Los indios nobles y los curacasLos indios nobles según la reinterpretación cató-

lica de los postulados aristotélicos, debían ocuparun lugar destacado dentro de la República de In-dios, y de hecho los miembros de la elite incaica yalgunos señores macroétnicos fueron distinguidosdesde los primeros días de la conquista. Sin embar-go la insurrección de Vilcabamba los situó en durotrance y muchos aristócratas indígenas fueron juz-gados y vigilados. Por la fuerza inexorable de loshechos, los descendientes de algunos soberanos si-guieron habitando el Cuzco, luego de demostrar supertenencia a las panacas reales, aunque su po-sición social y económica se fue deteriorandorápidamente. Un siglo más tarde era difícil ras-trearlos como sucesores de los incas y se en-contraban paupérrimos, aunque algunos sevincularon a las nuevas formas de dirección dela República de Indios, accediendo a los cargoscuracales. Solamente oficiando de caciquespodían detentar los recursos necesarios para

mantener el decoro y la dignidad de un descendien-te incaico.

Pero durante el siglo XVIII la prestancia y au-toestima del grupo noble indígena pareció revivir, ypara ciertas familias que supieron manejar adecua-damente el discurso del “nacionalismo inca”, llevarla “sangre de los soberanos incas en las venas” seconvirtió en un signo de distinción. Incluso linajesmestizos y criollos cuzqueños alimentaron estossimbolismos para recuperar la importancia debida.Los propios españoles no fueron ajenos a estosmecanismos del nacionalismo inca durante las gue-rras de la independencia, cuando intentaron plegara los grupos indígenas al partido realista. Hacia1820 se restablecieron las preminencias de los in-dios nobles y curacas en ceremonias públicas co-mo la procesión del Corpus Christi, abolidas cua-tro décadas antes tras el levantamiento de TupacAmaru II.

En los tiempos coloniales la figura del indio no-ble se fue asociando cada vez más a la función delcuraca. Los documentos tardíos no hacían ya mayordiferencia entre ambos niveles, como lo señala la si-guiente comunicación oficial: “como descendientesde los indios principales se llaman caciques, (ellos)y a sus descendientes se les deben todas las preemi-nencias y honores, así en lo eclesiástico como en losecular, que se acostumbran conferir a los nobleshijosdalgos de Castilla, y pueden participar de cua-lesquiera comunidades que por estatuto pidan no-bleza, pues es constante que estos en su gentilismoeran nobles y a quienes sus inferiores reconocíanvasallaje y tributaban…”. Como es lógico suponerregulaciones reales de este tipo favorecieron la apa-rición de muchas probanzas y litigios de descenden-cia regia, muchos de los cuales se basaban en infor-mes falsos y erróneas categorizaciones surgidas enmedio del caos de la conquista. Estas probanzas y

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Detalle de la procesión del Corpus Christi en el Cuzcodonde puede apreciarse el desfile de señores indígenas.Este lienzo del siglo XVIII, de autor anónimo, seconserva en el Museo del Arzobispado del Cuzco.

solicitudes pedían los más diversos títulos, merce-des, rentas, encomiendas, privilegios y honores quepueda imaginarse, y solamente muy pocas fueronsatisfechas. Algunos personajes como Paullu Incapor ejemplo, alcanzaron sus objetivos por la trans-parencia de su antiguo linaje, y otros como Marti-nillo de Poechos, quien más tarde se convirtió endon Martín Pizarro, lograron el reconocimiento desus demandas por su lealtad y aculturación. Peroaun a los más prestigiosos indios nobles les fueronvedados algunos privilegios y ocupaciones, comolas profesiones más distinguidas y casi sin excep-ción las encomiendas y demás dignidades semejan-tes. Martinillo de Poechos –al decir de Lockhart– esun interesante ejemplo de la ambigua situación delos indios distinguidos, ya que ostentaba las máxi-mas prerrogativas a las que un español aspiraba,como compartir bienes y relaciones con los podero-sos Pizarro, pero cuando la ocasión lo amerita-ba, podía ser considerado como un indio más, yen consecuencia ser tratado como tal.

Desde la época de Toledo, los visitadores infor-maron de la explotación que los curacas ejercíansobre los indios de sus parcialidades, haciéndolostrabajar sin pago. El desconocimiento que teníanestos informantes de la tradición andina les impe-día descubrir si tras estos trabajos no remunerados

se reproducían asimétricamente vínculos de reci-procidad y redistribución. Apoyados en los “justostítulos de la conquista”, hubo el intento de evitarlas tiranías de los gobernantes andinos, pero a pe-sar de estas limitaciones los curacas siguieron te-niendo mucho poder e inclusive muchos jefes étni-cos se adhirieron a los planteamientos lascasianos,nombrando representantes para ofrecer a la Coronaexorbitantes cantidades de dinero a cambio de laabolición de la perpetuidad de las encomiendas.Desde las primeras épocas aparecieron curacas en-riquecidos que se amoldaron a los nuevos tiemposy supieron extraer ventaja de su papel de interme-diarios entre los indios y las autoridades hispanas.Fue por ejemplo frecuente que los curacas se apo-deraran de bienes incaicos –que teóricamente de-bían pasar directamente a la Corona– y los funcio-narios toledanos los censaron como propietariosde miles de camélidos o de extensas tierras. Otrosobtuvieron suculentos beneficios mediante tempra-nas alianzas con los españoles, como por ejemplolos curacas de Jauja, que lucharon judicialmentedurante muchos años para ver cumplirse las pro-mesas de los primeros conquistadores.

Aun cuando los ayllus del siglo XVII se fueronempobreciendo notablemente, centenares de cura-cas ingresaron con éxito a la economía colonial a

través de la lenta apropiación de las tierras co-munales, las que fueron pasando a formar par-te de su peculio personal. La usada fórmula:“tierras pertenecientes a mis antepasados desdemuy antiguo” sirvió para denominar las tierrasapropiables del ayllu o de la familia extendida, yempezó a connotar exactamente lo que las leyescastellanas entendían como tal. Inicialmente fueuna medida de protección para evitar que lasparcelas comunales fueran pasto de la voracidadde los españoles, que aprovechaban las reasigna-ciones de tierras vacantes. Después se convirtióen un verdadero subterfugio para expandir lastierras administradas por los curacas de una ma-nera muy occidental. La recaudación de los tri-butos también constituyó otra fuente de riquezae influencia para los jefes étnicos, quienes libra-ron de tal carga a sus parientes más cercanos yse la redoblaron a los demás indios del común,sucediendo lo mismo con la mita. Otra forma delucro caciquil residió en la venta de mano deobra indígena a los empresarios españoles quecarecían del derecho a mitayos.

Pero las posibilidades de enriquecimiento yabuso de los curacas tenían como límite el nivel

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Unión de la descendencia imperial incaica con las casas de losLoyola y los Borja. En el extremo inferior derecho se aprecia a loscontrayentes don Juan de Borja y doña Lorenza Ñusta de Loyola.

de redistribución que debía mantenerse al interiorde la comunidad y al que no podían sustraerse. Pa-ra seguir siendo aceptado como cacique, éste teníaque prestar ayuda y solidaridad a los indios de susreducciones, lo cual significaba un alto costo en me-tálico, so pena de enfrentarse con la comunidad,perdiendo en este último caso la disponibilidad defuerza de trabajo y una serie de otros privilegios enlos que basaba su prosperidad. Así, los curacas deimportancia intermedia y menor pudieron mante-ner los vínculos de reciprocidad, pero no sucedió lomismo con los grandes señores macroétnicos que sevieron absolutamente imposibilitados de ejercitaruna redistribución en gran escala, por lo que a lalarga desaparecieron como tales.

Dentro del ayllu comenzaron a diferenciarsegrupos pobres y ricos, convirtiéndose los segundosen acreedores de los primeros. Y pronto las relacio-nes se volvieron tensas, siendo frecuente que los in-dios prestamistas pidieran penas de cárcel para losindios deudores, o amenazaran con “venderlos” co-mo yanaconas a un español hasta que pagaran ladeuda redimida por el nuevo patrón. Los movi-mientos nativistas de principios del siglo XVII fue-ron insurgencias de índole mesiánica que permitie-ron que los indios no sólo se vengaran de los espa-ñoles rurales y de los sacerdotes, sino de los curacasindígenas que no habían sabido mantener el equili-brio adecuado entre su prosperidad de raigambreoccidental y sus lealtades étnicas. Una legión de cu-racas rápidamente aculturados iniciaría, tímida-mente primero y agresivamente después, su inser-ción en el intrincado mundo financiero colonial,utilizando la reciprocidad y la redistribución comoventajas comparativas para ingresar en el mundo delos negocios.

Un caso digno de citarse es el de Diego Caqui,cacique de Tacna enriquecido a partir de sus sem-bríos de vid, maíz, trigo, quinua y ají –producto es-te último con el que pagaba a sus operarios–, y deuna vasta producción de vinos que eran transporta-dos en sus propios navíos a Panamá o en caravanasde arrieros hasta Potosí. Otro ejemplo es el de Die-go Chambilla, curaca de Pomata, con grandes pro-piedades inmuebles en Potosí, negocios en su cura-cazgo y una complicada red de apoderados con loscuales manejaba sus empresas y prebendas, que in-cluían la capitanía provincial de la mita. Finalmen-te, para no hacer muy largo este listado, podríamosmencionar al afortunado curaca Gabriel FernándezGuarachi, quien al morir dejó la astronómica sumade 40 mil pesos de deudas, 20 mil pesos destinados

para la construcción de una iglesia, 9 mil cabezas deganado y una larguísima documentación sobre elmanejo de sus propiedades de tierras y los fondoscomunales.

La Corona consideró como una necesidad la oc-cidentalización de los hijos de los curacas, especial-mente de aquellos que heredarían la tiana o silla cu-racal. Con tal fin se fundaron los centros de ense-ñanza de indios nobles, como el de San Franciscode Borja en el Cuzco o el colegio Del Príncipe en Li-ma, siguiendo el mandato de las leyes de Indias:“deberán ser llevados (allí) los hijos de los caciquesde pequeña edad y encargados a personas religiosasy diligentes que les enseñen y doctrinen en cristian-dad, buenas costumbres, pulicia y lengua castellanay se les asigne renta competente a su crianza y edu-cación”. Allí aprendían bajo la atenta vigilancia delos preceptores jesuitas a leer, escribir y a realizarlas operaciones aritméticas básicas. Estudiaban asi-mismo doctrina cristiana, fundamentos de ética yderecho natural, pintura y música, pero se tratabade que la aculturación no fuese tan radical, para queluego pudieran acostumbrarse a vivir nuevamenteen sus comunidades de origen. Un maestro jesuitaafirmaba de sus alumnos: “acuden a este colegio loshijos de muchos pueblos y provincias y se crían yenseñan en la verdadera fe del Evangelio y ellos vana sus pueblos fundados en esta verdad y entrandodespués a gobernarlos tiene en cada uno la iglesiaun esforzado soldado contra el demonio y destruc-ción de la idolatría, enseñando estos niños a susmismos padres y parientes convenciéndoles con ra-zones y verdades que van fundados, como os hanreducido y confirmado muchas veces…”.

Esta privilegiada situación de los curacas se vioseriamente comprometida tras la rebelión de TupacAmaru, pues sus genealogías fueron desconocidas,sus preeminencias abolidas y los símbolos de suposición prohibidos. Los alcances obtenidos tras el“resurgimiento incaico” se derrumbaron de la no-che a la mañana. No en vano añoraría el noble Jus-to Sahuaraura: “ya no hay trajes de incas, ñustas,bustos, escofietas que suelen usar los nobles incas,vestidos de uniforme o de golilla; ya no llevan lasinsignias de los incas ni el plumaje” (Pease 1992a:294; Busto 1981: 43-46; Stern 1982: 252-266; 270 yss.; Pease 1992b: 149-165; Lockhart 1982: 266 y ss.;Ossio 1992: 163-165).

Los indios enriquecidosEn la imprevisible sociedad colonial no todos los

indios adinerados tenían que ser necesariamente

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curacas o nobles. A veces los parientesde los curacas, los indios huidos, losmitayos que se habían apropiadode metales preciosos en las mi-nas, o los nativos que por al-gún motivo azaroso se habíanaculturado aceleradamente(sin haber pasado necesa-riamente por los colegiosde caciques), podían de-sempeñarse adecuada-mente al interior de laRepública de Españolesy extraer enormes bene-ficios de ello. Inclusodentro del ayllu habíanlogrado acumular un ca-pital, librándose de pagosy de los onerosos serviciosde la mita, el tributo, el ser-vicio personal y otras con-tribuciones forzosas. Debidoa su mejor posición económi-ca, podían conseguir que los in-dios empobrecidos los reemplaza-ran en las tareas más duras estipula-das por la legislación indiana. En ocasio-nes las parcelas individuales se volvieron obje-to de comercio y los propietarios endeudados debie-ron cederlas a sus acreedores, por lo general indíge-nas que vivían del acaparamiento de tierras. A vecesestos nativos enriquecidos obligaron a algunos mi-tayos a traspasar sus escasas propiedades como pa-go de préstamos, y no fue raro que los naturales en-deudados laboraran grandes temporadas para elprestamista, también indio.

Conforme avanzaba el siglo XVII, los indios conéxito intentaban alejarse de las maneras andinas deconcebir la propiedad, la reciprocidad y los vínculostradicionales. Los grandes productores artesanales,los comerciantes de mediana y gran escala, los pro-ductores cocaleros o de otros productos de gran de-manda, imitaban a los españoles y buscaban rique-za líquida, bienes contantes y sonantes. Si conserva-ban algunos de los antiguos sistemas de reciproci-dad andina era en favor de sus “modernas” empre-sas, y sólo para mantener su pertenencia al grupo.De hecho, muchos de estos empresarios indiosafrontaron juicios tan graves como los que se ini-ciaron contra los españoles.

Los indios ricos se jactaban de hablar buen cas-tellano, vestían a la manera de Castilla, se paseaban

en cabalgaduras de ricasmonturas, con pistoletesy espadas al cinto e in-clusive algunos inicia-ban ricas colecciones dearmas antiguas. Sus ca-sas por lo general pre-sentaban muebles decostosa factura o al me-nos denotaban usos ycostumbres muy occi-

dentales, cambiaban sudieta, aprendían a leer y es-

cribir o al menos a firmar. Lacúspide de este proceso era

entablar amistad con los espa-ñoles adinerados y moverse en di-

cho círculo social, por lo que nacióun extraño grupo de “exitosos peninsu-

lares de piel india”. En algunos casos se pro-ducían entronques matrimoniales entre familias dela elite española y estos aculturados, siempre ycuando descendieran de linajes incaicos. Los espa-ñoles provincianos, sobre todo los de rango inter-medio, no eran tan exigentes y podían llegar a igno-rar las prosapias indígenas de menor valía, si lasuniones representaban beneficios por los abundan-tes bienes y tierras de los futuros consuegros. Aun-que parte de esta aculturación se debió a los cole-gios de caciques, muchos indígenas que ni siquierahabían pasado por sus aulas resultaron más hispáni-cos que los propios discípulos de los jesuitas.

Otra forma interesante de aculturación fue la re-ligiosa. Muchos naturales vieron en el cristianismouno de los caminos directos a la hispanización y sevolvieron muy creyentes y devotos pero, aun cuan-do practicaran un cristianismo ortodoxo, entendíanal dios de los españoles como uno más de su exten-so panteón. Sin embargo al dios occidental le ren-dían especial reverencia y sobre todo hacían muchagala de ella. La asimilación de estos indígenas ricosal sector empresarial español, promovió una alianzade intereses para la mejor expoliación de los secto-res deprimidos (Stern 1982: 243 y ss.; 270-278).

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Retrato del sacerdote Justo Sahuaraura, autorde Recuerdos de la monarquía peruana

(París, 1850), autocalificado comodescendiente de los incas.

Los indios forasteros y yanaconasLos indios del común, especialmente los más

empobrecidos, observaban con tristeza y desespe-ranza lo poco que el destino les deparaba. Cuandollegaban a la edad adulta, etapa en que tenían quepensar en casarse, formar una familia y empezar acumplir con las imposiciones estatales como la mi-ta, el tributo y los repartos mercantiles, resolvían enmuchos casos desarraigarse, huir de la comunidadcon rumbo desconocido, lejos del hogar y la fami-lia, sin el abrigo de la reciprocidad y los lazos deprotección del ayllu. Tres cuartas partes de los in-dios forasteros habían escapado aún solteros, puesla situación se tornaba mucho más angustiantecuando se tenía mujer e hijos. Las posibilidades deencontrar mejores horizontes eran muy variables yasí mientras algunos se alquilaban como yanaconasen las zonas cocaleras tropicales, otros se abrían ca-mino en las inhóspitas y desconocidas ciudades. Pe-ro también existía la alternativa de integrarse a unanueva comunidad indígena, donde como forasterose evadían determinadas imposiciones, aunque es-taban obligados a repartir sus excedentes con sus“anfitriones”, o a hacer contratos de servicio o ya-naconaje con algún hacendado u obrajero cercano.Temporal o definitivamente, terminaban ganándosela vida como empleados a sueldo, mingas mineros,aprendices de artesanos o jornaleros. Los yanaconasque trabajaban en las haciendas y otros lugares fue-ron una minoría durante el siglo XVI, pero en la si-guiente centuria resultaron cada vez más numero-sos. Al respecto, el duque de la Palata decía: “demuchos años a esta parte se ha reconocido la gran-de despoblación a que han llegado todos los pue-blos de estas dilatadas provincias del Perú y los gra-ves inconvenientes que se van continuando de noaplicarse el remedio a tan universal ruina, pues nopuede conservarse el reino con sólo las principalesciudades si todo el resto de sus miembros se enfla-quece y despuebla como se va sucediendo… lo quese da por… la facilidad con la que los naturales semudan a sus domicilios retirándose a las ciudades yescondiéndose a donde nunca les alcance la noticiade sus caciques y gobernadores…”. La disminuciónde los indios de las reducciones, tras las fugas de susmoradores y el incremento de la población mestiza,llevó al virrey antes citado a incluir a los hijos deblancos e indias y a los forasteros en los censos depoblaciones, asegurando así su condición de mita-yos y tributarios. La medida no llegó a dar el resul-tado esperado porque se iba abriendo un ampliomercado de trabajo para estos indios “caídos del

cielo”, y los empresarios españoles, tanto los bene-ficiados por las ineficientes mitas como los privadosde ellas, competían por disponer de mayor cantidadde mano de obra. De esta manera empezaron a dar-se una serie de “contratos de trabajo”. La fuerza detrabajo se intercambiaba por dinero o productos pa-ra la subsistencia y el patrón debía asegurar el bie-nestar del contratado. En algunos casos se llegaba aseñalar la obligación de enseñar un oficio al traba-jador. Lógicamente había rubros y sectores que re-sultaban más rentables que otros. Los artesanos po-dían contar con una ganancia promedio de 40 a 60pesos al año, mientras los arrieros tenían la posi-bilidad de obtener entre 80 y 130 pesos, con laatribución adicional de poder transportar mercan-cías propias. Sin embargo en el campo los ingresosresultaban sumamente magros.

Si bien la relación de yanaconaje no era de nin-gún modo placentera, pues las exigencias eran muyduras por parte del patrón, se requería en cierta me-dida del consentimiento del indio para renovar ca-da cierto tiempo la “contratación”. El intento de en-deudarlos para alargar más los plazos de servicio te-nía sus problemas para el empleador, pues los yana-conas se informaban de las mejores condiciones detrabajo y dejaban de ir donde el contratante másabusivo. Un remedio final frente a los malos patro-nes podía ser la huida, dejando impagas las deudasque los ataban. Dice Stern: “para el siglo XVII mu-chos producto-res habían lle-gado a depen-der de la volun-tad de los in-dios de trabajarpara los coloni-zadores”. Noen vano un tes-tigo de la épocaseñalaba que“ p r o m e t e nmontes de oropara atraer a losindios a con-vertirse en ya-naconas”. Tam-bién en los cen-

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Melchor deNavarra y

Rocafull, duque dela Palata.

tros mineros los indios mingas que eran pagadoscomenzaron a suplir la aguda escasez de trabajado-res que fomentaba la deficiente mita del siglo XVII.El propio Guaman Poma atestiguaba: “y así comoven estos indios ausentes (establecidos en las ciuda-des) se salen otros idos de sus pue-blos y no hay quien pague el tribu-to ni hay quien sirva en las dichasminas… …y están lleno de indiosla rancherías de la dicha ciudad (deLima) y no hay remedio y hacenofensa al servicio de Dios nuestroSeñor y de su Magestad y no multi-plican los dichos indios en este rei-no” (Stern 1982: 232-236; 243-250).

Los indios urbanosLa arquitectura de la sociedad

andina se desplomó y sus integran-

tes debieron buscar remedio a su situación personalen todos los resquicios que la nueva sociedad lesproponía. Desde las primeras épocas los indios de-bían bajar a las ciudades para entregar los tributosdel repartimiento y luego permanecían unas sema-nas en la urbe trabajando para los encomenderos oéstos los alquilaban a otros españoles que necesita-ran de esa fuerza de trabajo adicional. Más adelanteel curaca directamente realizaría ese contrato con elinteresado. Además del personal de servicio que ha-bitaba temporalmente en casa del amo, los españo-les tenían tres tipos de indios a su disposición: sussirvientes permanentes, los migrantes individualesen busca de trabajo o yanaconaje, y los tributariosorganizados, alojados en extensas barracas adecua-das para tal fin. En zonas como el Cuzco se exten-día una zona intermedia entre la casa del encomen-dero y la barraca de los tributarios. Estos últimos sealojaban en casas de propiedad ancestral que se ubi-caban en los barrios de la ciudad reservados paraindios.

Muchos de los indios empezaron a gustar de laforma de vida de las ciudades y, tentados por losatractivos de los centros de trabajo y de comercio,empezaron a huir hacia ellas. Aun ciudades tan in-hóspitas como Potosí recibían indios forasteros quese integraban a los sistemas comerciales allí existen-tes, para escapar del controlismo de las reduccio-nes. Las calles de la metrópoli minera, que llegaríaa albergar más de 160 mil habitantes –cifra especta-cular para la época–, se veían llenas de indios conropas nuevas y dineros en los bolsillos. Los estable-cidos en la urbe del Cerro Rico habían encontrado

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En el estremo derecho de este lienzo se puede apreciar a unamujer mestiza del Perú colonial, donante de la obra pictórica

que hoy se conserva en la iglesia de San Pedro, en Lima.

Una vista de la ciudad de Potosí en ungrabado del siglo XVII de la obra de

Olfert Dapper.

formas de vida apetecibles para cualquier indio decomunidad, ya que las posibilidades de ascenso ymovilidad social eran mucho mayores. Los indiosafincados en las ciudades sufrían una repentina am-nesia que les impedía reconocer su antigua condi-ción. Como lo refería Guaman Poma “de indio mi-tayo se hacía cacique principal y se llamaban don ysus mugeres doña”. Los naturales daban un espec-táculo bastante particular a las nuevas ciudades es-pañolas como “la dicha ciudad de los Reyes de Li-ma… atestada de indios ausentes y cimarrones he-chos yanaconas oficiales siendo mitayos indios ba-jos y tributarios se ponían cuello y se vestían comoespañol y se ponía espada y otros cetros, alquilabapor no pagar tributo ni servir en las minas, ves aquíel mundo al revés…”. Todo ello, según el cronista,servía de mal ejemplo a los demás indios que deja-ban sus tierras y se dirigían a las urbes a imitar di-cho estilo de vida.

Las mujeres andinas que se destinaban al servi-cio del hogar, muchas veces se convertían en queri-das o amantes de los españoles, hasta que llegara laesperada mujer del patrón desde la lejana Metrópo-li, o mientras el panorama de un provechoso matri-monio no se le presentara al amo. En las primerasépocas también existieron formas de poligamia en-tre los conquistadores que se rodearon de numero-sas mujeres que podían satisfacer sus más mínimosdeseos. La sirvienta indígena hablaba bien el caste-llano, aunque seguía vistiendo según los usos ver-naculares. Cuando el patrón resolvía dejarla por al-gún motivo, arreglaba muchas veces un matrimoniocon un mulato o un indio de su servicio o le dejabaalguna pequeña propiedad, una casita, un lote o leregalaba un esclavo o una pequeña renta, para nodejarla desamparada. La amante indígena abando-nada era un espectáculo desgarrador que pocos es-pañoles querían propiciar y el mismo Guaman Po-ma criticaba la ligereza frente a la sexualidad demuchas de estas indias radicadas en las ciudades.En su Nueva corónica y buen gobierno escribió: “muymuchas indias putas cargadas de mesticillos y demulatos todos con faldellines y botines y escofetas,son casadas, andan con españoles y negros y asíotros no quieren casarse con indio ni quiere salir dela dicha ciudad por no dejar la putería… y no hayremedio” (Ossio 1992: 147; Lockhart 1982: 262-280).

Los indios del comúnUn documento de 1697 afirmaba de los indios

comunes: “descendientes de los indios menos prin-

cipales que son los tributarios y que en su gentili-dad reconocieron vasallaje… y descendientes deellos y en quienes concurre la puridad de sangre co-mo descendiente de la gentilidad, sin mezcla de in-fección u otra secta reprobada, a éstos también seles debe contribuir con todas las prerrogativas, dig-nidades y honras que gozan en España los limpiosde sangre que llaman el estado general…”.

Decía un dominico: “agora están los indios po-bres y particularmente subjetos a los curacas que enningún otro tiempo, y son ellos más vejados y vio-lentados y esto se ve claro, pues la mitad del añogastan en servir a sus curacas, y la causa es no ha-ber justicia y los pobres no atreverse a pedilla portemor de no salir con ello y no tener favor, y comono hay justicia sobre los curacas ni quien les vaya ala mano, hacen lo que quieren, porque los corregi-dores, como ellos no pueden robar y ser aprovecha-dos con el favor y ayuda de los curacas, hanse he-cho con ellos y así roba el corregidor por una partey el curaca por otra, y así son los indios más vejadosque nunca; e para el remedio desto don Franciscode Toledo dio tasas y salarios y quedáronse con louno y con lo otro”.

Al cabo de pocos años los datos de las visitas ylos censos primigenios ya no correspondían a la rea-lidad, pues los antiguos ayllus y reducciones empe-zaban a quedarse despoblados por el desastre de-mográfico, pero también por el cambio cualitativode la población. Muchos de sus habitantes ya noeran indios sino mestizos y en consecuencia no seles contabilizaba en los padrones. Obviamente tam-poco se consignaba a los huidos. Frente a la presiónejercida por los curacas, encomenderos y funciona-rios, los indios tenían la posibilidad de pedir a laCorona una ”revisita”, que podía comprobar la exis-tencia de casas abandonadas y confirmar la muertey la fuga de tributarios. Cabía entonces que se apro-bara una reducción de los tributos que esa comuni-dad debía entregar. Inicialmente se trató de un me-canismo de las comunidades para enfrentarse a losencomenderos, pero después se desarrolló un inte-resante sistema de connivencias entre funcionariosy grupos étnicos. Muchas veces las “revisitas” pro-vocaban la desconfianza de las autoridades jerárqui-cas mayores y se repetían al poco tiempo con fun-cionarios diferentes o presuntamente más probos,obteniéndose cifras diametralmente distintas. Porello durante esta época abundaron las acusacionescontra muchos corregidores que escondían mitayospara dedicarlos a otras actividades. Estas ilegales ac-ciones contaban con la complicidad de los grupos

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regionales, interesados en usufructuar la fuerza detrabajo de esos indios, antes que en mandarlos a le-janos lugares de donde seguramente no regresarían.Aprovechando al máximo los poderes casi autárqui-cos que ejercían en las localidades, los corregidoresasí como algunos curas de indios, intentaban ha-cerse de una pequeña fortuna durante su mandato.Y con tal fin cultivaban con esmero sus relacionescon las elites locales, las que a su vez estaban inte-resadas en aliarse con las autoridades de turno paraemprender aventuras comerciales, manufactureras,mineras y agrícolas.

La colaboración del corregidor que oficiaba co-mo intermediario entre la comunidad y los empre-sarios españoles era entonces fundamental. El co-rregidor duplicaba los tributos que cobraba a los in-dios, jugaba con los turnos de las mitas y repartíaobjetos a los indios, algunos útiles como mulas y ar-tefactos de labranza, otros innecesarios y no desea-dos como peinetas y medias de seda, pero que ser-vían para endeudarlos. El corregidor también aten-taba contra la Corona escondiendo parte de la tribu-tación o cobrando otras veces el tributo en ovinos y

camélidos que en vez de ser rematados en el lugar,eran llevados a Potosí por sus ayudantes, obtenien-do así pingües ganancias que no iban ciertamente aengrosar las arcas reales. Con todas estas cartas queocultar, el corregidor debía actuar astutamente paramedrar de todos los grupos de interés que se vincu-laban con él. Pero la codicia podía crearle al repre-sentante estatal un ejército de enemigos e intermi-nables procesos judiciales. Los investigadores hanseñalado que los corregidores enfrentados con gru-pos españoles tenían una mayor dificultad para re-coger el tributo entre los indios, que aquellos que seacogían a relaciones más armónicas. Los indios delas comunidades empezaron a sopesar las fuerzas alas que se enfrentaban y aprendieron a defendersede las excesivas demandas de los funcionarios ygrupos españoles.

Desde tempranas épocas la elite incaica aprendióa luchar judicialmente para probar sus ascendenciasy preeminencias, y con la experiencia obtenida enestas lides defendieron los derechos de las etniasque representaban. Al cabo de algunos años el nú-mero de litigios de los habitantes andinos era de talmagnitud que sus causas inundaban los juzgados yaudiencias. Muchos juicios estaban perdidos de an-temano, pero los lentos procesos agotaron a los de-mandados. En otros casos, ante las perspectivas deun largo juicio, los usurpadores del derecho de lacomunidad preferían simplemente llegar a una tran-sacción. Otras veces la táctica utilizada por las co-munidades era aliarse con los enemigos de su ene-migo, tal vez un hacendado poderoso pero sin ma-no de obra enfrentado con el corregidor, o un mine-ro dispuesto a enemistarse con el usurpador de lastierras indígenas. Las brechas dejadas por los gru-pos españoles eran lo suficientemente amplias co-mo para ser detectadas por los habitantes andinos yde hecho fueron utilizadas a su favor. Este fenóme-no se agudizaría durante el siglo XVII, en la medidaen que se acentuó el proceso de aculturación de losindígenas y la consiguiente resistencia por un lado,y del mayor interés de solucionar pragmáticamentela carencia de fuerza de trabajo. Pero ello no debellevarnos a olvidar el drama colectivo que significóla conquista. En medio del desastre debemos resal-tar la figura de los pobladores andinos que supierondar respuestas y entrar activa y valientemente en eljuego que habían impuesto los conquistadores, ima-gen muy lejana por cierto de los estereotipos del in-dio indolente y apocado que “gemía silente bajo suyugo”(Pease 1992a: 214 y ss.; Pease 1992b: 151;Stern 1982: 154-206).

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Corregidor español y escribano en una ilustración de laNueva corónica de Felipe Guaman Poma de Ayala.

Resistencia y aculturación indígenaLa resistencia andina empezaría desde los prime-

ros momentos de la llegada de los españoles. Mu-chas veces la aculturación de algunos grupos fueuna forma de resistencia, al tiempo que la resisten-cia de otros adquiría las características de una mar-cada aculturación. Los primeros momentos del en-frentamiento con el invasor se resumen en la tenazoposición realizada por Manco Inca y sus sucesoresdesde Vilcabamba. Sin embargo los modernos in-vestigadores encuentran datos que confirman quedesde los días primigenios de la conquista se siguie-ron procesos sumarios contra los curacas que cons-piraban contra el régimen, en episodios semejantesal de los trece curacas condenados al garrote y lahoguera durante la prisión de Atahuallpa. SegúnFranklin Pease, el gobierno escenográfico de los in-cas entronizados por los españoles no parece habersido muy provechoso porque no cumplía con loselementos rituales andinos que acompañaban a ladesignación de un nuevo inca, a saber, enfrenta-mientos rituales, cogobierno, correinado, confirma-ción solar y una serie de sutiles ceremonias. Conju-raba también contra su desempeño el grave proble-ma de las banderías y grupos de influencia, tanto anivel de las intrigantes e irreconciliables panacas,como entre los curacas opositores e interesados enjalar agua para sus propios molinos.

A la muerte de “Atabálipa” o Atahuallpa seabrió inmediatamente un nuevo cuadro de alianzase indisposiciones dentro de la política andina. Conel tiempo muchos curacas encontraron aliados in-cluso en algunos sectores españoles, como los reli-giosos. Se sabe por ejemplo que los dominicos y al-gunos letrados que seguían la prédica lascasiana,organizaron una efectiva campaña contra los abu-sos del sistema imperante y los vicios de su funcio-namiento. No resulta pues extraño encontrar a loscuracas reunidos en Mama, Huarochirí, otorgándo-les poderes a juristas como Santillán, o a los de Juliy Arequipa nombrando con similar cometido a frayBartolomé de las Casas y a fray Domingo de SantoTomás.

En esta línea se desarrolló toda una veta de resis-tencia jurídica indígena que motivó la proliferaciónde causas judiciales. A ello se sumó la abundanciade memoriales y escritos dirigidos al rey desde sec-tores particulares, religiosos y administrativos, losque tuvieron diverso destino. Indios nobles hicie-ron gala de su vocación y capacidad legalista, desta-cando personajes como el cacique norteño VicenteMora Chimo Capac, por su “Manifiesto y agravios,

bexaciones, y molestias que padecen los reynos delPerú”, y el descendiente del inca Tupac Yupanqui,fray Calixto de San José Tupac Inca, autor de un do-cumento presentado en 1748, titulado “Representa-ción verdadera y Exclamación rendida y lamentableque toda la nación indiana hace a la magestad delSeñor Rey de las Españas y Emperador de las Indiasdon Fernando VI, pidiendo las atienda y remediesacándolos del afrentoso vituperio y oprobio en queestán más de doscientos años”. Estos manifiestospusieron de relieve la serie de injusticias que afec-taban a los integrantes de la República de Indios, si-guiendo el primero de ellos planteamientos típica-mente lascasianos, en tanto la “Representación…”resultaba mucho más amplia y versada, pues reco-mendaba no sólo el cumplimiento de la preeminen-cia debida a los nobles descendientes de los indiosprincipales, sino otra serie de demandas como laposibilidad de viajar libremente a la Metrópoli, edu-carse, acceder a las órdenes y profesiones más pres-tigiosas, la exoneración de impuestos y alcabalasdebido a que los indios ya estaban gravados por eltributo, la abolición de los servicios personales ymitas, y que se les considerara como mayores deedad, permitiéndoles hacer uso de todas las prerro-gativas de vivir como cualquier español. Con tanavanzadas propuestas viajó fray Calixto a España apresentar su petitorio al rey, pero de regreso fue vis-to como un peligro potencial aduciéndose una reu-nión con los curacas de la sierra de Lima para justi-ficar su deportación.

Un documento que nunca llegó a manos del reyfue la Nueva corónica y buen gobierno, obra por cier-to bastante anterior a las dos previamente mencio-nadas, salida de la pluma de Felipe Guaman Pomade Ayala, un indio aculturado que murió en 1615.La historia de este valiosísimo manuscrito es apa-sionante por los avatares que sorteó hasta 1908, añoen que finalmente fue encontrado en la bibliotecade Copenhague. En la actualidad la obra es objetopredilecto de estudio de los etnohistoriadores, nosólo por sus célebres dibujos y la visión tan genui-namente andino-española de su discurso, sino por-que proponía una lectura diferente de la conquistay delineaba alternativas novedosísimas para el futu-ro. Indignado por el caos generado por los españo-les en los Andes, señalaba que ningún derecho asis-tía a los peninsulares, ni aun el de la cristianización,pues los indios ya habían tenido el conocimientodel creador bajo el nombre de Viracocha. Ademáslos españoles eran muy malos cristianos y consti-tuían el anti-ejemplo de lo que debía enseñarse, más

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preocupados como estaban de adueñarse del oro yla plata del país.

Guaman Poma consideraba que el rey de Españacomo Monarca del Universo podía ordenar estecaos, y a él le presenta su propuesta. Siguiendo lascategorías andinas del Hanan y Urin, los españolesreunidos en un grupo y los indios en el otro se or-ganizarían en dos grupos separados y diferentes, pe-ro complementarios. La propuesta de nuestro autorconsistía simplemente en “reducir” a los peninsula-res en las ciudades, lugar natural de la República deEspañoles y dejar el espacio rural a los indios, don-de gobernarían los curacas, con mejor tino y razónque los conquistadores, no destruyendo a la pobla-ción andina e incrementando enormemente las ga-nancias reales. Si bien la mirada de Guaman Pomaes contestataria frente al orden colonial, no propo-ne la ruptura del sistema en el cual el autor se en-cuentra inmerso (Pease 1992a: 304-316; Ossio1992: 149-177).

El mesianismoOtra forma de la resistencia ofrecida por los po-

bladores andinos sería el mesianismo, concepciónextendida entre los indios tras la muerte de Ata-huallpa y los sucesos posteriores. Los antropólogosseñalan como causas de este fenómeno el profundosentimiento de crisis sentido por los naturales delos Andes, la añoranza de un principio mediador yunificador y la necesidad de una imagen de orden.Esto se tradujo en el sueño del regreso del inca, deun Inkarrí, es decir un inca con muchos componen-tes occidentales, pero cuya función sería la de sub-vertir el orden, volver al pasado y poner lo inferioren lo alto y viceversa. De esta manera se pensaba re-dimir a los pobladores andinos de su intolerable si-tuación y crear un mundo de paz y orden donde losinvasores europeos ocuparan la posición más baja eincómoda. Guaman Poma en su cuadro de edadescomparativas de Occidente y los Andes, señala quela última de ellas, la que correspondería según lostratadistas medievales a la llegada del Espíritu San-to y el Juicio Final, coincidirá con el regreso del in-ca, del cual se hace portavoz.

Luego de la derrota de la resistencia militar in-caica, los episodios cuzqueños de Manco Inca y lagesta vilcabambina, una de las primeras manifesta-ciones mesiánicas fue la del Taqui Onkoy, la cualdenotó una temprana extinción de la religión ofi-cial solar de los incas, pues se acudió a las huacaslocales.

El Taqui Onkoy constituyó un movimiento me-siánico de singular importancia, porque al decir demuchos estudiosos, anuncia el fin de las alianzas es-tablecidas entre los señores étnicos y la poblaciónandina por un lado, y los conquistadores por elotro. Dicho movimiento obtuvo hacia 1564 miles deadeptos en las áreas cercanas a Huancavelica y Cuz-co, y sus seguidores pensaban que estaban a puntode entrar en una nueva edad de salud y abundancia,la época de las huacas vengadoras. Al movimientose le conoció también como la “enfermedad del bai-le” pues sus seguidores eran poseídos por las hua-cas, algo raro hasta ese entonces, pues en tiemposanteriores las huacas se relacionaban con objetosinanimados. Los sacerdotes afirmaban: “no se me-tían (las huacas) ya en las piedras, ni en las nubesni en las fuentes para hablar, sino que se incorpora-ban en los indios y los hacían hablar y que tuviesenlas casas barridas y aderezadas para si alguna de lashuacas quisiese posar en ella. Y así fue que hubomuchos indios que temblaban y se revolcaban porel suelo, y otros tiraban de pedradas como endemo-

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Portada de la Nueva corónica de Guaman Poma de Ayala,siglo XVII.

niados, haciendo virajes, y luego reposaban y llega-ban a él con temor y decían que qué había y sentíay respondía que la huaca fulana se le había entradoen el cuerpo”.

La revuelta del Taqui Onkoy también conside-raba represalias contra algunos indígenas, tanto ha-tun runas como curacas que supuestamente habíancolaborado con los dioses cristianos, independien-temente de su fidelidad hacia sus deidades ancestra-les. A los culpables se les exigía la reforma y la co-laboración con los taquiongos, que preconizaban lavenida de grandes pestes para los españoles y sussecuaces, así como el derrumbe del dios invasor. Escurioso encontrar en todo este fenómeno de regre-so a las antiguas divinidades muchos elementoscristianos como las plagas bíblicas, la idea de pose-sión diabólica y la figura misma del líder llamadoJuan Chocne, quien se hacía acompañar por dosmujeres llamadas Santa María y Santa María Magda-lena. Cristóbal de Albornoz se encargó de perseguiresta idolatría en un proceso que demoró más de tresaños y culminó con el juicio de más de 8 mil indios,no todos los cuales se arrepintieron.

Recientemente se han puesto en duda algunaslíneas interpretativas de este movimiento y los es-pecialistas intentan reordenar la información obte-nida. En épocas ligeramente posteriores aparecie-ron otros movimientos tales como el Moro Onkoy,que se veía asociado a una epidemia de la cual sólose salvarían los reconvertidos a la religiosidad andi-na, y el Yanahuara, otro movimiento surgido enaquella localidad arequipeña que estaba relaciona-do con los rebrotes de la viruela y el sarampión,enfermedades que según el predicador de la here-jía, sólo podrían curarse volviendo al culto de lasantiguas huacas locales.

Pero luego del Taqui Onkoy, del Moro Onkoy ydel Yanahuara, durante todo el siglo XVII seguiríanestallando una serie de convulsiones sociales simi-lares, que irían reforzando la idea del regreso inmi-nente del inca. Aunque la razón inmediata de los le-vantamientos locales estaba relacionada con los ex-cesos que en materia de repartos, mitas y tributoscometían las autoridades locales, el transfondo quelos inspiraba era la mítica noción del regreso delinca y la consecuente reordenación del mundo. En

el período comprendido entre el final del siglo XVIIy casi toda la siguiente centuria, el mesianismo de-sembocaría en la revalorización de la figura de losincas y la formación de un “nacionalismo neoinca”,un movimiento que competía con el proyecto crio-llo en sus dos vertientes, tanto la costeña ilustrada,como la serrana más mestiza y andina.

El sentimiento mesiánico se va presentando ca-da vez con más fuerza y en sublevaciones como lasde Juan Santos Atahuallpa, en Tarma y la selva cen-tral –a mediados del siglo XVIII–, adquiere unacomposición pluriétnica, con un proyecto políticode largo alcance. La revuelta termina apagándosetras muchos años de represalias en la región, pero lapoblación piensa que el desaparecido líder no hamuerto y vive escondido en el mítico reino del GranPaititi esperando el momento para regresar o que seha elevado a los cielos. Profecías como aquella atri-buida a Santa Rosa de que el Perú en 1750 volveríaa manos de sus legítimos dueños, contribuían a exa-cerbar este sentimiento. Los curacas aprovechabanesta situación llevando algunas prendas incaicas ensu vestir diario, probando su genealogía en largos

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Detalle que muestra a Diego Sayri Tupac y Felipe TupacAmaru. Esta imagen procede del lienzo que ilustra la unión de

la descendencia imperial incaica con la casa de los Loyola ylos Borja. El lienzo está datado en el Cuzco, en 1718, y su

autor es anónimo.

procesos, pintando retratos de sus antepasados ypresentándose en los grandes eventos –como la pro-cesión del Corpus Christi del Cuzco– totalmenteataviados como incas. Los indios del común queda-ban muy impresionados por tal comportamiento ylas autoridades españolas se mostraban recelosas dela importancia que iba tomando este nacionalismoinca. Para la época de Tupac Amaru II y y los TupacCatari, el sentimiento había llegado a su máximaexpresión y la situación parecía propicia para iniciarla toma del poder.

Pero hubo también otros grupos criollos intere-sados en capitalizar la influencia nacionalista. Uncaso interesante es el de los Esquivel en el Cuzco,quienes planteaban la desobediencia a los españolesy el acatamiento de la autoridad de los grupos depoder criollos y mestizos fuertemente andinizados.

Revueltas como la de Huarochirí en 1750 contaríancon la participación de una elite de mestizos y crio-llos, al igual que la ocurrida en el Cuzco en 1780,en la que ocuparían lugares protagónicos el criolloLorenzo Farfán de los Godos y el indio BernardoPumayauli Tambohuacso. Este movimiento cohe-sionó gran cantidad de poblaciones, razas, gruposurbanos y rurales, y estuvo vinculado con el proyec-to criollo limeño, pues no casualmente Tambohuac-so fue defendido por José Baquíjano y Carrillo du-rante el proceso que se le abrió. Algunos estudiososhan planteado la hipótesis de que este movimientoneoinca impuso a los criollos la necesidad de con-ducir un levantamiento independiente, para no serdesplazados del gobierno del país por un posibletriunfo de las masas indígenas (Pease 1992a:312-329; Ossio 1992: 177 y ss.; Stern 1982: 93 y ss.).

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IILA REPÚBLICA DE ESPAÑOLES

LOS PENINSULARES

La inmigraciónLa política de migración al nuevo continente fue

claramente establecida desde el primer momento yla entidad encargada de administrarla fue la Casa deContratación de Sevilla, que debía llevar la contabi-lidad y registro de los viajeros a Indias. Pero ni pa-saron al nuevo continente todos los inscritos en ellibro de permisos, ni se inscribieron en dicha listatodos los que arribaron a América. La cifra de inmi-grantes subió de 1 587 viajeros por año para la pri-mera mitad del siglo XVI, a 3 930 viajeros anualespara la segunda mitad y 3 865 para los primeros 50años del XVII. Céspedes del Castillo estima que lamigración no debió superar los 200 000 individuosdurante el siglo XVI. De este universo habría queseñalar que un tercio eran andaluces, 28% extreme-ños y de Castilla la Nueva, y un 39% de León y Cas-tilla la Vieja. El porcentaje restante correspondería aespañoles del norte, judíos y extranjeros como lusi-tanos, genoveses, alemanes, griegos y flamencosque fueron rápidamente asimilados. La primacía de

los andaluces y extremeños sellaría la personalidadde las sociedades coloniales, estableciéndose fortísi-mos vínculos entre Sevilla y Lima no sólo en el cam-po comercial, sino también en el área de las costum-bres, la forma de hablar, el trazo citadino, y un con-junto de pequeñas y casi imperceptibles actitudes.

Durante el siglo XVI, tras la leyenda de las rique-zas incalculables que poseía nuestro territorio con“ríos de leche y árboles de morcilla, y mucho, mu-cho oro”, el Perú fue el polo de mayor atracción pa-ra los viajeros peninsulares pues el 36% de los in-migrantes a Indias se afincaba en estas tierras. Du-rante la primera mitad del mil quinientos, una am-plia mayoría eran andaluces (38%), luego gente deCastilla (26,7%), de Extremadura (14,7%), de León(7,6%), y finalmente de Asturias y Galicia (0,85%).A partir de 1550 fue aumentando la proporción degente de Extremadura y Castilla la Vieja, en detri-mento de los andaluces. Sin embargo la anteriorpreponderancia sevillana podría ponerse en entredi-cho, en la medida en que los considerados como ta-les no siempre lo eran, puesto que Sevilla se habíaconvertido en una urbe cosmopolita con habitantes

venidos de todas las regiones de España, y en mu-chos casos sólo eran residentes temporales que es-peraban hacerse a la mar. El interés por migrar ha-cia el Perú disminuiría enormemente con el cambiode siglo, volviéndose un punto de mayor interés elvirreinato de Nueva España.

El difícil paso a Indias disuadía a muchos pasa-jeros, pues eran notables las penurias que se sufríandurante el trayecto, desde los mareos, catarros y di-senterías, hasta pestes de a bordo, escorbuto y ma-les generados por la defectuosa alimentación queconforme se alargaba la travesía se descomponía, sellenaba de alimañas y se reducía a una nauseabunda“miga mezclada con gorgojos y mojada en orines derata”. A esto se sumaban los peligros del viaje mis-mo como las tempestades, los naufragios y, en casode ganar la costa, la eventualidad de encontrarsecon indios antropófagos. No en vano los viajerosque llegaban a buen puerto peregrinaban a los tem-plos o vestían los hábitos según lo prometido en losmomentos de angustia de la travesía.

Pero aun así, muchos seguían llegando a Sevillaen busca de los medios para cruzar el océano, atraí-dos por las enormes posibilidades que presentabanestas tierras, llamados por hermanos, tíos o primospara echar a andar lucrativas empresas, o simple-mente animados por los exagerados relatos de losveteranos que regresaban a casa. Desde los iniciosdel descubrimiento de América se había trazadouna política de migraciones, que establecía quiénespodían realizar la travesía y quiénes estaban absolu-tamente prohibidos de hacerlo. Esta política podíaendurecerse o ablandarse según se tuviera necesi-dad o no de colonizadores en una región determina-da. La Casa de Contratación que otorgaba los per-misos evitaba en principio el paso de protestantes,judíos, moros, por ser poblaciones que podrían in-fluir de manera sumamente negativa sobre los in-dios americanos, absolutamente neófitos en asuntosde religión cristiana. Tampoco los cristianos nue-vos, es decir los árabes y judíos recién convertidospodrían pasar al Nuevo Mundo, y los españoles só-lo luego de superar la prueba de limpieza de sangre,según la cual sólo se consideraba como cristianoviejo a aquel que en cuatro generaciones no tuvierasangre “impura”, o en su defecto que estuviera ale-jado en más de doscientos años de su antepasado no

cristiano más próximo. En teoría los judíos conver-sos de 1492 sólo podrían pasar a América a partir de1692, algo que como veremos se incumplió de muydiversos modos.

También eran considerados peligrosos para ladébil fe de los americanos todos aquellos persegui-dos y sentenciados por el Santo Oficio, aun cuandose hubiesen arrepentido y conseguido el perdón y lareinclusión en el seno de la Iglesia. Los gitanos tam-bién fueron impedidos de pasar al nuevo territorioen la medida en que sus errantes costumbres eraninconvenientes según los criterios eclesiásticos, pe-ro no siempre se cumplieron las disposiciones ofi-ciales. Se sabe que en Lima hubo un grupo grandede ellos a quienes durante mucho tiempo la Au-diencia intentó deportar sin mayor éxito. Cuandoen el siglo XVIII se pretendió enviar grandes pobla-ciones de gitanos peninsulares a América, losmiembros del Consejo de Indias protestaron enérgi-camente porque no era política de la Corona depor-tar minorías ni presidiarios a sus posesiones ultra-marinas. Tampoco se quiso enviar revoltosos, vaga-bundos y gente sin oficio bajo el convencimiento de

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Capilla de Santa Ana en la catedral de Lima, donde yacen losrestos de Nicolás de Ribera el Viejo, conquistador, fundador y

primer alcalde de Lima en 1535, y los de su esposa, doñaElvira Dávalos Solier.

que esto sólo haría más difícil el gobierno de estosreinos.

La Corona tuvo serios reparos en permitir el pa-so de extranjeros al nuevo continente, aunque de-bemos señalar que los criterios de nacionalidaderan bastante relativos en una época en la que elimperio español integraba una serie de reinos comoSicilia, Milán, Alemania, Flandes, Portugal, o colo-nias de Grecia. Los portugueses y los italianos seagenciaron sin mayor dificultad los permisos de in-migración, pues se les consideraba más españolesque a los propios vascos o catalanes. Los portugue-ses no sólo entraron como marineros a las socieda-des hispanoamericanas, sino principalmente comocomerciantes, e inclusive arribaron nobles y perso-nas de alta dignidad provenientes de los mejores li-najes lusitanos. Fueron además el único grupo declérigos foráneos permitidos en los virreinatos ame-ricanos. Luego de los portugueses, los italianos eranlos más numerosos, y los griegos eran vistos casi co-mo italianos, por los vínculos que las tierras heléni-cas tenían con las ciudades comerciales del Adriáti-co. En el siguiente lugar aparecían los flamencos y

alemanes que ya constituían una verdadera minoría.Estos grupos optaron por una rápida hispanizaciónpara integrarse al cuerpo social.

La inmigración de personas originarias de po-tencias antagónicas de España fue insignificante ytuvo un papel muy poco representativo en la vida ycultura de las regiones que los acogieron. Las barre-ras en estos casos eran sumamente rígidas y sólo sejustificaba la presencia de estos ciudadanos en casosde necesidad extrema. Aun bajo el gobierno de losborbones, a los franceses no les fue permitido el in-greso en cantidades relevantes. Un caso interesanteresulta el de los piratas y marinos ingleses captura-dos por las flotas virreinales, que luego de un perío-do de prisión y tras ser convertidos y bautizados se-gún el catolicismo, pudieron rondar en los sectoresmás bajos de la sociedad. Una antigua y difundidatradición popular asevera que muchos de estos an-gloparlantes tomaron el apellido de Pichilingue, de-formación de la frase “speak in English”, es deciruna de las primeras que solían pronunciar.

Los requisitos necesarios para obtener la nacio-nalización eran muy exigentes, tanto así que en laépoca de Carlos V era imprescindible poseer bienesraíces y residencia fija en la Península y veinte añosde matrimonio con alguna natural del país. Bajo lossoberanos siguientes la política se endurecería aúnmás. Si bien la legislación de inmigración era muyclara, la realidad podía ser bastante diferente, y eracomún que los extranjeros o los impedidos de in-gresar por otros motivos se enrolaran en la marine-ría, sobornaran a una autoridad, o compraran a al-gún personaje el “permiso de séquito”, pasando aAmérica como sus sirvientes. Las mismas autorida-des flexibilizaron los permisos de inmigración delos españoles que en épocas de restricción no hu-bieran sido elegibles, sobre todo cuando se ponía enmarcha una nueva colonización o se necesitaba gen-te en algún punto específico de las colonias.

Una gran preocupación de la Casa de Contrata-ción fue la inmigración de las mujeres, casi total-mente ausentes en la primera época de la conquis-ta. La Corona bregó duramente para reunirlas consus maridos en Indias, o con potenciales esposos,pero más tarde algunas audiencias como la de Limapidieron a la Casa de Contratación una severidadmayor por la gran cantidad de mujeres de “pocamoral y vida licenciosa que se ven en esta plaza”.Las políticas de inmigración siguieron (como se po-drá ver más adelante) un curso bastante errático,pero hacia finales del XVII se sentía temor en Espa-ña por la despoblación de algunas regiones metro-

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Una pareja de nobles españoles a comienzos del siglo XVII.

politanas y se intentó frenar el viaje a las co-lonias, aunque con pocos resultados.

Por mucho tiempo la inmigra-ción de los habitantes del nortede la Península fue escasa. Sinembargo durante el sigloXVIII, la figura cambió radi-calmente, cuando aumentóel volumen de inmigrantesde los montes cantábricos yde las zonas aledañas. Lapoblación de la Penínsulaque pasó de 8 millones en elsiglo XVII a 11 millones en elsiglo XVIII se concentraba enel norte, mientras la poblacióndel sur se había estancado. La re-gión cantábrica (país vasco, de unlado y montañas de Santander yAsturias del otro) carecía de unared adecuada de ciudades que arti-culara el comercio y la economía, yen cambio había muchos pueblosaislados dedicados a la agriculturay el pastoreo. Asimismo, la po-blación de hidalgos era muynumerosa entre ellos y teníael permiso para trabajarmanualmente sin perdertal condición social, peroante una amenazante pau-perización muchos de ellos se vieron obligados a sa-lir en la búsqueda de nuevas posibilidades. Estagente venida del norte actuaba con cierta superiori-dad frente a los sureños, tanto por la idea de sentir-se directores de la reconquista, como por el criteriode la limpieza de su sangre, de origen visigótico eincorrupta de cualquier contacto racial con moros yjudíos. De este modo pasaron a América para dedi-carse al comercio directo y muchos progresaron rá-pidamente por su gran empuje (Céspedes del Casti-llo 1983:181-182; Konetzke 1971:51-62; Busto1973: 74 y ss.; Lockhart 1982:148-173).

LOS ENCOMENDEROS

La encomienda fue una real merced, otorgada alos conquistadores como recompensa por los va-lientes servicios prestados a la Corona en el descu-brimiento y toma de posesión de las enormes exten-siones del Nuevo Mundo. Por tal motivo los enco-menderos estaban permitidos de disfrutar de los tri-

butos indígenas, según las tasas estableci-das, a cambio de velar por la protec-

ción y bienestar espiritual de losnaturales. En el Perú se esta-

blecieron unas quinientasencomiendas, las cualeseran muy grandes encomparación con lasotorgadas en Panamá oen Chile. Aunque pa-rezca contradictorio,cuanto mayor era el nú-mero de indios y mayorel grado de civilización

manifestada, la enco-mienda podía ser más ex-

tensa.La encomienda o “reparti-

miento de indios”, que tuvouna inicial aplicación en Cen-troamérica, fue conferida porprimera vez en el Perú en 1532.Antes de dirigirse a Cajamarca,

Pizarro dejó convertidos enencomenderos a un grupo

de cansados y enfermoshombres de la hueste.Como en el Consejode Indias se seguíadebatiendo la conve-niencia de la implan-

tación de estos “repartos de indios”, que podían darpie a sueños principescos como los de Cortés enMéxico, el conquistador del Perú llamó “deposita-rios” a los encomenderos, “depósitos” a las enco-miendas y “depositados” a los indios. Tal artimañabuscaba ganar tiempo y presionar al referido Conse-jo para que ratificara luego la existencia legal de es-ta merced, como efectivamente sucedió. Lamenta-blemente el temprano honor recibido en Piura porlos primeros encomenderos, que sólo lograron ma-gras tierras, los privó luego de los privilegios y ri-quezas que obtuvieron los autores de la victoria so-bre el inca Atahuallpa. Cada uno de los 170 capto-res del monarca nativo tuvo derecho, además delbotín en metales preciosos, a erigirse en encomen-dero de indios en las zonas más ricas e importantesdel antiguo Tahuantinsuyo. Muchos de ellos se vol-vieron grandes encomenderos de Lima y Cuzco,ocupando puestos en los cabildos, y llegaron a ob-tener tanto prestigio que sólo les faltó ser nobles,aun cuando muchos provenían de las filas más ba-

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Detalle de un mixturero colonial de la colección del MuseoPedro de Osma.

jas de la sociedad hispánica. Los que estuvieron pre-sentes en la fundación española del Cuzco tambiénaccedieron a semejante privilegio, oportunidad quepor cierto no se volvería a presentar nunca más,pues a partir de este momento los repartimientos deindios serían cada vez más escasos y ambicionados.Algunos participantes de estos momentos inicialesdesecharon la oportunidad de transformarse en en-comenderos y sintiéndose ricos con lo que ya po-seían y cansados de tantas aventuras, decidieron re-gresar a España a comprar una buena casa y cargoen el cabildo y llevar una opulenta vejez. Otros, co-mo los comerciantes, no las pidieron porque veíanen la encomienda un obstáculo para sus empresas.

Los conquistadores de las tempranas horas lleva-ron sobre sí el orgullo y el beneficio de la “antigüe-dad”, criterio de precedencia que llegó a ser tan va-lioso que inclusive ocultaba las jerarquías socialesde la Península. Entre los primeros encomenderosse armaron “banderías” o grupos regionales, comoel conformado por Pizarro entre sus familiares y

paisanos de Trujillo de Extremadura, los cuales apesar de sufrir grandes represalias de parte de la Co-rona, siguieron teniendo mucha importancia aundespués de 1560.

En tiempos posteriores a la insurrección deManco Inca (1536-1537), la encomienda sólo seconcedió a gente muy bien relacionada e importan-te, especialmente a los nobles que empezaron a lle-gar al Perú, a los grandes capitanes o a los miem-bros de los séquitos de altos funcionarios como losvirreyes. Una forma de conseguir la asignación deuno de estos repartimientos era promover revueltas.Por ilógico que parezca, volver al bando de la Coro-na después de una rebelión se premiaba muchas ve-ces con una encomienda, y si ya se la poseía quizápodía accederse a una más grande. Cuando el pri-mer marqués de Cañete empezó a reservar las enco-miendas únicamente para los nobles que llegaban alpaís, el prestigio y esplendor de los encomenderosllegó a su cumbre. Para poder detener los pedidosde las siempre inalcanzables encomiendas, se contócon algunas vacantes, cuya renta era repartida entredos o tres conquistadores, logrando de esta formaentretenerlos momentáneamente.

La preeminencia social en el Perú de mediadosdel siglo dieciséis se basaba en la combinación devarios factores: la antigüedad en el territorio, labuena cuna y la educación, aunado todo ello a laconducta seguida en las guerras civiles y las relacio-nes con los virreyes. Pero la antigüedad nunca dejóde ser la principal de todas estas consideraciones.Los miembros de la administración colonial y susdescendientes o parientes cercanos estuvieron enprincipio impedidos de tener indios encomenda-dos, pero existen evidencias de numerosas excep-ciones a la norma, las que a veces fueron patrocina-das por la misma Corona. Es el caso de algunos vi-rreyes y muchos oidores.

La encomienda obligaba a su poseedor a satisfa-cer una serie de exigencias de la Corona. Era preci-so mantener gente en casa para defender el territo-rio, así como tener armas y caballos para servir a losmismos fines. El encomendero debía asimismo resi-dir en la ciudad más cercana a la localidad de los in-dios asignados. La encomienda solventaba no sólolas necesidades y dispendios de su titular, sino tam-bién los de un nutrido grupo de allegados, parien-tes, amigos y paisanos, huéspedes, dependientes yservidores, que vivían literalmente a expensas delrepartimiento. Por lo tanto resultaba de vital impor-tancia asegurar el mantenimiento de esa encomien-da en manos del mismo grupo. Privar a un conquis-

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Lorenzo Fernández de Heredia, encomendero de los indiosquillacas, uros y acanaques. Ilustración basada en un

retrato de 1587.

tador de su repartimiento significaba dejar sin sus-tento a todos sus relacionados, así como cambiar elequilibrio de fuerzas entre los distintos grupos deconquistadores. Toda esta multitud de subalternos,mayormente gente desplazada que encontraba elapoyo y la generosidad del encomendero, se aloja-ba en la mansión de su protector. La “casa poblada”constituía así un elemento capital en el prestigio delencomendero, que de este modo intentaba emularel boato y tren de vida de los grandes nobles espa-ñoles. Acompañándose de un gran séquito, dondedestacaba un gran número de sirvientes indígenas yesclavos negros, consumaban el sueño de una vidacortesana, con refinamientos como ropa lujosa ymuebles finos, inmuebles de alquiler, campos decultivo y grandes rebaños. El nuevo estatus los lle-vaba a que se convirtieran en los principales clien-tes de los comerciantes, y a que se hicieran de car-gos en los cabildos. Los artesanos y comerciantesconsideraron durante el siglo XVI que la vida hubie-se sido prácticamente imposible sin el nivel de con-sumo de estos opulentos señores, para los cualesimportaban productos, fabricaban armas, cons-truían casas y ejecutaban labores que a la larga di-namizaban la economía de las ciudades. Los allega-dos actuaban como mayordomos, administradores,empleados y en una serie de otras posiciones queestipulaban la jerarquía social y el buen manejo detodas sus empresas.

El principal asistente del encomendero era elmayordomo, quien debía vivir entre los indios, re-caudar los tributos y supervisar muchas de las acti-vidades que una mano de obra casi gratuita propor-cionaba. Estos administradores estaban muy bienremunerados, aunque su trabajo les impedía acce-der a cargos de más prestigio o a la ansiada enco-mienda propia. Por debajo de este personaje esta-ban los estancieros, quienes por sueldos muy mo-destos conducían pequeñas chacras entre los indios,pero la rusticidad de su oficio les ganaba el despre-cio de los demás españoles. Sin embargo cuando sededicaban al cultivo de la coca podían comercializarsu producción, y acumular cierto dinero para luegoindependizarse.

La encomienda tenía pautas muy rígidas parapasar de mano en mano y trasmitirse de generaciónen generación. En algunos casos fue vendida a altí-simos precios por gente deseosa de volver a Espa-ña, bajo la apariencia de una cesión gratuita ante laprohibición de enajenarla a título oneroso. Sólo seperdía la encomienda por muerte o por graves fal-tas como pueden haber sido la alevosía, la aposta-

sía y la sodomía, es decir pecados contra el rey,contra Dios o la naturaleza. Para poderla trasmitira los herederos se necesitaba de hijos legítimos ypuros, pero no fueron pocos los mestizos que la al-canzaron. Si la heredera era la esposa, debía casarsepronto y los allegados del desaparecido esposo in-tentaban unirla con alguien del mismo grupo parano perder la encomienda. Algunas viudas lograrona lo largo de cuatro matrimonios validar su calidadde dueñas de la encomienda, de los negocios y delos bienes del primer esposo, situación favorecidapor el alto riesgo de muerte que corría la poblaciónmasculina y la relativa tranquilidad de la que goza-ban las mujeres.

Generalmente una encomienda con una rentamenor de mil pesos anuales era considerada mala ypobre. Cuando aportaba entre 3 mil y 5 mil podíaser catalogada como medianamente buena. Por en-cima de los 5 mil pesos se estaba ante una preciadaprebenda. Encomiendas excepcionales eran porejemplo las del Alto Perú, de las que se podía obte-ner entre 15 mil y 50 mil pesos al año y por ello losconquistadores eran capaces de iniciar las aventurasmás delirantes y atrevidas a fin de hacerlas suyas.Pero más allá de los ingresos legítimos que las enco-miendas proveían, era común medrar del tributo in-dígena que le correspondía a la Corona, y en deter-minados casos una tercera o cuarta parte del montoobtenido por los encomenderos procedía del maluso de la cantidad aportada por los naturales.

Además, estos enriquecidos señores tenían laposibilidad de dedicarse a otras actividades econó-micas denominadas granjerías, como cultivar en lasinmediaciones de sus encomiendas, o dentro de suslinderos, productos muy rentables como la coca y lacaña de azúcar, trabajadas claro está con la mano deobra de los indios. También eran comunes como ne-gocios adicionales la crianza del ganado, la minería,la compra de bienes raíces y los préstamos con inte-rés, la inversión comercial y artesanal, los obrajes, laconstrucción de molinos, trapiches e ingenios, elarrieraje, actividades que fueron muy dinámicas po-co antes del seiscientos peruano. El monopolio dela fuerza de trabajo indígena hacía casi imposibleque alguien diferente del encomendero del lugar –osin su consentimiento– pudiera emprender cual-quiera de estas tareas. Cuando a fines del siglo XVIel corregidor empezó a desplazar al mayordomotanto en el cobro de los tributos del titular de la en-comienda, como en el manejo directo de los indios,los encomenderos perdieron mucha de su fuerza yvieron esfumarse rápidamente su poder.

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Los reclamos del obispo de Chiapas, Bartoloméde las Casas, sensibilizaron a los encomenderos,quienes en algunos casos durante el período llama-do de la “Restitución”, testaron en favor de conven-tos o de comunidades de indios, tratando de repa-rar de esta manera los abusos que habían cometido,en la esperanza de recibir el perdón para sus almas.Testaba así un encomendero: Yo les tengo (a los in-dios de su repartimiento) “como si fuesen mis hijos,que me han ayudado a tener que comer, y como di-go, yo los relevo de tributos y de todo lo demás quepuedo y si Dios me da vida, les tengo que dejar li-bres de tributo cuando yo muera, que el que los lle-vare no los maltrate por los tributos. Paréceme quedirán allá que eso que doy a los indios que fueramejor darlo a mis parientes. A estos hijos debo queme han servido treinta y tantos años, y es deudorade vida y si no la diese irme es al infierno. Y a misparientes estoy obligado a hacer lo que pudiese porellos, pero si no lo hiciese no me iría al infierno porello”.

El decaimiento económico de las encomiendassería cada vez más evidente debido al colapso de-mográfico de la población andina. Grandes dificul-tades se abatieron sobre sus poseedores y fue difícilmantener una forma de vida que ellos mismos sehabían autoimpuesto. A partir de ese momento losencomenderos se dividirían en dos sectores clara-mente definidos: los que supieron amoldarse a losnuevos tiempos y buscaron nuevas formas de éxi-to económico, y aquellos que imposibilitados decambiar no tomaron las previsiones necesarias y si-guieron su curso inexorable hacia la debacle econó-mica y la oscuridad social. Más temprano que tardela ilusión de la perpetuidad de la encomienda se ale-jó del horizonte cuando la Corona decretó que nose podría conservar más de dos generaciones o dosvidas en concesión. Los detractores de la legislaciónreal se vieron imposibilitados de seguir con la cam-paña por falta de recursos, circunstancia que seagudizaba con la muerte repentina de los beneficia-rios, cuyos deudos quedaban en la inopia. Para evi-tar tan lastimosa imagen, las autoridades dieron unaserie de normas que impedían el encarcelamientode los beneméritos por deudas, hecho que denota lamagnitud de estas situaciones de pobreza extrema,que ponían en entredicho la propia percepción delos encomenderos como grupo aristocrático.

Pero no todos ellos tuvieron un final tan desas-troso. De hecho, muchos utilizaron la encomiendacomo un medio para poder acceder a una serie deotras actividades empresariales en la agricultura, laminería y el comercio, y teniendo muy clara con-ciencia de ello continuaron realizando alianzas yconcertando intereses con otros sectores privilegia-dos a través de uniones matrimoniales, solicitandomercedes a la Corona y prórrogas en el disfrute desus repartimientos de indios. Porque aun cuandouna encomienda podía dar una renta muy pequeña,otorgaba prestigio y alcurnia que muchos supieroncapitalizar adecuadamente, incrementando sus in-gresos y vinculándose por distintos medios con gru-pos de menor linaje y antigüedad en el país, perocon mejor posición económica o influencia en elgobierno. Pero indudablemente aquellos que pudie-ron darse cuanta de esta realidad en la que estabaninmersos fueron pocos, y muchos otros siguieronenvanecidos en su papel de beneméritos hasta quela bancarrota final los hizo desaparecer socialmente.Esta situación se haría sentir en los cabildos, quemuchas veces obligaron a los encomenderos a dejaralgunos cargos en favor de los demás pobladores delas ciudades. No es casual que en 1650, cuando un

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Los encomenderos progresivamente vieron erosionado supoder por la aparición de nuevas y rentables actividades

económicas y por las políticas del Estado español.

gran terremoto destruyó el Cuzco, la política re-constructiva propiciada por la Corona no hicieraningún distingo entre los encomenderos y el restode la población (Puente Brunke 1992: 243-300;Lockhart 1982: 40-47).

LOS NOBLES

Los miembros del grupo conquistador que parti-cipó en los sucesos de Cajamarca y Cuzco pertene-cían principalmente al sector de villanos e hidalgos,es decir a los grupos bajo y medio de la sociedad es-pañola. Recordemos que los hidalgos eran nume-rosísimos y conformaban una tercera parte de loshabitantes de la España del renacimiento.

Los nobles, contrariamente a lo que se piensa,llegaron relativamente rápido al territorio que se es-taba conquistando. Si bien no estuvieron presenteslos grandes duques y condes de la alta nobleza, hu-bo una buena cantidad de gente que tenía derechoal uso del tratamiento de “don”. Estar en la posibi-lidad de anteponer la palabra “don” al nombre, sig-nificaba en aquellos años pertenecer indudablemen-te a estas casas nobles y prácticamente todos los queutilizaron tal nominativo eran hijos, nietos o sobri-nos de algún señor feudal. Debemos añadir que losconquistadores exitosos fueron muy reticentes aapropiarse de títulos de manera indebida, aunquesus descendientes perdieron muchos de estos escrú-pulos y originaron hacia fines del siglo XVI un con-tinuo deterioro de tales símbolos de prestigio.

Los primeros nobles vinieron acompañando a laexpedición de Alvarado, siendo en muchos casosprestigiosos personajes salidos de las cortes del du-que de Medina-Sidonia o del conde de Feria, y fue-ron desplazando a los demás conquistadores en laobtención de encomiendas y altos cargos, ejercien-do capitanías o la representación del gobernador yla corte real. La nobleza obraría como criterio cen-tral de estratificación social, aunque la antigüedaden la posesión de la tierra aportaba algunas ventajas.Hacia 1550 las figuras más prestigiadas del NuevoMundo combinaban la antigüedad con la buena cu-na y educación.

Los nobles buscaban como los demás hombresque habitaban el Perú de esa época, encarnar elideal señorial, es decir poseer “casa poblada”, gana-dos y tierras, sirvientes esclavos y dependientes,formar parte del cabildo y vestir ropa fina. Pero a di-ferencia de los demás niveles de la sociedad, prefe-rían conseguir estas preeminencias en la propia Pe-nínsula, cerca de la corte en Valladolid o Sevilla, por

lo que muchas veces estas grandes riquezas sólo sir-vieron para regresar a la sociedad española, dondeoficiaban de cabeza del cuerpo social. Lockhart con-sidera que la conciencia de preeminencia de estegrupo era tan fuerte que estos personajes carentesde encomienda eran vistos como sujetos altamentepeligrosos por los desmanes y revueltas que podíanorganizar para obtenerla, debido al prestigio del quegozaban entre grandes grupos de españoles. Un ca-mino más pacífico para obtener el ansiado reparti-miento de indios era el del matrimonio con la hijade algún encomendero, quien deseoso de relacionarsu familia con un vástago de noble familia peninsu-lar no vacilaba en dotar a su hija espléndidamente.

Pero la nobleza no se detenía bruscamente enaquellos que detentaban el título de “don”, puestambién había parientes y allegados que intentabanhacerse acreedores de semejantes derechos. Duran-te el virreinato una serie de personas pertenecientesal entorno de la nobleza carecía de títulos perocontaba con mucho poder. Los familiares de los al-tos funcionarios de la administración central, y es-pecialmente del Consejo de Indias, estaban cerca-namente entrelazados con la nobleza, llegando enmuchos casos a constituir casi un mismo estamentoa través de las políticas matrimoniales. Las relacio-nes con este grupo constituían también una ventajamuy importante para la obtención de altos cargos ymercedes en la colonia. Un nivel menor de noblezaera la pertenencia a las diversas órdenes de caballe-ría como las de Alcántara, Calatrava, Montesa, y es-pecialmente la más reconocida y prestigiosa de San-tiago. Todo este grupo en continuo crecimiento al-canzaría un medio adecuado de desenvolvimientoal crearse una verdadera corte virreinal en el Perú(Lockhart 1982: 48-66).

LA BUROCRACIA

A partir de las Leyes Nuevas promulgadas en1542, la burocracia conformó un grupo creciente,cada vez con más prestancia y poder. Para los secto-res medios urbanos, el funcionariado colonial ofi-ciaba de meta de ascenso social, especialmente en lacapital y en las ciudades más importantes, donde seempezó a reclutar, con el fin de ocupar puestos, alos inmigrados de Europa e inicialmente a un grupobastante pequeño de titulados en las flamantes uni-versidades de las Indias. Conforme decaía el poderde los encomenderos y la Corona triunfaba en su in-tento de evitar el fortalecimiento de los grupos au-tónomos en Indias, la administración iba adquirien-

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do una influencia social cada vez más fuerte. La Co-rona, que pretendía controlar todos los aspectos dela vida colonial, iba creando más y más cargos ocu-pados por los paniaguados y validos de los virreyes.Éstos distribuían muchos de esos puestos comoprebendas, logrando el objetivo de establecer a losadvenedizos en los nuevos territorios.

A finales del siglo XVI disminuyó notablementeel número de los recursos presentados por los par-ticulares pidiendo que se les asignara encomiendaso cargos como “Gentiles Hombres de Lanzas y Ar-cabuces”. En cambio se pide cada vez con mayorfrecuencia el otorgamiento de funciones públicas,que no sólo abarcaban la administración del Estadosino también la dirección de ciertas actividades ex-tractivas como la minería, “expropiada” en favor dela Corona. La monarquía había triunfado en su co-metido de convertirse en la única fuerza otorgadora

de mercedes y privilegios. El resultado de esta polí-tica determinó que los sectores principales de la so-ciedad dirigieran sus esfuerzos y esperanzas hacia lacaptura de posiciones resaltantes en la administra-ción. Esta burocracia distribuía a su vez cargos me-nores y otorgaba recompensas, premios y castigos,según fuera el caso. La reglamentación fue especial-mente estricta y las normas que debían seguir estosfuncionarios bastante extensa. Sin embargo las pe-nas eran tan severas que, de cumplirse, los virreyesy oidores hubieran sido vistos como sujetos absolu-tamente asociales y desligados del mundo que de-bían gobernar.

Limitaciones a los matrimonios entre los miem-bros de la burocracia (o sus hijos y parientes) con lagente de la región, prohibiciones de alternar y esta-blecer alianzas y empresas con sus vecinos y gober-nados fueron habitualmente desatendidas y aun ex-

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Interior de la casa limeña de Jerónimo de Aliaga, principal escribano durante la expedición pizarrista, quien estuviera enCajamarca durante la captura del inca Atahualpa.

presamente contraria-das por estos funcio-narios, cuyas actitu-des –en más de un ca-so– rayaron en la ve-nalidad y la corrupte-la, en el nepotismo yen el tráfico de in-fluencias. Su acerca-miento a los gruposde poder criollos, susnegocios e inclusivela inversión en tran-sacciones indebidasde fondos reales quedebían mantenerse in-tocados, incrementa-ron las arcas personales de estos funcionarios, ago-biadas por el retraso y la depreciación de los suel-dos oficiales. Esta práctica –que se vio acompañadapor la venta de cargos– hizo pensar a la gente quelos puestos públicos, lejos de ser un servicio a laCorona y al Estado, eran un botín o una cantera ina-gotable de recursos. Después de comprar el cargo sepodía recobrar lo invertido, vendiendo a su vez nue-vas posiciones en la escalera burocrática, con granutilidad y ganancia. Los antiguos y probos funcio-narios de carrera empezaron así a perder sus idea-les al ver que un buen grupo de los administradoresrecién llegados terminaban boyantes su período detres o cinco años en el servicio estatal.

Entre 1620 y 1750 no hubo cambios de relieveen el sistema administrativo indiano, salvo el au-mento constante del número de funcionarios. Peroen la medida en que el poder criollo se fue afianzan-do, las altas autoridades empezaron a percibir quesus decisiones gubernativas se iban convirtiendo enmeras funciones de intermediación. Si en el sigloXVI el virrey hacía cumplir las órdenes del rey, sal-vo que considerara imprudente su aplicación, en lasiguiente centuria frecuentemente encontró inapli-cables las leyes, porque la Metrópoli no entendíaadecuadamente la situación colonial. El virrey eracada vez menos obedecido y los cientos de funcio-narios que habían adquirido los oficios vendidos,retardaban, adecuaban, desoían, malinterpretaban eincumplían sus decretos de acuerdo a la convenien-cia de los grupos de interés, por lo cual el represen-tante del rey se veía en la necesidad de adecuar lasleyes no sólo respondiendo a la conveniencia de laCorona, sino a los designios y presiones del poderlocal. Sólo con mucho esfuerzo un virrey sagaz po-

día mantener atendi-dos los diversos inte-reses en pugna. En-tonces actuará comointermediario –y sabrásacar partido de ello–en los conflictos de es-tas diversas comuni-dades, en alianzas yoposiciones siemprecambiantes. Este juegosutil de influencias eintereses restó lógica-mente eficiencia a laburocracia real, yaque el mismo fenóme-no se repetía de mane-

ra bastante similar en los cargos inferiores (Pease1992a: 270-271; Céspedes del Castillo 1983: 108,211, 250-252).

LOS PROFESIONALES

Los profesionales se dividían en tres grupos cla-ramente diferenciados: los hombres de Iglesia, losgraduados en Leyes y Medicina y los escribanos ysecretarios. El clero tanto regular como secular y los“letrados” o abogados y los “físicos” o médicos, ade-más de pasar fácilmente de una profesión a otra, sediferenciaban de escribanos y secretarios por sus es-tudios universitarios, ya que éstos habían aprendi-do su profesión en medio del trabajo cotidiano. Sinembargo los curas, letrados y escribanos que eranmayoritariamente andaluces o extremeños, se en-contraban profundamente unidos por su formulis-mo y legalismo.

Los eclesiásticos seculares y los frailes o regula-res participaron en la conquista desde los primerosmomentos y fueron contratados por los encomen-deros para adoctrinar a los indios, incorporándolosa su séquito y otorgándoles inclusive una parte deltributo de la encomienda. Sin embargo esta gentetan bien preparada difícilmente se acostumbraba auna tarea tan laboriosa y sacrificada, sabiendo quehabían realizado estudios superiores que les permi-tían ocupar cargos más importantes en las sociedad.Las tareas evangelizadoras se consideraron habi-tualmente como un momento transitorio en la vidade los religiosos. Los sacerdotes seculares o “abates”tenían mucho mayor libertad y podían ocuparse dediversos asuntos e inclusive procurarse su sustentodiario. Se sabe que muchos se dedicaron a variados

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Calesa de un oidor de la Real Audiencia de Lima.

negocios e hicieron grandes fortunas ganando famade mercachifles, pero debido al creciente despresti-gio que esta actividad generaba aprendieron a sermás discretos. Al igual que los frailes, terminaronatendiendo su manutención gracias a posesionescomunales de tierras, bienes raíces y encomiendas.También fue común que ubicaran a sus familias ensectores pudientes de la sociedad, trayendo herma-nas y otros parientes para casarlos con prominentespersonajes locales o sus respectivos allegados. Ob-tener un curato representaba para un eclesiástico al-go tan ansiado e inalcanzable como una encomien-da para los laicos, por lo que tuvieron que confor-marse con parroquias o con canonjías, luego de de-sempeñarse como miembros del séquito de algúnobispo. Los frailes estaban sujetos a un mayor con-trol, aunque en algunas órdenes la disciplina, obe-diencia y austeridad se irían descomponiendo en lossiglos siguientes, tras las pugnas conventuales entrecriollos y peninsulares. La falta de verdadera voca-ción en algunos y la relajación moral de la que die-ron testimonio viajeros como Antonio de Ulloa yJorge Juan –en sus Noticias secretas de América en elsiglo XVIII–, son prueba elocuente de ello. Alinterior de los conventos los hermanoslegos realizaban las tareas más senci-llas y humildes, mientras los frailesordenados cumplían con las di-versas misiones asignadas porsus superiores y eran frecuen-temente trasladados según lanecesidad de la orden. Algu-nos llegarían a ocupar losaltos cargos directivos delclero secular en las dióce-sis y arzobispados.

Tanto la carrera legaldividida en derecho civil ycanónico, como la médica,obligaban a los estudiantesa pasar por varios grados ytítulos como el bachillerato,la licenciatura y el doctorado,que otorgaban un gran presti-gio y formaban parte integrantee inamovible del nombre de laspersonas. Los abogados litigantes,algunos de los cuales ostenta-ban el ansiado doctorado enUtroque Jure o en ambos dere-chos, no podían pasar al Pe-rú por una serie de tempranas

prohibiciones que buscaban evitar la proliferaciónde juicios. Sin embargo pudieron burlar estas dispo-siciones señalando que desempeñarían ocupacionesdiferentes, por lo que pronto abundaron. Mientrasque el trabajo litigante en los tribunales era propiode los abogados de menor jerarquía profesional ysocial, los más poderosos alternaban con encomen-deros y otros prominentes personajes en los corre-gimientos de españoles y tenían como meta alcan-zar la dignidad de oidores.

La jerarquía social de los médicos era algo me-nor, pero algunos llegaron a obtener muy altas po-siciones. Sus posibilidades de trabajo se ampliaronnotablemente con la fundación de numerosos hos-pitales a lo largo del país y la aureola de neutralidadque cultivaban, incluso durante las guerras civiles.Con el establecimiento de la universidad, estas ca-rreras adquirieron las características de un segurode vida que los padres les legaban a los hijos segun-dones y era considerado como un privilegio seme-jante a ingresar a un convento. La universidad y susgraduados se acriollaron rápidamente y de sus can-teras salieron los más conspicuos miembros del

bando de los españoles americanos.Los escribanos tenían una posición

subordinada, aunque ganaron muchoprestigio, respeto y honorabilidad

por el dominio de la lengua escrita,en un mundo donde ésta teníamucha importancia y no mu-chos la dominaban. En conse-cuencia, sus funciones eranvitales para el legalista y bu-rocrático mundo español.Surgidos de grupos bastantebajos y educados medianteel sistema de aprendices, eraprofesión muchas veces he-reditaria. Lograban con eltiempo asumir labores de go-bierno, como secretarios de

las máximas autoridades y ofi-ciales de cargos intermedios.

Así mismo representaban a cier-tos grupos específicos y hasta los

cabildos los nombraron como susprocuradores ante las distintos nive-

les administrativos, estable-ciendo notarías que rendíanimportantes dividendos(Lockhart 1982: 66 y ss.; 84-100).

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Tomás de Avendaño (1587-1674), profesor deDerecho en la Universidad de San Marcos de

Lima y abogado reconocido en la primeramitad del siglo XVII.

LOS HACENDADOS

Los hacendados tuvieron un origenvariado. Generalmente cuando se fun-daba una ciudad, se repartían las tie-rras aledañas para diferentes usos: lasáreas comunales servían de ejido y de-hesa, los montes se utilizaban comomatadero, pastizales y lugar de acopiode la leña, las tierras de indios –inicial-mente respetadas– pasaban a las re-ducciones y los baldíos, diferenciadosen peonías y caballerías, se asignaronproporcionalmente entre los conquis-tadores de infantería y el doble paralos de a caballo. Estas tierras surgidasde los baldíos se convertirían con el correr de losaños en chácaras y predios campestres sometidos aun sistema de propiedad intermedia y trabajadoscon el concurso de los indios de los repartimientoscercanos.

Al agotarse las tierras perimetrales de las ciuda-des, los cabildos pidieron una ampliación de su zo-na de influencia, pasando a ocupar tierras vacantes,pertenecientes a la Corona y campos de los indios.De este modo se asignaron muchas tierras a los nue-vos pobladores, especialmente si tenían vínculoscon las autoridades ediles o metropolitanas, y dehecho muchos allegados y miembros del séquito delos altos funcionarios se apropiaron de grandes ex-tensiones, que les sirvieron como capital inicial pa-ra realizar los matrimonios con miembros del grupocriollo más encumbrado, lo que los engarzaría en lafloreciente sociedad colonial. Otra vía para conse-guir estas tierras fue el pago de su valor a la real ha-cienda o la compra de la “licencia de composición”de las tierras injustamente expropiadas a los indiospor parte de mineros, mercaderes y encomenderos.

De esta manera muchas pequeñas y medianaspropiedades empezaron a crecer y a transformarseen latifundios, y la no muy honorable ocupación dehacendado comenzó a ganar un indudable estatus apesar del bajo rendimiento de la propiedad agraria,cuya renta no sobrepasaba el 6% anual. El escasonúmero de antiguos encomenderos y beneméritosen el grupo terrateniente y la gran cantidad de indi-viduos pertenecientes a grupos “nuevos y advenedi-zos” restaron prestigio en los primeros momentosal grupo de los hacendados. Pero posteriormentehubo un cambio de percepción, debido a profundosmotivos psicológicos, derivados de la antigua ex-tracción campesina de muchos de los pobladores

del virreinato, que aspiraban a tener lo que ni ellosni sus familias habían poseído en la Península, y ala búsqueda de un ideal de vida rentista con ciertosmatices aristocráticos. Finalmente este grupo pudoafianzarse mediante el sistema de patronaje y clien-tela, según el cual la bonanza o las carencias de lashaciendas afectaban los diversos niveles del cuerposocial. La alta estimación social que terminó ro-deando a los hacendados supo ser capitalizada pormedio de dotes y alianzas matrimoniales con loscuantiosos capitales producidos por la minería y elcomercio (Céspedes del Castillo 1983: 210).

LOS MERCADERES Y COMERCIANTES

En los primeros años del asentamiento españolen el Perú, prácticamente toda la población se dedi-caba a la venta de diversos bienes, los que reporta-ban grandes utilidades. Sin embargo, había genteespecializada y dedicada a tiempo completo a tal ac-tividad y las oportunidades abiertas en los nuevosterritorios permitieron a los mercaderes llegar a for-mar sólidas fortunas. Pero el dinero no siempre lesbrindaba el acceso a las altas esferas y a la catego-ría de encomenderos, y su profesión los situaba en-tre los hidalgos y los artesanos. Pertenecientes gene-ralmente a familias españolas de mercaderes, co-merciaban con “telas”, como en aquellos tiempos sellamaba a sus embarques de vino, aceite, conservas,naipes, libros, hierro, herraduras, herramientas, al-fombras, arcones, esclavos y ganado. Estos hijos deMercurio extrajeron mucho oro del Perú, llegando adesdeñar encomiendas en las épocas de los episo-dios heroicos de Cajamarca y el Cuzco, porqueello les hubiera impedido continuar con sus lu-crativas actividades.

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Plano de la casa-hacienda de Piccho en el Cuzco, siglo XVIII.

Los mercaderes de mediados del siglo XVI co-menzaron a ser más formales y especializados quelos de momentos iniciales de la conquista y funda-ron compañías o asociaciones, tal como se venía ha-ciendo en la Península desde las épocas medievales.Las más grandes de estas empresas tenían un socioprincipal e inversionista avecindado en Sevilla,mientras que los secundarios hacían de agentes enPanamá y Lima, y les vendían a otros que compra-ban en Panamá para mercadear en Lima o en Limapara comerciar en las zonas interiores del territorio.Para extender y afirmar el negocio, las compañíasmás importantes adquirieron los medios de trans-porte necesarios, es decir las naves y las recuas demulas con las cuales trasladaban la mercadería. Co-mo consecuencia de la inseguridad reinante, guar-daban ellos mismos sus caudales, actuando indirec-tamente como bancos. Evitaban trasladar efectivo,prefiriendo endosar obligaciones a otros mercade-res, repitiéndose varias veces este proceso sobre unamisma deuda. Tampoco les interesaba congelar loscapitales en bienes raíces, a no ser que fuera indis-pensable para mayores créditos. Menos aún vincu-laban sus bienes con mayorazgos, prefiriendo hacercircular los capitales con la mayor fluidez posible.Para aumentar la confiabilidad de los socios meno-res y agentes gustaban de casarlos con sus hijascreando mayores vínculos y guardando la dote amanera de garantía. La imagen social de los merca-deres empezó siendo mala, por los prejuicios me-dievales en contra del comercio, el préstamo con in-terés y la usura, los judíos y el contacto con el “vilmetal”. Pero al pasar el tiempo, el lujo y el poder delos grandes comerciantes incidieron en un cambiode apreciación. En 1613 se fundó el Tribunal delConsulado, lo que les ayudó a ganar definitivamen-te el respeto social, convirtiéndose esta instituciónen un útil instrumento de presión económica.

Los mercaderesseiscientistas podíanser profesionales congrandes vinculacionescon las casas de Sevi-lla. Luego se ubicabanlos empresarios que noeran propiamente mer-caderes sino goberna-dores y legistas, y al fi-nal de la escala del co-mercio estaban losmercaderes desvincu-lados y de poca monta,

los “tratantes” o comerciantes que compraban en lacapital y vendían en el interior del territorio merca-derías denominadas “misceláneas” y “bagatelas”.Todos ellos pululaban en el amplio espacio mercan-til peruano, espacio tan amplio que no pudo sermonopolizado por ninguno de los grandes empresa-rios, ni siquiera inicialmente por los poderosísimosPizarro. Aun cuando eran migrantes, muchos echa-ron raíces en el Perú, y cuando las circunstanciaslos forzaban a dejar el país se mantenían fuertemen-te unidos con los parientes cercanos, a los que en-comendaban el mantenimiento de sus intereses co-merciales en el país.

En el mundo comercial de la época, Sevilla nopodía desligarse de Lima, y las generaciones sucesi-vas de un mismo grupo comercial mantuvieroncontactos con el país durante muchos años. En elsiglo XVI el mecanismo normal de relación comer-cial entre ambas ciudades funcionaba en base al hi-jo joven de un mercader sevillano, que pasaba al Pe-rú a ayudar a un tío mercader. Luego, al morir el pa-dre, el tío lo reemplazaba en Sevilla y el sobrino to-maba el cargo del tío en Lima, al tiempo que llama-ba a otro sobrino o pariente joven a trabajar con él.El comerciante afincado en Los Reyes sabía que de-bía preparar al sobrino para que al morir el tío radi-cado en Sevilla, pudiera hacerse cargo de la plaza li-meña dejando a buen recaudo sus intereses. Y así elproceso se repetía una y otra vez. Pero en el sigloXVII, debido al estancamiento peninsular y a lasgrandes posibilidades que brindaba América, todosprefirieron quedarse en Lima, iniciando el procesode acriollamiento. Estos comerciantes utilizaban elmatrimonio como un medio para el ascenso social,casando a sus hijas con gobernantes o nuevos espa-ñoles. En otros casos entroncaban con alguna anti-gua familia criolla de abolengo, lo que les abría unaserie de relaciones en el ámbito colonial.

En el siglo XVIII lacategoría de comer-ciante sólo definía aaquel que vendía lamercadería sin añadir-le valor alguno. Dichoscomerciantes podíanser de diversas clases:cajoneros, tenderos,buhoneros (minoris-tas), e importadores engran escala. Eran con-siderados como verda-deros mercaderes

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Un grabado del siglo XVII que muestra a la ciudad de Sevilla.

aquellos que se arriesgaban a la navegación y po-seían tienda. En la misma centuria conformaron unpatriciado, que antes de oponerse a la nobleza ter-minó interrelacionándose con ella. En el mundohispanoperuano tardío se podría dividir su activi-dad en tres rubros: los almaceneros –aquellos quecompraban las mercaderías a las flotas de ultra-mar–, los comerciantes capitalinos con tiendas y losque vendían la mercadería en las provincias.

En Lima, la gran mayoría de los comerciantesdieciochescos era de origen vasco o montañés,mientras que sólo siete de los veintiocho cargos depriores y cónsules del Tribunal del Consulado eranocupados por criollos. Generalmente se designaba auno de los miembros menores de la familia paracontinuar el negocio mientras los demás hijos seconvertían en propietarios y rentistas o seguían unacarrera profesional, eclesiástica o militar, tratandode conseguir el ascenso y encumbramiento familiar.Este proceso puede visualizarse luego de un recorri-do que comenzaba con el abuelo vendiendo tras unmostrador y terminaba con un nieto con título denobleza comprado a la Corona, o al menos pertene-ciente a una orden militar. Desde épocas muy tem-pranas se dedicaban a dar préstamos, guardar dine-ro, actuar como mayordomos de cofradías, ofician-do como verdaderos bancos, lo que no los libró encasos extremos de estrepitosas quiebras. Medianteestos recursos controlaban a los comerciantes me-nores e inclusive a los artesanos que depen-dían enormemente de estas inyeccio-nes monetarias para ampliar susnegocios y realizar las comprasde mercaderías.

La red de vinculacionesy la diversificación de ac-tividades era muy grandey sus relaciones podíanllegar a atravesar enor-mes distancias, ramifi-cándose tanto hacia lossectores más deprimi-dos y explotados delinterior del ámbito an-dino, como hacia losfluctuantes mercadosmetropolitanos e interna-cionales. Generalmente elgran mercader vendía al co-merciante itinerante y corre-dor, quien transfería los produc-tos al arriero y de allí al comerciante

local, al minero y al hacendado. El corregidor tam-bién entraba en el juego comercial, vendiendo com-pulsivamente bagatelas a los indios mediante el “re-parto mercantil”, en contraprestación por los adeu-dos contraídos y las ayudas recibidas para obtenerel cargo. Por otro lado los comerciantes afincadosen Lima desarticularon lentamente el monopolio delas grandes casas mercantiles de la Península, al in-vertir en España y entrar en contacto directo con loscomerciantes extranjeros, evitando la intervenciónde los intermediarios de Sevilla (Mazzeo 1994: 66 yss.; Céspedes del Castillo 1983: 208 y ss.; Lockhart1982: 100-124).

LOS MINEROS

La minería estuvo inicialmente en manos de losomnipresentes encomenderos, aun cuando éstosdebieron recurrir a un grupo de ingeniosos perso-najes más o menos tecnificados denominados “bus-cones” o “cateadores”, aficionados que tan prontohacían de huaqueros como de exploradores de yaci-mientos mineros. Luego llegaron mineros más ins-truidos y preparados, expertos en fundición, ensayoy herrería, dedicados principalmente a dirigir la ex-tracción, la construcción de los hornos de fundicióny el “marcado” del metal. Dichos individuos erancasi siempre flamencos o griegos y no dejaron deser, mientras se mantuvieron en su profesión, per-

sonajes oscuros dentro de la sociedad hispa-noperuana. Los buscones señalaban la

presencia del filón y como recom-pensa se les permitía quedarse

con la veta principal. El cabil-do repartía el resto del yaci-

miento entre los encomen-deros y los demás veci-nos, hasta donde alcan-zara. Los encomenderosponían la mina en ma-nos de sus parientes oallegados o contratabanun minero, considerán-dolo de manera seme-jante a un mayordomo y

aprovechaban los recur-

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La plata fue profusamenteutilizada en el arte colonial tanto

para usos religiosos como profanos; enla imagen se aprecia una máscara hecha

con este metal.

sos e indios de la encomienda para la extracción.Pero los altos costos y la necesidad de un mayordominio técnico obligaban en muchas ocasiones aasociarse y formar compañías entre mineros (queponían el trabajo y la experiencia), mercaderes (queaportaban capitales y esclavos negros) y encomen-deros (que daban provisiones y mano de obra indí-gena). A la larga el minero asumía la dirección dela compañía, pero distaba mucho de ser el principalbeneficiado, lo que redundó en su baja estima-ción social.

La actividad minera dependía de los grandes ca-pitales que generalmente sólo podían ser suminis-trados por los mercaderes, quienes volvían a dispo-ner de toda su liquidez una vez concluidas las fe-rias comerciales, que se realizaban a la lle-gada de los galeones. Los capitales quequedaban inactivos hasta el siguien-te año eran prestados a los mine-ros en dinero y provisiones. Es-tos últimos trabajaban las mi-nas con este capital mercantily extraían enormes cantida-des de plata, devolviéndololuego con enormes gananciaspara la temporada de las feriascomerciales. Los riesgos eranasumidos por el minero pues sino producía lo previsto se arrui-naba, mientras que para el merca-der era sólo un mal año. Si el éxito

sonreía a la empresa, el mercader podía crecerenormemente mientras que el minero intentabatrasladarse a actividades más seguras, especialmen-te la agricultura o el comercio, sentándose la normade que el minero rico dejaba la actividad, menosca-bando el prestigio de la profesión.

El Estado incentivó la minería con leyes favora-bles, con estancos de la sal y el azogue, estipulandomuy bajos precios para la mano de obra, los produc-tos agroindustriales y controlando las tarifas. Perolas medidas beneficiaban más a los mercaderes y so-cios capitalistas que a los mineros. Sin embargo hu-bo algunos ricos mineros que llegaron a ejercer unpoder muy importante en todos los niveles de la so-ciedad, pudiendo inclusive entrar en componendas

con los miembros de la Audiencia, comosucedió con los hermanos Salcedo, due-

ños de las muy ricas minas de Laica-cota, de quienes se decía “que no ha-bía quien no les debiese favor algu-no” (Lockhart 1982: 40 y ss.; Cés-pedes del Castillo 1983: 207-208).

LOS ARTESANOS

Si bien el comercio modeló mu-chos de los aspectos de la nueva for-

ma de vida de la población peruana,otras muchas necesidades tuvieron

que ser satisfechas en el lugar. Una le-gión de pequeños productores se esta-

bleció en los diversos puntos del territo-rio, demandando materias primas que se

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La villa de Huancavelicaen el siglo XIX; losyacimientos mineros deesta ciudad eran losprincipales abastecedoresdel mercurio (azogue)utilizado en el Perúcolonial.

Canastilla de plata, Ayacucho, siglo XVIII.

traían de España y que sólo encontrabansu acabado final tras la intervenciónde los artesanos. Se consideraque una cuarta parte de la po-blación española se dedi-caba al menos parcialmente aesta actividad durante el si-glo XVI y una décima partelo hacía permanentemente.Rápidamente se desarrollóuna amplia gama de oficioscomenzando por los nume-rosos sastres, zapateros,herreros, constructores,barberos, boticarios,pasteleros, músicos, ar-tilleros, cereros y asíhasta llegar a un solitarioencuadernador. La grancantidad de trabajo y laescasez de personas dies-tras en el oficio, los lle-vó a perder la fuerte es-

pecialización existente en España. Muchos en estastierras ocupaban la categoría de maestros cuandono hubieran pasado de aprendices en su tierra natal.

Los artesanos provenían de diversas zonas de Es-paña, y el primer paso para establecerse en Lima oen las demás ciudades del virreinato consistía enentrar en un taller ya establecido como ayudante otrabajar para un encomendero durante las primerasdécadas del establecimiento español, aunque mástarde fuera común que se laborara para un minero oun hacendado. Luego de hacer algunos ahorros elartesano podía abrir su propia tienda-taller, agru-pándose de acuerdo al oficio en las distintas zonasde la ciudad, por lo que algunas calles tomaron elnombre de los artesanos o los gremios que las ocu-paban: espaderos, petateros, plumeros… Si el nego-cio prosperaba se tenía la alternativa de comprar es-clavos entrenados o por entrenar y obtener ganan-cias adicionales vendiéndolos como fuerza de traba-

jo tecnificada. El sistema gremial deayudantes y aprendices también prospe-

ró en la colonia y pronto muchachoscriollos entraron a prepararse en las

ramas de mayores perspectivas co-mo la platería, la cirugía y la farma-copea, mientras que mestizos e in-dígenas se ocuparon de otras me-

nos valoradas. También se establecie-

ron compañías y asocia-ciones para manejar

grandes empresas y ha-cer compras de insumosal por mayor. A los arte-sanos sin éxito los ame-nazaba una vida erranteo el regreso a España.No sucedió lo mismocon los que conocieronla prosperidad, quienes

compraron propieda-des inmuebles para

su uso y para alquilery también tierras y es-

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Puerta del tabernáculo con armazón de madera y cubierta enplata, Cuzco, 1749. El gremio de los plateros en el Cuzco seagrupaba bajo la advocación de San Blas.

Retablo de Jesús Nazarenoen la basílica de NuestraSeñora de la Merced, Lima.

clavos, especulandocon diversos bienes, yhaciendo alarde de unenvidiable tren de vida,con ropas lujosas y ca-sas llenas de aprendicesy dependientes. Inten-taban imitar así el mo-delo de la época, el delos envidiados enco-menderos. Aunque enel Perú no pudieron al-canzar dignidades edi-les ni encomiendasmientras se identifica-ran como artesanos ytrabajadores manuales–tareas impropias deun hidalgo–, su nivelde vida contrastabaenormemente con lapobre existencia deaquellos de la mismaprofesión en la Penín-sula, donde se veían enormemente constreñidos porlas normas sociales y prohibiciones que pesaban in-cluso sobre la forma de vestir.

Entre los oficios más prestigiosos ejercidos enestos reinos destacaban los boticarios, que abrieronlocales o “boticas” en cada ciudad y ganaron muchaclientela en los recién fundados hospitales, para loscuales importaron y fabricaron las más diversas yextrañas medicinas, algunas mediante las fórmulasclásicas siguiendo una observación cuidadosa de lanaturaleza y otras originadas por la simple super-chería. Igualmente los cirujanos eran bien conside-rados y si no eran barberos podían alcanzar unprestigio casi equiparable al de los médicos. Final-mente los plateros –que trabajaban también el oro–se subdividían en joyeros, ensayadores, fundidores,daban fe de la pureza de los metales preciosos yeran muy buscados para trabajar en las minas.

Luego venían los oficios menos dignos, que po-dían brindar fortuna y bienestar antes que honora-bilidad y prestigio social. Practicarlos equivalía a re-nunciar a la hidalguía y a algunos cargos honorífi-cos, así como afirmar un origen humilde. Dentro deestos oficios se encontraban los herreros, oficio pro-tegido por las dos caras de Jano, pues se les reque-ría tanto para las distintas labores productivas enlos tiempos de paz, como para los ajetreos de la gue-rra. En este gremio se agrupaban los cerrajeros, es-

paderos, escopeteros yherradores (quienes almismo tiempo eran ve-terinarios). Otra dedica-ción muy numerosa erala sastrería, arquetipode la artesanía, que sesubdividía a su vez ensastres, calceteros y se-deros. Los carpinterosconstructores alcanza-ron gran refinamientolevantando las espléndi-das construcciones eri-gidas por los encomen-deros, y dieron a lo lar-go del periodo virreinalnotables muestras de suarte en altares, balconesy portones. Sus herma-nos de oficio, los car-pinteros de muebles,inicialmente distaronmucho de la destreza de

los calificados ebanistas, pero luego la gran deman-da de muebles originaría una escuela de refinadosartistas de la madera. Esta última era traída en bar-co desde los bosques centroamericanos.

Oficios pobres eran los de panadero y molinero,siendo la industria del pan hereditaria y de pesadacarga para los dedicados al oficio, quienes ante lafalta de operarios debieron recurrir a esclavos casti-gados, para que trabajaran encadenados a los hor-nos. En la temprana colonia los transportistas dedi-cábanse sólo a la conducción de las recuas de mulasde los mercaderes, pero con el paso de los años seconvertiría en una floreciente actividad, no exentade grandes sacrificios y en la que el dueño debía in-tervenir directamente si quería asegurar buenos re-sultados. Las caravanas de mulas recorrieron conmercadería y pasajeros los difíciles caminos quecruzaban de lado a lado el continente.

No faltaron músicos sacros y de cámara, quienesaparte de educar en su arte a los indios compusie-ron obras de estilo europeo, pero con interesantesinfluencias nativas; ni tampoco fueron pocos losprofesores de baile y los constructores de instru-mentos, a los que se debió la rápida expansión de ladanza y los ritmos occidentales, incluso entre algu-nos sectores de las poblaciones indígenas.

En el extremo más bajo del artesanado se situa-ban las actividades relacionadas con la agricultura,

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Detalle del púlpito de la iglesia de San Blas, en el Cuzco.

prácticas despreciadas por la mayoría de los españo-les. Los únicos y escasos representantes del campe-sinado peninsular en el Perú fueron los hortelanos,aunque esta ocupación generalmente era desempe-ñada por negros e indígenas. Los españoles que tra-bajaron en el campo lo hicieron más bien como su-pervisores y se hacían llamar labradores. Dentro deeste grupo los que mayores ganancias obtuvieronfueron los dedicados al cultivo de la coca que alcan-zaba un alto valor de reventa. La agricultura fue unaocupación destinada a gente que estaba dispuesta avivir de los recursos que la tierra proveía, sin dete-nerse en consideraciones como la valoración socialde su trabajo. No hay que olvidar que el campesinopeninsular en el Perú era sinónimo de rústico y pa-lurdo, pero como el resto de los artesanos radicadosen el territorio hispanoperuano, constituyó un sec-tor que ayudó sobremanera a extender los usos oc-cidentales entre las poblaciones aborígenes y africa-nas, a las que educaron y adiestraron (Lockhart1982: 35-47; 125 y ss.).

LOS NIVELES BAJOS Y LOSDESARRAIGADOS

No debemos considerar a todos los peninsularescomo pertenecientes a los altos grupos de la colo-nia. Una gran masa de españoles ocupaba los nive-les más bajos de la sociedad, tales como los artesa-nos a sueldo que realizaban ocupaciones viles, losburócratas de la más baja categoría como los porte-ros, los comerciantes paupérrimos a quienes se de-nominaba buhoneros, los cocheros y los sirvientesde último nivel. Las poblaciones de este tipo dejanpara la historia poca documentación y precisar sunúmero es generalmente tarea muy difícil. Aunquevivían mejor que en la Península, por las mayoresoportunidades de trabajo y la gran circulación dedinero, así como por la disminución de los prejui-cios, ello no los exoneraba de muchos sacrificios yarduos esfuerzos para mantener a su familia y brin-darles un mejor futuro a sus hijos. Estos desvelospodían tener disímiles resultados, desde la pérdidade los dineros, reservas y bienes por una mala cose-cha, hasta el casual éxito de algún miembro de lafamilia, que los ayudaba a remontar un par de esca-lones en la más o menos rígida sociedad colonial.Sin embargo no eran ellos los últimos en la estruc-tura social, pues por debajo suyo deambulaban losforasteros que se debatían en la miseria, gente sinlugar, vagabundos que erraban solitariamente o engrupos por diversas regiones y cuyo número au-

mentaba en épocas de escasez y carestía, llevandouna existencia que emulaba a los rinconetes y cor-tadillos de la picaresca española, entre cárceles yhambres, delitos y engaños, motines y peleas.

El crecimiento de este grupo resultaba verdade-ramente alarmante en ciertas épocas, como se pue-de deducir de las inexactas y prejuiciosas afirmacio-nes del virrey marqués de Cañete, quien antes dellegar al país afirmaba que de 8 mil habitantes delPerú de 1555, 7 mil eran ociosos y vagabundos.Lockhart reduce esta considerable cifra a una canti-dad fluctuante entre los 2 mil y 4 mil vagabundos,que esporádicamente eran acogidos por los enco-menderos, quienes podían reunir a 20 o 30 en suscasas y someterlos a una situación cercana a la delos criados. Se supone que la mayoría de esta gentedesplazada venía de Extremadura, y aunque no erannecesariamente burdos e ignorantes, la situación losobligaba a una existencia picaresca y desordenada.Los animaba la idea de permanecer en la coloniahasta conseguir una encomienda aunque por la li-mitación de éstas, rápidamente se desengañaron,tratando en cambio de convencer al encomenderohospitalario a levantarse en armas o causar un tu-multo, con la esperanza de salir beneficiados delcaos y el desorden.

Aficionados al juego de cartas y dados, la prosti-tución y los timos, su presencia era temida por lasautoridades. Cuando huían de la justicia se refugia-ban en los conventos o en las reducciones de indios.Vivir escondidos entre los aborígenes resultaba de-sesperante para los españoles, y ante cualquier le-vantamiento o desorden político reaparecían en elescenario urbano para tratar de capitalizar algún be-neficio. Una de sus metas era Potosí por la atracciónde las riquezas de esa región. Durante el siglo XVI,la región del Collao se volvió extremadamente peli-grosa por la abundancia de estos sujetos, que a másde asolar los pueblos de indios, asaltaban las cara-vanas de viajeros e interrumpían las comunicacio-nes. La respuesta a tan insoluble problema fue la in-vención de empresas descubridoras, denominadasentradas, que intentaban anexar nuevos territorios ala colonia, pero que generalmente terminaban engrandes desastres, pese a lo cual servían para dis-traer y alejar a esta gente por un tiempo. Otra po-sibilidad era ayudarlos a que regresaran a España,donde con una módica suma obtenida en el Perúdonde la plata valía muy poco, podían pasar digna-mente en su patria los años de la vejez. Otros aven-tureros más realistas olvidaron el sueño de la enco-mienda y pidieron tierras al cabildo para convertir-

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se en pequeños terratenientes, que usufructuando aveces indebidamente de la mano de obra indígena,pudieron hacerse de pequeñas fortunas en la tareade aprovisionar zonas como Potosí. Estos últimosse convertirían en notables hacendados durante elsiglo XVII (Céspedes del Castillo 1983: 192, 297;Lockhart 1982: 175 y ss.).

LAS ESPAÑOLAS

Las mujeres españolas fueron pocas en los pri-meros momentos de la conquista. Se sabe que Jua-na Hernández era reputada como la primera mujerespañola en llegar al país y en efecto acompañó alas huestes desde la isla de la Puná. Pero tampocofue la única, pues siguiendo a los conquistadores seencontraba un heterogéneo séquito de prostitutas,acompañantas y rabonas, compuesto por moriscasy mulatas, libres o esclavas, que se hallaban total-mente hispanizadas, y también indias centroameri-canas que cumplieron funciones bastante semejan-tes entre la ruda tropa. Si bien en los inicios la pro-porción entre los géneros era de diez hombres porcada mujer, luego que los conquistadores trajerona sus esposas de la Península, por sugerencia de laCorona, la relación comenzó a subir rápidamente,

y en 1540 ya se contabilizaban tres españolas porcada diez varones. A esta cifra se sumarían lasmestizas totalmente aculturadas que tuvieron lasuerte de poder casarse e integrarse al grupo penin-sular. En 1555 había aproximadamente mil muje-res españolas en el Perú. Hacia 1619 las mujeresespañolas y mestizas estaban en relación de 4 a 6con respecto a los hombres de procedencia hispáni-ca y para finales del siglo XVII, sin contar las quevivían en beaterios o en conventos, las mujeresblancas llegaban a 8 017, contra 7 031 varones delmismo estamento. Se presume que el 95% de lasmujeres de este grupo no conventual tenía el ma-trimonio como su mayor aspiración.

El interés de la Corona por alentar el matrimo-nio era muy grande, puesto que religiosa y social-mente la familia constituía el núcleo de la vida es-pañola. Por otro lado los clamores de los sacerdotesfrente al desorden y promiscuidad entre los coloni-zadores no cesaban, puesto que antiguas formas es-pañolas de relación como la barraganía y la poliga-mia mahometana habían conseguido un fuertearraigo entre los nuevos habitantes del Perú. Ade-más de empujar a las mujeres hacia estos nacientesreinos, los funcionarios españoles investigaban silos inmigrantes eran casados, solteros o viudos, conel interés de reunirlos con sus mujeres, casarlos, ovolverlos a casar y sobre todo eliminar la sospechade bigamia. La Corona amenazaría con deportar atodos aquellos que no regularizaran su situación,aunque una vez más el dinero de la “composición”o el pago que todo lo solucionaba, podía tambiénahorrar esta preocupación. También era posiblepostergar el viaje para buscar a la ansiada esposa enEspaña, a cambio de presentar algunos fiadores.

Esta política se mantendría durante todo el vi-rreinato, y sería frecuentemente incumplida. Perosin duda muchas mujeres pasaron al Perú, entreotros motivos, por los grandes prospectos que sepresentaban y por la notable abundancia de muje-res casaderas que se constataba en el sur de Espa-ña, región en donde la escasez de esposos obligabaa muchas solteras a realizar trabajos pesados, reser-vados a los hombres en otras regiones. Sin embargola política de apoyo a la inmigración femenina em-pezaría a cambiar en la época de Felipe II, debido ala insistencia de las autoridades peruanas que aler-taban sobre el alto número de mujeres de malasprofesiones que se agrupaban en ciudades como Li-ma y Potosí.

Las troupés de mujeres inmigrantes tenían unacomposición desigual en muchos aspectos, pero re-

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Escena del siglo XVIII en la que se aprecia a damasespañolas en una calesa.

sumidamente se podría decir que las integrabandoncellas, jóvenes y solteras que guardaban el pre-ciado don de la virginidad y buscaban un matrimo-nio lo más conveniente posible; las dueñas o casa-das, muchas de las cuales llegaron al Perú a reen-contrarse con sus maridos o por arreglos previos aformalizar un compromiso; las doloridas o viudasque muchas veces buscaban salir de su honrosa pe-ro triste condición encontrando otro marido; lasmancebas o amigas, concubinas con las que se rela-cionaba un soldado en espera de mejores tiempospara tomar esposa; y las busconas, rameras que bus-caban hacer la América a su manera. Finalmente ungrupo diferente podían ser las esposas de Cristo,monjas y beatas que dejaban el mundo y sus tenta-ciones en busca de la paz espiritual.

La procedencia social de las recién llegadas eramuy diferente, pues se podía encontrar desde hijasde nobles hasta hermanas de marineros, es decir fé-minas pertenecientes a todo el espectro de la socie-dad peninsular, que incluía a algunas portuguesas,prácticamente las únicas mujeres extranjeras en elPerú. Igualmente disímil era su educación, ya queera posible hallar desde analfabetas absolutas a mu-jeres refinadas, que poseían el arte de la escritura,gustaban de la lectura de los clásicos, y tocaban ins-trumentos musicales de salón, aunque este refina-miento no dejaba de ser escaso.

Según Lockhart, había una clara diferencia entrelas que utilizaban el título de doña y las que no po-dían acceder a él. Como recordará el lector, dichaforma de tratamiento connotaba nobleza o al me-nos hidalguía e inicialmente su uso era muy restrin-gido. Utilizado este apelativo desde los 20 años, eraprácticamente inconcebible que lo usaran hijas degente pobre, pero en el Perú no fue tan extraño quelo adoptaran las hijas o nietas de los encomenderosy otros grupos ascendentes, siempre y cuando hu-bieran nacido ya en el período de la prosperidad fa-miliar. Las esposas de los primeros encomenderosal casarse no fueron doñas, pero las parientas quetrajeron a vivir a su casa en las épocas de opulen-cia, pudieron muchas veces usar el tratamiento.

A una década de la conquista, los encomenderossólo deseaban casarse con mujeres principales que

tuvieran derecho a usar ese título, y aquellos solte-ros que por el temor de ser despojados de las enco-miendas habían tomado como esposa a una mujerde baja condición, se quejaban amargamente de susuerte. Aun cuando entre las mujeres las exigenciaspara aparentar una mejor estirpe radicaban princi-palmente en el vestir y las formas de hablar y trataren sociedad, el derecho al uso del título de “doña”seguía pesando. Los encomenderos que no se casa-ban estaban incapacitados de trasmitir su enco-mienda y menos de formar el ansiado mayorazgo,con el cual se trataba de proteger al linaje. Por esohacia 1563 sólo quedaban 32 encomenderos solte-ros de casi medio millar, y según parece la importa-ción de jóvenes casaderas de buenas familias fue unsuculento negocio para algunas personas. Entre laescasa correspondencia privada que ha llegado anuestros tiempos, figuran cartas de jóvenes esposasde encomenderos que animan a sus amigas y rela-cionadas en la Península, a tomar como esposo auno de esos achacosos, cojos y tuertos soldados dela conquista, a cambio de una holgada situacióneconómica. Garcilaso refiere cómo viendo las don-cellas casaderas a los prospectos matrimoniales, ex-clamaron: “…¿con estos viejos podridos nos había-mos de casar? Cásese quien quisiere, que yo porcierto, no pienso casar ninguno de ellos. Dolos al

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En los comienzos de la colonización española fue escasa lapresencia de mujeres europeas. Conforme se fue consolidandola sociedad hispanoperuana, numerosas mujeres llegaron alPerú, ya sea acompañando a sus maridos o para consumarmatrimonios concertados por sus parientes en la península.

En la vista, altar mayor de la catedral de Lima.

Diablo; parece que escaparon del infierno, según es-tán estropeados: unos cojos y otros mancos, otrossin orejas, otros con un ojo, otros con media cara, yel mejor librado la tiene cruzada una y dos veces….Y luego otra contestó: No nos hemos de casar conellos por su gentileza sino por heredar a los indiosque tienen, que según están viejos y cansados, sehan de morir presto, y entonces podemos escoger elmozo que quisiéramos, en lugar del viejo, comosuele trocar una caldera vieja y rota por otra sana ynueva”.

La mujer en cualquiera de los grupos socialesresultaba mucho más dependiente de la familia queel hombre, pues en realidad su situación podía me-jorar poco, pero sí empeorar mucho por su propiaactuación en relación al cuidado de su honra, lacual podría calificarse como su máximo tesoro. Lamujer solamente tenía la alternativa de cambiar decondición a través del matrimonio, que comúnmen-te era arreglado por los familiares sin su interven-ción directa. Algunos autores consideran esta polí-tica matrimonial como el origen de las numerosísi-mas relaciones extramatrimoniales que la Inquisi-ción se encargaba de perseguir y castigar, estable-ciendo castigos pecuniarios para los varones y paralas mujeres penas infamantes además de fuertesmultas. Los solteros realizaban la búsqueda de unaesposa entre la parentela de los conocidos, de losotros encomenderos y de las autoridades civiles yeclesiásticas.

El matrimonio de las altas clases peruanas fueuno de los primeros elementos que dejaría de verseinfluenciado por el regionalismo peninsular, pero síafectado por el nuevo orden. De tal forma estos al-tos grupos se vieron rápidamente interrelacionados.Debido a que las mujeres de los encomenderos eranmuy influyentes en el país y podían manejar indi-rectamente las posesiones de sus maridos, muchaspersonas que no habían podido alcanzar la ansiadaencomienda, trataban al menos de ascender en laescala social relacionando matrimonialmente a unahija o hermana con un prominente conquistador. Lapresión por las encomiendas era tan grande quecuando una de estas mujeres enviudaba era obliga-da a casarse lo más pronto posible con algún miem-bro del séquito de su antiguo esposo. Las mujeresde los encomenderos representaron un verdaderopapel de continuidad en los convulsos primerosaños de la colonia y pudieron, entre las guerras y laviudez, gobernar las dilatadas posesiones de susmaridos aun bajo el mando de los nuevos e impues-tos esposos. De hecho muchos clérigos y funciona-

rios lograron para sus parientas este tipo de matri-monios, y algunos “empresarios de la oportunidad”–como ya se ha dicho– supieron establecer un flore-ciente negocio importando encumbradas doncellascasaderas.

En realidad, los matrimonios eran alianzas estra-tégicas y no relaciones románticas, pues el fin bus-cado era el establecimiento de un linaje y todas lasacciones se tomaban en pro de ese objetivo. Los ma-trimonios iniciales se caracterizaban por reunir a unconquistador de bajo origen pero rápidamente enri-quecido, con una mujer de nivel social más alto,aunque pobre. Debido a la diferencia de orígenes, ose simulaba una dote ficticia, o casándose “a la ma-nera de las Indias” la dote era entregada anómala-mente por el marido. Cuando en los años siguientesse trató de casar a las hijas y hermanas de los con-quistadores, éstos aportaron dotes desmesuradas,superiores a las entregadas en España por las fami-lias más nobles.

La dote –que a veces era equiparada con las arraso cantidad ofrecida por el padre del novio– era uncapital de gran importancia para las mujeres. A lassolteras les brindaba la posibilidad de contraer ma-trimonio y es sabido que en esa época una manerade realizar caridad era dotando a niñas huérfanas ypobres, es decir habilitándolas para el casamiento.Una vez consumado éste, las mujeres disponían derecursos propios dentro de la sociedad conyugal,que constituían un capital inembargable en caso dela quiebra del marido; por ello muchas veces la do-te era inflada, lo cual además de aparentar mayorfortuna por motivos de prestigio social servía paraproteger el capital familiar de las arriesgadas manio-bras comerciales del esposo. Si la mujer se separa-ba del marido, la cantidad estipulada en la dote ledebía ser devuelta. Las mujeres solían invertir estoscapitales en esclavos que compraban, alquilaban orevendían con el máximo beneficio posible, en pro-piedades inmuebles dedicadas al alquiler, en lacompraventa de mercaderías diversas y en présta-mos a corto plazo, demostrando algunas gran habi-lidad para estas actividades. Aun cuando la mujeren teoría tenía poco campo de acción, en la prácti-ca podía tener una gran libertad, manifestada en sudesplazamiento físico a grandes distancias de su en-torno hogareño y embozada en el mantón. Ademásse le permitía testar, iniciar procesos, demandas ci-viles, divorcios y nulidad de matrimonios, o em-prender acciones comerciales. Lo que verdadera-mente les estaba vedado era la actuación política ypública.

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No podemos decir que las mujeres de los artesa-nos y de los estratos sociales bajos tuvieran las mis-mas oportunidades que las esposas de los enco-menderos y de la elite que los remplazó, pero tam-poco les eran ajenas algunas dignidades. A diferen-cia de las mujeres modestas de España, éstas pudie-ron disponer de gran cantidad de sirvientes, usarropas lujosas y joyas que no les eran prohibidas co-mo en la Península, al igual que ciertas formas decomportamiento. Y a la larga podían verse relacio-nadas con las grandes señoras a las cuales servían otomaban como madrinas de matrimonio, y a las queprocuraban imitar en todo lo posible.

Las mujeres solteras, es decir las doncellas, de-bían optar entre dos caminos honorables: el de unbuen matrimonio que requería muy importante do-te y que podía incluso realizarse con la venia de laIglesia a edades tan tempranas como los doce años–”o desde que la presencia de la malicia lo permitie-ra”–, o la vida conventual. El cenobio exigía una su-ma mucho menor para recibirlas y brindarles unaexistencia segura. Las mujeres solas, tanto las don-cellas mayores o “doncellucas”, como las viudas ylas separadas, tenían pocas oportunidades de ocu-par un lugar en la sociedad. La separación del mari-do podía darse mediante un procedimiento ante elfuero eclesiástico, invocando las múltiples causalesde la anulación de matrimonio estipuladas por elcódigo canónico, entre las que se encontraban losimpedimentos por consanguinidad, la falta de vo-luntad, la bigamia del cónyuge, y otras más.

Todas estas mujeres solas podían vivir con suspadres como hijas de familia, acompañar a un her-mano soltero o viudo haciendo las veces de dueñade casa o de ama de llaves, ayudar a una hermanacasada a criar a los hijos y llevar la casa, o entrar alconvento. Las mujeres solas o las viudas con hijospero sin recursos ni relaciones importantes, se veíanobligadas a trabajar en las pocas ocupaciones reser-vadas para su género, oficiando como comadronas,curanderas, panaderas, pasteleras, modistas, costu-reras, bordadoras, y patronas de casa de huéspedes,o prestamistas y conductoras de pequeños negocios,llegando algunas a juntar pequeñas fortunas, aun-que no demasiadas dignidades. Muchas veces nece-sitaban mantener un hombre que las protegiera,aun cuando no les ayudara en sus actividades.

La mancebía y la prostitución eran otras posibi-lidades que se presentaban si se carecía de oficio ybeneficio en el país. Llegaron a ser tantas en la épo-ca de Felipe II que la Audiencia de Lima intentó evi-tar la migración de mujeres solas hacia el Perú, es-

pecialmente a los paraísos de vagabundos y busca-fortunas, como podían ser la capital del virreinato yla ya legendaria ciudad minera de Potosí, dondeenormes riquezas circulaban rápidamente de manoen mano. La Inquisición velaba también por la mo-ral pública, recibiendo las denuncias de terceros einiciando los procesos contra las personas encon-tradas en falta, las mujeres de moral licenciosa, losadúlteros, los amancebados, los pervertidos y loshomosexuales o la gente que expresaba opinionesdemasiado libres, aun cuando no las pusiera enpráctica. Mancebas y rabonas se relacionaban conespañoles que buscaban mujeres de su misma cul-tura e idioma, aunque muchas no eran prostitutasprofesionales y encajaban más bien en la categoríade aventureras, que estaban a la caza de hombresque pudieran mantenerlas y que eventualmente lesofrecieran matrimonio. Muchos españoles que ve-nían en busca de riqueza preferían entablar una re-lación de este tipo, hasta que llegara el día de casar-se con una mujer de buena posición. Al momentode la separación el amante enriquecido, habitual-mente montaba un negocio para ella o la dotaba.En otros casos la espera se hacía larga y culminabacon el matrimonio de los amantes. La prostituciónera el refugio a los matrimonios fracasados, o la sa-lida airada ante los difíciles trámites del divorcioeclesiástico.

Diferente era el caso de las mujeres dedicadas ala vida de oración, quienes podían ser monjas, bea-tas, o residentas seglares. En Lima inicialmente só-lo hubo casas-beaterios, donde se recogían mujeresque vivían un retiro piadoso sin formular votos,aunque utilizaban el hábito de alguna orden, mien-tras otras beatas en cambio preferían vivir de mane-ra independiente. En la década del cincuenta al se-senta surgieron en Lima los primeros conventos queacogían de manera más ordenada las nacientes vo-caciones. En los conventos vivían además las mu-jeres solas refugiadas y un numeroso séquito decriadas y esclavas, población que muchas vecesquebraba la moral del grupo.

Como se puede reflejar en las siguientes cifrascorrespondientes a fechas cercanas al año 1700, Li-ma contaba con 210 mujeres en beaterios y 3 865mujeres en conventos. En los monasterios destaca-ban el de la Encarnación con una población de 827mujeres, de las cuales 434 eran criadas; el de SantaClara con 632 mujeres, de las cuales 278 eran servi-doras; o el de la Concepción con 1 041 monjas y561 sirvientas. A diferencia de los conventos mas-culinos donde los partidos de peninsulares y crio-

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llos generaban gran-des enfrentamientos,en los de mujeres estono sucedía, en la me-dida en que eran com-puestos especialmentepor hijas de criollos.En ocasiones se pro-dujeron graves discre-pancias entre obispospeninsulares y con-ventos de monjas crio-llas, pleitos en los cua-les la sociedad criollatomaba la defensa desus hijas y hermanas,ocasionando grandestumultos como el ocu-rrido en Arequipa, trasel intento de reformadel obispo Chávez dela Rosa.

En los claustrospodían encontrarsemujeres de todas lasclases sociales, que ha-bitaban desde míserasceldas sin comodidad aparente, hasta lujosas habi-taciones con jardín y cocina propios y celdas paralas servidoras de las monjas de alcurnia. Muchasmujeres de espíritu superior eligieron esta vía segúnla cual “una mujer rica podía el permitirse vivir porsí y para sí”, desarrollando una cultivada vida inte-rior e intelectual, a la manera de la célebre poetamexicana sor Juana Inés de la Cruz. El convento de

esta manera cumplíados misiones inclusoantagónicas: servircomo lugar de castigoy encierro o comoclaustro de liberación.Asimismo, el burdelservía de escape a al-gunas mujeres de mo-ral disoluta, pero eratambién la condenade aquellas que no en-contraban un sitio enla sociedad colonial.Ambos espacios fue-ron el destino al quese acogía la gran can-tidad de mujeres queno accedieron al de-seado matrimonio.

Los más modernosestudios nos permitencuestionar la prejui-ciosa visión que se te-nía de los conventoscomo entidades aisla-das de la sociedad.

Así como la ciudad entera intervenía en la vida delos conventos, éstos intervenían en “el siglo”, es de-cir en el mundo exterior, de manera muy marcada.Uno de los campos de esta injerencia monjil enasuntos mundanos era el económico. Las monjasaportaban al entrar una dote fijada en algunos luga-res en 3 312 pesos, cantidad que debía ayudarlas asobrevivir por el resto de sus vidas. Como el présta-mo con interés estaba prohibido por la Iglesia, sehacía una venta figurada de dinero denominada“censo al quitar”, que resultaba siendo un préstamoal 5% de interés anual, garantizado por una propie-dad rural o urbana. A diferencia de lo acostumbra-do en nuestros días, no había preocupación por re-cuperar el capital principal, y la figura podía seguirfuncionando durante muchos años, incluso siglos,pues el verdadero afán que animaba al convento erael recibir la utilidad descrita sin tener que ocuparsede trabajar el dinero. Las familias criollas que envia-ban a sus hijas a los conventos, aparte de solucionarlos problemas del casorio y la colocación de sus des-cendientes mujeres en la sociedad, deseaban quellegaran a las más altas dignidades dentro del mo-nasterio al que eran admitidas. Simplemente el in-greso de una o más hijas significaba establecer una

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Monja mercedaria y agustina en una acuarela del siglo XIX.

Monasterio de Santa Catalina, en Arequipa.

relación con la institución, y lo otorgado en dotepodía ser rápidamente recuperado e incluso concreces. De esta forma el convento sirvió de dinami-zador de la economía regional.

Un problema mayor surgiría a finales del sigloXVII en Trujillo y mediados del XVIII en el Cuzco,cuando las propiedades agrarias dadas en garantíadejaron de producir lo suficiente para pagar los in-tereses y comenzaron a ser rematadas o cambiaronde manos. La propiedad empezó a variar con muchafacilidad, pues no había que hacer desembolso algu-no por una hacienda gravada al 80, 90 o 100% de suvalor, sino sólo comprometerse a realizar el pago delos intereses. Salvo que se hicieran muchos malaba-res rara vez era posible solucionar esta situación yfinalmente la propiedad caía en manos de las reli-giosas, creando el grave inconveniente de tener queadministrarlas ellas mismas, algo realmente difícilpara las monjas de clausura. Ello fomentó que losconventos adquirieran fama de avarientos, acapara-dores de tierras y generadores de la pobreza de lasfamilias de las monjas. Para solucionar este proble-ma se permitió en años posteriores redimir los cen-sos, pagando una pequeña fracción de lo que habíasido el préstamo inicial (Céspedes del Castillo1983: 134, 193 y ss.; Lockhart 1982: 192 y ss.; Man-narelli 1993: 40 y ss., 70 y ss., 80 y ss.; Riego 1993:48, 90 y ss.; Burns 1991: 67 y ss.; Busto 1984: 331y ss.; Konetzke 1971: 55-56).

FAMILIA Y LINAJE

Los conquistadores implantaron un modelo queseguía las pautas de la familia europea mediterrá-nea, que paulatinamente se fue difundiendo en elterritorio con el paso de los años. En tanto la Igle-sia cumplió un papel vigilante desde el púlpito y elconfesionario, y mediante la Inquisición castigó losdesvíos que se presentaron al calor de los viejos re-cuerdos de la barraganía medieval y de la poligamiaárabe, alertando sobre la facilidad del contacto conlas mujeres aborígenes, el séquito de criadas y lasnumerosas esclavas, ante la inicial lejanía de las es-posas. Al restablecerse lentamente el equilibrio en-tre el número de inmigrantes de ambos sexos, lareorganización de la familia y su difusión fueronmucho más fáciles, aunque de hecho quedó el pre-cedente y la tentación de la libertad sexual anterior.La llegada de esposas con hijas y amigas casaderas ysu séquito de parientas solteras y viudas, de servi-doras y otras posibles candidatas a nuevos matri-monios, originó una feroz competencia con las mes-

tizas aculturadas de la colonia. El resultado final fueque sólo las bien dotadas, hermosas o con padresinfluyentes pudieron casarse, siendo el resto despla-zado por la avalancha de mujeres peninsulares.

Aunque la Iglesia señalaba la necesidad del con-sentimiento y voluntad de los novios para contraermatrimonio, éste generalmente se realizaba a espal-das y contra los deseos de los contrayentes. Losarreglos previos entre los futuros suegros contrade-cían el ideal romántico tantas veces expresado en laliteratura. El resultado distaba mucho del matrimo-nio por afinidad, pero es cierto que muchas veces seencontraban en el camino fuertes y verdaderos lazosde amor conyugal. La mentalidad de la época veía elmatrimonio como una alianza familiar tendiente aasegurar el mejor éxito posible para la descenden-cia, el apellido y el linaje. En una relación de este ti-po la esposa no podía escapar a un papel de extre-ma importancia en la conducción del hogar, comodirectora de la educación de los hijos y como super-visora y administradora de la casa, la servidumbre yel marido, si bien externamente daba la imagen deextrema sumisión frente a él. Características de estetipo de familia serían la búsqueda de muchos hijosy una tardía mayoría de edad e independencia de los

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Un hijo es escarmentado por su padre, según un lienzo delsiglo XVIII (colección Barbosa-Stern).

mismos, hacia los 25 años, fieles al ideal de estable-cer un mayorazgo que ayudase a perpetuar el ho-nor y la dignidad familiar.

Los parientes ocupaban un lugar muy importan-te en la vida familiar, tanto si eran pobres, siendoacogidos y ayudados al tiempo que ocupaban unaposición de dependencia equiparable a la de loscriados, como si eran ricos, invirtiéndose la figura yvolviéndose ellos los personajes acosados en la es-pera de una merced o posiciones expectantes paraalgún dependiente. De este modo las familias ex-tendían sus relaciones tanto horizontal como verti-calmente, entrelazando clases superiores e inferio-res, pero siempre se veían afectadas por el vaivén delas alianzas y la suerte de los tiempos, pudiendo serarrastradas hacia cualquiera de los dos extremos delcuerpo social. Por lo tanto era raro encontrar unafamilia poderosa que no tuviera parientes pobres yen desgracia, situación que se veía agudizada por elmayorazgo. Esta institución impulsaba a los hijosmayores hacia el éxito, pero exponía a los segundo-nes a los más disímiles destinos. De esta forma es fá-cil suponer que al producirse conflictos intrafami-liares, la inestabilidad se propagara en todos losgrupos sociales.

Los sirvientes, criados y empleados formabanparte de la familia y a su modo contribuían al avan-ce y desarrollo de ésta, tomando verdadero partidopor sus patrones, quienes los protegían y atendíanhasta sus últimos días. La persona aislada de un es-pacio familiar no tenía cabida en esta sociedad, puesaun los solteros funcionaban como jefes del hogar

frente a hermanas viudas, divorciadas y solteras,madres, parientes, relacionados y sirvientes, com-partiendo su fortuna con hermanos más pobres, si-tuando y casando a sus sobrinos. Hacia el final desus días se designaba un hijo del hermano o allega-do para dejarle bienes y negocios al morir. La pre-sión social era tan fuerte que incluso el desplazado,el individuo aislado, debía buscar una familia adop-tiva a falta de una propia e instalarse en un hogar yaformado, como residente, aprendiz o empleado, sopena de vivir como “vago” o “vagamundo”, en loslinderos de la ley y la sociedad.

Rodeando a la familia estaban los amigos, gentecercana en quien se podía confiar en caso de nece-sidad, reclutada en la primera época de la conquis-ta entre los paisanos, personas del mismo origen re-gional, conocidos de varias generaciones con losque se establecían mayores lazos de unión. Estas re-laciones daban lugar a banderías o grupos de alia-dos políticos, a quienes se acogía en la casa, se pro-porcionaba trabajo y se les asignaba cargos de con-fianza, “prefiriéndose la lealtad y la confianza, a laeficacia y el talento”, extendiéndose estas prácticasde marcado nepotismo. Con el tiempo, las antiguasamistades surgidas en los pueblos de origen deja-rían lugar a las formadas en los nuevos territorios.Estas relaciones se veían reforzadas por el principiode la hospitalidad, tan añorada por el huésped co-mo por el anfitrión, quien demostraba un tren devida señorial; y por el compadrazgo o lazo espiritualque cumplió muy adecuadamente la función deacercamiento familiar entre amigos o entre patronesy dependientes, y en el que participaron con muchoentusiasmo los pobladores andinos, como modo deampliar el radio de su reciprocidad. También gre-mios y cofradías constituían un espacio cercano derelaciones, sirviendo como sociedades de defensamutua, de ayuda y de protección frente a interesescomunes. Semejante papel familiar desempeñabanlos monasterios, mientras que las iglesias y capillasfuncionaban como puntos de contacto social (Cés-pedes del Castillo 1983:188 y ss.).

LOS CRIOLLOS

El término criollo designaba al hijo de españolesnacido en América y comenzó a usarse en el Perúa partir de 1567, pero ya desde años atrás era fre-cuente escuchar fórmulas como “hijos del reino”,“hijos de la tierra” y “beneméritos” para singulari-zarlos. Tales términos sin embargo estaban cargadosde un sentido despectivo. El apelativo criollo no era

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Carta en la quese funda el

mayorazgo de losDelgadillo

Sotomayor, sigloXVII.

precisamente honroso, pues había servido para re-ferirse a los negros “criollos”, los mestizos y los mu-latos, ahondando los prejuicios sociales contra estosgrupos nacidos en el país. No en vano decía Garci-laso: “a los hijos de español y española nacidos allá,dicen criollo o criolla. Es nombre que lo inventaronlos negros y así lo muestra la obra. Quiere decir en-tre ellos negro nacido en Indias; inventáronlo paradiferenciar los que van de acá nacidos de Guinea delos que nacen allá porque se tienen por más honra-dos y de más calidad por haber nacido en la patriaque no son sus hijos porque nacieron en la ajena, ylos padres se ofenden si les llaman criollos. Los es-pañoles, por su semejanza, han introducido estenombre en su lenguaje para nombrar a los nacidosallá…” (Lavallée 1993: 15-18).

Surgimiento de la identidad criollaSi bien el primer criollo nacido en las tierras del

Perú fue Hernando de Torres, hijo del encomenderoSebastián de Torres y de Francisca Jiménez, no sepuede afirmar que con él nacía el criollismo. Éste seincubó con el tiempo, tras el surgimiento de nuevaslealtades hacia el territorio conquistado, que paula-tinamente hicieron olvidar la tierra de origen de losnuevos pobladores de América. Aquel co-lono que arribaba a las costas del Nue-vo Mundo soñando con hacer laAmérica para retornar enrique-cido a la Metrópoli, difícil-mente podría tomar partidopor las reivindicacionesmás adelante conocidascomo criollistas. Otro se-ría el caso de aquel quepronto olvidaba su lu-gar de origen, se enca-riñaba con este suelo yformaba familia, sobretodo si conquistabacierta posición que noestaba en disposiciónde abandonar en nom-bre de la nostalgia. Es ló-gico suponer que sin seramericano, fácilmenteenarbolara derechos ypreeminencias frente a aque-llos que sólo estaban de pasopor el territorio. Pero así comomuchos criollos o criollistas no ne-cesitaron ser americanos para actuar

como tales, cuando el grupo criollo manifestó unaidentidad distinta y hasta antagónica frente a lo es-pañol, excepcionalmente reclutó a personajes queno eran descendientes puros de españoles, sino másbien mestizos prominentes. Lo opuesto sucederíacon ciertos sujetos americanos, que en casos espe-ciales prefirieron adherirse al bando peninsular.Ambos grupos, españoles y criollos, tuvieron gran-des lazos sociales, ya que se relacionaron y casaronentre sí sin mayores dificultades, estableciendoalianzas y configurando lealtades. Ello ha llevado areforzar la idea de que el criollismo constituía prefe-rentemente una comunidad de intereses, un partido,una posición sentimental , antes que un grupo dife-renciado del resto por consideraciones raciales, cul-turales y sociales.

La Corona inicialmente no tuvo una política de-finida frente a los criollos. Aunque la lucha contralos primeros encomenderos afectó gravemente a losprimeros criollos, no estaba dirigida contra ellos es-pecíficamente. Desde el levantamiento de los Alma-gro y los Pizarro, las autoridades españolas temieronla alianza de los criollos con las castas y las “gentesdel país”, pero no imaginaron los problemas quesurgirían con el tiempo. En 1561, la criollización de

los hijos de españoles nacidos en Nápoleshacía sospechar al conde de Nieva del

peligro que suponía el amor a lanueva patria y alertó a la Corona,

señalando que: “aunque seandescendientes de españo-

les… …el amor que por na-cimiento y naturaleza denacer en la tierra adquierees muy grande, tanto yacaso mayor que a lospadres y a la tierra dedonde descienden…”, yque pronto se sentiríantan originarios comolos mismos indios.

Una primera respues-ta al inminente “peligronacionalista” fue estimu-

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Retrato de autor anónimo (sigloXVII) de Santa Rosa de Lima, en

quien los criollos encontraron unsímbolo de sus aspiraciones

nacionalistas, pues representaba unejemplo de las virtudes morales que el

Nuevo Mundo podía producir.

lar una serie de prejuicios contra los españoles deAmérica, a los que se atacó con los mismos repro-ches utilizados para desprestigiar a los indios y lascastas. Se les acusaba de ser débiles y enfermizospor el insalubre clima americano, de deformarse yafearse por la temperatura, de estar sumidos en unaaguda decadencia moral y de degenerarse por tomarleche de las nodrizas indias o negras, pronosticán-dose inclusive su completa indianización y barbari-zación de interrumpirse la inmigración española aAmérica. Algunos criollos como Juan Meléndez seindignaban de que los españoles no discriminaranentre un “criollo puro” y un indio, “y quieren con-fundir los orígenes de ambos llamándolos a ambosyndios”.

La identidad criolla se hizo más fuerte cuandola Corona, que sólo había participado en la empre-sa conquistadora de una manera muy distante, em-pezó a limitar sus aspiraciones. Luego vendrían losfuncionarios y sus validos pretendiendo apoderarsede los mayores beneficios, aumentando aún más elresentimiento de los “despojados y burlados” crio-

llos. Pero la situación llegó a límites insostenibleshacia 1542 al saberse de las Leyes Nuevas, que res-tringían en gran medida los derechos de los enco-menderos en nombre de la supuesta defensa de losindios. Levantamientos como el de Gonzalo Piza-rro y otros posteriores, utilizaron la “injusticia” deestas normas como excusa para canalizar la frustra-ción y la ira que sentían hacia la Corona. Lo tardíode las limitaciones impuestas a los conquistadoresy la incapacidad de la lejana administración desem-bocaron en la formación de sentimientos criollistasy banderías que llegaron a poner en entredicho losderechos del soberano sobre estas tierras, a las cua-les los guerreros de la conquista se sentían indiso-lublemente ligados, por haberlas obtenido con suvalor y sacrificio personales (Pease 1992a: 281,297; Lavallée 1993: 20 y ss.; Céspedes del Castillo1983: 285).

Encomienda y criollismoSurgieron así muy fuertes tensiones entre aque-

llos individuos vinculados por su éxito a bienes in-móviles (como tierras, indios, encomiendas, propie-dades, familia extendida y allegados y dependien-tes) y los grupos recién llegados en busca de fortu-na y en algunos casos sólo transeúntes de estas tie-rras, que vagaban miserablemente en busca de laansiada oportunidad que los sacara de la pobreza yel anonimato. La Corona supo dividir para reinar,oponer estos partidos y azuzar rivalidades alentan-do la promesa de redistribuir las encomiendas. A lalarga fueron estos sutiles mecanismos los que ase-guraron el dominio de la Corona sobre el territorio.Sólo a un puñado de los conquistadores se les con-cedió una encomienda, generándose una fuerte de-sazón, incluso entre los hijos segundones de los en-comenderos, por cuanto se les privaba de la heren-cia por las leyes del mayorazgo. Lope García de Cas-tro se mostraba preocupado por la “favorable acogi-da que ciertos españoles descontentos encontrabanentre los hijos de los que conquistaron la tierra”, ypor cómo los desposeídos de las encomiendas seveían rodeados de “gentes mal yntencionadas”.

Finalmente se estableció que una encomiendasólo estuviera dos generaciones, dos vidas, en ma-nos de una misma familia. Es decir no llegó a serperpetua como pedían estos conquistadores, ni úni-camente vitalicia como recomendaban los burócra-tas reales. Las baterías de los criollos apuntaban a ladefensa de la perpetuidad y su discurso enfatizabala falta de reconocimiento oficial a los descendien-tes de aquellos valerosos conquistadores del territo-

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Un encomendero solicita una criada en un dibujo de Guaman Poma de Ayala.

rio y la pobreza e inseguridad en que se debatían:“con este bien y merced (la perpetuidad) también secumple con la obligación que aquel Reyno pone aVuestra Magestad en razón de remunerar los gran-diosos servicios de los conquistadores y demás be-neméritos que a costa de su mucha sangre que de-rramaron y a costa de sus caudales y haziendas y deintolerables trabajos y fatigas y vida y muerte quepasaron descubriendo aquel reyno y otros circum-vezinos y le hallaron y apaziguaron ellos mismos,obra la más heroyca que ay y más digna de eternamemoria … … sin consentir que sus descendientesvivan (como hoy en día viven muchos) en suma po-breza sin tener cosa ni palmo de tierra cuyos padresdieron tanto a Castilla…”. Los voceros de los enco-menderos, a cambio de recibir en perpetuidad lasencomiendas, se ofrecían a asegurar la paz, pero co-mentarios de este tipo disgustaban a las autorida-des, pues insinuaban una velada amenaza de insu-rrección o disturbios y hasta una hipotética alianzaentre los criollos “siempre inclinados a las rebelio-nes y los levantamientos” y los mestizos. Los conse-jeros del rey se opusieron a esta perpetuidad seña-lando que: “…no se acordaran los encomenderosque tiene rey ni estarían obedientes a los virreyes yaudiencias y justicias reales… …y la pretensión deque Vuestra magestad a de hazer merced a sus hijosque han de dejar pobres, los haze estar rreprimidosy quietos…”.

Los encomenderos y sus descendientes ante eltemor de verse privados de tan preciada prebenda,que en resumidas cuentas los convertía en miem-bros de la naciente aristocracia colonial, no duda-ron en recurrir a todas las instancias y argumenta-ciones. A finales del siglo XVI, perdidas ya las espe-ranzas de obtener la perpetuidad, muchos “bene-méritos y nietos de encomenderos” empezaron apedir la reasignación de una encomienda, en vir-tud de los servicios prestados a la Corona por susantepasados. Los virreyes y los altos funcionariosencargados de proponer y repartir las encomiendasvacas, utilizaron muchas veces su poder para con-cederlas a gente de su entorno, lo que generó aira-das protestas de los criollos, quienes se considera-ban con mayor derecho para recibirlas. Las protes-tas se sucederían una tras otra, no sólo frente alotorgamiento de encomiendas, sino de cualquierotra merced. como las plazas de “gentileshombreslanceros y arcabuceros”. Estos cargos honoríficoscreados para los beneméritos fueron injustamenteasignados por los virreyes a sus amistades y favori-tos, incluso “a un niño de siete años mientras los

más meritorios conquistadores se encontraban enla mayor miseria”.

Ante estas pobres perspectivas, algunos descen-dientes de encomenderos partirían a la colonizaciónde hipotéticas tierras situadas al sur y al este delcontinente, esperando repetir la hazaña de sus ante-pasados, aunque difícilmente lo consiguieron. Todoello daría pie a la reivindicación criolla peruana,que pretendía convertir a los residentes de larga da-ta en estos territorios en los únicos beneficiados porlas rentas y oportunidades brindadas por su país,idea ciertamente opuesta a la de los peninsulares(Lavallée 1993: 26 y ss.).

La nobleza criollaLa sociedad hispanoperuana tuvo la particulari-

dad de no ver establecidos definitivamente en suslinderos a un sector noble. Los pocos conquistado-res ennoblecidos y sus descendientes, casi sin ex-cepción, fueron llamados a la Metrópoli. En losaños siguientes sólo se afincarían, y de manera tem-poral, funcionarios pertenecientes a ramas menoresde las familias nobles, durante el ejercicio de suscargos. Por otro lado los encomenderos, que hubie-ran sido los naturalmente llamados a llenar este va-cío nobiliario, fueron expresamente impedidos por

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Vista de un dormitorio de la casa Aliaga, en Lima. Losdescendientes de Jerónimo de Aliaga prontamente ocuparonposiciones de honor y reconocimiento en la Lima colonial.

la Corona. De este modo la carencia aristocráticaperduraría hasta el siglo XVII, cuando apareció casiespontáneamente una “nobleza de Indias”. Los per-sonajes llamados a conformar este nuevo pero pres-tigioso sector serían algunos descendientes de con-quistadores secundarios, familias enriquecidas pordiversos medios, encomenderos que supieron ade-cuarse a los tiempos y consolidar su antigua rique-za, y personas llegadas tardíamente que ascendieronen la escala estamental con gran velocidad. El co-mún denominador de este grupo eran sus grandespatrimonios ligados a tierras, inmuebles, industriasincipientes, joyas y ahorros en metálico. Muchos deestos potentados habían incrementado sus bienes através del acaparamiento de tierras por medios nomuy santos, regularizando su tenencia mediante elpago de un impuesto de “composición de tierras”.El poder político ayudaba y supervigilaba el proce-so y muchas veces esta “sana” influencia era la doteo las arras, mediante las cuales los allegados del vi-rrey contribuían a ventajosos matrimonios.

Luego de obtener fortuna y prestigio los siguien-tes escalones resultaron mucho más fáciles de subir.Los mayorazgos fomentaron la “perpetuidad de loslinajes y los apellidos” y volvieron indivisible el pa-trimonio evitando su disolución y fragmentación.El prestigio de estas familias de terratenientes sirvióde acicate para la celebración de pomposos matri-monios con miembros de los sectores mineros y co-merciales. Dotes cuantiosas generaron una enormetransferencia de capital hacia los mayorazgos, queaumentaron su fortaleza económica, posibilitandoun lujoso tren de vida. Nuevas y convenientes alian-zas matrimoniales con sectores más dinámicosaunque inferiores, alimentaron la riqueza y esplen-dor de esta aristocracia, ya que el monto de la dotese incrementaba en función de la distancia social dela pareja. Durante la primera mitad del siglo XVII,algunos de estos mayorazgos recibieron los prime-ros títulos de Castilla otorgados a los americanos,aportándoles un enorme prestigio que supieron ad-ministrar matrimonialmente.

La sociedad criolla contaba después de un siglocon una nobleza propia, la cual se convirtió en el ar-quetipo de la sociedad colonial. La presión por lostítulos fue enorme y la empobrecida Corona realizóun pingüe negocio, primero con los hacendados yluego con los mineros y comerciantes. La conforma-ción de este estamento “representa el primer grantriunfo de los criollos… y el verdadero catalizadorde su conciencia de grupo”. Los integrantes de losmayorazgos de los niveles inferiores de la aristocra-

cia criolla aspiraban a ser caballeros de hábito y te-ner cargos militares, o pertenecer a la guardia del vi-rrey, o en su defecto adquirir títulos de “familiar delSanto Oficio”, o ser miembros importantes en lascofradías o benefactores de conventos, y “los milhonores y privilegios vacíos que alimentaban la va-nidad propia y el respeto ajeno”. De esta manera seconformaron los niveles menores de la nobleza in-diana, a la cual todos admiraban y aspiraban. Laexistencia de una jerarquía social ayudó a formar unespíritu de cuerpo y sirvió para ejercer presión y lo-grar objetivos comunes, consolidándola a las aristo-cracias locales. Los criollos más exitosos de estegrupo adquirían nuevos títulos y accedían al gruposuperior, que de este modo se veía continuamentereforzado y renovado (Céspedes del Castillo 1983:287-293).

La criollización de la sociedadEste proceso de criollización afectó no sólo a los

hacendados, sino también a los mercaderes, quie-nes iban prefiriendo las activas plazas comercialesamericanas a los decaídos espacios mercantiles dela Península. Sucesivamente se fueron asentandoen las colonias en vez de regresar a España, luegode lograr cierta fortuna y dejar el negocio de ultra-mar a algún pariente. De esta manera se integraronrápidamente al grupo criollo, que los aceptó y aco-gió. Algo semejante ocurrió después con los mine-ros, que aportaron sus enormes capitales a la pu-jante economía criolla. El proceso de criollizaciónde la sociedad afectó a todos los niveles y hubierasido total de no existir una corriente migratoria increscendo desde la Metrópoli. Lo normal era que losinmigrantes se establecieran y pronto el vínculocon el terruño se fuera desvaneciendo, al tiempoque surgían nuevas solidaridades con los gruposamericanos.

El origen andaluz y extremeño de la primera in-migración homogenizó la vida indiana y generalizóformas tradicionales y culturales originadas al surde Castilla, que se vio representada así por el len-guaje, la vida cotidiana, las costumbres, etc. Los es-pañoles procedentes de otras zonas debieron asimi-lar los usos de las primeras corrientes, que se acrio-llaron aceleradamente; pero tiempo después, cuan-do se incrementaron los migrantes de otras regionesde España, a quienes se denominaba chapetones, sehicieron evidentes los roces con los descendientesandaluzo-extremeños. Incluso miembros de la se-gunda o la tercera generación americana de estasagrupaciones se consideraban todavía chapetones y

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mantenían sus lealtadescomo tales. Sin embargo,como bien ha expresadoCéspedes del Castillo: “elgrado de criollización…no se mide en número deindividuos, sino tambiénen función de la riqueza,prestigio, poder y con-ciencia de grupo. Estosfactores no cuantificablescrecieron así mismo conrapidez a partir del sigloXVIII”.

Para comprender ade-cuadamente este procesode formación de una con-ciencia americana, debe-mos prestar atención alos logros obtenidos porlos criollos en las altas es-feras del poder. Los me-canismos para cargospreeminentes puedenapreciarse en lo que fue ladecisiva batalla por la au-diencia. Los cargos de oi-dor brindaban mucha ca-tegoría y poder, tanto anivel político como económico, y la presión para laobtención de ellos era enorme. La Corona señaló laimposibilidad de ser oidor en la tierra natal, ademásde la casi obligatoria necesidad de estudiar en laMetrópoli. Por tales motivos hubo inicialmente po-cos oidores criollos, dado que el tiempo de prepara-ción era largo, y además se requería un alejamientodel lugar de origen, algo generalmente rechazadopor los criollos. Las protestas criollas frente a estasdisposiciones fueron largas e intensas, enarbolándo-se múltiples argumentos, como la semejante capaci-dad entre los españoles de América y los peninsula-res, el mejor conocimiento de realidades, costum-bres y jurisprudencia locales, la menor tendencia ala corrupción al estar rodeados por sus familias ydepender de sus riquezas y no de magros sueldos, elamor por la tierra y el deseo de mejor gobernarla, yel ahorro de los cuantiosos gastos de transporte einstalación.

Los criollos se vieron favorecidos gracias al pocointerés que manifestaban los funcionarios españolespor pasar a las Indias, debido a los costos y moles-tias que tal empresa significaba. Ello obligó al nom-

bramiento de algunoscriollos como oidores,llegando éstos a cubrirun quinto de las va-cantes. A partir de1687, la grave falenciaeconómica de la Coro-na generalizó la ventade las judicaturas su-periores. Cuando to-dos los puestos vacosfueron ocupados, sevendió entonces el de-recho a ocuparloscuando nuevamenteestuvieran libres, con-

formándose el grupo de los “supernumerarios”. Ycuando a su vez estas filas de la cola se hubieronagotado, se vendieron derechos sobre la ya lejanísi-ma pero inevitable vacancia, dándose origen a losderechos de los “futurarios”. De las ventas realiza-das entre 1687 y 1750, el 90 por ciento de los car-gos fueron a parar a manos de los criollos, y unacuarta parte de las jefaturas de las audiencias estu-vieron encabezadas por españoles nativos de la pro-pia jurisdicción de estos tribunales. Si bien esta po-lítica se interrumpió en 1750, las ventas realizadassiguieron surtiendo efecto hasta 1780.

Hasta finales del siglo XVII, de 256 oidores hu-bo sólo 20 criollos, de los cuales 11 eran limeños y31 españoles casados con mujeres de familia criolla,y en consecuencia presumiblemente pro criollos.Pero a partir del siglo XVIII las cifras se inviertendramáticamente. Los criollos en la audiencia llegancasi al 50 por ciento, siendo peruanos un tercio. Sepuede entonces contar a 73 americanos en tal insti-tución, afianzándose entre 1747 y 1774 el predomi-nio criollo en la audiencia, hasta llegar a ser casi ab-soluto. Si añadimos a estos triunfos otros avances

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Las disputas por laconducción de las órdenesreligiosas constituyen unamuestra de la afirmaciónde identidad de los criollos,quienes exigían para síposiciones depreeminencia, como ésta,alegando su condición deamericanos y conocedoresde las realidades del NuevoMundo. Frontis de laiglesia de San Agustín.

obtenidos por los criollos dentro del organigramacolonial, se hace comprensible el control obtenidopor estos grupos en el gobierno de “su” tierra.Eventualmente, la imagen de desorden y desgobier-no que la colonia ofrecía al visitante extranjero po-día ser expresión del manejo autónomo de estas eli-tes criollas, más interesadas en su propio desarrolloque en el funcionamiento de la gastada idea de la“monarquía universal”.

En los niveles intermedios de la administración,el clero y la sociedad, las reivindicaciones criollas sevolvían sumamente agresivas. La falta de oportuni-dades y el exceso de graduados y titulados en lasuniversidades convertían la “oposición” para losdistintos oficios y curatos en verdaderas batallascampales entre estos grupos. Los métodos de discri-minación racial que ejercieron los peninsulares con-tra los criollos se reprodujeron en cascada cuandoestos últimos pretendieron sacar del camino a losmestizos. Definitivamente pesaba mucho la influen-cia de los aspirantes criollos, generalmente vástagos

segundones de estirpes importantes que busca-ban un futuro en estos cargos y que estaban dis-puestos a utilizar todos los recursos y la fuerzaque su familia les pudiera proporcionar. Al arri-bar a las ansiadas y expectantes posiciones serepetiría el mismo esquema, pues ayudarían alascenso de los siguientes criollos que postula-ban a la plaza y frenarían a los demás postulan-tes, ya sea españoles o mestizos, en sus preten-siones profesionales. El ciclo se repetiría aun enlos niveles más bajos, donde los criollos abun-daban, utilizando las mismas estrategias y sien-do manipulados políticamente por los nivelesaltos (Céspedes del Castillo 1983: 285-302;Pease 1992a: 297-280).

El criollismo mestizoLa rivalidad entre criollos y mestizos se vería

disminuida en algunas zonas específicas. Losprimeros aceptaron dentro de sus grupos de in-fluencia a integrantes cobrizos, sobre todo enlas ciudades surandinas, y tal proceso tuvo unaenorme importancia en regiones como el Cuz-co, donde sus representantes más conspicuosmostraron una inusitada adhesión a los plan-teamientos de los Comentarios reales, y a las

reinterpretaciones mesiánicas que propiciaba laobra del Inca Garcilaso. En oposición al grupo crio-llo costeño, esta elite criollo-mestiza –en la que des-tacaban connotados personajes de la familia de losmarqueses de Valle Umbroso– esbozó una nueva

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José Baquíjano y Carrillo de Córdoba (1753-1817),intelectual criollo, oidor de la Audiencia de Lima yreconocida figura de las postrimerías del siglo XVIII ycomienzos del siglo XIX.

Azulejos de la sacristía de la iglesia de San Pedro, Lima.

visión del gobierno del país. Según ellos los “guam-bos” o chapetones no debían ser obedecidos por losindios, pues los aborígenes naturalmente estabanrelacionados con el núcleo criollo-mestizo o apus,que se consideraba descendiente de los incas. Lanobleza indígena, bastante amestizada, pudo desen-volverse con gran autonomía y de este modo la fi-gura del inca recobró mucho de su antiguo esplen-dor. La alianza criollo-mestiza comenzó a interveniren los asuntos regionales y logró imponer nombra-mientos de corregidores y funcionarios religiosos,tanto así que el cabildo eclesiástico del Cuzco pro-hibió en 1733 el otorgamiento de cargos locales agente que no fuera oriunda de la diócesis. Intelec-tuales como Diego de Esquivel y Navia llegarían acriticar la actuación de algunos corregidores, casisiempre foráneos, por los abusos cometidos contralos indios, explicando así la sublevación de JuanSantos Atahuallpa (Pease 1992a: 283).

El criollismo conventualDesde el siglo XVI, la Iglesia se convirtió en un

importante lugar de confrontación entre estas“dos naciones”, denominación que sirvió para di-ferenciar a los bandos opuestos de criollos y pe-ninsulares. Estas luchas en su interior dieron ori-gen al protocriollismo, pues ya en estas tempranasépocas los frailes criollos encontraron serios pro-blemas para dejarse oír cuando denunciaban in-justicias en el reparto de doctrinas y se quejaban

de la marginación que sufrían en su propia tierra.Los encomenderos y la sociedad civil apoyaban es-tas manifestaciones de los curas nativos y pronto elcabildo eclesiástico de Lima llegó a declarar que loscuratos debían otorgarse solamente a los “benemé-ritos”, es decir a aquellos religiosos hijos y nietos delos conquistadores. Esta recompensa eclesiásticaconcordaba con la búsqueda de la perpetuidad delas encomiendas y otros candentes temas contem-poráneos.

La vida religiosa tuvo mucha importancia enAmérica. Las huestes frailunas en las ciudades pe-ruanas podían fácilmente compararse con las exis-tentes en las grandes ciudades europeas, y no falta-ban tampoco pequeños conventos en los pueblos yurbes secundarias, que la población defendió reite-radas veces ante el deseo real de clausurarlos. La vi-da monacal estaba profundamente arraigada en lamentalidad de la época y todos la vislumbraban co-mo un posible destino. Los ricos enviaban allí a lashijas que no podían casar, en un intento de que

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Convento e iglesia de San Francisco de Lima en un apunte del siglo XVII.

Sacristía de la iglesia de San Pedro, Lima.

mantuvieran su estatus, y los pobres y los gruposmedios intentaban ascender socialmente enviando auno de sus miembros a un convento importante, demodo que casi toda la población se hallaba repre-sentada en la vida monástica.

Cada tres años, a la hora de elegirse a las autori-dades, los capítulos conventuales se convirtieron enun lugar privilegiado para dirimir las confrontacio-nes entre españoles y americanos. Cuando los crio-llos fueron jóvenes e inexpertos no constituyeronmayor problema para los peninsulares. Pero luegolos hispanos empezaron a discriminarlos porquevieron disminuir su poder frente al número abru-mador de criollos que tomaba los hábitos. Algunosde los cientos de capítulos celebrados en Américaresultaron especialmente tormentosos y se convir-tieron en una especie de foro permanente de polé-mica. Este tipo de enfrentamientos entre lugareñosy extranjeros se había dado ya en los conventos eu-ropeos, por lo que se aplicó una antigua solución

denominada la “alternativa”, mecanismo según elcual se sucedían cada tres años en los diversos car-gos un criollo y un peninsular. Entre los francisca-nos se utilizó la “ternativa” que consistía en alter-nar en los diversos cargos a un criollo y a dos penin-sulares, uno de los cuales debería haber profesadosus votos en América y el otro en España.

La Corona intercedió ante la Santa Sede paracontrolar la creciente injerencia criolla en las órde-nes, siendo frecuente que sólo una minoría de losnacidos en el Perú accediera a la “alternativa”, oque unos cuantos peninsulares en un convento ma-yoritariamente criollo se mantuviesen más tiempodel previsto en los cargos de importancia. Algunasmedidas del Regio Patronato provocaron verdade-ras revueltas populares y ciertas órdenes se perca-taron del problema que podría presentárseles y exi-gieron discretamente a los lugareños un mayor nú-mero de requisitos. Simultáneamente promovieronel envío de misioneros españoles, a veces de dudo-

sa calidad, para intentar equili-brar la balanza, pero la cantidadde las vocaciones americanas fueincreíble y difícilmente se pudie-ron evitar las acusaciones y losenfrentamientos. Más espectacu-lar aún fue el predominio criolloen el clero secular, donde debidoa su preparación y dominio delas lenguas vernáculas pudieronobtener un rápido ascenso, lle-gando a ocupar las dignidadesepiscopales dentro y fuera delpropio virreinato. Esta presenciano dejó de causar enfrentamien-tos entre obispos y cabildos ecle-siásticos, entre curas y autorida-des episcopales (Lavallée 1993:160-171; Céspedes del Castillo1983: 299-300).

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Las aspiraciones criollas se expresaronen diversos ámbitos de la vida colonial,como en el religioso. El criollismoconventual fue una corriente muypoderosa y encontró eco en lasprincipales órdenes religiosas: jesuitas,dominicos y franciscanos. En la imagen,la catedral de Huancavelica.

El cruce de los tres grupos raciales más impor-tantes: el español, el indígena y el africano, gestaríaen América un sinnúmero de variedades raciales,cuyo resultado inicial dio origen a los mestizos, losmulatos y los zambos o chinos, productos del crucede sangre española e india, española y negra, y ne-gra e india respectivamente. La categoría conocidacomo “castas de mezcla” fue un verdadero cajón desastre donde la normativa española encasilló a to-dos los nuevos tipos raciales que no habían sidoimaginados al inicio, o que siendo prohibidos deantemano, no pudieron ser evitados. La mezcla deestos grupos configuraría a la larga un complejoárbol clasificatorio que podría ilustrarse de la formasiguiente:

Esta enrevesada categorización podía complicar-se aún más. Para llegar a una mayor especificidad seacuñaron denominaciones como no-te-entiendo, ten-te-en-el-aire, jíbaro, tresalbo, jorocho, prieto, lunarejo,rayado, dando pie a una “morbosa genealogía ra-cial”. Según los estudiosos esta catalogación res-pondía a la inventiva y preocupación de algunos in-telectuales, antes que al propio sentimiento delhombre común, pues las denominaciones de uso

público y cotidiano se reducían a mulato, chino,coyote (mestizo oscuro) y cholo (castizo o mestizoclaro). De otro lado, los libros parroquiales no exi-gían mayores especificaciones, ya que se dividían ensecciones de españoles, indios y castas.

Como Mörner ha señalado, estas catalogacionesfueron concebidas inicialmente como denominacio-nes raciales, pero pronto se convirtieron en indica-dores sociales. Al confundirse la raza y la estratifi-cación racial se distorsionó la correspondencia en-tre las características étnicas y el estatus social. Deeste modo se podía observar incongruencias en losgrupos que debían ocupar posiciones intermedias,pues resultaban ubicados en el nivel más bajo y vi-

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IIILAS CASTAS

Español e indio Mestizo

Español y mestizo Cuarterón de mestizo

Español y cuarterón de mestizo Quinterón

Español y quinterón Español o quinterón de mestizo

Español y negro Mulato

Español y mulato Cuarterón de mulato

Español y cuarterón de mulato Quinterón de mulato

Español y quinterón de mulato “Gente blanca”

Mestizo e indio Cholo

Mulato e indio Chino

Español y chino Cuarterón de chino

Negro e indio Zambo de indio

Negro y mulato Zambo

Esclavo afroperuano en una acuarela del siglo XVIII.

ceversa. El siguiente listado nos permite comprobarcómo el orden expresado por la condición legal seveía tergiversado por la realidad:

La Corona intentó permanentemente que estasdiferencias en el papel se vieran claramente repre-sentadas en la vestimenta, la vivienda, el trabajo yla forma de actuar de la gente. Sin embargo los in-dividuos pertenecientes a estos grupos trataron portodos los medios de cambiar de segmento social, se-gún las conveniencias de momento. A la larga, laverdadera importancia de la miscegenación (o mez-cla racial) estaría dada por su íntima relación condos procesos sociales como son la “aculturación” omezcla de elementos culturales, y la asimilación oabsorción de un individuo o pueblo por otra cultu-ra. “En América Latina el mestizaje se convirtió enun importante vehículo de aculturación, y con mu-cha frecuencia coincidieron el cruzamiento racial yla fusión cultural” (Mörner 1978: 18-65).

LOS MESTIZOS

Durante el proceso de conquista, el mestizaje sevio rápidamente impulsado por la falta de mujeresespañolas. Raptos, abusos y violaciones fueron rea-lidades cotidianas, pues las mujeres indias eranconsideradas parte del botín o la justa recompensaa los trabajos de la conquista. En muchos casos lasnativas fueron “regaladas” por los caciques y régu-los locales a los españoles, a manera de esposas oesclavas, creyendo facilitar así una política de alian-zas regionales como en los tiempos precolombinos.De hecho, algunas de estas parejas formaron verda-deras familias, pero tales relaciones por lo generalno duraron mucho. La Iglesia vio con preocupaciónlas consecuencias futuras de tal mestizaje entre in-dias y conquistadores, tratando de evitar además

que los españoles, y hasta algunos clérigos, estable-cieran barraganías y lazos poligámicos con las abo-rígenes. Es necesario señalar que no fueron muchoslos españoles andinizados, aunque existen eviden-cias de náufragos y prisioneros que desarrollaron ungran apego por las familias de sus mujeres y nuncalas abandonaron. Algo similar ocurrió con los mes-tizos chilenos que se confundieron entre los arauca-nos, pero todos estos casos fueron singulares.

El mestizaje se hizo particularmente patentedespués del desastre demográfico. Konetzke susten-ta la hipótesis de que una mayor semejanza racial algrupo indígena permitía una mejor adaptación físi-ca en las zonas tropicales e insalubres, mientras quelos sujetos parecidos al tipo español tenían mejoresesperanzas de supervivencia en las áreas templadas.Esto habría llevado al emblanquecimiento de ciertasregiones. En Chile, Paraguay, Río de la Plata y el Al-to Perú (Santa Cruz de la Sierra), los mestizos erantan blancos que se creían blancos puros. Sin embar-go, aun cuando el parecido al grupo hispano ayuda-ba al ascenso social, el etnocentrismo hispano repa-raba más en elementos etnorreligiosos que en lascaracterísticas raciales. Criterios como la legitimi-dad de la filiación y la conversión de las madres in-dias jugaron un papel de enorme importancia en laaceptación posterior del mestizo.

Los primeros mestizos que encontramos en te-rritorio peruano procedían de otras partes de Amé-rica –como Almagro el Mozo que había nacido enPanamá– y llegaron acompañando a la expediciónconquistadora, siendo oficialmente considerados enla categoría de españoles, por provenir de zonas an-teriormente incorporadas al imperio. De la mismamanera, los mestizos nacidos en el Perú que lucha-ron en la conquista de Chile, alcanzaron allá la ple-nitud de sus derechos por ser oriundos de zonas“antiguamente conquistadas”. Antes de la apariciónde los primeros mestizos peruanos, surgiría un gru-po de indios rápidamente asimilados, afectados poruna suerte de acelerado “mestizaje cultural”, queserían de enorme importancia en el inicio del pro-ceso de aculturación del siglo XVI. Un indígena co-mo Martín de Poechos parecía conducirse comomestizo y oficiaría de importante nexo entre ambascivilizaciones. Este proceso de rápida inserción enel mundo occidental se seguiría manifestando yaños más tarde un personaje de la talla teológica deJuan de Santa Cruz Pachacuti, podría ser definidocomo “indio por nacimiento pero mestizo por suforma de creer”, pues fue un gran representante dela aculturación en el ámbito religioso.

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Condición legal

Españoles

Indios

Mestizos

Negros libres mulatos y zambos

Esclavos

Status social

Españoles peninsulares

Criollos

Mestizos

Mulatos, zambos, negroslibres

Esclavos

Indios (del común)

El primer grupo mestizo propiamente peruanose gestaría en el encuentro inicial de la conquista.Repitiendo la costumbre ejercida a lo largo del con-tinente, los españoles tomaron mujeres entre las na-turales y formalizaron barraganías. Muchas de ellaslo hicieron de buen grado, “por las ventajas que lesofrecía el vivir con los conquistadores”, y los espo-sos supieron aprovechar las ventajas que suponíanlas reglas de parentesco andino. Garcilaso referíacómo “viendo los indios alguna india parida de es-pañol, toda la parentela se juntaba a respetar y ser-vir al español como a su ídolo, porque había empa-rentado con ellos, y así fueron estos tales de muchosocorro en la conquista de las indias”.

Sin embargo, pocos fueron los hijos de talesuniones que pudieron crecer junto a la figura pater-na, por lo frágil y transitorio del vínculo conyugal.En algunos casos los huérfanos de madre india y pa-dre blanco, fueron criados por tutores y mujeres es-pañolas, que fungían de madres sustitutas. En otrosel mestizo, a pesar de saberse hijo de español, se asi-milaba rápidamente al grupo indígena.

Pero la suerte de estas uniones extramatrimonia-les cambió abruptamente cuando la Corona obligóa los conquistadores a regresar con sus familias aEspaña o traer de la Península a sus mujeres. Aun-que algunos españoles convalidaron relaciones pre-vias pagando una licencia denominada “composi-ción”, muchos otros tuvieron que cumplir con losmandatos reales, abandonando a sus concubinas in-dígenas. Solamente cuando se trataba de hijas decaciques y “régulos” o señores étnicos, y de los vie-jos encomenderos, la Corona promovió el matri-monio mixto, pues como decía Gutiérrez de SantaClara, “se casaron con sus mancebas que eran in-dias principales”. Con el tiempo estas uniones se-rían mejor vistas jurídica y socialmente y dejaríande considerarse como menoscabo y mancha de san-gre, pero la mayoría de los españoles optaría por ca-sarse con españolas, lo que parecía asegurar lacrianza de los hijos y el establecimiento de un ho-gar según las costumbres hispanas.

La vida de los primeros mestizos peruanos tu-vo un cambio de 180 grados al destruirse las rela-ciones entre los conquistadores, sus mujeres indíge-nas y el “entorno” familiar. Desde entonces la per-tenencia del mestizo al grupo español dependeríade factores como la buena posición del padre, y lasuerte e ingenio del hijo. Si bien el ser mestizo re-sultaba una verdadera disminución, muchos, inclu-so los ilegítimos, fueron bien aceptados si descen-dían de un padre prominente. Paralelamente, el cri-

terio de legitimidad tuvo enorme importancia, lle-gando a equipararse a los mestizos de relaciones lí-citas con los vástagos de los españoles nacidos den-tro del matrimonio. En consecuencia, muchos mes-tizos legítimos recibieron encomiendas, corregi-mientos y mercedes reales, aunque para integrarse ala temprana sociedad hispanoperuana fue funda-mental el acceso a la educación, pues de lo contra-rio estaban condenados a ser reabsorbidos por losestratos indígenas. Por ello los padres se preocupa-ron de la instrucción de sus hijos según las normasespañolas, e incluso los mandaron a vivir con pa-rientes en la lejana España. Muchos niños mestizosde pocos recursos encontraron colocación en pues-tos de servicio o de aprendices de artesanos, en ac-tividades que les permitieron llevar una vida digna.Pero casi sin excepciones, los más pobres e ilegíti-mos no lograron oficio ni beneficio, convirtiéndoseen un fuerte motivo de preocupación para las auto-ridades y en su nombre se enarboló el menosprecio,que afectaría años más tarde a todos ellos.

Desde épocas tempranas el Estado dispuso lacreación de colegios de niñas mestizas, para así con-vertirlas en jóvenes casaderas. Una vez reconocidos

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Sacerdote, indios y mestizo libando licor en un dibujo deGuaman Poma de Ayala.

los mestizos como frutos de la unión de dos repú-blicas, se asumió que el matrimonio con estas mu-chachas no impedía ni social, ni jurídicamente lalimpieza de sangre, y que algunas eran un estupen-do partido, sobre todo si el padre era importante ola dote jugosa. En niveles inferiores podían aspirara casarse con algún español al servicio del padre oquizá con alguien proveniente de un rango ligera-mente menor. Pero al pasar los años, las mestizasaptas para el matrimonio sobrepasaron ampliamen-te el número de los españoles dispuestos a despo-sarlas. En esa época la carencia de dote presagiabala soltería, por lo cual –como ya se ha dicho– el do-tar huérfanas o muchachas pobres se convirtió enuna de las formas predilectas de hacer caridad. Lasque no tuvieron esa suerte pasaron sus vidas comosirvientas, abandonadas, o dedicadas a oficios pocohonorables.

El gobierno español empezó a tener una grandesconfianza de los mestizos por la habilidad quetenían para cambiar de grupo según conviniese, ypor su bilingüismo y biculturalidad que los podíallevar a tomar el partido de la cultura nativa. A ni-vel del lenguaje, las palabras mestizo e ilegítimofueron cercanamente asociadas y ello no fue casual,pues el conde de Nieva intentó prohibir los matri-monios mixtos para evitar la multiplicación de estagente de “mala inclinación”. Se les negó la posibili-dad de ejercer cargos públicos, se les privó de here-dar encomiendas y cargos relacionados con el ma-nejo de indios (como protector de indios y cacique)y más adelante se les cortó el acceso a la carrera dearmas. Además se establecieron discriminacionesentre los hijos urbanos y legítimos, y los rurales eilegítimos. Si bien Toledo los excluyó de la mita, elcreciente mestizaje fue visto con preocupación porlas autoridades porque significaba una liberaciónde los penosos gravámenes para las familias andi-nas, por lo que a fines del siglo XVI todos los mes-tizos fueron empadronados, señalándose que ya noestaban exonerados del tributo. Como decía LopeGarcía de Castro, estas medidas debieron ser intro-ducidas con cautela y “otorgando ciertas prebendaspara evitar el desorden de los Reynos”. Asimismo laIglesia impuso severas pruebas y observaciones alos mestizos que se presentaban a su llamado, aun-que no los excluyó por completo.

El descontento de los mestizos por esta ambiva-lencia y postergación se manifestó de diversas ma-neras. Los vagabundos de origen mestizo y de otrascastas buscaron afincarse en las tierras que los in-dios habían abandonado como consecuencia del de-

sastre demográfico y del rediseño del espacio andi-no debido a las reducciones. Pero aparecieron confrecuencia rencillas y enfrentamientos, por lo quefueron frecuentes los asaltos a comunidades y losabusos hacia los productores de coca. Además deconvertirse en el azote de los atribulados indios,otros mestizos irían más allá en sus protestas. En1556, aliados con españoles descontentos, noblesindígenas e incluso con los rebeldes de Vilcabamba,intentaron levantarse en las principales ciudades.Mayores implicancias tendría el motín de Quito en-cabezado por Miguel de Benalcázar, hijo mestizo delconquistador del mismo nombre, que protestabapor la postergación, el despojo de sus herencias, lafalta de república que los amparase y el despotismode los españoles “que no les daba ocasión de vivirhonestamente pues siempre les llamaban viciosos yholgazanes”. Luego de asesinar a las autoridades,intentaron establecer una monarquía que privilegia-ra a los mestizos y les diera las encomiendas, enro-lando en su hueste a vagabundos y mulatos queeran “diestros tiradores”. La carencia de prepara-ción militar hizo fracasar el proyecto y determinó laejecución de su promotor.

Es revelador que en el teatro de Lope de Vegaapareciera la palabra indiano como sinónimo demestizo y fugitivo de la justicia. Ello nos lleva apensar que los prejuicios se fueron ahondando conel tiempo, lo que no impidió que los mestizos supie-ran sacar partido de sus virtudes y defectos, apren-diendo a utilizar su indefinición, la astucia, el disi-mulo y el dinero para aparentar una situación dis-tinta y conseguir posiciones expectantes, imposi-bles de alcanzar de acuerdo a la rigurosa estratifica-ción social y a las leyes. Muchos llevaron vidas dig-nas de personajes de la novela picaresca española,cambiando de grupo social “con sólo variar su gra-do de limpieza personal, vestido, porte y lenguaje,acento y conducta”, fungiendo de mestizos si se tra-taba de tributos, de españoles al buscar empleo, ode indios frente a la Inquisición. Lo reducido de sunúmero en los censos es un indicador de las dificul-tades para rastrear su presencia en cualquiera de lasdos repúblicas. A la larga serían los miembros de es-te grupo, junto con las castas, los que repoblaríanlos Andes. El término indio denominará finalmentea un grupo de personas pertenecientes al sector so-cial más “pobre, marginado, analfabeto, una especiede subproletariado rural y no un grupo de proce-dencia rural incontaminado”.

Desde mediados del siglo XVII, la escasez depuestos y la abundancia de personas aptas para ocu-

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parlos motivó el conocido enfrentamiento entre loscriollos y los peninsulares. Los mestizos indirecta-mente terminaron incluidos en la disputa, pues losexclusivistas criollos azuzaron el prejuicio de ilegi-timidad y el sentimiento racista para eliminarlos deconcurso. A pesar de todo, el mestizaje iría ganan-do terreno durante el siglo siguiente, como lo sugie-ren la inviabilidad de los criterios clasificatorios y elincremento de los matrimonios mixtos. Si la discri-minación racial había sido difícil de ejercer en losprimeros tiempos, mucho menos fácil fue posterior-mente, cuando los mestizos hicieron gala de su ha-bilidad para ocultarla. Durante el siglo XVIII, losviajeros e informantes secretos Antonio de Ulloa yJorge Juan propusieron a la Corona reclutar a los“ociosos e inútiles” mestizos para enviarlos a Espa-ña a recibir formación militar (Céspedes del Casti-llo 1983: 184-296; Mörner 1978: 7, 34-39, 45 y ss.,71; Pease 1992a: 284 y ss.; López Martínez 1965;Konetzke 1971: 79-82; Lockhart 1982: 210 y ss.;Busto 1965: 84; Pease 1965: 126).

LAS OTRAS CASTAS

Los cruces raciales no se dieron únicamente en-tre españoles e indias, pues a pesar de los deseos dela Corona también los negros entraron en el compli-cado panorama racial americano, integrando la cla-sificación de las llamadas “castas de mezcla”. Lasautoridades españolas habían ordenado que un ter-cio de la población africana traída a América fuerade sexo femenino, para evitar el temido contactoentre negros e indios, posible vía de una contamina-ción musulmana de los habitantes del Nuevo Mun-do y de la reunión de los peores caracteres de am-bas razas. Aunque la población andina distó de serconvertida al islamismo, no se pudo evitar el inter-cambio sexual entre negros e indios, y el surgimien-to de los zambos o chinos. La cercanía de gruposflotantes en el ámbito urbano propiciaba tales unio-nes, mientras en el medio rural la presencia de ma-yordomos y asistentes de corregidores de raza negray mulata, estimulaba los contactos interraciales. De-bido a la desproporción entre los sexos, los esclavosdebieron realizar grandes esfuerzos para conseguirpareja, por lo que rápidamente ganaron la reputa-ción de lujuriosos. En estos menesteres muchas ve-ces contaron con la ayuda de las indias, que veíanen los africanos a los ayudantes y protegidos de losespañoles, gente con más poder a la postre que losdisminuidos indios. Toledo y sus sucesores quisie-ron evitar la intromisión de vagabundos, negros y

mestizos en las reducciones, exceptuando sólo a losadecuadamente casados y a los zambos “legítimosherederos de propiedades de poco o ningún interéspara nadie más, imposibles de vender, expulsarlossignificaría confiscarles su propiedad…”. Otros sinembargo veían a los zambos “como la gente más vilde esta región” y la Corona pronto les impuso mi-tas, tributos y obligaciones de mestizos, que difícil-mente compensaban la libertad heredada de la ma-dre india.

La población hispana masculina demostró granpreferencia por sus esclavas, multiplicando el grupode los mulatos. Algunos críticos de la época señala-ban que este apego encontraba su origen en lasamas negras de leche que proporcionaban el pechoa los bebés españoles. Si la “contaminación” indiade la sangre española desaparecía en tres generacio-nes, esta mezcla con sangre negra se presentaba has-ta en los tataranietos y llevaba consigo el perma-nente peligro del “saltapatrás” o la aparición atávicade los caracteres raciales africanos en una genera-ción ulterior. Habitualmente el mulato era más des-preciado que el mestizo –en palabras de Solórzano–“por tenerse esta mezcla por más fea y extraordina-

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San Martín de Porras, ilustre mulato del siglo XVII. En laescena aparece levitando en una ilustración del Perú colonial.

ria”, ya que “lo más ordinario es que nacen del adul-terio, o de otros ilícitos y punibles ayuntamientos”.Los pocos matrimonios estre españoles y negrasfueron muy estigmatizados, además de padecer laoposición de la Corona, deseosa de evitar que las es-clavas obtuvieran su libertad y que ésta se extendie-ra a sus hijos mulatos.

Muchos padres manumitieron a sus hijos ilegíti-mos, los reconocieron y ejercieron su tutela, y asílos ayudaron a subir muy ligeramente en la escalasocioeconómica. Si carecía de ese apoyo, el destinodel hijo no era muy promisorio, pues su situaciónera equiparable a la de “gentes sin valor e infamescastigados por el Santo Oficio”. La educación les fuerestringida y las universidades y colegios reales lescerraron sus puertas. Incluso una institución tandemocrática como el colegio de San Pablo de los je-suitas se vio obligada a excluirlos, cortándoles el ca-mino para las profesiones. La prejuiciosa idea de lailegitimidad impidió que accedieran a cargos públi-cos, aunque a partir del siglo XVII la Corona empe-zó a vender algunos cargos burocráticos menores amorenos libres adinerados. Igualmente la entrada ala Iglesia les estuvo vedada aun para desempeñar lasocupaciones inferiores, siendo el caso del futurosanto Martín de Porras una excepción debida a sueducación y al ilustre linaje de su padre, ya que losmulatos estaban afectados por obligaciones comu-nes al resto de castas, y en la mayoría de los casoscompartieron el modo de vida de los negros libertos(Konetzke 1971: 83; Mörner 1978: 40-46; Bowser1977: 347-384).

LOS NEGROS LIBRES

Cuando se habla de las castas generalmente seolvida mencionar al grupo compuesto por la pobla-ción africana liberada, que adquirió su manumisiónen el país, aunque se tiene noticia de la llegada deun cierto número de negros libertos. Como puedededucirse, los esclavos al ser liberados no podíanencontrar sitio en las repúblicas de españoles o deindios, teniendo como único reducto el grupo de lascastas. Bowser considera que la manumisión se da-ba de tres maneras claramente determinadas: por lavoluntad del amo generalmente expresada por tes-tamento; por la compra del esclavo con dinero ga-nado por él, por su familia o prestado por terceros;y la generada indirectamente por la mezcla racial, yaque los padres blancos podían comprar la libertadde sus hijos mulatos, y los hijos de esclavos habidosen vientre libre nacían libres. Frecuentemente la

manumisión era un largo proceso que consumíauna buena parte de la vida. La liberación por com-pra comenzaba cuando el dueño fijaba un precioque debía ser mantenido incluso por los siguientespropietarios. El paso siguiente era reunir el dinero,a veces con la ayuda del amo y de personas genero-sas dispuestas a realizar una obra de caridad cristia-na. Las manumisiones ocurrieron generalmente enla ciudad, pues los esclavos en el medio rural difí-cilmente podían reunir el dinero necesario debido ala escasez de circulante, y aun cuando lo lograbansu existencia libre no se diferenciaba mucho de laanterior.

La población negra libre aumentaría con el pasode los años. En 1586 se registraban en Lima unosmil libertos, pero hacia 1660 su número bordeabalos tres mil individuos. Como hombres libres, eranllamados “negros horros”, y podían ser vistos indis-tintamente como una “banda de revoltosos que pro-tegen esclavos fugitivos, encubren robos y fomen-tan la inquietud”, o como una “clase diligente y útilque aprovecha cualquier oportunidad y ayuda aconstruir este país”. Pese a todo, la situación de losllamados “pardos libres” era poco envidiable, tantopor lo humilde de su condición, como por ser ob-jeto de innumerables prejuicios que no afectaban nia los propios esclavos, ni a los indios, debiendocumplir como los españoles con el servicio de mili-cias, estar bajo la supervisión del Santo Oficio y pa-gar el tributo estipulado para los naturales. La posi-ción de inferioridad de los libertos no les impidióconseguir conquistas grupales, como la eliminacióndel tributo, tras un siglo de protestas y tenaz opo-sición. El impuesto fue considerado “de poca sus-tancia pero motivo de mucho escándalo” y por talrazón se eximió “a las mujeres de color y a loshombres que hubieran servido o sirvieran en esemomento en la milicia”. Otras imposiciones anexasal tributo, como la obligación de vivir y emplearsesolamente con españoles, se irían incumpliendopaulatinamente hasta convertirse en letra muerta.Se trataba de alejarlos de la vagancia y la prostitu-ción y atender a los huérfanos y a los enfermos, ob-jetivos que tambien quedaron sin realizar.

Eventualmente, la ciudad obligaba a los libertos,a los que insidiosamente se continuaba llamando“esclavos”, a barrer las calles y patrullar la ciudad, areparar diques y erigir fortificaciones y a cuidar en-fermos durante las epidemias. Las leyes tambiénpodían regular asuntos hoy considerados menudosy sin importancia, como el lujo y la apariencia de laspersonas, prohibiendo a las libertas el uso de sedas,

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perlas, adornos de plata y oro, sandalias con campa-nillas y el usar alfombras o cojines en la iglesia, ycamas con dosel en las casas. La idea que movía es-tos reglamentos frecuentemente incumplidos erasupuestamente prevenir la prostitución y castigarlos signos exteriores de riqueza que tan antigua pro-fesión podía proporcionar. La Iglesia, que tantosafanes tenía en la cristianización de los libertos,prohibió sin embargo que usaran ataúdes y fueranenterrados en los templos.

La anhelada libertad por ellos imaginada fuemuchas veces sólo una ficción, pero se ingeniaronpara “ser aceptados con semejantes desventajas yconvertir las obligaciones en beneficios”. Cuandotrabajaban como operarios realizaban ocupacionessimilares a las de un esclavo por un sueldo quefluctuaba entre los 50 y los 150 pesos, monto seme-jante al que recibía un español no calificado por eltrabajo. Encontraron posibilidades de un mayordesarrollo en los oficios y artes manuales y prontose hallaron adscritos a ciertas labores como la edi-ficación de muros de adobe y la carpintería burda, ocontaron con pequeños comercios y servicios comopanaderías, hosterías, pulperías. En estas ocupacio-nes formaron a veces pequeñas fortunas, que tras-mitían a sus hijos y gastaban en donativos píos y enlujosos entierros o simplemente en satisfacer nece-sidades cotidianas de cualquier español, como casa,esposa, y tierras, ropa fina y esclavos.

Inicialmente los negros libres conformaron gru-pos totalmente cerrados, comunidades tan estre-chas como la vasca o minorías extranjeras, causan-do inquietud en algunas autoridades. Muchos deellos percibieron sin embargo que su ascenso socialno se daría por esta vía, sino integrándose al restode la sociedad, emblanqueciendo su piel y sus ma-neras, estableciendo relaciones con gentes de otrosestratos y perdiendo en parte su identidad y su co-hesión racial (Bowser 1977: 347-390; Lockhart1982: 196-251).

LOS ESCLAVOS

Los esclavos indiosLos grandes descubrimientos revitalizaron la es-

clavitud, sistema de explotación que estaba desapa-reciendo de la Europa que salía de la Edad Media, ylas dimensiones que alcanzó a partir de 1492 pue-den ser equiparables a los grandes sistemas esclavis-tas de la antigüedad. Cristóbal Colón, a falta de lasansiadas especias y las playas de arenas de oro quequería encontrar, no desdeñó la venta de los indíge-

nas de las islas caribeñas, como justa retribución alos enormes gastos que la empresa descubridora ha-bía demandado de los Reyes Católicos. Este comer-cio de aborígenes, practicado durante casi una déca-da, sería finalmente prohibido por los monarcas.Contrariamente a lo sugerido por intereses econó-micos y comerciales, la Corona declararía en el año1500 la libertad de los indios, que en lo sucesivo se-rían considerados súbditos de su majestad. Desdeentonces la relación con los nativos fue semejante ala establecida por los españoles de la Reconquistacon los infieles musulmanes. Si aceptaban ser tribu-tarios de los señores cristianos se les permitía vivircon cierta autonomía en sus barrios y proseguir consus costumbres, pero si eran vencidos ofreciendoresistencia, se les vendía como esclavos.

La decisión de considerar súbditos a los indiosestaba en cierto modo condicionada por la “entre-ga” pontificia de los infieles americanos y sus terri-torios a los monarcas españoles, para que éstosprocuraran su evangelización y salvación. El nuevoestatus de vasallos libres impedía la esclavitud de

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La discusión sobre la naturaleza de los indios americanosacaparó el debate teológico y jurídico español en la primeramitad del siglo XVI. Grupo de indios peruanos en dibujo de

Guaman Poma.

los aborígenes, y en lo sucesivo sólo podrían sercomerciados si eran aprehendidos –como sus pre-decesores los moros– en guerra justa. A partir deese momento los conquistadores entendieron comoguerra justa todo enfrentamiento con los indígenas,por lo que la Corona luego de arduas deliberacio-nes impuso la obligación de ejecutar el requeri-miento, que era una fórmula jurídica en la que seresumía buena parte de los principios cristianos, seseñalaba la labor evangelizadora de los reyes espa-ñoles y su sumisión a Roma y se instaba al réguloaborigen a convertirse. Todo esto expresado en uncomplicado y técnico lenguaje jurídico, difícil decomprender aun para los propios castellanos, eininteligible sin duda para los americanos. El en-frentamiento generado luego de la lectura de esteformulismo era considerado guerra justa. Pese a to-do, este procedimiento, que debía ser llevado a ac-tas por un notario y supervisado por los sacerdotesde la expedición, fue un sincero intento de salva-guardar la integridad de los pueblos conquistadosdesde la óptica de la escolástica y de la antropolo-gía etnocéntrica del siglo XVI.

Durante un tiempo los únicos esclavos indígenasque se podían encontrar en el Perú eran los arriba-dos junto con los conquistadores desde Centroamé-rica, concretamente de Nicaragua y Nueva España.Pero una temprana real cédula de 1533 permitió alos españoles “tratar, comprar y vender” a los aborí-genes previamente considerados esclavos en la so-ciedad andina. La ley se interpretó como una licen-cia para comercializar a los yanaconas o yanas quese hallaban en poder de los curacas. Sin embargo, lapolítica seguida por la Corona procuraba prohibireste comercio de “piezas de carey” –como llamabanlos tratantes a la mercancía indígena–, por lo queCarlos V suprimió esta facultad de los conquistado-res reiteradas veces hasta la aparición de las LeyesNuevas, cuando fue definitivamente abolida. Curio-samente los más interesados en evitar la esclaviza-ción de los indios rebeldes fueron los encomende-ros, que no querían ver disminuir el número de sustributarios. Lockhart refiere que cuando se intentóesclavizar a un grupo de indios rebeldes del centrodel Perú, los encomenderos protestaron de tal mo-do que los indios fueron devueltos a sus respectivasencomiendas.

La mayoría de los esclavos indígenas se recluta-ba en las inciertas zonas de frontera, ya que la rebel-día de los indios obligaba a tomar este tipo de ven-ganzas y represalias, tal como sucedió con los cari-bes que eran antropófagos, los pijaos, o los chanes.

La dureza de la conquista de Chile ocasionó que en1610 se declarara esclava a toda la población arau-cana, situación que se mantuvo hasta finales de esesiglo. En el Perú casi no se efectuó trata de indíge-nas, aunque en los registros notariales de Moqueguadel siglo XVII se registra un abultado comercio deesclavos indígenas, que luego de determinado plazo“se convertían en yanaconas, en una suerte de andi-nización de la esclavitud originada en la guerra”.Los esclavos indígenas vivían entremezclados conlos negros y compartían muchas de sus actividadesy modos de vida. A diferencia de éstos eludieron eltrabajo agrícola, el arrieraje y las brigadas de variaocupación, y constituían un grupo preferentementede artesanos, mientras las esclavas indias eran gene-ralmente concubinas.

Aun cuando alcanzaron precios menores que losnegros, los esclavos indios eran muy útiles por surápida aculturación y su dominio eficiente del cas-tellano. Al igual que los negros se escapaban y a loshuidos se les llamaba “indios horros”, teniendo dehecho mucha facilidad para ocultarse en los pue-blos de indios. Mientras las poblaciones negrascompraban su libertad con el dinero reunido por ellargo y paciente trabajo de toda una vida, los indioseran manumitidos gracias a donaciones o por tenerparentesco con su propietario. Sin embargo los in-dígenas que recibieron su libertad podrían ser con-tados con los dedos de la mano en comparación conlos negros, y en las primeras épocas no se conoce deningún caso de esclavo indio que la comprara. Enresumen podría decirse que el núcleo de indígenasesclavizados sólo constituyó un factor transitorio enla sociedad colonial.

En el Perú se registró el comercio esporádico deesclavos asiáticos o “piezas de marfil”, vendidos aaltos precios por su rareza. Venidos al continentepor la vía del galeón de las Filipinas, eran luegotransportados al Perú desde Acapulco. Las enormesdificultades que rodeaban el comercio con Orientey la prohibición real de 1597 evitaron una mayor in-migración asiática durante la colonia. Igualmenteexóticos fueron los esclavos indonesios denomina-dos “piezas de caoba”, que en pequeño número arri-baron al Perú durante el siglo XVII (Céspedes delCastillo 1983: 183; Pease 1992a: 296; Konetzke1971: 153-159; Lockhart 1982: 258-261).

Los esclavos negrosLos primeros esclavos negros que pasaron a

América lo hicieron en compañía de sus amos, ha-bitualmente personas distinguidas que no podían

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prescindir de tales servicios. De este modo muchosesclavos combatieron al lado de sus propietarios yllegaron a destacar en las guerras de conquista. Ini-cialmente la política real frente a la inmigración ne-gra fue restrictiva, ya que se imponía una tasa dedos ducados por “pieza de ébano” importada y sólotenían cabida en el nuevo continente los esclavoscristianos y residentes en España. Pero pocos añosmás tarde, se prohibió el paso de estos negros his-panizados, admitiéndose únicamente “mercancíahumana” procedente del África. En aquellos prime-ros años del descubrimiento, la abundancia de po-blación indígena no hacía presagiar la suerte quecorrería la trata de negros. La agresiva defensa delindio realizada treinta años más tarde por los padresjerónimos y por Bartolomé de las Casas, limitaría ladisposición de mano de obra indígena, teniendo laCorona que enfrentar las presiones de los colonosque clamaban por la importación de esclavos, paraaliviar la situación de las grandes plantaciones cari-beñas. Las condiciones económicas que se gestabanen América tropical bajo el régimen del monoculti-vo, “revitalizaron el papel de la esclavitud en la ci-vilización occidental y ocasionó... la inmigracióntransoceánica forzada de mayor magnitud que re-gistra la historia”.

Luego de algunos ensayos, Carlos V empezó aotorgar licencias entre sus validos, para introduciresclavos en América. La dificultad de efectivizar ta-les derechos obligaba a los favorecidos a vender laconcesión a algunos comerciantes, los que realiza-ron efectivamente el tráfico. Si bien los colonos re-clamaron insistentemente la capacidad de la impor-tación directa, la Corona se negó sistemáticamente,porque la dación de los permisos de trata constituíauna forma práctica de recompensar servicios, in-centivar empresas arriesgadas, pagar deudas y dotarde gastos de representación a los altos funcionarios,sin recurrir a las exhaustas cajas reales. El comerciode esclavos llegó a superar el millón de ducadosanuales, pero el reducido número de licencias con-cedidas generaba el encarecimiento de la mercade-ría y un enorme contrabando. Al comenzar el sigloXVII se inauguró una nueva modalidad de venta de-nominada asientos, contratos monopólicos en ma-nos de “consignatarios” que pagaban derechos de-terminados a la Corona. El sistema no funcionóadecuadamente y los asentistas fueron defenestra-dos continuamente, recayendo los derechos de estemonopolio en manos de portugueses y holandeses.

Grandes personajes como el arzobispo de Méxi-co Alonso de Montúfar o el teólogo Tomás de Mer-

cado se convertirían en detractores de la esclavitud,y en nombre de la humanidad de estos seres que eldestino había puesto “en una situación contraria alas leyes de la naturaleza”, planteaban que los ne-gros eran también acreedores de “una serie de dere-chos inalienables”. Pero las necesidades económicasllevaron finalmente a la justificación de la trata ne-grera. Así Solórzano podía decir “se venden en elÁfrica a sus tratantes por su voluntad o tienen jus-tas guerras entre sí, en que los cautivan unos a otros,y a estos cautivos los venden después los portugue-ses, que nos los traen” (Konetzke 1971: 67-78; Bow-ser 1977: 281; Céspedes del Castillo 1983: 143).

El esclavo en el PerúLos primeros esclavos negros presentes en el Pe-

rú lucharon junto con sus dueños en la conquistade los nuevos territorios, alcanzando muchas vecesposiciones de importancia, lo que les permitió ac-ceder a una serie de privilegios como poseer a suvez otros esclavos. En los años sucesivos, la llegadade población de origen africano se iría incrementan-do de manera rápida, e incluso se pensó que sería

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Marcas de esclavos, tal como aparecen en los documentosnotariales de Lima. Tomado de Bowser 1977.

una adecuada solución a lafalta de brazos en las mi-nas. Sin embargo, el mismoFrancisco Pizarro sugirió alConsejo de Indias no in-centivar la esclavitud y losmineros apoyaron tal pare-cer, aduciendo la incapaci-dad del negro para aclima-tarse a las alturas, idea quepor otra parte la realidad seencargaría de desmentir. Laposición adoptada por losmineros no era ni lejana-mente principista. Sencilla-mente no estaban interesa-dos en invertir en esclavos,porque aprovechaban la ca-si gratuita mano de obra in-dígena; pero cuando éstano fue suficiente, llevaron aPotosí a innumerables esclavos negros que trabaja-ron en los socavones y en tareas anexas. También elesclavo negro sustituyó al indio en otras labores,compartiendo con yanaconas y peones libres el tra-bajo en los campos de la costa, región donde residióprincipalmente.

La escasez de esclavos puestos a la venta en todaHispanoamérica, que tantos dolores de cabeza pro-dujo a los dueños de las plantaciones caribeñas, nopareció afectar a los comerciantes limeños porquepoderoso caballero era el metal argentífero extraídode las minas de este virreinato. Bowser reconstruyela ascendente curva del crecimiento de los esclavos,señalando que en Lima residían 4 mil de ellos en1586, y que en el período 1594-1611 se importaronentre 600 y 800 personas cada año. En 1613 su nú-mero superaría los 10 mil individuos. Entre 1615 a1619 entrarían casi 1 200 africanos anualmente. En1640 se podía calcular sólo en la capital unos 20 milesclavos y en todo el virreinato unos 30 mil, dos ter-cios de los cuales vivían en ciudades. En 1604 losesclavos censados en la urbe trujillana eran 1 703,cifra similar a la población española (1 021) y a losindios (1 094). En la misma ciudad había en 1753una cantidad de 3 065 negros y mulatos. Ambasciudades contaban con la mayor población africanadel reino si exceptuamos Potosí, mientras los vallesmás poblados eran los dedicados al cultivo de la ca-ña y la vid que se ubicaban al sur de Lima.

Los portugueses jugaron un papel muy impor-tante en el tráfico de esclavos a las colonias españo-

las de ultramar, a pesar dela oposición de Felipe II,que por entonces ocupabatambién el trono lusitano.Dicho monarca intentó fre-nar el desplazamiento del

oro indiano de España a Portugal y el enriqueci-miento de los mercaderes lisboetas, que llegaron aestablecer grandes casas comerciales en América.Uno de ellos, conocido como Manuel Bautista Pé-rez, era considerado “el hombre más rico del Perú”,con una fortuna cercana al millón de pesos y múlti-ples propiedades, entre ellas la “Casa de Pilatos”,contigua a la plaza de San Francisco de Lima. Trasun sonado y polémico proceso, la Inquisición locondenó a la hoguera, porque en el referido domi-cilio presuntamente se flagelaba una estatua deCristo. La mentalidad popular, impulsada por la en-vidia, consideraba que estos mercaderes portugue-ses eran judaizantes y que convertían a la fe deAbraham a los esclavos que traían. Puede suponer-se que estas ideas calumniosas tenían el aval de laCorona, preocupada como estaba de poner fin a larápida prosperidad de estos comerciantes de escla-vos. Con la separación de España de Portugal, lostratantes lusitanos verían derrumbarse sus negociosen las tierras hispanoamericanas (Bowser 1977: 54-87; Pease 1992a: 297; Quiroz 1993: 312).

Participación económicaA pesar de la visión estereotipada de la esclavi-

tud, que empaña su comprensión, los pobladoresnegros durante la colonia se dedicaron a una am-plia gama de actividades. En el campo no sólo seocuparon como braceros, sino desempeñaron innu-merables oficios, ya que el régimen de autosubsis-tencia de las haciendas así lo exigía. En las ciuda-

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Fachada de la casa de Pilatosen Lima, que data del sigloXVII. En 1635, su propietarioManuel Bautista Pérez, juntocon un numeroso e influyentegrupo de comerciantes deorigen portugués, fueronencausados por el Santo Oficioacusados de judaizantes y depreparar una vastaconspiración.

des en cambio, la tenencia de esclavos no estaba di-rectamente asociada con labores productivas, sinomás bien con el estatus de su poseedor. Tenerlos encasa era signo de un buen tren de vida, siendo co-mún que un personaje más o menos importantecontara con una treintena de sirvientes negros en-tre cocineros, lavanderos, doncellas, amas de cría,peones, jardineros y miembros del séquito perso-nal de los patrones. Pero también trabajaron comovendedores ambulantes, preparadores de alimentosy servidores en los conventos. Practicaron asimis-mo oficios manuales, siendo artesanos de diversotipo, constructores civiles, transportistas, sastres,curtidores, y hasta artistas. Con el tiempo llegarona tener importancia en los gremios y protagoniza-ron enfrentamientos con los herreros españoles.Los precios de los esclavos tecnificados eran másaltos, pues se consideraba que se autocancelabanen un plazo aproximado de dos años o en todo ca-so podían ser enviados a trabajar para sostener a suamo, lo que no fue inusual en esos tiempos. Las ga-nancias de los negros especializados les permitíanobtener un nivel de independencia insospechadoen relación con otros esclavos, e incluso algunosdueños declinaron de una parte de sus gananciaspara otorgarles la manumisión.

En el amplio universo virreinal, la situación ma-terial y moral del esclavo podía ser francamentecontrastante. Algunos se encontraban sumidos enel hambre mientras otros paladeaban el hartazgo,pasaban de la desnudez al lujo de las libreas pala-ciegas, del maltrato al mimo y los halagos. Cuandola relación con los dueños era estrecha y amistosa,adquirían una posición de privilegio e incluso po-dían obtener la manumisión, en tanto amos menosgenerosos enviaban a sus esclavas a conseguir dine-ro mediante la prostitución. El matrimonio de losesclavos era muy deseado y estaba protegido por elEstado y la Iglesia, y hasta se hacían arreglos entrepropietarios para reunir a la pareja bajo un mismotecho. Con el paso del tiempo y pese a la oposiciónde los más recalcitrantes “negreros”, irían ganandouna serie de derechos tácitos, que ayudarían a so-portar una vida “caracterizada más que por la difi-cultad y el sufrimiento, por la monotonía y la indi-ferencia”. En esta política antidiscriminatoria des-tacó la Compañía de Jesús, que bautizó y evangeli-zó a buena parte de la población negra, veló porsus congojas y cuidó de los enfermos y de los an-cianos abandonados en instituciones como el hos-pital adyacente al colegio de San Pablo (Konetzke1972: 296; Bowser 1977: 172-197, 296-333).

La resistencia. Los cimarrones y los palenques. La Santa Hermandad

A pesar de la fama de rebeldía e insubordinaciónde la población negra, la lectura del pasado nos en-seña que la realidad fue bastante diferente y puederesistirse a fáciles generalizaciones. En ocasioneslos funcionarios reales tuvieron que admitir la acti-va colaboración y la notable fidelidad de los escla-vos, a pesar del temor de que éstos colaboraran conlos piratas durante las invasiones extranjeras. Ade-más, debemos reconocer que la captura y vigilanciade los cimarrones, ejercida por una entidad tan ine-ficiente y anémica de recursos como la Santa Her-mandad, nunca escapó del control de las autorida-des. No por ello el miedo hacia un levantamiento enmasa de los esclavos fue menor, quizá porque las ac-ciones de los grupos de huidos siempre resultabanpeligrosas. Los motivos para fugar eran de diferenteíndole, generalmente reacciones impulsivas ante losabusos de sus amos, pero frecuentemente tambiénabandonaban a sus propietarios siguiendo los desig-nios del corazón, o en busca de los parientes perdi-dos. Estas desobediencias los ponían en verdaderosaprietos, pero a la larga se reintegraban a sus vidasnormales.

Muy diferente era el caso del esclavo cimarrón,es decir de aquel que escapaba y se unía a bandasarmadas que terminaban acampando en la periferiade las ciudades, dedicándose a diversas actividadespara sobrevivir, sobre todo al bandidaje y al asaltode viajeros. Algunos de estos refugios se convirtie-ron en aldeas, denominadas palenques, en las que serevivió parte de la cultura de sus ancestros africa-nos, y su erradicación costó en alguna oportunidadenormes esfuerzos militares al gobierno español.

Instituciones como el cabildo de Lima dictarondrásticas medidas para la vigilancia de la poblaciónnegra, prohibiéndoles manejar armas, dejar la ciu-dad, transitar luego del toque de queda e ingresar alos pueblos de indios. Cualquier incumplimiento deestas normas era castigado con azotes, la castracióno la muerte, dependiendo de la gravedad y la reinci-dencia en las faltas. Pero como los amos se hacíanresponsables de los desmanes y delitos que cometie-ran durante su fuga, era común vender al esclavohuido lo antes posible. También se dictaron orde-nanzas para obligar a los dueños a vigilarlos más fé-rreamente, pero no tuvieron el resultado esperado,pues muchas veces ellos mismos eran los generado-res de los excesos de sus esclavos, llevando en su sé-quito a negros armados, o enviándolos a recorrer laciudad en busca de trabajo. Sin embargo, en el Perú

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no se tiene un gran histo-rial de sublevaciones deesclavos, salvo la que de-beló Gonzalo Pizarro enmedio de las guerras ci-viles. Entonces debió ha-cer un alto en sus com-bates contra las fuerzasde la Corona y enviar amás de cien de sus hom-bres en expedición puni-tiva contra el palenquede Huaura. Allí fueronvencidos unos doscien-tos cimarrones que ame-nazaban con derrocar alos españoles, aprove-chando el vacío de poder.Luego de este inicial en-cuentro, no volvería a re-petirse otro choque fron-tal entre grupos de escla-vos y el Estado, pero sub-sistirían siempre las peli-grosas bandas de delin-cuentes camineros, queobstaculizaban en algunas regiones la comunica-ción y el comercio.

La Santa Hermandad se constituyó para perse-guir a los esclavos huidos o cimarrones. Conforma-da por un alcalde y varios cuadrilleros, contaba pa-ra su financiación con el monto de un impuesto dedos pesos que cobraba la ciudad por el arribo de ca-da esclavo. Éste era frecuentemente evadido y a lalarga una aguda falencia económica afectó a la San-ta Hermandad, lo que se sumó a las interferenciasejercidas por los grandes propietarios de esclavos.La institución fue subastada al final del virreinato ycomprada por particulares (Bowser 1977: 242-272).

La actitud de los indiosA pesar de compartir una posición de dependen-

cia y sojuzgamiento frente a los españoles, los in-dios y los negros nunca manifestaron buenas rela-ciones. Los pobladores andinos percibieron siempreque los esclavos africanos estaban sometidos a la fé-rula de sus amos y actuaban como sumisos aliadosde los españoles. Esta primera impresión fue hábil-mente explotada por los hispanos, quienes supieronenfrentar a ambos grupos étnicos, encargando aunos la represión de los otros, y fomentando el an-tagonismo y la mutua rivalidad. Pero más allá de

políticas premeditadas, locierto es que en el medioandino fueron los propiosinmigrantes africanos quie-nes contrariaron las leyes eimitaron las peores conduc-tas de sus patrones blancos.Era común que los esclavosde los encomenderos y co-rregidores se envalentona-ran y violaran muchachas,tomaran concubinas, fo-mentaran la prostitución ydespojaran de sus bienes alos habitantes de las reduc-ciones, sin recibir castigo al-guno, ganándose así el odioy el temor de los indígenas.

Un testigo de estos acon-tecimientos, como GuamanPoma, los calificaría de “tai-

mados y holgazanes”, en contraposición con los in-dios laboriosos, y los veía como “bachilleres y re-voltosos, mentirosos, ladrones, robadores y saltea-dores, jugadores, borrachos, tabaqueros y trampo-sos”. Sus juicios serían motivados parcialmente porun profundo racismo, nacido de la competencia la-boral que significaba la presencia de estos esclavosforáneos en las ciudades. Pero según lo ha señala-do Franklin Pease, la mentalidad andina se opuso atodo lo que tuviera el más leve matiz hispano. Paralos indios, tan españoles eran los turcos o los afri-canos como los propios peninsulares y contra todosdirigieron su animadversión. Como contrapartidalos esclavos repitieron los mismos adjetivos y elmismo desprecio que habían escuchado y presenti-do en boca de los españoles, reproduciéndose hastael infinito el círculo vicioso de estas disputas inte-rraciales. Sin embargo, algunos estudios últimos de-muestran que tangencialmente, en barrios indíge-nas de las ciudades, existía la posibilidad de quepersonas negras no fueran vistas como enemigas yllegaran a formar lazos de conveniencia e incluso fa-miliares. Por otro lado, la compra de esclavos porcuracas e indios enriquecidos era fenómeno fre-cuente no sólo en las zonas urbanas, sino tambiénen las áreas rurales (Pease 1992a: 298-299).

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Un amo español reprende a susesclavos.

La llegada de los españoles al Perú significó unaruptura de los patrones económicos que se habíangenerado en el mundo andino. A diferencia del sis-tema europeo que sólo a partir de 1532 se iríaasentando en el país, en los Andes existía una eco-nomía que prescindía del mercado, la moneda y eltributo pecuniario, y que más bien estaba regidapor la reciprocidad y la redistribución, las cualeseran reguladas por los vínculos de parentesco quese patentizaban en el ayllu y por la organizacióncentralizada del Estado, al que todos debían tribu-tar en trabajo o en especie, siguiendo innume-rables normas y ritos. Estas institucio-nes andinas resultaron muchas vecesincomprensibles para los españo-les, quienes las reinterpretaronsegún su impronta cultural,aunque con el pasar de losaños algunos encomenderossupieron hacer uso de esosmecanismos, sobre todocuando se trataba de rela-cionarse con la poblaciónandina. A pesar de ello, laspautas de la economía andinainiciarían a partir de aquelmomento un largo e inexorablecamino hacia su extinción, queaún hoy no ha concluido.

Los conquistadores impu-sieron desde los primeros mo-

mentos de su arribo a los Andes las tradiciones eco-nómicas castellanas en relación a la moneda, el co-mercio, el control fiscal y el tributo monetario, o ensu defecto en especie. También trajeron la nociónvisigótica de la propiedad, el concepto medieval delcrédito y toda una larga serie de usos, costumbres yprejuicios, que pronto fueron encontrando eco enlas nuevas tierras, en la misma medida en que la his-panización del territorio iba siendo más profunda.

Luego de descubrirse los riquísimos yacimientosamericanos se organizó un tipo de explotación del

suelo donde primaban las actividades prima-rias de tipo extractivo, especialmente de

minerales como la plata. Ello signifi-có un gran cambio frente a la an-

tigua economía andina, que sehabía basado en la agricultura.En torno a la minería fueronorganizadas todas las demásactividades productivas y laexplotación agropecuaria sedirigió a satisfacer las nece-sidades de las grandes ciu-dades y los centros mineros

como Potosí.La Corona redefinió toda la

política macroeconómica –ma-nejada desde la Metrópoli–, enfa-

tizando la producción metalífera ypuso en un segundo plano laproducción mercantil local.

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ASPECTOS ECONÓMICOSASPECTOS ECONÓMICOSCOLONIALESCOLONIALES

PANORAMA ECONÓMICO

Moneda macuquina de cuatro reales del siglo XVI.

Las colonias de esta manera se integraron a la eco-nomía mundial como productoras de materias pri-mas, valorizadas en el mercado internacional. Para-lelamente abundaron las prohibiciones a ciertas in-dustrias americanas que podían competir con acti-vidades similares que se desarrollaban en la Penín-sula. Sin embargo dichos impedimentos difícilmen-te podían ser respetados, dadas las deficiencias delsistema de importaciones que hacían imposible elabastecimiento de bienes de consumo para la pobla-ción americana. Muchas de estas prohibiciones re-sultaron letra muerta y fueron incumplidas a cam-bio de un impuesto compensatorio, como el que seaplicó al vino o a la ropa, simplemente por mencio-nar dos rubros muy conocidos. Un tercer sectoreconómico fue el de los servicios, que creció pro-porcionalmente al aumento de la demanda de la so-ciedad virreinal (Pease 1992a: 229 y ss.; Romero1949).

CARACTERÍSTICAS DE LA ECONOMÍA COLONIAL

Los estudiosos del tema generalmente han califi-cado la política económica de la Metrópoli como ex-clusivista debido al régimen monopólico que se im-puso, según el cual América sólo podía comerciarcon Castilla a través del puerto de Sevilla –lo quecreó una elite comercial en esta ciudad–, así comoen los puntos comerciales americanos a donde lle-gaba el enorme flujo de mercaderías destinado al in-terior del continente. Lima se vería privilegiada por

este sistema comercial por cerca de doscientos años.Según los criterios intervencionistas, la Metrópo-

li controlaba de manera muy estricta el curso eco-nómico de las colonias, poniendo especial énfasisen la limitación de ciertas industrias y manufactu-ras que pudieran afectar sus exportaciones, llegan-do al punto de prohibir o restringir muy seriamen-te los contactos comerciales bilaterales entre los rei-nos de América.

Finalmente se siguió una política mercantilista,dando una gran preponderancia al comercio, a lasactividades extractivas y al acarreo de metales pre-ciosos. La acumulación basada en la minería eraconsiderada como un elemento fundamental de lariqueza y el poderío de una nación. El Estado seconvirtió en la fuente principal de enriquecimientode las elites, ahogando la iniciativa privada y sobre-dimensionando el control burocrático sobre la tota-lidad de la vida económica. A la larga, el voraz aun-que inefectivo sistema fiscal implantado por la Co-rona promovería la ulterior decadencia española.

LA MONEDA

Como acertadamente ha explicado FranklinPease, la moneda generó un impresionante impactoen la economía andina. Aunque durante muchosaños fue sólo un elemento referencial ante su esca-sez e inexistencia, así como por las dificultades deconversión cuando se trataba de pagos en especie,introdujo una noción de equivalencia universal querompió el criterio de reciprocidad y redistribución.

Los primeros funcionarios sevieron compelidos a calcular lostributos en cantidades de pro-ductos, transcurriendo 30 añoshasta que Toledo elaboró las ta-sas, señalando claramente laequivalencia monetaria. Con to-do, debemos recordar que aun latributación en especies era unanovedad impuesta por los espa-ñoles, pues en el Tahuantinsuyola tributación era aportada ex-clusivamente en horas de trabajoentregadas a la autoridad bajo fi-nes determinados. También las

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Aries (San José y la Virgen en busca deposada) por Diego Quispe Tito, de laserie del Zodíaco. Catedral del Cuzco,siglo XVII.

encomiendas expresarían su rendi-miento en pesos, aunque en reali-dad su renta era recogida en es-pecie. Sin embargo se preferíaciertos productos de alto va-lor que pudieran tener unafácil convertibilidad, comola coca, los tejidos, los au-quénidos y, en el períododel auge de los minerales,los bastimentos y pertre-chos que pudieran servir pa-ra comercializar en los empo-rios mineros.

Aun cuando la moneda mis-ma no hizo una aparición total enlos Andes, su fantasma o es-píritu se encontraba por do-quier. El patrón de conver-sión tendría una influenciadecisiva en la vida de losaborígenes, pues ayudó a quebrar lentamente anti-guas costumbres como la reciprocidad y la redistri-bución, la forma de entrega de energía humana, laspautas de parentesco y otras. Con el tiempo, nue-vas formas de trabajo como la mita a la manera oc-cidental y el trabajo asalariado, ayudarían a profun-dizar estos cambios.

El engranaje que movió la economía colonialdurante los primeros años fue la enorme disponibi-lidad de fuerza laboral. Los encomenderos, algunosde los cuales contaban con un ejército de mano deobra de hasta 5 mil indios, se involucraron así encuanta asociación comercial o productiva surgía enla naciente sociedad. Cuando los encomenderosperdieron poder frente a la Corona y sus corregido-res, muchas de sus antiguas atribuciones y faculta-des se esfumaron, pero conservaron en sus manos elmuy importante privilegio de los repartos mercanti-les, por los cuales se podía compeler a los indios acomprar mercaderías de muy desigual calidad, aprecios muy altos y pagados generalmente en dine-ro contante y sonante. Si el objetivo de la Coronahabía sido que los indios obtuviesen bienes útiles ybaratos para su subsistencia, y que el corregidor pa-gase sus gastos de traslado e instalación, el medioutilizado generó un empeoramiento de la condiciónde miseria de los pobladores andinos. Los comer-ciantes de Sevilla y de Lima encontraron un subter-fugio para deshacerse de su mercadería estancada yse obligó a los nativos a incorporarse al sistema mo-netario, surgiendo la necesidad de vender su fuerza

de trabajo, o laborar en actividadesque les proporcionaran el ansiado

circulante. Muchos autores con-sideran que este último resul-

tado no fue una consecuen-cia inesperada, sino un claropropósito de las emergentesburguesías urbanas, afana-das en ampliar los merca-dos rurales mediante laruptura del régimen de au-tosubsistencia.

El tesoro de Cajamarca,que tanto alimentó la fantasía

de los europeos, enriqueció dela noche a la mañana a los con-

quistadores. Las relacioneso crónicas detallan las im-presionantes cantidadesde metales preciosos en-tregados al rey como quin-

to real, que fueron fundidos y llevados a España to-mando como patrón de medida y contabilidad los“marcos” para la plata y los “pesos” para el oro. Des-de entonces y durante muchos años se seguiríausando este sistema referencial para marcar los te-jos. Las barras debían estar selladas para indicar quehabían cumplido con el pago del impuesto a la Co-rona, pero se considera que sólo un sexto de la pla-ta circulante en el período virreinal fue amonedada,lo cual fue causa de su aguda escasez. Ante tal even-tualidad, se usaban fichas y medios de compra aplazos o a cuenta de futuros cobros, dejando porejemplo en la panadería una pieza de plata, que al-canzaba para comprar durante todo un año el panque se iba recogiendo diariamente. Para realizar lasconversiones entre diversos productos y entre el oroy la plata se utilizaba el maravedí, moneda imagina-ria a la manera de la guinea inglesa, que servía co-mo medio de cambio. La aparición de la moneda fuegenerando precios que las autoridades, especial-mente las municipales, intentaban controlar y esta-bilizar con diversos resultados. En los medios rura-les en cambio la formación de precios brilló por suausencia, precisamente por la carencia monetaria.

De acuerdo a Emilio Romero, la primera mone-da hecha en el Perú, una pieza de acuñación bastay primitiva que llevaba la inscripción Karolus Quin-tus Indiarum R, tuvo una circulación bastante limi-tada durante la época de Vaca de Castro. En 1565 elConsejo de Indias aceptó fundar una casa de mone-da en Lima, pero sólo para fabricar piezas de plata,

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“Rincón” de cuatro reales del siglo XVI, Potosí. Elnombre proviene del ensayador cuya marca aparecía en

el anverso de la moneda.

ya que el oro debía atesorarse en lasarcas reales. Dicha cédula señala-ba: “…y el cuño para los rea-les… …ha de ser de la unaparte castillos y leones, conla granada, y de la otra par-te las dos columnas, y enla parte de las columnasentre ellas un rótulo quediga plus ultra, que es aidiuisa del Emperador nosseñor y padre de gloriosamemoria… …y el letrerode la dicha moneda diga an-si: Philipus Secundus Hispa-niarum et Indiarum Rex, y pon-gase en la parte donde hubiere ladiuisa de las colunas una P (latina)para que se conozca que se hizo en el Pe-rú…”. La ceca de Lima trabajó del 1557 a 1588,aunque a partir de 1573 la producción de monedadisminuyó grandemente, ya que Toledo envió la mi-tad de los instrumentos de acuñación a la ciudad deLa Plata en Charcas, y luego a Potosí. La Casa deMoneda de Lima reabrió brevemente sus puertasentre 1659 y 1660, y sólo comenzó a funcionar es-tablemente a partir de 1684.

Las transacciones monetarias en el Perú fueronextremadamente complicadas, porque habitual-mente se combinaban los valores de diferentes pe-sos y medidas de monedas, cuyas equivalencias

eran un verdadero rompeca-bezas, incluso para la genteespecializada. Dentro delas monedas de plata cir-culó en primer lugar el pe-so corriente, tambien co-nocido como macuquina(360 maravedíes), peroluego Toledo lo reemplazó

por el peso ensayado (450maravedíes). El peso sellado

más común podía ser de ochoreales, pero había de nueve rea-

les (396 maravedíes), once reales,doce y medio reales (425 marave-

díes), y trece y medio reales (450 marave-díes), llamado también este último peso fuerte, dobleo peso clásico.

Las monedas en oro eran el doblón de a dos es-cudos, el doblón de cuatro escudos, el doblón deocho escudos, el doblón de a ciento y los escudillos,durillos o dobladillas (medios escudos). Las piezasde cobre eran el cuartillo (8,5 maravedíes), el cuar-to (4 maravedíes) y el ochavo (2 maravedíes). De to-das las monedas que circularon en América hispáni-ca, el peso de ocho reales fue el de mayor difusión,siendo utilizado inclusive en las posesiones ingle-sas, francesas, holandesas y hasta en China, me-diante el expeditivo resellado que les daba curso le-gal en esos lugares (Pease 1992a: 230 y ss.; Stern1982; Romero 1949: 195 y ss.; Salazar Bondy 1964:4 y ss.).

SECTORES PRODUCTIVOS

MineríaLos tesoros incaicos satisficieron momentánea-

mente la sed de metales preciosos que tenían los es-pañoles, pero al agotarse los grandes y fáciles boti-nes, los buscones fueron descubriendo ricas vetas yminas de muy alta ley, que pasaron a engrosar el pa-trimonio de los ya opulentos encomenderos. Estosúltimos personajes, a través del control de los cabil-dos, supieron repartirse entre ellos las zonas de ma-yor posibilidad minera. Tempranamente el oro tuvouna mayor presencia que la plata, pero a partir de1540, se iría volviendo cada vez más escaso, hastaconvertirse, a principios del siglo XVII, solamenteen el 1% de la producción mineral peruana.

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Moneda macuquina de ocho reales, acuñadaen la ceca de Potosí en 1685.

Sahumador del siglo XVIII utilizado en ceremonias religiosas.Esta pieza ha sido trabajada en filigrana de plata; en el torsodel toro se puede apreciar una tapa articulada con perillas.

El hallazgo del Cerro Rico de Potosí en 1545cambiaría la historia económica virreinal y mun-dial. No en vano este complejo minero situado enun frío páramo, por encima de los cuatro mil metrossobre el nivel del mar, llegó a proporcionar a finalesdel siglo XVI el 80% de la plata peruana y el 50%de todo el material argentífero producido en el or-be. Un asiento minero con este potencial permitió eldesarrollo de una ciudad como Potosí, que en pocosaños llegó a albergar a 160 mil habitantes, la mitadde los cuales eran españoles y criollos. En su mejormomento, unos seis mil hombres de color entre li-bres y esclavos se destinaban a trabajos diversos y alservicio de los mineros. El resto de sus habitantesestaba conformado por una abrumadora poblaciónindígena flotante, que se distribuía entre una mayo-ría que cumplía con su turno de la terrible mita, unbuen número de “indios de plata” o “faltriquera”que libraban de las penurias del trabajo forzado aun privilegiado grupo de indios pudientes, y un sec-tor más tecnificado de indígenas residentes o “in-dios mingas”, que se alquilaba regularmente por unsueldo fijo.

El auge de Potosí fue importante desde sus pri-meros años, pero la etapa de mayor esplendor nollegaría sino hasta mediados de la década de 1570,cuando se introdujo el método de la amalgama.Hasta ese momento el mineral de plata era procesa-do en las guairas o pequeños hornillos cilíndricosde piedra o barro que se ponían con leña, carbón ymineral de plata en las cumbres heladas de los ce-rros de la región. Allí los fortísimos vientos eleva-ban la temperatura de la combustión, permitiendoque el argentum se fundiera segregándose de losotros elementos del mineral. Sin embargo se trata-ba de un método poco eficiente, y el descubrimien-to de la técnica de la amalgama vendría a revolu-cionar el procedimiento. Para lograr la amalgama-ción se utilizaba el azogue, o mercurio, que rápida-mente generaba con la plata un producto químico–la amalgama– que se separaba de los otros compo-nentes del mineral y de los rastros de otros meta-les. Como el punto de ebullición del mercurio erarelativamente bajo, bastaba calentar la amalgamapara obtener una cantidad de plata mayor y de unaaltísima pureza.

El único problema residía en que la mina de azo-gue más cercana era la de Almadén, en España, y loscostos del transporte se elevaban considerablemen-te. La minería argentífera mexicana se vio condena-da a depender del mercurio español, y los minerosperuanos parecían perder las esperanzas de elevar

su rentabilidad, cuando tuvieron la suerte de ubicarlas minas de mercurio de Huancavelica. Este espec-tacular descubrimiento revolucionó la minería pe-ruana y fue llamado sin equivocación “el mayor ma-trimonio del mundo”, pues la existencia de los ya-cimientos de Huancavelica permitía utilizar los be-neficios del método de la amalgamación en Potosí,el que fue implantado por Pedro Fernández de Ve-lazco en 1572, siguiendo órdenes del virrey Toledo.Hacia 1575, Huancavelica ya producía 6 mil quinta-les de mercurio y para 1675 llegaría a los 20 mil. LaCorona expropió estas minas y obtuvo grandes ga-nancias de la venta del azogue a los mineros de laplata, pues les vendía a 85 pesos el quintal, cuandola extracción le costaba tan sólo 46. Durante mu-chos años los mineros se quejaron de los precios al-tos del material de amalgamación, que les recortabasus márgenes de beneficio.

El hallazgo del mercurio y las innovaciones deToledo (un molino hidráulico de minerales, una re-presa que llegaría a tener 32 esclusas escalonadas)permitieron un crecimiento impresionante de laproducción de plata. Si en el quinquenio de 1545Potosí produjo tres millones de pesos ensayados, yen el siguiente subió a nueve millones, con la in-troducción de la amalgamación y las demás inno-vaciones se pudo llegar a extraer la cifra récord detreinta y dos millones de pesos entre 1586 y 1590.Al analizar las cifras anuales de producción (quepor cierto son menores a la extracción real, pueslos montos legalmente declarados para los efectosdel quinto real ocultan las enormes cantidades deplata contrabandeada), veremos que las cantidadesvan subiendo hasta 1589, cuando se llega a los 7467 837 pesos. En la primera mitad del siglo XVIIel promedio se mantiene en los 4,5 millones anua-les y en la segunda mitad del siglo se inicia una es-trepitosa caída de la producción, que terminará conunos escuetos 1,9 millones registrados en el año1700.

La minería de plata siguió decreciendo en losaños posteriores y a ello contribuyó la crisis deHuancavelica. La gran mina se veía afectada ahorapor las corruptelas de la administración, la falta demodernas técnicas extractivas, la inundación y elderrumbe de sus galerías. La decadencia se puedeevidenciar en el aumento de sus costos productivos,que se elevaron a 111 pesos por quintal mientras elprecio de venta a los mineros seguía siendo de 85.En los años siguientes Potosí tuvo que importarazogue de la China, y la impresionante ciudad mi-nera, la otrora ciudad más densamente poblada de

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Sudamérica, languidecía en el siglo XVIII con ape-nas 30 mil habitantes.

Sin embargo, antes de que el milagro potosinoacabara, la minería mercantilizó las áreas circun-dantes que se dedicaron a proveer de alimentos,vestido y todo género de necesidades a una pobla-ción con alto poder de consumo. Las rutas de abas-tecimiento de Potosí se convirtieron en zonas muydinámicas y los productores y comerciantes que tu-vieron la suerte de poder entrar en este circuito ob-tuvieron enormes ganancias. De este modo se am-plió el espacio económico virreinal y se potenciaronlos obrajes, las haciendas y otras industrias regiona-les. Hasta los más pobres indígenas disponían deciertas cantidades de plata no amonedada para gas-tar en una gélida puna donde el mineral de argen-tum era lo único que abundaba.

Pero Potosí no fue la única región minera. Nodebemos olvidar otras minas que llegaron a sermuy importantes como las de Laicacota en Puno,cuyos dueños fueron los famosos e insurrectos her-manos Salcedo, las de Caylloma y Cerro de Pasco.Por no hacer más extenso este recuento menciona-

remos la increíble productividad de los yacimientosde Castrovirreyna, que permitió que todas las callesde la ciudad del mismo nombre fueran adoquinadascon tejos de plata para celebrar el arribo de la espo-sa del virrey conde de Lemos, Ana de Borja y Doria,para asistir como madrina al bautizo del hijo de unrico minero. Todas estas minas reprodujeron en ma-yor o menor escala el fenómeno de dinamizacióneconómica que ocurría alrededor de Potosí.

Pero en el siglo XVIII la producción y la produc-tividad habían descendido tanto que la explotaciónargentífera peruana pasó a un segundo lugar en re-lación a la de México. Inundaciones, agotamientode filones, disminución de la ley de las vetas y de-rrumbes causaron un declive general de la minería.Curiosamente, algunos expertos recomendaron quese cerraran y obturaran las minas y se las dejara“descansar para que de esta forma se regenerara enellas el mineral”. A finales del siglo XVIII se trajo albarón de Nordenflicht para tecnificar la produccióne introducir el novedoso método de la amalgama-ción en toneles. En años posteriores y siguiendo losinventos de Treventick, se utilizaron bombas deachique accionadas por vapor para desaguar gale-rías, por largos años inoperantes. Pero la reconver-sión tecnológica y productiva efectuada en los últi-mos años del virreinato fue drásticamente inte-rrumpida, ya que el ejército realista destruyó en suretirada todas estas fuentes de riqueza, para dificul-tar la consolidación de la independencia nacional.

Se calcula que una quinta parte de la plata ex-traída de estas minas se quedaba en América y for-maba parte del capital circulante en moneda acuña-da y lingotes. Pero de este porcentaje una buenaparte se destinaba a joyería, vajillas y artefactossuntuarios, utilizados en la vida cotidiana al tiempoque servían de reservas familiares para las malasépocas y como garantía crediticia para expandirotros negocios. Algunos bancos hacían préstamospara que los mineros cubrieran sus gastos de opera-ción o para capital de trabajo, y luego recibían laplata en pago, la cual era vendida a la casa de mo-neda a altos precios.

La plata que salía del país tomaba un rumbobastante diferente. Una cantidad cercana al 80 porciento de la plata producida en el país era enviada aEspaña en una larga, fatigosa y complicada trave-sía, en la que los caudales peruanos debían reunir-se con las riquezas aportadas por otros virreinatos,y partir juntos en una numerosa flota rumbo a lospuertos metropolitanos. La plata era una de las po-cas producciones coloniales (representaba entre el

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Pelícano eucarístico, pieza de plata del siglo XVIII.

86 y el 95% del valor de las exportaciones) que po-día afrontar el terrible costo de estos viajes. Duran-te el siglo XVI la llegada de estos embarques deplata y otras riquezas de América produjeron en laPenínsula tal revolución de los precios que en po-cos años se cuadruplicaron. Estos cambios no sedebían exclusivamente a la impactante llegada delos metales preciosos, aun cuando fueron su princi-pal generador.

La riqueza desembarcada en España circulabarápidamente dentro de la Península y pronto salíacon destino a otros países europeos como Inglaterray Flandes, que supieron fortalecerse con aquella in-yección de capitales, orientadolos a actividadeseminentemente productivas y no solamente especu-lativas. Otro tanto de la plata americana salía rum-bo a Oriente, en donde los mercaderes europeoscompraban objetos lujosos con un metal que toda-vía seguía siendo muy cotizado en los lejanos mer-cados asiáticos. Cuando las ingentes cantidades demetales preciosos de América comenzaron a esca-sear, España pudo comprobar cuán poco de aquellariqueza había tenido un uso racional y qué arruina-da se hallaba su economía.

La abundancia de la plata peruana no debe lle-varnos a olvidar otras explotaciones mineras comoel mercurio, el estaño y el plomo. Tampoco debe-mos restarle importancia al cobre, que era muy uti-lizado en la fabricación de objetos caseros, aunquesólo se explotaban las vetas muy ricas, con más de50% de ley. También la sal ocupó un papel impor-tante, tanto como materia prima para la explotaciónminera (recordemos que Potosí consumía anual-mente 300 mil quintales de sal para la amalgama-ción) como para el consumo humano, dando lugara muchísimos intercambios con las comunidadescarentes de este importante producto (Assadourian1982: 206-220, 278-293; Pease 1992a: 237-241;Céspedes del Castillo 1983: 127-132; Konetzke1971: 280 y ss.).

Agricultura y agroindustriaPese al carácter eminentemente agrícola de las

antiguas sociedades andinas, la agricultura virreinalno llegó nunca a tener la importancia de la minería.Ésta fue una realidad constatada y lamentada pormuchos escritores coloniales, como Bravo de Lagu-nas, quien pedía en su obra Voto consultivo, de 1755,que se diese una mayor atención y un mejor trato ala actividad agrícola. Lamentablemente la Corona seveía más ocupada en promover y subvencionar laminería (de la cual dependía económicamente),

que en proteger la agricultura que aseguraba la au-tosuficiencia colonial. Sin embargo, la agriculturafue una actividad generalizada y proporcionaba unconveniente estatus social a los hacendados, presti-gio del que no gozaban los mineros.

El establecimiento de la agricultura europea enel Perú va de la mano con la distribución de las tie-rras luego de la conquista. En este proceso inicial-mente tuvieron gran importancia los encomende-ros, que si bien no fueron propietarios sino simplesposesionarios de las tierras, utilizaron a los indiospara cultivarlas o exigieron el tributo en productosagrícolas, producción que además del consumo do-méstico llegaba también a los mercados urbanos.Durante mucho tiempo, nadie que no tuviera enco-mienda o el favor del encomendero podía explotarlas tierras dentro de los límites del repartimiento,pues no podría contar con el acceso a la mano deobra necesaria. Pero con la llegada de los corregido-

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Pedro José Bravo de Lagunas y Castilla (1704-1762), autor del Voto consultivo.

res los hacendados pudieron independizarse de losencomenderos y retuvieron un gran prestigio socialpor convertirse en verdaderos señores de tierras yhombres. La hacienda entonces no deriva de la en-comienda, aunque muchos de los que recibieron es-ta merced, contrariando disposiciones reales sobretierras, se apoderaron de ellas de diversos modos.

Cuando los conquistadores fundaban una ciu-dad se repartían las tierras adyacentes. Por un ladose encontraban las tierras comunes como el ejido(matadero), la dehesa (pastos) y los montes (leña).Las tierras de los indios eran respetadas y el resto delas tierras disponibles alrededor de la nueva ciudadpasaban a distribuirse en peonías o chacras simplespara los soldados de a pie, y en caballerías o chacrasdobles para los hombres de a caballo. De este modose fueron estableciendo las primeras fincas ruralesen los alrededores de las ciudades, que generalmen-te se trabajaban con indios de las encomiendas queacudían en ciertas épocas a las urbes para entregarsu tributo y realizar servicios personales para suencomendero o para quien éste designara. Estaspropiedades tenían un tamaño pequeño o interme-dio, pero cuando Toledo amplió a todo el territorioel sistema de las reducciones, se movilizó a las po-blaciones indígenas de sus antiguas tierras a regio-nes nuevas, quedando muchas tierras desocupadascomo baldíos y propiedades vacantes. A partir deese momento los cabildos dieron concesiones sobreestas áreas, amparándose en el permiso regio de1573. También la Corona otorgaba derechos y en-tregaba tierras mediante las composiciones o licen-cias, a partir de las cuales se formalizaba la propie-dad de tierras no muy claramente adquiridas.

El desastre demográfico seguiría reduciendo alas poblaciones indígenas, por lo que década trasdécada disminuían las tierras cultivadas y más lastierras sin uso, las que podían ser rematadas, adju-dicadas, compuestas, conseguidas por estafa, o afec-tadas a cuenta de pagos por deudas diversas. En es-tos procesos, en los que se necesitaba contar con in-fluencias, participaron no sólo españoles (muchosde los cuales eran los protegidos y validos de los vi-rreyes y oidores), sino también muchos indios, es-pecialmente curacas, que de este modo convirtieronen propiedad privada protegida por las leyes espa-ñolas, las tierras que otrora pertenecieran a su etniao comunidad.

De otro lado, los matrimonios y las alianzas fu-sionaron propiedades en regiones colindantes, dan-do origen a enormes latifundios, donde más impor-tante que la extensión territorial era el acceso a ma-

no de obra, algunas veces bajo régimen salarial y ge-neralmente sometida a relaciones semiserviles y decoloniaje interno. Muchas de estas tierras se vieronafectadas por mayorazgos, capellanías, censos, regí-menes de manos muertas y fundaciones pías, que deuna o de otra forma congelaban la propiedad en ma-nos de sus dueños, fuesen personas naturales o ins-tituciones como la Iglesia, favoreciendo su acumu-lación en pocas manos. Muchas de las ganancias dela minería y el comercio pasaron en el siglo XVII alsector agrícola, entronizando a los hacendados co-mo “señores de tierras y comarcas”, ante la deca-dencia de los encomenderos. Sólo así se explica elrango de las inversiones producidas en un rubro enel cual la rentabilidad no llegaba al 6% en el mejorde los casos, incluso eliminando el riesgo de las ma-las cosechas.

Los españoles no apreciaron los logros andinosen técnicas agrícolas y alimentarias y pronto inten-taron que el tributo fuera pagado en cultivos occi-dentales. Sin embargo en las zonas más alejadas sesiguió cultivando alimentos de origen andino y al-gunos de ellos (como el chuño, la cañiwa, la qui-nua, la papa, el ají, el algodón, la cabuya, el ma-guey y el molle) entraron en la economía española.Otros se procesaban y servían para pagar tributosen base a sogas o sandalias de maguey. Dentro deeste sistema entraron también el pescado seco y lamuy importante y siempre presente coca. Las mu-jeres españolas de las primeras familias de enco-menderos se preciaban de haber sido las introduc-toras de tal grano o tal fruta en el país, y de ciudaden ciudad y de familia y familia se repetían y dupli-caban estas historias.

Según lo expresado por Macera, la costa perua-na se dividió en cuatro sectores agrícolas: Piura,ubicada al norte, concentraba sus esfuerzos en el al-godón y la ganadería variada, desde Lambayequehasta Chincha se cultivaba caña de azúcar, el surchico era reconocido por sus viñedos y algodonales,mientras que en el extremo meridional primabanlos sarmientos y olivares. Subiendo por la cordille-ra, en la región quechua se prefería el cultivo depanllevar y la ganadería, en tanto en los valles másbajos crecía la caña de azúcar. En la zona yungaoriental o ceja de selva se cultivaban los cocales. Sibien los pobladores andinos siguieron sembrandosus productos tradicionales, dentro de un régimende autosubsistencia, los curacas destinaban unaparte de sus parcelas a productos europeos para pa-gar el tributo. Los corregidores comercializaban es-tos tributos en especie en zonas mineras como Po-

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tosí donde alcanzaban precios significativamentemás altos, obteniendo ganancias extraordinarias sinque la Corona percibiera estos delitos.

Assadourian ha señalado que un elemento de su-ma importancia para el mantenimiento de la pobla-ción de origen europeo fue el trigo, pues el maíz eraconsiderado alimento de indios y negros. Amboscultivos estaban regulados por la posibilidad de sercomercializados en la cercanía o contar con trans-porte barato hacia la zona de consumo. En conse-cuencia, las áreas productivas que rodeaban los nú-cleos urbanos se dedicaban a los granos y cereales,salvo que la vía marítima permitiera acortar las dis-tancias, como fue el caso de Lima, abastecida desdelos otros valles del litoral, pues hacia 1630 su des-pensa local sólo cubría la mitad de las 240 mil fane-gas de trigo y 25 mil de maíz que la ciudad necesi-taba. Las cerca de 150 mil fanegadas restantes ve-nían por mar desde los demás valles costeños. Porsu emplazamiento, Potosí, que en 1603 necesitabade 50 mil fanegas de maíz y 90 mil de trigo, depen-día de las grandes zonas adyacentes para conseguirsus alimentos. En el siglo XVIII la decadencia deestas minas hundiría a los productores agrarios delas inmediaciones en una economía de autosubsis-tencia. Pero en Lima la demanda de trigo foráneosubiría enormemente luego del terremoto de 1687,ya que las haciendas se hallaban paralizadas debidoa grandes epidemias y a la destrucción de los siste-mas de regadío.

La caña de azúcar, en cambio, fue aumentandolentamente sus áreas de siembra en las haciendasque habían abandonado el cultivo del trigo, y nu-merosos esclavos entraron en el régimen de los mo-nocultivos agroindustriales. Tan pronto la encon-tramos sembrada en Quito, Arequipa y Cuzco, co-mo en las zonas andinas centrales, y en las lejanastierras del Paraguay y la Argentina, además de lasáreas aledañas a Lima. Esta abundancia azucarerasuscitada por la alta oferta bajó a la postre los pre-cios del producto y aunque se intentó produciraguardientes, melazas y otros productos derivados,los precios no lograron elevarse.

En Lima se difundió el gusto por las golosinas,la repostería y los dulces de olla, lujos y dispendiosdel dulce producto que inicialmente había escasea-do y luego sobraba. La caña era procesada en trapi-ches de cilindro vertical con calderas de cobre, y elazúcar cristalizada era convertida en panes o tongosque se enfriaban en moldes de arcilla. Estas agroin-dustrias se localizaron en la costa y las más peque-ñas necesitaban del trabajo de al menos seis opera-rios y unos veinte esclavos para funcionar. Instala-ciones de este tipo costaban unos 15 mil ducados deoro, y el establecimiento de una empresa de esta en-vergadura podía demandar una inversión de casi 50mil ducados, a veces con el apoyo crediticio de laCorona. En otras haciendas cuya capacidad instala-da no era totalmente utilizada, se alquilaban los tra-piches a terceros. La tecnología peruana de la indus-

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Restos de una haciendacolonial en la que se

procesaba caña deazúcar.

tria del azúcar fue considerada la mejor de la épocay muchos de estos trapiches se exportaron a Brasildurante el siglo XVII.

Los vinos, al decir de Assadourian, constituye-ron la mayor industria colonial peruana, y encon-traron en la árida costa una zona adecuada para ob-tener su materia prima. Los vinicultores frenaron enparte la acelerada expansión del azúcar sobre las tie-rras del trigo. El trabajoso mantenimiento de la vidy el riego por acequias obligaron a la compra demuchísimos esclavos africanos para cuidar los sar-mientos y procesar el mosto. El vino se vendía enbotijones de arcilla, lo que permitía solventar unaindustria subsidiaria de la vitivinícola. Ica y Piscoproducían un promedio de 350 mil botijas al año yrepresentaban un 70% de la producción peruana. El30% restante procedía de Arequipa y Nazca. Com-petían con la producción peruana las provincias deCuyo (Mendoza) y Chile.

A fines del siglo XVI los vinos españoles ya ha-bían sido totalmente desplazados del mercado y al-gunos consideraban superior el vino peruano al dela Península, sirviendo de poco las prohibicionesreales de Felipe II y Felipe III en favor del monopo-lio español. Las autoridades se conformaron con co-brar un impuesto del 2% al valor de la vendimia.Junto con el azogue, el vino podía viajar por marhasta Arica y de allí en recuas hasta Potosí, o por víatransandina atravesando Huamanga y Cuzco, lacual llegó a conocerse como la ruta del vino. Otro

mercado muy importante era Lima donde anual-mente se consumían unas 200 mil botijas de vino.La chicha y los aguardientes de caña y de uva eranlas bebidas alcohólicas más consumidas en los nive-les populares, destacando entre ellos el pisco y lanazca. Los productores de vino chilenos tuvieronun mercado circunscrito a las ciudades cercanas asus campos.

El aceite de oliva fue otro producto que rápida-mente se comenzó a elaborar en tierras peruleras,haciendo innecesaria su importación desde la Me-trópoli. Pero la demanda en estos territorios fue me-nor debido a la masiva utilización de manteca decerdo, especialmente en el campo y en zonas dondepredominaba la economía de autosubsistencia. Ade-más, el crecimiento de los olivos demoraba, y de he-cho la gente prefería comer las aceitunas que usar-las en la preparación de aceite. Zonas como Ilo, Mo-quegua, Locumba, Chala y Arica pronto vieron ex-tenderse grandes olivares, que abastecían ciudadescomo Lima, donde se consumía unas 8 mil botijasde aceite, y Potosí que demandaba unas 3 mil boti-jas de aceite de oliva, frente a unas 25 mil botijas demanteca de cerdo.

Los productores agrícolas no sólo estimaban lasplantaciones de productos europeos, ya que algunasespecies locales eran de suma importancia econó-mica. El caso más relevante fue sin duda el de la co-ca, cuyo valor económico hizo que los propios en-comenderos se disputaran las posesiones donde se

tributaba en este producto, de-bido al alto precio de reventade la hoja. De hecho, muchaszonas yungas orientales e in-clusive los valles interandinosfueron dedicados a plantacio-nes de coca, de especial impor-tancia para los productores mi-neros y para la gente interesa-da en sobreutilizar la mano deobra indígena. Como señalaAssadourian, una encomiendade medianas proporciones de-dicada a la producción de co-ca, podía llegar a producir laastronómica renta de cien milpesos. La coca de las estriba-

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Capricornio (parábola delsembrador) por Diego Quispe Tito,de la serie del Zodíaco. Catedral delCuzco, siglo XVII.

ciones amazónicas de los Andes y la variedad truji-llensis, propia de la vertiente occidental, se adapta-ría a numerosos pisos ecológicos, desde Quito has-ta La Plata. La importancia de este cultivo justificóla implantación de una mita cocalera, mientrasotros productores se tuvieron que resignar con al-quilar indios para cosechar sus parcelas. De otro la-do los aparceros españoles solamente se pudieronindependizar de los mayordomos de la encomienday alcanzar una situación más prestigiosa, si estabandedicados a la producción cocalera.

Otro cultivo importante fue el del ají, que tam-bién tuvo una cierta relevancia y que alcanzó espe-cial desarrollo en las zonas aledañas a Arequipa. Lapapa siguió siendo de enorme consumo entre losnaturales, pero así como en la época incaica “el quesólo come papas” era considerado huaccha o pobreporque carecía de vínculos de reciprocidad, en el vi-rreinato siguió teniendo una presencia considerableen la dieta popular, pero poco prestigio social.

El tabaco entraría muy lentamente al consumoeuropeo, pues fumar se consideraba un uso bárba-ro y propio de indios y esclavos. Con el tiempo ad-quiriría la categoría de hierba medicinal, recomen-dada para las más diversas dolencias, especialmen-te las bronquiales y asmáticas. Finalmente el tabacose transformaría en un objeto de lujo, símbolo dealta posición social y su producción llegaría en elsiglo XVIII a la enorme cantidad de 800 mil mazosal año, destacando las zonas productoras de Zaña yJaén. El producto terminó difundiéndose entre lasdiversas clases sociales, destacando entre las altaslos puros y cigarros, el rapé y hasta las pequeñasmotillas utilizadas por las damas para la limpiezade los dientes. Un personaje singular era el pucheroo vendedor ambulante de cigarros y tabacos, quienrecogía los extremos cortados de los puros, confec-cionando con ellos cigarrillos para el uso popular.El tabaco en el Perú sirvió principalmente para elconsumo interno, pues los campos centroamerica-nos abastecían la gran demanda de este productoen Europa.

El caso de la yerba mate, planta de la familia delas ilicáceas, revolucionaría la economía paraguayay como rito social se generalizaría tanto como elchocolate mexicano. Aunque Paraguay no fue elúnico productor, los jesuitas de las misiones tuvie-ron un relevante papel en el desarrollo del cultivo,que llegó en el siglo XVIII a las 300 mil arrobasanuales. El cacao por su lado tendría un importan-te centro de producción en Guayaquil, aunque enel Perú su utilización se restringió a las capas altas

de la sociedad. No sucedía lo mismo en los gruposbajos pues su consumo carecía de tradición prehis-pánica, al contrario del aprecio del que gozaba enMéxico.

El algodón perdió parte de la importancia quehabía tenido en tiempos precolombinos, ante laarremetida de los productos de lana. Muchas cepasse perdieron, así como parte de la tecnología nativadesarrollada para su tintura y el hilado. Las áreasdonde se mantuvieron estos cultivos fueron Huánu-co, Lambayeque, Trujillo y Jaén. Cajamarca y Cha-chapoyas también lo producían, pero lo dedicaban ala confección de lonas para las velas de los navíos.Tuvo impacto relativo en la economía local la pro-ducción de tintes en base al añil y la cochinilla, quealcanzaban altísimos precios por su utilidad en laproducción obrajera.

La extracción maderera tuvo mucha importanciapues era esencial para la construcción civil y naval,además de ser usada como combustible, lo queatentó notablemente contra los bosques naturales.Sin embargo, la deforestación del espacio andinohabía comenzado desde épocas prehispánicas, tantoasí que los arqueólogos atribuyen a la producciónalfarera la desertificación de ciertas áreas de la cos-ta. Pero este fenómeno se aceleró con la conquista,como lo comprueban las primeras ordenanzas deciudades como Lima, que incluyen tajantes directi-vas para no cortar los árboles de las cercanías de laurbe. Con el paso de los años, los leñadores debie-ron alejarse varias millas a la redonda por la desapa-rición de las zonas boscosas. Ciudades como Potosíque necesitaban de ingentes cantidades de maderatanto para los usos domésticos y para el trabajo deextracción de la plata, abrieron un mercado de ex-plotación maderera en zonas bajas y semitropicalesbastante distantes, que se iban alejando más y másaño tras año. Al principio los centros madereros sehallaban a 5 leguas del centro minero, pero más tar-de los cargamentos lígneos debieron recorrer hasta30 leguas.

Para la construcción naval ganaron gran predi-camento las maderas procedentes de los bosques deGuayaquil. El puerto del mismo nombre se convir-tió a su vez en el astillero que abastecía de naves alvirreinato del Perú. Las grandes casonas de Lima,así como las iglesias y conventos, utilizaban en suestructura y acabados finas maderas como el cedrode Nicaragua, que ayudó a consolidar algunas ru-tas comerciales (Céspedes del Castillo 1983: 139,210 y ss.; Assadourian 1982: 146-178, 199; Pease1992a: 256-262; Konetzke 1971: 286-296).

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La ganaderíaAl llegar los españoles al Perú encontraron

enormes rebaños de “ganados de la tierra” o camé-lidos americanos. Llamas, alpacas y en menor me-dida vicuñas y guanacos habían sido domesticadospor la población nativa desde épocas pretéritas, ymuchos habitantes altoandinos se dedicaban a laganadería como ocupación especial. Entre las et-nias de las zonas más bajas se comisionaba a gru-pos de jóvenes para que cuidaran de rebaños en zo-nas más altas y adecuadas y no verse privados deesta importante fuente de materias primas, recur-sos alimentarios y transporte de carga. Dichos ani-males, en particular la llama y la alpaca, fueron so-metidos a un proceso de perfeccionamiento genéti-co por selección artificial. Una llama preparada pa-ra dar lana proporcionaba muchísimo más fibraque una domesticada para servir de transporte, lacual a su vez podía cargar un mayor peso que laespecíficamente criada para brindar carne o lana.Además, algunos ejemplares estaban destinados alos sacrificios rituales y se caracterizaban por serabsolutamente blancos. Tras el caos de la conquis-ta, algunos curacas se apropiaron de los rebañosdel sol y del inca, para evitar que cayeran en manosde la Corona. De esta manera, las subespecies semezclaron y se perdieron los avances genéticos,volviéndose a una variedad única y sin mayores di-ferencias. Durante largo tiempo los camélidos ame-ricanos sirvieron también como medio de pago delos tributos, y muchos corregidores trasladaban loshatos y tropillas hasta zonas donde alcanzaban unmayor precio, adueñándose del excedente.

La política oficialfue sin embargo intro-ducir las especies deCastilla, lo cual variólos patrones alimenti-cios de la poblaciónandina, que anterior-mente sólo había re-currido a la carne co-mo complemento die-tético bastante esporá-dico, generalmentecomo charqui, carnesalada o seca. Entrelas especies importa-das debemos mencio-nar el ganado vacuno,las ovejas, cabras, cer-dos, asnos, mulas y

caballos. Estos últimos como se recordará tuvieronun papel militar muy importante en la época de laconquista, ya que los pobladores andinos los creye-ron unidos a sus jinetes, devoradores de metales, esdecir seres casi míticos. Al iniciarse la ofensiva deManco Inca, las cabezas seccionadas de los equinoseran exhibidas en el Cuzco como señal de victoriasobre los viracochas. En tiempos de paz los caba-llos, asnos y mulas alcanzaron un notable desempe-ño como animales de carga, silla y tiro, y durantebuen tiempo fueron altamente cotizados en el toda-vía reducido mercado local.

Durante un tiempo los curacas del altiplano tu-vieron un importante monopolio del transporte enllamas, al modo prehispánico: “es gente rica de ga-nado de la tierra y grandes mercaderes y tratantes.Parecen judíos con sus tratos y conversaciones”, tie-nen el control absoluto “porque poseen las punas ylos pastos y crían en ellos gran suma de ganados deCastilla y de la tierra, son los indios más ricos del Pi-rú…”. Pero las mulas pronto empezarían a invadirel territorio y a competir con las llamas de carga. Apartir del siglo XVII, Córdoba se convierte en pro-veedora de las mulas que necesitaba el tráfico co-mercial. La mula ofreció en los abruptos caminosandinos una mayor capacidad de carga y mucha se-guridad por el tanteo de su pisada. Y además gene-ró pingües ganancias a los arrieros, dueños de lasenormes recuas que posibilitaban el comercio inte-rregional. A diferencia de los primeros tiempos, elarriero deja de ser empleado del mercader y se con-vierte en transportista, empresario y vendedor.Arrieros y ganaderos son retratados en su “borrasco-

so hablar” por Conco-lorcorvo, en su célebreLazarillo de ciegos ca-minantes. Esta intere-sante narración permi-te al lector imaginar elmundo de los caminosy los trajinantes quecruzaban el continentedel Pacífico al Atlánti-co, distribuyendo lamercadería por la in-trincada red caminerade Sudamérica.

La adaptación de lasespecies europeas enterritorios americanosfue tan sorprendenteque el ganado vacuno

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Un hato de llamas en Apurímac.

y caballar abandonado por los primeros expedicio-narios en la región del Río de la Plata hacia 1541, sereprodujo de manera silvestre en las grandes pam-pas. Se calcula que para 1585 unas 80 mil cabezasde ganado cimarrón recorrían la región, convirtién-dose en una amenaza para los cultivos. Cualquiervecino podía capturar y domar los caballos o matara las vacas para comerlas o aprovechar su cuero. Laabundancia de reses hizo bajar su precio a sumas ín-fimas y en las ciudades se utilizaba únicamente lomás selecto de su carne, dejando el resto para losperros y los animales carroñeros. Ciudades comoLima consumían carnes de bovinos procedentes detierras tan lejanas como Quito, y se afirma que loshabitantes de localidades como Charcas comíancarne procedente de estancias situadas a casi 600 le-guas. Buenos Aires se convirtió en un emporio deganado vacuno y Chile obtuvo un gran desarrolloen ganadería de ovinos. Las grandes distancias hi-cieron de la salazón de la carne un medio impor-tante de conservación.

Otro animal traído de Castilla, de gran impor-tancia en la dieta española, fue el cerdo. Este animaltan estigmatizado por musulmanes y judíos, tuvomucha aceptación entre la población indígena, tan-to por su carne como por la manteca que reempla-zaba al aceite de oliva. Su gran utilidad práctica per-mitía que las casas y aun las galerías de las minas seiluminaran con pequeñas lamparillas que aprove-chaban la combustión del sebo de cerdo y de lobomarino. Este medio de alumbrado era considerable-mente más barato que la cera de abeja y originó unaserie de industrias conexas como la de mechas, quenecesitaba de algodón para la fabricación del pabi-lo. También el jabón era producido en base a la gra-sa de estos animales. Sólo en el siglo XVIII, la cazade ballenas desplazaría algunos de estos productos.

La ganadería proporcionaría además materia pri-ma para la industria del vestido, tanto en los rubrosde lanas como en los de cueros. Las zonas ganade-ras cercanas a Córdoba abastecían a las famosas cur-tiembres de esa ciudad y llegarían a formar una“cultura del cuero”, elaborándose con este materialdesde vasos y platos hasta naipes. Pero básicamenteel cuero servía para la talabartería y los artefactos dearrieraje, para los odres, baúles y los recipientes deacarreo.

Mención aparte merecen las aves de corral, des-conocidas antes de la conquista por los pobladoresandinos, pues sólo disponían de especies silvestrescomo el pato, la gallareta, etc. Las gallináceas do-mésticas impresionaron tanto a los indígenas que

suponiendo que un gallo cantaba a la muerte deAtahuallpa, le denominaron guallpa.

La pesca, al decir de Assadourian, constituyóuna actividad artesanal restringida a la periferia delos centros poblados, y en manos de grupos indíge-nas de pescadores, aunque eventualmente algunoscomerciantes españoles supieron lucrar con este ne-gocio y amasar grandes fortunas (Assadourian1982: 179-181; Pease 1992a: 260-262; Konetzke1971: 296-300).

Industria obrajeraLa tradición textil andina era antiquísima a la

llegada de los españoles, aunque debemos recono-cer que sufrió algún cambio y se tecnificó de mane-ra especial. No en vano los textiles precolombinostenían al igual que la coca y el mullu (conchas utili-zadas como ofrendas rituales), un alto valor simbó-lico en la cosmovisión andina. Al llegar los españo-les encontraron que el inca manifestaba su genero-sidad –una forma de reciprocidad– con la entregaritual de “ropa de fino cumpi”, tejidos de gran cali-dad que llevaban implícito el prestigio del recono-cimiento oficial. El Estado inca tenía una gran can-tidad de personal dedicado a la fabricación de teji-dos y los españoles se sintieron impresionados alencontrar depósitos repletos hasta el techo de va-liosos ropajes.

La industria más importante durante el períodocolonial fue indudablemente la manufactura obraje-ra de tejidos y textiles, que alcanzó una enorme pro-ducción y difusión a lo largo y ancho del espacio pe-ruano. Desde los primeros momentos de la coloniase manifestó una especialización productiva en losobrajes, chorrillos o talleres de los empresarios tex-tiles. En los talleres fundados a mediados del XVI,comienza a señalarse una división del trabajo y laorganización sistemática de los procesos de fabrica-ción a cargo de maestros españoles, quienes buscanrapidez y eficiencia. Métodos colectivos, herramien-tas occidentales y trabajo con sueldo prefijado o pormita, serán las innovaciones aportadas por los obra-jeros. La materia prima utilizada en la costa era elalgodón, y la lana de llamas y alpacas se trabajabaen la sierra. Las vestimentas confeccionadas con es-tas fibras eran destinadas a los pobres, mientras quealgunos obrajes fabricaban todavía prendas de cum-bi chaquira, de tan alto valor que muy poca gente es-taba en capacidad de comprarlos.

Los encomenderos y luego los corregidores reci-bieron tributo trabajado en forma de vestidos, quepodían ser intercambiados por metálico en las zonas

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mineras y comerciales, ya que eran fácilmentetransportables y había poco riesgo de que se arrui-naran. Pero pronto se vio que esta producción fami-liar resultaba insuficiente y que la Metrópoli no po-día solventar las necesidades americanas de textiles,salvo la demanda de géneros de lujo, destinados alos altos niveles sociales. En tal circunstancia, seprohibió la fabricación de textiles nacionales de al-to costo. Pero ya desde 1560, y con la anuencia delas cortes de Castilla, se incentivó la instalación delos obrajes. Este apoyo no sería permanente y másde una vez se limitó esta actividad, llegando inclu-so a decretarse su eliminación, situación que sola-mente pudo ser revertida por las presiones de suspropietarios y el pago de una compensación espe-cial a la Corona. También se intentó asfixiar la pro-ducción familiar de ropa para convertir en compra-dores a los indios, y se organizó la mita obrajera, pa-ra empezar a mover las pesadas ruedas de esta na-ciente industria.

Obraje era un término que servía para designarsimultáneamente el trabajo de los indígenas y loslocales donde éstos desempeñaban sus labores. Porlo general se ubicaban en grandes establecimientoscuyo instrumento característico era un batán de re-gulares dimensiones, es decir una prensa compues-ta por mazos movidos por ejes, que a su vez arras-traban rodillos para golpear, desengrasar y enfurtirlos paños. Los llamados obrajes enteros contabancon más de una docena de telares. Si no excedíanlos doce telares se les denominaba medios-obrajes ypagaban la mitad de las alcabalas. Algunas comuni-dades tenían también pequeños talleres mecaniza-dos que les permitían cancelar sus tributos. Losobrajes más chicos que carecían de batán eran co-nocidos como chorrillos, por la canaleta que servíapara limpiar las lanas.

Durante el siglo XVI, los obrajes fueron general-mente propiedad de los encomenderos, pero a lavuelta de aquella centuria, empresarios desligadosde las encomiendas se apoderaron de dichos centrosde producción. La mita demostró su incapacidadpara abastecer de mano de obra a los obrajes y pron-to sus dueños empezaron a utilizar el sistema decontratación colectiva y operarios asalariados. Eltrabajo al interior de estas industrias era extenuan-te, con jornadas extremadamente largas y con cor-tos permisos para que los indios asistieran al sem-brío y la cosecha de sus parcelas. Entre los trabaja-dores se podía encontrar niños y ancianos, ademásde hombres y mujeres en la plenitud de sus faculta-des. El régimen era semiforzoso, utilizándose tam-bién estos centros de labores como lugares de casti-go para determinados delitos. Ello llevó a que losobrajes fueran odiados, y no pocos terminaron que-mados durante las asonadas y protestas que cadacierto tiempo se repetían en los Andes, contra losabusos de corregidores y empresarios.

Entrado el siglo XVIII los obrajes se hallabanmuy debilitados por las guerras comerciales entrelos distintos productores, el proteccionismo de laCorona y por las barreras que aislaban a los diferen-tes mercados interregionales. Su rentabilidad bajódebido a la supervivencia de la artesanía textil en lascomunidades y a los excesivos costos del trabajo an-te la escasez de mitayos. Más tarde los productoseuropeos inundaron el mercado interno, ocasionan-do el colapso de una de las pocas industrias que sehabía enraizado en el territorio. Los teóricos de laépoca seguían considerando a los obrajes como lamejor manera de extender el mercado interior y ge-nerar fuentes de trabajo regionales. Un documento

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En los Andes existía una larga y notable tradición textil, la misma que fue reutilizada durante el periodo virreinal

para atender las demandas de los señores localesy del Estado colonial.

de la época señalaba: “…fundar obrajes era una ne-cesidad imprescindible, siempre que se quisiera ase-gurar la existencia y crecimiento de la América Co-lonial… …pues las empresas industriales creabannuevas posibilidades de trabajo y con ello hacíancrecer el consumo de los productos agrarios… (Sil-va Santisteban 1964: 31 y ss.; Assadourian 1982:191-199; Moreyra 1980: 274-276; Pease 1992a:262-263; Konetzke 1971: 304).

LOS GREMIOS

Pese a que la población de las ciudades de corteoccidental mostró un exagerado interés por los car-gos administrativos y rentistas, y por la posesión deextensas tierras y el comercio, el sector artesanal–no siempre adecuadamente estimado– tuvo unaimportante presencia en el mundo hispanoperua-no. Y no podía ser de otro modo, porque la vida ur-bana obligaba a proveerse de manufacturas indis-pensables para la vida cotidiana, aunque su pro-ducción no fuera acompañada de una alta valora-ción social. Los artesanosempezaron formando talleres,donde se entrenaba a algunosespañoles y mestizos, al tiem-po que se utilizaba el trabajode indios y esclavos negros pa-ra las labores menos especiali-zadas. Los problemas comunesque vinculaban a los hombresdedicados a un mismo oficiollevaron a la fundación de gre-mios a la usanza de España,con el fin de que los agremia-dos pudieran defender sus in-tereses corporativos y conver-tirse en interlocutores de losgobernantes, mientras autori-dades como los cabildantes po-dían vigilar la calidad de lasmercancías y la honorabilidadde los productores.

La Corona y en general lasclases más acomodadas, teníanun particular rasero para juzgarla jerarquía social de las diver-sas actividades artesanales. Enla cima se ubicaban los maes-tros del “noble arte de la plate-ría” y otras finas actividades,apreciándose el desempeño ar-

tístico de pintores, tallistas, doradores y artífices. Enestos grupos calificados el Estado impedía el ingre-so de gente proveniente de estratos bajos como losindios, los negros o los miembros de las diversascastas. También se exigía el certificado de “limpiezade sangre”, prueba genealógica en la que se demos-traba la ausencia de “antepasados moros, judíos ode gentes de malas sangres…”. Cuanto mayor era elprestigio de un gremio, más fuertes se hacían los re-quisitos, en tanto las ocupaciones que demandabanmayor esfuerzo físico y menores disposiciones detalento no eran tan estrictas en el reclutamiento delos agremiados. De esta manera no existía controlracial en actividades como la carpintería, la cons-trucción y la curtiembre, oficios desempeñados porlos grupos más bajos del ordenamiento colonial.

El gremio se constituía en un efectivo medio deproteger a los miembros de un oficio de la intromi-sión de gentes advenedizas o sin capacitación, quepudieran ejercer una competencia desleal. A vecessurgían problemas entre gremios dedicados a activi-dades muy cercanas, como los herreros, los calde-

reros y los espaderos, que erancapaces de invadir el área aje-na. Algo similar ocurría entrelos gorreros y sederos, o entrelos plateros y los artífices. Dis-tinto era el caso de algunos gre-mios que pretendían apoderar-se de productores menores yutilizarlos como auxiliares, co-mo acontecía por ejemplo entrelos zapateros y los zurradores.

La estructura gremial gene-raba una pirámide en cuyacumbre se encontraban losmaestros, artesanos sumamentecalificados y dueños del taller,quienes tenían contratados aun grupo de oficiales, bajo cu-ya supervisión se desempeña-ban los aprendices. Los oficia-les eran artesanos diestros en eloficio pero sin taller y en la ba-se estaban los aprendices, quie-nes debían ser hijos legítimos,

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Gremios, como los plateros, estuvieronestrechamente vinculados al artereligioso colonial en la producción depiezas dedicadas al culto. En laimagen una custodia del siglo XVIII.

hábiles, alfabetos, diestros ennúmeros, y de edades y razasdeterminadas según cada ofi-cio. Es lógico pensar que loshijos o parientes de los maes-tros eran más rápidamentepromovidos o llegaban a me-jores puestos que los demásingresantes, y que al mismotiempo pocos indios y negrosarribaron a escalones promi-nentes dentro de los gremios.Sin embargo, la institucióncorporativa garantizaba unmínimo de seguridades parasus dueños, para lo cual se im-pidió la proliferación de talle-res. Además, se prohibió ex-presamente que fueran dirigidos por compañías, esdecir que tuvieran más de un dueño, ante el temorde que gente extraña al gremio se hiciera propieta-ria de los talleres y los desnaturalizara.

El cabildo vigilaba la producción de los gremiosa través de ordenanzas, evitaba la comercializaciónde manufacturas defectuosas e impedía el ingresoal circuito mercantil de toda producción ajena algremio respectivo, la cual era quemada o regalada alos hospicios. En ocasiones se desataron guerras nodeclaradas entre los gremios y los comerciantes, so-bre todo cuando los primeros monopolizaban laventa de sus propios productos, impidiendo la libre

participación de los segundos, y sólo la interven-ción de la Corona y el cabildo pudo zanjar dichosconflictos. Sin embargo estas situaciones fueron ex-cepcionales y la calma y tranquilidad precapitalis-tas imperaban entre los innumerables gremios queagrupaban a silleros, sombrereros, cereros, pasama-neros, tintoreros, gorreros, sederos, espaderos, he-rreros, tiradores de oro, aprensadores de seda, za-pateros, zurradores, petateros, plateros, alfareros,veleros, bordadores, orilleros, cerrajeros, municio-neros, peleteros, confiteros, taberneros, menude-ros, pasteleros, etc. (Quiroz 1983: iii y ss.; Konetz-ke 1971: 304).

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Cáncer (el hombre que edifica elnuevo granero) por Diego QuispeTito, de la serie del Zodíaco.Catedral del Cuzco, siglo XVII.

Altar mayor de la iglesia deAndahuaylillas, Cuzco.

EL COMERCIO

La actividad comercial tendría una enorme im-portancia en la América hispanizada, pues a partirde la conquista nuestra economía comenzaría a mi-rar permanentemente hacia afuera, haciendo olvi-dar la naturaleza casi autárquica de la sociedad pre-colombina, donde era desconocida la esfera de lacirculación mercantil. De este modo, en el campo yfundamentalmente en la ciudad, una gran mayoríade la población practicaba al menos parcialmentealguna actividad mercantil, no sólo como una ocu-pación más de su diario vivir, sino como elementoimportantísimo para procurarse el diario sustento.Mal que bien, la filosofía de los conquistadores ytambién la de la Corona era mercantilista, y estabasustentada en la expansión del capital comercialeuropeo.

Como lo ha señalado F. Pease, luego del repartode Cajamarca, una treintena de barcos servía a losintereses comerciales de Hernando Pizarro, y pron-to las flotas de Hernán Cortés entraron a tallar en elnaciente mercado peruano, intentando captar partede las abundantes riquezas locales. La importaciónde los diversos artículos de ultramar permitía a losespañoles mantener muchas de las costumbres ygustos peninsulares en los nuevos y distantes terri-torios. En los inventarios de estas naves de carga seencuentran tan pronto herramientas y armas, comoartículos de moda en la Península; artefactos de cul-tura material, así como ganados y plantas foráneas.

En los años siguientes el estado monárquico in-tentó tener una implacable presencia en todas lasesferas de la vida social y económica de las colonias,implantando un monopolio en el comercio de la re-gión, a través de la Casa de Contratación de Sevilla.Esta cosmopolita ciudad oficiaba de puerta de en-trada y salida para los pasajeros y el comercio conAmérica. La Corona pudo de esta manera recogerjugosos dividendos mediante las casas comercialesallí asentadas, aunque nunca se llegó a establecerCompañías de Indias del tipo de las existentes enInglaterra, Holanda y Francia. En la práctica el mo-nopolio era ineludible, aunque algunos rubros co-mo el tráfico de esclavos escapaban a la jurisdiccióndel gobierno. Esta última actividad estuvo domina-da por los portugueses, los que ni aun cuando pasa-ron a ser súbditos del rey de España dejaron en es-tas tierras sus cuantiosos capitales.

El tráfico comercial funcionó en base al sistemade flotas, pues desde 1521 la Casa de Contrataciónhabía impuesto la obligación del viaje “en conser-

va”, resguardado por la Armada de Haberías, perte-neciente a la Armada de la Real Guardia de la Carre-ra de Indias. La flota de naves iba precedida por unanave artillada denominada capitana, y posterior-mente se añadió una segunda para que cerrara elconvoy, barco que recibió el nombre de nao almi-ranta. Las embarcaciones debían partir juntas enmayo hacia Nueva España y en agosto hacia la Me-trópoli, realizándose en períodos distintos las feriasde Portobelo y Nombre de Dios. En Portobelo po-dían reunirse mercaderías hasta por cuarenta millo-nes de pesos durante el mes que duraba la feria, porlo que pronto el istmo de Panamá se volvió lugarpredilecto de asalto para los piratas y corsarios.

El viaje de ida y vuelta a América duraba unosnueve meses y debía realizarse con la precisiónadecuada para que coincidiera con la Armadilla delMar del Sur, que traía las mercaderías del Perú y laCaja del Rey, es decir los dineros pertenecientes ala Corona, todo lo cual debía arribar a Panamá amediados de marzo. El viaje de Panamá a Lima so-lía ser muy largo por la “calma chicha de los vien-tos” y los efectos de la corriente de Humboldt quecorre de sur a norte, desembarcando los pasajeros yla mercadería más valiosa en Paita, para concluir elrecorrido por tierra. Las naves con la carga más pe-sada seguían camino hacia el Callao, extendiéndoseese trayecto hasta tres meses. Ya en Lima las cargaseran distribuidas con enormes recargos al resto deSudamérica.

El sistema de armadas entró en decadencia en elsiglo XVIII, arrastrando en su caída a la feria de Por-tobelo, puesto que el movimiento comercial se vioafectado por las crecientes tensiones entre España eInglaterra que llevarían a estos imperios a un esta-do de guerra latente. En 1737, corsarios como el al-mirante Vernon y el vicealmirante Anson obstruye-ron el avance de las naves que llegaban o partían alistmo, las que debieron reunirse en otros puertos.Desde 1708, los franceses habían empezado a enviarnaves comerciales por el cabo de Hornos, lo que lle-vó a un descenso considerable de los precios de lamercadería que desembarcaba en los puertos cerca-nos. Las autoridades bonaerenses se hicieron de lavista gorda e incluso permitieron el atraque de na-ves en el Río de la Plata a partir de 1748, a pesar delos reclamos de los comerciantes limeños que per-dían dicho mercado y el de zonas como el Alto Pe-rú. Por otro lado, luego del tratado de Utrecht de1713, se concedió a Inglaterra el navío de permiso,por el cual la monarquía británica obtenía el privi-legio de introducir anualmente una nave de 650 to-

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neladas de mercaderías. Se sabe que el primero deellos, el “Real Jorge”, llegó cargado con 975 tonela-das. Años más tarde, para evitar estos abusos, se pa-só al sistema de navío de registro, que era un meca-nismo semejante al anterior, con la salvedad de quela mercadería debía ser previamente inventariadaantes de llegar a América. Como las naves inglesasllegaban a puerto antes que las naves de la armada,éstas encontraban una buena parte de los mercadosya saturados.

Es lógico pensar que el excesivo controlismo dela Corona desembocara en un creciente contraban-do. Los viajeros secretos Antonio de Ulloa y JorgeJuan nos refieren, que: “Tal era la libertad con quese comerciaba en el Perú, en toda suerte de génerosprohibidos, que parecía haberse borrado la idea deque era un trato ilícito, ni que estaba sujeto a casti-gos; al contrario, este negocio se hacía como unacosa establecida y los jueces que lo disimulaban re-cibían una gran suma de dinero, como si fueranemolumentos anexos a su empleo…”. El contraban-do llegaba de los países europeos y de las otras co-lonias, como la ropa de México, e incluso de Filipi-nas y China, que proveían de telas, porcelanas yhasta muebles, y todos los intentos de abolirlo fue-ron como tapar el sol con un dedo. Virreyes comoel príncipe de Santo Buono organizaron un serviciode vigilancia de puertos, llamadoel Resguardo, e instituyeron lacostumbre de repartir lo decomi-sado entre el denunciante, losmiembros de la cámara y la auto-ridad, pero todo fue en vano.Los funcionarios, fueran corregi-dores u oficiales reales, cobraban8 pesos por costal de contraban-do introducido en el territorio,pago que eufemísticamente pasóa denominarse “precio del olvi-do”. Finalmente con las refor-mas borbónicas se dispuso el li-bre comercio, habilitándose 13puertos en la Península y 22 enAmérica. Con esto se haría muynotoria la decadencia de Lima,una plaza que había tenido se-gún Juan y Ulloa, “10 casas co-merciales con más de 600,000escudos de capital y muchasotras con 300,000 piastras…”.

Para el comercio americano,las vías terrestres fueron tan im-

portantes como las marítimas. Inicialmente los es-pañoles utilizaron los antiguos caminos incaicos,pero al consolidarse la conquista y el control del es-pacio andino, hubo necesidad de construir nuevossenderos, sin las empinadas escalinatas que acos-tumbraban levantar los quechuas y waris, y sortean-do la cordillera por el fondo de los valles y no porlas gélidas cumbres y punas, aun cuando estas rutasestuvieran expuestas a los temidos huaicos en laépoca de lluvias. Las nuevas vías debían ser pensa-das no sólo para llamas y peatones, sino tambienpermitir el paso de las cabalgaduras hispánicas y delos nuevos medios rodantes. Pronto se iría afianzan-do una complicada red caminera que uniría puer-tos, ciudades, centros productivos y minas, en tan-to los asentamientos nativos se alejaban de aquellasrutas que sólo les traían saqueos, extorsiones, levasy abusos. Ante estos problemas, los indios se trasla-darían a las zonas altas de los Andes –por encima delos 3 500 metros–, hasta que en la época del virreyToledo se generalizaron las reducciones y se les vol-vió a reunir en poblados a la vera de los caminos.

El transporte de los minerales cobró tanta im-portancia que pronto se inauguró la vía de la plata,partiendo de Potosí rumbo a Arequipa, y de allí a Is-lay, donde los cargamentos se embarcaban al Callaocomo paradero intermedio, ya que el destino final

era España. Más adelante, comoconsecuencia de los nuevos pro-cedimientos técnicos de extrac-ción de la plata, Potosí se conec-tó con el mar a través del puer-to de Arica. El mercurio o azo-gue de Huancavelica salía enbolsas de cuero y bajaba a lomode mula hasta la costa, echándo-se a la mar en Tambo de Mora(Chincha), rumbo a Arica. Allíel pesado líquido era desembar-cado y conducido en grandescaravanas de arrieros hasta lasserranías de Potosí.

También existieron recorridosespecíficos como la ruta del vi-no, o trayectos de contrabandis-

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Carmine Nicolás Caracciolo, príncipede Santo Buono, organizador delResguardo o servicio de vigilancia depuertos, que buscaba frenar elcreciente contrabando proveniente deEuropa y de otras colonias.

tas que traficaban con plata y azogue, al margen delcontrol de la Corona. Otros caminos importantescruzaban el continente siguiendo la vía de Tucu-mán, Córdoba y Buenos Aires. Paralelamente, unamultitud de rutas secundarias dinamizó la econo-mía de los territorios que atravesaban, sobre todoen áreas adyacentes a los yacimientos mineros, yaque éstos necesitaban ser continuamente aprovisio-nados de alimentos, instrumentos, ropa y otros en-seres. Muchos de estos caminos vadeaban quebra-das y acortaban las orillas de los ríos a través decomplicadas y audaces estructuras de fibra de ma-guey, tal como se estilaba en los tiempos prehispá-nicos. El viajero George Ephraim Squier que visitóel país en la segunda mitad del siglo pasado, toda-vía llegó a ver en pie el célebre puente de San LuisRey, tendido sobre el cañón del Apurímac. En otrospasos importantes serían levantados sólidos puen-tes de piedra y otros de cal y canto, que subsistenhasta hoy (Romero 1949: 168 y ss.; Pease 1992a:246 y ss.).

INSTITUCIONES ECONÓMICAS. CASA DE CONTRATACIÓN. TRIBUNAL DELCONSULADO. BANCOS

La Casa de Contratación de Sevilla fue fundadaen 1503 con la misión de organizar y controlar eltransporte entre España y América, vigilando a lospasajeros que cruzaban el ancho mar, y ejerciendolas funciones de aduana y registro. La Casa se encar-gaba también de recaudar los derechos que le co-rrespondían a la Corona, y oficiaba de tribunal pri-vativo de comerciantes, para no dilatar excesiva-mente los litigios entre mercaderes y transportistasmarítimos. Posteriormente funcionó como univer-sidad de mareantes, que no era otra cosa que uncentro de capacitación de marinos y marineros. Asi-mismo se ocupaba de realizar investigaciones geo-gráficas que permitieran elaborar mejores mapas yhojas de ruta más confiables para los navegantes ycon ese fin el cosmógrafo mayor de Indias se halla-ba entre sus directivos. En sus tiempos de apogeollegó a contar con 110 empleados y, ya bajo los Bor-bones, fue trasladada a Cádiz en 1707, localidad úl-tima que vio su disolución 83 años después.

El enorme tráfico comercial que se centralizabaen Lima como capital de uno de los dos virreinatosde América exigió una estructura administrativaque lo regulara, permitiendo agilizar los complica-dos trámites y resolver los diferendos con celeridad.Los comerciantes además requerían de un foro que

expresara sus intereses corporativos. Tales necesi-dades llevaron a la creación del “Consulado de laUniversidad de Mercaderes de la Ciudad de los Re-yes, Reinos y Prouincias del Perú, Tierra Firme yChile”. El Tribunal del Consulado de Lima se fundóen 1613, recibió su confirmación regia en 1618 yfuncionó hasta 1886, siendo razón para su estable-cimiento la “gran cantidad de pleytos e debates, du-das e diferencias en resultas de quentas de compa-ñías, consignaciones e faltamentos e seguros rries-gos auerias daños quiebras y otras contratacionessemejantes concernientes al dicho comercio”.

Sólo personajes de máxima solvencia y prestigiopodían acceder a los principales puestos dirigentesdel Tribunal y ocupar los cargos de prior, cónsul odiputado. Únicamente estaban en condición de ins-cribirse los grandes importadores o “cargadores”,los mercaderes formalmente establecidos en las ca-lles circundantes a la plaza, y los dueños de navesque residían en la ciudad. Oficiaba como defensoríagrupal de los comerciantes y como instancia de pre-sión sobre las autoridades. Velaba también por unacorrecta organización del tráfico comercial, aseso-rando al gobierno en su materia específica, y super-vigilando a los banqueros. Actuaba sindicando lasquiebras y como ente recaudador de algunos im-puestos especiales, tales como las averías (costo dela protección de la escuadra), los almojarifazgos(derechos de aduana) y las alcabalas (impuesto ge-neral a las actividades lucrativas). Además colabora-ba en la preparación de la Armadilla del Mar delSur, almacenaba mercaderias, señalaba precios dedeterminados artículos, aseguraba el abastecimien-to del interior de virreino, servía de aduana, de tri-bunal y de academia náutica. Finalmente, cumplíalabores bancarias pues brindaba créditos de bajo in-terés (Lohmann 1993:108 y ss.).

FISCALIDAD. TRIBUNAL MAYOR DECUENTAS. CAJAS REALES

Los tributos coloniales afectaban todo el abanicode las actividades coloniales, y si bien algunos comoel quinto real o el tributo indígena proporcionabanmucho dinero a las arcas de la Corona, otros resul-taban bastante difíciles de cobrar, imposibles de de-finir y costosos de recaudar. Por ello en muchos ca-sos se optó por subastar su recojo entre agentes in-teresados, quienes de esta manera pagaron al fiscouna cifra menor pero segura, a cambio de ejecutarcon posterioridad la potestad de cobrarlos en su in-tegridad. La lista de tributos es sumamente larga y

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nos limitamos a dar un somero cuadro de los prin-cipales de ellos:

Personales, cobrados en razón del vasallaje a laCorona. Teóricamente estaban obligados a cumplircon este pago todos los villanos del imperio espa-ñol, pero las gentes de este origen que pasaron alNuevo Mundo dejaron de cancelarlo, y sólo afectóa los indios y las castas. El tributo pagado por losindios de las comunidades generó importantes in-gresos para la Corona, que fueron decreciendo de-bido al desastre demográfico. Los negros libertos ylos miembros de las castas manifestaron una per-manente oposición a estos pagos, que permutabanpor el ingreso a las milicias y otros servicios por elestilo.

De honores y cargos, rubro que definía los dere-chos a pagar por ventas y revalidaciones de cargos,oficios y diversos títulos. También se pagaban me-dias anatas por el desempeño y ejercicio profesio-nal, la tercia encomienda por el usufructo de este ti-po de posesiones, pasando los tributos vacos a laCorona si se trataba de una encomienda no asigna-

da. La creación de mayorazgos y los señoreajes deciertas tierras imponían ciertas erogaciones quetambién iban a dar a las arcas reales.

Mineros, que se aplicaban a los metales y piedraspreciosas, así como a las perlas y los tesoros encon-trados; se conocían con el nombre de quinto real.Cuando se trataba de riquezas saqueadas a las hua-cas le correspondía a la Corona la mitad de todo loextraído. El quinto real fue rebajado desde 1735 del20% al 10%, pero luego se le añadió el antiguo im-puesto de Cobos con lo que sumaba aproximada-mente un 11,5%. El oro en cambio, pagaba un im-puesto que sólo alcanzaba el 3%. También se grava-ba la venta y el alquiler de minas, y las concesionessin explotar. El impuesto de apertura era de 60 va-ras si era un yacimiento de plata y de 50 varas si setrataba de una mina aurífera.

Comerciales, que gravaban las ventas de cual-quier mercadería. En este grupo destacaba la alcaba-la, que pasó del 2 al 4% y luego al 7% con el virreyAbascal; el almojarifazgo o arancel de aduanas; loscomisos; el impuesto de pulperías a los negocios me-nores y chinganas; y finalmente la avería, que repre-sentaba un 5% al valor de los bienes y metales trans-portables, y se destinaba a costear la preparación dela Armadilla del Mar del Sur y otras protecciones denavíos.

Agrícolas, como los denominados diezmos y no-venos, que afectaban la producción agrícola y ser-vían para el sostenimiento de la Iglesia, las viñas oimpuesto del 2% al vino a cambio de la protecciónde los mercados. Era común también el pago porcomposiciones y ventas de tierras, que permitían ac-ceder a las tierras vacantes y los despojos, legaliza-dos mediante contribuciones a la Corona.

Eclesiásticos, que eran erogaciones eventuales dela Iglesia si mantenía vacos algunos obispados, y lamesada que gravaba los sueldos de los sacerdotes.Por su parte la Iglesia cobraba los bonos de la SantaCruzada, las cruzadas, los castigos de las condenacio-nes, las bulas de indulto por comer carne y laticinioslos viernes, cuaresmas, etc. También había multas ypagos por dispensa a los impedimentos matrimo-niales, las excomuniones, etc., y el producto dediezmos y los novenos.

Municipales, entre los que destacaba la sisa porcabeza de ganado sacrificado y el mojonazgo por bo-tija de aguardiente y por el maíz.

Estancos, o monopolios estatales establecidos so-bre el mercurio, la sal, el hielo o nieve, y los naipes.

Ante esta diversidad tributaria y los problemasque generaba su recolección, la crisis en las arcas

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Un mandón indígena le sustrae un carnero a un indiotributario.

reales no se hizo esperar. Las reformas borbónicasdel siglo XVIII propusieron la derogación de mu-chos de estos impuestos menores y el incrementode los impuestos mayores como la alcabala. Sin em-bargo la población afectada no tardó en pronunciar-se, desatándose toda una serie de disturbios y rebe-liones antifiscales.

El Tribunal Mayor de Cuentas, establecido en1605, supervigilaba el buen funcionamiento de lahacienda pública, la recaudación de ingresos y laadministración de la liquidez monetaria. Tambiénevaluaba la caja fiscal en lo que se refiere a gastos,pagos y comisiones y emitía las órdenes de fundi-ción de los metales preciosos. Ejercía estas respon-sabilidades desde la capital del virreinato, asumien-do labores que antes habían sido desempeñadaspor el virrey y otros tres funcionarios reales: elveedor, el contador y el tesorero. El Tribunal Ma-yor de Cuentas, en palabras de la época, debía “to-mar y fenecer todas las cuentas que por cualquiercausa, tocaren y pertenecieren a nuestra real ha-cienda, así los tesoreros como los recaudadores, ad-ministradores, fieles y cogedores de nuestras rentasreales, derechos, tasas, quintos azogues y otroscualesquiera efectos que nos pertenezcan o nospuedan pertenecer…”.

Para cumplir con estas condiciones los contado-res tenían amplias atribuciones para cobrar las deu-das y apremiar a los deudores morosos. La mismaescrupulosidad se revertía contra ellos a la hora delos juicios de residencia, pues era frecuente –segúnlo anotan algunos historiadores– que malversaranfondos reales, prestándolos o haciendolos girar co-mercialmente en el plazo que ellos los tenían bajosu administración. Pero aun sin malas artes era co-mún que faltara dinero pues “la contabilidad (era)farragosa, en números romanos y en guarismosarábigos, unas cantidades computadas en pesos deocho reales, en ducados, en marcos de plata, o enpesos ensayados”. A esto se sumaba la indolenciade algunos funcionarios que no cumplían con lastres horas de trabajo por la mañana y las dos horasvespertinas que frecuentemente resultaban cortaspor las innumerables festividades, los viajes, las en-fermedades y las licencias. El retraso en el trabajode contaduría no alteraba sin embargo la paz buro-crática. Los problemas recién surgían cuando poralgún motivo no se podía reembolsar a tiempo loscapitales de la Corona y se descubría un forado enlas arcas.

Bajo la jurisdicción del Tribunal se encontrabantodas las Cajas Reales del Perú (Trujillo, Chachapo-

yas, Piura, Saña, Huánuco, Pasco, Jauja, Huancave-lica, Castrovirreyna, Cuzco, Arequipa, Caylloma,Arica, Carabaya y Carangas) y las economías de lasaudiencias subordinadas de Panamá, Quito y Char-cas, además de la pretorial de Chile.

Las Cajas Reales eran las dependencias encarga-das de recibir y resguardar los dineros del erario, yrecibían tal denominación porque los dineros realesse guardaban en cajas fuertes barreteadas con hie-rro, que necesitaban tres llaves para abrirse y quepor lo general estaban en manos del contador, el te-sorero y el veedor. Teóricamente estos funcionariossólo debían pagar cuentas pendientes si existía unaorden real y jamás podían brindar adelantos sobresueldos. En algunos lugares menores estas llaves sedelegaban a otros funcionarios, pero también exis-tían cajas similares a cargo de los tenedores de losbienes de difuntos, los guardadores de censos y lostesoreros de comunidades (Lohmann 1993: 98-101;Romero 1949: 235-237; Quiroz 1993: 281).

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Restos de un campanario de una hacienda colonial.

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LA PINTURA EN LIMA

Lima como centro económico y administrativode España en ultramar, adquirió un papel protagó-nico en el proceso de asimilación del arte occiden-tal, y bajo sus puentes y calles se dio uno de los pro-cesos más interesantes de integración entre la he-rencia estética nativa y la tradición europea. Losnuevos estilos y corrientes venidos del Viejo Mun-

do tuvieron gran impacto entre los artistas que vi-vían en la capital más importante de Sudamérica,influyendo notablemente en sus obras y en sus me-dios expresivos. Pero con frecuencia lo que en Limaconstituyó imitación pasajera, paulatinamente fuearraigándose en las ciudades del interior de maneramás sosegada y auténtica. De la mano de jóvenesdiscípulos y atentos maestros, Cuzco y Quito vieronflorecer sus célebres escuelas pictóricas que asimila-

ban las novedades con mayor paciencia,alterando las composiciones regionalessin grandes rupturas.

La pintura temprana de la coloniaEn medio de la turbulencia que sig-

nificó la conquista del Perú, no faltaronlos ratos libres para el esparcimiento delos recién llegados, muchos de los cua-les tenían algunas aptitudes artísticas.Se tiene noticia por ejemplo de la pri-mera pintura realizada en el Perú, quefue un retrato de Atahuallpa cautivo, es-bozado en Cajamarca por Diego de Mo-ra hacia 1534. Sin embargo, una décadadespués la pintura ya no era una aficiónexcepcional. El surgimiento de las ciu-dades, la construcción de los nuevostemplos y la atracción que la pinturaejercía como elemento de decoración yevangelización, aunados a la pujante ri-

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LAS ARLAS ARTES VIRREINALES:TES VIRREINALES:PINTURA, ESCULPINTURA, ESCULTURA Y ARQUITECTURATURA Y ARQUITECTURA

IPINTURA COLONIAL PERUANA

Piscis (la vocación de los apóstoles) por Diego Quispe Tito, de la serie delZodíaco. Catedral del Cuzco, siglo XVII.

queza de estos reinos, promovieron la atención delos artistas europeos.

Aunque no fueron raras las creaciones traídasdesde Flandes e Italia, una gran cantidad de las pri-meras pinturas que arribaron al naciente virreinoprocedía de los imagineros andaluces. Ellos comen-zaron a enviar sus obras al Perú para satisfacer loscaprichos de los enriquecidos encomenderos y de-corar las naves vacías de las flamantes iglesias yconventos. El gusto imperante por entonces no eranada exigente, pues los conquistadores no consti-tuían un público especialmente cultivado. Antesbien, aspiraban a deleitarse con obras similares a lasque habían visto en sus pueblos de origen: cuadrosprovincianos y arcaicos, que no ocultaban un estilogótico de raigambre hispano-flamenca. Los escasosrestos de lienzos y tablas pintadas de aquella épocaasí parecen confirmarlo. Por lo común son obrasinspiradas en temas relacionados con devocionessevillanas. Entre otras, destacan la imagen de Nues-tra Señora de la Antigua, copia realizada en 1545 deuna obra sienesa del siglo XV, que se instaló en lacatedral junto a una Virgen con el Niño, que por serla primera pintura del templo era llamada “la Sola”.También se ha logrado identificar una reproducciónde la cuatrocentista Virgen del Rocamador, e imita-ciones del medieval Cristo de Burgos. Obviamente,estas obras constituyeron una mínima parte de lacuantiosa producción enviada a Lima, rastreada apartir de los contratos existentes en Sevilla.

Lima era una plaza artística muy importante, yalgunos pintores andaluces se afincaron en Lima amediados del milquinientos. A Juan de Illescas, lla-mado el granadino, se le encomendó las pinturasdel primer templo de San Agustín y las iglesias deHuánuco, y formó un taller en el que trabajarontambién sus hijos. Uno de ellos, Juan de Illescas, “elMozo”, llegó a pintar varias obras para la catedralde Lima (1578). Illescas padre adorna obras efíme-ras para la Semana Santa (1582), pero también do-ra altares y estofa esculturas, y tempranamente con-voca a ayudantes indígenas como el indio de Man-siche, Martín Gómez Vinsuf.

Por esta misma época encontramos en actividada los pintores Melchor de Sanabria –que pintó lastablas del hospital de naturales de Santa Ana–, Mi-guel Luis de Ramales, Francisco García y JordánFernández Lobo, quien pone taller y acoge discípu-los indígenas como Juan Rincón. En realidad, cercaa esta generación de pintores europeos va a surgirun grupo de aprendices locales, quienes adecuaránsus conocimientos y técnicas de acuerdo al rumbo

que va tomando el gusto pictórico. A finales del si-glo y ya bastante maduro, el propio Rincón firmarácontratos de pintura “a la romana”, referencia quesirve para evidenciar la influencia italiana en su pin-tura, bastante distante del arte hispano-flamencoque había aprendido en el taller de Fernández Lobo.

También lograrán cierta notoriedad una serie depersonajes mestizos e indios como Francisco Xuá-rex de Huarochirí –quien trabaja en el hospital deSan Andrés–, Juan Amai, Martín Pedro y DomingoAntón de Saña. Su actividad será prueba elocuentede la presencia de un nuevo sector de creadores enel panorama de las artes. Todos ellos anteceden a lospintores romanistas y pintaron sus obras en lienzo,tabla y al fresco, cubriendo las paredes de los tem-plos primitivos. Las pinturas religiosas por entoncestenían un sesgo ejemplarizador y eran utilizadas enla catequización de los creyentes, siguiendo unametodología muy difundida siglos atrás en la evan-gelización de ciertas zonas europeas. Obras como Elalma camino del cielo en la iglesia de Andahuaylillas,Cuzco, nos permiten visualizar el papel que cum-plía esta pintura entre los naturales (Bernales 1989:38-40; Estabridis 1989: 113; Tord 1981: 202-208;Wuffarden 1994: 590-592).

La escuela italiana. El arte “a la romana”Los cánones estéticos que rigieron el temprano

arte colonial se vieron profundamente afectados porla llegada, en el último cuarto del siglo XVI, de unaserie de maestros italianos. Ellos introdujeron en Li-ma la pintura “a la romana”, cuyo impacto estilísti-co perdurará en las obras virreinales hasta bastanteentrado el siglo XVII. El arte italianista que se ex-tendió en Lima, contrariamente a lo que muchos ar-guyen, no respondía en forma fiel a las grandes lí-neas directrices del manierismo, corriente ésta quebuscaba romper el lenguaje de los geniales maestrosdel Alto Renacimiento. Los estudiosos del arte hancreído ver en este “romanismo” una reacción frenteal propio manierismo.

A diferencia de la maniera, caracterizada por surebuscamiento y elitismo, por el afán de deformar elespacio y contorsionar las formas humanas, de sor-prender utilizando los recursos del apartamiento dela naturaleza y transcribir una visión del mundo al-tamente intelectualizada recurriendo a las percep-ciones interiores, la contramaniera intentaba expre-sar a través de un lenguaje comprensible y compo-siciones claras, la religiosidad de la Reforma católi-ca. Sin embargo esta opción estética tenía dificulta-des para abandonar completamente el léxico manie-

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rista. Los antimanieristas por su parte, prefirieronadscribirse al naturalismo, al descriptivismo, a unlenguaje de corte popular inspirado en las imágenespiadosas, y retornar a las formas del Renacimientotardío. Parecía importante por entonces, extender elmensaje contrarreformista entre el público común.Contramaniera y antimaniera, alimentadas por lasideas que se incubaron en el concilio de Trento, es-tarían llamadas a jugar un papel importantísimo enla temprana evangelización del Perú. Y si bien na-cieron para un registro y un público europeo, cum-plieron un importante rol en estas tierras: atraer yretener en la fe católica a los habitantes andinos.

La escuela italiana se arraigaría en el Perú a par-tir de 1575, sobre todo con el arribo de BernardoBitti. Este artista fue llamado por su orden, la Com-pañía de Jesús, para apoyar la evangelización a tra-vés de nuevos mensajes iconográficos. No en vanodon Diego de Bracamonte tramitaría su venida, ar-guyendo “lo mucho que pueden para con los indioslas cosas exteriores de suerte que cobran estima delas espirituales, conforme ven las señales externas,y el mucho provecho que sacarían de ver imágenesque representan con majestad y hermosura lo quesignificaban, porque la gente de aquella nación seva mucho tras estas cosas”.

Bitti nació en Camerino de la Marca de Anconaen 1548 y pronto adquiriría fama y prestigio. “Elmejor pintor del siglo XVI en Sudamérica” se uni-ría a los jesuitas a los 20 años, y antes de pasar aAmérica habría conocido y estudiado a importantesartistas en Roma y Sevilla. Imbuido de las ideas dela Contrarreforma intentó expresar ese espíritu si-guiendo los lineamientos de la contramaniera, lo

que se manifestóen las obras quedejó en sus lar-gos recorridosmisionales. Li-ma, Cuzco, Are-quipa, Huaman-ga, Puno, Chu-quisaca, Potosí yLa Paz conocie-

ron de su predica-ción y de la divul-

gación de sus cono-cimientos pictóricos. Bitti vivió durante al-

gunos años en Lima don-de trabajó en la decoración de

la nueva iglesia de la Compañía, que hoy conoce-mos como San Pedro. Allí en colaboración con elhermano Pedro de Vargas, realizó el retablo princi-pal, los laterales y algunos menores para las capi-llas, obras que no resistieron la violencia de los te-rremotos limeños. Se cree que su pintura La corona-ción de la Virgen (c. 1580. Sacristía de la iglesia deSan Pedro) estuvo destinada al retablo mayor deltemplo mencionado. Esta obra, que posiblementesea la primera que pintó en el Perú, presenta un ex-traño equilibrio. Observamos a la Virgen soportadapor los ángeles, en los momentos de su entroniza-ción por Dios Padre. Algunos estudiosos aseguranque dicha obra preludia la producción posterior delartista, pues encontramos en ella su inclinación porlos temas marianos, un dibujo suelto y armonioso,el alargamiento de las figuras, la caída artificial delas telas y una coloración donde destacan los ocres,rosas y azules. Por aquella misma época pintó parala misma iglesia la Virgen de la Candelaria, dondeuna hermosa madonna contorsionada en serpentina-to sostiene al niño desnudo, y cuatro ángeles portanvelas encendidas. También pertenece a este período

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Coronación de la Virgen, por Bernardo Bitti. Sacristíade la iglesia de San Pedro de Lima, circa 1580.

Virgen de la Purificación o dela Candelaria por Bernardo

Bitti. Antesacristía de laiglesia de San Pedro de

Lima, siglo XVI.

el retrato del rector de la Universidadde San Marcos, don Gerónimo Ló-pez Guarnido, que es un tempranoexponente del retratismo perua-no (Museo de Arte de laUNMSM).

En 1586, Bitti inició unprolongado viaje por el AltoPerú en donde realizó a lolargo de varios años unaabundante producción artís-tica que alterna la pintura, elrelieve, la escultura y la reta-blería. Al mismo tiempo creaescuela entre sus ayudantes, di-fundiendo en la región el estilo“a la romana”. El importante cen-tro misional de Juli, a cargo de losjesuitas, es una verdadera cantera de lapintura del Bitti, ya que en susmúltiples iglesias se puedenapreciar obras como la Asunción,la Coronación de la Virgen, unaSanta Catalina, una Santa Bárbara, un Bautismo deCristo y la Sagrada Familia de la Pera. En esta últi-ma, de esmerada factura, se puede observar “una desus virgenes más logradas así como un hermoso ni-ño de pie, desnudo y con las piernas regordetas gra-ciosamente cruzadas. San José mira al espectadorcon el rostro ladeado tres cuartos en una actitudmanierista”. También de su autoría es el San JuanBautista y el cordero místico, donde el personajeprincipal señala un resplandeciente cordero suspen-dido en un cielo recortado por la vegetación y algu-nas construcciones desperdigadas. En este caso elfondo cobra una importancia inusitada dentro de laobra. No faltarán en la región otras realizaciones es-cultóricas trabajadas en maguey, debidas al mismoartista italiano, tales como las decoraciones de losretablos de San Pedro de Acora y Challapampa.

Igualmente notables son las obras que dejó en elCuzco, ciudad en la que permaneció entre 1583 y1585, para retornar hacia 1596 y prolongar en ellasu estadía unos dos años. Entre sus pinturas en lacapital incaica destacan una Inmaculada (conventode la Merced del Cuzco) y la Virgen del Pajarito (ca-tedral del Cuzco), obra emotiva en donde Maríasostiene un niño regordete, algo que ya denota latardía influencia de la antimaniera en Bitti. Poraquellos años el maestro debió visitar la ciudad deArequipa, pues en el retablo mayor de la iglesia dela Compañía figura una Virgen con el Niño, una de

las más notables madonnas que el artis-ta pintara. En posteriores y episódi-

cos regresos a Lima, luego de suslargos periplos por el sur perua-

no, pintará la Virgen de la O (c.1600, iglesia de San Pedro), laVirgen de la Rosa (convento delos Descalzos) y la Virgen conel Niño (1592, Museo de Os-ma). En esta última creación,la Virgen muestra un escoterafaelesco y demuestra unagran ternura hacia el niño Je-

sús, lo cual la emparenta cerca-namente con la ya mencionada

Virgen del Pajarito. Tanto en unacomo en otra se adivina ya el influ-

jo de Mateo Pérez de Alesio y de suspremisas estilísticas. Bernardo Bitti

continuó pintando hasta sumuerte ocurrida en el conventojesuita de Lima, en 1610.

Hacia 1588 arribaría a laCiudad de los Reyes Mateo Pérez de Alesio, artistaitaliano de origen hispano, que introdujo los postu-lados estéticos de la antimaniera con tal éxito, que

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Retrato de Gerónimo López Guarnido(1525-1596), rector de la Universidad deSan Marcos, por Bernardo Bitti, siglo XVI.

Virgen con el Niño por Bernardo Bitti, Museo Pedro de Osma.

llegó a influenciar al mismo Bernardo Bitti. Alesiohabía nacido presuntamente en 1547 en la provin-cia de Lecce en Puglia, se había formado en Romabajo importantes maestros como los hermanosZuccaro y antes de cumplir los 30 años era yamiembro de la Academia de San Lucas (c. 1572).Está comprobado además que pintó en la CapillaSixtina un fresco sobre La disputa del cuerpo deMoisés (c. 1574), en Malta unas batallas en el Salónde los Embajadores del Palacio de la Valetta (c.1578), y varios frescos y lienzos en importantesconstrucciones como las villas de Este y Mondra-gone (c. 1575), el oratorio del Gonfalone (c. 1576),y los templos San Eligio de Roma y Santa Catalinade la Rotta (c. 1583). Al recalar en Sevilla (1583)sacó a relucir su amplia experiencia creadora y has-ta se declaró discípulo de Miguel Ángel, lo que a lapostre resultó una falsedad. Pero dicha capacidadpara propagandizar su talento daría los frutos espe-rados. Al poco tiempo consiguió importantes en-cargos como el monumental San Cristóbal de lacatedral sevillana (1584). En la misma ciudad co-noció al ítalo-hispano Pedro Pablo Morón, quien loseguirá al Perú como su principal ayudante. EnAmérica el maestro pensaba concretar sus sueñosde fama y prosperidad.

Al llegar a la Ciudad de los Reyes sus dotes artís-ticas eran bastante renombradas. Rápidamente fueaceptado por los círculos más selectos de la corte li-meña, y pintó un cuadro del virrey García Hurtadode Mendoza, honor que le permitió autoproclamar-se el “pintor de cámara de su Señoría”. Por aquellaépoca (1591) también ejecutaría el retrato de doñaMayor Bravo de Saravia, dama de aristocrático lina-je. En 1592 la familia Aliaga le encomendó la deco-ración de su capilla en Santo Domingo, y hasta1600 continuó trabajando en el mismo templo porencargo de la propia orden dominica. De esta mane-ra decoró con frescos la capilla mayor, la nave prin-cipal y las bóvedas laterales. Estas últimas fueronadornadas con unos arcángeles arcabuceros que po-drían constituir el origen de este tradicional temaen la pintura virreinal peruana. Lamentablementesólo sobreviven algunas referencias bibliográficasde estas pinturas al fresco, pues las obras desapare-cieron durante el terremoto de 1687. Felizmente nosucedió lo mismo con los lienzos que dedicó a la vi-da del fundador de la orden de Santo Domingo, se-rie que se ubica en el claustro mayor. De las 36obras que circundan el recinto se le atribuyen a Ale-sio, Santo Domingo en su cuna, La Virgen entregandoel rosario a un santo, Santo Domingo vestido de cléri-

go tiene la visión de una batalla, Cristo con la cruzhostigado por los demonios, Hombre cayendo del caba-llo y Santo Domingo con soldados y ángeles.

En años posteriores, Pérez de Alesio realizó im-portantes obras en la catedral limeña, como una ré-plica de su San Cristóbal de Sevilla, un San Pedro yun San Pablo y una serie de la Vida de Cristo. En laiglesia de San Agustín pintó el arco toral, en dondeel fundador de la orden agustina derramaba luz so-bre las plumas de ocho doctores de la Iglesia. La-mentablemente los sismos han borrado toda huellade estas obras que hacían evidente la “pureza del ar-te y primor del pincel” del autor. Son en realidadmuy pocas las pinturas de Alesio, de autoría certifi-cada, que se han salvado. Otras que le han sido atri-buidas generan fuertes controversias y arduas dis-cusiones. Es el caso de la capilla del capitán Villegas(cercana a la sacristía de la iglesia de La Merced), enla que se pueden apreciar la cúpula, las pechinas ylos arcos pintados con ángeles y escenas del Géne-sis, realizados con la técnica y la sensibilidad pro-

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San Agustín, iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes,Huánuco. Atribuido a Mateo Pérez de Alesio, 1594.

pias de un maestro educado en Italia. Algunos críti-cos asumen que es imposible que estas pinturas co-rrespondan a Alesio, pues el artista habría muertodoce años antes de que la capilla pasara a manos delos Villegas (1628). Sin embargo no se debe excluirla posibilidad de que hubiera sido pintada antes detener propietario a la vista. De cualquier modo, esuna obra que nos permite hacernos una idea del es-plendor del arte mural de la colonia temprana. Tam-bién se encuentra en entredicho la autoría de otrasobras como la Virgen de la leche (Colección Velar-de), pintada sobre plancha de cobre, o los frescos dela Vida de San Francisco del convento del mismonombre. Asimismo en la iglesia de la Merced deHuánuco se ha descubierto un San Agustín y una Ve-rónica, que podrían responder a su pincel.

La obra de Alesio concitó mucho interés en sumomento, y atrajo a una gran cantidad de aprendi-ces que se enrolaron en su taller. El ya nombradoPedro Pablo Morón presenta unos matices rafaeles-cos más intensos que los de su maestro. Está com-probado además que colaboró en algunos de loscuadros de la vida de Santo Domingo y pintó los es-cudos de los escaños del ayuntamiento en la cate-dral. Realizó asimismo un San Pedro y un San Pablopara el retablo mayor de la iglesia de San Sebastián,y posteriormente puso un taller junto con su colegay condiscípulo Domingo Gil. Muchos autores seña-lan que con el aporte del último de los nombradosse inicia la americanización del arte romanesco.También Francisco García pasó por el mismo tallery dejó una larga serie de obras como un San Pedro yun San Pablo en la capilla de la Inquisición, el reta-blo de Nuestra Señora de los Pardos de Santo Domin-go (1608) y un Cristo amarrado a la columna(1617). Otro esmerado alumno de Gil fue Pedro Be-dón de Quito, que trabajó en los escaños de la cate-dral. Pero el más destacado de todos ellos seríaFrancisco Bejarano, fraile agustino que exornó suconvento y pintó la Vida de la Virgen en doce lien-zos, así como ángeles, virtudes y algunas pinturasprofanas, además de grabados y un retrato del virreyconde de Chinchón.

Con el cambio de siglo llegó a Lima AngelinoMedoro, el tercero de los grandes pintores italianos.Pese a nacer en Roma en 1547, Medoro no recibióuna educación tan exigente como Pérez de Alesio.Su formación se realizó más bien en talleres provin-cianos, finalizándola en Sevilla, ciudad que lo alber-gó en 1586. Al año siguiente pasó a América dejan-do obras importantes en Tunja, Bogotá, Cali y Qui-to. En el año 1600 pintó para el convento de los

Descalzos de Lima una Nuestra Señora de los Ánge-les destinada al altar mayor, iniciando así una largarelación laboral con dicha congregación, que lo lle-varía a pintar después el Milagro de San Antonio(1601), un académico y cuidado San Diego (1601),y el Cristo Crucificado con San Francisco y Santo Do-mingo (1618). No concluiría allí el vínculo estable-cido con los franciscanos, pues pintaría para el con-vento de San Francisco el Grande un magnífico SanBuenaventura (1603), signado por el naturalismo yuna trabajada textura de las superficies, lo que hallevado a algunos críticos a considerarla como sumáxima obra. En la anteportería de la misma casamonástica es posible ubicar el tríptico de la Pasión,que comprende un Cristo en la Cruz con San Juan yla Virgen y una Entrada de Cristo en Jerusalem, am-bos muy maltratados por el tiempo. En el interiorde las puertas se encuentran los pasos de la Pasión.

En el muro testero del refectorio del convento deLa Merced, Medoro pintó a los miembros importan-tes de la orden, santos, santas, la Santísima Trinidad

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San Buenaventura por Angelino Medoro. Convento de SanFrancisco, Lima, 1603.

y la Virgen María. También realizó para los mismosmercedarios un retablo procesional en el que desta-ca una hermosa Virgen. Pero quizá su Santa Rosa di-funta sea su cuadro más famoso. En 1617 compusoesta obra de pequeño formato, en base a unos boce-tos que tomara de su cadáver, y al parecer no fue laúnica vez que insistió en el tema, pues se le atribu-yen dos cuadros más sobre su vida. Actualmente elpequeño lienzo se conserva en el santuario dedica-do a la santa. Por esta misma época pintó tambiénel Jesús de la Humildad y la Paciencia (ColecciónMoreyra), una devoción típicamente sevillana, don-de realiza un interesante juego de luces y sombrasdel Cristo desnudo, que realzan la postración delRedentor.

Por encargo de los agustinos, Medoro trabajó enel altar principal de la iglesia de San Ildefonso, com-poniendo la Imposición de la casulla a San Ildefonso.En 1618, luego de las grandes celebraciones que laciudad de Lima organizó en honor del dogma de laInmaculada Concepción, la misma orden le enco-mendó para la iglesia de San Agustín una Virgen In-maculada. La madre de Cristo aparece rodeada porángeles que portan los atributos de las letanías lau-retanas, convirtiéndose en un importante modeloque los artistas virreinales copiaron frecuentemen-te. El taller de Medoro atrajo a estudiantes de luga-res alejados, como lo comprueba la presencia del in-dio cuzqueño Pedro de Loayza, quien firmaba con-trato de aprendizaje en 1604. Medoro también ayu-dó a difundir “la manera italiana” por todo el país.Fue así como uno de sus principales seguidores,Luis de Riaño, viajó a la Ciudad Imperial donde di-vulgaría los cánones estéticos aprendidos en el ta-ller de su maestro, al tiempo que provocará unacriollización del contramanierismo.

Pese a la influencia que tuvo y a su vocación“popular”, los especialistas consideran que la mayorparte de la producción limeña de Medoro es de ba-ja calidad y muy dispareja. Su personal estilo anti-manierista está lejos de alcanzar la artificiosa deli-cadeza del manierismo o la osada volumetría natu-ralista del barroco inicial. Sin embargo, dejó unaprofunda huella entre los muchos pintores que si-guieron sus pautas, y modeló el gusto plebeyo trasuna retórica simple, descriptiva, incluso elemental.Al regresar a Sevilla en 1624, ciudad en donde mue-re en 1633, deja tras de sí una estela que marcaráprofundamente la pintura virreinal.

Por aquella época “romanista” se encontrabanen Lima artistas como Diego de Ocaña, quien en1599 pintó la Virgen de Guadalupe –que hoy se en-

cuentra en el convento de Santa Teresita– e ilustrónumerosas acuarelas. Asimismo Alonso Carriónpintará una Virgen para la capilla de las Ánimas dela catedral (1622). Por su parte, Pedro Reynalte deCoello, hijo y discípulo del pintor de cámara de Fe-lipe II, se estableció también en la capital, precedi-do por la fama de su progenitor. Se le otorgó el títu-lo de “Obrero mayor de la catedral de Lima”, se leencargaron muchas pinturas oficiales e inclusivepasaron por sus pinceles y telas algunos de los virre-yes. Retrató a San Francisco Solano difunto y reali-zó las miniaturas de los libros corales de la catedral.Sin embargo, su estilo anticuado y cortesano le hizoperder el favor del público y murió en la miseria en1637.

Bernardo Bitti, Pérez de Alesio y Angelino Medo-ro implantaron en el Perú el estilo romano, y susdiscípulos continuaron ese camino y lo extendie-ron. Empero, no fueron éstos los únicos extranjerosque impusieron la contramaniera y la antimaniera.Ya bien asentado el seiscientos una serie de artistasitalianos como Antonio Dovela, Juan Bautista Pla-neta, Imperiale Planeta, Gerónimo Piñoleta, y losinnominados Coberti y Romano, apoyaron la ex-pansión de las formas “romanescas”. Debe resaltar-se la enorme cantidad de frescos que acometieron,embelleciendo los templos, conventos, edificios ycasas solariegas, obras que reforzaron la fama de Li-ma. Lamentablemente nada o casi nada se conserva,pues las sucesivas refacciones y modificaciones seencargaron de destruir lo poco que dejaron en pielos terremotos de 1630, 1687 y 1746.

Esta segunda hornada de italianos fue tambiénmuy prolífica. Alguno de ellos, según los entendi-dos, debió ser el autor de la antes mencionada capi-lla del capitán Villegas. Tres frescos de la Vida de SanFrancisco en el convento de San Francisco el Gran-de, descubiertos en 1974 bajo los grandes lienzosque adornaban el claustro mayor, habrían sido pin-tados por integrantes de esta generación artística.Es el caso del Nacimiento de San Francisco, la Visiónde San Francisco en el carro de fuego y un San Fran-cisco y el loco. El resto parece proceder del pincel deLeonardo Jaramillo, tal como lo señala FranciscoStastny.

Del clérigo y pintor Juan Bautista Planeta se sa-be que realizó algunos lienzos para el convento dela Concepción, en 1625. El encargo contemplabacuatro telas sobre la Vida de San José y siete episo-dios de vidas de santos. Una década más tarde fina-liza un retrato de Santo Toribio de Mogrovejo, quesupuestamente sería un obsequio para el Pontífice.

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Dovela por su lado, pinta La re-velación de la orden (sacristía delconvento de La Merced) y doraretablos y estofa imágenes en untaller en el que figuraban apren-dices indígenas. De los demássólo se conocen sus nombres (eincluso sólo el apellido) a travésde referencias documentales. Es-tos artistas y los discípulos deja-dos por Bitti, Alesio y Medoro,se mantendrían dentro de la es-cuela romanesca, pero lenta-mente serán seducidos por loscolores, composiciones y temasbarrocos, que insurgirán a me-diados del siglo XVII.

La actividad pictórica entrelos indígenas estaba muy exten-dida en la Lima del seiscientos.Los talleres de los grandes maes-tros o de sus discípulos comen-zaron a ser lugares de congrega-ción de jóvenes indios y mestizos con vocación ar-tística. Luego se independizaban y hasta fundabantaller propio, tal como aconteció con Agustín Cer-bantes, indio de Quito que poseía un obrador en elCercado en el año 1603, teniendo como aprendiz alindígena jaujino Santiago Marca. También destacóel quiteño Andrés Rodríguez, que fue seguidor deDovela. Por su parte Marcos Silva se convirtió enmaestro y tomó como discípulo al natural Francis-co Guerra. Muchos indios artistas fueron oriundosdel Cuzco y luego retornaron a su tierra natal ayu-dando a difundir las nuevas técnicas. Los pintoresandinos de Lima se agruparon en gremio o cofradíapropios, y sus viviendas y talleres se ubicaron en unsector del Cercado (Wuffarden 1994: 592-600; Esta-bridis 1989: 113-145, Gisbert y Mesa 1982: 84;Stastny 1969: 15 y ss.; Tord 1971: 210-229, 256;Bernales 1989: 40 y ss.; Chichizola 1983).

El despertar del barrocoEn la tercera década del siglo XVII, el italianis-

mo en la pintura empezó a ceder frente al paulatinoavance del naturalismo en la pintura española. Losnuevos aires empezaban a imponerse de la mano delos artistas que cruzaban el Atlántico, a través de losgrabados y muy especialmente tras los envíos deobras últimas y novedosas. La pintura “a la romana”se replegó para mantenerse latente en las zonas in-ternas del territorio, hasta reaparecer con fuerza du-

rante el siglo XVIII, cuando el cansancio por las for-mas ampulosas y solemnes del barroco posibilitó,como reacción, la búsqueda de la delicadeza y el in-timismo.

La influencia flamenca creó cierto gusto por elrealismo y el claroscuro. Este último se insinuó alprincipio como el énfasis en los juegos de luces, pa-ra generar efectos dramáticos. Los artistas transfor-man dentro de lo posible estampas e imágenes ma-nieristas, las iluminan y articulan según los concep-tos naturalistas. Prima el tema religioso y el retrato,aunque se observa en menor medida cierta produc-ción alegórica, mitológica y profana. Habitualmentepintada sobre lienzo o al fresco, la pintura limeñadel primer tercio del XVII tendrá según J. BernalesBallesteros: “un naturalismo suave sin estridencias,armonía de colores y alguna indecisión de perfiles;celajes e interiores de tendencias de tonalidades ro-jizas, figuras de movimientos sencillos, de accionestratadas con decoro y realzadas por vestiduras he-chas con pliegues amplios y elegantes; la luz sueledestacar los objetos principales y los fondos son tra-tados sin muchas complicaciones”.

Luego de este período naturalista, comienza avislumbrarse el barroco limeño, período y estilo po-co estudiados, caracterizados por una incidenciacolorista y un interés por temas teológicos y hagio-gráficos de primera importancia. Se estila por en-tonces la copia de las estampas importadas de Flan-

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Sagitario (parábola de los invitados a la boda), por Diego Quispe Tito, de la serie delZodíaco. Catedral del Cuzco, siglo XVII.

des, y en especial de los modelos de Pedro PabloRubens. Se añade a ello un alejamiento de las for-mas simples, a cambio del seguimiento de compli-cados prototipos inspirados en la naturaleza, a dife-rencia de la expresión clásica que opta por modelosideales. En realidad, es muy difícil definir el barro-co limeño, por cuanto se aleja del purismo, defi-niéndose sobre todo por oposición al léxico ya gas-tado del italianismo y a las corrientes naturalistasque dieron vida al realismo prebarroco en España.

Un ejemplo del tránsito del romanismo al barro-co es la actividad desarrollada por el jesuita Diegode la Puente, pintor flamenco nacido en Malinas ha-cia 1586, a quien le cabría el honor de cumplir lafunción que desempeñara Bernardo Bitti dentro dela Compañía de Jesús. En 1620 habría llegado al Pe-rú luego de seguir estudios en Flandes y Roma, loque le permitió estar al tanto de las corrientes artís-ticas imperantes en Europa, y conocer posiblemen-te la pintura de Rubens o al menos sus obras prime-ras. Sin embargo pronto se adaptará al gusto reinan-te en el Perú, todavía impregnado de la impronta deBitti y de Medoro, intentando un estilo intermedio,teñido por la influencia de los últimos romanistas

de Flandes. El “padre del tenebrismo peruano”, co-mo se le ha denominado a Diego de la Puente, in-troducirá en el lenguaje artístico local el uso de unaamplia gama de tonalidades oscuras. Sin embargono todas sus creaciones poseen esta característica,pues en algunas se aprecian coloridos brillantes al-ternados con grises, sepias y negros.

Al igual que Bitti realizó largos recorridos por elterritorio del virreinato, exornando con numerosaspinturas los templos de la Compañía en Lima, Tru-jillo, Cuzco, Juli y Charcas, a pesar de lo cual es di-fícil identificar su producción. En un cuadro que sele atribuye, el Martirio de San Ignacio de Antioquía,muestra una predilección por el claroscuro y unacomposición parcelada en dos niveles, algo que sehizo común en el naturalismo español. También enla iglesia de San Pedro vemos un Cristo y una VirgenMaría con similares características. Pintó además,un San Miguel en el templo de la Inmaculada y unaÚltima Cena en el refectorio de San Francisco elGrande, obra que tuvo notable éxito y se reprodujopara los conventos franciscanos del Cuzco y Santia-go de Chile. En dicha obra se puede apreciar a Cris-to y los apóstoles sentados en una mesa redonda enla que se distinguen una vajilla de época y viandascriollas. La escena se desarrolla en un ambiente pro-pio del tenebrismo y siguiendo moldes italianos ytradiciones del realismo flamenco. De esta maneraLa Última Cena, se convierte en síntesis de la tran-sición entre la escuela naturalista y la barroca.

La transición del italianismo al barroco se puedeapreciar también en un artista criollo. La pintura deAntonio Mermejo, posible discípulo de Bitti y naci-do en Lima en 1588, se caracteriza por su admira-ble dibujo y su amplia gama cromática, y por sus te-mas que demuestran un sólido conocimiento de lasideas humanísticas. Si bien tiene algunas obras deinfluencia italiana como su María Magdalena(1626), en otros trabajos como San José y el Niñodesarrolla un elaborado estilo de filiación flamenca.En los retratos del catedrático limeño Juan de laReinaga Salazar y de Tomás de Avendaño se puedeapreciar una cierta atracción por el realismo que an-tecede al barroco en el arte propio de la Ciudad delos Reyes. Mermejo representará la aspiración de unsector cultivado, muy interesado en las novedades ycambios estilísticos ocurridos en Europa, que elgrueso público tardará en apreciar.

Entre los españoles residentes en Lima podemoscitar al clérigo sevillano Leonardo Jaramillo que re-corrió distintos puntos de nuestra geografía comoTrujillo (1619), donde refacciona el templo de San

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Inmaculada de autor anónimo. Tercera Orden FranciscanaSeglar, Lima, siglo XVII.

Agustín luego de un devastador terremoto, y Caja-marca (1635), lugar en donde dejó diversos trabajosy formó discípulos. Al año siguiente se muda a Li-ma en donde realizará un San Bernardo y una MaríaMagdalena para la capilla de la Inquisición, y suobra más importante: La imposición de la casulla deSan Ildefonso (capilla de Nuestra Señora de los Án-geles de Lima). Se trata de un gran lienzo, signadopor su correcto trazo y la buena composición, quese estructura a partir de los ademanes de los ánge-les, los cuales –tal vez para satisfacer el gusto delpúblico– nos recuerdan el estilo italiano de Alesio.Sin embargo, no sucede lo mismo con el propio SanIldefonso, trabajado en estilo naturalista. Stastnyconsidera que una buena parte de los murales delclaustro mayor del convento de San Francisco elGrande, encontrados en 1974, le pertenecen. Aduceque el tratamiento de las vestimentas y el naturalis-mo de los personajes se acercan al San Ildefonso deLeonardo Jaramillo, que contó entre sus alumnos alos artistas Miguel de Vargas, Tomás Ortiz y Juan deSotomayor.

Otros artistas transicionales fueron Joseph de laParra, quien en 1645 realizó un fresco para el cabil-do, y años más tarde el retrato del capitán Sebas-tián Fernández de Velazco (1660) y el de su majes-tad Carlos II (1668), destinado también a la alcal-día de la ciudad. Pedro Gerardo en cambio prefiereacometer una larga serie de doce lienzos sobre lavida de Sansón en 1643, obra que tiene tanta acogi-da que debe copiarla al año siguiente. TambienJuan García es un asiduo pintor, al que se le encar-gan 23 telas para la iglesia de Copacabana y un SanPedro y San Pablo para la capilla de San Pedro de laInquisición. También se firman muchos contratosde obras de diversa temática para ser utilizadas enexpresiones de arte efímero, destinadas a festivida-des profanas y religiosas de la época. Dichas mani-festaciones, que por su naturaleza no han podidollegar hasta nosotros, poseían valor artístico y reci-bieron genuina admiración entre sus contemporá-neos, quienes elogiaban su realismo y atinada fac-tura. Por otra parte era frecuente que se encargarancopias de obras europeas, lo que permitía hacermás asequibles las últimas novedades estilísticas yeducar el gusto del público.

Al llegar a la mitad del siglo XVII, encontramosuna actividad artística muy extendida en la capitaldel virreinato, por la proliferación de talleres que sibien no alcanzaron los excepcionales volúmenes dela producción cuzqueña, tuvieron amplia demandapara sus productos. Los artistas allí congregados

afirmaron su espíritu de cuerpo e intentaron agre-miarse en 1649, para evitar la competencia deslealde oficiales inescrupulosos –por lo general inde-pendientes– que vendían su producción a carpinte-ros y ensambladores, con la intención de que éstosinundaran el mercado con obras de mediocre cali-dad. La copia de estampas, que estuvo bastante ge-neralizada, dirigía la asimilación de los nuevos esti-los, sobre todo de la expresión naturalista, aunqueel gusto común permanecía fiel a los cánones delitalianismo y tenía dificultades para asimilar la es-tética del barroco de Flandes. Sin embargo, los ta-lleres más formales estaban atentos a las novedadese incubaban el germen de lo que será el particularbarroco limeño.

Pese a su generalizada sumisión, la mujer no fueajena al arte pictórico. Un testamento de 1667 nosrevela la existencia de la pintora Juana Valera, espo-sa de Joseph de Mujica, que entre otras obras, reali-zó doce telas representando a los infantes de Lara,una docena de alegorías de las tribus de Israel, elmismo número de ángeles, y veinticuatro bodego-nes que resultan bastante peculiares dentro de la

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Arcángel Rafael por Bartolomé Román. Iglesia de San Pedro,siglo XVII.

producción local. Su obra debió tener influencia deZurbarán y según ha argumentado Wuffarden, nosería extraño que fuera autora de las Doce tribus deIsrael del convento de la Buena Muerte (Estabridis1989: 150 y ss.; Bernales 1989: 40-56; Wuffarden1994: 600-607, Tord 1971: 220-233).

La madurez del barroco limeñoEn 1671 un encargo de grandes proporciones

reunió a cuatro artistas radicados en Lima, “despuésde haberlos escogido por los mejores”. Los pintoresseleccionados fueron Francisco Escobar –quien diri-gió la obra–, Pedro Fernández de Noriega, Diego deAguilera y el esclavo Andrés de Liévana. Se tratabade renovar los deteriorados o al menos “anticuados”

frescos de la Vida de San Francisco de Asís, que ro-deaban el claustro mayor de ese convento –descu-biertos recién en 1974–, y reemplazarlos por 36lienzos que cubrirían las enormes galerías que dansobre el patio. La extensa obra se ve influida por elnaturalismo flamenco y español, predominando losclaroscuros acompañados de colores cálidos. Lospersonajes de elegantes posturas parecen tomados,al igual que los escenarios, de grabados y estampas“romanistas”, pero los artífices los transforman bajoreglas barrocas, siguiendo criterios didácticos. Losescorzos alcanzan maestría y los paisajes y decora-dos arquitectónicos realzan el conjunto.

Las escenas correspondientes a la juventud deSan Francisco fueron asignadas a Escobar. El segun-

do recodo y la recta siguiente se en-tregaron a Diego de Aguilera. El ter-cer frente se le otorgó al pardo Liéva-na, quien destaca por su panel de Lacortesana tentando a San Francisco,donde ejecuta una fiel caracterologíade los tipos humanos. Finalmente aNoriega se le ofreció la cuarta gale-ría, dedicada a la muerte del seráficopadre. Los cuadros pertenecientes aEscobar alcanzan los mayores nive-les de calidad debido a sus delicadosencuadres y la calculada posición delos personajes. Destacan sobremane-ra el Nacimiento de San Francisco yLa profecía del abad Joaquín. En esteúltimo encontramos un grupo de án-geles semidesnudos antes de su caí-da, y como nota curiosa se aseguraque el autor pintó su autorretrato enla parte inferior de la obra. Tambiénson dignos de mención La visión delas armas, uno de los más interesan-tes retratos ecuestres del período vi-rreinal, mientras que en El encuentrocon el leproso y La renuncia de los bie-nes, el artista reinterpreta la icono-grafía franciscana, mostrando al san-to como un apuesto doncel, al estilode las estampas flamencas. Pero noserían éstas las únicas obras limeñasde Escobar, pues años antes (1649)había esbozado un gran cuadro para

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Arcángel Uriel de autor anónimo. Museo deArqueología, Antropología e Historia delPerú, siglo XVIII.

la cofradía de las Ánimas de la catedral, series desantos, y posteriormente (1662) diez grandes lien-zos para el retablo de San Juan de Dios en el hospi-tal de San Diego.

No menos importante en el ámbito artístico li-meño es la figura de Diego de Aguilera, criollo na-tural de Saña, que al decir de algunos especialistasera el más importante de los cuatro convocados a larealización de la obra. De su producción previa pue-den resaltarse los grandes lienzos para el claustroprincipal de Santo Domingo (1661), los frescos delas bóvedas y muros de la capilla de la cofradía delRosario de los Pardos, ubicada en el mismo conven-to (1666), y en 1669 la nave del templo de Santa Ca-talina con una docena de paños con los apóstoles ydieciséis de los patriarcas, todos de tamaño natural.

Otra serie pictórica importante de este períodobarroco, pero de una orientación fundamentalmen-te distinta, será la dedicada a Santo Tomás de Aqui-no en el salón general del convento de Santo Do-mingo. Su desconocido autor nos revela un estiloanacrónico con poco conocimiento de la perspecti-va y el volumen, pero que presenta un inusual inte-rés por los elementos anecdóticos, el lujo de las ves-timentas, los decorados y los mobiliarios, que nosremiten a los grabados flamencos. El barroco lime-ño ya se va asomando en su colorido vibrante y susmatices rojizos.

Dentro de los gustos artísticos de la época, laobra de Cristóbal Daza gozó de un favor sin prece-dentes. Al decir de sus contemporáneos “por él mi-ra sin envidia el Perú a los Herrera y los Murillos”.Concitaban admiración una Huida de Egipto prepa-rada para la capilla de los condes de Santa Ana delas Torres en la catedral, y una Inmaculada Concep-ción para la cofradía de Santa Ana, terminada en1684. Se cree que pintó asimismo el retrato del vi-rrey marqués de Castelfuerte, un biombo paisajistay algunos cuadros de tema bíblico y mitológico co-mo el David y la Andrómeda, que se declaraban en-tre los bienes del oidor Bravo de Lagunas. Otro pin-tor del momento fue Joseph de Orsera, quien en1670 realizó dieciocho lienzos para la bóveda de lacapilla mayor del monasterio de Santa Clara, seissantos de tamaño natural (1662) y diez bodegonespara un particular.

Entre otras interesantes obras del período pue-den citarse El juicio del alma, realizada para el con-vento de Nuestra Señora de los Ángeles y firmadaen 1678 por Nicolás de Oliva “el Mudo”, una SantaCasilda ricamente ataviada a la manera sevillana(Tercera Orden) y los retratos del virrey conde de

Lemos (palacio de Gobierno), y de Juana de Valdezy Llano, obras éstas de tres anónimos pintores queson una pequeña muestra de un amplio universo deartistas que participaban en el dinámico y rentablemercado pictórico limeño. Todos ellos asumieron larestauración y redecoración de los templos y monu-mentos de la ciudad, destruidos por el terremoto de1687.

Al finalizar la centuria del 1600, la concienciacriolla que valora su tierra y su urbe encuentra par-ticular deleite en la representación de paisajes cita-dinos, en concordancia con las exaltadas descrip-ciones que los españoles americanos incluían en suspoemas y opúsculos. Fruto de esta preferencia es uncuadro de la colección de los duques de la Almudiade Sevilla (1680), en el que se aprecia la plaza Ma-yor de Lima, las edificaciones de época, el movi-miento comercial y el ambiente local que la caracte-rizaba. El mismo año, el afamado Cristóbal Dazapintó un biombo en el que se apreciaba la plaza deArmas, otorgándole gran importancia a la arquitec-tura, las fiestas que se celebraban en ella y muchosdetalles anecdóticos. De este período son tambiendos lienzos apaisados del monasterio de la Soledad,que reviven escenas de la procesión del Viernes San-to, realzando la arquitectura que rodeaba la plaza yla etiqueta barroca que regulaba el desplazamientode los estamentos de la sociedad durante dicha fes-tividad religiosa. Estos cuadros de altísimo valorhistórico y sociológico nos permiten contar con unaimagen de la vida cotidiana virreinal, sus autorida-des civiles y religiosas, los caballeros de órdenes,los cofrades, los religiosos y sacerdotes, las andas ylas imágenes y el fervor de la multitud. Algunos es-tudiosos atribuyen estas dos obras a Gerónimo To-rres Ahumada.

Mención aparte merece la iconografía angélicaen la pintura colonial peruana, dadas su vastedad yrecurrencia. Aunque los ángeles constituyen unatemática de raigambre medieval, su interés fue rea-vivado por motivos teológicos y convertido en ob-jeto de devoción durante el cinquecento. Luego, através de las diferentes versiones y contraversionesdel manierismo, terminó ejerciendo una profundainfluencia sobre la conciencia artística andina, des-de las épocas tempranas de la colonización. Los án-geles que Alesio pintó en la bóveda principal deSanto Domingo de Lima tendrían, según Mesa yGisbert, un carácter precursor de la amplia difu-sión posterior de estos motivos. Otro eslabón im-portante de esta cadena iconográfica fue la serie deángeles de la iglesia de San Pedro de Lima (c.

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1635). Estas siete pinturas representando a Miguel,Gabriel, Rafael, Sactiel, el ángel de la guarda, Bara-quel y un querubín, han sido atribuidas al pintormadrileño Bartolomé Román, por las similitudesque guardan con otros personajes angélicos exhibi-dos en los conventos de las Descalzas y de la En-carnación de Madrid. Posiblemente estas obras,donde “los gratos colores y soltura en el dibujo ymodelado revelan a un pintor de buen oficio, sobretodo en el tratamiento de las anatomías que se tras-lucen bajo las vaporosas vestiduras, grebas y cotur-nos”, tienen un referente en los grabados realizadospor el flamenco Peter de Jode (Estabridis 1989:163; Bernales 1989: 44-56; Wuffarden 1994: 602-607; Tord 1971: 227-233).

La influencia foráneaEl influjo hispánico sería determinante en la

pintura virreinal, aun cuando la temprana llegadade un grupo de excepcionales artistas de formaciónitaliana permitiera al mundo hispanoperuano gozarde una producción de calidad semejante a la de lasgrandes capitales europeas. Pero la iconografía y lasensibilidad previas, las formas de vida y el ambien-te colonial obligaron a estos autores a considerar enparte algunos criterios del arte hispánico. La pre-sencia española se hará más notoria durante el siglodiecisiete cuando la pintura barroca española, espe-cialmente la sevillana, llegó a su máximo esplendor.Extensas series y colecciones traídas por particula-res para un uso doméstico, institucional o religioso,afirmaron su vigencia. Y siguiendo las preferenciasdel público floreció un activo comercio artístico, ba-jo el rubro de “bagatelas” y géneros, recibiendo loscapitanes de barco una comisión por estas ventas.Grandes traficantes de arte como Miguel Güedesllegaron a comerciar cifras realmente sorprenden-tes. La relación comercial establecida entre Sevilla yel Perú, regida por estrictas leyes y reglamentos,rindió pingües dividendos a los artistas y comer-ciantes hispalenses, hasta que a mediados del sigloXVII, América comenzó a emanciparse artística-mente, pasando a depender de sus propios y pujan-tes talleres. Los artistas sevillanos se enfrentaron ala ruina cuando en el siglo XVIII se trasladó a Cádizla Casa de Contratación, y el comercio con las In-dias huyó hacia otros puertos abiertos a lo largo yancho de la costa peninsular.

No fueron pocos los pintores españoles que en-viaron obras al Perú. Una relación sucinta de ellasno puede dejar de mencionar al castellano VicenteCarducho y su Juicio Final (1627), que se encuentraen la catedral; a Alonso Cano de Granada, autor devarios Cristos crucificados; al asturiano Juan Carre-ño de Miranda, autor del San Sebastián (capilla delos Obispos de Nuestra Señora de los Ángeles); alcatalán Francisco de Ribalta, autor del San José delmonasterio de la Encarnación; al valenciano José deRibera, de gran predicamento en los círculos artísti-cos de Huamanga; al sevillano Bernabé de Ayala,con su Virgen de los Reyes (1622) y la Virgen del So-to (convento de Nuestra Señora de los Ángeles).Tampoco debemos olvidar al pintor, teórico artísti-co y suegro de Velázquez, Francisco Pacheco, quienenvió algunos de los lienzos de la vida de Santo Do-mingo para el claustro mayor de dicho convento en

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San Jerónimo por Francisco de Zurbarán. Convento de laBuena Muerte, Lima, siglo XVII.

Lima. Tampoco al mulato Juan de Pareja, quien fue-ra servidor del autor de “las Meninas” y pintara unDescendimiento de la Cruz, y al archiconocido Do-ménico Theotocopoulos, “el Greco”, a quien se leatribuían dos cuadros en el Perú. Uno constituía elorgullo de la pinacoteca del obispo cuzqueño Ma-nuel de Mollinedo, y el otro era un lienzo sobre eltema de La adoración de los pastores, que se ubicabaen el hospital de San Andrés de Lima.

Francisco de Zurbarán ocupó también un papelmuy importante en el desarrollo de la estética vi-rreinal. Su estilo llegó a alcanzar gran respetabili-dad entre los artistas de Indias, y sus envíos a Limarealizados durante la época de su mayor fama, des-lumbraron a los conocedores y amantes del arte. Sutalento, según señala Bernales Ballesteros: “no de-bió pasar desapercibido; su manera de resaltar lasfiguras, que lo dominan todo pese a la sencillez ysobriedad que poseen, probablemente fueron en-tendidas como un aproximarse por el mundo de lasrealidades tangibles hacia lo trascendente, pues nodescuida lo accesorio y el paisaje, dado que sonmotivos complementarios que ambientan a suspersonajes”. Zurbarán practica un realismo con-templativo, donde incluso lo común y cotidianoadquiere un tono místico, razón que lo convirtióen el pintor preferido de la religiosa sociedad lime-ña del siglo XVII.

Entre 1637 y 1647 se trajeron varias remesas deobras suyas destinadas a iglesias, conventos y domi-cilios particulares, de las cuales algunas se encuen-tran perdidas. Es el caso del lote de 1647, enviadoal monasterio de la Encarnación, consistente endiez cuadros de la vida de la Virgen y veinticuatroSantas Vírgenes; y la muy sugerente serie de 1649cuya temática gira en torno de los Doce Césares a ca-ballo. Se conservan en cambio, la serie del Aposto-lado del convento de San Francisco el Grande de1638, y un Cristo crucificado que vino con ellos,siendo ésta la colección de mayor valor pictóricoperteneciente a su producción. Se pueden apreciartambién los trece cuadros de los fundadores de ór-denes que llegaron al convento de la Buena Muerte(1639); y la serie de los Arcángeles del monasteriode la Concepción (1647). Se supone además que unSan Guillermo de Aquitania y más de un Cristo ago-nizante pueden pertenecer a su pincel. Aun cuandola cantidad de “zurbaranes” es bastante grande yjustifican la determinante influencia que tuvieronen el gusto de la época, debemos remarcar que esteefecto se vio multiplicado por las copias locales, li-meñas y cuzqueñas, que se realizaron hasta el siglo

XVIII, y por la abundante importación de obras desus epígonos sevillanos.

Con un estilo colorista y nostálgico propio delbarroco tardío sevillano, el hispalense BartoloméEsteban Murillo ejerció también una notable in-fluencia en Lima, hasta bien entrado el siglo XVIII.En tiempos pasados se presumía la existencia en elpaís de una gran cantidad de cuadros suyos, dadoel singular influjo que tuvo en nuestros pintores.Sin embargo los estudios e investigaciones actuales,como los de Jorge Bernales Ballesteros, parecenconfirmar que casi todos son pertenecientes a susimitadores y copistas. Luego de realizar un detalla-do reconocimiento, se han encontrado dos obraspertenecientes a la esfera del pintor. Destaca en pri-mer lugar el San José y el Niño en la capilla de ejer-cicios del convento de los Descalzos, el cual es

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Profeta Elías por Francisco de Zurbarán. Convento de laBuena Muerte, Lima, siglo XVII.

considerado una reproducción de taller del originalen poder del Ermitage de Leningrado. La copia esúnica “tanto por la exactitud de los detalles y her-moso colorido, como por la delicadeza de los be-llos rasgos del Niño, reproduciendo con absolutafidelidad a las creaciones del maestro, lo que nosiempre se consigue en copias”. Por otro lado en lacolección Poli se encuentra un excepcional bargue-ño de 1657, con veintiún cobres pintados y firma-dos por el maestro.

Distinta fue la situación en el pasado. Así, en elconvento de la Buena Muerte debieron existir hastael siglo XIX una Inmaculada Concepción y una Sa-grada Familia de Murillo, que lamentablemente sa-lieron del país. Un San Antonio, un San José, un SanFelipe y un San Juan Bautista de la renombrada pi-nacoteca de los Ortiz de Zevallos dieron lugar a mu-chas conjeturas. También se menciona un célebre yoriginal Niño Jesús dormido que tuvo muchos admi-radores locales y sirvió de modelo para multiples re-producciones.

Singular importancia en la evolución pictóricalimeña alcanzaron los envíos de Juan de ValdezLeal, el último de los grandes maestros sevillanos.Se asume que la serie de la Vida de San Ignacio deLoyola en la iglesia de San Pedro de Lima, es pro-pia de su pincel. Se trata de ocho lienzos colocadossobre los arcos de las naves laterales, que habrían si-do realizados hacia 1668. A diferencia de sus lien-zos conservados en la capital hispalense, este “pin-tor de barrocos temperamentos, visible en sus com-posiciones dinámicas y de cálido colorido”, presen-ta en los cuadros limeños un gran interés por los es-cenarios y la perspectiva, que no se detecta en suobra europea, lo que permite suponer que contócon un discípulo de gran talento. En su tiempo, elsevillano despertó gran interés y sus trabajos fueroncopiados con frecuencia, como lo manifiesta La vi-sión de San Ignacio de Cristo con la cruz a cuestas(iglesia de la Inmaculada) y otras composicionesrealizadas en el Cuzco. En cambio, no parecen per-tenecer a su pincel las Cabezas degolladas de santosque en otro tiempo le fueran atribuidas.

La presencia flamenca en nuestra pintura tam-bién fue notoria desde los primeros momentos de lacolonización peruana. Bástenos recordar los mode-los gótico-flamencos que sedujeron a los conquista-dores y que fueron muy demandados al principio dela colonia. Por lo general la confección de estasobras de arte se encargaba a los artistas locales, o ensu defecto las tablas se adquirían a través de allega-dos o familiares de ultramar. No en vano Amberes

se convirtió en un gran mercado de exportación deobras de arte, de tablas como la aún existente de laVirgen y el Niño (col. particular), donde se apreciaen todo su apogeo el renacentismo flamenco, abun-dante en paisajes con ríos y montañas, elementoséstos que cautivarán a los pintores cuzqueños de lacenturia siguiente. Otros testimonios interesantesson la Virgen con el Niño en tela (col. Orihuela delCuzco), del círculo de los Metsys; La presentación deJesús al pueblo (col. particular Lima), obra primitivadel cinquecento flamenco; o la pequeña madera po-licromada en la que se representa el Cristo muerto,conservada en el convento de Nuestra Señora de losÁngeles.

Conviene tener presente que la influencia fla-menca y alemana tuvo un definitivo impacto no só-lo en las nuevas tierras, sino también en la Metró-poli. Alemanes como Durero y los Kubler, por citarsólo algunos, gozaban de gran aprecio entre los ar-tistas españoles. Flamencos y por extensión alema-nes, ejercieron de esta manera un influjo muy gran-de en la formación estética de los americanos, locual se hizo patente a través de variados caminos: elarribo de algunos artistas de la región como Diegode la Puente; las remesas de obras de pintores, tan-to arcaicos como nuevos tras el eco de su fama eu-ropea, y la difusión de las muy populares estampas.

Particularmente interesante resulta el fenómenode la masiva divulgación de los grabados e impresosde Amberes, el principal centro editorial de la épo-ca. Amparadas por la política imperial de los Habs-burgo, se establecieron prósperas imprentas comola de Hieronimus Cock –que “vendía a los cuatrovientos”–, el “Lirio Blanco” de Philipus Galle y lamuy famosa y productiva casa editorial de “Plantiny Moretus”. Todas ellas extendieron por el mundola iconografía relacionada con pasajes bíblicos yevangélicos, una serie de episodios hagiográficos,motivos teológicos y resucitadas leyendas medieva-les, de acuerdo a la exigente ortodoxia de los postu-lados tridentinos.

La producción de los grabadores flamencos atra-vesó tres períodos importantes. A fines del siglo XVIse ve una clara influencia italianista y tridentina. Apartir del segundo tercio del siglo XVII aparece elgenio de Rubens y los artistas gráficos se someten ala estética de su escuela. Pero a comienzos del sete-cientos, el barroco tardío que impregna las estam-pas y grabados cae en la reiteración y el amanera-miento. Entonces su vigencia comienza a declinar,seguramente como efecto de una saturación con-ceptual y visual. Sin embargo, la antes citada edito-

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rial “Plantin y Moretus” seguirá enviando sus pro-ductos a Lima, aún en 1844. Una difusión de tal al-cance precisaba de un ejército de grabadores, dies-tros en el dibujo sobre planchas de metal, que la im-prenta se encargó de reproducir hasta el hartazgo yrepartir por el mundo. Los evangelizadores y misio-neros contaban con legajos de dichas imágenes in-cluso en alejados parajes de la India, la China y elJapón o la América, todavía ignota.

Estas estampas y grabados fueron una fuente deinspiración para los artífices europeos y sobre todopara los talleristas virreinales, deseosos de mante-nerse fieles a la ortodoxia y de estar informados delas novedades metropolitanas. La imaginación deAlesio se nutrió de ellos y está documentado queantes de partir de Sevilla rumbo al Perú, compróun libro con dibujos de Durero y otro de grabadosde diversos autores. Algunos dueños de taller, co-mo el neogranadino Baltazar de Figueroa, tenían“seis libros de santos con estampas para las pintu-ras”, además de 1 800 grabados y un libro de dibu-jos de arquitectura. Estos materiales gráficos influ-

yeron de manera decisiva en los artistas de Lima yel Cuzco, generando desde sencillas y descaradascopias, hasta creaciones formidables. En muchoscasos el artista abordaba la temática y desarrollabalas posturas o la composición general de las estam-pas, pero agregaba los contrastes, los colores, la at-mósfera, profundizando el tratamiento psicológicoy aportando un sinnúmero de innovaciones, quehacían de la “reproducción” una creación original.Este proceso, común a los artistas europeos, seemuló por doquier, tanto en los talleres andinos delCuzco como en las casas de artistas hindúes o japo-neses, que trataban de representar a su modo laiconografía cristiana.

Pero las estampas no fueron la única fuente deinspiración. La llegada de obras de los grandesmaestros flamencos jugó también un importantepapel en la difusión de nuevos cánones estéticos. Lapintura flamenca gozaba de gran prestigio, más alláde consideraciones estilísticas, por la variedad y di-versidad de su temática, que recreaba no sólo elmundo religioso sino también el profano. No fueronextraños cuadros y lienzos en los que se sucedíanescenas de cacería y montería, actividades de la vi-da cotidiana o la representación de idílicos paisajesy animadas escenas mitológicas, históricas y alegó-

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Portada de Hvmanae Salutis Monvmenta, impreso en lostalleres de Christopher Plantin, en Amberes, en 1575. En 1589,al fallecer Plantin, fue sucedido por su hija Martina, casada conJan Moretus, iniciando una brillante etapa editorial de laimprenta Plantin-Moretus.

Grabadoaparecido en el

HvmanaeSalutis

Monvmenta.

ricas –tampoco faltaron bodegones y naturalezasmuertas– que dejaron una profunda huella en elgusto de los artistas cuzqueños.

Durante el siglo XVII la pintura de Rubens fuefundamental y paradigmática porque modificó lamanera de pintar de su época, llevando a sus con-temporáneos “a dejar el claroscurismo de origen ve-neciano o ‘caravaggista’ para insertarse en una pin-tura vitalista, pletórica de color y movimiento, consensualidad y vibrante naturalismo, caracteres to-dos de la más rancia estirpe barroca”. Los limeñosno fueron indiferentes a los cambios que introdujoRubens y hasta tuvieron la suerte de admirar un au-téntico lienzo del maestro. La célebre Huida a Egip-to fue donada por el virrey conde de Lemos a la ciu-dad de Los Reyes y se exhibía en la iglesia de los De-samparados.

El propio Rubens entendió que tenía que difun-dir su propuesta recurriendo también a las estam-pas. Para cumplir tal cometido escogió a un grupode grabadores de línea dulce, que pudieran repro-ducir sus obras, respetando los efectos peculiares desu estilo. De este modo, cuadros como los de la Pa-sión de la Tercera Orden de los Descalzos, y los dela capilla de la penitenciaría de San Pedro, parecenestar inspirados en sus grabados. En otros casos losintegrantes de su taller trataban de emular al maes-tro, realizando copias y haciendo en ocasiones cua-dros de gran calidad. Ésta debe ser la procedenciade los lienzos existentes en el Cuzco y en Juli quese atribuyeron al pincel de famoso pintor. En elCentro Misional de Juli destaca una serie dedicadaa la Pasión y unas alegorías de las Virtudes. En la pi-nacoteca de los Ortiz de Zevallos varias obras se re-putaban como provenientes del genio de Flandes,aunque es probable, al igual que en los casos ante-riores, que se tratara de copias de taller.

El virreinato contó también con varias obras deVan Dyck, el mejor discípulo de Rubens, destacan-do el cuadro de La visión de San Agustín (col. parti-cular), copia del existente en Amberes y hecha porel propio autor. En el convento de la Merced delCuzco se encuentra una copia de La Sagrada Fami-lia, y en el convento de San Francisco una variantede La Piedad. Existen también réplicas, de diferentefactura, de la Coronación de espinas y del Cristo ago-nizante, esta última de particular éxito en su épocapues siendo el original de Rubens, fue copiada des-pués por Van Dyck, convirtiéndose a su vez en unmodelo muy solicitado por los artistas locales quelo reprodujeron en gran número de telas. Simón deVos también salió del taller de Rubens y siguiendo

su estilo pintó para el monasterio de la Concepcióndoce lienzos de la vida de la Virgen y otra docena deescenas referidas a historias del Antiguo Testamen-to, de gran colorido y un interés particular por losdetalles anecdóticos (Wuffarden 1994: 603 y ss.;Bernales 1989: 35, 62-74, 78, 84-102; Tord 1971:202, 233-237; Gisbert y Mesa 1982: 84, 111-112;Stastny 1967: 35 y ss.).

El siglo dieciochoPese a que el siglo XVIII comienza con buenos

augurios, la actividad pictórica en la capital entraráen una etapa de declive y aletargamiento. En 1702,el virrey conde de la Monclova encarga a GregorioSánchez los frescos de su gabinete en el palacio deGobierno con los escudos reales de todos los sobe-ranos españoles y de los gobernantes del Perú has-ta su mandato. Pero ello no basta para dinamizar elambiente pictórico de la capital, que ve paulatina-mente cómo la escuela cuzqueña va copando todoslos mercados de arte del virreino. Las nuevas edifi-caciones públicas van siendo engalanadas con telasimportadas del Cuzco y algo semejante sucede enlos domicilios particulares. El viajero francés Ama-deo Frezier se sorprende de la cantidad de telas cuz-queñas en las casas de Lima y expresa –con pocasensibilidad– que abundan “una cantidad de maloscuadros hechos por los indios del Cuzco”.

Los dominicos no se sustraen a la nueva tenden-cia y en 1730 encargan a los talleres cuzqueños lavida de Santo Tomás de Aquino destinada a su salacapitular. Así mismo, el claustro de San Agustín re-cibe una serie de 38 cuadros de la vida del fundadorde la orden, pintados por el cuzqueño Marcos Zapa-ta. A esto se suma la activa presencia de una elite in-dígena que intenta demostrar su entronque con lasangre de los antiguos dignatarios cuzqueños, comoforma de hacer valer sus privilegios y preminencias.Cuentan para ello con el apoyo de ciertas órdenesreligiosas que estimulan el despliegue iconográficode linajes incaicos, matrimonios de coyas y con-quistadores, y demás temas relacionados con estedespertar del nacionalismo inca. Pero dicha afirma-ción en el plano del arte se verá bruscamente inte-rrumpida por el debelamiento de la revuelta de Tu-pac Amaru, luego del cual se procederá a confiscar,esconder o destruir toda representación que alienteel reavivamiento del pasado y la memoria indígena.

Mientras se extiende la influencia de la pinturacuzqueña en la capital, el arte limeño se ve amena-zado por los estereotipos y la falta de imaginación,de los que sólo se salvan algunas pocas obras como

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el Robo de la Santa Eucaristía de la catedral y Laprocesión del desagravio en la iglesia de Santa Libe-rata, lugar en donde fue recuperada y por lo cual seconstruyó el templo. Estos dos cuadros muestranuna severa tendencia documentalista y describenpaisajes urbanos del período. Otra veta importanteserá la nueva retratística inspirada en la moda delportrait francés. Los personajes de la época seránrepresentados en grandes formatos y luciendo lujo-sos ropajes según la moda imperante en los am-bientes cortesanos. Destacan dentro de esta co-rriente Miguel Adame, Lorenzo Ferrer y VenturaAzabache.

El marasmo de los artistas limeños comienza adisiparse sólo a mediados del siglo XVIII, cuando eloidor Pedro Bravo de Lagunas y Castilla, dueño deuna vasta pinacoteca europea, inicia un importantemecenazgo entre los artistas de la capital. El portraitrococó se generaliza y perfecciona, dejándonos en laobra de Cristóbal Lozano, Cristóbal de Aguilar, Joa-quín Bermejo y Julián Jayo, una gran galería de lasprincipales autoridades y personajes de la aristocra-cia criolla. También coinciden en el período algu-nos pintores religiosos de inspiración como Fran-cisco Martínez y Joaquín de Urreta. Hacia mediadosde centuria la actividad pictórica se enrumbará ha-cia el academicismo, para posteriormente, ya a laspuertas del siglo XIX, arribar al neoclasicismo. La-mentablemente los límites cronológicos del presen-te texto nos impiden examinar los desarrollos al-canzados en este período (Wuffarden 1994: 608;Tord 1971: 238; Bernales 1989: 103 y ss.).

LA PINTURA EN EL CUZCO

A la llegada de los españoles, la pintura nativaestaba lejos de constituir un arte con la fisonomía yla tradición que ostentó en Occidente. Sin embargose tienen noticias de ciertas decoraciones pintadassobre rocas camino al Collao, referidas por Garcila-so cuando pasó por allí; de algunos murales en lashuacas y templos, y de las hermosísimas pictogra-fías de los keros o vasos ceremoniales. Por ello elarribo de las formas artísticas europeas y sus depu-radas técnicas tuvo un decisivo impacto en las men-talidades andinas, lo que fue aprovechado para aco-meter la evangelización de los naturales. Ya en elmismo concilio de Trento (1545-1563) se recomen-dó: “enseñar por medio de las historias de los mis-terios de nuestra Redención contenidas en pinturasy otras representaciones (para que) la gente se ins-truya y se forme en los artículos de la fe”.

Como se recordará, las primeras pinturas traídaspor los españoles fueron pequeñas tablillas o lien-zos de anticuada y provinciana factura, que retrata-ban sus devociones particulares. En casos excepcio-nales arribaron a estas tierras obras de calidad, porlo general de origen flamenco, como la notable ta-bla de la Virgen con el Niño, perteneciente al círculode Quintín de Metsys (el célebre retratista de Eras-mo de Rotterdam), o la tabla de la colección Bercke-meyer signada por un enigmático “Loayza Pintor”.

Pronto la pintura acompañó la vida de las pobla-ciones andinas. Garcilaso de la Vega cuenta que in-mediatamente después de la rebelión de Manco In-ca se procedió a pintar la imagen del apóstol Santia-go, por su intercesión durante el sitio de la ciudad:“pintaron al señor Santiago encima de un caballoblanco con su adarga embarazada y la espada en lamano, y la espada culebreada; tenía muchos indiosderribados a sus pies, muertos y heridos. Los indiosviendo la pintura decían: un Viracocha como éste erael que nos destruía en esta plaza...”.

Muchos documentos pertenecientes al períodode cierta calma que se abrió tras estos episodios nospermiten conocer a un nutrido grupo de creadores,donantes y compradores redactando contratos enlos que se estipulan las condiciones y característicasde las pinturas. Las referencias documentales seña-lan que en 1545 establecieron trato Juan Gutiérrezde Loyola, Juan de Fuentes y Francisco de Torrespara realizar el altar principal de la iglesia mayor dela ciudad del Cuzco.

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En 1711 fue robado un copón con cien hostias consagradas dela parroquia del Sagrario, causando gran alboroto en la ciudad.Su posterior hallazgo, en el lugar donde actualmente se erige laiglesia de Santa Liberata en el Rímac, fue motivo de algarabíapopular. Para conmemorar este hecho el virrey obispo DiegoLadrón de Guevara mandó pintar el lienzo La procesión deldesagravio.

Tiempo después Pedro Cáceres firmó variosacuerdos para una serie de obras para las órdenesreligiosas de la antigua urbe imperial. Hacia 1565 yase pueden encontrar obras importantes estética-mente hablando, como la Conversión de San Ginésen el convento de San Francisco, de marcado arcaís-mo pero coherente con la decoración y la vestimen-ta de la época de Felipe II; La misa de San Gregorio(Museo Histórico del Cuzco) y la Virgen de la Mer-ced en la iglesia de San Cristóbal. En esta última, sinfirma a la vista, “la imagen central está acompañadade sacerdotes dominicos que la contemplan desdeunas tribunas. A los costados penden exvotos y ya-cen arrodillados dos ángeles, de perfil. En la parteinferior se aprecian unos donantes al lado de San-tiago el mayor, San Roque y otros personajes”.

A estas precoces manifestaciones cuzqueñas sesumaría otro pintor anónimo, conocido como el“Maestro de la Almudena”, y en el que muchos hanquerido ver a Pedro Santángel de Florencia. El des-conocido autor pintó para el retablo de la Virgen dela Almudena tres interesantes tablas: La adoraciónde los Reyes, La adoración de los pastores y Los despo-sorios de la Virgen. Bajo los preceptos de un rena-centismo cinquecentista resaltan las maneras pro-vincianas que se exteriorizan por ingenuas perspec-tivas y figuras de poca individualización. Sin embar-go, la aparición del “romanismo”, introducido en laregión por Bernardo Bitti, cambiará drásticamenteel panorama pictórico cuzqueño.

La actuación del virrey Toledo, durante cuyo go-bierno se organizaron numerosas “reducciones” deindios, modificó el patrón de asentamiento de la po-

blación y exigió el trazado de aldeas y pueblosalrededor de plazas e iglesias cristianas. Losflamantes templos, que se multiplicaron pordoquier, fueron decorados con murales queapoyaron la evangelización, y el sometimien-to indígena a las reglas de “policia y buen go-bierno”. Las paredes de las largas naves de es-tas iglesias poseen artesonados al modo mu-déjar, y se adornaban con telas pintadas quependían sin bastidores, a las que se denomi-naron colgaduras. Los muros también servíande soporte a instructivos murales donde senarraban episodios como La batalla de Clavijo–en la que Ramiro I de Castilla venció al Is-lam–, o series doctrinales como El alma cami-no del cielo. En 1572, durante su larga visita alos pueblos del Perú, Toledo encargó a lospintores indios del Cuzco la realización deuna serie de obras que refirieran la genealo-

gía de los incas, la captura de Atahuallpa y tambiénvistas paisajísticas de la ciudad. Ellas serían obse-quiadas al soberano español, aunque se presumeque muchas incrementaron la pinacoteca personaldel virrey. Las obras recibidas por Felipe II tuvieronun triste final, porque resultaron siniestradas en elsiglo XVIII, durante los incendios ocurridos en elAlcázar de Madrid y en el palacio del Buen Retiro.

En 1583, con el arribo de Bernardo Bitti, empe-zaría una nueva era pictórica en el Cuzco. Su pri-mer trabajo en la ciudad fue la decoración de la pri-mitiva iglesia de la Compañía que ejecutó pronta-mente. Durante sus dos estancias (1583-1585 y1596-1598) realizó una inmensa labor con la cola-boración del hermano Pedro de Vargas, gran partede la cual desapareció con el catastrófico sismo de1650. La principal obra que acometió fue el retablomayor de la iglesia de los jesuitas, que debió tenertres cuerpos y tres calles, con perfiles arquitectóni-cos renacentistas y tablas y esculturas de medio bul-to entre columnas policromadas, a juzgar por el querealizó en la misión de Juli, de características simi-lares. De su producción en la iglesia de la Compa-ñía se conservan cinco de las tablas realizadas por elmaestro, dedicadas a San Sebastián, Santiago, SanIgnacio de Antioquía, Santa Margarita y San GregorioMagno, esgrafiadas, estofadas y realizadas en ma-guey de acuerdo a técnicas indígenas, ante la caren-cia de maderas finas. También se sabe que pintó alfresco el Juicio Final, la Gloria y el Infierno, sobre losmuros de la nave principal y el altar mayor, que seecharon a perder por el mismo terremoto. Además,a su pincel se debería el retrato de Jerónimo Ruiz

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Escorpio (parábola de los leñadores estériles) por Diego Quispe Tito,de la serie del Zodíaco. Catedral del Cuzco, siglo XVII.

del Portillo, que instauró la Compañía de Jesús enla ciudad, y algunos óleos como la Inmaculada, y laAsunción, ubicados en el templo de la Merced. Algu-nos autores le atribuyen La Virgen del Halcón, queformaba parte del altar de la Santísima Trinidad de lacatedral. Sin embargo su maniera rafaelesca posible-mente pertenezca a alguno de sus continuadores,como Pedro de Vargas o José Avitavili.

El sur andino no tuvo la suerte de recibir la visi-ta de los otros dos grandes pintores “romanistas”que arribaron a Lima, Alesio y Medoro, pero susobras y sus características estilísticas llegaron tem-pranamente de la mano de sus discípulos, impac-tando a algunos artistas locales, quienes pronto em-pezaron a pintar copias de La Virgen de la Leche, ola célebre Inmaculada Concepción. Artistas como Pe-dro de Loayza y Luis de Riaño fueron también acti-vos difusores de la nueva estética en el Cuzco. A fi-nales del siglo XVI encontramos muy activos a algu-nos artistas como Juan Ponce y el mestizo PedroSantángel de Florencia, ambos sin obra identificada.De otro lado tenemos una larga serie de interesantespinturas, con cierto influjo manierista y hasta elmomento sin autor conocido, tales como Los despo-sorios de la Virgen y San José con el Niño de la Reco-leta, El taller de Nazareth y un Cristo crucificado conSanto Domingo y San Francisco, ambos en el con-vento de San Francisco. Con estas característicasubicamos también una nada descollante Natividadde la Virgen en el convento de Santa Catalina, y unalarga serie de obras repartidas en los pueblos aleda-ños, como una Adoración de los Reyes en Puquiara,y un Santo Tomás en oración en Maras.

La influencia manierista sí ha dejado una huellamás vívida en los murales que algunas iglesias ale-jadas han podido conservar, a pesar de los terremo-tos y las remodelaciones. Varias se remontan al sigloXVI como el fresco de la Virgen Inmaculada de laiglesia de San Jerónimo, en donde vemos a la Reinade los Apóstoles rodeada por las letanías lauretanas,o la no menos interesante viga mudéjar del presbi-terio de la iglesia de Checacupe en la que se presen-ta el rostro de la Madre de Cristo realizado según“una factura medieval, con evocaciones románicas ybizantinas. Esta Virgen de Checacupe, pintura edi-ficacional sobre madera quizá sea la pintura más an-tigua del Cuzco”. Las pinturas de las techumbres ylas vigas del presbiterio de la iglesia de Andahuayli-llas son también magníficas obras de esta tempranafase, que sabe integrar con armonía la tradición mu-déjar. Es también quinientista el gran mural del ar-co triunfal de la iglesia de Chinchero en el que con-

fluyen caracteres italianistas e influencias románi-cas, bizantinas, mudéjares y renacentistas, tanto enlas decoraciones como en las figuras. También po-demos rastrear importantes realizaciones en las edi-ficaciones sacras de Oropesa, Husac y Urcos (Gis-bert y Mesa 1982: 162; Wuffarden 1994: 613 y ss.;Tord 1989: 167-170; 1972: 250 y ss.; Bernales 1989:38-40; Macera 1975: 68 y ss.; 1994: 22 y ss.).

La pintura cuzqueña durante la primeramitad del siglo XVII

El movimiento “italianizante” del Cuzco supodistanciarse rápidamente de los moldes patrocina-dos por Bitti, Alesio y Medoro, y aunque conservóuna buena parte de su léxico romanista, expresadoen las iconografías y en los modelos, introdujo unacervo regional. Una singular perspectiva que de-nota cierto primitivismo y la subsistencia de anti-guas influencias la dotan de un halo de ingenuidad.Ello le permitió a la pintura cuzqueña componerun vocabulario diferenciado y de gran personali-dad. El camino propio de los cuzqueños puede ex-plicarse por las diferencias que se daban entre losnúcleos europeos de producción y dirección artísti-ca, y las realidades culturales andinas. Los indíge-nas y mestizos al pretender imitar el arte occidental

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Fresco de la iglesia de Andahuaylillas, Cuzco.

superaron el simple deseo de copiar y llegaron a es-tablecer un verdadero proceso de creación en el ac-to duplicativo.

Gregorio Gamarra es uno de los pintores queabre el siglo XVII y que ejemplifica bastante bien elparticular proceso pictórico que se gestó en la anti-gua capital de los incas. Llegado al Cuzco en 1607,traba rápidamente relación con los franciscanos pa-ra los cuales realiza una serie de trabajos, cumplien-do un rol artístico comparable al que desempeñaraBitti entre los jesuitas. En la Recoleta Franciscanaencontramos varias obras suyas, como La apariciónde San Francisco al Papa Nicolás V, La InmaculadaConcepción con San Buenaventura y San Diego de Al-calá y una Visión de la Cruz, siguiendo un grabadoflamenco de Martín de Vos. Como pintor se conver-tirá en émulo del Bitti en una Sagrada Familia conSan Juanito (col. privada La Paz), aunque profundi-ce excesivamente la línea, recortando la figura sobreel fondo. En algunas ocasiones Gamarra es coloris-ta, especialmente en la Aparición..., pero a veces sumanejo cromático adquiere connotaciones verdade-ramente espectrales. Los críticos Mesa y Gisbert leatribuyen también los poco usuales retratos funera-rios que representan a doña Lucía, a doña Isabel y adoña Andrea de Padilla.

Otro importante pintor del período es FranciscoPadilla, que a semejanza de Gamarra utiliza los refi-namientos coloristas y el lenguaje gestual de las fi-guras del Bitti, consiguiendo sin embargo un efectoestereotipado y una inadecuada perspectiva. Noobstante, Padilla fue un pintor muy conocido en sumomento. Entre los muchos encargos que tuvo, po-demos enumerar una Crucifixión (1622, museo deSanta Catalina), y un Entierro de Cristo (1645, con-vento de la Merced) que el artista retomó de otropintor, y logró culminar. En Padilla podemos perci-bir el “italianismo”, manifestado por el alargamien-to de las figuras, pero al mismo tiempo constatamosuna cierta ingenuidad y carencia de materialidad enel trazo de las figuras, lo que se vuelve notorio porel empleo de los contrastes de colores y pliegues, ala manera de Bitti.

Luis de Riaño continúa la saga de los italianistasen la pintura cuzqueña. En el convento de la Reco-leta traza una Inmaculada y en la iglesia de Anda-huaylillas desarrolla una buena parte de su produc-ción (c. 1630), cifrada en obras como el Bautismo deCristo, San Miguel luchando contra el demonio y al-gunos cuadros donde expone la vida de San Pedro ySan Pablo. Hacia 1638 pinta para el convento deSanta Catalina una nueva versión de la Inmaculada,

mejor y más suelta que la primera, en donde vemosa la Virgen rodeada de ángeles que portan los atri-butos de las letanías. También aparecen Duns Sco-to, San Francisco y un niño que es el presunto do-nante de la obra. Es interesante visualizar los ánge-les que rodean a ambas Inmaculadas, y los niñosque contrastan por su naturalidad con los típicosangelillos que acompañan a la madonna, avizorán-dose un asomo del realismo que presagiará al ba-rroco temprano. Además le pertenece una Santa Ca-talina de Alejandría vestida con lujo cortesano, demuchos brocados y dorados, de encarnación muyluminosa y rodeada de sus símbolos, la palma, larueda y la espada. Los rastros de Riaño se pierdenen 1667, cuando el pintor ya bordeaba los 70 años.

Otro artista de vena romanista que siguió a Bittifue Lázaro Pardo del Lago, quien continuó pintan-do según los moldes italianos hasta finales del sigloXVII. Sus figuras alargadas contienen una fuerte do-sis italianizante aunque anuncian en parte el natu-ralismo prebarroco, como se puede ver en la Asun-ción, donde usa como modelo un grabado de PaulPontius inspirado en Rubens. Sin embargo el pro-ducto final no es fielmente barroco y se asemejamás al arte italianista, debido a la linealidad de lacomposición y los angelillos romanizantes. Pero enél ya están presentes las líneas del realismo queanuncian el curso posterior de la pintura cuzqueña.En Los mártires de Japón (Recoleta Franciscana) yen La predicación de San Ignacio en la iglesia de laCompañía podemos apreciar nuevamente este indi-cativo interés por el realismo. Sus obras tienen no-table calidad, ágil colorido y pueden considerarsecomo conjuntos muy logrados. Luego del terremo-to de 1650, Pardo del Lago redoblará su labor y edi-ficará el nuevo retablo principal del convento deSanta Catalina (1659) y el de la capilla de la Santí-sima Trinidad de la Merced. En ellos se revela comoun fino escultor, encarando osados trabajos de esta-tuaria de bulto. Al lado de esta generación cuzque-ña no debemos dejar de mencionar algunas nota-bles pinturas anónimas de este período, como losretratos de doña Usenda de Bazán y su esposo Fran-cisco de Vargas Carbajal, quienes se encuentran re-presentados en importantes cuadros del conventode los mercedarios, de los cuales fueron generososdonantes y amigos.

Debemos mencionar asimismo a algunos dibu-jantes como Guaman Poma de Ayala. El autor deNueva corónica y buen gobierno ha sido relacionadopor Gisbert y Mesa con una Virgen de Guadalupe (c.1565, iglesia de San Cristóbal) que le pertenecería,

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debido a que “lospersonajes que se na-rran al pie de la ima-gen: caballeros, da-mas, niños y peregri-nos repiten los tiposcreados por el genialartista”. Pero volvien-do al libro Nueva co-rónica, éste llama laatención porque seencuentra ilustradopor casi cuatrocien-tos dibujos de granvalor testimonial,histórico y antropo-lógico. En ellos se re-presentan costum-bres, paisajes, perso-najes y escenas reli-giosas interpretadaspor la imaginativamente de este cronis-ta ladino, precursorde la escuela mestizacuzqueña. Otros di-bujantes del períodoson Juan Santa CruzPachacuti Yamqui,quien en su Relaciónde antigüedades deste reyno del Perú (1613) incluyeuna serie de interesantes dibujos, y fray Martín deMurúa, que en su Historia general del Perú añade 37láminas en donde representa a los incas y las collas(Gisbert y Mesa 1982: 70 y ss.; Tord 1971: 256 y ss.;Wuffarden 1994: 618 y ss.).

La influencia extranjera en la pinturacuzqueña

La pintura cuzqueña fue también jalonada por lainfluencia extranjera, a través de las ya menciona-das estampas flamencas. Durante el siglo XVII ellastrasladaron mucho del sensual barroquismo de Ru-bens, pero similar papel cumplieron otros objetosiconográficos como los tapices y los muebles pinta-dos. Tampoco puede descartarse la importación deobras directamente desde los Países Bajos, pues loslistados e inventarios cuzqueños describen “biejoscuadros flamencos de las sybilas”, “tres lienzos delos doce pares”, “onze lienzos de Troya y otros demontería”, “doce láminas de bronce con sus marcosde ébano con la creación del mundo”, “doce países

pintados al óleo”, olos “cuatro guarda-meciles de la historiade París”. A esta so-mera muestra debe-mos sumar la in-fluencia de Diego dela Puente, quien in-trodujo en la capitalde los incas el barro-co de Flandes.

Diego de la Puente,el jesuita que vendríaa reemplazar a Bittien la decoración delos templos que laCompañía iba levan-tando y remodelandoen el país, ha sido de-nominado por algúnsector de la crítica co-mo el precursor de lapintura con “luz debodega”. La ilumina-ción, proveniente dela parte alta de la tela,incide sobre algunaspartes de los persona-jes o los objetos, de-jando el resto sumido

en la oscuridad. Su actividad a lo largo del país fueincansable. En Trujillo se conservan sus frescos delos cuatro evangelistas pintados en las pechinas dela iglesia de la Compañía, único resto temprano enesta difícil técnica. Hacia 1644 realizaría en Ayacu-cho una Muerte de San Francisco Javier, un San JuanBautista en el desierto, y una original imagen que re-presenta un Corazón de Jesús vestido de jesuita. Lue-go arribará al Cuzco para reparar los daños provo-cados en los templos jesuíticos por el violentísimosismo de 1650. En esta ciudad se convertirá enmentor intelectual de la exaltación barroca, corrien-te a la que él como pintor de transición, no se ads-cribió nunca totalmente.

En la ciudad imperial haría una copia de la Últi-ma Cena del refectorio de San Francisco de Lima,para sus homólogos cuzqueños. El cuadro poseetambién un gran formato (5 x 2,5 m) pero con la va-riante de usar una mesa rectangular. Demostrandoun gran dominio del escorzo, pintaría un San Mi-guel volando en el templo de la Compañía, un SanGabriel, y una Transfiguración de Cristo, obra esta

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Vista de un retablo de la iglesia de Andahuaylillas, Cuzco.

última que podría ser una copia del desaparecidocuadro de Bitti para el retablo mayor de la referidaiglesia, y que el terremoto arruinó.

Una hipótesis esgrimida por Gisbert y Mesa sos-tiene que tanto esta última creación, como la famo-sa Virgen del Pajarito serían obras de Bitti respetuo-samente repintadas por De la Puente. Ello les pro-porcionaría esa mezcla de “acentuado carácter fla-menco” y flagrante romanismo. Diego de la Puentetambién dejaría huella importante en la misión deJuli, donde se cuentan obras como una Anunciaciónde cierta semejanza con la famosa obra de Rem-brandt, una Familia de la Virgen, una Presentación enel templo, una Magdalena, un San Juan Bautista, dosApóstoles y una Adoración de los reyes magos. En es-ta última pintura se evidencian las estrategias se-mióticas de los jesuitas, pues vestiría a uno de lossoberanos orientales y a su séquito con atuendo in-caico y características andinas.

El Cuzco tampoco fue ajeno a la influencia espa-ñola, pues los propios cuzqueños distinguían clara-

mente tanto a los seguidores de la escuela sevillana,conformada por Murillo, Valdés Leal y Zurbarán,como a los adscritos a la madrileña, que continua-ban las maneras de Román, Cavarozzi, Caxés, Coe-llo, Herrera y Barnuevo. El Niño Jesús dormido, Laslágrimas de San Pedro o la Piedad según el modelode Luis de Morales, fueron copiadas en algunos ca-sos hasta el cansancio. Esta influencia española sevio robustecida tras la llegada a la ciudad de una pi-nacoteca privada de inusual calidad. Manuel de Mo-llinedo y Angulo, prelado de refinado gusto, a quiense debió la reconstrucción del Cuzco después delsismo de 1650 y la renovación del lenguaje artísticode la época, la traía consigo. En su vasta colecciónde pinturas, además de creaciones barrocas flamen-cas, se mostraban obras de pintores como el Greco,Caxes, Ribera, Carreño de Miranda y un largo etcé-tera, las que inspiraron notablemente la plástica lo-cal (Gisbert y Mesa 1982: 99;113-118; Wuffarden1994: 619 y ss.).

El terremoto que alumbró el barrococuzqueño

En el segundo tercio del siglo XVII se afianzóuna serie de cambios estilísticos que confluyeron enel barroco. Inicialmente se fue afinando y profundi-zando un naturalismo, pero después de la intrusiónde los modelos rubensianos se llegó a un cierto do-minio del léxico barroco. Sin embargo habría de es-perarse hasta el terrible terremoto de 1650, paraque este nuevo lenguaje tuviera la oportunidad dedestruir los antiguos moldes estéticos y arraigarsefuertemente en el arte cuzqueño. El terremoto queduró “por tiempo casi de un cuarto de hora”, fueextremadamente violento como nos lo cuenta Es-quivel y Navia: “...fue tan horrible que echó por tie-rra los mejores edificios de aquella nobilísima ciu-dad, sus casas, los conventos y las iglesias suntuo-samente fabricadas... Toda la provincia quedóarruinada con la más indecible pérdida y desolaciónque se haya oído...”.

Tras la destrucción de la ciudad entera, se nece-sitaba de una energía y voluntad equiparables a lafuerza del sismo, para reconstruirla. Tan magna y ti-tánica labor necesitó de un personaje de la talla delobispo Manuel de Mollinedo y Angulo, quien llegóa ocupar la sede episcopal de la antigua ciudad im-perial entre 1673 y 1699. Durante los 26 años de su

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Manuel de Mollinedo y Angulo, obispo del Cuzco entre 1673 y1699. Durante su gestión alentó la reconstrucción de la ciudady contribuyó decisivamente al cultivo de las artes y las letras.

gobierno transformó la derruida ciudad en unaopulenta urbe barroca. Más de treinta grandes edifi-cios fueron levantados bajo su advocación, dirigien-do no sólo las fábricas arquitectónicas, la esculturay la pintura, sino vigilando también los más menu-dos detalles concernientes al mobiliario y la decora-ción. Sin temor a equivocarnos podemos afirmarque el Cuzco que ha llegado a nuestros días es elCuzco de Mollinedo.

El empuje arrollador del mecenas madrileñoarrasó también con obras antiguas. Ante el impulsodel barroco perecieron creaciones consideradas an-ticuadas, de mal gusto y fuera de tono. No es difícilencontrar referencias de Mollinedo ordenando “ras-par feos hiesos”, en alusión a altares y portadas re-nacentistas; “tapar desmañados frescos”, sin lugar adudas una referencia a trabajos manieristas; y “qui-tar indecentes colgaduras”, erradicando así las telaspintadas y sin marcos que cubrían las paredes demuchas de las iglesias de las reducciones de indios.

Dentro de la vertiente más europeizante de laescuela cuzqueña destacará a mediados de sigloXVII el pintor Juan Espinoza de los Monteros. Supintura conjuga el estilo flamenco y cierta tenden-cia naturalista, aunque no es ajeno en sus primerasobras a la dulcificación manierista. En sus lienzostempranos como La predicación de San Ignacio en eltemplo de la Compañía, y su Cristo ante el Sanedrín(convento de Santo Domingo), vemos paralela-mente un cierto alargamiento de la figura. En 1655los franciscanos le encargan realizar una obra mo-numental de casi diez metros de lado. El Epílogo dela Orden de nuestro Seráfico Padre San Franciscocontiene ochocientas figuras de los más célebrespersonajes de la orden, dispuestas de tal maneraque resaltan la figura del fundador, quien se mues-tra iluminado por un resplandor tenebrista. El cua-dro marcó época y fue imitado por otras órdenes.En el mismo convento se guardaba también Lafuente de la Gracia, alegoría de proporciones simi-lares a la obra anterior, que fue inspirada por ungrabado flamenco y realizada bajo las técnicas delfresco. Es resaltable la figura de la Virgen que cuidaun hermoso jardín, regado por la sangre de Cristo,y defendido por los frailes franciscanos del ataquede los herejes y paganos.

Dentro de su producción tardía podemos apre-ciar los trabajos realizados en el monasterio de San-ta Catalina del Cuzco (1669), en los que vira haciaun estilo heredero de la concepción de Murillo, tor-nándose más cálido y variado en la utilización de lapaleta. Siguiendo grabados de J. Swelinck compone

lienzos sobre la vida de la fundadora de la orden, re-curriendo también a la representación de otras san-tas, vírgenes y mujeres dedicadas a la vida religiosa.En esta serie, que consta de 28 lienzos, emplea unasugestiva ornamentación floral y utiliza como fon-dos paisajes de origen flamenco. Ello le confiereuna fuerte dosis de idealismo, que trasmitirá a lospintores cuzqueños del siglo XVIII. En Arequipa esposible encontrar obras de Espinoza de los Monte-ros en la Recoleta Franciscana, en especial una Vir-gen con el Niño y los santos patronos, donde apareceel retrato del fundador del convento, don FulgencioMaldonado, en primer plano. El mismo personajeaparece junto con otro benefactor en la parte bajade una notable Crucifixión. La obra de este artista severá continuada por su hijo y discípulo José Espino-za de los Monteros, quien pinta a santos fundadoresde órdenes. En sus trabajos realizados en 1682 parael templo de Santa Teresa del Cuzco incluye paisa-jes idealizados, surcados por aves coloridas y retra-tos impersonales. La serie de Santo Domingo, ubi-cada en el convento del mismo nombre, muestrauna ambientación de época, que coincide con el rei-nado de Carlos II.

En el grupo de artistas criollos y españoles conresidencia cuzqueña, es preciso mencionar a Loren-

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Inmaculada Concepción, por Juan Espinoza de losMonteros. Museo Pedro de Osma, siglo XVII.

zo Sánchez Medina,autor de La Virgen delRosario entre los santosdominicos (1670), des-tinada a la iglesia deSanta Catalina, o al afa-mado Martín de Loay-za, pintor de inspira-ción tenebrista que si-gue los modelos im-plantados por las es-cuelas flamenca y espa-ñola. Su más notableobra es el retablo deSan Pedro Nolasco(1663) de la iglesia dela Merced, donde seubican sus célebrescomposiciones La con-versión de San Pablo ySan Eustaquio, pinturasen las que el dramatis-mo de los movimientoses acentuado por losefectos lumínicos delclaroscuro. En La ado-ración de los pastores dela Recoleta reinterpretauna imagen ejecutadaoriginariamente por los Bassano.

Otro notable pintor es sin duda el criollo MarcosRivera, quien no oculta sus inclinaciones por el ar-te de Zurbarán, y pinta algunas obras que son co-pias del gran maestro español. Nos referimos enparticular al San Juan Evangelista (1661), y a unCristo Crucificado, instalado en la parroquia de SanPedro. En ocasiones no vacila en utilizar modelosflamencos, pero sin abandonar las técnicas y carac-terísticas de su alter ego. Así en 1666 pinta para laMerced el San Pedro Nolasco llevado por los ángeles,y en el pueblo de Tinta una serie sobre la vida deSan Juan Bautista, donde perfecciona su manejo delclaroscuro. De mayor cromatismo será la serie dedi-cada a la Vida de Cristo en 1669. De Marcos Riveraha señalado M. de Soria: “Es ejemplo típico de lapintura cuzqueña destinada a las clases cultas deabolengo europeo y ejecutada por pintores euro-peos, criollos o mestizos españolizados. Hasta el he-cho de que el lienzo esté firmado es típico de estaclase de pintores que en su mayoría copian e imitansecamente sin variación la pintura europea”. A sumuerte, ocurrida algunos años antes del cambio de

siglo, sus hijos Leonory Diego Rivera, conti-nuarán su obra.

Gerónimo de Mála-ga estuvo muy activodurante los últimostreinta años del sigloXVII, encargándose en1676 junto con Lázarode la Borda y BernabéNolasco, de los lienzosdedicados a San PedroNolasco en la Merced.Otros artistas criollosdel período de la re-construcción del Cuz-co fueron Luis deOviedo y Marcos Pon-ce de León. Pero paraentonces una verdade-ra legión de artistas sehabía trasladado a laciudad imperial y al-gunos se pusieron adisposición de Molli-nedo, quien multiplicasus contratos y encar-gos. El pintor y dora-dor Juan Calderón se

establece en la ciudad hacia 1655 decorando la ca-pilla de los Remedios para los franciscanos (1657) yel altar de la Soledad para los mercedarios (1660).Con estos últimos, Calderón asume el compromisode dorar los retablos y completar las pinturas faltan-tes, realizando un notable cuadro tenebrista. El so-bresaliente Cristo recogiendo sus vestiduras vuelvesobre un tema común de la escuela sevillana, perologra un excepcional resultado. Otro artista migran-te es Francisco Serrano que en 1663 pinta en Tintadoce enormes lienzos sobre la Vida de la Virgen, imi-tando los grabados flamencos.

En el medio artístico cuzqueño se desempeña-ron algunas mujeres con relativo éxito. Josefa Pérezde la Hermosa, viuda de Juan de Yanco, es pintora,doradora y dueña de un taller, privilegio al que só-lo muy pocos artistas podían acceder, y firma en1677 un contrato con la cofradía de la Santa Rosa,donde por 700 pesos “se obligaba a dorar el retabloque está puesto en su capilla poniendo todo el oroque necesitase”. Su profesionalización le permite re-nunciar a las leyes especiales que protegían a lasmujeres que trabajaban. Sin embargo, no quedan

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La Virgen entrega el rosario a Santo Domingo, atribuida a JuanEspinoza de los Monteros. Monasterio de Santa Catalina, Cuzco,

siglo XVII.

restos del retablo que ella y sus ayu-dantes cubrieran con pan de oro, nide las demás piezas que debió reali-zar y para las que requería una in-fraestructura muy bien montada, yun ganado prestigio como para con-tratar con los miembros de tan pu-diente cofradía.

No muy diferente es el caso deotra artista criolla. Leonor de Riveratiene el oficio de “maestra y profeso-ra en la pintura y en el pincel”, puesdesde muy joven aprendió el oficiode su padre, el afamado Marcos Ri-vera. Al enviudar en 1680 y quedardistanciada de su familia por dispu-tas monetarias, encuentra en el ma-gisterio una forma de ganarse la vida, recibiendoalumnos y formando en su casa una suerte de taller.Al firmar contrato de aprendizaje con el padre deuno de sus pupilos se comprometía a “enseñar a di-bujar con dimensiones, colorido y sin ocultación al-guna...”, cristianizar a su discípulo, curarlo y casti-garlo “tantas veces como tenga faltas ... y ser traídoy darle azotes que no pasen de una docena... o po-nerle grillos para que escarmiente”. Aunque su ras-tro se pierde, sabemos que ejerció la enseñanza has-ta su muerte, pero lamentablemente no se ha podi-do identificar ninguna obra de su pincel. Podemosinferir que debía gozar de cierto predicamento artís-tico entre sus contemporáneos, cuando no eran po-cos los alumnos que se le confiaban (Wuffarden1994:619-622; Gisbert y Mesa 1982: 89-92, 116 yss., 131 y ss.; Patrucco 1996: 2; Tord 1971: 266).

Los pintores indígenasDurante el siglo XVII, los españoles dueños de

talleres subcontrataban a los indios que adquiríandestreza y mostraban aptitudes para la pintura. Conel tiempo, la mayoría de los pintores indígenas quehabían ocupado puestos de aprendices y oficialesabandonaron a sus antiguos maestros y fundaronobradores donde dieron rienda suelta a su creativi-dad, afirmándose en motivos propios y maneras sin-gulares de mirar y pintar. Las preferencias localesrápidamente se dirigieron hacia ellos, pues interpre-taban los sentimientos y los gustos estéticos de lasmayorías citadinas y rurales de la región. En 1688,

con ocasión de la construcción y decoración de losarcos para la fiesta del Corpus Christi, estalló ungrave conflicto de intereses entre los pintores indiosy mestizos por un lado, y los españoles por el otro.La disputa llegó hasta el mismo cabildo, que debiódiscernir en torno al derecho que asistía a cada gru-po. Los documentos que han llegado hasta noso-tros, llenos de mutuas recriminaciones, señalan quefinalmente las autoridades decidieron que ambosgrupos se alternaran anualmente en la fabricaciónde estas grandes decoraciones desmontables. Algu-nos estudiosos como Mesa y Gisbert, sostienen queesta documentación podría considerarse en rigor,como la partida de nacimiento de la Escuela Cuz-queña, pues a partir de aquel momento el grupo es-pañol y el andino se escindieron artísticamente yoptaron por caminos diferentes.

Nosotros consideramos más bien que el célebredocumento municipal de 1688 expide el certificadode mayoría de edad de la Escuela Cuzqueña, porqueya entonces el movimiento había alcanzado su ma-durez, tras el paulatino desarrollo de pequeñas ca-racterísticas propias y locales, que fueron tomandocuerpo e hicieron eclosión en aquel momento. Laspáginas siguientes nos advierten de cuán importan-te es la pintura de artífices indígenas, de la fina sen-sibilidad y extrema delicadeza que se fue labrandoy sedimentando desde los días iniciales de la con-quista, hasta encauzarse definitivamente en mediodel curso del arte occidental. Su legado será invalo-rable, no sólo como grupo corporativo de pintores,

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Libra (la higuera estéril) por Diego QuispeTito, de la serie del Zodíaco.

Cuzco, siglo XVII.

sino como artistas individuales que llegaron a lasgrandes cimas del arte virreinal.

Diego Quispe Tito, el más connotado de los ar-tistas andinos, nació probablemente hacia 1611 enel barrio de San Sebastián de la ciudad del Cuzco,lugar de residencia de los indios nobles, estamentoal que posiblemente perteneció pues en algunoscuadros solía firmar añadiendo la palabra “inga”. Sucarrera artística se desarrolla entre 1627 –año enque pinta una Inmaculada Concepción (col. privadaen Lima)– y 1681, fecha en que termina su Serie delZodiaco. A lo largo de este lapso va perfilando un es-tilo personal que integra algunos de los cánones ita-lianistas, manifestados en los suaves movimientos ylánguidos gestos de sus personajes, y los combinacon elementos flamencos, creando un ambienteideal que conjuga la atmósfera andina y la europea.En 1631 realiza una Visión de la Cruz (convento deSanto Domingo), inspirada en la estampa de Sade-ler diseñada por Martín de Vos. En la iglesia de SanSebastián de su ciudad natal encontramos un grupode 22 cuadros realizados entre 1634 y 1663, que pa-recen responder a cuatro distintos ciclos pictóricos,a lo largo de los cuales su estilo va alcanzando ma-durez. Pero en todos ellos, su peculiar pincelada yrico cromatismo están al servicio de una composi-ción equilibrada y reflexiva que tiene como eje elescenario natural y su predilección por el exotismo

de la fauna local, la cual es representada con grandespliegue imaginativo.

En las doce telas de la Vida de San Juan Bautista,que constituirían el primer ciclo del artista, adverti-mos la influencia de las láminas de Cornelius y Fe-lipe Galle diseñadas por Jean Stadanus, al tiempoque notamos la preferencia de Quispe Tito por losformatos apaisados, las decoraciones y los lujos delas vestimentas, así como una voluntad monumen-talista, que lleva la pequeña composición grabada aenormes proporciones. Tales características se vanperfeccionando en las otras tres series ubicadas enla misma iglesia, tales como las cuatro pinturas dela Pasión de Jesucristo, las cuatro telas que represen-tan a Los Doctores de la Iglesia o las dos dedicadas alMartirio de San Sebastián.

Algunas de las obras de Quispe Tito fueron re-queridas en lejanos lugares del virreinato. En Poto-sí encontramos obras como Jesús entre los doctores yLos desposorios de la Virgen (1667, Casa de la Mone-da de Potosí). En el Museo de Arte de Lima halla-mos El retorno de Egipto (1680), una de sus máxi-mas creaciones, inspirada en un cuadro de Rubens,grabado por Lucas Vorsterman. En él se plasma fe-hacientemente el fenómeno de la reinterpretacióncreativa de los modelos flamencos. Al decir deStastny: “la diferencia con el modelo empleado nopodría ser mayor. En la pintura de Quispe predomi-

na la atmósfera tranquila,idílica, de un amplio pai-saje lacustre. A la izquier-da sobre el agua nadan si-lenciosos dos cisnes. Enel lado opuesto árboles yarbustos se inclinan sobreel río y reflejan su follajeen la superficie clara. Enla distancia de una pers-pectiva lejana se ve la si-lueta de una ciudad baña-da en una luz rosada. LaSagrada Familia surge mi-núscula bajo una granpalmera ornamental yapenas agrega con susgestos y actitudes reposa-das, casi soñadoras, unanota de paz... Cuán dife-rente es la composiciónde P.P. Rubens, usada co-mo fuente de inspiraciónpor el pintor indio. En el

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Leo (parábola del buen pastor) por Diego Quispe Tito, de la serie del Zodíaco.Cuzco, siglo XVII.

grabado rubensiano todo se concentra en las figurashumanas. Es la expresión del nuevo humanismo ba-rroco. Se exalta la belleza y la juventud radiante delniño Jesús; la calma meditativa de la Virgen; y el vi-gor reposado de San José, quien conduce con dili-gente preocupación al grupo. La palmera y el paisa-je son apenas un marco a la acción psicológica y di-námica de los personajes en escena…”.

Es también muy logrado el cuadro Las Postrime-rías, que se ubica en el convento de San Franciscodel Cuzco (1675), donde se aproxima al detallismodel Bosco cuando representa los castigos del infier-no con insistente minuciosidad. Por último debe-mos mencionar su última y renombrada serie delZodiaco. Dicha saga pictórica debió adaptarse al gus-to barroco y cosmopolita del obispo Mollinedo, per-mitiendo que Quispe Tito hiciera gala de una granversatilidad y asumiera el desafío de amoldarse a lospatrones más europeizantes del arte de su tiempo,logrando al final del camino una creación de prime-ra línea. La serie del Zodiaco, que se basó en una co-lección de estampas de H. Bol, grabada por AdrianCollaert en 1585, lleva el explicativo título de Em-blemata evangélica de los doce signos celestes acomo-dados según los meses del año. Cristo dio a los hombreslos astros para que por ellos puedan distinguir la evo-lución del tiempo iniciado con Dios y para que ellospuedan revocar el culto ydolátrico y por medio de esascreaturas llegar al culto de un solo criador, y que pon-gan los ojos en el reino místico de los cielos.

La originalidad de su planteamiento se ha pres-tado a todo género de conjeturas. Algunos piensanque fueron dieciséis los lienzos de la serie, corres-pondiendo una tela a cada signo y cuatro a las esta-ciones. Otros arguyen que fueron doce, aunque enla actualidad sólo se conservan nueve. De estascreaciones de Quispe Tito, donde los signos zodia-cales se relacionan con pasajes bíblicos, perduranhasta nuestros días Aries (San José y la Virgen enbusca de posada), Cáncer (el hombre que edifica elnuevo granero), Leo (parábola del buen pastor), Li-bra (la higuera estéril), Escorpio (parábola de los le-ñadores estériles), Sagitario (parábola de los invita-dos a la boda), Capricornio (parábola del sembra-dor), Acuario (huida a Egipto de la Sagrada Fami-lia), y Piscis (la vocación de los Apóstoles).

La otra gran figura de la pintura cuzqueña fueBasilio Santa Cruz Pumacallao, cuya actividad sedesarrolló entre 1661 y 1699, dentro de los linea-mientos del más refinado barroco. Su primera obradocumentada, hoy inexorablemente perdida, sondoce ángeles y doce vírgenes encargados por los

franciscanos en 1661. La obra más antigua que seconserva es un San Laureano mártir (1662, iglesiade la Merced), donde aparece el donante Pedro deAlarcón, quien es representado con suma habilidad.Dicha misma maestría se demostraría años más tar-de, cuando realice los tardíos y espléndidos retratosdel obispo Mollinedo, del rey Carlos II y de su es-posa María Luisa de Borbón, en el coro de la cate-dral cuzqueña. Hacia 1667 los franciscanos le en-cargaron pintar la serie de la Vida de San Franciscopara el convento de su orden, y se dice que el con-de de Lemos demostró gran admiración por ella.

El estilo de Basilio Santa Cruz, en la opinión deLuis Enrique Tord, “evidencia el gusto por los colo-res cálidos, los mantos y túnicas en movimiento, elcuidado en el dibujo, cierto recargo en la composi-ción y una disciplina y corrección europeas”.

Dichas características heredadas de la escuelarubensiana, unidas al uso de luces diagonales, a losmagníficos rompimientos de gloria, y a su gusto porlas alegorías le valieron el aprecio del obispo Molli-nedo, quien lo comisionó para los trabajos más im-portantes de la catedral y otros templos cuzqueños.En la iglesia del obispado pintaría 14 enormes lien-zos ubicados en los vastos espacios del crucero y eltransepto, en los que se plantea el programa icono-gráfico del barroco, destacando las alegorías euca-rísticas y los santos de la Reforma Católica. Entreestas obras vemos La imposición de la casulla de SanIldefonso, La aparición de la Virgen a San Felipe Neriy una Santa María Magdalena. También insurge unSan Isidro Labrador, patrono de Madrid, que fue rea-lizado por encargo especial del prelado, quien con-fesaba su devoción por dicho santo. Además se pue-den apreciar una Virgen de la Almudena con los retra-tos de Carlos II y la reina Margarita y una Virgen deBelén con el retrato del obispo Mollinedo, situadas enla zona del coro del templo episcopal. Basilio SantaCruz ocupa de esta manera un papel de primerísi-ma importancia en el resurgimiento del Cuzco ba-rroco, porque de la mano del pintor “el barroquis-mo cuzqueño en su vertiente ortodoxa alcanza elpunto más alto y prestigioso”.

Basilio Santa Cruz se vio rodeado de un círculode discípulos indios entre los que destacan Juan Za-pata Inca y Antonio Sinchi Roca, e incluso de algu-nos criollos como los pintores Gerónimo Málaga,Lázaro de la Borda, Pedro y Bernardo Nolasco, queya hemos abordado. Juan Zapata firma algunos delos 54 lienzos que se le encargan para el conventofranciscano de Santiago de Chile, y aunque la cali-dad es dispar, el influjo de su maestro brilla en al-

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gunos de ellos. Antonio Sinchi Roca asume el com-promiso de pintar la serie de los Evangelistas, la delos Doctores de la Iglesia, y la de los Profetas en la ca-tedral de la ciudad inca, pero tampoco llega a tenerla maestría de Basilio Santa Cruz. Francisco Chi-huantito por el contrario, como seguidor de QuispeTito, sí presenta un estilo personal y sugerente decontrastantes colores y fantasiosas escenografías.Entre su vasta y poco conocida producción destacala Virgen de Montserrat (1693, iglesia de Chinche-ro), de gran valor documental por la reproduccióndel paisaje de la localidad de Chinchero y una bellacomposición de la Virgen rodeada de ángeles(Stastny 1967: 37-38; 1965: 21 y ss.; Wuffarden1994: 624 y ss.; Tord 1971: 261 y ss.; 1989: 178-198; Gisbert y Mesa 1982: 87, 140 y ss.).

La pintura cuzqueña del siglo XVIIILa pintura cuzqueña llega en el siglo XVIII a su

período de máximo esplendor. A partir de sus pro-pias características mestizas, que responden a unasemiótica andina, la escuela se va distanciando delarte metropolitano. Aunque ya no primen los artis-tas individuales, como Quispe Tito y Basilio SantaCruz, la escuela logra obras de alto nivel y su in-fluencia llega a zonas muy alejadas del continente,conquistando la plaza de Lima y otras ciudades im-portantes. El Cuzco se convierte en el gran centroexportador de arte, principalmente de iconografíareligiosa, y los talleres indígenas, atiborrados de en-cargos, crecen de manera desmesurada, formandoasociaciones y opacando a los gremios españoles.Las escalas de producción son cada vez más gran-des, como lo demuestran los contratos por los cua-les Mauricio García y Pedro Nolasco se comprome-ten, en 1754, a entregar en un plazo de siete meses,nada menos que 435 lienzos, especificándose que“todos los referidos han de ser apaisados con bue-nos adornos de curiosidad y algunos de ellos broca-teados en oro fino...”. Lógicamente estas obras noposeían una calidad uniforme. Dentro de la produc-ción cuzqueña se podían distinguir claramente laspinturas finas con abundante sobredorado, broca-teado y el gusto por las aureolas y trajes recamadosen oro, de aquellas más sencillas de fabricación se-riada con tonos azulados y rojizos y una factura me-nos esmerada.

En la década del cuarenta del siglo XVIII apare-cen las primeras obras de Basilio Pacheco, uno delos más descollantes artistas cuzqueños de todos lostiempos. Su dominio de la volumetría, la pintura engran formato y el paisajismo arquitectónico lo con-

vierten en uno de los artistas más importantes delarte virreinal. En 1738 pinta para la Merced unenorme cuadro donde se representan los santos,santas, místicos y otros beatíficos personajes de laorden. En la catedral del Cuzco realiza otras dos ex-cepcionales obras: La Circuncisión y Jesús entre losdoctores. Además se puede admirar un logrado EcceHomo que se conserva en Huamanga. Pacheco pin-tó también una serie de cuadros sobre la vida de SanAgustín, destinados al convento cuzqueño, peroque fueron trasladados a la casa agustiniana de Li-ma. Las 38 telas presentan una desigual factura, sor-prendiendo algunas de ellas por el paisajismo urba-no del Cuzco, con acertados fondos que reflejan lavida cotidiana. La serie, inspirada en grabados deBolswert, es expresión al mismo tiempo del triunfode la pintura cuzqueña en la capital y del momentoculminante de la creatividad del artista.

Excepcionalmente prolífico es el artista MarcosZapata (posiblemente Sapanca), de quien se guar-dan en la catedral del Cuzco 50 cuadros de las Leta-nías Lauretanas (inspiradas en la serie de 59 imáge-nes de la Elegía Mariana de Tomás Scheffler), queson sólo una muestra de más de 200 lienzos que seconservan en las iglesias de la región. También en eltemplo mayor del Cuzco se pueden apreciar com-posiciones de Zapata referidas a santos (San Pedro,San Pablo, San Felipe, Santiago, San Juan Nepomuce-no), una Madonna, así como un buen número depinturas alegóricas y mitológicas. Para los jesuitasrepite otra serie de las Letanías (1762) y se le atri-buyen algunas obras en Lima. No ha faltado quienopine que sea el autor del cuadro del matrimonio deGarcía de Loyola y doña Teresa de Idiáquez, del quelíneas abajo hablaremos.

Este pintor indígena, que trabaja activamenteentre 1740 y 1773, posee un estilo donde priman lastonalidades azules y rojas y un cierto convenciona-lismo en la gestualidad de sus personajes, por lo ge-neral dulcificadas madonnas rodeadas de angelillos.Su presencia dejó una notable legión de discípuloscomo Ignacio Chacón, Antonio Vilca e Isidro Fran-cisco Moncada. Este último pinta en varias iglesiasde Ayaviri y Azángaro lienzos de la Anunciación o laCircuncisión, en los que recurre a los antiguos mol-des flamencos, pero asumiendo bajo su particularvision la estética romanista de Bitti.

La pintura cuzqueña en este nuevo siglo da pre-ferencia a ciertas temáticas, vinculadas a la SagradaFamilia, el reverenciado Señor de los Temblores yotros motivos religiosos circunscritos a pequeñasparcelas del lienzo, siendo el resto decorado con

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fantasiosos paisajes deestilo andino-flamenco.Es común también re-tratar imágenes en me-dio de andas y altares,rodeadas de cirios, flo-res y suntuosos trajes,que adquieren formatriangular cuando setrata de las veneradas“mamachas”.

Una veta particular-mente interesante de lapintura cuzqueña sonlas genealogías indíge-nas y mestizas que in-terpretan los deseos eintereses de un gruposocial emergente quecomienza a adquirirgran fuerza en el perío-do. Nos referimos a unsector de la elite indíge-na y mestiza que refuer-za su status social apo-yándose en el complejofenómeno ideológicodel nacionalismo inca,que va siendo teñidopor el mesianismo an-dino. Demostrar picto-gráficamente el parentes-co directo con los anti-guos señores cuzqueñosparece ser una forma de legitimación no sólo antelos españoles, sino ante las masas plebeyas. Imitan-do a los reyes de Castilla que se hacen retratar co-mo sucesores de los incas de la capaccuna, los cura-cas e indios enriquecidos hacen lo propio enarbo-lando en los lienzos insignias y símbolos incaicos, odemostrando sus genealogías en composiciones his-toriadas. Las órdenes religiosas, atentas al curso delos acontecimientos sociales y políticos, entran eneste juego semiótico, buscando legitimarse ante laelite indígena. No debe sorprendernos que la propiaCompañía de Jesús encargara un cuadro tratando demostrar el parentesco entre las familias de sus fun-dadores y el más rancio linaje incaico. La anónimay célebre pintura, reproducida incansablemente,

muestra el entronqueque posibilitó el matri-monio de Martín de Lo-yola con doña Teresa deIdiáquez.

Pertenecen también aesta época una grancantidad de expresionesde muralismo andino,como las que se en-cuentran en el conven-to de Santa Catalina delCuzco, de fuertes tona-lidades pero trazo vaci-lante. Son muy intere-santes asimismo losmuros pintados por elpadre Francisco Sala-manca, quien exornaíntegramente su celdadel convento de LaMerced con temas teo-lógicos y tradicionales.Sus murales “ingenuos”de pincel autodidactacombinan escenas reli-giosas con flores, gru-tescos y aves de grancolorido. Se trata de unrenacimiento del artemural que, en los díasinmediatos a la con-quista y a lo largo del si-glo XVII, cubrió de be-

llas composiciones las iglesias citadinas de las Na-zarenas, San Antonio, San Bernardo, Santo Domin-go; y los templos rurales de San Jerónimo, Anda-huaylillas, Canincunca, Urcos, Quiquijana, Ocon-gate, Colquepata, Pitumarca, Huasac, Chinchero,Cay Cay, Yanaoca, Zurite, y Tinta, en uno de cuyosmuros se encuentra la única imagen iconográfica deJosé Gabriel Condorcanqui, el futuro Tupac AmaruII. En algunas de estas iglesias y santuarios de in-dios resaltarán los frescos de Tadeo Escalante. Estecreador se convierte es uno de los más connotadosexponentes del muralismo andino y el influjo de suarte puede rastrearse aún a comienzos del siglo XIX(Wuffarden 1994: 627-628, Tord 1981: 268-272;Gisbert y Mesa 1982: 160 y ss., 174 y ss.).

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Nuestra Señora de Pomata, de autor anónimo, siglo XVIII,Cuzco (colección del Museo Pedro de Osma).

El arte escultórico occidental hizo su presenciaen América poco después de la llegada de los con-quistadores, suscitándose un creativo encuentro en-tre las concepciones y metodologías europeas, y losaportes y las técnicas andinas. Sin embargo no po-demos hablar en rigor de una única tradición hispá-nica, pues desde el primer momento se superponían–y no habíanse deslindado todavía– las tendenciasestilísticas de matriz occidental. Bernales Balleste-ros ha tratado de ordenar esta multiplicidad en laproducción artística del siglo XVI, señalando que elprimer tercio del cinquecento español estaría signa-do por las nuevas ideas renacentistas, que se funden

con el gótico y el mudéjar. El segundo tercio seríapropiamente el renacimiento español, etapa en quealcanza grandiosidad aquella mezcla “más perfectaentre el gótico y lo itálico bajo el signo de la religio-sidad hispana”. El último tercio estaría caracteriza-do por la aparición del manierismo.

Si bien el arte escultórico precolombino habíadado brillantes muestras de maestría y perfección,las técnicas y las opciones estilísticas diferían osten-siblemente. Pero el arte avanza también a partir delas fusiones y el mestizaje, y relativamente pronto laantigua tradición indígena se amalgamó con losprocedimientos occidentales, generando interesan-tes mixturas, donde no se perdía ni la sensibilidadandina, ni la función social que el arte cumplía pa-ra los españoles.

La escultura es un arte sumamente complejo ysupone una creciente especialización y dotes cadavez más exigentes. Por ejemplo el procedimientomás común para realizar una imagen de bulto con-templaba inicialmente la ejecución de una serie debocetos. Habitualmente se elegían las maderas másnobles y fáciles de desbastar (cedro, caoba o pino),pero ante la carencia de éstas y aprovechando la tra-dición indígena, se recurrió al tronco del maguey.Más tarde el artífice se abocaba a la paciente labordel tallado de secciones de la imagen, con delicadoso incisivos golpes de los formones o gurbias. Estasdiferentes partes luego se ensamblaban con espigasde madera o con clavos y grapas. Una vez unidas laspiezas eran sometidas al proceso de aparejo, por elcual se las recubría con una capa de yeso y cola, que-dando listas para el pulido, el dorado y el pintado.

El proceso de plastecer consistía en enyesar laimagen, para después recubrirla con una arcilla de-nominada bol en las partes que irían vestidas, y conyeso y albayalde en las zonas que quedarían al des-nudo. Realizadas estas labores, la pieza recibía unamano de pan de oro o de pan de plata y luego se es-tofaba, es decir se pintaba sobre la superficie dora-da. Esta pintura era luego picada, grabada o esgra-fiada, lo que se conseguía rayando la capa aplicadade color, para hacer sobresalir el pan de oro subya-cente. Por lo general se plasmaban motivos geomé-

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IILA ESCULTURA VIRREINAL

Retablo del Cristo de la Contrición, iglesia de San Pedro, Lima.

tricos o naturalistas, que imitaban el brocado de lastelas. Las partes descubiertas recibían las carnacio-nes, o capas de pintura más delgada y sonrosada, enacabado brillante o mate, según la época. Muchasde estas tareas estaban a cargo de un especialista,aunque algunos maestros preferían encarar todaslas etapas de la obra, apoyándose solamente en susayudantes.

Dentro del proceso evangelizador la estatuariaocupó un papel de primera importancia. Si bien laescultura no podía competir con la función didácti-ca de la pintura, estaba llamada a suscitar senti-mientos más piadosos y meditativos en el ánimo delos fieles. Debido a ello, las órdenes religiosas traje-ron rápidamente las primeras imágenes que adorna-ron sus templos. Sin embargo, poco es lo que ha lle-gado hasta nosotros de las obras realizadas entre1535 y 1580. En muchos casos sólo tenemos acce-so a algunos documentos notariales y cartas de em-barque, que nos informan de la temprana y gran im-portación de obras que van desde esculturas de pie-dra y madera, hasta retablos y portadas.

Entre las obras remitidas desde la Península poraquellos años destaca el Cristo de la Conquista en laiglesia de la Merced de Lima, donde se puede obser-var “una imagen de Cristo expirante en la Cruz ...que tiene la particularidad de tener los pies cruza-dos y con cuatro clavos”. También se refieren las cé-lebres composiciones que enviara desde Sevilla elescultor Roque Balduque, entre las que destaca LaVirgen de la Asunción (c. 1562), imagen titular de lacatedral. Dicha talla hoy ha sido bautizada como laVirgen de la Evangelización, y es de tamaño naturaly expresión hierática, pues responde a las tenden-cias flamencas de su autor. En la iglesia de SantoDomingo se conserva La Virgen del Rosario (c.1561) del mismo Balduque, que posee todavía granparte de su estofado original, mientras en el coro al-to de San Francisco se halla un “Crucificado con unefecto dramático de herencia gótica”, pertenecientepresumiblemente al círculo del artista.

Estos nuevos territorios también seducirán a al-gunos artistas, que los encuentran propicios paraestablecerse y ejercer su oficio. No fue extraño queartífices castellanos y andaluces abrieran obradoresen la capital, y se hicieran cargo de los numerosospedidos de retablos y esculturas, provenientes delos conventos y cofradías. El español Alonso Gómez(1558) realizó en estas tierras una tabla del retablomayor de la catedral, dedicada al tema de La adora-ción de los pastores, que tenía una composición bas-tante esquemática. Por su parte Diego Rodríguez

ejecutó el retablo catedralicio de La Visitación, hoyperdido. Los sevillanos Cristóbal de Ojeda y Juan deNavajeda se establecieron en la Ciudad de los Reyesdesde 1555, obteniendo una serie de contratas paraelaborar retablos. Éstos se convierten en elementosimprescindibles para amoblar las capillas de lostemplos. Como ha mencionado Bernales: “la estruc-tura jerarquizada del altar como sus contenidos derepresentación sacra se ajustaban perfectamente alas funciones didácticas que requería el proceso deadoctrinamiento masivo. En él se conjugaban lasprincipales manifestaciones del arte –pintura, escul-tura y arquitectura– configurando programas icono-gráficos de fácil lectura para los fieles que asistíanal oficio religioso”.

El retablo comprendía un basamento, pedestal osotabanco, encima del cual continuaba el banco, olargo pedestal corrido pintado y ornado por imáge-nes que soporta el cuerpo superior. Sobre ellos seubicaban las calles o cuerpos, según se les apreciarade manera vertical u horizontal. La calle principallleva en su primer cuerpo el sagrario, en el segundoel templete, donde se exponía el Santísimo Sacra-mento, y en el tercero la imagen del santo titular delretablo. Las calles laterales que podían ser dos ocuatro, definían el espacio para las tablas o telas po-licromadas, y las imágenes secundarias. El ático co-ronaba todo el conjunto. Los retablos que seguíanlos modelos que antecedieron al manierismo, con-tenían esculturas de candelabro, es decir sólo conrostros, manos y pies tallados, y el resto de armazóncubierta por tela encolada. Completaban estos alta-res una serie de colgaduras de tela, ángeles y relie-ves de acusado cromatismo.

Como se puede entender, tan gigantesca fábricaproveía de trabajo a numerosos artistas. Sobresalíanel ensamblador, quien construía la estructura; el en-tallador que realizaba los relieves y las imágenes deespalda plana que se colocaban en las hornacinas; elencarnador y el estofador que daban color a las pie-zas componentes; el dorador que recubría de pan deoro de 23 kilates las estructuras; y los pintores queesbozaban las telas necesarias. Si bien en Lima noquedan rastros de estos retablos iniciales, en la zo-na del Alto Perú todavía es posible apreciar bellosexponentes mantenidos en las iglesias de las reduc-ciones indias.

La incesante actividad artística que promovió elnacimiento de las ciudades permitió que los artistasemigrados abrieran talleres, rodéandose de ayudan-tes lugareños. Todos ellos contribuyeron a exten-der la escultura –entendida de una manera occi-

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dental– entre los artistas indígenas. Sin embargo es-tos tempranos aprendices andinos no fueron recep-tores pasivos, y más bien aportaron sus técnicas lo-cales –como el uso del maguey– e hicieron gala deuna sensibilidad muy propia. La estética escultóricamestiza se aproxima al expresionismo en la ideali-zación de los rostros y las manos, e insiste en unapolicromía muy viva y una marcada frontalidad enel diseño.

De esta época inicial data uno de los más intere-santes monumentos fúnebres del país. Se trata de laescultura yacente de Per Álvarez de Holguín, quienmuriera en la “rota de Chupas”, durante las guerrasciviles que enfrentaron a los conquistadores, en losaños aurorales del virreino. La escultura en piedrafue encontrada bajo una capilla de la Merced deHuamanga y representa al guerrero con armaduracompleta, sosteniendo un mandoble que empuñacon las dos manos. Subsiste el tratamiento gótico dela escultura sepulcral, pero denota cierto esquema-tismo e ingenuidad, que nos hacen recordar las fi-guras de soldados reproducidas por Guaman Pomade Ayala en los dibujos de su crónica.

En el Cuzco la actividad escultórica sería tam-bién muy importante durante estos años. Una de lasmás notables imágenes es el muy reverenciado Se-ñor de los Temblores, de tamaño natural (c. 1560).Pese a que la mitología popular cree que la imagenfue regalada a la ciudad por el emperador Carlos V,se trata de una obra local. Ello queda fácilmente de-mostrado si revisamos su estructura, que es de ma-guey entrelazado y encolado, cubierta a su vez portela encolada. Esta técnica absolutamente indígenaera imposible de ser imitada en la Metrópoli.

Otras antiguas imágenes son la Virgen de laConcepción realizada en piedra (c. 1560), similara otra del mismo año hecha en madera, y unaserie de Crucificados y Madonnas que se eje-cutaron en la localidad. Ellas expresan elgusto de los conquistadores, detenidos encánones estéticos de principios de la centu-ria, por lo cual ostentan un aire arcaico. (Ber-nales 1991: 8 y ss.; Estabridis 1991:138-140; Wuffarden 1994: 554-584; Bernales1987: 293-300).

EL MANIERISMO

El manierismo al que muchos prefierendenominar “romanismo” o “arte a la italia-na”, por las diferencias estilísticas que fue-ron surgiendo con los contramanieras y los

antimanieristas, se afianza en el campo de la escul-tura limeña entre los años 1580 y 1620. Como es ló-gico pensar, estas fechas se adelantan y retrasan enlas diversas regiones del virreino, de acuerdo a sucercanía o alejamiento de los centros de producciónartística.

Los talleres indígenas serán particularmente fie-les a estos lineamientos “romanistas” y tardarán enevolucionar hacia el realismo, aunque manifestaronsimultáneamente tendencias propias. Según ha co-mentado Bernales, “sus esquemas compositivossuelen partir del manierismo pero sin la afectadaelegancia de las imágenes genuinamente manieris-tas, pues prefirieron desde fechas tempranas ani-mar las representaciones con leves efectos expresi-vos e intensas policromías, sobre todo en los temaspasionarios y de santos mártires, los que años des-pués con el clima del barroco se acentuarán conefectos trágicos muy propios de la escultura mesti-za e indígena”.

Al igual que las estilísticas precedentes, el ma-nierismo llegó a estas tierras gracias a los artistasemigrados, la remisión de obras peninsulares y loslibros con grabados que difundían las creaciones demoda en Europa. Estos envíos, que terminaronsiendo extremadamente numerosos y variados, con-templaban desde pequeños crucifijos, hasta retablosy portadas desarmadas. Igualmente diversos eranlos materiales empleados en su creación, como porejemplo finas maderas, terracota, plomo, piedra,pasta y marfil. Los protocolos notariales serán mu-

dos testigos de este floreciente comercio entreSevilla (de donde partían cualesquie-

ra que fuese su procedenciaoriginal) y Lima. De estamanera la capital del virrei-

nato pudo contar con obrasde Juan Bautista Vázquez, se-guidor del legado de MiguelÁngel y de la estética del Be-rruguete. En la iglesia de San-to Domingo se encuentra elretablo de la Virgen del Rosa-rio (c. 1582), en el que sepuede observar el Crucifica-do que la prominente familiaAgüero encargara al maes-tro. Posiblemente los relie-

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La Virgen con el Niño, por JuanBautista Vásquez, siglo XVI(colección Instituto Riva-Agüero).

ves de La Anunciación, La Visitación y Los Ángelespertenezcan a la misma mano. Otro envío de Váz-quez es la Virgen con el Niño del Instituto Riva-Agüero, conocida como “la Rectora”, imagen seden-te de tamaño natural, que todavía exhibe buena par-te de su policromía original y debió ser parte de al-gún retablo que los terremotos destruyeron. La in-fluencia del maestro español fue grande y se exten-dió entre los artistas regionales.

Otro escultor importante fue Gaspar del Águilaal que se le debe la Virgen del Consuelo de Arequipay la Virgen con el Niño de la Merced de Ayacucho.Anónimos resultan en cambio el Cristo de la Con-quista y la Virgen de la Merced, ambas en el referidotemplo mercedario, la Virgen de los Remedios en laiglesia de los jesuitas, el Cristo Milagroso de SantoDomingo, y la Virgen de la Candelaria de la capita-lina iglesia de Copacabana.

Estas imágenes, y muchas otras más que desapa-recieron, ayudaron a difundir las maneras italianasentre la población y los artistas locales. Pero tanto omás impacto tuvo la llegada de una serie de artistasde raigambre “romana” o manierista. Conviene re-cordar a Bernardo Bitti, Gómez Hernández Galván,Andrés de Hernández, Martín de Oviedo, José Pas-torelo y otros, cuyos nombres desfilan incansable-mente en los documentos notariales, aceptando rea-lizar esculturas, relieves, retablos, sillerías, dorados,policromados y ensamblajes.

Bernardo Bitti, el célebre pintor introductor de lacontramaniera en el Perú, llevó las novedades del ar-te contrarreformista al Alto Perú. Durante el dilata-do viaje por esas comarcas exornó templos de laCompañía con pinturas y esculturas. Bitti desarro-lló una importantísima vena escultórica, que hapermanecido ignorada hasta poco tiempo atrás. Só-lo a partir de la semejanza que se establece entre elgran relieve de la Asunción de la Virgen (c. 1584) deltemplo del mismo nombre en Juli, con el cuadro deidéntico tema que pintó en San Pedro de Lima, seha podido descubrir al mismo autor en ambos. Elrelieve en cuestión “es quizás de las obras más be-llas de la escultura manierista peruana, tanto por elcanon alargado y afectada elegancia en el contrapos-to, como por las caprichosas actitudes de los ange-lillos que rodean a la figura de la Virgen”.

También basándose en esta primera y certera re-lación, se le ha atribuido la autoría del retablo deSan Pedro de Acora (c. 1587), con el relieve de laAnunciación. En Challapampa se encuentra el relie-ve de la Virgen rodeada de ángeles, y en San Juan deAcora se encuentra la escultura de San Juan Evan-

gelista, que al decir de Bernales “es una de las es-culturas exentas más manieristas de la época y des-taca por su elocuente delicadeza, aspecto juvenil ymovimiento inestable”. Todas estas creaciones deBitti están confeccionadas con fibra de maguey ytela encolada.

Pero sin duda serán los paneles del perdido reta-blo mayor de la Compañía del Cuzco una de las me-jores obras del artista jesuita. Ubicados felizmenteen una hacienda cercana a la capital de los incas, sepueden apreciar fragmentos de la obra como los re-lieves de San Sebastián, Santiago Apóstol, San Ignaciode Antioquía, Santa Marta y San Gregorio Papa. Rea-lizados por Bitti y policromados por el hermano je-suita Pedro de Vargas, estas “composiciones de lasfiguras de los santos, de rebuscados esquemas yposturas que llenan los espacios de las estrechas ta-blas, demuestran que Bitti es más pintor que escul-tor, pero con calidades evidentes que es justo reco-nocer dentro de los aspectos angustiosos que mues-tran la más clara estirpe manierista”.

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Talla en madera del Cristo de la Contrición por Martín deOviedo, siglo XVII. Iglesia de San Pedro, Lima.

Un testigo de la época diría de aquel retablo: “ajuicio de todos los entalladores y pintores y buenosoficiales de todo el reino es la obra más grande ymás hermosa que hay en todo él, en bultos, imáge-nes, vista, autoridad, pincel y proporción”. Tambiénen el Cuzco Bitti realizará el niño Jesús de la cofra-día de Santa Ana, que aparece en las fiestas del Cor-pus Christi. Pedro de Vargas también realizó obraindividual como la Virgen de Copacabana de la igle-sia de Chinchaypujio. Otro importante introductordel manierismo como Angelino Medoro no descui-dará las artes del esculpido y realizará un Crucifica-do que se conserva hoy en Yotala (Bolivia).

Gómez Hernández Galván, posible seguidor deBitti, trabajará en 1580 en el hoy perdido retablomayor de la segunda catedral limeña. Al regresar delAlto Perú donde posiblemente refuerce su admira-ción por Bitti, se le asignará la primera sillería de lacatedral, de la cual nos ha llegado un profeta en re-lieve, que se le ha atribuido tanto a él como a Álva-ro Bautista Guevara. Son de Hernández Galván tam-bién cuatro tallados que representan a San Felipe,San Miguel, San Martín y San Juan Bautista.

Pedro Santángel de Florencia pertenece a la pri-mera y precoz generación de mestizos dedicados alarte. Además de su arte pictórica se dedicará a la es-cultura, como lo evidencian la Asunción, Santiago ySanta Bárbara, encargo del cura de Levitaca (1589).Su maestría le valió que otras comunidades cerca-nas le pidieran además un San Juan Bautista y unSan Bartolomé.

El sevillano Pedro Martín de Oviedo se estableceen Lima entre 1600 y 1620, época en la que se tras-lada a Potosí. En 1601 realiza el altar de Nuestra Se-ñora de la Piedad en la iglesia de la Virgen de la Mer-ced de Lima, del cual quedan algunos relieves reu-tilizados posteriormente en el retablo de Cristo delAuxilio, que luce iconografías de La oración en elhuerto, Jesús atado en la columna, Ecce Homo y Jesúscon la Cruz a cuestas. También a su diestra mano sedebe el Cristo de la Contrición de la iglesia de los je-suitas en Lima. Recurriendo una vez más a los jui-cios de Bernales Ballesteros, se puede afirmar queesta última es “una obra de estupendo modeladocon desnudo de fuerte musculatura, pies con cuatroclavos y en general, más acorde con las maneras fi-nales del manierismo que las del posterior realismoque se impuso en la ciudad”.

Artistas sin paradero fijo serán los transhuman-tes Gerónimo Pérez de Villarreal y Juan Toledano,quienes hicieron un altar para San Agustín en 1623;Pedro de Mesa, quien trabaja decorando la iglesia

de Copacabana (1634); y Luis de Riaño, el discípu-lo de Medoro que trabajara en Huaro y Urcos. Lacomposición de los retablos adquiere por esta épo-ca un estilo más clásico, por el cual las columnascon decoraciones en el tercio inferior del fuste for-man parte del único cuerpo de la estructura. Sus su-perficies adquieren una coloración muy trabajada ypresentan esgrafiados de armoniosa decoración na-turalista, además de los típicos grutescos que sepueden ver en las provincianas iglesias indias deChinchero, Huaro, Cai-Cai, Oropesa y Huasac.

Tras el cambio de siglo, los artistas nativos vandefiniendo un estilo propio, que fluctúa entre el “ar-te a la romana” y las pautas estilísticas sevillanas. Elmás notable de todos estos escultores será Francis-co Titu Yupanqui Inga, que sigue los modelos deRoque Balduque, y realiza la Virgen de Copacabana,la imagen más venerada del Alto Perú. Basado en elmodelo de una Virgen de la Misericordia, esta ima-gen expresa “algo arcaizante, aunque de gran majes-tuosidad y fuerza expresiva”. Antes de morir en1608 realiza varias copias de su creación para dis-tintas localidades. En Copacabana surgirá una es-cuela indígena entre cuyos integrantes destacará lafigura de Sebastián Acostopa Inca, quien en 1618acomete el retablo de la iglesia de Copacabana, don-de demuestra gran arte y oficio especialmente en lasesculturas exentas del Nacimiento de Cristo, La Vir-gen, dos Virtudes, cuatro Doctores y seis Sibilas. Talsería su renombre que desde Sevilla se le hicieronotros encargos (Chichizola 1983: 23 y ss.; Wuffar-den 1994: 559-582; Bernales 1987: 299-305).

EL REALISMO

Durante las dos primeras décadas del siglo XVIIse manifiesta un cambio de gusto de la población vi-rreinal, ya que empieza a cansarse de los modelos “ala romana”, prefiriendo las piezas escultóricas sevi-llanas marcadas por su fuerte naturalismo. Esta ac-titud de la población se ve secundada por el fuertetráfico de obras de arte hispalenses, que llegan al vi-rreinato extendiendo los nuevos gustos. Uno de losmás solicitados artistas será Martínez Montañés(1568-1649), quien aparecerá como uno de los má-ximos exponentes del realismo sevillano.

Sus remesas de obras tendrán una impactante in-fluencia sobre la naciente escuela limeña. Su estilo,que interpreta de una manera muy personal el ma-nierismo, está “basado en la mesura, la armonía delas proporciones en los cuerpos y suaves movimien-tos llenos de elegancia, pero sin acentuar los efectos

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dramáticos”. Sus envíos serán incesantes: una Vir-gen del Rosario para Chucuito, diez sagrarios envia-dos al Cuzco (1592), ocho Vírgenes del Rosario(1590) en ruta hacia Chile, dos Niños Jesús pedidospor el virrey Velasco (1592), el Cristo del Auxilio dela Merced (1602), los retablos de San Juan Bautista(1622), San Juan Evangelista (1625) y un Crucifica-do para el monasterio de la Concepción, traslada-dos actualmente a la catedral. Además se añadenuna Santa Apolonia (1625) de bulto entero para lacatedral, la Virgen Inmaculada de Oruro (c. 1640),La Virgen con el Niño en la iglesia de San Camilo, elSan Jerónimo de la iglesia de San Pedro de Juli, y losSantos Jesuitas de San Pedro de Lima. La omnipre-sencia de sus obras anunció un nuevo canon estéti-co, que trasunta una actitud calmada, una cuidado-sa armonía cromática y un elegante dorado de losestofados.

La popularidad del artista le impediría satisfacertodos los pedidos, por lo que debe recurrir a su dis-cípulo Juan de Mesa para abastecer la demanda. AMesa le pertenecen el Crucificado de la capilla de laVirgen de la O de San Pedro que tiene formato na-tural, o el enviado a la iglesia de Santa Catalina deLima. Otros artistas sevillanos como Francisco deOcampo, Juan de Remesal, Alonso Cano y Felipe deRivas también comprueban los magníficos resulta-

dos pecuniarios de este comercio con Lima, trasla-dando su producción hacia la capital virreinal.

Algunos maestros juzgan más conveniente pasara Indias para desarrollar su producción. Es el casode Martín de Oviedo y el de Alonso de Mesa y JuanMartínez de Arrona. Mesa realiza una Virgen de laMerced (1603) en Trujillo, la escultura orante deBartolomé Lobo Guerrero (1622) y cumple con in-numerables contratos en Lima, entre los que desta-ca el armado de un altar en San Agustín, del cual di-ce Calancha: “lo cuajan ángeles y virtudes da vuel-ta por la cumbre con ser altísima y es tanto lo cres-po y lo galano, que son lo dorado y estofas hace lapieza más preciosa que tiene aqueste reino... el vi-rrey principe de Esquilache decía que ningún reta-blo había en toda España que le igualase ni hiciesecompetencia”. Por su lado el vasco Martínez deArrona realiza la cajonería de la sacristía de la cate-dral (1608), con las figuras de los apóstoles casi detamaño natural, y el primer cuerpo de la portada dela catedral.

Estos discípulos y seguidores de Montañés reite-ran en Lima su estilo, pero con una libertad bastan-te mayor pues no han sido formados en la estéticamanierista. De este modo sus resultados son cada

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Cajonería de la sacristía de la catedral de Lima por JuanMartínez de Arrona, siglo XVII.

Túmulodiseñado para

la ceremoniade honras

fúnebres por elfallecimiento

de MaríaBárbara de

Portugal, sigloXVIII.

vez más lejanos del arte italianista que profesaba elmaestro. Estos artistas, junto con las obras enviadasen este período, tuvieron gran predicamento sobrelos artistas locales, que delinearon en base a sus pe-culiaridades la llamada escuela limeña, que se em-parentaba con la sevillana. Este predominio se ex-tiende entre 1620 y 1670. Desde Lima se extenderíaa otros núcleos urbanos, como la costeña ciudad deTrujillo y en menor medida hacia el interior delpaís.

El “arte efímero” estará asociado muy de cercacon la escultura, aunque tambien tendrá cercana re-lación con la arquitectura y la pintura. La edifica-ción de monumentos ad hoc para ciertas celebracio-nes, ya felices como los triunfos de la monarquía ylos nacimientos, bodas y entronizaciones reales, yadesgraciados como la muerte de monarcas, reinas,príncipes, arzobispos, o eminentemente religiososcomo las procesiones o las fiestas en honor de losnuevos santos, o simplemente políticas como la lle-

gada de virreyes, eran motivo para congregar a losartífices. La ciudad se engalanaba con arcos, tú-mulos, altares esquineros, fachadas falsas para lascasas, iluminaciones, despliegues pirotécnicos,etc. Como es de suponer estas obras realizadas enmateriales perecibles, como cartones y telas enco-

ladas, no han llegado hasta nuestros días pero con-sumían una buena parte del tiempo de los cultoresdel arte, pues se les contrataba para erigir estos mo-numentos ocasionales. En ellos practicaban las nue-vas expresiones y proponían incluso osadas alterna-tivas. Particularmente notables resultan en este pe-ríodo el túmulo levantado para las reales exequiasde Felipe III por Luis Ortiz de Vargas, y las arqueríastriunfales del ingreso del marqués de Guadalcázar,todas ellas rodeadas con figuras alegóricas.

Una obra que señalará un hito dentro de la es-cultura del período será la sillería coral de la cate-dral de Lima, para la cual compitieron los más im-portantes artistas afincados en la capital. Ganó laadjudicación Pedro Noguera pero se vio obligado atrabajar con Martín Alonso de Mesa y Luis Ortiz deVargas. Mesa que era el mayor, ejecuta entre 1624 y1626, año en que muere, una serie de relieves de de-sigual factura. Posteriormente Noguera termina y

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Sillería coral de la catedral de Lima, considerada una de lasmás destacadas muestras de la escultura virreinal. A laderecha, detalle de la sillería.

firma la sillería, que es considerada una de las cum-bres de la escultura virreinal. Noguera realiza asi-mismo la pila de la plaza de Armas que fue fundidapor Antonio de Rivas. Poblada de seres mitológicosy coronada por un ángel ausente hasta 1997 –cuan-do dicha figura es repuesta en el marco de un pro-grama de recuperación urbana–, constituye una delas pocas obras en bronce de la época. Noguera,junto con Luis de Espíndola, tallará poco antes desu muerte (1655) la sillería de los agustinos, obraque refuerza su fama como mejor escultor del vi-rreinato. Luis de Espíndola pasará luego a Trujillo,donde dejará obras como una Asunción, un San Pe-dro y un San Pablo.

Por esta misma época, un seguidor de Nogueraejecuta la escultura funeraria que representaría aPedro Bravo de Ribero o al conde de Salvatierra (c.1650) para la sala De Profundis de San Francisco,así como la cajonería de la sacristía del mismo tem-plo. A su vez, Francisco Lobo realiza los ángeles dela portada catedralicia, y Ascencio de Salas exornael altar de la Inmaculada Concepción de la mismaiglesia limeña (c. 1669). Dicho altar exhibe colum-nas de fuste estriado y tercio inferior melcochado,que parece guardar bastante similitud con la porta-

da-retablo de San Francisco, a la cual habría inspi-rado. En 1666, el trujillano Francisco de Flores le-vanta la escultura de Felipe IV para su túmulo fune-rario, y la primera representación escultórica deSanta Rosa de Lima. Francisco Martínez realiza uncrucificado para la cofradía mercedaria de AguaSanta y, cerrando el período, llega a la capital envia-da por el Papa, la muy notable escultura en mármolde Santa Rosa difunta del seguidor de Bernini, Mel-chor Caffa. Lamentablemente tan singular obra notuvo mayor repercusión en su tiempo.

La ciudad del Cuzco alberga otra escuela escul-tórica de renombre. Importantes artistas que transi-tan hacia Potosí viven temporadas en la antigua ca-pital y legan a los artistas locales sus capacidades yconocimientos. Los imagineros andinos sabránadecuar esas técnicas para desarrollar sus temáticasy gustos mestizos. A partir del primer tercio de si-glo se cultivará el tallado en maguey, que comienzaa adquirir un fuerte realismo. Luis de Riaño, aun-que seguidor de Medoro, evoluciona hacia el natu-ralismo, y lo mismo sucede con Juan Rodríguez Sa-manez, quien en 1613 realiza cinco esculturas paraSanto Domingo. Martín de Torres realiza (c. 1657)la escultura de la Santísima Trinidad para el retablocatedralicio. El indio Julián realiza una Virgen de laCandelaria para la parroquia de San Martín de Po-tosí. Simón de Herrera y Pedro de Oquendo tallanuna serie de figuras para la capilla sepulcral de SanFrancisco; y el desconocido autor denominado“Anónimo de San Francisco” realiza las imágenesde bulto de Santo Domingo, San Buenaventura, SanJuan Bautista y San Juan Evangelista.

El artista indígena Melchor Guamán Mayta dejaen la Compañía dos interesantes obras de 1655, un

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Estatua orante de PedroBravo de Ribero, de autor

anónimo (siglo XVIII), quese conserva en el conventode San Francisco de Lima.

Esta talla es tambiénconocida como del

conde deSalvatierra, virrey

del Perú.

Tránsitode SantaRosa porMelchor

Caffa,1669.

Iglesia deSanto

Domingo,Lima.

San Jerónimo y un San Francisco, que lindan con loexpresionista. Por su parte, Martín de Torres traba-ja una serie de retablos que definirán un peculiar es-tilo. En ellos se aprecia la utilización de columnascorintias, cuyo fuste situado en el tercio inferior sehalla rodeado de escamas. Ello caracterizará elclaustro mayor de la Merced del Cuzco (Wuffarden1994: 562-578; Bernales 1987:311-313; Gisbert yMesa 1991; Estabridis 1991).

EL BARROCO

Hacia 1670 culmina la vigencia del naturalismo,iniciándose una centuria de pleno apogeo del barro-co. El audaz “churrigueresco” o “barroco salomóni-co” tendrá gran predicamento hasta el terremoto de1746, pero la reconstrucción de la ciudad de Limamarcará la entrada del barroco decadente o rococó,con su fino trabajo de rocaille. El declive económi-co del virreinato se evidenciará por la disminucióndel tráfico comercial con Sevilla y la poco frecuentellegada de obras de arte desde la Península. Los ta-lleres locales se van emancipando del gusto ibéricoy realizan sus creaciones según un estilo propio. Se-gún Bernales Ballesteros será la época del esplendorde los retablos y del mobiliario litúrgico. Sin embar-go la escultura decae ante la pérdida de realismo, enaras de buscar un efectismo que realce el movimien-to. Los rostros se vuelven estereotipados, impasiblese inexpresivos. La belleza del retablo parece despla-zar la calidad de sus adornos estatuarios. Sin embar-go, la escultura seguirá conservando todo su poderexpresivo en zonas específicas. Así lo demuestranlas magníficas escuelas barroco-mestizas que surgenen Arequipa y Puno.

Sin embargo, no debe dejar de mencionarse auna serie de importantes artistas, como el ensam-blador de retablos y escultor fray Cristóbal Caballe-ro, quien profesa una gran admiración por los gra-bados flamencos y los libros de arquitectura. Caba-llero fue el encargado de levantar, en 1666, el mo-numento dedicado a la coronación de Carlos II quese ubicaba en la catedral. Curiosamente, sus mis-mos diseños fueron utilizados años más tarde porsus continuadores para erigir el túmulo funerariodel mismo rey, en 1701. Otra obra importante de fi-nes del siglo XVII es la sillería coral de San Francis-co, una de cuyas partes fue realizada por Juan Del-gadillo. En esta época se difunde la escultura fune-raria, tomándose el modelo de la que conmemorala muerte del conde de Salvatierra, donde el difun-to aparece en gesto orante. En esta línea se ubican

también la que se esculpió en honor del virrey-ar-zobispo don Melchor de Liñán y Cisneros (1682)de la iglesia del Sagrario, y la de Diego MorcilloRubio de Auñón (1724), emprendida por BaltazarMenéndez.

El escultor de más renombre de fines del sigloXVII será Tomás Tuyru Tupac, quien además deobras arquitectónicas realiza las figuras de la Virgende la Almudena (1686), de San Juan de Dios, y en1697 el retablo mayor de la parroquia de Santa Ana.En ellas se percibe la lejana influencia de Montañés.De otro lado, Melchor Guamán Mayta llega a unrealismo extremo colocando en sus esculturas demaguey y tela encolada, mascarillas de pasta en lasque se insertan cabello y dientes humanos, palada-res de espejo y ojos de vidrio coloreado. La tradi-ción le atribuye un San Cristóbal, un San Sebastián,una escultura de San Pedro Nolasco y un San Agus-tín, ubicadas en el templo de la Merced.

Algunos especialistas consideran que la intro-ducción de las columnas salomónicas en el arte pe-ruano se debe al vasco Diego de Aguirre, que habi-tó en Lima entre 1665 y 1718. Un proyecto para le-vantar sobre el altar mayor de la catedral un balda-quino semejante al de Bernini en Roma, también lepertenecería, aunque la idea cayó en el olvido. Sinembargo, Aguirre utilizó las nuevas columnas en al-gunos proyectos menores y pronto contó con unaserie de seguidores en la ciudad, que las utilizaronen la portada de San Agustín y en la decoración in-terior del templo de la Compañía. Esta iglesia poseeocho retablos con columnas salomónicas doradas,varios de los cuales se atribuyen al mismo Aguirre.Entre los imitadores destacó el mestizo José de Cas-tilla, natural de Conchucos, quien entre 1708 y1737 trabaja en todo el amoblamiento litúrgico dela iglesia de Jesús María. Particularmente interesan-te es el altar mayor de este templo, que tiene tres ca-lles y dos niveles, además de retablos laterales y unpúlpito, todos provenientes de la misma época y au-toría. Tal decoración nos proporciona una idea ca-bal de lo que debió ser el interior de los templos deeste período, antes de que el neoclasicismo arrasa-rá con los estilos previos, de la mano del construc-tor Matías Maestro.

Durante el siglo XVIII, el escultor más importan-te es sin lugar a dudas Baltasar Gavilán. Sin embar-go, su figura tiene más visos de responder a una in-vención literaria, que a una historia verosímil. La le-yenda popular, de la que Ricardo Palma se hizo ecoen una de sus “tradiciones”, señala que Gavilán fueun reo refugiado en el convento de San Francisco y

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que se dedicó a esculpir nacimientos y dolorosas,hasta que salido de la clausura en 1738, pudo reali-zar la monumental escultura ecuestre de Felipe V.Esta magnífica obra de madera policromada que re-posaba sobre el arco de entrada del puente de Pie-dra, fue gravemente estropeada por el terremoto de1746, hasta perderse en el recuerdo. Se le atribuyentambién a Gavilán un busto del marqués de CasaConcha para el templo de San Agustín (hoy perdi-da), el sepulcro del conde de Santa Ana de las To-rres en la catedral, un Cristo de la Columna y unCrucifijo en San Francisco. Pero sin duda la másimpresionante de sus obras es la macabra figura dela muerte, de gran efecto dramático, en la que se veun esqueleto disparando una flecha con el arco ten-sado. Los redactores del Mercurio Peruano tambiénfueron seducidos por el arte de Gavilán, a quien de-nominaron como “el gran Baltasar”.

Cerrando el período debemos referir las intere-santes esculturas de la iglesia de Santa Catalina y laobra de Fernando Daza. Este maestro platero fun-dió la imagen del ángel de la fama (1774) que coro-

naba el campanario de Santo Domingo. La imagencayó en 1835 debido a las vibraciones de un fuertetemblor, siendo reemplazada por una copia enmadera.

En la sierra sur, la llegada del obispo Mollinedoa la diócesis cuzqueña (1675-1699) afianzará la pre-sencia del barroco en la escultura de la región. Trasel terremoto de 1650 encontrará un amplio campopara ejecutar sus propuestas barroquizantes al tiem-po que se convertirá en un mecenas de incompara-ble munificencia. Su estadía en el Cuzco significóun período de gran reactivación artística. Comoobras destacables de esta etapa debemos mencionarlas sillerías corales, entre ellas la sillería catedraliciade 1676, de fuerte semejanza con la fachada de SanSebastián. Más tarde, en los primeros años del sigloXVIII, se realiza el coro de la Merced signado por lasrecargadas columnas salomónicas y figuras muy ex-presivas. Pero la escultura también se integra a la vi-da cotidiana y doméstica surgiendo de este modo lacostumbre de erigir altarcitos navideños o naci-mientos. Entre los artistas que se dedican a esta ac-tividad, destaca en el Cuzco y desde 1792 JuliánOlave, cabeza de una larga genealogía de imaginerosque llegan a nuestros días (Wuffarden 1994: 566-580; Bernales 1987: 315-319).

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Cristo de la Columna, atribuido a Baltazar Gavilán, sigloXVII. Iglesia de San Agustín, Lima.

Sillería del coro de la catedral del Cuzco, atribuida aGiménez de Villarreal, fines del siglo XVII.

La fundación de cientos de ciudades en los An-des fue uno de los hechos más trascendentales de lahistoria colonial. La congregación de la poblaciónen centros urbanos constituyó el camino más segu-ro para implantar la cultura de occidente en las an-tiguas tierras del Tahuantinsuyo. Pero ello supusoalterar cruel y paulatinamente los criterios preco-lombinos en torno al espacio, la circulación vial, laposesión de la tierra, la apropiación y manejo de losrecursos naturales y la utilización de la mano deobra.

Los fundadores de ciudades reprodujeron viejosesquemas urbanísticos pero también actuaron crea-tivamente –interpretando la nueva realidad– y modi-ficaron normas y costumbres al trazar calzadas, igle-sias, solares y plazas. La etnohistoria y las modernasformas de investigación nos permiten apreciar conclaridad cómo se desarrollaron dichos cambios, yentender el impacto en las mentalidades andinas delas nuevas formas de ocupación del espacio. Es ne-cesario insistir en que la ciudad era una noción yuna experiencia del todo desconocida para los habi-tantes del Tahuantinsuyo, aunque las culturas tar-días como Wari, Chimú y los propios incas levanta-ron grandes centros administrativo-ceremoniales. Laurbe, unida a las ideas jurídico-filosóficas y las cos-tumbres que introducía, transformaría radicalmentela vida de los pobladores del naciente Perú.

La organización del reino del Perú y su defensaante las rebeliones indias y las nuevas aventuras deconquista –como las que venía urdiendo Pedro deAlvarado– plantearon la necesidad de contar conuna ciudad principal. Ella actuaría como centro dela actividad económica, política y militar. FranciscoPizarro pensó inicialmente en Jauja, y luego en San-gallán, pero finalmente escogió el valle del Rímac.Se sabe que el conquistador también entrevió la po-sibilidad cuzqueña, y años más tarde intentó el tras-lado del gobierno a Saña, en el actual departamentode Lambayeque. Sin embargo la elección de Limacomo capital fue por muchos motivos la soluciónidónea, porque respondía a requerimientos geopolí-ticos y económicos. Lima, opacada a nivel demográ-fico sólo por la Villa Rica de Potosí, era el centro delcontinente por explorar y conquistar, y su rápido

acceso al mar permitía establecer un puente naturalpara defender y controlar todo el comercio ultrama-rino. Empero no son pocas las personas que consi-deran que un emplazamiento de la capital en la zo-na cordillerana, hubiera posibilitado una fisonomíade país distinta, quizás un “Perú serrano”.

En forma paralela a la capital, florecieron tam-bién una serie de ciudades intermedias, que inicial-mente sirvieron como centros de localización de losencomenderos. Desde ellas, este grupo de potenta-dos ejerció sus privilegios fiscales y sociales sobrelas zonas circunvecinas, haciendo valer su prestigio,su riqueza y su poder. Algunas de estas urbes, comoHuamanga, cercenaron parte de las prerrogativas dela capital. Recién a mediados del siglo XVII, la ciu-dad provinciana se emancipó de la suerte de sus en-comenderos y en algunos casos debió competir connuevos centros urbanos, que supieron sacar partidode su riqueza agropecuaria, sus minas o las transita-das rutas comerciales. Dentro de este universo urba-no, el Cuzco resultó un caso excepcional pues en-carnó, luego de su refundación española, la antiguaidea de la civitas y conservó la altísima dignidad deser la capital imperial incaica. Esta doble condiciónsería aprovechada una y mil veces por el mesianis-mo andino y jugaría un papel fundamental en elsurgimiento del nacionalismo neoinca del sigloXVIII.

Los aislados caseríos de los hatun runas o indiosdel común, acostumbrados a la dispersión en susunidades agrícolas, tenían un planteamiento radi-calmente distinto de la noción urbana europea. Losjuristas y políticos al servicio de la Corona conside-raron que sólo mediante el traslado de los indios apoblados de tipo occidental, se podría lograr la cris-tianización y control económico y político de loshabitantes andinos. La idea de hacerles vivir en“buena policia, o en orden y buen gobierno” llevóa los legisladores a reducir a los indios en aldeas. La“reducción de indios”, lejos de beneficiar a los na-turales como lo habían previsto los ideólogos y ase-sores del rey Felipe II, desestructuró por completola organización social y espacial, y la ecología andi-na.

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IIILA ARQUITECTURA COLONIAL PERUANA

ARQUITECTURA PÚBLICA

Dentro del urbanismo hispanoamericano laplaza pública ocupa un lugar preponderante.Tan es así que las ordenanzas sobre fundaciónde ciudades especificaban que “por la plaza ma-yor se ha de comenzar la población”. No en va-no es el centro material y simbólico de la ciu-dad, alrededor del cual se sitúan los principalesedificios de la vida cívica. Este “patio de patios”,abierto y cerrado simultáneamente, está rodea-do por el poder político (palacio virreinal), elreligioso (catedral, palacio episcopal o arzobis-pal, o simplemente la casa cural), la autoridadvecinal (ayuntamiento), las residencias de losnotables y los portales donde se establecen loscomerciantes.

En este espacio monumental, a veces el úni-co de la ciudad, se reúnen los vecinos para vivirlas festividades o conmemoraciones, a veces luc-tuosas como en Semana Santa o en los funeralesreales. En él se desenvuelven las expresiones de“arte efímero” como la pirotecnia, los arcos triunfa-les, y se procede a organizar las corridas de toros,los torneos y los juegos de anillos. Es frecuente queen su cuadrícula comiencen y finalicen los desfilesdel poder y las grandes procesiones, siendo tambiénel escenario de los ajusticiamientos en la picota y delos autos de fe.

Los vecinos se reunen en el rollo en el que seajusticia a los delincuentes, o en la pileta para char-lar, realizan sus negocios en los portales, compransus vituallas entre bultos y toldos, escuchan losbandos y acuden al arma. Mendigos, clérigos, da-mas, vendedores ambulantes, caballeros, indígenas

y esclavos alternan en este espacio común. La plaza,nunca ausente en las poblaciones americanas, pue-de en algunos casos como Lima, Cuzco o Cajamar-ca yuxtaponerse a grandes espacios ceremoniales deorigen prehispánico. En Cuzco, la enorme plaza in-caica que presentaba dos sectores llamados Aucay-pata y Cusipata –separados por el río Huatanay– esdividida mediante la creación de una manzana in-termedia. La sección menor, llamada plaza del Re-gocijo, alberga la sede del cabildo y el ccatu o mer-cado; y se reserva la otra parte, la plaza de Armas,para las funciones principales.

La plaza habitualmente rodeada de portales seprolonga en cierta forma por las calles adyacentes

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Imagen idealizada de la ciudad del Cuzco publicada enla obra de Olfert Dapper, De Nieuwe en Onbekende(El nuevo y desconocido mundo), Amsterdam, 1671.

Portada de casa del siglo XIX, en Ichupampa, Colca,Arequipa.

–que carecen de ellos– y termina en el indefinidolimbo del patio principal de las casas solariegas, trasel portón y la reja cancela. Esta noción del espaciomixto será rudamente combatida con la llegada delreglamentismo iluminista, que intentó imponer lí-mites muy precisos entre el ámbito de lo público yel espacio de lo privado. Sin embargo dicha tenden-cia fracasa porque las rutinas y la vida cotidiana sondifíciles de transformar por decreto.

Las calles llenas de bultos, empedradas en el me-jor de los casos, y sin aceras, cortadas por acequiasy sin sistemas efectivos de limpieza, toman susnombres de los gremios y negocios, órdenes religio-sas, cofradías, edificios asistenciales y personajesque las ocupan, o simplemente de hechos anecdóti-cos que en ellas acaecieron. Garcilaso describiría es-tos espacios a su paso por Lima: “Trazaron hermo-samente con una plaza muy grande, si no es tachaque lo sea tan grande, y las calles muy anchas y muyderechas, que en cualquiera de las encrucijadas seven las cuatro partes del campo. Tiene un río quepasa al norte de la ciudad, del cual sacan muchasacequias de agua que riegan los campos y pasan portodas las casas de la ciudad…”. Menos benévolo se-ría el juicio de Humboldt, quien señala hacia el fi-nal del período colonial, que “la inmundicia de lascalles adornadas con perros y burros muertos y ladesigualdad del piso impiden correr en coche”.

En la plaza no falta el ayuntamiento como cen-tro del poder comunal o vecinal, con su caracterís-tico portal donde se reúnen los tramitadores y subalcón o loggia por donde aparece el concejo de re-gidores en pleno. En sus instalaciones se distinguela sala capitular, el juzgado, el archivo, la sala de laguardia, el calabozo y la capilla. El palacio del virreyo en su defecto las casas de gobierno al interior delterritorio, representan el poder político y la autori-dad real. Son también residencia del gobernante,gobernación, audiencia o tribunal, casa de moneda,arsenal y caja real. El palacio gubernativo de Limaconservó durante mucho tiempo el perfil que le es-tampara Pizarro, aunque posteriormente se le aña-dieron bellas loggias con arcos de medio punto, unaportada con elementos manieristas, y los cajones otienduchos de la fachada. A su vez el palacio archie-piscopal, episcopal o la casa cural representan el po-der religioso, y ofician como sede del fuero divino yde la omnipresente justicia canónica.

Los locales de enseñanza y los hospitales se ubi-can en un área no muy bien delimitada, a medio ca-mino entre el espacio público y el religioso. Los edi-ficios dedicados a albergar universidades y colegios

tienen diversas características. Algunas institucio-nes educativas ocupan casonas que van siendo mo-dificadas paulatinamente, otras se instalan en loca-les conventuales pues están bajo la supervisión deórdenes religiosas, apareciendo el espacio del claus-tro como elemento ideal para la reunión estudiantil.En ocasiones los locales son especialmente cons-truidos para albergar a los alumnos. Así encontra-mos edificios exprofesamente pensados para dar te-cho al colegio indígena de San Francisco de Borja yal colegio de la Transfiguración en el Cuzco, o elclaustro circular del colegio de Santo Tomás en Li-ma, de los dominicos. San Marcos, en cambio, fun-ciona durante mucho tiempo en el convento deSanto Domingo.

Se levantan hospitales en casi todas las ciudadesvirreinales y generalmente se encarga su adminis-tración a órdenes religiosas especializadas, como losbethlemitas o los hermanos de San Juan de Dios. Si-guiendo los planteamientos de Alberti y Filarete, loscentros sanitarios tienen planta en forma de cruz,pero no son raros los diseñados en forma de T, o al-rededor de un claustro; en tanto que las enfermeríasmilitares están adosadas a las fortificaciones. En1538 se construye en Lima el primer hospital, lla-mado de San Andrés, destinado exclusivamente aenfermos españoles. La edificación tiene forma decruz latina con capilla en el crucero y la iglesia en elbrazo más largo. El hospital de indios de Santa Ana(1554) tiene dos alas cruzadas, una para hombres yotra para mujeres. El de San Bartolomé atiende a losmiembros de las castas negras y posee tres enferme-rías en cruz rodeando una capilla central. Luego selevantan el nosocomio de Los Reyes para españoles,y el del Espíritu Santo para los marineros. En estoslocales tras la enfermería se suceden las salas de ci-rugía, la botica, los despachos, las lavanderías y ro-perías, las cocinas y servicios, vinculándose estosambientes por una circulación exterior a través declaustros peristilos, es decir patios rodeados de co-lumnas. Todos estas edificaciones deben ubicarse enlos extramuros de la ciudad, para evitar que losvientos y las aguas servidas contaminen a la pobla-ción sana.

Entre los hospitales del resto del Perú destaca es-pecialmente por su buena conservación el de la Al-mudena del Cuzco, ampliado por el obispo Molline-do a mediados del siglo XVII. También es brillanteejemplo de arquitectura hospitalaria el de Belén enCajamarca (1750), con dos plantas en T, una parahombres y otra para mujeres. Similar disposicióndebían tener los lazaretos que se levantan en algu-

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nas ciudades. En 1562 se construye en Li-ma el leprosorio de San Diego.

Tiempo más tarde surgen los primerosedificios públicos dedicados al diverti-miento, el espectáculo o la fiesta. La lidiade toros deja de ser una diversión calleje-ra cuando se inaugura la plaza del Hachoo Acho en 1768. Se edifican también coli-seos de gallos, y sobre todo corrales de co-medias como el construido en Ayacucho amediados del siglo XVII o el teatro planea-do por Pablo de Olavide luego del terre-moto limeño de 1746. En la capital exis-ten además casas del juego de pelota y ha-cia finales del período colonial proliferanlos “cafés”, que son la contraparte de laspopulares “chinganas” y “chicherías”.Otra forma de estimular el esparcimientoy embellecer las ciudades son las “alame-das”. Los Descalzos es erigida en el sigloXVII y mejorada por el virrey Amat, quienen 1776 la continúa con el célebre paseode Aguas, que nos recuerda las cascadas de Narbo-na. También Ayacucho contó con una alameda des-de 1806.

Debemos referirnos también a las edificacionesmilitares. El Callao es fortificado con una murallaque se levanta a partir de 1696, pero el maremoto de1746 la destruye. Al año siguiente el virrey condede Superunda inicia la construcción de la Fortalezadel Real Felipe, fuerte militar en forma de pentágo-no, proyectado por LuisGiodin y José Amich. Lafortificación se completacon una serie de edificacio-nes menores, denominadascon grandilocuencia “loscastillos de Callao”. La ame-naza de una guerra generali-zada contra Inglaterra obli-ga al virrey Amat a extenderla red defensiva del territo-rio con diversas edificacio-nes militares en Guayaquil,Santiago, Valparaíso, Valdi-via, Chiloé y la isla de JuanFernández. En tiempos pos-

teriores al levantamiento de Tupac Amaru se reali-zan fortificaciones internas en la zona de Sicuani,Cuzco.

Singular importancia militar, psicológica y urba-nística tendrán las murallas de Lima, diseñadas porel padre Coninck y levantadas entre 1684 y 1687.En Trujillo se termina una obra similar en 1688, lacual es concebida por José Formento. De ambasmurallas, construidas con adobe y contrafuertes de

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Durante su gestión al frente de la alcaldía de Lima (1766), AgustínHipólito Landaburu y Ribera obtuvo del virrey Amat la autorización para

construir una plaza para las corridas de toros.

El Paseo de Aguas en unaestampa del álbum de laexpedición de AlejandroMalaspina, siglo XVIII.

ladrillo, subsisten pocos restos, pues se demolieronen el siglo pasado para permitir la expansión delcasco urbano. En Trujillo aún se puede apreciar unlienzo completo y en Lima únicamente uno de losbaluartes (Bonet Correa 1986: 69-84; Bernales1987: 238, 250; Gutiérrez 1983: 93, 265-276; Gar-cía Bryce 1971: 75-77; Maquet-Makedonski y Nú-ñez-Carvallo 1994: 60 y ss.).

ARQUITECTURA RELIGIOSA

La arquitectura religiosa en cierta medida se fun-de con la arquitectura civil, ante el decisivo papelque cumple la religiosidad en la vida colonial. Lossencillos oratorios domésticos dan paso a las capi-llas privadas, a las iglesias dependientes de beate-rios, hospitales, haciendas, colegios y universida-des. Se multiplican también los templos parroquia-les entregados al clero secular, tanto en las ciudadescomo en las reducciones. En estas últimas se en-cuentran unidas a una modesta casa cural, comoreverso de la magnificencia del palacio episcopal oarchiepiscopal. Cerca a la plaza se levantan con to-do su esplendor las iglesias pertenecientes al cleroregular, que casi siempre forman una unidad espa-cial con el convento o monasterio. Incluso los declausura se abren al “siglo” y sus tentaciones, puesmantienen estrechos lazos con la población. El es-píritu conventual seduce a los habitantes de la urbe,

quienes se enrolan y visten el hábito de las cofradíasy hermandades, o son reclutados por las “reglas” delas órdenes terciarias, un puente entre la vida reli-giosa y la profana.

Los conventos y monasterios se convierten enverdaderas ciudadelas, urbes dentro de la urbe. Seexpanden y densifican paulatinamente, y llegan aocupar varias manzanas contiguas, protegidas poraltos muros. Muchos de ellos siguen arquitectónica-mente la tradición medieval. La iglesia es el centroespiritual del conjunto. Alrededor del claustro ma-yor que se extiende paralelo a la nave de la iglesia,se ubican las grandes habitaciones de uso comúncomo el refectorio, la sala capitular, la biblioteca, elscriptorium y las escaleras principales, si el conven-to tiene dos pisos. En los muros que delimitan lasgalerías se pintan frescos o se exponen grandes lien-zos que representan los hechos principales de la or-den o escenas religiosas que llaman a la contempla-ción. Las habitaciones más privadas, como las cel-das o los dormitorios comunes, circundan claustrosmenores. Sobre un último patio se edifican los ser-vicios generales que dan vida a estos grandes com-plejos habitacionales: cocina, panadería y despen-sas, lavandería, enfermería y los baños o letrinas.Finalmente se hallan las huertas, las caballerizas,los gallineros y depósitos.

Generalmente el templo de los conventos se en-cuentra en una de las aristas de la manzana, para fa-cilitar el acceso por varias calles. Por delante se ex-tiende un atrio con muro o verja perimetral, quepuede servir de camposanto o plazuela donde se de-sarrollan los pasos procesionales. En los conventosfemeninos de clausura es común que la entrada a laiglesia sea lateral, lo cual permite colocar el coro alos pies de la nave y al costado del presbiterio. Enocasiones, los monjes habitan en casas retiradas o“recoletas”, que se levantan en la periferia de lasciudades. Cerca de la actual plaza Francia de Limase asienta la Magdalena de los dominicos, los agus-tinos tienen un convento campestre cerca de la Por-tada de Guía, el convento de Los Descalzos albergaa los franciscanos que quieren paz y meditación.Los frailes de la Buena Muerte acuden a su casa dedescanso en la Magdalena Vieja, y algunas monjashabitan en el cenobio recoleto de Santa Catalina.

Los templos son el eje de la arquitectura religio-sa. Hacia ellos se dirige la creación pictórica y escul-tórica, la cual adquiere un propósito ejemplarizadory devocional. Como totalidad en sí misma, la iglesiaes un cosmos protegido por la aureola de lo sagra-do, y de esta manera su espacio, demarcado por el

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El convento de Santo Domingo de Lima en un grabado delsiglo XVII.

atrio, es “tierra santa”. Su suelo sirve para enterrara los difuntos, y brinda “asilo” a los perseguidos.Los tañidos de sus campanas protegen a la feligresíade los embates del maligno y sus muros se elevancomo bastiones que defienden al Corpus Christi. Lamentalidad de la época, impregnada de antiguasconcepciones medievales, sigue considerando a lasiglesias como “fortalezas de Dios”.

La mayoría de las iglesias que se fundan duranteel siglo XVI se erigen con sencillos diseños y mo-destas plantas, porque no son muchos los recursos.Con el paso de los años, su estructura se va am-pliando y remodelando hasta alcanzar las dimensio-nes monumentales que adquieren después. Pero losmayores cambios se perciben en su decoración ymobiliario, como altares, púlpitos y confesionarios,que derrochan pan de oro, finas pinturas y excelen-tes acabados. De aquellos primeros edificios poco sesalvó y si no fuera por las referencias que algunoscronistas tardíos y conventuales nos han legado, na-da se sabría de ellos. Las construcciones primige-nias responden a una arquitectura gótico-mudéjarde alargadas naves, de donde se desprenden capillaslaterales, con cubierta de par y nudillo, o por arte-són de madera. Cuando se trata de templos de tresnaves, se alzan gruesos pilares ochavados de in-fluencia mudéjar y arcos de medio punto que sopor-tan la techumbre de madera. Entretanto, las naveslaterales son más bajas y presentan bóvedas que re-fuerzan el techo central. El presbiterio se cubre conuna bóveda de nervadura o de crucería.

Cobo al referirse a la primitiva iglesia de SanAgustín de Lima, decía que “las naves y capillas delos lados son bóvedas y la nave de en medio está cu-bierta curiosamente de madera con lazos y arteso-nados muy curiosos...”. Al describir Santo Domingoexpresaba que las capillas laterales “son bóvedas cu-riosamente labradas, y la de en medio de madera ylazería curiosa; la capilla mayor es de bóveda...”. ACobo le asombra el trabajo de los constructores,porque las bóvedas si bien repiten modelos góticos,emplean el arco semicircular y no el ojival que ca-racterizaba al estilo. Esta ruptura estilística se vol-vió común en Lima y subsiste en los templos delCuzco y en las ruinas de Saña.

Las portadas y retablos se ven influidos en algu-nos casos por el estilo renacentista, como se puedever en el frontis de las iglesias puneñas de la Inma-culada y San Juan de Juli. Pero no es extraño detec-tar la influencia del plateresco, como sucede en lasportadas laterales de la Merced de Lima y San Fran-cisco de Ayacucho. Tampoco es raro ubicar porta-

das manieristas, como es el caso del seiscientistapórtico lateral de San Agustín de Lima, realizadopor José de la Sida. Aunque generalmente estas de-coraciones ya no existen, podemos tener una ima-gen de ellas revisando los acabados de algunas igle-sias mexicanas y recurriendo a las descripciones delos contratistas de la época. Bernales refiere que lasiglesias limeñas debieron tener “en la parte superiorde sus muros de ladrillo, simples listeles con círcu-los o discos y remates en formas de almenas. Másfrecuentes debieron ser los alfices flanqueados porlos vanos y figuras de barro cocido en las enjutas yfrisos de las portadas…”.

De todo ello al menos sobreviven algunos zóca-los de azulejos moriscos y los grandes pilares ocha-vados. José García Bryce asume que si se quiere te-ner una cabal idea de estas construcciones quinien-tistas, es preciso acudir a la iglesia monástica deSanta Clara de Ayacucho. Ella presenta “una navede techo plano, arco triunfal moldurado y rebajadoa la manera isabelina y alfarje mudéjar en el presbi-terio”. También es representativa de este período laiglesia de San Jerónimo en el Cuzco, “con muros deadobe y arco toral delante del presbiterio con techode par y nudillo y fachada de piedra entre renacen-tista y plateresca”.

Los claustros limeños de la época siguen mode-los mudéjares, pero tienen la planta cuadrada comolos renacentistas. Sus pilares son ochavados y los ar-cos de medio punto. Almenas y alfices sobre las ga-lerías altas y azulejos, retablos procesionales y te-chumbres planas con diseños de Serlio en la prime-ra planta, como en San Francisco de Lima. Las ven-tanas se cubren con celosías y los techos mudéjaresllevan de tres a cinco paños.

Al arribarse al siglo XVII, la arquitectura religio-sa se vuelve más unificada y formal. Aparecen lasiglesias con forma de cruz latina, con cubiertas debóveda con arcos fajones sobre la nave central, ycúpula sobre el crucero a la manera renacentista.Las naves menores tienen capillas laterales de plan-ta cuadrada, conectadas por los vanos de los arcos.Generalmente las iglesias peruanas de los siglosXVII y XVIII no cuentan con planta barroca, perola portada y la decoración interna sí responden aeste estilo abigarrado y denso. De acuerdo a GarcíaBryce, la arquitectura de 1630 a 1650 adopta unbarroco moderado, entre 1650 y 1750 se impone elchurrigueresco, de 1750 a 1790 el rococó, y de1790 en adelante el neoclásico. Cabe advertir queestas fechas se verán modificadas por las corrientesregionales.

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En la sierra las construcciones de prestancia selevantan de cal y canto, con exteriores de piedra la-brada y los techos de piedra o ladrillo. Las fábricasmás pobres conservan el adobe en los muros y la cu-bierta de par y nudillo. En la costa, debido a la com-binación de los terremotos y el clima seco, se utili-za en cambio la mezcla de ladrillo, madera y quin-cha revestida de yeso, combinada con piedra en loszócalos y trabajadas portadas en los edificios másimportantes. Todo se emparejaba con estuco y sepintaba con cal coloreada imitando la apariencia delladrillo o la piedra (García Bryce 1971:24-35; 1986:97; Bernales 1987: 236).

LimaLa ciudad de Lima fue fundada sobre el antiguo

centro administrativo-ceremonial de los caciquesTaulichusco y Taurichumbi. Los principales edifi-cios españoles se emplazaron sobre las huacas loca-les. Así, el cabildo quedó ubicado sobre un peque-ño adoratorio denominado “huaca del cabildo”, elpalacio de Pizarro se asentó sobre parte de la resi-dencia de Taulichusco, mientras el otro sector le co-rrespondió al conquistador Jerónimo de Aliaga. Lacatedral por su parte, se levantó sobre un adorato-rio llamado “huaca de Puma Inti”, por lo que su

atrio está elevado catorce escalones por encima dela plaza.

Además de la plaza principal, Lima contaba conun segundo espacio público. La plaza de la Inquisi-ción, al decir del arquitecto García Bryce, se con-virtió “en el centro intelectual de Lima donde ade-más del Santo Oficio se establecieron el colegioagustino de San Ildefonso, el dominicano de SantoTomás, el Colegio Real de San Felipe y desde 1577la Universidad”.

El trazado original de Lima contemplaba unacuadrícula de 13 manzanas de largo por 7 manzanasde ancho. Tiempo después la ciudad se extendió alotro lado del río, para dar morada a los habitantesde las clases más pobres, constituyéndose el arrabalde San Lázaro. En 1568 se reduce a los indios de laciudad en Santiago del Cercado, a media legua de laplaza de Armas en dirección este. Las áreas interme-dias que se van poblando lentamente no guardannecesariamente el trazo ortogonal que caracteriza alcasco urbano inicial. La paulatina urbanización deestas chácaras y estancias da nacimiento a callejo-nes y rancherías sobre los antiguos caminos ruralesy los linderos de acequia.

Desde el inicio, el cabildo reguló la edificación yla vida citadina creando normas y emitiendo orde-nanzas que permitieran un desarrollo armónico yestético de la urbe. De otro lado se organizó a losalarifes y en 1549 se nombró al cantero JerónimoDelgado como maestro mayor de la ciudad.

Dentro de este proceso de consolidación y embe-llecimiento de la urbe ocupa un papel de suma im-portancia la edificación de la catedral. La primerafábrica se levantó entre 1535 y 1538, teniendo Piza-rro mucho interés en su realización. Ubicada demodo lateral a la plaza, esta pequeña capilla adorna-da durante un buen tiempo por una sola imagen dela Virgen denominada “la Sola”, fue derruida paradar paso a una segunda edificación, erigida entre1549 y 1551. Casi tan pobre como la primera, laobra no satisfizo los gustos del arzobispo Loayza,quien encargó a Alonso Beltrán (1564) el diseño deun edificio a la altura de tan importante sede virrei-nal. El proyecto pecaba de ambicioso y estaba inspi-rado en la catedral de Sevilla. Debido a que la inver-sión requerida salía de las posibilidades de la arqui-diócesis, el virrey Martín Enríquez encargó en 1582un nuevo diseño al arquitecto extremeño FranciscoBecerra, que venía de trabajar con éxito en Méxicoy Quito. Becerra también edificó la sacristía, la cualse ha conservado a través del tiempo de manera mu-cho más fiel a su diseño original.

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Fachada de la casona de Osambela, Lima.

Su plan comprendía una construcción detipo Hallenkirche o iglesia salón. Los arran-ques de las bóvedas de las tres naves nacíana la misma altura y a los lados de las navesmenores se abrían las capillas laterales. Elmuro trasero era plano y las bóvedas de aris-ta (góticas) se apoyaban sobre pilares deplanta cruciforme. El plano de perfiles regu-lares y limpios expresaba un purismo rena-centista. El coro se ubicaba en la parte mediade la nave central, aunque en el siglo pasadose trasladó a la zona del presbiterio. Su dise-ño fue imitado más tarde por la catedral delCuzco, aunque la limeña es más esbelta quela cuzqueña porque en su fachada “su masase atenúa por estar dividido el frente por contra-fuertes, por presentar una estructura más plana yformas más menudas en las portadas, y por la divi-sión en recuadros de las bases de las torres, cuyoscampanarios neoclásicos son mucho más elevadosque en el Cuzco”.

Doblado el siglo XVII (1604), se inaugura la par-te del crucero y el ábside de la nueva catedral, y sedestruye el anterior templo para alargar las naves.Pero un lustro más tarde todas las techumbres depiedra se desploman tras el terremoto de 1609. Só-lo se conservan hasta nuestros días la bóveda dearista de la sacristía y la portada manierista de esterecinto. Una junta de “peritos en el arte de la edifi-cación” recomendó entonces el uso de unas bóve-das vaídas de ladrillo en las naves –más achatadasque las de medio punto–, con nervaduras góticas.Esta mixtura tecnológica se extendió a otros tem-plos y perduró en la catedral hasta el terremoto de1746, cuando las bóvedas debieron sustituirse porotras exactamente iguales, pero de madera y yeso.

Martínez de Arrona prosiguió la obra de Becerraen una segunda fase de la edificación, dejándola lis-ta en 1622 para su posterior consagración (1624).Este especialista también diseñó la portada frontalde la catedral en 1632, pero sólo logró edificar elprimer nivel. Se trata de una portada de dos cuerposdonde se intercalan columnas corintias y nichos pa-ra esculturas a la manera de las calles de los reta-blos. Nacen de este modo las “portadas-retablo” quedespués se generalizarán en las iglesias provincia-nas. A la muerte de Arrona en 1635, Pedro Nogue-ra se hizo cargo del segundo cuerpo de la portada,variando el diseño precedente al sustituir las colum-

nas por pilastras. El frontis se concluyó en 1645,con una cornisa a manera de frontón partido, de no-table repercusión en obras posteriores de la arqui-tectura virreinal.

Los principales conventos toman su forma defi-nitiva en los comienzos del siglo XVII. En algunoscasos se adicionan segundas plantas que incluyenarcos más pequeños con ojos de buey como en SanAgustín, o con doble número de arcos como ocurreen San Pedro. En cambio, los claustros menorespresentan una simetría exacta entre los arcos infe-riores y superiores, aunque los de la segunda plan-ta suelen ser trilobulados, adquiriendo de esta ma-nera un cierto sabor mudéjar. Los monasterios sonmenos regulares, las monjas prefieren modelos me-nos ordenados, construyendo como en el célebrecenobio arequipeño de Santa Catalina, una multi-tud de pequeñas casitas separadas por calles, queforman una diminuta urbe dentro del recinto amu-rallado. Generalmente las más acomodadas “espo-sas de Cristo” dejan sus hogares sin perder su esta-tus social, siendo acompañadas por sirvientas y es-clavas, por lo que se forman pequeñas unidades do-mésticas con cámara, recámara y zona de servicio.Sólo en épocas más tardías los monasterios constru-yen claustros periféricos, en los que se agrupan lassalas de estudio, el refectorio, la sala capitular yotros espacios comunes.

En el siglo XVII, época del esplendor limeño, lasiglesias conventuales comienzan a ser modificadas yadoptan una planta basilical. La iglesia de La Mer-ced de Lima es reconstruida después de 1628 porPedro Galeano, adquiriendo la forma de cruz latina,con cúpula en el crucero. La nueva estructura con-

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Basílica de Nuestra Señora de la Merced, Lima,muestra del barroco salomónico.

templa capillas cuadradas cubiertas con copulines, yuna nave central con bóvedas vaídas de nervadura,cambiadas posteriormente por bóvedas de cañón demadera. En los pies de la nave se alza el coro alto.

Particularmente hermosa es la portada-retablode 1704, atribuida a Cristóbal Caballero y profusa-mente decorada con columnas salomónicas y hor-nacinas en los intercolumnios. Esta portada está di-vidida en dos plantas y contiene un juego de fron-tones escalonados que termina en un frontón parti-do. Llama también la atención la combinación depiedras de distintas tonalidades, que van desde elgris claro hasta el rojo. La Merced tiene además laúnica portada capitalina con influencia mestiza.Durante el furor neoclásico fue “adaptada” al nuevocanon, borrándose la apariencia de la piedra conquincha y estuco, pero a mediados del presente si-glo se le devolvió su antigua prestancia. La iglesiade la Merced es sin lugar a dudas, el más bello ejem-plo del barroco salomónico en Lima.

La iglesia San Pedro, perteneciente a la Compa-ñía de Jesús, y llamada originalmente Colegio Máxi-mo de San Pablo, sufre su tercera reconstrucciónentre 1624 y 1636, siendo consagrada dos años mástarde. Tiene como lejano modelo el Gesú de Roma,que oficia como la iglesia más importante de la con-gregación de los hijos de Loyola. San Pedro consti-

tuye “la más renacentista de las igle-sias limeñas”, aunque sus sobriasportadas señalan la transición delmanierismo al barroco. Después delterremoto de 1746 sus bóvedas decrucería serán reemplazadas por bó-vedas de cañon seguido, confeccio-nadas en madera.

La iglesia de San Francisco fue ree-dificada entre 1657 y 1674, con losplanos del portugués ConstantinoVasconcellos, aunque posteriormen-te asumió la obra el limeño Manuelde Escobar. El nuevo edificio señalala cumbre de la arquitectura limeñadel seiscientos. Si bien la iglesia si-gue los pasos inaugurados por LaMerced en cuanto a la planta basili-cal, se distinguirá por algunas nove-dades estéticas y técnicas. La naveprincipal presenta bóveda de cañóncon arcos fajones, técnica que Esco-

bar había implantado en Lima al levantar la iglesiade San Juan de Dios en 1669. Se incluyen unos lu-netos de quincha en el techo que dan lugar a lasventanas. La gran fachada-retablo es anterior a LaMerced y a la de San Agustín, en las cuales dejaríasu sello, y traslada al exterior la magnificencia inter-na del templo. Asimismo la portada guarda muchasemejanza con el altar de la Inmaculada Concep-ción, que presenta las mismas columnas corintias ysemejante trabajo de melcochado en el tercio infe-rior de los fustes.

Enmarcada por dos campanarios gemelos de ba-se almohadillada, la fachada de San Francisco con-sigue un efecto de verticalidad diferente al de otrasportadas-retablo. El frontón curvo y partido que co-rona la fachada imita el modelo de la catedral. El ex-terior de la iglesia posee además la singularidad detener una amplia explanada delantera donde se si-túan el atrio y la plazoleta, brindando una sensaciónde amplitud, de la que carecen la mayoría de lostemplos capitalinos. Completando el conjunto auno de los lados del atrio se ubican la portería delconvento y las iglesias de la Soledad y del Milagro.

También Santo Domingo adquiere planta basili-cal y tras el terremoto de 1687 cambia sus techosmudéjares por bóvedas vaídas de nervadura, reali-zadas en madera. El dominico fray Diego Maroto,

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Iglesia de San Francisco, Lima.

notable arquitecto de la época, esbozará el campa-nario del templo, realizando además otros trabajos,como la antigua portada de la iglesia de la Concep-ción. También le pertenece el singular claustro cir-cular del colegio dominico de Santo Tomás (1669),probablemente inspirado en el palacio granadino deCarlos V.

El templo de San Agustín seguirá fiel a su estilogótico-mudejar hasta las postrimerías del seiscien-tos. Iniciada su construcción en 1549, se terminó en1637 siguiendo el modelo de su antigua planta. Sinembargo, entre 1681 y 1697 fue modernizada, de-moliéndose la zona de crucero. Durante la siguien-te centuria (1720) se le agregará la churrigueresca ymonócroma fachada, que ha sido atribuida a Diegode Aguirre, quien ejecuta el altar mayor del temploimitado por la portada. En esta última se elevanunas llamativas columnas salomónicas con racimosy vides, ornamentación pétrea que simula el trabajode la madera. La portada, con tres calles y tres altoscuerpos culminados en elevada ventana coral, tieneen cada nivel arcos cortados que recuerdan el inspi-rador frontón partido de la catedral. En los interco-lumnios se ubican nichos que albergan numerosasesculturas, destacando en la zona central la del doc-tor de la Iglesia San Agustín de Hipona. La fachada,que lleva a su máxima expresión la idea de portada-retablo, es a juicio de muchos estudiosos la másconnotada de las realizadas en la capital.

Mas no todas las iglesias pudieron solventar elderroche de sucesivas ampliaciones y remodelacio-nes. Las iglesias secundarias, en especial los monas-terios de Santa Catalina, la Recoleta y las Descalzasde San José, conservan su antiguo planeamientohasta nuestros días. Por las mismas razones econó-micas o por consideraciones estéticas no prosperóla costumbre de las portadas-retablo fuera de los ca-sos nombrados. Se prefirieron las tradicionales por-tadas de estuco, tal como se puede apreciar en la sa-cristía barroca de San Francisco (1622) realizadapor Lucas Meléndez, y en las fachadas traseras de lacatedral, llamadas de Santa Apolonia y San Cristó-bal (1732), planeadas por el mulato Santiago Rosa-les; en la de Jesús María (de 1721, destacando estetemplo por conservar su retablería barroca comple-ta) y en la bella iglesia de las Trinitarias (1722). Eneste período se levantarán algunos claustros meno-res como el patio de los Doctores en la Merced(1730), donde se encuentran los bustos en estucode los doctores de la orden, o las galerías francisca-nas de San Buenaventura y San Francisco Solano (c.1732), que están unidas por una escalera de factura

barroca. También los agustinos erigieron un claus-tro menor, al tiempo que implementaron un intere-sante conjunto de época en su recargada sala capi-tular (1730), recinto decorado por tallas, ménsulasy veneras.

Casi todas las magníficas construcciones lime-ñas desaparecieron o fueron arruinadas por el catas-trófico terremoto de 1746, que alcanzó los 8,4 gra-dos en la escala de Richter, según estudios compa-rativos. El Callao sufrió al mismo tiempo un des-tructivo maremoto, que prácticamente borró delmapa sus construcciones. La ciudad completamen-te en ruinas tardaría en cerrar sus heridas pese a ladedicación y las iniciativas de algunos gobernantescomo el conde de Superunda. Pero nunca retorna-ría a su antigua opulencia porque la introducción delas reformas borbónicas provocó un proceso de em-pobrecimiento de la capital, que se reflejó en la ca-lidad de sus edificaciones. Sin embargo, el espírituconstructivo no amainará, planeándose paseos yalamedas, y algunos templos como los Huérfanos ylas Nazarenas. Hacia 1790, con la irreflexiva impo-sición del estilo neoclásico, se transformarán lostemplos, destacando el presbítero Matías Maestrocomo remodelador de la urbe (García Bryce 1971:30-31, 62-68; Wuffarden 1994: 524-530; Gutiérrez1983: 153 y ss.; Bernales 1989: 105; San Cristóbal1988: 43,111-151,301-330; Velarde 1978:197 y ss.;Bayón 1974: 101 y ss.; Maquet-Maquedonski y Nú-ñez-Carvallo 1994: 86).

CuzcoLa ciudad del Cuzco asentada sobre la antigua

capital imperial de los incas, sufrió algunas trans-formaciones iniciales para permitir el paso de cabal-gaduras, para lo cual se desplazaron algunos muros.Posteriormente, durante el sitio al que la sometióManco Inca (1536-1537), fue asolada por incendiosy ataques militares. Como consecuencia, muchosedificios incaicos fueron desmantelados. Poco des-pués, las edificaciones a la española se levantaroncon piedras extraídas de los viejos muros, o sobrelos cimientos de antiguas paredes. Esta superposi-ción arquitectónica, ideada en nombre de la practi-cidad y el ahorro, pasó a simbolizar la conquista yel dominio de un nuevo Dios.

No resulta casual que se aprovechara la estructu-ra del Coricancha, o templo del sol, para levantarSanto Domingo, donde se utilizó el famoso murocurvo del santuario prehispánico para elevar el áb-side. También es revelador que el monasterio deSanta Catalina se emplazara sobre el antiguo Aclla-

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huasi, o residencia de las “vírgenes del sol”. Un nue-vo Dios reemplazaba a todos los demás y la sumisiónpolítica, económica y social de los nativos se expre-saba arquitectónicamente por doquier, en cada pa-red, casa o edificio público.

Los vestigios quinientistas en la arquitectura de laurbe cuzqueña son raros. Las más antiguas eviden-cias las encontramos en la parroquia de Santiago, oel templo de Santa Ana que data de 1622 y que pre-senta nave sin crucero, presbiterio de bóveda connervaduras y una portada manierista. De la mismaépoca son los claustros de San Francisco, Santo Do-mingo y las galerías de la Compañía, todos ellos conarquerías llanas de medio punto, sostenidas por co-lumnas pétreas de fuste monolítico.

Diferente es el caso de las iglesias rurales, erigidasen tiempo de Toledo para las “reducciones de in-dios”. Una sucesión de iglesias como las de Urcos,Oropesa, Huasac, Huaro, San Jerónimo, Cai-Cai yAndahuaylillas conservan casi intactas sus ca-racterísticas quinientistas, con muchísimas re-miniscencias arcaizantes. Habitualmente cons-tan de una sola nave con arco triunfal entre elcuerpo y el presbiterio, y cubiertas de par y nu-dillo o artesonados mudéjares. Hacia el exteriorpresentan capillas y explanadas para predicar agrandes multitudes.

Especial interés reviste la ejecución de laiglesia catedral del Cuzco. La primera construc-ción, terminada en 1563 bajo los designios deJuan Miguel de Veramendi, fue reemplazadapor un templo mayor, cuya primera piedra se

puso en 1598. Este proyecto sigue con tantafidelidad las pautas de la catedral de Lima, quese piensa que el mismo Becerra que dirigió lasobras en la capital debió encargarse del trazode la del Cuzco. En 1605 Bartolomé Románcontinúa la obra y luego Miguel GutiérrezSancio toma la posta. Concluido su pétreo cas-co en 1644, sorteó con éxito el terremoto de1650 y tras algunas reparaciones fue finalmen-te consagrada en 1669.

A diferencia de su similar de Lima, la cate-dral cuzqueña tiene la solidez de la piedra. Susbóvedas, de ladrillo y no de madera, son ner-vadas. El coro se encuentra a los pies de la na-ve central, que es más ancha y horizontal que

la de Lima, y está compuesta por ocho tramos en vezde nueve. Su decoración interior es gótico-renacen-tista, pero su gran portada-retablo, esculpida entre1651 y 1657, se afirma en el peculiar barroco cuz-queño. Se presume que el autor de la obra fue Fran-cisco Domínguez de Chávez y Arellano, quien repi-tió algunos elementos de la catedral de Lima, entreellos el frontón quebrado.

El terremoto de 1650 cambiaría la faz del Cuzco.El terrible seísmo que duró más de “dos credos” des-truyó por completo la ciudad, como lo puede testi-moniar Diego de Esquivel y Navia en sus Noticiascronológicas de la gran ciudad del Cuzco: “arruinósecasi todas las casas de la ciudad y las más de ellas po-co más que hasta los cimientos y las que no cayeronquedaron de manera abiertas y rajadas que en ningu-na se podía habitar con seguridad... ... la iglesia cate-dral antigua quedó abierta de manera que los seño-res prebendados no teniéndose por seguros en ella

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Una vista de la iglesia de Santo Domingo, edificadasobre los restos del Coricancha, en el Cuzco.

Iglesia de Andahuaylillas, Cuzco.

para celebrar los divinos oficios erigieron en laplaza sitio... ...lo mismo hicieron las religionesque siguieron los ciudadanos, viviendo en las pla-zas y huertas y chozas de lienzos y toldos... ... elconvento de Santo Domingo cayó todo él sin que-dar iglesia, celda, claustros ni otra alguna ofici-na... ...el de San Francisco padeció grandes ruinasporque cayéronse la iglesia, coro y campanario re-cién fabricado de cantería... ...en el convento delglorioso San Agustín padeció la misma calami-dad... ...cayó toda la iglesia de la Compañía de Je-sús…”.

Las obras de reparación empezaron casi de in-mediato, pero el impulso reconstructivo se redo-bló en 1673, con la llegada al Cuzco del obispodon Manuel de Mollinedo y Angulo. El cultísimoprelado madrileño se trasladó a la antigua capitalde los incas llevando una espléndida pinacoteca,con obras de los mejores pintores del momento.Hizo despliegue de un refinado gusto por la esté-tica barroca y nadie pudo contener su avasalladordeseo de arrasar con todo rastro arcaizante en laciudad que se levantaba de las ruinas. Bajo su go-bierno (1673-1699) se erigieron no menos de me-dio centenar de iglesias desde su primera piedra,se reconstruyó el Cuzco que ha llegado hasta no-sotros y siguiendo las pautas del barroco se irradióel estilo hacia el altiplano, como lo demuestran losbellos templos de Ayaviri, Lampa y Asillo. De estemodo, tras el terremoto de 1650 surgirá una ciudadhomogénea de gran fuerza expresiva, con templosen donde los recios muros de piedra harán resaltaraún más las portadas barrocas, y casas que mostra-rán una armonía estilística con el conjunto. Seme-jante sensación de grandiosidad se manifestará alinterior de las iglesias, pues los llanos y pulidos mu-ros de piedra evidenciarán de manera impactante laexuberante talla dorada de los retablos barrocos.

La iglesia cuzqueña de la Compañía de Jesús serevela como la obra maestra del barroco colonial.Levantada entre 1651 y 1668, tiene una única navecon planta de cruz latina y capillas laterales. El cru-cero está techado con una cúpula sobre tambormientras el resto se cubre con bóvedas de cruceríanervadas. El exterior del templo causa un efecto deelevación y no descuida la unidad con el interior. Laportada se integra con los campanarios por la grancornisa trilobulada que da unidad al edificio. Las to-rres son de dos tramos y presentan ojos de buey en-

tre pilastras, siendo coronadas por copulines octo-gonales y unos pináculos.

Las iglesias de la Merced (1675) y San Francisco(1652) son muy semejantes en su estructura. Lasdos presentan planta de cruz latina y tres naves pa-ralelas separadas por arquerías con pilastras tosca-nas y bóvedas de crucería. La portada de la Mercedes “la más delicada del manierismo cuzqueño”.

Las iglesias de monjas de nave única son de me-nor envergadura. Asombran por su armonía la deSanta Clara (1622), dejada casi intacta por el terre-moto y con portada renacentista, y la de Santa Ca-talina con dos ingresos laterales y coro frente al al-tar mayor. Esta última posee una fachada gemela ala iglesia de Santa Teresa, denotando en sus trazosbarrocos algunos elementos del manierismo tardío.Internamente Santa Teresa tiene un coro perpendi-cular al presbiterio y entrada por los pies de la navecentral.

Durante el “período Mollinedo” se termina deedificar la iglesia de San Sebastián (1678), levanta-da en adobe pero con una hermosa portada-retablodiseñada por Manuel de Sahuaraura, que se consti-tuye en un hito del barroco. También a esta etapa

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Iglesia de la Compañía de Jesús, Cuzco, obra maestra delbarroco colonial.

corresponde San Pedro (1699), que sigue los planosde Juan Tomás Tuyru Tupac y tiene una gran correc-ción académica. La iglesia que pertenecía al hospi-tal de naturales nos recuerda el templo de la Com-pañía, por las capillas en nicho, la cúpula sobretambor y los campanarios.

La iglesia de Belén (1698) fue patrocinada pordon Manuel de Mollinedo y su sobrino Andrés, ypese a su sencillez despliega brillantes líneas y pre-senta una sutil armonía. De dimensiones más bienpequeñas, tiene sólo una nave y carece de crucero,además de poseer una cornisa continua que albergaun relieve de los Reyes Magos, y una portada trape-zoidal de influencia incaica. También por entoncesse alzan los muros del claustro de la Merced (c.1663), con dos grandes escaleras que reflejan unmedio camino entre el manierismo y el barroco.También encontramos columnas de piedra que imi-tan una talla de madera con decoración de escamasy diamantes, y pilares almohadillados. No menosimportante es la portería del Colegio Mayor de laCompañía –colindante con la iglesia–, cuya cúpulanervada apoyada sobre cuatro pilares se constituyeen “uno de los más perfectos espacios de plantacentral del Perú”. Al llegar el siglo XVIII, la arqui-tectura eclesiástica del Cuzco está casi concluida, ysólo quedarán por hacer las pequeñas y céntricas

iglesias de Jesús María (1735), el Triunfo (1732) yel campanario dominico (1731), de bellas pilastrassalomónicas (García Bryce 1971: 35-40; Wuffarden1994: 537-540; Bernales 1987: 247, 274-275; Velar-de 1978: 131 y ss.; Bayón 1974: 67 y ss.).

TrujilloLa ciudad de Trujillo fue fundada en 1535, sólo

dos meses después que Lima. El trazo de Miguel deEstete tendrá una planimetría muy regular, con laplaza en el centro, materializándose así la idea de laciudad renacentista. Pero después toda el área urba-na se rodea de murallas edificadas según los manda-tos del duque de la Palata (1687). La localizacióncostera la llevará a tener similitudes arquitectónicascon la capital del virreinato, pues el clima y la pari-dad de los recursos constructivos así lo imponen.Los terremotos destruyeron repetidas veces la ciu-dad, siendo especialmente devastadores los ocurrri-dos en 1619, 1636, 1687 y 1759, que borraron de lamemoria los edificios de los siglos XVI y XVII.

La ciudad fue elevada a sede episcopal en 1616,por lo cual un sencillo templo mayor asumió la ca-tegoría catedralicia. El sismo de 1619 echó por tie-rra dicha edificación y el de 1636 volvió a desplo-mar el templo recién reconstruido. La tercera cons-trucción de la catedral, planificada por fray Diego

Maroto en 1643,sólo se terminó en1666. Tres añosmás tarde se leañaden cúpulassobre el presbite-rio y la cripta ma-yor, bajo el diseñode Nicolás de Ro-jas. La iglesia conplanta procesionalde tres naves, cruzlatina y coro sobrela nave central, su-frió daños meno-res durante el te-rremoto de 1759,luego del cual fuesometida a unarestauración, do-tándola de las vo-luminosas torres

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Catedral de Trujillo,La Libertad.

de la actualidad. Su aspecto essobrio y sus líneas simples. Sólosobresalen los pilares, los arcosfajones y las bóvedas de arista deladrillo. Y todas las superficiesestán enlucidas y encaladas.

La iglesia de la Compañía(1640) presenta una interesantevariante de la planta basilical,contando con tan sólo capillaslaterales en los dos tramos veci-nos al presbiterio. De esta mane-ra se simula una inexistente cruzlatina. Su hermosa portada deAlonso de las Nieves tiene doscuerpos separados por colum-nas jónicas y corintias. Ello con-trasta con el aspecto macizo yarcaico del resto de la construc-ción, por lo que muchos consi-deran que es “uno de los mejo-res ejemplos de la transición delmanierismo al barroco”.

Santo Domingo fue arruina-da en 1619 antes de ser conclui-da, por lo que debió ser reedificada en 1641 y refac-cionada en 1759. Su planta basilical, de cruz latina,se halla cubierta por bóvedas vaídas de ladrillo. Laextrema anchura de su edificación brinda la sensa-ción de horizontalidad y solidez. Sus volúmenes ex-ternos son sencillos y sólo destaca su clásica y so-bria portada y un alargado campanario. La Mercedse singulariza en cambio por las pechinas pintadascon la vida de San Pedro Nolasco y por su cúpulacentral, hoy en día de madera. En San Franciscoconviene destacar la torre octogonal, mientras enSan Agustín sorprende su larga bóveda de cañónapoyada sobre muros de adobe, que han sido perfo-rados con arcos para permitir la comunicación conlas naves laterales.

En el siglo XVIII se construyen los templos deBelén, Santa Ana, Santa Rosa, Santa Teresa y San Lo-renzo, que tienen sobrias líneas. Esta sencillez ex-presiva marca la arquitectura de una ciudad asoladapor los terremotos, y más bien corresponderá al mo-biliario litúrgico que engalane las construcciones,conservándose magníficos retablos de diversos pe-ríodos, y muy notable escultura.

Muchos conventos trujillanos han sido reutiliza-dos con fines civiles, pudiéndose observar todavíalas arquerías de medio punto con pilares cuadrados.Sin embargo el monasterio del Carmen (1724) se

mantiene fiel a su función original, siendo una pe-queña ciudadela amurallada en donde el tiempo seha detenido. Rodeando la ciudad se encuentran lostemplos rurales de Huamán y Mansiche de princi-pios del siglo XVIII. Las techumbres de ambos sonensambles de madera, bajo el sistema de par y nudi-llo. El segundo de los recintos presenta una portadaclasicista, mientras el primer templo llama la aten-ción por su elaborada portada barroca en estuco po-licromado, con esbeltas columnas, doble frontónquebrado y sirenas tocando charango. Otra varie-dad de barroco mestizo es la que adorna la sobria ymaciza iglesia de Huanchaco, desde cuyo promon-torio y alta torre se pueden otear largas distancias(García Bryce 1971:58-60; Wuffarden 1994: 555-556; Velarde 1978: 324 y ss.).

HuamangaFundada por Pizarro en 1539 como importante

sede de encomenderos, Huamanga alcanzó duranteel siglo XVII un altísimo rango debido a su condi-ción de ciudad comercial, pues era obligado itinera-rio de los arrieros que se dirigían al Cuzco. Dichapujanza la convierte rápidamente en obispado,creándose su universidad en 1677 y albergando unaregular población que se reclina y ora en sus 33iglesias. Convendrá anotar que sus templos nunca

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EINATOIglesia de Santo Domingo, Trujillo, La Libertad.

tuvieron las magnas proporciones de las construc-ciones cuzqueñas. Sus piedras de origen volcánico yde tonalidad grisácea confieren una cierta pátinamelancólica a sus edificaciones, en especial a suspatios. Sus sobrias fachadas mantienen un fuerte ca-rácter renacentista y los campanarios adquieren sin-gular fisonomía, con sus cupulines semiesféricos ypuntiagudos pináculos, que se ven reproducidos enlas iglesitas artesanales de Quinua. Interiormentelos templos presentan una sola nave, a excepción dela catedral y San Francisco, con interesantes traba-jos de molduras y cornisas.

La iglesia que mejor conserva sus característicasoriginales es la de Santa Clara, donde se aprecia cla-ramente una planta gótico-isabelina, con arco triun-fal entre el presbiterio –de techo mudéjar– y la na-ve cubierta con una estructura de par y nudillo.Destaca además una bella portada renacentista. Lacatedral planeada por el jesuita Martín de Aizpitar-

te luce una fisonomía absolutamente diferente. Pre-senta planta procesional de cruz latina, coro sobrela nave central y naves laterales de menor altura, loque rompe la idea de la planta salón. El obispo Cris-tóbal de Castilla y Zamora finalmente la terminó en1672, lo que ha llevado a considerarlo el “Molline-do huamanguino”.

La Compañía de Huamanga se edifica entre 1614y 1693, presentando una disposición bastante dife-rente al Gesú de Roma, modelo que habitualmentesiguen las iglesias jesuíticas. El templo de una solanave, cubierta con bóveda de cañón y capillas late-rales, adquiere un aspecto arcaico. La fachada rena-centista soporta un frontón partido sobre la porta-da. Las torres dieciochescas están decoradas con hi-leras de flores y relieves geométricos, y coronadasde capiteles bulbosos de raigambre rococó.

Santo Domingo (1715) se eleva sobre una plan-ta de cruz latina, de amplia nave y brazos apenas in-

sinuados. Exteriomente presentauna galería de tres arcos en el se-gundo cuerpo de la portada y unaalta espadaña de tres ojos. Ello nosrecuerda las capillas abiertas delAlto Perú. La iglesia de San Fran-cisco va precedida por una porta-da del siglo XVI y su planta, modi-ficada en 1723, insinúa con susnaves de disposición transversa, laidea de la Hallenkirche o iglesia sa-lón. El monasterio de Santa Teresa(1703) en cambio, sugiere unafuerte influencia manierista. SanFrancisco de Paula, de una nave ycúpula en el crucero, la BuenaMuerte, Santa Ana y San Juan deDios son levantadas durante el si-glo XVIII y presentan por el con-trario una simplicidad antibarrocaen sus fachadas (García Bryce1971: 48-51; Wuffarden 1994:550; Velarde 1978: 286 y ss.).

ArequipaLa fundación española de Are-

quipa se remonta a 1540. A partirde entonces, sin prisa pero sinpausa, se irá gestando un extensoy activo circuito comercial quetiene como centro esta ciudad,

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Iglesia de Santo Domingo, Ayacucho.

abarcando desde el Alto Perú hasta las zonas coste-ras entre Camaná y Tarapacá. Tal espacio geográfi-co proveyó la riqueza que quedó retratada en lascasonas solariegas y en los macizos edificios reli-giosos de piedra sillar. Los insistentes terremotosde 1600, 1601 y 1687 produjeron una peculiar ar-quitectura que no apelaba a las estructuras flexiblesy livianas, sino a voluminosas masas reforzadas porrecios contrafuertes, realizados con el abundante ydúctil tufo volcánico. El sillar, mezclado con hor-migón y luego tallado y pintado a la cal, sería utili-zado tanto en los muros de cimentación como enlas bóvedas de las edificaciones, haciendo innece-sarios la escasa madera y el ladrillo.

La ciudad resurge de sus sucesivas ruinas, pero afines del seiscientos ya está definido un particularestilo barroco-mestizo, que ha llegado hasta noso-tros. El “brutalismo” estructural es contrapesadopor la delicadeza de la ornamentación de herenciaplateresca, que exorna portadas y ventanas. Este ti-po de decoración que se inicia en los trabajos de laiglesia de Santo Domingo y adquiere madurez conla regia portada de la Compañía, se extiende porigual en la construcción civil como en la religiosa.

Las iglesias conventuales tienen frecuentementeplanta de cruz latina, capillas interconectadas, so-brios campanarios y cúpulas macizas y apaisadas,sostenidas por recios contrafuertes escalonados ymachones coronados por pináculos. Dentro de estasedificaciones la más antigua es San Francisco, dise-ñada por Gaspar Báez. Esta iglesia de finales del si-glo XVII posee un muro testero curvo y capillasagregadas posteriormente. La fachada y la portadaevocan el léxico renacentista.

También el templo de la Compañía de Jesús defines del siglo XVII, cuyo diseño correspondió almaestro Juan de Aldana, es clásico ejemplo de unaconcepción espacial renacentista. Las columnas deorden jónico sostienen la bóveda de cañón y rema-tan en una cúpula que ampara el presbiterio. El ex-terior muestra una portada lateral atribuida a Simónde Barrientos (1645), que representa a Santiago Ma-tamoros y varias sirenas que lo circundan. La exqui-sita portada principal de 1698 es una obra maestrade estilo barroco-mestizo. Bajo un amplio frontóntrilobulado se desarrolla una portada-retablo, concolumnas corintias pareadas, cuyo fuste presenta enel tercio inferior el trabajo de “melcochado”. Estascolumnas sostienen los dos cuerpos de la portada,que permiten ubicar centralmente una ventana co-ral y pináculos. La ornamentación desarrolla planosy nutridos motivos naturalistas.

En la Merced arequipeña (1657) también inter-viene el genio de Aldana. Dicho templo tiene pro-porciones menores que la Compañía y es cubiertopor una bóveda de cañón que termina en cúpula so-bre el ábside. Santo Domingo (1680) en cambiopresenta mayores proporciones y su portada lateralmestiza podría ser la más antigua de la región. Suportada principal comprende “un solo arco de me-diopunto flanqueado por claras pilastras compues-tas de espigados cuerpos superpuestos que se alzanpara alcanzar la elevada cornisa; ésta se abre, sequiebra y limita el tímpano del frontón con una gra-ciosa curva envolvente y rebajada”.

Los conventos son habitualmente de una plantay sus corredores cubiertos con bóvedas de cañón se-guido, o de arista, circundan un espacio central, yestán apoyados en recias columnas de base cuadra-da. La decoración se reduce a simples molduras, im-postas y cornisas, aunque se encuentra una excep-ción en el claustro jesuita (c. 1738), donde los ladosde las columnas se prestan para una exuberante or-namentación naturalista, atribuida a Lorenzo Panti-goso. Los monasterios de Santa Teresa y Santa Cata-lina conservan aún hoy su fisonomía virreinal, ejer-ciendo este último una especial atracción para el vi-sitante contemporáneo, porque ejemplifica lo quefueron otras ciudadelas religiosas de la colonia. Co-mo bien lo ha expresado José García Bryce: ”se agre-

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Iglesia de la Compañía, Arequipa.

ga al conjunto del monasterio propiamente dicho,una zona que bien podría llamarse urbana, ya que,a manera de un burgo medieval, está formada porangostas calles y plazas pequeñas que se fueroncreando por las religiosas de fortuna que construíanpara sí pequeñas viviendas con cámara, recámara,patiecito y una habitación para la criada o esclava.Encerrado dentro de los altos muros del monasterioeste conjunto forma, en el sentido literal de la pala-bra, una verdadera ciudad dentro de otra ciudad”.

En el área suburbana de la ciudad del Misti seencuentran las iglesias de San Miguel de Cayma(1746) de tres naves y cúpula, con portada precio-sista; San Juan Bautista de Yanahuara, de fachadaunitaria y cúpula central; y la del Espíritu Santo deChihuata, donde además del trabajo de su portada,destaca la decoración de su cúpula barroca exorna-da con innumerables ángeles.

Distinto es el caso del incomunicado valle delColca, dependiente también de la diócesis de Are-quipa, donde se multiplicaron las reducciones deindios y las iglesias rurales. En una suerte de mese-ta por donde se abisma uno de los más profundoscañones del mundo, y sacudida por una constanteactividad sísmica y volcánica, se esparcen catorcepueblos que compiten por poseer las más notablesy hermosas iglesias. Estancado en un ille tempore vi-rreinal, ya que careció durante siglos de vinculacióncon el mundo moderno, el Colca ha mantenido sustemplos en condiciones estilísticamente puras. Re-salta dentro del conjunto la iglesia de la Inmacula-

da Concepción de Yanque, entre cuyas dosgruesas torres se enmarca un impresionantetapiz de piedra de la fachada principal, con la-brado planiforme de follajería e imágenes desantos. No menos interesante resulta Santiagode Coporaque con su fachada de tres nivelescoronada por una larga tribuna abierta al atriode cinco vanos. Destaca en un costado una ca-pilla lateral con notable portada renacentista.El templo de Santa Ana de Maca posee unahermosa portada y tribuna exterior ademásdel característico arco cubierto, que es la pro-yección de la bóveda de cañón sobre la partesaliente de las torres. La Purísima Concepciónde Lari posee también arco cubierto y sus pro-porciones son mayores que las de las iglesiasvecinas. Cuenta asimismo con planta de cruzlatina y macizos volúmenes en sus torres (Ve-larde 1978: 236-264; Patrucco et al. 1995:108-111; Tord 1983; García Bryce 1971: 45-47; Wuffarden 1994: 542-544).

PunoLa región del Collao irrigada por el lago Titicaca

era la antesala del mítico Potosí y poseía un enor-me potencial agropecuario y minero, como es evi-denciado por las notables fortunas personales delos curacas lupacas. La zona estuvo originalmenteentregada a la actividad misional de los dominicos,pero en 1576 los jesuitas tomaron a su cargo la la-bor pastoral. Se inicia de este modo un período deexpansión de la fe, levantándose simultáneamentemás de dieciséis iglesias, siete de las cuales se ha-llaban concluidas al llegar la nueva centuria. La es-tética de este primer momento es especialmenteanacrónica, pues en la arquitectura se reproducenmodelos gótico-mudéjares de ascendiente peninsu-lar, entremezclados con ideas del orden renacentis-ta. Su estructura recurre al adobe, la piedra y lamadera y techos con el sistema de par y nudillo.Las portadas de las iglesias más antiguas siguen laspautas del cinquecento. A contrapelo del paso deltiempo, todavía es posible contemplar casi sin va-riaciones los templos como San Juan de Juli, SanPedro de Acora y la Inmaculada de Paucarcolla, to-dos ellos del siglo XVI.

Bajo la gestión del obispo Mollinedo se consoli-dará un segundo gran momento de la arquitecturapuneña. Entre 1675 y 1699 se construyeron oncetemplos en la región, que no ocultan la influenciadel barroco cuzqueño, como puede constatarse enlas iglesias de Lampa, Asillo y Ayaviri. Son iglesias

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Galería de los confesionarios adornados con pinturas al óleo en losnetos de los arcos, Monasterio de Santa Catalina, Arequipa.

construidas en grani-to, con planta decruz latina, bóvedade piedra y cúpulasobre el crucero. Lascapillas se hacen conarcos sobre los mu-ros laterales. El ter-cer momento impor-tante se desarrolla alo largo del sigloXVIII donde el estilomás mestizo que ba-rroco llega a su ma-durez. La arquitectu-ra puneña en estaetapa tiene fuertesvinculaciones con la practicada en Arequipa, por lanotable decoración planimétrica y la exornación detapiz. Nuevas formas se superponen a los viejostemplos, introduciéndose el nartex, crucero, presbi-terio y torres.

La doctrina de Juli –un campo experimental delas misiones jesuitas que posteriormente se implan-taron en el Paraguay– estaba dividida en cuatro par-cialidades, siguiendo las nociones espaciales de lacuatripartición andina, y poseía lógicamente cuatrohermosos templos: San Juan, Santa Cruz, la Asun-ción y San Pedro. A la iglesia de San Juan se le aña-de una portada lateral muy trabajada, y también uncrucero, capilla mayor y baptisterio. Algo semejan-te sucederá con la Casa de Dios de Santa Cruz, queadoptó nueva planta y un sotacoro con anchas co-lumnas salomónicas pareadas.

Dentro de este período cabe resaltar la construc-ción del templo de Santiago de Pomata (1726), “pa-radigma de la escuela arquitectónica collavina... enla que se desarrolla una correspondencia entre ladecoración y la estructura arquitectónica”. Su inte-rior muestra una pulcra talla de tipo tapiz que se ex-tiende a lo largo de las bóvedas, las ventanas y puer-tas, llegándose en la sacristía a la perfección. No envano constituye una de las cumbres del arte mesti-zo altoperuano.

Otro ejemplo interesante es la catedral de Puno(1757), en la que se reúnen la influencia cuzqueña,que se manifiesta en sus torres barrocas, y la arequi-peña que se expresa en su portada mestiza, firmadapor Simón de Asto. La portada-retablo contiene co-lumnas salomónicas, imágenes de bulto y decora-ción planimétrica en el fondo, de donde surgenabundantes figuras en relieve. Repitiendo la fachadade la catedral limeña, los frontones partidos separanlos dos grandes cuerpos. Fuera de los límites crono-lógicos de nuestro trabajo, los templos de San Pedrode Zepita, San Pedro de Juli y la Asunción, San Pe-dro de Acora y Santiago de Pupuja sufren el embatede algunos elementos neoclásicos tardíos (Velarde1978: 268-283; Wuffarden 1994:546-568; GarcíaBryce 1971: 43).

HuancavelicaLa ciudad de Huancavelica fue fundada en 1572

por orden del virrey Francisco de Toledo, quien ladenominó Villa Rica de Oropesa, en honor de su pa-tria en la Península. Rápidamente adquirió fama yfortuna de “alhaja de la Corona”, por su ingente ri-queza minera cifrada en el mercurio o azogue, im-prescindible para amalgamar la plata. Los ricos mi-neros y las altas autoridades y comerciantes no tar-daron mucho en levantar sus mansiones y casonas

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La catedral de Puno,concluida en 1747,alberga tres imágenesreputadas comomilagrosas: la Virgen delos Remedios, el Señordel Quinario y el Señorde la Agonía.

y favorecer a las funda-ciones religiosas.

La construcción ecle-sial destaca por su arcai-co trazo. A dicha percep-ción parece contribuir laausencia de bóvedas ycúpulas, pues las te-chumbres aparecen cu-biertas por tejados, algu-nos de ellos de “mojine-te”. Las salientes corni-sas quizá denotan el de-seo de reemplazar los te-jados a dos aguas por bó-vedas de medio punto.La setecientista San Fran-cisco (1774) es la únicaiglesia con cúpula sobreel crucero y con portadaplateresca, mientras la deSan Sebastian, o la Santí-sima Trinidad de Conay-ca –con fuerte influenciamestiza–, resaltan por lasimplicidad de los ele-mentos que contrastan con las armoniosas facha-das. Barrocas en cambio son las portadas de la cate-dral, con la característica piedra roja de pucarumi,Santo Domingo con gran amplitud y sólidos campa-narios que escalonan pilastras, y Santa Bárbara,donde su estirpe churrigueresca y las columnas sa-lomónicas refuerzan aún más el contraste entre lasobriedad estructural y la saturación ornamental(Velarde 1978: 242-253; García Bryce 1971: 51-52;Wuffarden 1994:551).

CajamarcaSi bien la plaza de Cajamarca estuvo definida por

un emplazamiento prehispánico, la ciudad mismano guardó una unidad y coherencia con el asenta-miento previo sobre el que se estableció, pues úni-camente subsisten algunos restos como el Cuartodel Rescate y los Baños del Inca. Desde mediados delsiglo XVII hasta mediados del siglo XVIII, Cajamar-ca gozó de una creciente actividad obrajera, ganade-ra y agrícola, que le proporcionó recursos y exigióel desarrollo de un entorno urbano. Pero la expan-sión de la hacienda y la competencia de las mercan-cías extranjeras cortaron bruscamente ese auge eco-nómico a inicios del siglo XIX. Según algunos auto-res, la falta de torres en las iglesias sólo es la expre-

sión material de ese de-sarrollo trunco.

Arquitectónicamentecabe resaltar cuatrograndes conjuntos mo-numentales: San Fran-cisco y la Recoleta Fran-ciscana, el monasteriode las ConcepcionistasDescalzas con su iglesiade La Inmaculada, elcomplejo hospitalario deBelén y la catedral. To-dos los templos, salvo elde la Inmaculada, estáncubiertos con bóvedasde piedra volcánica deun tono gris claro. Ensus zócalos y moldurasaparecen decoracionesde flores y rombos, consupervivencias manie-ristas y platerescas. Pese

a las columnas salomónicas, las portadas poseen ungran influjo renacentista.

La construcción de la catedral data de 1685,consagrándose en 1762. Su apaisada fachada pre-senta una abundante decoración y un complicadoalmohadillado en los espacios entre las tres porta-das. La portada central se levanta en tres niveles,conteniendo columnas salomónicas, ventana coraly nichos en los intercolumnios, e impresiona másque las laterales y que la base trunca del campana-rio. Sus proporciones se atienen a una composiciónrenacentista y la decoración se acerca al plateresco.El interior es severo, siguiendo una planta de cruzlatina, aunque sin cúpula. La nave central, separadade las adyacentes por muros en los que se han ho-radado arcos, remata en un magnífico altar dorado.

La iglesia de Belén (1744) imita a la catedral y sunave de cruz latina presenta brazos apenas insinua-dos. Bajo una gran cúpula con cimborrio octogonalse cierra un interior ornamentado íntegramente conrombos, los que adornan todas las caras de las pilas-tras y del arco toral. Exteriormente encontramos,entre dos cuerpos laterales cúbicos y macizos, unaportada de tres cuerpos y tres calles. Ella exhibe “lí-neas verticales y dominantes de columnas pareadasy superpuestas, anchos paños de muros interme-

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Iglesia de San Francisco,Huancavelica.

dios, y el admirable remate de los tres arcos flo-ridos”. En su frontis sobresale la hermosa venta-na coral lobulada. Vecino al templo se encuentrala doble estructura del hospital de Belén, una delas construcciones asistenciales mejor conserva-das de la colonia.

La iglesia de San Francisco comenzó su fábri-ca en 1669 y aunque inconclusa por la falta decampanarios, tiene una muy especial composi-ción. Como ha señalado García Bryce: ”la plantade cruz latina de tres naves y crucero con cúpu-la genera en San Francisco uno de los más her-mosos interiores de la colonia. Su belleza no re-posa en el adorno que es más bien parco, sino enla armonía y el balance que existe entre la formaespacial y la forma estructural”. En su exteriorpresenta almohadillado total y una portada as-cendente de tres cuerpos.

La única iglesia que llegó a concluirse en to-da la ciudad de Cajamarca fue la Recoleta Fran-ciscana, que resalta por su unitaria fachada conespadañas gemelas y su amplio atrio. La iglesiade la Inmaculada Concepción (1806) presentauna evolución hacia el neoclasicismo en su vas-to frontón triangular y en el monasterio adya-cente llamado de las Concepcionistas (Velarde1978: 306-322; García Bryce 1971: 53-55; Wuf-farden 1994: 552-553).

ARQUITECTURA DOMÉSTICA

La construcción de las casas de las ciudades ini-ciales del virreinato fue una empresa que ocupó du-rante muchos años la atención de los nuevos veci-nos. Adaptar los recursos y métodos de construc-ción nativos a las edificaciones de matriz española,fue un proceso ligado al ensayo y al error, porquelos insistentes terremotos se encargaban de poner aprueba los sistemas utilizados y desechar algunasinnovaciones técnicas y hasta estilísticas. Pero tam-bién hubo casos en que las nuevas edificaciones uti-lizaron como base la planta, los cimientos y algunosde los muros que quedaban en pie de los antiguosedificios prehispánicos.

En épocas tempranas el ideal de vida de los en-comenderos se materializaba a través de la “casa po-blada”, que posibilitaba un estatus señorial. Física-mente esta vivienda, a la que todos los colonizado-res aspiraban, asumía la conformación de la “casapatio” o casa de tipo mediterráneo, donde las habi-taciones se organizaban en base a uno o más patioscentrales. Sin embargo no todos los habitantes de

las jóvenes ciudades podían aspirar a tan ansiadosueño, por lo que pronto se implantaron otros mo-delos de unidades domésticas menos pretenciosos.

La escala habitacional se iniciaba con el humilde“callejón de cuartos” o “casa comunal”, donde unahilera de habitaciones se unía con la calle por unpasaje a cielo abierto. Cada cuarto, o dos o tres deestas piezas constituían una unidad de vivienda. Es-ta sencilla forma de construcción era utilizada tam-bién en las posadas, los tambos y los asilos. Un pel-daño más arriba se situaba la más sencilla de las ca-sas independientes, cuyo reducido frente no pasabade los 5 metros. Esta vivienda estaba conformadapor una, dos o tres habitaciones pero con puertapropia a la calle, y con suerte una ventana. A vecesel terreno era suficiente como para dejar un espacioentre el muro exterior y el inicio de la casa misma,donde se extendía un pequeño patio delantero. Untercer tipo sería la mencionada casa con patio cen-tral alrededor del cual se ubicaban las principalespiezas. Dependiendo del tamaño del predio, podíacontar con uno, dos o más patios, y éstos podían te-ner habitaciones sólo a un lado, o a ambos lados del

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Catedral de Cajamarca.

espacio central. Hacia el siglo XVIII surgiría un nue-vo tipo de casa llamada “quinta” o casa campestre,asentada en zonas semirrurales, en un limbo entrela mansión urbana y la casa hacienda, y copiando elmodelo francés del hôtel entre cour et jardin. Luegode un patio de honor abierto, se levantaba una plan-ta alargada con salones ordenados a lo largo de unagalería central, con terraza con vista al jardín poste-rior. En Lima perduran la quinta de Presa y la quin-ta del Prado, las que se levantaron según la estéticarococó y bajo el influjo de Amat.

La vivienda rural oscilaba entre la sencilla casacampesina y la casa hacienda. Cuando los poblado-res andinos lograban evitar el traslado obligatorio alas reducciones, seguían edificando moradas muysemejantes a las utilizadas en las épocas previas a laconquista, con canchas, muros de adobe o pircadosy techo a dos aguas cubierto con paja o ichu. En lacosta se utilizaban muros de adobe, quincha, man-gle y ramadas laterales. Las casas-hacienda en cam-bio eran complejas edificaciones que cumplían fun-ciones económicas, fiscales y religiosas y estabancompuestas por una diversidad de construcciones.La casa del hacendado se ubicaba junto a la capillaen una plazoleta a la que se solía llegar por una lar-ga avenida arbolada. Habitualmente elevada, la casatenía una visión panorámica del área y estaba com-puesta por las habitaciones, los salones de recibo yla casi infaltable galería. Las construcciones tardíastuvieron algunos detalles afrancesados y estaban co-ronadas con miradores y torreones rematados concúpulas bulbosas. A estas edificaciones se sumabanlas rancherías, huertos, depósitos, caballerizas, co-rrales y otras muchas dependencias utilitarias.

Luego de revisar esta somera tipologíadeberemos examinar con detenimiento latípica edificación doméstica, la tan nom-brada casa patio que tanto se generalizó enlas principales ciudades, entre ellas Lima.Harth Terré la describió de la siguiente ma-nera: “la casa solariega tenía siempre unzaguán que daba entrada a un patio conuna habitación al fondo, por lo general lasala o la cuadra; luego dos habitaciones aun costado que se designaban como cáma-ra y recámara; otros aposentos a continua-ción de la sala, con vista a un jardín o a unpatio menor en donde estaban, si la casaera de mayor importancia, unas caballeri-zas o pesebreras y corrales, y algunas habi-taciones para la servidumbre. En el patio aun lado la escalera a la azotea o galería,

más tarde a los aposentos altos. Por lo general se ha-cían éstos sobre el zaguán... ... los portones eranamplios para que pudiera salir una carroza holgada-mente, con hojas con clavazón de bronce, quiciale-ra, tejuelos, gorrones, cerradura y aldabón, abaza-deras de fierro y sus argollas de hierro... ... los qui-cios, la mayoría de dintel pero algunas con arco”.

En este tipo de casa pueden distinguirse tres zo-nas claramente delimitadas. En primer lugar se ha-lla la zona exterior con el zaguán y las habitacionescon frente a la calle, que cuando eran alquiladas co-mo negocios debían cambiar las ventanas de rejapor puertas para atender a los clientes. Luego se en-cuentran el patio y las habitaciones principales don-de la familia recibe y donde se colocan los mueblesmás lujosos. A partir del segundo patio se levantanlas habitaciones del servicio y la cocina, a la que sesuman huerta, gallineros, corrales y otras depen-dencias. Es de notar que hasta el siglo XVIII las ca-sas no contaban con comedor, el cual se difundiópor influencia francesa.

Externamente las fachadas eran asimétricas, conportadas de ladrillo o piedra y estuco en el resto.Las ventanas de celosía se cambiarían en el sigloXVIII por ventanas vidriadas con reja de hierro. Laplanta alta se ve definida por la presencia de balco-nes, algunos de antepecho sobre la portada, perootros de cajón a los lados, o corridos cubriendo to-da la fachada, o esquineros, dando un óptimo regis-tro sobre dos calles. Estos balcones, llamados “ca-lles aéreas”, dieron rostro peculiar a ciudades comoLima o Trujillo –en donde ocupaban un entrepiso–,aunque no faltan en otras ciudades de la costa y al-gunas de la sierra, como Cuzco y Ayacucho. Su ba-

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Quinta de Presa, casa de campo propiedad de la familia Carrillo deAlbornoz, edificada en el siglo XVIII.

se estaba constituida por ménsulas o canes, luego ve-nía la base del cajón con óculos desde donde mira-ban los infantes, más arriba se desplegaban las celo-sías en paneles batientes entre balaustres, y encimase alzaba una cornisa.

Las casonas limeñas del siglo XVI debieron des-tacar por su horizontalidad. Entonces los solares so-bre los que se construían eran bastante grandes yespaciados. Los materiales preferidos fueron el ado-be y la quincha y los techos tuvieron estructura demadera y torta de barro, lo que llevó al Inca Garci-laso a decir que Lima “mirada de lejos es fea porqueno tiene tejados de tejas”. El ladrillo por entonces seusaba para las escaleras que conducían al balcón, opara los pocos aposentos ubicados sobre el zaguány la portada. Al decir de Bernales no eran extrañoslos altos miradores, “especie de pequeñas y estre-chas torres como minaretes que se elevaban sobrelos terrados y conferían un singular aspecto moris-co a la ciudad”.

Muy pocas casas tempranas se conservan en lacapital. Debemos señalar que la propiedad de losAliaga sigue asentada sobre una parte del antiguopalacio de Taulichusco y a pesar de las remodelacio-nes mantiene una escalera central en el patio prin-cipal y un segundo patio con galería adintelada ycolumnata de madera. Otro inmueble de los tiem-pos iniciales es la llamada casa de Pilatos (tambiénconocida como de Jarava o Esquivel). En ella desta-ca la escalera central que se divide en dos tramos se-gún modelo renacentista, y la portada de piedra quesigue perfiles manieristas. Es una de la pocas casasque sobrevivió al terremoto de 1746.

Como anteriores a este devastador sismo po-drían mencionarse también algunos largos balconescomo los de la casa del Oidor, ubicada en la callePescadería. El palacio de Torre Tagle (1735) tam-bién se salvó del desastre, caracterizándose por suestilo neomudéjar expresado en sus tallados balco-nes de celosías, los azulejos, los arcos lobulados ysu original portada de piedra y estuco, con colum-nas a los costados. Dentro de la evolución del gustocapitalino cabría enumerar la casa de Goyeneche de1776, la de las Trece Monedas con trabajo de rocai-lle (1780) y el palacio de Osambela (1808), que cie-rra el período con su influencia neoclásica y algunassingularidades como sus tres plantas y mirador, ysus balcones vidriados al estilo Luis XVI.

Las viviendas en el Cuzco responderían a otroscriterios porque los conquistadores realizaron adap-taciones para levantarlas sobre antiguos muros y es-pacios incaicos. Durante la rebelión de Manco Inca,

la ciudad sufrió muchos estragos y debió recons-truirse. Las antiguas kanchas indígenas, especie demanzanas amuralladas con espacio central rodeadopor habitaciones de uso múltiple, fueron unidas porlos españoles conformando grandes casonas de doso más patios. De este modo se aprovecharon losmuros incaicos, algunos de los cuales fueron trasla-dados unos metros para hacer más anchas las callesy permitir la circulación de los caballos y peatonescon mayor facilidad.

Por lo general en el Cuzco se construía sobrelos muros incaicos con adobe o con piedra labradaa la española. Luego se añadían ventanas, balconesy ajimeces, y se los techaba con cubiertas mudéja-res de par y nudillo, encima de las cuales se coloca-ban tejas. Garcilaso y Cieza concuerdan en sus des-cripciones, señalando que estas mansiones de losconquistadores, con sus patios de doble galería ysus torres, convertían al Cuzco en la más suntuosaurbe indiana. Algunas casonas conservaron comoelemento de prestigio las portadas trapezoidales delos palacios incaicos, añadiéndoles cantería parahacerlas rectas. Sobre ellas se tallaron decoracionesy figuras heráldicas, conformando hermosos con-juntos platerescos.

Como obra de finales del siglo XVI destaca lamuy notable casa del Almirante con su portada pla-

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Fachada del palacio de Torre Tagle, Lima.

teresca. En su frontis está esculpido el busto de uncaballero con espada, yelmo y penacho sobre dosescudos sostenidos por dos pilastras. Completandoel conjunto aparece una bella ventana esquinera. Suasombroso interior está organizado sobre la base deun irregular zaguán que se abre hacia un patio rena-centista, rodeado de arquerías de medio punto y co-lumnas de piedra en sus dos niveles. La escalera en-cerrada no desmerece el conjunto, con un mons-truo mitológico tallado y un león sedente que deco-ra el pasamanos.

Otro ejemplo interesante de arquitectura domés-tica en el Cuzco es la llamada casa de los CuatroBustos perteneciente al conquistador Juan de Salasy Valdés. En su portada se retratan sobre el pórticoadintelado y bajo un escudo y un ajimez, los retra-tos de sus ocupantes ataviados a la usanza de la épo-ca de Felipe II. Residencias notables constituyen sinduda las que pertenecieron a don Diego de Silva yGuzmán –quien alojó al virrey Toledo–, y la de do-ña Usenda de Loayza, que hoy forman parte delconjunto del monasterio de Santa Teresa. Algo se-mejante sucede con la casa de las Sierpes (en reali-dad seres mitológicos), convertida en el beaterio delas Nazarenas, o con la casa de los Tres Pumas. Lamejor portada manierista es la del antiguo hospitalde San Andrés que ostentaba una cariátide copiadadel modelo presentado por el Tercero y cuarto librode arquitectura de Serlio de 1563. Las casas de Bue-na Vista y Roca Fuerte, premunidas de columnasbarrocas, parecen ser de época más tardía. En la ca-pital imperial abundan los balcones frecuentemente

abiertos como los de la casa delos marqueses de Jara, el es-quinero de los marqueses deBuena Vista, y el célebre bal-cón de Herodes de elaboradafactura.

Las casas de la ciudad deArequipa tienen rasgos estruc-turales y estilísticos diferentes,debido a las precauciones an-tisísmicas, la ausencia de pie-dra dura y la utilización del si-llar. Por lo general no excedenun primer piso y rodeandohermosos patios encontramosamplios salones techados porbóvedas de sillar, que las do-tan de un aspecto eclesial. Di-cho carácter se robustece porlas bellas portadas con fronto-

nes curvos, en los que se labran monogramas reli-giosos y escudos, en medio de una decoración fito-morfa. Las ventanas de reja a veces con sombrerosmuy decorados y las gárgolas mitológicas o cilíndri-cas terminan de otorgarle personalidad a esta arqui-tectura regional.

Tal vez uno de los mejores ejemplos de este es-tilo barroco teñido de presencia mestiza sea la casadel Moral, con su portada coronada por un comple-jo escudo y el típico patio residencial arequipeño.También son sumamente bellas la casa Tristán delPozo (1738) en cuya portada se esculpe el árbol ge-nealógico de Cristo, y la casa Arróspide (1743) deportada más sencilla pero con gárgolas con cabezade puma. La casa de la Moneda o Quiroz (1794) cie-rra el ciclo del rococó y preludia el empuje del neo-clásico. La hoy llamada Ciudad Blanca fue en otrostiempos más colorida porque sus edificios estabanpintados a la cal con colorantes rojizos, ocres y azu-linos, mientras sus puertas se coloreaban de verde yazul. Los interiores, por su parte, presentaban enparedes y techos, complejos y polícromos frescos.

Huamanga representará en su arquitectura do-méstica el esplendor de sus encomenderos y el au-ge del que gozó hasta el siglo XVIII. Su arquitectu-ra está signada por el uso de la piedra aunque com-binada con el adobe y las tejas. Sus amplios patioscon galerías en las dos plantas –a veces ambas concolumnas de piedra y arcos– y las bóvedas en algu-nas habitaciones de los primeros pisos, nos revelanla bonanza de sus familias principales. Particular-mente interesante por su antigüedad (siglo XVI) re-

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Casa del Moral, Arequipa, de estilo barroco mestizo.

sulta la casa del marqués de la Totora, ocupada porla Escuela de Bellas Artes en la que aparece, tras lossoportales, un largo muro frontal de piedra trabaja-do al modo incaico. Su largo e irregular zaguán nosinterna al patio, donde se pueden apreciar gruesascolumnas coronadas por discos de piedra y cabezasde serpientes incaicas a manera de capiteles, que co-rresponden al período de transición entre el incarioy el virreinato.

La casona del obispo Cristóbal de Castilla y Za-mora, edificada hacia 1670, rodea la catedral y uti-liza los recios muros del templo como perímetro desus irregulares patios. La galería alta suspendida porsoportales ostenta el escudo de armas del prelado yen su patio se muestra un relieve con la figura deSan Cristóbal. Otra casa interesante es la del corre-gidor Nicolás de Boza y Solís (c. 1740) con alarga-do patio de arquería doble y columnas de piedra. Fi-nalmente mencionaremos la del marqués Mozo-bamba del Pozo, con columnas de piedra de traba-jado capitel, o la de Jáuregui, con balcón sostenidopor ménsulas que representan cabezas de puma.

La ciudad de Huancavelica será resultado de suriqueza minera, por lo que no faltarán una serie demansiones construidas en la llamativa y rojiza pie-dra pucarumi de la región. Las casas principales ten-drán dos plantas que culminan en tejados a dosaguas y pequeños patios rodeados de galerías. Nofaltarán tampoco algunos balcones de cajón y case-tonados como en la casa del Sol, y portadas almo-hadilladas con tallas heráldicas o de seres mitológi-cos como en la residencia de Amador de Cabrera ola casa de la Máscara.

Distinto es el caso de Cajamarca, ciudad que po-see más de un centenar de casonas que se conservanen muy buen estado. Ellas demuestran claramentelas tendencias arquitectónicas regionales y son ha-bitualmente dieciochescas, llevando poca decora-ción salvo en los dinteles que revelan diseños geo-métricos. Un caso particular es la casa Uceda, defrontón partido y una exuberante ornamentaciónbarroca con iconografía floral selvática. Otras porta-das detentan un tallado planiforme geométrico, querodea las armas heráldicas de los propietarios, aun-que algunos recurren al doble dintel con moldura-ción decorada. Generalmente los patios son con co-lumnas de madera y hacia el exterior se utilizan in-distintamente ventanas rejadas y balcones de ante-pecho.

Las familias nobles descendientes de los enco-menderos y los vecinos fundadores de la costeñaciudad de Trujillo, tratan de seguir muy de cerca la

vida cortesana de la capital. Sus casonas, aunquecon características arquitectónicas propias, compar-ten la técnica constructiva de las limeñas y son deuna sola planta. Sobre el patio se alza una galeríaelevada y con barandales, y sus fachadas asimétricasmuestran portadas estucadas de las primeras épo-cas, con añadidos barrocos de columnas o pilastras,diseños heráldicos o símbolos religiosos. Son pecu-liares sus grandes ventanas, cubiertas originalmen-te por barrotes de madera torneada, las que daránpaso en el siglo XVIII a la filigrana en hierro de susrejas y a los sombreros de estilo imperio que las co-ronan. Los balcones de cajón, ante la inexistenciade la segunda planta, se encuentran a media alturay ocupando un entrepiso. Los zaguanes son prolija-mente decorados desde las primeras épocas conpinturas indígenas, sobre las que se superponenposteriormente frescos manieristas, barrocos y neo-clásicos.

La casa de los condes de Aranda se atiene a unadecoración barroco-mestiza en su portada, com-puesta por columnas salomónicas realizadas en es-tuco, que sostienen un dintel adornado por follaje-ría, ángeles, custodias y veneras. La casa de los Leo-nes nos sobrecoge con su hermosa fachada. Sobre eldintel se aprecia una pareja de felinos y abundante

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Portada de la casa de Tristán del Pozo, Arequipa. Se puedeapreciar en la parte superior los monogramas de la Sagrada

Familia.

SOCIEDAD COLONIAL

La bibliografía referente al tema de sociedad es bas-tante variada. Como una primera aproximación se podráconsultar los manuales América hispánica de Céspedes delCastillo, el tomo II de La América Latina de Konetzke o Pe-rú: Hombre e historia de Pease Si se quiere estudiar ciertostemas con mayor detenimiento será importante consultar Lamezcla de razas en la historia de América Latina de Mörnery, para las épocas tempranas, El mundo hispanoperuano deJ. Lockhart.

Para comprender la dinámica que afectó a la Repúbli-ca de Indios será útil consultar el libro de Stern Peru’s indianpeoples and the challenge of Spanish conquest Huamangato 1640, la obra de Pease Curacas, reciprocidad y riqueza,la publicación de Ossio Los indios del Perú y, para compren-der el desastre demográfico andino, los estudios de Sán-chez Albornoz en La población de América Latina desde lostiempos precolombinos hasta el año 2000.

Al estudiar la República de Españoles el libro dePuente Brunke Encomiendas y encomenderos en el Perúresulta una lectura obligada, así como las publicaciones deDel Busto, La pacificación del Perú, y Mazzeo, El comerciolibre en el Perú. Estudiar a la mujer y a la familia nos llevaa revisar Pecados públicos de Mannarelli. El análisis delproblema criollo puede observarse adecuadamente me-diante los estudios Orbe indiano de Brading y Criollos enconflicto de Lavallée.

Los problemas del mestizaje podrán verse acuciosa-mente estudiados en el número XXVIII, que a proposito delcongreso sobre este tema publicó la Revista Histórica en1965. Asimismo, La mezcla de razas en la historia de Amé-rica Latina de Mörner puede ser muy útil.

Sobre la esclavitud la información más completa pue-de ser hallada en Bowser, El esclavo negro en el Perú.

ASPECTOS ECONÓMICOS COLONIALES

Como estudios generales volveríamos a recomendarlos mismos autores que para el caso de sociedad, a saber:Konetzke, Céspedes del Castillo, Pease. Como historiaseconómicas clásicas están la muy antigua de Ugarte, Bos-quejo para la historia económica del Perú, y la de E. Rome-ro, Historia económica del Perú. Como obra actualizada po-demos mencionar la de Assadourian, El sistema de la eco-nomía colonial, y para complementar algunos aspectos el li-bro de Sánchez Bella La organización financiera de las In-dias. Sobre moneda los estudios de Moreyra, La monedacolonial en el Perú, y Salazar Bondy, Lima su moneda y suceca. Sobre minería los estudios de Lohmann La minería enel marco del virreinato y Fisher Minas y mineros en el Perúcolonial. Acerca de instituciones económicas se puede revi-sar El gobierno y la administración de Lohmann, de Rodrí-guez Vicente El tribunal del Consulado de Lima en la prime-ra mitad del siglo XVII, y de Escobedo Mansilla Control fis-cal en el virreinato peruano. Sobre obrajes y gremios sepuede ver Silva Santisteban, Los obrajes en el virreinato delPerú y Quiroz Gremios en la colonia.

LAS ARTES VIRREINALES: PINTURA, ESCULTURA YARQUITECTURA

La bibliografía referente al tema de las artes en el vi-rreinato peruano es sumamente amplia, aunque a veces elmayor problema sea su localización por estar dedicada a unpúblico bastante restringido. Sin embargo habrá algunas

obras a las que será fácil acceder y permitirán formarseuna visión general. En la Historia general del Perú de MejíaBaca (1980) se encuentra el estudio de José García Brycesobre la arquitectura peruana, así como el muy completotrabajo de Luis Enrique Tord sobre pintura bajo el título de“Las artes plásticas en el Perú”. En 1982 Gisbert y Mesaeditaron su muy completa obra Pintura virreinal en el Cuz-co, en la que recogen con lujo de detalles el progreso del ar-te pictórico de la antigua capital incaica. En la Historia ge-neral del Perú de editorial Brasa ha aparecido recientemen-te el muy completo y actualizado trabajo de Luis EduardoWuffarden, denominado “Las artes virreinales”, en el quehace un verdadero despliegue de erudición sobre la activi-dad plástica colonial. En 1987 Jorge Bernales Ballesterospublicó una muy amplia suma del arte virreinal en su obraHistoria del arte hispanoamericano, con una considerablesección dedicada al Perú. Consideramos que estos manua-les son de muchísima utilidad para poder comprender la his-toria del arte peruano. En los últimos años el Banco de Cré-dito del Perú ha realizado una serie de libros dedicados altema que nos ocupa, entre los que destacan por su bella fo-tografía y por la profundidad de los aportes críticos de losautores que incluyen, La escultura en el Perú y La pinturaen el Perú virreinal. En 1987 Héctor Velarde publicó su libroArquitectura peruana, un concienzudo texto en el que revi-sa el desarrollo de esta expresión artística desde las épocasprehispánicas hasta nuestros días. Pablo Macera ha apor-tado dos interesantes libros sobre la pintura mural en el surperuano, y debemos al Banco de Crédito otra publicaciónmuy reciente dedicada al mismo tema.

Quien desee profundizar más en el estudio de estostemas podrá encontrar provechosa enseñanza en los textosincluidos en la siguiente bibliografía.

yesería, acompañada de decoración polícroma en laque destaca el apóstol Santiago a caballo. La casadel Mayorazgo de Facalá (c.1709), en cambio, enar-bola una portada con elementos mudéjares. Más

cercanas a la estética neoclásica y al fin del períodocolonial, por sus sucesivas remodelaciones, son lacasona de la Emancipación y el palacio Orbegoso, apartir de las cuales podemos tener una visión delauge urbano de la época y comprender la compe-tencia que establecía Trujillo con la capital. Comocolofón podemos señalar que la arquitectura truji-llana es imitada en menor escala en el cercano par-tido de Lambayeque, donde se encuentran edifica-ciones interesantes como la casona de la Loggia(1735) –con larguísimo balcón techado que cubrelos dos frentes del edificio–, o la más antigua casade las Linternas, célebre por sus fachadas y fanalesen estuco y sus retorcidas rejas rococó (Wuffarden1994: 535-557; García Bryce 1971:78-89; 1986:98;Bernales 1987: 249,252,271; Harth Terré 1962:19;Velarde 1978: 114, 161, 354).

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Patio de la casa del mayorazgo de Facalá, Trujillo,La Libertad

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EL MONARCA: REY DE LAS INDIAS Y DELPERÚ

El Perú del período virreinal tenía en el rey delas Españas a su máxima autoridad. Se creía enton-ces que el soberano había recibido del mismo Diosla tarea de gobernar con arreglo a la justicia. Enotras palabras, era el encargado de dirigir con buengobierno la nave del imperio, y ello no sólo suponíaprocurar el bienestar material de los súbditos sinotambién la salvación de sus almas. Los reyes de Es-paña, exponentes de una monarquía con vocaciónuniversal, habían heredado la misión de los ReyesCatólicos de divulgar el cristianismo y de mantener-lo y expandirlo como una de las fuentes de su po-der. Ese sentimiento providencial fue inicialmenteasumido por la casa reinante de Habsburgo y termi-nó con el proyecto de monarquía nacional de losBorbones. Justamente los reyes, por haber librado ala península de los invasores musulmanes, conta-ban con el privilegio del “regio patronato” que losfacultaba para proponer al Papa el nombramientode prelados en sus dominios.

Los monarcas españoles estaban ligados a unalarga tradición política y jurídica que encuentra susorígenes en Las partidas de Alfonso X El Sabio.Aquel cuerpo de principios del derecho castellanomencionaba que la potestad del rey residía en el “se-ñorío” y éste le facultaba para gobernar y juzgar alos súbditos de su reino. Con la conquista del Nue-vo Mundo, el “señorío” del rey se extendió sobre elterritorio ganado por Francisco Pizarro. De esta ma-nera, el Perú se convirtió en un reino más dentrodel imperio, al igual que el de México, también co-nocido como el de la Nueva España.

El reino del Perú mantuvo su condición de seño-río bajo la autoridad directa del emperador de lasIndias, en cuya persona se unía también el título derey de Castilla. El soberano era reconocido por susvasallos al proclamársele como monarca en todossus reinos. Así, en una ceremonia oficial que se rea-lizaba en Lima, se colocaba un trono junto al pala-cio virreinal bajo el cual destacaba un retrato delrey, entre esculturas que representaban al inca y a la

coya en señal de sumisión. La efigie del soberanoera bajada por los alcaldes ordinarios y el alguacilmayor de la ciudad. En la plaza mayor estaban for-mados doce capitanes con sus compañías de infan-tería y ocho compañías de jinetes más dos escuadro-nes de milicias indias. Al asomarse el virrey, se ha-cían las salvas de rigor y la multitud gritaba: “°Vivael rey nuestro señor!”. Después se sacaba del cabil-do el estandarte de la ciudad y era entregado al vi-cesoberano. Entonces los heraldos voceaban tresveces: “Oíd, oíd, oíd”, el virrey exclamaba en voz al-ta: “Castilla, León y el Perú, por el Rey Nuestro Se-ñor, que viva muchos años”, y el pueblo respondía:“°Viva, viva muchos años!”.

Estas solemnes ceremonias acontecieron en laCiudad de los Reyes durante la proclamación de Fe-lipe II en 1557, de Felipe III en 1599, de Felipe IVen 1622, y del desdichado Carlos II en 1666. Los re-yes de la casa de Borbón fueron reconocidos con elmismo ritual. En 1701 se juró obediencia a Felipe V,y en 1725 fue proclamado su hijo Luis I. De igualmanera se rindió ceremonial a Fernando VI en1748. El rito continuó con Carlos III en 1760, conCarlos IV en 1789 y con su hijo Fernando VII en1808 (Lohmann 1993).

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EINATO

ILA CABEZA Y LOS BRAZOS DEL REINO

Esta pintura, fechada aproximadamente en 1725 y que seencuentra en el museo religioso de la catedral de Lima,

muestra a los emperadores españoles como continuadores delos incas, reyes del Perú.

La presencia del rey se hacía sentir por medio desus reales cédulas, pero no sólo a través de dichosdocumentos de gobierno. Para los habitantes delPerú era un gran padre al que recurrían como la úl-tima instancia de justicia, y como aquella personaque unificaba todo el reino católico en la defensa dela Eucaristía. Así lo demuestran la pintura y la ora-toria sagradas del siglo XVII (Rodríguez Garrido1994a). El soberano era considerado el “padre de lapatria”, y el patriotismo sólo podía ser entendido através de la fidelidad y lealtad al rey. Los súbditosdel virreinato estaban pendientes de sus decisionespolíticas, de sus triunfos militares, de su salud y delmomento de su deceso, para el cual levantaban tú-mulos en las iglesias y oficiaban sus exequias. Fuede tal importancia la imagen del monarca que enHuanta (Ayacucho), a finales del siglo XIX, en ple-no período republicano, se rezaba después de la mi-sa un Padre Nuestro “por el rey nuestro señor”, se-

gún lo refiere una tradición oral que ha llegado has-ta nuestros días.

EL CONSEJO DE INDIAS

La principal institución de gobierno de estos te-rritorios y sus gentes fue el Real y Supremo Conse-jo de las Indias, creado en 1511 por Fernando ElCatólico y reorganizado por Carlos V. Además deaconsejar y asesorar al rey en lo referente al gobier-no de América y las Filipinas, tuvo a su cargo el di-seño de una legislación especial para esas partes delimperio.

El Consejo de Indias se involucraba en casi to-dos los ramos del gobierno. Desde el punto de vistapolítico, proponía al monarca nombres de posiblescandidatos para ocupar los cargos de virreyes, go-bernadores, oidores, corregidores, y durante el sigloXVIII intervino en la designación de intendentes.

En el campo judicial oficiaba como el más altotribunal de justicia en lo civil y penal, y era una ins-tancia a la que se podía apelar de los fallos dictadospor las audiencias. Justamente el Consejo, con el finde observar e investigar el estricto cumplimiento delas tareas de los funcionarios del imperio, organiza-ba viajes de inspección a cargo de los “visitadoresgenerales”. También se llevaba a cabo un procesofiscalizador de los funcionarios, conocido como“juicio de residencia”, que era incoado al final delejercicio del cargo por los “jueces residenciarios”, ydel que no se libraban ni el virrey ni los oidores.

En cuanto al aspecto normativo, el Consejo seconvirtió en una fuente legislativa de primer orden.Promulgó tantas leyes para los reinos de ultramarque se vio en la necesidad de intentar recopilarlas alo largo de los siglos XVI y XVII. Pero sólo en 1680,en tiempos de Carlos II, logró reunir de manera sis-temática toda la legislación acumulada en la monu-mental Recopilación de leyes de los reinos de las In-dias, sobre la cual trataremos más adelante en rela-ción a la idea de derecho.

Las sesiones del Consejo eran secretas y estabandirigidas por un presidente o gran canciller que lasencabezaba. Además integraban la institución losconsejeros letrados –que inicialmente fueron cuatroy luego llegaron a ser más de diez–, dos secretariosque representaban a los virreinatos de la Nueva Es-paña y del Perú, los relatores, los contadores, un te-sorero general, un fiscal que defendía los interesesde la Corona, un cosmógrafo mayor encargado dereunir información geográfica y cartográfica deAmérica, y finalmente un cronista mayor que reco-

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Desde la Edad Media la teoría política atribuía a losmonarcas una doble naturaleza: una temporal, restringida a

la existencia física de éstos como seres humanos, y otra eterna que conceptuaba a la monarquía como

régimen político imperecedero.

pilaba y escribía la historia de los reinos del NuevoMundo. Todos los miembros debían cumplir con losrequisitos de ser hombres de “costumbres, nobleza,y limpieza de linaje, temerosos en Dios y escogidosen letras y en prudencia” (Lohmann 1993).

EL VIRREY DEL PERÚ: UN PROCÓNSUL DEL IMPERIO

El virrey, visorrey o vicesoberano encarna-ba “el otro yo del rey”, por lo cual su con-dición no era exactamente la de un fun-cionario, sino más bien una suerte devicario del rey-emperador. Personifi-caba a su majestad, al grado de ves-tir la misma indumentaria que él; eloidor Juan de Solórzano y Pereyra,recurriendo a la historia del impe-rio romano, lo comparaba con lafigura del procónsul (Altuve-Fe-bres 1993).

Los virreyes fueron persona-lidades cuidadosamente escogi-das entre la nobleza, la milicia yel clero españoles. El rey, a suge-rencia del Consejo de Indias,nombraba a sus vicesoberanospor un período de cuatro años,aunque en algunos casos su gobier-no se extendía por un tiempo ma-yor. Con todos los títulos y las ins-trucciones proveídos por el monarca,el virrey se embarcaba hacia el Perú enSevilla o en Sanlúcar de Barrameda, para

desembarcar en Portobelo y luego dirigirse a Pana-má. De allí era conducido a Paita y continuaba suviaje por tierra hasta la Ciudad de los Reyes, don-de era recibido con gran solemnidad, muestras dejúbilo e innumerables fiestas que duraban días en-teros, y en las que participaban todos los estamen-tos de la sociedad.

Una vez que prestaba juramento, el virrey inicia-ba su gobierno con el apoyo de un letrado, que lo

asistía en su labor legisladora. Como máximainstancia política, presidía las sesiones de la

Real Audiencia y las ceremonias públi-cas, nombraba corregidores de indios y

resolvía litigios jurisdiccionales entreaudiencias. Entre sus funciones seestipulaba también la organizaciónde las colonizaciones y la amplia-ción de la frontera agrícola, ade-más de velar por el orden públicoy levantar censos.

Desde el punto de vista mili-tar, el virrey desempeñaba el car-go de gobernador y poseía el ran-go de capitán general, por lo tan-to debía cuidar las fronteras delvirreinato y fortificar las costascon la edificación de baluartes.

También nombraba jefes de mili-cias, organizaba los cuerpos de tro-

pas, despachaba armadas y ordenabala construcción de barcos.

Fachada principal de los Reales Consejos en donde sesionaba y desempeñaba sus tareas administrativas el Consejo de Indias enMadrid, siglo XVIII.

Antonio de Mendoza (c. 1493-1552), segundovirrey del Perú, procedía de la nobleza peninsular.

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VIRREYES MANDATO

Durante el período de la casa de Habsburgo, el Perú fuegobernado por:

Reinado de Carlos I 1517-1556Blasco Núñez Vela 1544-1546

Antonio de Mendoza y Pacheco 1551-1552

Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete 1556-1560

Reinado de Felipe II 1556-1598Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva 1561-1564

Lope García de Castro, gobernador del Perú 1564-1569

Francisco de Toledo 1569-1581

Martín Enríquez de Almansa 1581-1583

Fernando de Torres y Portugal, conde de Villar Don Pardo 1585-1589

García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete 1589-1596

Luis de Velasco y Castilla, marqués de Salinas 1596-1604

Reinado de Felipe III 1598-1621Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey 1604-1606

Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros 1606-1615

Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache 1615-1621

Reinado de Felipe IV 1621-1665 Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar 1622-1629

Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, conde de Chinchón 1629-1639

Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera 1639-1648

García Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra 1648-1655

Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Aliste 1655-1661

Diego Benavides y de la Cueva, conde de Santisteban 1661-1666

Reinado de Carlos II 1665-1700Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos 1667-1672

Baltazar de la Cueva Enríquez, conde de Castellar 1674-1678

Melchor de Liñán y Cisneros 1678-1681

Melchor de Navarra y Rocafull, duque de la Palata 1681-1689

Melchor de Portocarrero y Laso de la Vega, conde de la Monclova 1689-1705

En el período borbónico recibieron el nombramiento devirreyes:

Reinado de Felipe V 1700-1746Manuel de Oms y Santa Pau, marqués de Castell dos Rius 1707-1710

Diego Ladrón de Guevara 1710-1716

Carmine Nicolás de Caracciolo,príncipe de Santo Buono 1716-1720

Diego Morcillo Rubio de Auñón 1720-1724

José de Armendáriz, marqués de Castelfuerte 1724-1736

José Antonio de Mendoza Caamañoy Sotomayor, marqués de Villagarcía 1736-1745

Reinado de Fernando VI 1746-1759José Antonio Manso de Velasco y Sánchez Samaniego 1745-1761

Reinado de Carlos III 1759-1788Manuel de Amat y Junient 1761-1776

Manuel de Guirior, marqués de Guirior 1776-1780

Agustín de Jáuregui y Aldecoa 1780-1784

Teodoro de Croix, caballero de Croix 1784-1790

Reinado de Carlos IV 1788-1808Francisco Gil de Taboada y Lemos 1790-1796

Ambrosio O´Higgins, marqués de Osorno 1796-1801

Gabriel de Avilés Itúrbide y del Fierro 1801-1806

Reinado de Fernando VII 1808-1833Fernando de Abascal y Sousa, marqués de la Concordia 1806-1816

Joaquín de la Pezuela Sánchez de Aragón y Muñoz de Velasco, marqués de Viluma 1816-1821

José de la Serna y Martínez de Hinojosa 1821-1824

EL GOBIERNO DE LOS VIRREYES

VIRREYES MANDATO

El virrey ostentaba asu vez la función de su-perintendente de la realhacienda, supervisandotodo el sistema financie-ro del reino. A través deeste ramo podía contro-lar la tributación y fijararanceles (Lohmann1993).

En relación a la Igle-sia, el virrey ejercía el vi-cepatronato, derechoque le permitía –a pro-puesta de la autoridadeclesiástica– el nombra-miento de curas y doc-trineros. Su jerarquía lepermitía presenciar loscapítulos de las órdenesreligiosas, vigilar laconstrucción de conven-tos y el desarrollo de losconcilios.

En un principio, lasatribuciones de los virre-yes no estuvieron clara-mente definidas. Éstasllegaron a precisarse so-lamente durante la gestión del quinto vicesoberano,don Francisco de Toledo y Figueroa (1569-1581),quien impuso orden en el reino del Perú a partir deuna sólida legislación y una administración bastan-te eficaz. Toledo, caballero de la orden de Alcántara,era hijo del conde Oropesa y pariente próximo delduque de Alba, y había acompañado al emperadorCarlos V durante veinticinco años, sirviendo comomayordomo a su sucesor Felipe II. La empresa delvirrey estuvo dirigida a resolver graves problemasde organización estatal, hacendarios, militares y, so-bre todo, políticos. Llevó a cabo una visita generalpor todo el virreinato para conocer su realidad yposteriormente elaborar su famosa tasa. Creó la Ca-sa de Moneda, organizó el sistema de la mita mine-ra, fortificó la costa para defenderla de piratas y reu-nió a la población indígena en reducciones. Efi-caz legislador, se mostró favorable al arribo del Tri-bunal de la Inquisición para ejercer el control ideo-lógico de la naciente sociedad peruana.

Francisco de Toledo, para consolidar el poderdel imperio español en el Perú, trató de demostrarque los incas habían sido usurpadores y, por lo tan-

to, tiranos. Con este cri-terio, declaró la guerra alos incas de Vilcabamba,apresó al inca TúpacAmaru I y le dio muertepara sellar definitiva-mente la supremacía delorden hispánico. Por to-do ello y por erigirse enel gran organizador delvirreinato, fue conside-rado una suerte de “So-lón del Perú”.

El virreinato peruanooficialmente nació ennoviembre de 1542, trasla promulgación de lasLeyes Nuevas que se ins-piraban en las propues-tas de fray Bartolomé delas Casas. El capítulodiez de aquellas normasordenaba que: “en lasprovincias y reinos delPerú resida un visorreyy una audiencia real decuatro oidores letrados,y el dicho visorrey presi-da en la dicha audiencia,

la cual residirá en la ciudad de los Reyes por ser enla parte más convenible” (Hampe 1988). El 28 defebrero del año siguiente se designó al primer vice-soberano, Blasco Núñez Vela (1544-1546), cuyoejercicio gubernativo dejó mucho que desear.

Inicialmente, el virreinato del Perú abarcaba ca-si todas las posesiones españolas de la América me-ridional, exceptuando los dominios del Portugal ylos territorios que miraban al Caribe (Lohmann1993). Comprendía un enorme espacio que iba des-de Panamá hasta el cabo de Hornos. Sin embargo, elamplio poder que poseían los virreyes se redujo conlas fundaciones de la Capitanía General de Chile en1572 y la de Venezuela en 1742. Debemos añadirque ese recorte geográfico se sumó a la creación delvirreinato de la Nueva Granada en 1718 (suprimidoen 1723 y refundado en 1739) y el del Río de la Pla-ta en 1776.

A partir de 1613, los virreyes estaban obligadosa redactar sus Memorias al concluir su mandato. Es-tas relaciones fueron de gran utilidad para sus suce-sores en el gobierno, ya que así disponían de un pa-norama general de la realidad virreinal y de la admi-

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La división gubernativa en el Perú de los siglos XVI y XVII.Tomado de Hampe 1988.

PANAM

R. San Juan

Popay n

Quijos

Bracamoros

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LIMA

SANTIAGO

BUENOS AIRES

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ChucuitoSanta Cruz

CHUQUISACA

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ŒFI C

O

nistración anterior en los campos político, econó-mico, castrense y espiritual. Gracias a estos textosburocráticos podemos reconstruir gran parte de loslogros, dificultades y sucesos acaecidos durante elperíodo hispánico.

Finalmente los vicesoberanos, antes de partir aEspaña, debían ser sometidos al “juicio de residen-cia” para rendir cuenta de sus actos en el manejo dela cosa pública. No podían abandonar el Perú hastaque finalizara la investigación, pues a lo largo de di-cho proceso se fiscalizaba su conducta y se podía re-cibir denuncias en su contra.

LA REAL AUDIENCIA DE LIMA

La más alta autoridad después del virrey recaíaen la Real Audiencia de Lima, creada por las LeyesNuevas de 1542 e instalada solemnemente en 1544por el virrey Blasco Núñez Vela. Su función primor-dial fue instaurar el imperio de la ley y consolidar laautoridad real en los convulsos territorios conquis-tados, además de permitir a los litigantes del Perúun acceso más fluido a la justicia (Honores 1993).

La Real Audiencia de Lima obró como un tribu-nal con jurisdicción en primera instancia y comocorte de apelaciones de sentencias inferiores dicta-das por los corregidores y alcaldes ordinarios de lasurbes del reino. En este sentido, la Audiencia cum-plía con lo estipulado por el doctor Juan de Solór-zano y Pereyra: “castillos roqueros dellas donde seguarda justicia, los pobres hallan defensa de losagravios i opresiones de los poderosos”. En palabrasmás modernas, el profesor Cla-rence H. Haring sostiene que“fue la institución más intere-sante y de mayor importancia enel gobierno de las Indias españo-las. Fue el centro, el alma delsistema administrativo y el frenoprincipal contra la opresión y lailegalidad de los virreyes y otrosgobernadores” (Haring 1958).

La Audiencia limeña con susdos salas, civil y criminal, estu-vo conformada por jueces cono-cidos como oidores, pues“oían”, vale decir, recibían lostestimonios de las partes en liti-gio. El número de sus integran-tes varió entre cuatro y doce deacuerdo con el signo de lostiempos. El virrey estaba faculta-

do por su alta investidura para ejercer la presiden-cia de este tribunal, pero en su ausencia podía serreemplazado por el oidor decano, el magistrado demayor importancia y antigüedad. Además de los oi-dores, se hacía sentir la presencia de un fiscal quedefendía los intereses del rey, el alcalde del crimenque contemplaba en primera instancia asuntos cri-minales ocurridos cerca de la sede de la Audiencia,y el personal auxiliar.

Las leyes promulgadas por la Metrópoli preten-dieron aislar a los miembros de la Audiencia de lassociedades donde vivían. Por ejemplo, dispusieronque ninguno de ellos –ni sus hijos o hijas– se ca-sara en el distrito en el que ejercían la magistratura.Igualmente estaban impedidos de asistir a bodas yentierros, y no se les permitía tener casas, chacras,estancias, huertas y tierras. Aquellas disposicionesno siempre se cumplieron, pues se dieron casos devinculaciones familiares y compromisos de los oi-dores con los vecinos y residentes de la ciudad deLima (Puente Brunke 1990).

La Audiencia asesoraba al virrey en materias le-gales y tomaba las riendas del gobierno del Perú trasla muerte o enfermedad de la máxima autoridad. Elencargado de reemplazar al virrey en estos casos erael oidor decano. Sólo en contadas oportunidades unoidor criollo desempeñó la más alta posición de go-bierno, siendo el primero de ellos el doctor Álvarode Ibarra y Merodio, natural de Lima, quien tuvoque encargarse interinamente del reino en 1672, a lamuerte del conde de Lemos.

La Audiencia era una institución creada parabuscar cierto equilibrio de pode-res, ya que fiscalizaba a la buro-cracia estatal, empezando por elmismo virrey. La Corona desig-naba a un oidor para iniciar el“juicio de residencia” al viceso-berano y a los corregidores. Deesta manera, los oidores logra-ban conocer los problemas encada región del Perú y detectar alos funcionarios corruptos (Loh-mann 1993).

Además de la Audiencia virrei-nal de Lima, hubo otras de ca-rácter subordinado. Ellas fueron

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Los miembros de la Audiencia de Limapresididos por el virrey, quien ocupauna posición de honor.

la de Santa Fe de Bogotá fundada en 1548, la de LaPlata o Charcas en 1559, la de Chile en 1563, la dePanamá en 1564 y la de Buenos Aires en 1661. Mástarde, a raíz de la insurrección de José Gabriel Con-dorcanqui (“Túpac Amaru II”), se creó la Audienciadel Cuzco en 1787.

LOS CORREGIDORES DE ESPAÑOLES EINDIOS

La estructura de poder necesitaba extender sustentáculos a todo el territorio, tanto en la repúblicade indios como en la de españoles. Para tal fin sefundaron los corregimientos, que eran los brazosdel gobierno en cada una de las provincias del fla-mante reino. Esta institución estaba encabezada porel corregidor, que era nombrado por cinco, tres odos años.

Los corregidores de españoles, conocidos comojusticias mayores, constituyeron los jefes políticos yadministrativos de sus circunscripciones, impartíanjusticia con la asistencia de un letrado, a la vez queejercían la máxima autoridad en las ciudades. Poreso, presidían las sesiones del cabildo, velaban porel orden público dentro de la urbe y vigilaban elbuen manejo de los fondos municipales.

Estos funcionarios organizaban la defensa mili-tar del territorio dentro de su jurisdicción, debelan-do rebeliones y motines y enfrentando posiblesagresiones de corsarios. Los corregidores no sóloprocuraban el bienestar general de la población his-pánica, sino también oficiaban como protectores delos indios que residían en las ciudades y en los si-tios ubicados bajo su autoridad.

Hasta la aparición de los corregidores de indiosen 1565, en tiempos del gobernador Lope García deCastro, las jurisdicciones bajo su mando eran vastí-simas, haciéndose imposible administrar justiciacon eficacia. A esta deficiencia debemos añadir los

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Para los reyescatólicos y susherederos, el sentidode la justicia radicabaen la defensa del débilfrente al poderoso,cuya soberbia vencidaes simbolizada por elleón. Un grabado delas Emblemata deJuan de Solórzano(1653) inspiró estaimagen que decora unbargueño cuzqueñodel siglo XVIII(Colección MuseoPedro de Osma).

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1 CUZCO2 ABANCAY3 CHILQUES 4 QUISPICANCHE5 AIMARAES6 COTABAMBAS7 CHUMBIVILCAS8 PARINACOCHAS9 CONDESUYOS10 COLLAGUAS11 PAURCARCOLLA12 ANGARAES13 YAUYOS14 HUAROCHIRΠ15 CANTA16 CAJATAMBO17 LUYA Y CHILLAOS

Corregimientos

L mite de T rminos

Frontera Internacional

0 500 Km

COLLASUYO

UBINAS

ARICA

CHUCUITO

CARABAYA

Lago Titicaca

LA PAZ

Potos

LOS CORREGIMIENTOS PERUANOS ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVII (COOK 1981)

abusos que los mismos curacas cometían usando ensus comunidades y en su beneficio formas primiti-vas del derecho consuetudinario y el exceso de lu-cro de los encomenderos que afectaba a la pobla-ción andina a su servicio. Para frenar aquellos atro-pellos de la ley y resolver los litigios entre aboríge-nes, se implantaron los corregimientos de indios(Lohmann 1957).

Además de las funciones judiciales y de tutela,los corregidores de naturales también tenían atri-buciones económicas, como cobrar el tributo a losnativos y recolectar la mano de obra para los traba-jos de la mita. En el desempeño de estas laboresfrecuentemente se corrompían y distaban muchode ser esos “ángeles custodios de los indios”, comolos calificaba el doctor Solórzano y Pereyra. Mu-chos corregidores no tuvieron escrúpulos en cobrardoble tributo y enviar indios a las minas fuera deturno. Sin embargo, el delito más generalizado fuela imposición del reparto de mercancías para asíaumentar sus ingresos. Mediante la venta forzosade artículos que no utilizaban, como por ejemplopeines, anteojos, libros, hebillas y abanicos, se en-deudaba a los naturales. El odioso reparto de mer-cancías fue una de las causas de la rebelión de JoséGabriel Condorcanqui (“Túpac Amaru II”) en1780, y aunque las reformas borbónicas se encarga-ron de abolir los corregimientos en 1784 para darpaso al sistema de las intendencias, la medida llegódemasiado tarde.

EL PROTECTOR DE INDIOS

Los aborígenes, considerados por la legislaciónespañola como seres “miserables”, es decir dignosde conmiseración, debido al poco nivel de civiliza-ción y a la rusticidad de sus costumbres, estabanexpuestos a una serie de abusos de parte del poderestatal y de los pobladores hispanos. Por todo ellose creó la institución del protector de indios, unfuncionario especial que defendía los derechos delos naturales acogiendo sus quejas en materia dejusticia. La labor de estos funcionarios, residentesen Lima y en las provincias del virreinato, suponíasu presencia en los juicios relativos a la posesión ymedición de las tierras de indios, al justo pago deltributo, y al cuidado de su salud e integridad en lasminas. Para lograr estos fines elevaban recursosante el virrey, y en algunos casos, hasta la mismaCorona.

Los protectores de indios eran informantes delos problemas indianos y redactaban proyectos con

sugerencias para mejorar la situación de los nati-vos. Oficiaban ante las autoridades virreinales co-mo consultores para legislar sobre la república deindios (Ruigómez 1988) y estaban ligados a laIglesia, al ejercicio del derecho y a la universidad.Entre los protectores destacaron fray Vicente deValverde en el siglo XVI, Leandro de la Reinaga Sa-lazar y Diego de León Pinelo en el siglo XVII.

EL DERECHO Y EL MANEJO DE LA LEY

Entender el derecho durante el virreinato no esuna tarea fácil, pues nos obliga a introducirnos enun sistema jurídico muy distinto al de nuestrosdías. En aquel entonces se partía del principio se-gún el cual las leyes no eran exactamente el únicomedio para alcanzar la justicia. El derecho indianoque pretendía regular la vida de las posesiones es-pañolas de América y por ende del Perú, no era unordenamiento legislativo sistemático o codificadoal alcance de los funcionarios y magistrados, y enmás de una ocasión las normas tenían un carácterparticular, extensibles por analogía en su aplica-ción. De esta manera, una vez que las leyes llega-ban a su destino, los legisladores contemplaban laposibilidad de aplicarlas o no. El concepto “la leyse obedece pero no se cumple” terminó así convir-tiéndose en uno de los principios fundamentalesdel derecho (Tau 1992).

En el Perú virreinal, las normas tenían una na-turaleza meramente referencial, lo que permitía alos jueces cierto arbitrio, ya que ellos podían elegir,de acuerdo con su conciencia y a la luz de los tex-tos clásicos del derecho romano y los cuerpos nor-mativos del derecho español medieval (las Partidasalfonsinas, el Fuero juzgo, el ordenamiento de Al-calá, etc...), los cuerpos doctrinarios más pertinen-tes para resolver sus casos. Ello daba pie para quelos corregidores suspendieran la aplicación de unaley promulgada por la Corona en atención a cir-cunstancias locales y excepcionales.

Aquel que deseaba convertirse en letrado uhombre de leyes debía estudiar en la universidadlas doctrinas del derecho romano expuestas en losInstituta, Digesto, Código y Novellae, como tambiénla tradición canónica, para de esta manera trabajaren tribunales eclesíásticos. El derecho enseñado enlas universidades constituía un instrumento de for-mación humanística, antes que un “saber profesio-nal”. La forma de ejercer la abogacía se aprendía le-jos de las aulas y a través de la experiencia profe-sional asimilada ante los tribunales.

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Si bien es cierto que ladoctrina tenía un peso másimportante que las leyes, laMetrópoli se preocupó desdeel siglo XVI por recopilar susdisposiciones y en el XVII, elinterés por las compilacioneslegales fue aún mayor. En1623 el jurista Antonio deLeón Pinelo, egresado de laUniversidad de San Marcos,propuso al Consejo de Indiasla reunión de las normasdestinadas a América. El an-helo del ilustre letrado no sellegó a concretar, pero sus lo-gros sirvieron de base para lamonumental Recopilación deleyes de los reinos de las In-dias, promulgada por el reyCarlos II en 1680 e impresael año siguiente. Este trabajocomprende la reseña de unconglomerado de normas dediversas materias de la épocade los Habsburgo. Sus cuatrotomos están compuestos pornueve libros que se subdividen a su vez en títulos yleyes. La Recopilación observaba muchísimos pun-tos, pero no abarcaba el derecho civil, ya que en esarama regía para el Perú el derecho castellano. Du-rante el siglo XVIII se tuvo que añadir nuevas dis-posiciones legales. En 1755 el Estado juzgó conve-niente publicar un volumen complementario enforma de Adiciones. También en esa centuria se hi-cieron nuevas reimpresiones en 1756, 1774 y 1791(Basadre Ayulo 1993).

Además de las leyes de Indias, hubo en el Perúintentos interesantes por establecer un orden temá-tico a las normas. El legista criollo Gaspar de Esca-lona y Agüero (Lima 1598-Santiago de Chile 1659)preparó un “Proyecto de código peruano”, dondepretendía recopilar los aspectos fundamentales delderecho virreinal vigente. Sólo llegó a escribir la in-troducción y el índice de sus cuatro libros, los quefueron enviados al Consejo de Indias para su obser-vación, pero la huella ya estaba señalada.

Tanto la Recopilación como el proyecto de Esca-lona surgieron de una preocupación por la legisla-ción indígena. Desde comienzos del siglo XVI, eraevidente que su aplicación total e indiscriminada noera la política más correcta, pues erosionaba la or-

ganización jurídica de losnaturales. Gracias a la inves-tigación en los campos de losderechos natural y de gentes,varios juristas como Polo deOndegardo, Hernando deSantillán y Francisco Falcónrepararon en la necesidad derespetar los fueros y costum-bres de los aborígenes, siem-pre y cuando éstos no fuerancontrarios a la moral y leycristianas. Dichos juristasabrieron el camino para laformación de un derecho es-pecial para los indios, cuyosprincipales objetivos fueronuna legislación que respetaralos propios estatutos legalesde los nativos y una protec-ción que los defendiese delos elementos perturbadores

de la vida social. Para conseguir estos fines el Esta-do separó jurídicamente a los indios en una repúbli-ca aparte, con normas específicas. El “instituto par-ticular de los indios” necesitaba crearse, pues las le-yes generales en las que se incluía a los indígenasproducían efectos nocivos sobre ellos. El mismoGaspar de Escalona descubría: “...todo lo que se or-dena en su bien (de los naturales) se convierte en sudaño y lo que se previene en su alivio se tuerce ensu ruina” (García Gallo 1972: 382).

LOS LETRADOS: LA JUSTICIA DEL MONARCA

Los letrados u hombres de derecho fueron losagentes más directos del proceso de consolidaciónpolítica y jurídica del virreinato del Perú. Despuésde haber estudiado un promedio de diez años y deoptar los grados de bachiller, licenciado o doctor enleyes por alguna universidad española o por SanMarcos, estaban aptos para servir al Estado encar-nando la “justicia viva” del rey (Vigil 1991). Por logeneral solían ser hijos segundones de familias hi-dalgas; en otras palabras, procedían de un sector so-cial intermedio entre la nobleza titulada y la gente

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En 1680, luego de un siglo deesfuerzos compilatorios, fuepromulgada la Recopilación deleyes de los reinos de las Indias.

del común. Ocuparon cargos burocráticos, judicia-les y de asesoría legal y también escribieron tratadospolíticos que influyeron en las disposiciones legisla-tivas de la Corona. Era tal su versatilidad, que inclu-so durante la época más temprana de la coloniza-ción actuaron como militares.

Un primer caso ilustrativo es el del licenciadoPolo de Ondegardo (Valladolid 1516-Charcas1575), quien fue consejero de los virreyes AndrésHurtado de Mendoza y del conde de Nieva. Siendocorregidor del Cuzco, donde estudió las creencias,leyes y costumbres de los indios –a los que separóen un barrio apartado de los hispanos–, se interesópor formar una nueva legislación nacida de la amal-gama del derecho español y las formas jurídicas in-dígenas. Sus obras son consideradas piezas funda-mentales del derecho indiano y entre ellas figuran:Tratado y averiguación sobre los errores y supersticio-nes de los indios (1559), Relación acerca del linaje delos incas y El notable daño que resulta de no guardara los indios sus fueros (ambas de 1571).

Otro jurista igualmente importante fue el licen-ciado Hernando de Santillán (Sevilla 1521 - ?1575), magistrado de la Audiencia de Lima y aban-derado del rey en la campaña contra la rebelión deFrancisco Hernández Girón. Fue autor en 1563 dela Relación del origen, descendencia, política y gobier-no de los incas donde, bajo la influencia de los dere-

chos natural y de gentes de Francisco de Vitoria, in-forma con precisión sobre el origen legítimo de losantiguos monarcas del Tahuantinsuyo y de su orde-namiento legal, con el fin de dar nuevos consejossobre el tributo y buen trato a los naturales.

Por su parte, el licenciado Juan de Matienzo (Va-lladolid 1520-Charcas 1579), el más culto de los le-trados del siglo XVI, ocupó el cargo de relator de laAudiencia de Charcas y fue colaborador del gober-nador Lope García de Castro. Publicó en 1567 elGobierno del Perú donde estudia los problemas so-ciales y jurídicos derivados de la convivencia de in-dios y españoles. Allí vislumbraba un programa demedidas que se aplicarían en la década de 1570. Ala luz de los autores clásicos, observó al régimen in-caico como un sistema tiránico e ilegítimo. ParaMatienzo, el gobierno hispánico, inspirado en elcristianismo, es el responsable de procurar el biencomún para las dos repúblicas. Planteó de maneraexplícita la separación de la población indígena dela española, sugiriendo las formas de organizar lahabitación de los naturales en reducciones (o repú-blicas). Las ideas de este legista coincidieron con losplanes políticos del virrey Francisco de Toledo,quien lo incluyó en su círculo de hombres de con-fianza. Gracias a las propuestas de Matienzo, el vi-cesoberano dio inicio a la visita general por todo elPerú, y sobre la base de ella impuso el sistema de lasreducciones de indios. Además del Gobierno del Pe-rú, Matienzo redactó dos textos en los que sintetiza-ba su experiencia forense: Dialogus relatoris et advo-cati pintiani senatus (1558) y Comentaria...in librumquintum (1580) (Lohmann 1967).

Un representante de la postura contraria a la deMatienzo es el licenciado Francisco Falcón (Alcá-zar de Consuegra 1521-Lima 1587) quien, ganadopor la prédica de fray Bartolomé de las Casas, fueuno de los más enérgicos defensores de los natura-les. Durante el Segundo Concilio Limense sometióa discusión su famosa Representación de los daños ymolestias que se hacen a los indios (1567), cuestio-nando el derecho de España a la adquisición de losterritorios americanos y exhortando a los religiososcongregados a desagraviar a los aborígenes. Cabeañadir que Francisco Falcón escribió otra defensaconocida como la Apología pro indis (ca. 1568), quepermanece inédita, y tuvo también una destacadaintervención en el Tercer Concilio Limense de 1582(Lohmann 1970).

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Pedro Bravo de Ribero (1701-1786) asumió la plaza de oidorde la Audiencia de Lima en 1736.

A lo largo del siglo XVII, destacaron los tratadis-tas de política y derecho al servicio de la Corona,entre los que sobresale el doctor Juan de Solórzanoy Pereyra (Madrid 1575-1655), autor de De india-rum jure (1629 y 1639) y la Política indiana (1648),una traducción corregida y aumentada de su obraanterior. Solórzano representa al jurista y al profe-sor universitario que estudia las políticas y normasaplicadas por la Metrópoli en la América del seis-cientos. Después de dejar su cátedra en la Universi-dad de Salamanca, ocupó en 1609 el cargo de oidoren Lima. De acuerdo con el precedente romano, So-lórzano destacaba la misión providencial del impe-rio de los Habsburgo. Por el hecho de partir de unpensamiento político propio del barroco, enfatizabaque cada uno de los hombres y las corporacionescumplen una función de acuerdo con su naturaleza.Para él las Indias constituían la roca más sólida so-bre la que se asentaba el imperio y por eso mismo,el trabajo de los indígenas era algo necesario. Noobstante, reconocía en los aborígenes el carácter deseres miserables debido a su “humilde, servil y ren-dida condición”. Los indios, por tal razón, merecíanla especial protección de la Corona.

Pero los naturales no son la única preocupacióndel oidor. A los criollos también les cabía ocupar unlugar en el imperio, y por ello se atrevió a sugerir suincorporación al Consejo de Indias. No en vano elhistoriador inglés David A. Brading dice que este ju-rista “llegó a figurar dentro de la tradición políticadel patriotismo criollo como un gran defensor delos derechos políticos de los españoles de América”(Brading 1991: 254).

El conocimiento de la realidad peruana dio aldoctor Solórzano la autoridad de un especialista enlos asuntos indianos. Su obra se convirtió en unafuente de consulta a la que recurrían presurosos loslegistas, urgidos de conocer los asuntos jurídicos delos reinos americanos de ultramar.

Contemporáneos de Solórzano fueron los her-manos de ascendencia judía Antonio de León Pine-lo (Lisboa ca. 1590-Madrid 1660) y Diego de LeónPinelo (Córdoba del Tucumán 1608-Lima 1671).Antonio, el mayor de ambos, se había formado enlos derechos civil y canónico en la Universidad deLima, y desempeñó una serie de cargos como el dealcalde mayor de minas en Oruro y el de corregidoren Potosí. Pero sus inquietudes no se redujeron alámbito burocrático, pues también fue profesor uni-versitario y regentó la cátedra de Decreto en SanMarcos en 1619. Dos años más tarde viajó a Españadonde trabajó al lado del consejero de Indias Rodri-

go de Aguiar y Acuña, a quien se le había confiadoel trabajo de recopilar las leyes que regían en Amé-rica. León Pinelo colaboró con denuedo para Aguiaren la titánica labor de compulsar más de seiscientosvolúmenes manuscritos de normas (Brading 1991:239). Al morir Aguiar, Pinelo continuó con su tareaen forma solitaria. En 1635 terminó la misión enco-mendada y a lo largo de siete meses se reunió casidiariamente con el doctor Juan de Solórzano y Pe-reyra, para revisar y depurar la obra. El Consejo deIndias aceptó la recopilación, pero la muerte le al-canzó antes de que obtuviese la aprobación oficial(Basadre Ayulo 1993: 308).

A pesar de la suerte corrida en esta empresa,León Pinelo legó dos textos importantes para la his-toria del derecho indiano: el Sumario de la recopila-ción de leyes para las Indias (1628) y el Tratado deconfirmaciones reales de encomiendas, oficios y casosen que se requiriesen para las Indias occidentales(1630).

Juan de Solórzano y Pereyra (1575-1655), considerado el másrepresentativo tratadista del Derecho indiano.

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Diego de León Pinelo, hermano de Antonio, ini-ció su formación jurídica en la Universidad de Sala-manca, donde obtuvo el bachillerato en Cánones.Posteriormente, se doctoró en los claustros sanmar-quinos, donde más tarde sería profesor de Código,Visperas de sagrados cánones y Prima de cánones.Como legista reputado y conocedor del derechoeclesiástico, asesoró al arzobispado de Los Reyes.Por esa época (1656), también fue protector generalde naturales de la Audiencia de Lima. Su excelentefama de jurisconsulto hizo que se le propusiera pa-ra ejercer el cargo de fiscal del crimen, pero el nom-bramiento llegó en 1671 cuando acababa de morir.Al parecer, el retraso de su designación se debió alas suspicacias que su origen sefardita promovía en-tre las autoridades.

El doctor Diego de León Pinelo ha pasado tam-bién a la historia del derecho virreinal por su en-frentamiento con el licenciado Juan de Padilla. Esteúltimo al observar el maltrato y explotación de losindígenas llegó a elevar un memorial al Consejo de

Indias, en el que generalizadamente cuestionaba lasinstituciones judiciales del virreinato, y concluíaque en el Perú no era posible hacer justicia. Padillaproponía la promulgación de leyes especiales y lacreación de nuevas instituciones, y aunque sus pa-labras tenían mucho de verdad, pecaban de exage-radas al desconocer la autoridad moral de los ma-gistrados. Estos osados juicios provocaron la reac-ción del criollo Pinelo, quien entonces oficiaba deprotector de naturales, pues para él la calidad y can-tidad de las normas no eran el verdadero problema,sino el adecuado cumplimiento de la legalidad.

En la primera mitad del siglo XVIII, el jurista demayor renombre y prestigio fue el doctor Pedro Jo-sé Bravo de Lagunas y Castilla (Lima 1704-1762),quien centró sus inquietudes en el estudio de lascondiciones económicas y políticas del virreinato.En su Voto consultivo (1755) se presenta como undefensor de los intereses económicos del Perú yplantea al virrey conde de Superunda la restricciónde las importaciones de trigo chileno y la reorgani-zación de la producción triguera peruana. Obróasimismo como protector de indios y oidor super-numerario de la Audiencia de Lima y conjugó estaslabores con las cátedras de Prima de leyes, Digestoviejo y Vísperas de sagrados cánones en la Univer-sidad de San Marcos. El jurista limeño gozó de laadmiración de los mismos virreyes, pues asesoróen materia legal a los marqueses de Castelfuerte yVillagarcía, y coronó su carrera con el nombra-miento de consejero honorario del Real y SupremoConsejo de las Indias (Burkholder y Chandler1982: 56-57).

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El Votoconsultivo

(Lima, 1755) dePedro José Bravo

de Lagunas yCastilla, es el

másrepresentativotexto de dicho

autor.

Diego de León Pinelo (1608-1671), profesor de Código,Vísperas y Prima de Sagrados Cánones en la Universidad de

San Marcos, llegó a ser rector de dicha casa de estudios.

LA EVANGELIZACIÓN

La conquista del Perú tuvo un sentido más pro-fundo que la simple adquisición de territorios parala Corona, la consecución del lucro y el ascenso so-cial por parte de los peruleros. Detrás de la gestaconquistadora estuvo siempre presente el deseo deampliar la cristiandad, aunque muchos historiado-res no parezcan interesados en detenerse en este as-pecto.

Esta convicción de los conquistadores sólo pue-de ser explicada a la luz de la guerra de reconquistalibrada en la península ibérica entre los mundoscristiano y musulmán, a lo largo de casi ocho siglos.La lucha contra los moros arraigó la fe de cada his-pano y el mismo Estado impulsó la religión comoun elemento cohesionador. Los reyes dirigieron to-dos sus recursos al servicio de un ideal y de una em-presa de carácter sobrenatural: la conversión de losinfieles. De esta manera, los intereses de la Coronaespañola se confundían con los de la Iglesia. Lotemporal y lo espiritual se comprometen práctica-mente en las mismas aspiraciones (Armas 1953).

En la conquista del Perú parecen proyectarse losmismos principios que guiaron la reconquista, ge-nerándose el llamado “cristianismo militar”, esto es,un gran sentimiento religioso que hace conscientesa los españoles de su protagonismo como agentesde Cristo frente a los indios. El “cristianismo mili-tar” robustece en los soldados la esperanza de susalvación, por oficiar de mensajeros de la verdaderareligión. De este modo, los expedicionarios pudie-ron ver al apóstol Santiago cabalgar por los cielosdurante las batallas contra los indígenas, y a la Vir-gen María desviar las flechas de los naturales.

Esta forma de religiosidad, por cierto compren-sible para su tiempo, suponía que los conquistado-res debían mantener viva la llama de la fe. Los reyesprocuraron, entonces, que en cada ejército explora-dor hubiese hombres de Iglesia, tanto del clero se-cular como del regular. Los clérigos y frailes presen-tes en las huestes celebraron misa, confesaron y ab-solvieron a los conquistadores y bautizaron y con-virtieron a los indios. A la espada se sumó la cruz dela evangelización.

Desde un principio los religiosos de ambos cle-ros se preocuparon por estudiar las creencias y len-guas vernáculas y así poder transmitir el mensajecristiano a los naturales. Ese gran interés por ense-ñarles la doctrina se basaba en el descubrimientodel carácter “miserable” de los indios, pues al nohaber podido conocer a Cristo no estaban aptos pa-ra la felicidad natural que supone la salvación. Lossacerdotes eran los hombres indicados para encami-nar a la población andina hacia la única verdad através de una “policia cristiana”, vale decir, despo-jándolos de las costumbres contrarias al Evangelio eimpartiéndoles una educación guiada hacia Dios(Regalado 1992b).

La evangelización fue adquiriendo perfiles cadavez más precisos luego de las resoluciones de losconcilios celebrados en Lima, especialmente de lostres iniciales. El Primer Concilio Limense (1551-1552), convocado por el arzobispo de Lima, el do-minico Jerónimo de Loayza, se propuso alcanzar launidad de la doctrina, decretar el fin de la idolatríay una distribución proporcional de los religiosos enel Perú. Lamentablemente, Loayza no obtuvo los lo-gros que esperaba, pues la ausencia de varios obis-pos restó prestancia a la asamblea eclesiástica.

Gracias a las disposiciones legales del rey Feli-pe II, inspiradas en el Concilio de Trento, y a la te-nacidad de fray Jerónimo de Loayza, fue posible la

IILA IGLESIA Y EL TRIUNFO DE LA FE

Iglesia de San Juan Bautista, en Vilcashuamán, Ayacucho.Esta iglesia temprana del siglo XVI ha sido construida sobre

los cimientos de un templo incaico.

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convocatoria del Segundo Concilio Limense(1567). A él asistieron los obispos de Charcas, LaImperial y Quito, y los provinciales de las órdenesreligiosas que ya se encontraban en tierras perua-nas: dominicos, franciscanos, agustinos y merceda-rios. La presidencia del Segundo Concilio recayó enLoayza, quien como discípulo del célebre maestrode Salamanca Francisco de Vitoria, supo dirigir laasamblea inspirado en el derecho natural.

Entre los principales puntos abordados en eseforo eclesial se encuentran interesantes observacio-nes sobre las costumbres y formas de vida de los sa-cerdotes que vivían cerca de los naturales. Ellos de-bían seleccionarse entre “personas muy aprobadas ybien instruidas en administrar sacramentos”. Asi-mismo se sugería que aprendieran con esmero laslenguas nativas y trataran con amor a los indios,alejándose de toda negociación o granjería; en su-ma, que no cayeran en los juegos del mundo (Nie-to 1992a). Aquellos ideales coincidían perfectamen-te con los valores del mundo laico, tan bien expre-sados por el licenciado Juan de Matienzo cuando en

ese mismo año de 1567 llegó a afirmar que todomiembro de la autoridad civil estaba destinado aser: “hombre virtuoso; cristiano probado y conoci-do por tal en su niñez, mocedad y madura edad, yen toda su vida; como dice Platón que tenga buenafama, porque no le basta ser bueno, sino tuviesebuena opinión”. El buen ejemplo de los hombres deIglesia era un elemento vital para la evangelización,el orden público y el bien común.

Quince años después se diría sobre el SegundoConcilio Limense: “Mas por la negligencia de mu-chos y poca ejecución de algunos prelados vino aolvidarse casi del todo en las más iglesias el dichoconcilio, de suerte que fue de poco efecto el haberproveído en él tantas y tan saludables constitucio-nes, y casi de la misma manera y por la propia cau-sa el Santo Concilio de Trento, que se recibió y tor-nó a publicar en el dicho concilio provincial, se de-jó de ejecutar en muchos o en las más cosas que or-dena tocantes a la reformación de costumbres”(Nieto 1992a). Tal estado de cosas motivó que el reydon Felipe dispusiera la celebración de otro conci-lio. El soberano envió cartas al virrey Martín Enrí-quez de Almansa (1581-1583) –quien había gober-nado prudentemente en México– y al entonces ar-zobispo de Los Reyes don Toribio Alfonso de Mo-grovejo y Quiñones (más tarde elevado a los alta-res), informándoles de su decisión.

El Tercer Concilio Limense (1582-1583) congre-gó en la capital del virreinato a los prelados de Ni-caragua, Panamá, Popayán, Quito, Cuzco, Charcas,Santiago de Chile, La Imperial, Río de la Plata y Tu-cumán. Toda la América del Sur y parte de Centroa-mérica estaban representadas por sus obispos. Tam-bién se hicieron presentes los superiores de las ór-denes religiosas y varios teólogos de renombre queiluminaron con sus conocimientos las sesiones de laasamblea, entre ellos el padre José de Acosta de laCompañía de Jesús, Bartolomé de Ledesma de la or-den de Santo Domingo, Luis López de la orden deSan Agustín, y los presbíteros Antonio de Molina,Pedro Gutiérrez Flores, Francisco de Vega y Fer-nando Vázquez Fajardo.

El concilio celebrado bajo la dirección del futu-ro santo Toribio de Mogrovejo fue el más importan-te del mundo americano. Según el padre EnriqueBartra S.J. constituyó “uno de los esfuerzos de ma-yor aliento realizados por la jerarquía de la Iglesia yla Corona española para enderezar por cauces dehumanidad y justicia los destinos de los pueblos deAmérica, como exigencia intrínseca de su evangeli-zación” (Bartra 1982). Este concilio intentó corregir

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Jerónimo de Loayza (circa 1498-1575) fue el primerarzobispo de Lima, dignidad que ocupó en 1546. Celebró dosconcilios, en 1551 y 1567, en los que se discutió el proceso de

evangelización de la población andina.

la vida mundana de algunos sacerdotes, pero sobretodo tuvo una serie de aportes que fueron definiti-vos para la posteridad, pues creó un seminario paraformar adecuadamente al clero secular, se interesópor la defensa de los naturales y precisó la forma co-mo debían administrárseles los sacramentos, consa-gró el estudio de los idiomas indígenas como un ve-hículo para llegar a ellos y preparó, con las sugeren-cias y observaciones del padre José de Acosta, el Ca-tecismo (1584) redactado en castellano, quechua yaymara, el primer libro editado en Sudamérica.

El santo arzobispo de Lima fue un gran promo-tor de la catequización y sobre todo un hombre in-fatigable que pasó la mayor parte de su ministerioemprendiendo visitas pastorales. Antes del conciliose dio tiempo para conocer las condiciones de sudiócesis, llegando por el sur hasta Nazca y por eloriente hasta Huánuco. Finalizada la asamblea deprelados, partió hacia Chachapoyas y luego, desa-fiando la terrible geografía peruana, enrumbó haciaYauyos y Huarochirí. En 1593 recorrió la costa nor-te hasta Lambayeque y cruzó los Andes para arribara Cajamarca y visitar nuevamente Chachapoyas. En1601 inició otro viaje por los lugares antes recorri-dos. Cansado y rendido murió en Saña en 1606(Nieto 1992a).

Dentro del tema de la evangelización cabe desta-car la presencia de las doctrinas o parroquias de in-dios creadas a lo largo del territorio virreinal, paraimpartir el catolicismo entre los naturales. Los doc-trineros, que podían ser miembros del clero dioce-sano o del regular, enseñaban los principales enun-ciados de la fe, los mandamientos, los sacramentosy todo aquello que el cristiano debía esperar y pedira Dios (Regalado 1992b: 28). Los párrocos de indiosestaban llamados a “poner en policia” a los indíge-nas reuniéndolos en grupos para educarlos en el ca-tolicismo y erradicar el culto idolátrico.

Para poder llevar a cabo su tarea cristianizadorala Iglesia tuvo que organizar sus labores en torno delos obispados. La primera diócesis en el Perú fue ladel Cuzco y para ella en 1537 se eligió obispo a frayVicente de Valverde, antiguo capellán de la huestede Francisco Pizarro. Este dominico, que muriómartirizado en la isla de la Puná, destacó por la de-fensa de la humanidad de los indígenas. Su diócesiscomprendía un territorio vastísimo: desde la NuevaGranada (con excepción del Darién) hasta los con-fines del reino de Chile, el Tucumán y el Río de laPlata.

Posteriormente, en 1541 se creó la diócesis deLos Reyes, cuyo primer pastor fue otro sacerdote de

Santo Domingo: fray Jerónimo de Loayza. El prela-do tomó posesión de su cargo en 1543. Por la im-portancia que cobraba cada día la capital del virrei-nato, el Papa Paulo III elevó la sede de Lima al ran-go de diócesis metropolitana, desmembrándose deesta forma de la arquidiócesis de Sevilla en 1546. Apartir de entonces Lima tuvo como sufragáneos alos obispados de Quito (erigido en 1546), Popayán(1546), Río de la Plata (1547), Charcas (1551), San-tiago de Chile (1561), La Imperial (1563), Tucu-mán (1579) y a las antiguas diócesis de Nicaragua(1534) y el Cuzco (1537). Durante el siglo XVIIfueron fundadas las diócesis sufragáneas de Trujillo(1609), Arequipa (1609) y Huamanga (1609) (Var-gas Ugarte 1959).

LAS ÓRDENES RELIGIOSAS: AGENTES DELA EVANGELIZACIÓN

No podemos hablar de la evangelización al mar-gen de la labor del clero regular. Cada orden religio-sa desde su propia vocación participó en la cristia-nización con sus propios métodos misionales, suprédica, la fundación de casas y monasterios, y par-ticulares crónicas conventuales, que narraban lasvirtudes de sus varones ilustres y la historia de suscongregaciones.

La primera orden que llega al Perú es la de losPredicadores o de Santo Domingo. Los dominicosestán presentes desde la conquista con fray Vicentede Valverde, capellán de la hueste de Francisco Pi-zarro, y más tarde obispo del Cuzco y protector delos indios frente a los abusos de los conquistadores,lo que no impidió que muriera trágicamente en laisla de la Puná mientras llevaba la palabra de Dios alos indígenas. Pero Valverde no fue el único frailedominicano que formó parte de esta etapa histórica.Hubo otros que destacaron por su sensibilidad reli-giosa como Juan de Olías, Rodrigo de Ladrada,Francisco Martínez Toscano, Agustín de Zúñiga, Je-rónimo de Loayza –arzobispo de Lima– y Gaspar deCarvajal, quien acompañó al capitán Francisco deOrellana en el descubrimiento del Amazonas.

Los religiosos de la orden de los Predicadores di-fundieron la cultura escolástica y establecieron cen-tros de enseñanza. El mejor ejemplo lo puede brin-dar el “Estudio General” que funcionó a partir de1551 en el convento dominico de Lima, sobre el queluego se crearía la Universidad de San Marcos, en1574. Su fundador, fray Tomás de San Martín, sen-sibilizó con su prédica a los encomenderos, a fin dehacerlos renunciar a las tierras e indios mal gana-

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dos. Su aprecio por las cosas del intelecto y del es-píritu queda expresado con la fundación de la Uni-versidad de Chuquisaca en 1552, el mismo año enque asumió la diócesis de Charcas.

El interés por la educación y los conocimientosde este grupo de religiosos también lo podemos ha-llar en la obra del obispo de La Plata fray Domingode Santo Tomás, quien desde un primer momentose volcó hacia el estudio del antiguo Perú. El resul-tado de sus investigaciones en el campo lingüísticofue el Lexicón o vocabulario general del Perú llamadoquichua (1560), texto que sirvió para explicar en elmedio académico los secretos conceptuales del que-chua y su estructura gramatical (Tauro 1988). FrayDomingo de Santo Tomás intercedió por el buentrato a los indios frente a las autoridades, y desdeel púlpito habló directamente a la conciencia delos encomenderos.

Los dos grandes historiadores de la orden domi-nicana fueron fray Reginaldo de Lizárraga y frayJuan Meléndez. El pri-mero se desempeñó co-mo obispo de La Impe-rial a principios del sigloXVII y fue autor de unaDescripción breve de todala tierra del Perú, Tucu-mán, Río de la Plata yChile, que abunda en in-formación histórica ygeográfica de las regio-nes de la América meri-dional que recorrió a lolargo de su vida. Por suparte, fray Juan Melén-dez, natural de Lima, es-cribió los Tesoros verda-deros de las Indias (1681-1682), donde relata lashazañas y aportes de losdominicos en el Perú.Gracias a él se comenza-ron a conocer las edifi-cantes vidas de San Mar-tín de Porras y Santa Ro-sa de Lima, San JuanMasías y la del virtuosofray Vicente Bernedo.

A finales del sigloXVI los dominicos ya te-nían monasterios por to-do el territorio virreinal.

Además de los conventos en Los Reyes y el Cuzco,había casas de religiosos en el Callao, Yauyos, Chin-cha, Arequipa, Huamanga, Parinacochas, Castrovi-rreyna, Huancavelica, Huancayo, Hatun Jauja, Con-desuyos, Chuquisaca, Potosí y Tarija. Las misionesselváticas de la orden de Santo Domingo cristianiza-ron las tribus orientales de Cochabamba, y el Cerrode la Sal (Nieto 1980).

La orden de San Francisco llamada la “orden se-ráfica” por las virtudes angélicas del Santo de Asís,era también mendicante como la de Santo Domin-go y arribó al Perú en el período conquistador confray Marcos de Niza, procedente de La Española(aunque otras fuentes afirman que vino de Méxi-co). Luego llegarían Pedro Rodeñas, Pedro Gossealy fray Jodocko Ricke, este último de Flandes y unode los más entusiastas evangelizadores francisca-nos. El cristianismo que impartía a los indios no selimitaba únicamente a la enseñanza del catecismo,pues capacitaba a los aborígenes en la forma euro-

pea de arar con bueyes,en los rudimentos dearitmética, en la instru-mentación musical convientos y cuerdas, y enla lectura y escritura delcastellano.

En 1542 vinierondesde México doce fran-ciscanos para fundar laprovincia peruana de losDoce Apóstoles, que seextendió por todo el rei-no con casas y misionesen Chiclayo, Cajamarca,el Cuzco, Chachapoyas,Ica, Arequipa, el valle deJunín, La Paz, La Plata ylas regiones amazónicas.

Los franciscanos sedistinguieron por su ce-lo misionero. No se rin-dieron ante la adversi-dad y en el siglo XVII in-gresaron a la tierra dePanataguas y Chancha-mayo (Cerro de la Sal)para catequizar a los na-turales y en ocasioneshallar su martirio. A pe-sar de las flechas indíge-nas, lograron la conver-

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En el libro Tesoros verdaderos de las Indias (Roma, 1681-1682) su autor, el dominico Juan Meléndez, aborda la historia

de su orden religiosa, la primera en llegar al Perú.

sión de mucha gente y la exploración geográfica dezonas ignotas. Un caso ilustrativo es el del padreManuel Biedma, evangelizador, expedicionario yfundador de los pueblos de Sonomoro y Chupasa-nao, quien murió en 1687 asesinado por los pirosdel valle de Tambo. Biedma fue calificado por el sa-bio Antonio Raimondi de “genio de la selva”, por fa-cilitar el ingreso al oriente. Para brindar un nuevoempuje a las misiones en 1725, fray Francisco deSan José funda a la vera del Mantaro el convento deSanta Rosa de Ocopa, que se convirtió en un impor-tante centro de documentación histórica y cartográ-fica, y en un foco de irradiación de la fe. De Ocopasalieron las exploraciones al Gran Pajonal y a lasPampas del Sacramento, pero la sublevación deJuan Santos Atahualpa en 1742 impidió que la em-presa continuara (Nieto 1980).

Fray Buenaventura de Salinas y Córdoba y suhermano Diego de Córdoba y Salinas, ambos natu-rales de Lima, escribieron las crónicas más impor-tantes de la orden seráfica. El primero es autor delMemorial de las historias del Nuevo Mundo Pirú(1630) y el segundo de la Corónica de la religiosísi-ma provincia de los Doce Apóstoles del Perú (1651).Los dos frailes dan cuenta de las glorias eclesiásticasy los logros de la evangelización por los francisca-nos en el territorio virreinal, así como de las virtu-des de San Francisco Solano. En el caso de fray Bue-naventura, hay un reconocimiento a la condiciónhumana de los indígenas y a sus tribulaciones, asu-miendo que eran seres con iguales posibilidades desantidad que los blancos.

Otro escritor notable de la orden, y criollo comolos anteriores, fue el huamanguino fray Luis Jeróni-mo de Oré, quien se interesó por la prédica en que-chua a los nativos y la recopilación de informaciónsobre las lenguas andinas. Las obras de este sacer-dote son: el Symbolo católico indiano (1598), el Ri-tuale seu manuale peruanum (1607), una Relación delos mártires de la Florida, además de sermones, untratado sobre las indulgencias y una biografía deSan Francisco Solano.

La orden de San Agustín, instituto religioso másantiguo que el de los franciscanos y el de los domi-nicos, llegó al Perú en 1551, y nueve años más tar-de contaba con monasterios en el Cuzco y Trujillo.A fines del siglo XVI existían conventos en Cota-bambas, Omasuyos, Potosí, Paria, Chuquisaca, LaPaz, Tarija, Arequipa, Huánuco, Guadalupe, Saña,

Cañete, Ica, Nazca y en varios pueblos de Chile. En1586 los agustinos se hicieron cargo del santuariode Copacabana a orillas del lago Titicaca, desde elcual cristianizaron a los indios de esa región.

Uno de los grandes éxitos de la orden agustinafue la conversión en 1568 del inca Titu Cusi Yupan-qui por parte de los padres Marcos García, Juan deVivero y Diego Ortiz, el último de los cuales ocupaun lugar especial en la historia de la Iglesia en el Pe-rú, pues soportó el dolor del martirio. Tras la muer-te de Titu Cusi, los indios de Vilcabamba acusarona fray Diego de haber envenenado al Inca, por loque fue flagelado y humillado al no poder resucitaral soberano, como se le pedía. Fue empalado y en-terrado cabeza abajo.

Entre los cronistas agustinos más importantespodemos mencionar a fray Antonio de la Calanchay Benavides, quien nació en Charcas, y al huaman-guino Alonso Ramos Gavilán. El padre Calancha,considerado por Antonio de León Pinelo como:“docto escolástico, gran positivo, elegante predica-dor, y erudito en las letras humanas”, publicó en

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Vista del convento de Santa Rosa de Ocopa fundado por lospadres franciscanos en 1725, en Ocopa, Junín.

1639 su célebre Crónica moralizada del orden de SanAgustín para dar a conocer las acciones de su ordenen el Perú. Este fraile altoperuano de pluma barro-ca era consciente del peligro que encerraba la per-sistencia del culto idolátrico de los indígenas y porconsiguiente sostenía que había que combatir al de-monio “asemejándoles (a los indios) en el trato a losespañoles en las cosas y casos que dañasen a su pro-pia naturaleza, para que estimando la onra, fuesenolvidando las costumbres obscenas: las acciones vi-les”. Para Calancha los españoles debían actuar co-mo ejemplos de honor y cristianismo frente a losaborígenes (Brading 1991). Al igual que otros cul-tivados frailes, Calancha fue un divulgador de lasvirtudes de sus compañeros de orden y se erigióen el mejor biógrafo del mártir fray Diego Ortiz.

Alonso Ramos Gavilán, autor de la Historia delcélebre santuario de Nuestra Señora de Copacabana(1621), doctrinero y perseguidor de idolatrías, sepreocupó por el estudio de las lenguas nativas y lastradiciones andinas. Recogió información religiosade los ancianos indígenas a fin de conocer mejorlas creencias locales. Justamente con estos intere-ses se centró en Copacabana para relatar la historiadel culto mariano en las alturas altiplánicas y surelación con las idolatrías que precedieron a suaparición.

En 1568 llegaron a Lima, enviados por SanFrancisco de Borja, los religiosos de la Compañía

de Jesús. El grupo fundador en el Perú estuvo com-puesto por los sacerdotes Jerónimo Ruiz del Porti-llo, Diego de Bracamonte, Antonio Álvarez, Miguelde Fuentes y Luis López y los legos Luis de Medi-na, Juan García y Pedro Lobet. La misión de estoshombres de Iglesia fue la cristianización de los abo-rígenes.

Los jesuitas fueron activos defensores de los na-turales y maestros de los hijos de los señores étni-cos, a quienes enrumbaron por los caminos de la fecon una educación especial en los colegios de SanFrancisco de Borja en el Cuzco y El Príncipe en Li-ma. Pero no se abocaron únicamente a la formacióncristiana de los nativos, también fundaron los cole-gios mayores de San Pablo y San Martín en Los Re-yes y la Universidad de San Ignacio de Loyola en laCiudad Imperial del Cuzco para los hijos de la re-pública de españoles.

La congregación de San Ignacio se preocupótambién por un documentado conocimiento sobreel mundo andino, especialmente por el quechua oruna simi. Una marcada dedicación por estudiar lalengua de los incas la podemos hallar en el extreme-ño Diego González Holguín, misionero y quechuis-ta, autor de la famosa Gramática y arte nueva de lalengua general del Perú llamada quichua o lengua delinca (1607) y del Vocabulario de la lengua general detodo el Perú (1608).

En el estudio de las instituciones, historia y reli-giones del antiguo Perú (así como las de México),

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Ilustración quemuestra el

martirio deDiego Ortiz, en

Vilcabamba.La historia

ejemplar deDiego Ortiz fueabordada en la

Chrónicamoralizada(Barcelona,

1639) deAntonio de la

Calancha,fuente de laque procede

esta imagen.

Frontispicio dela Chrónicamoralizada delorden de SanAgustin(Barcelona,1639) delpadre Antoniode la Calancha.

destacó en la Compañíade Jesús el aporte del pa-dre jesuita José de Acos-ta con su De procurandaindorum salute (1588),libro de gran difusión,que proponía aprovecharlos elementos positivosde la cultura indígena yno hacer tabula rasa deellos, destruyendo hua-cas e ídolos. Para Acosta,debían evitarse los cam-bios bruscos que supo-nía la imposición forzosadel cristianismo (Marzal1986). Decía el jesuita:“Oficio nuestro es ir po-co a poco formando a losindios en las costumbresy la disciplina cristiana,y cortar sin estrépito losritos supersticiosos y sa-crílegos y los hábitos debárbara fiereza; mas enlos puntos en que suscostumbres no se opo-nen a la religión o a lajusticia no creo conve-niente cambiarlas; antesal contrario, retener todo lo paterno y gentilicio,con tal que no sea contrario a la razón...”. No eraextraña tal posición de tolerancia en un acucioso in-vestigador de las civilizaciones del Nuevo Mundo.En la Historia natural y moral de las Indias (1590)ofrece a los lectores europeos una buena síntesis dela naturaleza y cultura americanas. El mismo cro-nista expone sus motivaciones para escribir el libro:“Mas hasta ahora no he visto autor que trate de de-clarar las causas y razón de tales novedades y extra-ñezas de naturaleza, ni que haga discurso ni inqui-sición en esta parte; ni tampoco he topado libro cu-yo argumento sea hechos o historia de los mismosindios antiguos y naturales habitadores del nuevoorbe”.

El nombre de Acosta está asociado al de otroscronistas de su congregación como Blas Valera,Anello Oliva y Bernabé Cobo. El mestizo Blas Vale-ra fue misionero en Huarochirí, Juli y Potosí. Su co-nocimiento del quechua le permitió comprender ca-balmente el pasado peruano. El padre Valera, quehabía nacido en Chachapoyas, escribió una Historia

de los incas, cuyos frag-mentos llegaron a manosdel Inca Garcilaso. El de-safío de los jesuitas en elPerú durante los sesentaprimeros años puede do-cumentarse en las Vidasde varones ilustres de laCompañía de Jesús(1631) del sacerdote na-politano Anello Oliva.

La Historia del NuevoMundo (1653) de Berna-bé Cobo es un extenso ydetallado trabajo sobre lahistoria indígena y la na-turaleza de las Américas.Con ánimo evangeliza-dor se dedicó a observarlas aptitudes e inclina-ciones de los naturales,pues afirmaba de ellosque: “Tienen una pacien-cia incansable en apren-der nuestros oficios, quees causa de que salgantan aventajados artíficescomo salen... Por eso hayya tantos indios extrema-dos oficiales de todas las

artes y oficios, señaladamente de los más dificulto-sos y de curiosidad, pero no de trabajo corporal,que a éstos son muy poco inclinados”.

En lo referente a la evangelización, los jesuitasllevaron a cabo grandes empresas como la doctrinade Juli organizada a partir de 1576. La razón que es-grimían los ignacianos para adoctrinar a los indiosde esa localidad tenía una naturaleza estratégica.Allí se podría aprender e investigar la lengua ayma-ra que se hablaba desde el Cuzco hasta el Tucumány también era la puerta de acceso a otros pueblos dela región del lago Titicaca, convirtiéndose Juli en unlugar destinado a la formación de misioneros (Mar-zal 1992). Vale la pena recordar que fue en esa loca-lidad del Collao donde el padre italiano LudovicoBertonio se inspiró para preparar el Arte de la lenguaaymara (1612), el Vocabulario de la lengua aymara(1612) y el Libro de la vida y milagros de Nuestro Se-ñor Jesucristo en dos lenguas, aymara y romance(1612). Este jesuita aymarista, junto con DiegoGonzález Holguín, es uno de los pioneros del estu-dio de las gramáticas andinas.

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Portada de ingreso (finales del siglo XVI) al atrio cercado dela iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, en Juli, Puno

(Tomado de “Los vestigios de un sueño”, catálogo deexposición sobre misiones jesuíticas en América Latina.

Unión Latina 1995).

En la Amazonía nororiental la Compañía de Je-sús fundó la misión de Maynas. Cabe destacar queen esta empresa participaron dos jesuitas germanos:el padre Enrique Richter, durante la segunda mitaddel siglo XVII, y Samuel Fritz, a principios del sete-cientos. Los miembros de la Compañía lograroncongregar a los indios en los pueblos de San Ignaciode Maynas, San Juan Evangelista de Maynas, SanFrancisco de Borja, San Javier de Chamicuros, SanRegis de Lamistas, Nuestra Señora de las Nieves deYurimaguas, Nuestra Señora de Loreto Paranapuras(del que deriva el nombre del actual departamentoperuano de Loreto), San Ignacio de Pebas, Santo To-mé de Andoas y Santa María de la Luz de Iquitos,fundada en 1740 por el padre José Bahamonde(Nieto 1980).

En la selva meridional, la misión jesuita de Mo-jos que se remonta a 1667 tuvo resultados igual-mente positivos. Abarcó un extenso territorio queiba desde la región del Beni en la actual Bolivia, has-ta el Matto Grosso (Brasil). La gran labor emprendi-da por los jesuitas fue descrita por el padre Francis-co Eder, natural de Eslovaquia. Él escribió una cró-nica titulada: Breve descripción de las reducciones delos Mojos (ca. 1772), en la que retrata la religión ylas formas de vida de los aborígenes de aquel espa-cio amazónico (Marzal 1992).

Resaltando aún más el celo misionero de los je-suitas no debemos dejar de mencionar al limeñoAntonio Ruiz de Montoya, “el conquistador espiri-tual del Paraguay”. A principios del siglo XVII, el

padre Montoya penetró pacíficamente en la selvaguaraní, donde antes habían fracasado todos los in-tentos de colonización. Valiéndose de la oración yde imágenes de los arcángeles, pintadas en tablerosque representaban a la milicia celeste, pudo persua-dir a los guaraníes y más tarde convertirlos a la fe deCristo. Antonio Ruiz de Montoya en su Sílex del di-vino amor reconocía en los indígenas dones divinosextraordinarios, lo cual lo persuadió de organizaren el Paraguay un sistema de vida en el que se con-jugaban armónicamente el trabajo y la catequiza-ción. Las misiones paraguayas concentraban a lapoblación aborigen en pueblos a manera de reduc-ciones, donde se les impartía la doctrina cristiana yse les mostraba la dimensión del daño que ocasio-naban la embriaguez, la poligamia y las relacionessexuales fuera del matrimonio. Los sacerdotes yhermanos de la Compañía vivían entre los nativos,vestían humildemente y comían los mismos alimen-tos que ellos. Los métodos de enseñanza aplicadosrespetaron las capacidades innatas de los indios,que fueron estimuladas por los jesuitas para dirigir-las “a la mayor gloria de Dios”. En las misiones delParaguay, los guaraníes tuvieron acceso al conoci-miento musical y conformaron coros y orquestasque ejecutaban un variado repertorio en iglesiasamplias y teatrales. Educar cristianamente a travésde lo sorprendente y atractivo, se convirtió en unade las premisas de la evangelización jesuita, llevan-do la cultura barroca hasta los últimos confines deAmérica.

Aunque no fueron tan numerosos como los fran-ciscanos, dominicos y jesuitas, los miembros de laorden de la Merced también contribuyeron con laevangelización. Los mercedarios estuvieron presen-tes durante la conquista. Sabemos que en 1534 ya sehallaban en el Cuzco y luego acompañaron a Diegode Almagro en la conquista de Chile. A diferenciade las otras congregaciones, la orden de la Mercedno era mendicante y podía disponer de bienes in-muebles (Nieto 1980). De esta manera, los merce-darios fueron propietarios de tierras y estancias, al-gunas de las cuales les fueron cedidas –como la deHuayo Grande por el noble quechua Cayo Túpac en1549– para enseñar la doctrina cristiana a los niñosindígenas (Aparicio 1991a y b).

En la orden de la Merced florecieron tenaces mi-sioneros. Fray Diego de Porres, antiguo soldadoconvertido a la causa evangelizadora, fue ordenadosacerdote en 1558 y anduvo por doctrinas y reparti-mientos bautizando y predicando la palabra deCristo a los aborígenes de Checras, Atavillos, Hua-

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Retablo del altar mayor de la iglesia de San Pedro y SanPablo, en Juli, Puno (Tomado de “Los vestigios de un sueño”,catálogo de exposición sobre misiones jesuíticas en América

Latina. Unión Latina 1995).

manga, Chumbivilcas, Mojos, Tarija y Santa Cruzde la Sierra. Su voz llegó hasta las agrestes tierras delos indios chiriguanos. Fray Diego de Porres creóun método misional interesante que consistía en laenseñanza del catecismo haciendo uso del quipu, loque suponía la cercana colaboración de los caciquese indios cultivados. Esta modalidad de enseñanzafue sugerida en su “Instrucción” para sacerdotesdoctrineros y fue extendida por los frailes merceda-rios para propagar la fe entre los nativos (Aparicio1991a).

Otros miembros como fray Martín de Murúa,con afán evangelizador, se abocaron al estudio delpasado incaico. Este mercedario vasco conocía elquechua y el aymara y había recorrido casi todo elterritorio peruano. Murúa dejó manuscrita una cró-nica en 1616, en la que describe las costumbres y vi-da familiar de los soberanos quechuas. Este trabajo,de valiosísimo interés para los historiadores con-temporáneos, recibió el título de Origen y descen-dencia de los incas y es una pieza fundamental parael estudio de la elite cuzqueña.

Durante el virreinato también llegaron órdeneshospitalarias, dedicadas al cuidado de los enfermos,los ancianos y los pobres desheredados. Por su im-pacto a través de obras de caridad y bienestar socialrecordamos a los hermanos de la orden de San Juande Dios, que apareció en el Perú en 1593 con el her-mano Luis Pecador (u Hojeda). Los juandedianostrabajaron intensamente por los enfermos y funda-ron hospitales y casas de reposo para menesterosos,lo que conquistó el aprecio de los habitantes del rei-no. Para 1610 ya contaban con varios sanatorios enel Callao, Pisco, Huamanga y el Cuzco (VargasUgarte 1959: II, 377).

Otro grupo de religiosos hospitalarios, aunquede menor resonancia, fue la orden Betlemnita, or-den del Bethlem o Compañía Bethlemnítica, funda-da en Guatemala por fray Pedro de San José Betan-court en 1660, siendo la primera congregación crea-da en América. Los betlemnitas llegaron al Perú entiempos del virrey conde de Lemos, quien les asig-nó la administración del Hospital del Carmen, des-

tinado a convalecientes. Estos frailes, además delcuidado de los enfermos, impartieron la enseñanzade las primeras letras y divulgaron los “belenes” onacimientos de Cristo, uno de los cuales, ubicadoen la casa de los betlemnitas en Lima, se hizo muyfamoso, ya que el Niño Dios, la Virgen y San Josépodían moverse debido a un mecanismo articulado.Los habitantes de Lima asistían masivamente a sumorada en tiempos de Navidad para observar estesorprendente espectáculo. Por su aspecto barbado,los betlemnitas fueron apodados cariñosamente lospadres “barbones”. La congregación tuvo casas eiglesias en Cajamarca, Trujillo, Huamanga y el Cuz-co. Los betlemnitas desaparecieron en 1830, tras ladisolución de la orden.

No menos importante fue el aporte de otros ins-titutos religiosos que arribaron al Perú como lostrinitarios, en 1560; los carmelitas, en 1592; los be-nedictinos, en 1599; los mínimos de San Franciscode Paula, en 1644; los oratorianos de San FelipeNeri, en la segunda mitad del siglo XVII; y los cru-cíferos de San Camilo o padres de la Buena Muerte,en 1709.

LA PRÉDICA Y LA ORATORIA SAGRADAS: EL PODER DE LA PALABRA

El período virreinal coincide con la época delmisticismo militante de la Contrarreforma que en-fatizaba el poder de la palabra escrita y hablada. Lapalabra fue un instrumento eficientemente emplea-do por los evangelizadores para cristianizar a la po-blación indígena, a los españoles y a los miembrosde castas.

Los clérigos y frailes optaron por superponer yadaptar el cristianismo al sustrato de la religiosidadnativa. Fray Domingo de Santo Tomás en la “Pláti-ca para todos los indios”, incluida en su Gramática(1560), llama a los ángeles sirvientes o yanacconade Dios, y a los demonios mana allisupay. Lo mismosucede cuando pretende referirse al mundo terre-nal, recurriendo al término Cay pacha como deno-minación del “mundo presente”. El paraíso es iden-

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Serie de retratos y escudo de la orden bethlemnítica hechos por José de Páez, en 1768, en Cajamarca.

tificado con el Hanan pacha o “más allá”, y el infier-no con el Ucu pacha o “mundo de abajo” (Estensso-ro 1994). Si bien es cierto que estas palabras no en-cerraban el mismo significado que los naturales leshabían dado, las adaptaciones del dominico sirvie-ron para transmitir el mensaje cristiano.

La prédica en lenguas indígenas se consagró conel Catecismo del Tercer Concilio Limense, prepara-do por grandes teólogos entre los que figuraba el je-suita José de Acosta. Este primer libro, editado enLima por Antonio Ricardo en 1584, es testimoniodel interés de la Iglesia por valorar y respetar algu-nos elementos de las culturas aborígenes en vías a laintegración y reconciliación entre indios y españo-les. El Catecismo demuestra un buen manejo delquechua y un sincero aprecio por la lengua aymara,de la que dice: “…es copiosa y de mucho artificio, ysuave de pronunciar; y en frases y modos es tan ele-gante y pulida como el quechua en el Cuzco” (Figa-ri 1992: 119).

La palabra debía complementarse con la partici-pación activa de los indios en la vida religiosa. Unaforma eficaz de acercarlos al cristianismo era a tra-vés del canto, y de melodías gregorianas, y así lo su-giere el franciscano huamanguino Luis Jerónimo deOré en su Symbolo católico indiano (Lima 1598), uncatecismo trilingüe en quechua, aymara y castella-no. Con una actitud parecida, el padre Juan PérezBocanegra proponía el canto polifónico con elacompañamiento de órgano. Ambos religiosos con-cebían la música como un medio para encaminar alos indígenas hacia la conversión.

La persistencia del culto idolátrico a principiosdel siglo XVII supuso un reforzamiento y control dela predicación del Evangelio. Luego de destruir yquemar huacas era necesario mostrar a los natura-les la dimensión del pecado cometido. Los sermo-nes debían convencerlos de la verdad del cristianis-mo, con discursos persuasivos y sorprendentes. Laespiritualidad barroca de estos hombres de Iglesiaenfatizaba el arrepentimiento entre los andinos yllama la atención que entre los extirpadores se abor-daran temas como la muerte y la inmortalidad delalma. Francisco de Ávila, el primer gran “visitadorde idolatrías”, procuraba exaltar los sentimientosdel auditorio indígena, estableciendo diálogos y si-mulando incredulidad como recurso retórico, parafinalmente lograr que abandonaran sus antiguascreencias. A los que dudaban de la resurrección delos muertos Ávila les respondía: “Pues mirad hijosmíos, si esso dixesseis de veras sería grandísimo pe-cado mortal, y heregía, y si muriesseis sin confessar-lo y arrepentiros dello, os condenariais para siem-pre”. El mismo predicador llega a concluir: “que elprincipal remedio contra la idolatría es la predica-ción” (Estenssoro 1994).

Entre los miembros de la república de españolestambién se vindicaban las verdades eternas. Losoradores sagrados, motejados “pico de oro”, conta-ban con el aplauso de los habitantes de las ciudades.Durante los domingos y las festividades religiosas lagente pugnaba por encontrar en los templos un lu-gar cercano al púlpito, llevando muchas veces suspropias sillas.

Los más notables logros de la elocuencia sacra sedeben a los jesuitas limeños del siglo XVII: Francis-co del Castillo, José de Aguilar y Alonso Messía Be-doya, los dos últimos fallecidos a principios de la si-guiente centuria. El padre Castillo fue un notablepredicador que dirigió su palabra a los negros y po-bres en la plazuela del Baratillo de la Ciudad de losReyes. Al igual que San Pedro Claver, recurría a lá-

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Cruz del Baratillo junto a la cual predicó Francisco delCastillo todos los domingos durante veinte años en la plazuelapróxima al mercado del Baratillo, en lo que hoy es el distrito

del Rímac. En la actualidad esta cruz del siglo XVII seconserva en la iglesia de San Pedro de Lima.

minas ilustradas con escenasdel más allá adaptadas para lacatequización de un públicosencillo. A este hijo de SanIgnacio se le atribuye la pri-mera iniciativa en el Perú eHispanoamérica del “ser-món de las tres horas” ode “las siete palabras”durante el Viernes Santo.Sin embargo, pasarían va-rios años para que su difusión se oficializara, graciasal padre Alonso Messía Bedoya, quien escribió suopúsculo “Devoción a las tres horas de agonía deCristo nuestro redentor” (Lima 1737). Esta prácticase convirtió así en una institución dentro de la ora-toria sagrada (Nieto 1992b).

Igualmente, a fines del XVII, el padre José deAguilar aplicó la teatralidad a sus penetrantes dis-cursos para conmover y enmendar la conducta delos cristianos proclives al pecado. Para mantenercautivo al auditorio fingía entablar un diálogo conéste tocando temas que invitaban a la conversióninmediata, como el desencanto de la vida mundana.El sacerdote convencía de lo efímero de la existen-cia humana con las siguientes palabras: “Passad losojos por este hermoso templo, y numeroso concur-so. Nobles, magistrados, sabios, ignorantes, plebe-yos, ricos, pobres, damas, hermosas, afeadas, seño-ras, esclavas y matronas, con distinción de estadosy personas. °Qué diversidad en los trages, lugares,adornos, y respetos! Abrid esos sepulcros, entráospor esas bóvedas. °Qué confusión de huesos descar-nados, horror a la vista! Montones de ceniza, en-jambres de gusanos, repasando el estrago” (VargasUgarte 1942: 46).

Desde los púlpitos de las iglesias, las plazuelas yen los lugares improvisados dentro de las reduccio-nes indígenas, los predicadores con sus gestos y supalabra poderosa procuraron la felicidad eterna pa-ra los indios, blancos, mestizos y negros, evitandoque las cosas del mundo, la herejía y la ignorancialos alejaran del buen camino.

LA EXTIRPACIÓN DEIDOLATRÍAS

En la última década delsiglo XVI y durante las dosprimeras de la siguiente cen-turia, los evangelizadorescomprobaron que pese a susesfuerzos continuaba la aflo-ración de antiguos cultos in-dígenas. Pariacaca, Macaviza,Cocallivia y Chaupiñámocvolvieron a aparecer en Hua-rochirí. En otras regiones delvirreinato como Cajatambo,Huamanga y el Cuzco tam-

bién retornó la idolatría.El fenómeno demostra-ba que la cristianización

del Perú no se había logra-do totalmente.

Los doctrineros fueron los primeros en repararsobre este mal. El doctor Francisco de Ávila, a car-go del curato de San Damián de Huarochirí, diocuenta del problema al entonces arzobispo de LimaBartolomé Lobo Guerrero. En 1610, gracias a su ce-lo apostólico, Ávila recibió el nombramiento de “vi-sitador de idolatrías” para iniciar la búsqueda deimágenes paganas y huacas, las que debía estudiar yluego destruir, además de reprimir a los sacerdotesandinos, a quienes se les consideraba “hechiceros”.Tras su nombramiento, recorrió Yauyos, Huarochiríy otras comarcas, descubriendo supersticiones queincluso los frailes y clérigos desconocían.

El visitador debía ser una persona sensible e in-fluyente y, sobre todo, poseer el don de convenci-miento. Hablaba la lengua de los naturales y realiza-ba su misión acompañado de sacerdotes predicado-res, un notario y un fiscal.

El método de extirpación fue sistematizado porel jesuita Pablo José de Arriaga, quien sugirió lospasos que debía seguir todo visitador para eliminarlos “embustes del demonio”. Arriaga participó devarias visitas y como resultado de su experiencia es-cribió La extirpación de la idolatría en el Perú(1621), donde compendiaba y describía las fiestas ycreencias de los andinos, e indicaba la forma correc-ta y prudente de desterrar el mal. Una vez que el vi-sitador llegaba al pueblo sujeto de examen, los reli-giosos acompañantes predicaban a los indios luga-reños a fin de que perdieran temor a la autoridadeclesiástica y los invitaban a reunirse al día siguien-

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Cátedra de San Francisco Solano en Trujillo,ciudad a la que fue enviado en calidadde padre guardián en 1602,regresando a Lima dos añosdespués. Solano se caracterizópor la elocuencia de su prédica ypor utilizar la música paradeleitar y persuadir a loscreyentes.

te para oír una misa con sermón. Después de llevara cabo esta ceremonia, que debía concluir hacia lasocho de la mañana, el visitador procedía a la bús-queda de huacas e ídolos. Luego iniciaba un preci-so interrogatorio a los hechiceros y curacas sobrelas características de los demonios que los naturalestenían por dioses. El cuestionario suponía pregun-tas sobre ritos, momias, fetos, bailes, etc., vincula-dos a sus divinidades. Todas las respuestas debíanser registradas minuciosamente por el notario y, ac-to seguido, el visitador ordenaba destruir las hua-cas, destrozar los ídolos, quemarlos o echarlos alrío. En los antiguos lugares de adoración se coloca-ba una cruz en representación del triunfo del cris-tianismo sobre las supercherías. Si se descubría enlos curanderos y los señores étnicos la intención deocultar información al visitador, eran trasquilados yobligados a retractarse de sus errores y a llevar unacruz al cuello, además de salir en procesión con uncirio en la mano y “coroza” (especie de mitra quecubría la cabeza) el día de la fiesta de la Cruz (Du-viols 1986).

Otro notable extirpador de idolatrías de la pri-mera mitad del siglo XVII fue el presbítero limeñoFernando de Avendaño, a quien sus colegas de laUniversidad de San Marcos describían como: “vigi-lantissimo en la expulsión de la idolatría de los in-dios y en entresacar sus ritos ceremoniosos” (Gui-bovich 1993: 169). Avendaño, teólogo y quechuis-ta, con un afán parecido al del cuzqueño Franciscode Ávila, publicó en 1648 sus Sermones de los miste-rios de nuestra santa fe católica, en lengua castellanay la general del inca, que sirvió de guía para la pré-dica a los indios y de excelente instrumento para lo-grar la conversión de los andinos.

Debemos señalar que los naturales no estuvieronsujetos a la Inquisición, pues su calidad de nuevosen la fe católica los eximía de este tribunal. Sin em-bargo, no se libraban de la fiscalización de la Iglesia,la que había diseñado para ellos un método espe-cial: la extirpación de idolatrías.

Gracias a los extirpadores, es posible reconstruirla historia de los cultos indígenas prehispánicos. Laabundante información recogida en los miles de fo-lios de los visitadores en los archivos eclesiásticos,permite abordar los múltiples aspectos de la religio-sidad en los Andes.

LA INQUISICIÓN

El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición,institución medieval que se remonta al siglo XIII y

que se estableció en Castilla en 1478, fue instaura-do en el Perú por una real cédula de Felipe II, del25 de enero de 1569. Su instalación oficial en Limase produjo el 29 de enero de 1570, dentro del espí-ritu de la Contrarreforma. Fue su primer magistra-do don Servando de Cerezuela y se ubicó en el localde la plaza de la Merced. Más tarde se trasladaría ala llamada “plaza de la Inquisición”. La jurisdiccióndel Tribunal afincado en Los Reyes abarcaba Quito,Charcas, Chile, La Plata y el Paraguay.

El Santo Oficio velaba por la pureza del cristia-nismo y reprimía cualquier actitud que distorsiona-ra la verdad de la doctrina, como la herejía (dondeincluía al luteranismo), la lectura de libros prohibi-dos, la brujería, la quiromancia, la blasfemia, el ju-daísmo y el islamismo encubiertos, la inmoralidaden sus formas de sodomía, pederastia y bigamia, ytambién la indisciplina eclesiástica. La Inquisiciónestaba dirigida a todos los hombres y mujeres delreino, con exclusión de los indios, ya que ellos eranconsiderados nuevos en la fe y se sometían a otrosistema de depuración religiosa a través de la yamencionada extirpación de idolatrías. El Tribunalenfrentaba la crisis ideológica y política generada alinterior de la sociedad virreinal (Guibovich 1994).

La Inquisición constituía una garantía de dere-cho frente al mundo protestante, pues poseía unproceso judicial, con una parte general y otra espe-cial, que brindaba al acusado la oportunidad dearrepentirse o de probar su inocencia. Los encarga-dos de dirigir el proceso eran los tres inquisidoresque oficiaban de jueces, un fiscal que acusaba y elsecretario que redactaba las actas. Fuera de Lima,los comisarios se abocaban a la difícil tarea de cap-turar a los sospechosos para enviarlos a las mazmo-rras del Santo Oficio en la Ciudad de Los Reyes.

El proceso establecía una serie de tormentos co-mo el potro, la garrucha, los baldazos de agua fría ylos grillos. Si el acusado moría en medio de la tor-tura y había sido probada su culpabilidad, la inves-tigación continuaba; en el caso de que su condenafuera la muerte, el cadáver era desenterrado y que-mado en la hoguera durante el auto de fe, mientrasuna efigie salía en procesión con los demás peniten-ciados (Hampe 1989: 257).

Existen muchas observaciones exageradas sobreel número de ejecutados por el Tribunal. Durantetodo el período virreinal fueron condenadas amuerte cerca de cuarenta personas. Aparte de la pe-na máxima, el Santo Oficio podía resolver la cadenaperpetua, el azotamiento público, el destierro delPerú y de las Indias, la confiscación de bienes, la in-

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habilitación en oficios y dignidades y, finalmente, eldenigrante trabajo en las galeras (Medina 1887).

Con el paso de los años, la Inquisición fue sua-vizando sus métodos. En 1736 dictó su última con-dena a muerte, ochenta años antes de su desapari-ción (Hampe 1989). Las Cortes de Cádiz, de clarainfluencia liberal, dictaminaron en 1813 la aboli-ción del Santo Oficio en todas las posesiones espa-ñolas aunque, una vez en el poder, Fernando VII in-tentó sin éxito reinstalar los tribunales. En el Perúla Inquisición funcionó hasta 1814 y fue definitiva-mente abolida por el gobierno del general don Joséde San Martín.

Los autos de fePara los habitantes del virreinato, los autos de fe

tenían un gran contenido simbólico pues a través deellos podían presenciar el triunfo del catolicismosobre el pecado y, al mismo tiempo, la victoria delEstado sobre los enemigos del imperio. Todos esta-ban de acuerdo en que los penitenciados por el San-to Oficio eran traidores a Dios y al rey, y por lo tan-to, merecían el peor castigo.

Entre 1570 y 1820 se celebraron cuarenta autosde fe. Estas ceremonias, destinadas a purificar las al-mas de los penitencia-dos, se realizaban en laplaza de Armas de Lima,frecuentemente en lascercanías de las festivida-des importantes comoNavidad, el onomásticodel virrey y el primer do-mingo de Adviento. Paraque todos estuvieran en-terados, los autos de fese anunciaban con anti-cipación. El día anterior,a las cuatro de la tarde,los representantes de lasórdenes religiosas y losoficiales del Santo Oficiosalían de la capilla de laInquisición y se reuníancon el vicario general deSanto Domingo. Estasautoridades paseabanuna cruz verde, símbolode la esperanza en elarrepentimiento de loscondenados. Al día si-guiente, los reos entra-

ban a la plaza precedidos de religiosos que portabanuna cruz negra, signo de su excomunión. Aquellosacusados que habían sido absueltos eran paseadossobre caballos blancos y portando una rama de pal-ma. Los que recibían penas leves vestían el “sambe-nito” y llevaban un cirio encendido. En cambio,quienes iban a morir, además de estar ataviados conel “sambenito” y la “coroza”, eran montados en as-nos con las manos amarradas a la espalda. La cere-monia se realizaba en presencia del virrey, los oido-res, el arzobispo, el cabildo eclesiástico y los veci-nos de la capital. Una vez acomodados todos losdignatarios, el secretario leía las sentencias, y actoseguido se procedía a su ejecución (Acosta Vargas1979).

Algunos procesos inquisitorialesProcesos inquisitoriales muy sonados fueron los

de fray Francisco de la Cruz, la “complicidad gran-de” de los judíos y el caso de la “iluminada” Ánge-la Carranza.

El primer gran caso es el del dominico Francis-co de la Cruz, teólogo moralista, rector de San Mar-cos y asesor de obispos y virreyes. Gozaba de famade santidad hasta que se amancebó con la limeña

Leonor de Valenzuela(con quien tuvo un hi-jo). Empezó a presentaralucinaciones que locondujeron a la herejía,siendo procesado y con-denado a la hoguera enabril de 1578, acusadode “traidor sedicioso,fautor de conjuras y al-zamientos contra la Pa-tria, el Rey y la Iglesia”.Sostenía que las Indiasconformarían el NuevoPueblo de Israel y queLima sería la Nueva Je-rusalem. En ese mundoideal, según creía erra-damente, no habría ne-cesidad de concilios. Es-tas visiones de carácterapocalíptico se comple-mentaban con su propiaelección como “SumoPontífice y Rey del Pe-rú” (Saranyana y Zaballa1995).

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Un condenado de la Inquisición con hábito penitencial ycoroza (sombrero en forma de cono), en una acuarela limeña

del siglo XIX.

Otro proceso importante para la Inquisición deLima fue la “gran complicidad” o la “complicidadgrande” que comprometió a los comerciantes portu-gueses más poderosos del virreinato. Acusados de“judaizar”, los lusitanos fueron encarcelados entre1635 y 1639. Las declaraciones de los inculpadosllevaron ante el tribunal al conocido mercader Ma-nuel Bautista Pérez y a su cuñado, Sebastián Duar-te. El auto de fe, uno de los más apoteósicos, se ce-lebró el 23 de enero de 1639 y en él se penitenció aochenta portugueses supuestamente “judaizantes”.No todos los acusados fueron condenados a muerteaunque Pérez y Duarte terminaron sus días en la ho-guera. El Santo Oficio secuestró los bienes de losreos, asegurando así sus finanzas, evitando compe-tencias para los comerciantes hispanos. Este proce-so inquisitorial a los portugueses criptojudíos re-percutió en los tribunales de México y Cartagena deIndias, pues en aquellas ciudades se tomaron medi-das similares (Pizarro Baumann 1993).

Durante la segunda mitad del siglo XVII, el casode Ángela Carranza fue muy comentado en todo elvirreinato. Había nacido en Córdoba del Tucumán yllegó a la Ciudad de los Reyes para llevar una vidavirtuosa. La Carranza, que gustaba de llamar laatención, describió una serie de revelaciones queinexorablemente la condujeron a la herejía. Afirma-ba “…que le había dicho Dios, que decía el EspírituSanto: que ella era hija del Padre, madre del Hijo yesposa del Espíritu Santo, y sagrario de la SantísimaTrinidad. Y que por por ser ella madre de sacerdo-tes, título que Dios le había dado, el hijo mayor erael Sumo Pontífice” (Sánchez 1993). Aquellas pala-bras disparatadas convencieron a muchos habitan-tes de Lima, quienes acudían a verla como si se tra-tara de un oráculo. Más tarde pretendió probar elmisterio de la Inmaculada Concepción. En 1690 elSanto Oficio la detuvo y estudió detenidamente loslarguísimos escritos donde aseguraba estas patra-ñas. Los inquisidores, como era de esperar, conclu-yeron que sus proposiciones eran unas injuriosas,escandalosas e impías, y otras arrogantes y presun-tuosas. El parecer del tribunal influyó en el pueblolimeño y la supuesta beata cayó en descrédito. Fuecondenada en diciembre de 1694 a salir en auto con“coroza”, a reclusión perpetua en el recogimientode Nuestra Señora de las Mercedes y a abjurar pú-blicamente de todo cuanto había manifestado en elconvento de Santo Domingo. Para cumplir con laúltima penitencia, debió ser protegida por las auto-ridades, pues la multitud –que se sentía defrauda-da– quiso lincharla.

LAS COFRADÍAS Y HERMANDADES

Las cofradías y hermandades del Perú virreinaleran agrupaciones de fieles de toda condición racial(españoles, indios y castas –mulatos, zambos y susinnumerables descendientes–) y profesional (zapa-teros, pescadores, silleros, caporales, mineros, etc.),congregadas en torno de una imagen de Cristo, unaadvocación de la Virgen, un santo o una reliquia. Lafunción de las cofradías y hermandades era la vene-ración y culto del patrono común, la ayuda mutuaentre sus miembros y la salida en procesión duran-te las festividades religiosas, vale decir, en CorpusChristi, Semana Santa y el día del santo patrono.Además se ocupaban del entierro de los cofrades yla celebración de misas por los hermanos difuntos.Las cofradías oficiaban como instituciones de segu-ro, asistencia social y crédito (Garland 1994) y de-pendían de las iglesias y monasterios en los que sehallaban las imágenes de su devoción (Cruz Espi-noza 1985: 9).

Todos los años, después de la fiesta del santo pa-trono, los cofrades reunidos en cabildo y bajo lapresidencia del capellán elegían a sus autoridades.Los más altos cargos eran ejercidos por dos mayor-domos quienes se responsabilizaban de la celebra-ción de las fiestas patronales y de la administraciónde las cuotas pagadas por los miembros. También sedesignaba a dos diputados cuya función consistíaen apoyar a los mayordomos procurando la concu-rrencia de los hermanos a las procesiones; un alfé-rez o secretario que tenía a su cargo el depósito dela limosna; un procurador encargado de escoger se-manalmente a dos personas para el recojo de la li-mosna; un contador y un tesorero. La cofradía esta-ba constituida por los “hermanos veinticuatro”, re-presentantes del grupo de los cofrades fundadores yentre los que se designaba a las autoridades; y final-mente los hermanos menores, que aportaban eco-nómicamente pero estaban eximidos de ocupar car-gos en la cofradía (Garland 1994).

Las cofradías de mayor importancia se ubicabanen Lima. A mediados del siglo XVII existían sesen-ta y dos cofradías, de las cuales veinticinco eran deespañoles, dieciocho de indios y diecinueve de ne-gros y mulatos (Sánchez-Arjona 1981). Las más an-tiguas fueron la del Santísimo Sacramento (1539) yla de la Veracruz (1540) fundada por Francisco Pi-zarro. Luego se fundaron la de San José de carpinte-ros (1560), la de la Virgen del Rosario (1564), la deSan Crispín y San Crispiniano de indios zapateros(1577), la de Nuestra Señora de la O (1588), la de

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San Eloy que agrupaba a los artesanos plateros(1601), la de La Soledad (1603) (hermandad abier-ta), la del beato Juan de Buenaventura para negros(1604) –la misma que a partir de 1779 se conoceríacon el nombre de San Benito de Palermo–, la deNuestra Señora de Aránzasu de los vascos y sus des-cendientes (1612), la de San Roque de españoles engeneral (1699), y la de San Joaquín para indios pes-cadores (1715).

LAS MONJAS

Las muestras de piedad femenina más importan-tes del Perú virreinal las podemos hallar en la vidaconventual. En un principio, después de la conquis-ta, hacia 1540, aparecieron las beatas, mujeres quellevaban una vida apartada, de manera individual oen comunidad. Aunque eran confundidas con lasmonjas por el hábito que vestían, se distinguían deéstas por no someterse a las reglas de ninguna ordeny porque podían salir de sus casas, aunque hubo ca-sos en que grupos de beatas se convirtieron en mon-jas regulares y fundaron conventos (Lockhart1982).

Hacia finales de la década de 1560, ya existíanconventos de monjas que permitían el acceso a unavida recoleta. A estos cenobios ingresaban mujeresde todos los estratos sociales necesitadas de paz ode algún medio de subsistencia. Frecuentemente, elpadre era quien elegía una o varias de sus hijas pa-ra el enclaustramiento. Otras veces la reclusión con-ventual permitía encubrir escándalos familiares ohuir de la mala fortuna y la maledicencia social. És-te fue el caso por ejemplo de doña Mencía de Sosa,esposa del rebelde Francisco Hernández Girón, y desu madre doña Leonor de Portocarrero, quienes es-cogieron el retiro religioso para escapar del oprobio.Doña Mencía, apodada “la bella mal maridada”,fundó en Lima el monasterio de la Encarnación en1561, el primer convento del Perú.

Los monasterios fueron diseñados como ciuda-des dentro de la ciudad virreinal. El trazo de sus ca-lles, la estructura de sus edificios y la suntuosidadde sus capillas, hacían los monjíos semejantes a unaurbe en miniatura. Cada convento poseía su propiogobierno que recaía en la priora o abadesa, peroexistían además una serie de cargos como los de te-sorera, bibliotecaria y sacristana. Al otro lado de laescala monacal las “freilas” menos favorecidas cum-plían con las funciones propias del servicio domés-tico. Aquellas que ingresaban con una buena dotegozaban de ciertos privilegios como los de poder

habitar en celdas cómodas, a veces de dos plantas,con recámaras y antecámaras amobladas de sillonesy escritorios, y ornamentadas con cuadros, alfom-bras y macetas. Dichas habitaciones contaban ade-más con un baño y un pequeño huerto (Sánchez1993).

Los conventos femeninos llegaron a ser, en pala-bras del virrey conde de Superunda, “pequeñas re-públicas” (Basadre 1980: 89). A pesar de las diferen-cias sociales, todas las monjas estaban de acuerdo enadorar a Cristo a través de la oración y en trabajarpara obras de bien como la educación de las niñas.

La vida económica de los cenobios dependía delas dotes en metálico, tierras y casa que entregabanlas religiosas al elegir el “matrimonio místico”, perotambién de sus “labores”, es decir, de la venta de sustrabajos de bordado y de la preparación de dulces,que en algunos casos fue la principal fuente de in-gresos y en otros la única (Olivas 1990).

Los conventos de mayor fama durante el virrei-nato fueron los de La Encarnación, El Prado, LaConcepción, Descalzas de la Concepción, Santa Ro-sa de Santa María y Las Nazarenas en la ciudad deLima; Santa Clara y Santa Teresa en el Cuzco; SantaCatalina en Arequipa; el de las Carmelitas Descalzasen Trujillo; y el de Santa Clara en Huamanga (Puen-te Candamo 1962).

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Retrato de sor María Bernarda, quien fundara en Lima, en1710, el monasterio de Jesús, María y José, de hermanas

clarisas capuchinas.

LOS SANTOS DEL PERÚ

Los santos, beatos y siervos de Dios, y las múlti-ples expresiones de santidad del Perú virreinal, seenmarcan dentro del espíritu del catolicismo mili-tante de la Contrarreforma que buscaba imágenesvivas que alentaran la fe. De esta manera, los san-tos que vivieron en el reino del Perú no sólo lleva-ban una vida de tribulaciones personales, defen-diéndose de las tentaciones mundanas, ayudando alos necesitados y profetizando sucesos; ellos debíanobrar milagros en vida y después de muertos. Losmilagros formaban parte de la vida cotidiana y esta-ban destinados a la comunidad donde vivían y ha-bían nacido (Brading 1991: 366). En tal sentido loshombres o mujeres de vida virtuosa eran tambiénfiguras públicas, un ejemplo a seguir por la socie-dad para alcanzar su salvación. Eran conocidos yescuchados por los habitantes de las ciudades quie-nes asistían a sus prédicas y colaboraban con sustrabajos piadosos. Su fama de virtud era tan grandeque a sus exequias concurrían desde el virrey hastalos esclavos, y la multitud pugnaba por arrancarun fragmento de sus vestidos para guardarlo co-mo reliquia.

Los santos y beatos aparecen en el Perú a finesdel siglo XVI. En esta época, y durante la primeramitad del siglo XVII, coexisten varios, por cierto endistintas generaciones. Los más renombrados fue-ron los peninsulares Santo Toribio de Mogrovejo,San Francisco Solano, San Juan Masías, el venerablePedro Urraca de la orden de la Merced, el mártiragustino Diego Ortiz, el franciscano fray Juan Gó-mez, los siervos de Dios Diego Martínez y Juan Se-bastián de la Parra –ambos de la Compañía de Je-sús–, los limeños Santa Rosa de Lima y San Martínde Porras y la beata arequipeña sor Ana de los Án-geles Monteagudo.

Posteriormente, después de 1650, florecieronhombres entregados a la santidad, como los crio-llos jesuitas Francisco del Castillo y Juan de Alloza,los españoles Francisco Camacho de la orden Hos-pitalaria de San Juan de Dios y el indio chiclayanoNicolás de Ayllón. Con sus vidas ejemplares logra-ron demostrar que la salvación estaba al alcance detodos.

Santo Toribio de MogrovejoToribio Alfonso de Mogrovejo y Quiñones, natu-

ral de Mayorga (León) y nacido en 1538, era un

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El 2 de octubre de1580 se efectuó laceremoniasolemne de lafundación delmonasteriodedicado a SantaCatalina deSiena, enArequipa, con elnombre deNuestra Señorade la Gracia. Enla imagen, ladenominada plazade la fuente.

hombre de una sólida formación jurídica. Como li-cenciado en Cánones por la Universidad de Sala-manca, ejerció el cargo de inquisidor de Granada.Allí demostró tal versación que fue premiado con lamitra de obispo de Los Reyes. Recibió su consagra-ción como prelado en Sevilla y, una vez en el Perú,convocó al Tercer Concilio Limense para encontrarlos mejores caminos de la evangelización. Toribiode Mogrovejo, prelado inquieto, pasó la mayor par-te de su tiempo visitando las provincias, pues de susveinticinco años de pastor sólo ocho permaneció ensu sede episcopal. Recorrió Huánuco, Chachapoyas,Yauyos, Junín, Chancay, Pativilca y Saña, donde acausa de una enfermedad murió en 1606. Era un va-rón infatigable que predicaba a los indios en su pro-pia lengua y se adaptaba a sus humildes condicio-nes de vida. A pesar de su alta dignidad eclesiástica,no reparaba en entrar a las chozas de los aborígenesenfermos para aliviarlos con la palabra de Dios. Secomportó como el típico obispo de la Reforma Ca-tólica. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII,quien lo comparó, por su labor, con San Carlos Bo-rromeo, arzobispo de Milán. En 1983 el Papa JuanPablo II declaró a Santo Toribio de Mogrovejo “Pa-trono de todos los obispos de América Latina”.

San Francisco Solano El más influyente de los san-

tos predicadores del virreinatofue sin duda este fiel franciscanoimitador de la sencillez de SanFrancisco de Asís. Solano nacióen Montilla en 1549. Como mi-sionero divulgó el Evangelio en-tre los indios de Potosí y del Tu-cumán. Luego pasó a Lima parapredicar, con un crucifijo en lamano, la humildad y el arrepenti-miento. Sus sermones motivaronla penitencia, la confesión y laautoflagelación de centenares devecinos y moradores, y no falta-ron algunos concurrentes que de-cían haber visto a San FranciscoSolano despegarse del suelomientras hablaba a la feligresía.Su muerte, acaecida en 1610, fuellorada por el virrey marqués deMontesclaros y por el pueblo deLima. Su canonización ocurriótambién en 1726 durante el papa-do de Benedicto XIII.

Santa Rosa de LimaIsabel Flores de Oliva, más tarde cono-

cida como Rosa de Santa María, nació enLima el 30 de abril de 1586. Era hija del ar-cabucero Gaspar Flores, natural de Bañosde Montemayor (Extremadura, España), yde la limeña María de Oliva. Sintió desdeniña fuertes deseos de acercarse a Dios ypara no distraerse con las cosas del mun-do, solía ayunar tres veces por semana. Suvocación religiosa creció al recibir en elpueblo de Quives el sacramento de la con-firmación de manos de Santo Toribio de

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Toribio Alfonso de Mogrovejo organizó y presidió elTercer Concilio de Lima, en 1583.

San Francisco Solano, predicador y padre guardiándel convento de la Recolección de Lima, hoyconocido como convento de los Descalzos en eldistrito del Rímac.

Mogrovejo. La lectura e imitación de la vida de San-ta Catalina de Siena la condujeron finalmente aabrazar la Tercera Orden Dominicana, y a llevar unavida de oración, penitencia y mortificación de supropia carne, autoflagelándose y atándose cadenas ala cintura. En su propia casa construyó una ermitapara cumplir con estos ascéticos propósitos, que sinembargo no la alejaron del mundo, pues trabajabaaliviando el dolor de los enfermos y saciando elhambre de los pobres. Su fama de santidad fue tangrande que se convirtió en un ejemplo a imitar pormuchas mujeres del virreinato. La admiración quese le profesaba aún en vida la llevó a dirigir las ora-ciones y defender el Santo Sacramento de las garrasdel corsario holandés Spilbergen, que ya se aproxi-maba al Callao. La santa murió en 1617 a los 31años de edad. Su rostro, inmortalizado por el pincelde Angelino Medoro, quedó en éxtasis y transmitíapaz. Los funerales congregaron al virrey, al arzobis-po, a los representantes de las órdenes religiosas, yal pueblo limeño que ella tanto amaba. Cuenta elconde de la Granja, autor del poema heroico sobrela vida de esta virtuosa limeña, que:

Adivinando del entierro el díaa acompañarle la ciudad se junta,tribunales, cabildo, clerecía,religiones, nobleza y plebe adjunta;la que viviendo, en un rincón cabía,no cabe por las plazas ya difunta.

Rosa de Santa María fue canonizada por Cle-mente X en 1671 y recibió el título de “Patrona delPerú, Hispanoamérica y las Filipinas”.

San Martín de PorrasMartín de Porras Velásquez, el santo de los po-

bres, fue hijo del caballero burgalés don Juan de Po-rras y la negra panameña Ana Velásquez. Martín erapor lo tanto un mulato. Había nacido en Lima en1579 y pasó su niñez como aprendiz de barbero ysacamuelas, oficio que practicó con éxito durantesu adolescencia. Ingresó a la orden dominicana co-mo simple “donado” y por su humildad nunca seinteresó por ascender de condición, llamándose a símismo “perro mulato”. Pasó el resto de sus días enel convento de Santo Domingo de Lima donde sededicó al trabajo de enfermería. Su gran amor alprójimo le llevó a curar mendigos, indios pobres yesclavos dolientes, aprovechando los momentos li-bres para pedir limosna y comprar medicinas parasus menesterosos. Era, en otras palabras, bienhe-

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San Martín de Porras en un retrato del siglo XVIII.

Santa Rosa de Lima por Pedro Díaz (Lima, 1810).

chor de indígenas, negros y blancos pordioseros.Por su fama de excelente enfermero, las autoridadesciviles y eclesiásticas lo buscaban para pedirle cura-ción. Dicen sus contemporáneos que comía muypoco y que se flagelaba los muslos, pero lo que másllamó la atención fue la intensidad de sus oraciones,en medio de las cuales, se dice, ascendía y permane-cía suspendido en el aire por varios minutos. Falle-ció en 1639. Su velatorio fue multitudinario. El gen-tío, que incluía a las dos repúblicas y a las castas,ansiosos todos de verle por última vez, reunió al vi-rrey, los oidores y al arzobispo de Los Reyes. Variosde los concurrentes atestiguaron que el cuerpo deldonado mulato exhalaba “una fragancia tan grandeque embelesaba a los que se acercaban” (Busto Du-thurburu 1992). En 1945 fue proclamado por PíoXII “Patrono de la Justicia Social” y recibió la cano-nización de manos de Juan XXIII en 1962.

San Juan MasíasEl extremeño Juan Masías nació en 1585 en Ri-

bera del Fresno. Después de vivir una infancia yadolescencia pobres pasó al Perú para dedicarse alcuidado de ganado en las afueras de Lima, aunqueseguía cultivando la vocación religiosa. En la Ciu-dad de los Reyes vio la oportunidad de ingresar a lavida conventual y fue aceptado como lego de la or-den de Santo Domingo, donde desempeñó la laborde portero del convento de la Recoleta dominicana.San Juan Masías era amigo personal de San Martínde Porras y su forma de actuar lo asemejaba a él,pues una de sus principales virtudes fue la caridad,que no sólo la practicaba entre los seres de estemundo sino también frente a las almas del Purgato-rio, por las que rezaba sin cesar. La vida de este mís-tico, de constantes ayunos y privaciones de sueño,se extinguió en 1645. Sus funerales convocaron alvirrey don Pedro de Toledo y Leiva, marqués deMancera, y al arzobispo don Pedro de Villagómez.Pablo VI lo canonizó en 1975.

Beata Ana de los Ángeles MonteagudoSor Ana de los Ángeles Monteagudo y Ponce de

León vio la luz en Arequipa en 1595. Fue monja do-minica del convento de Santa Catalina en la mismaurbe. Tuvo una vida llena de obstáculos y contrarie-dades, a los que enfrentó con la oración. No habíacumplido catorce años cuando sus padres decidie-ron casarla, pero ella obediente a los llamados deDios y a una aparición de Santa Catalina de Siena,escogió la vida monástica. Para no distraer su almacon los asuntos del mundo, disciplinaba su cuerpo

con los rigores del ayuno y la penitencia. El granempeño que puso en el trabajo conventual motivó aque el obispo de Arequipa, Pedro de Ortega Soto-mayor, la nombrara priora de Santa Catalina. Cuen-ta su biógrafo, el padre Alberto Clavell, que sor Anamurió como lo había previsto, esto es, en absolutasoledad en 1686. Los habitantes de la Ciudad Blan-ca acudieron al monasterio para orar por ella. Diezmeses después se abrió su ataúd y para sorpresa detodos, el cuerpo de la religiosa se hallaba fresco e in-corrupto. El Papa Juan Pablo II la beatificó en 1985en la ciudad de Arequipa, durante su estadía en elpaís.

También gozaron de fama de “santidad”, aunqueno han sido aún elevados a los altares:

Francisco del CastilloFrancisco del Castillo, conocido como “el após-

tol de Lima”, nació en la capital del virreinato en1615. Perteneció a la Compañía de Jesús. Al igualque San Pedro Claver, dedicó su vida a la prédicadel Evangelio a los negros en la plazuela del Barati-llo, mercado cercano a la ribera derecha del río Rí-mac. Allí, con una cruz y con unas láminas y cua-dros del cielo, el purgatorio y el infierno, invitaba alos negros a la conversión. Denunció el abuso de lasautoridades en torno de algunas sentencias injustasque afectaban a los indios, a pesar de la posibilidadde su expulsión del reino. Fue amigo personal delvirrey conde de Lemos y padrino de tres de sus hi-jos. Murió en Lima en 1673. A este jesuita peruanose le atribuye la primera iniciativa del “sermón delas siete palabras” o de “las tres horas”, difundidoen Hispanoamérica hasta el día de hoy (Nieto1992b: 115).

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El siervo de Dios Francisco del Castillo en un retrato colonialque se conserva en la iglesia de San Pedro de Lima.

Pedro UrracaEl padre Urraca nació en Jadraque (Sigüenza),

en 1583. Estudió en Quito con los jesuitas. Más tar-de ingresó a la orden de la Merced y pasó a Lima,donde se ordenó sacerdote. Fray Pedro, identificadocon la vocación mercedaria, sintió a lo largo de suvida deseos de contribuir con la evangelización delos cristianos cautivos de los moros en el norte delAfrica, pero este propósito nunca se realizó, pues sudestino era el Perú. Sufría continuas tentaciones deldemonio, pero las lograba vencer con sus rezos y ci-licios. Se ataba fuertemente una cadena a la cintura.Cuentan sus biógrafos que la cadena estaba tan ce-ñida al cuerpo que la piel comenzó a crecer sobreella, y que en cierta ocasión el diablo, furioso por lasoraciones y penitencias del fraile, lo persiguió por elclaustro para golpearlo, y milagrosamente, se abrióuna pared para que se refugiara en la iglesia conti-gua. Narran también que poseía el don de la profe-cía y que era un ardoroso divulgador del culto a laSantísima Trinidad. La cruz con la que predicaba eshoy objeto de pública veneración.

Francisco CamachoEl venerable Francisco Camacho, que vio la luz

en Jerez de la Frontera en 1629, encarna al soldadoy al marino de las galeras de Cádiz; en otras pala-bras, al aventurero mundano. Estuvo a punto demorir al ser condenado a la horca, pero a últimomomento se le conmutó la pena. Pasó a Indias co-mo sargento y llegó al Perú donde dejó la vida mili-tar para dedicarse a la administración de fundos.Por indicios de desequilibrio mental, fue conducidoa una posada cercana al Baratillo, donde predicabael jesuita limeño Francisco del Castillo. Los sermo-nes del ignaciano le hicieron abandonar su vida li-bertina e ingresar a la orden hospitalaria de SanJuan de Dios a los 34 años. Como fraile practicó lahumildad y la caridad para con los pobres y enfer-mos. Su vida de tribulaciones y de amor al prójimole granjearon fama de beatitud entre las autoridadesy los habitantes de la Ciudad de los Reyes. Fallecióen Lima en 1698.

Nicolás de AyllónNicolás de Ayllón o Nicolás de Dios representa al

indio piadoso y caritativo con sus hermanos de ra-za. Había nacido en 1632 en la reducción de natu-rales de Chiclayo, y mostró desde niño inclinaciónal misticismo, lo que llamó la atención de los fran-ciscanos y particularmente de fray Juan de Ayllón,quien lo protegió y le dio su propio apellido comodemostración de especial afecto. Con él viajó a Li-ma para vivir varios años en el convento de SanFrancisco, donde continuó cultivando la oración.Al morir su protector dejó el monasterio para dedi-carse a la sastrería y no tardó en casarse con unamestiza mundana a la que hizo enmendar rumbosalbergando y cuidando mujeres pobres en su propiohogar. Tantas eran las ocupaciones que debía cum-plir, que sus amigos llegaron a creer que poseía eldon de la ubicuidad y fue muy respetado por su pa-pel de defensor de indios y negros frente a los pode-rosos. A su muerte, en 1677, se inició un procesopara elevarlo a los altares, pero para desgracia delindio virtuoso, la hereje Ángela Carranza mencionóque en una de sus visiones aparecía Nicolás de Ay-llón. Ello fue motivo para que la jerarquía eclesiás-tica detuviera su causa.

EL CULTO A CRISTO

En un mundo barroco en el que las imágenes re-saltaban por sus gestos, la presencia de Jesucristo entallas de madera o en cuadros y paredes resultaba

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Nicolás de Dios Ayllón (1632-1677) se caracterizó por sumisticismo y enorme caridad.

un medio eficaz para emprender la evangeliza-ción y mantener la fe entre los españoles. Lasrepresentaciones cristológicas provenientesde la Metrópoli, y algunas creadas en es-tos reinos, generalmente estaban aso-ciadas a los movimientos telúricos ya los siniestros. Luego de una ca-tástrofe, Cristo crucificado, fla-gelado o cautivo, era paseadoen procesión por las calles delas ciudades. Sus imponentesrayos en la cabeza, sus faldonesentrecosidos con hilos de oro ysu mirada dolorosa invitaban alarrepentimiento de los fieles,quienes con su pecado habíanhecho sufrir a Jesús y enfurecera su Padre.

La imagen de mayor devo-ción en el Perú es la del Señorde los Milagros, conocida tam-bién como la del Santo Cristode Pachacamilla, ungido comopatrono de la ciudad de Lima.A mediados del siglo XVII, unacofradía de negros angolas quehabitaba en el barrio de San Se-bastián, mandó pintar en la pa-red interior del recinto que los cobijaba una imagende Cristo crucificado y muerto. En 1655 se produjoen Lima un devastador terremoto y el solar se arrui-nó, pero el muro donde estaba representado el San-to Cristo quedó intacto. Los negros y los vecinos dela capital atribuyeron este hecho prodigioso a unmilagro, y tras el te-rremoto de 1687, lafigura del Cristo fuecopiada en un lienzoy paseada en andaspor la Ciudad de losReyes. La mismaprocesión se repitiódespués del gran te-rremoto de 1746, ylos limeños recono-cieron en el Señor delos Milagros a su me-jor protector. La ima-gen del Cristo de Pa-chacamilla se custo-dia en el templo delas Nazarenas y sale

en procesión durante el mes de octubre, ha-ciendo tres recorridos. Su devoción, siempre

creciente, está acompañada de una serie detradiciones como el hábito morado que

visten las mujeres y el turrón de Do-ña Pepa, pastel endulzado con miel

de frutas y grageas que se preparapara la ocasión. El culto delSanto Cristo también congre-ga a los peruanos que residenen las ciudades de Nueva Yorky Miami, y constituye un sím-bolo de identidad peruana.

Al sur de la Ciudad de losReyes, en la villa de Valverdede Ica, sus pobladores venera-ban al Cristo de Luren. Segúnla tradición oral, el culto tienesu origen en una imagen demadera de Jesús crucificadoque los franciscanos de Limahabían pedido a España hacia1570. La tripulación de la na-ve que traía la talla, temiendonaufragar a causa de una tem-pestad, arrojó al Pacífico la ca-ja que contenía la sagrada fi-gura. La corriente habría

arrastrado al Cristo encajonado hasta la costa paraque finalmente llegara a manos de los franciscanos.Un fraile llamado Francisco de Madrigal, que en-tonces oficiaba de sacerdote para los iqueños, com-pró la imagen pensando que su estado de deterioroabarataría su precio. Al abrir la caja, se dio con la

sorpresa de hallar laimagen en perfectascondiciones. Inme-diatamente despuéspartió a Ica traspor-tando la efigie a lo-mo de mula, pero enel trayecto entre Pis-co y la villa de Val-verde la bestia se ex-travió. La buscó de-sesperadamente has-ta que fue encontra-da en “Hurin” o “Lu-ren”. La mula noquiso dar un solo pa-so más y no hubopersona que la obli-

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En la imagen una talla en madera del sigloXVIII de Jesús Nazareno, la que se conserva

en la basílica de Nuestra Señora de LaMerced, en Lima.

El Señor de los Milagros, óleo sobre tela por Jorge Vinatea Reinoso(Lima, 1924). El culto al también llamado “Cristo de Pachacamilla”

se originó en el siglo XVII y en la actualidad su procesión es la demayor arraigo y convocatoria del Perú.

gara a avanzar. Los habitantes de la villa interpreta-ron la terquedad del animal como una señal del cie-lo, por lo que se levantó en aquel lugar una capilla,que desde entonces se conoce como la del Señor deLuren.

En el Cuzco, la poderosa imagen del Cristo delos Temblores data también del siglo XVI y, segúnla tradición, fue obsequiada por el emperador Car-los V. Se sabe que la talla llegó a la Ciudad Imperialdesarmada y que anteriormente había recibido losnombres del Señor de las Tempestades y de la Bue-na Muerte. Su aspecto es muy parecido al del Cris-to de la Veracruz de Potosí, un redentor morenoclavado en la cruz y cubierto por un faldón similaral del Señor de Burgos. Su veneración se inició du-rante el terremoto de 1650, cuando fue paseado enprocesión para aplacar la ira de Dios y desde en-tonces es conocido como el Señor de los Tembloreso el “Taitacha Temblores”. De acuerdo con lascreencias populares, cuando el Cristo termina supaseo para ingresar a la catedral, escoge con su mi-rada a quienes han de morir ese año. El Señor delos Temblores, el “Patrón jurado del Cuzco”,recibe como ofrenda una flor andina llama-da ñucchu o “clavelina del Inca”, que secoloca a sus pies en unos jarrones jun-to a los cuatro cirios que le iluminany realzan su figura.

En el norte del Perú la devocióncristológica más conocida es la delSeñor Cautivo de Ayabaca. Ya enla primera mitad del siglo XVIIIexistía una cofradía dedicada adicho culto en ese pueblo de lasserranías de Piura. Se sabe quela hermandad mandó tallar laimagen a escultores proceden-tes de Loja. La figura fue termi-nada en 1751 y ubicada en el al-tar mayor del templo de Ayaba-ca. Una vez más, como ocurrecon varios Cristos y Vírgenes deHispanoamérica, su origen seatribuye al cuidadoso trabajo dedos ángeles que bajo la aparien-cia de artesanos tallaron de tama-ño natural la efigie del Señor, depie, vestido con una túnica púrpu-ra y con las muñecas atadas. Su mi-rada que refleja tristeza no deja deser imponente y severa. Cadasetiembre, el Señor Cautivo con-

grega fieles que vienen de todas partes del Perú, delEcuador y de Colombia.

EL CULTO A MARÍA

Los habitantes del virreinato del Perú fueron es-pecialmente devotos de María. Desde la conquista,los soldados españoles sentían cercana su protec-ción. No faltaron peruleros que durante el cerco delCuzco (1535) dijeron haber visto a la Virgen desviarlas flechas y piedras de los indios atacantes. Las ad-vocaciones e imágenes de la Reina del Cielo son nu-merosas. En todas las regiones había santuarios des-tinados a ella, y cada uno con su propia historia. Po-demos citar algunas manifestaciones de culto quepermanecen hasta el día de hoy: Nuestra Señora deCopacabana en el Alto Perú, la Virgen del Rosario,la de Montserrat, la del Milagro, la de la Soledad, lade los Desamparados, la del Carmen y la Señora dela Merced en Lima. También deben mencionarse lade Belén, la Linda, la Almudena y la de los Reme-dios en el Cuzco, la de Chinquinquirá en Caraz, la

de la Candelaria en Puno, la de Chapi y la deCharacato en Arequipa, la de los Dolores en

Cajamarca, la de las Mercedes de Paita, lade Guadalupe en Trujillo, la de la Puerta

en Otuzco, y la de la Asunción en Juli(Nieto 1993: 388).

El santuario mariano más cono-cido del Alto Perú es el de NuestraSeñora de Copacabana. El origende su devoción se remonta a losprimeros años de la década de1580, cuando los indios de eselugar, enfrentados a una malacosecha, decidieron reconciliar-se con Dios a través de la funda-ción de una cofradía dedicada ala Virgen bajo la advocación dela Candelaria. Relata el agustinoAlonso Ramos Gavilán que unnatural llamado Titu Yupanquise ofreció a labrar la imagen, pe-ro el resultado de su trabajo fuerechazado por considerarse demuy feo aspecto. Después de pa-sar por una serie de tropiezos, el

indio pudo finalmente presentaruna hermosa imagen y se atribuyó

entonces su belleza a la intervencióndel Todopoderoso. El 2 de febrerode 1583 la figura entró solemne-

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Inmaculada, pieza policromada enpiedra de Huamanga del siglo XVIII.

mente a Copacabana y desde esa fecha es veneradapor los habitantes del altiplano como una de las vír-genes más milagrosas (Vargas Ugarte 1956: 261-265).

Curiosamente la historia del santuario de la Vir-gen de Cocharcas (en la actual provincia de Anda-huaylas) tiene detalles similares. El indio SebastiánQuimichi, natural de Cocharcas, que había acudidoen romería a Copacabana, inspirado en la imagen deaquel lugar, decidió llevar a su pueblo una figura deMaría. Al igual que Titu Yupanqui, Quimichi pasópor una serie de tribulaciones para trasladar la efi-gie a su tierra. La Virgen llegó a Cocharcas en 1598y más tarde, en 1623, se inauguró un templo espe-cialmente acondicionado para ella. Desde entonces,se han narrado historias en las que se le atribuyensorprendentes milagros, los mismos que aparecendetallados en sus retratos. La Virgen de Cocharcasreúne una multitud de fieles que provienen delCuzco, Huamanga y Huancavelica. Según el padreRubén Vargas Ugarte “es el más notable santuariode la sierra del Perú”.

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EINATONuestra Señora de Cocharcas en un óleo sobre lienzo con

aplicación de pan de oro de 1767.

IIILA CIUDAD: ESCENARIO DE LA VIDA VIRREINAL

La ciudad era el centro de la vida virreinal y el es-cenario donde trascurría todo lo cotidiano, desde eldiario chismorreo de sus habitantes y el bullicio queproducían mercachifles y negros aguadores, hasta elterror causado por los movimientos telúricos o porun posible desembarco de corsarios. Desde las pla-zas de armas, edificios institucionales, templos yconventos, mercados y alhóndigas, casonas solarie-gas, y demás edificaciones, se articulaba la economíay el comercio, se administraba la justicia, se propa-gaba la fe y sobre todo se controlaba el territorioconquistado. La ciudad transformó en muy pocosaños las formas de vida en el espacio andino.

Cada ciudad cumplía distintas funciones. Así,Lima, Huamanga y el Cuzco eran urbes de ubica-ción estratégica; Paita, el Callao, Pisco, Islay y Ari-

ca servían de puertos; Potosí y Huancavelica se de-dicaron a la extracción de minerales; Lambayeque,Ica, Jauja y Camaná fueron ciudades de paso; Caja-marca y Santiago de Chile destacaron por la agricul-tura y ganadería; también llamaron la atención Sañaen las cercanías de Lambayeque por sus fértilescampos aledaños; Juli por el trabajo misional de losjesuitas; y Trujillo y Arequipa que articularon res-pectivamente el comercio del norte y del sur del te-rritorio virreinal.

Toda urbe se fundaba en sitios apropiados parala vida en comunidad, vale decir, tomando en con-sideración buenos vientos, la disponibilidad deaguas y dehesas, bosques cercanos, tierras fecundas,indios proclives al trabajo y un buen puerto, si seerigía en la costa.

Las ciudades del Perú se edificaron con la formade un tablero de ajedrez. Alrededor de la plaza ma-yor o plaza de armas se ubicaban la casa del cabil-do, la iglesia mayor o la catedral. En las esquinas delcuadrilátero desembocaban dos series de calles pa-ralelas y perpendiculares entre sí. Los cruces de es-tas vías daban como resultado espacios cuadrados orectangulares, conocidos como “manzanas”, cadauna de ellas dividida en solares sobre los que seconstruían las viviendas. A tajo abierto, en mediode cada calle, había acequias cuya agua procedía deramales del río más cercano. Los habitantes de lasciudades podían refrescar su vista con las alamedaso paseos públicos arbolados, que en días calurososofrecían a los moradores un lugar de recreo.

Era también una característica de las localidadesurbanas del virreino tener en sus cercanías barriosespeciales para la república de indios o reduccionesen las que se cobijaba a los naturales que cumplíantareas dentro de la ciudad. Estas poblaciones indí-genas eran ubicadas fuera de las ciudades, perosiempre estaban anexadas a ellas.

Por cierto, algunas poblaciones como Lima yTrujillo fueron amuralladas para defenderse de lastemidas insurrecciones de negros e indígenas y delas incursiones extranjeras por el litoral (Céspedes1983).

Lima, o la Ciudad de los Reyes, fue la primeragran urbe con una población que superó los 50 milhabitantes. Como capital del virreinato era la sede

del gobierno y por lo tanto albergabaal vicesoberano y la Real Audiencia.De esta manera, Lima fue el centroneurálgico que irradiaba su podersobre todas las provincias del Perú.Por su céntrica posición en la costacentral confluyeron en ella los pro-ductos de la minería y se desarrollógrandemente la navegación. Presidiódurante los siglos XVI y XVII todo elmovimiento comercial de la Américadel Sur, y el puerto del Callao era elconducto por el cual se vinculabacon el resto del mundo (Günther yLohmann 1992: 89).

Lima poseía un trazo como “las ca-sas del ajedrez”, y aunque sus edifi-caciones eran “de ruin fábrica” porser de adobe –como atestiguaba el je-suita Bernabé Cobo–, poseía mura-llas, “alhóndiga, rastro y tiánguez”, yamplias alamedas (diseñadas duran-

te el período borbónico), además de casonas congrandes huertos, gozando de los servicios laboralesque podían ofrecer los indios de su reducción deSantiago del Cercado. En suma, era una interesantecombinación de ciudad señorial, soberbia y altane-ra, y a la par jacarandosa y pícara. La razón de esteinteresante fenómeno radicaba en la convivencia denobles, grandes dignatarios, arzobispos y magistra-dos, con indios, mestizos y castas, que daban a LosReyes un ingrediente de gracia y a veces de irreve-rencia. Quizás por eso nunca pudo ocultar sus sen-timientos, ya que mostraba su más profunda alegríaen las fiestas de recibimiento a los virreyes y en loscarnavales, así como su más sincero arrepentimien-to durante la Semana Santa o después de que acae-cía un terremoto.

Además de Lima, la ciudad del Cuzco cumplióun papel muy importante. La antigua capital del Ta-huantinsuyo constituyó el gran centro desde dondese emprendieron las jornadas de conquista haciaChile y los Andes orientales. La Ciudad Imperialfue edificada de manera singular y casi única en to-da América, pues los españoles la erigieron sobre eltrazado incaico, aunque luego de la rebelión deManco Inca se juzgó conveniente modificar la ubi-cación de sus casas principales y ampliar sus calles.Sin embargo, los cimientos y la parte inferior de losedificios pertenecen a la época de los incas. Otratransformación de su espacio interno fue la concen-tración de la población indígena en el barrio de San

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ATO Restos de la iglesia de San Agustín en Saña. Conocida como “la Sevilla del Perú”,

esta ciudad lambayecana fue prácticamente arrasada en 1720 por una inundación.

Blas, que contabacon una parroquiaespecialmente dedi-cada a la prédicaevangelizadora enquechua. La tradi-ción se ha conser-vado, pues hasta lafecha se celebra mi-sa en esa lengua.

El protagonismodel Cuzco en la his-toria del virreinatono se explica única-mente por su ubica-ción estratégica ypor haber servidode escenario del de-rrocamiento del po-der andino con ladecapitación del in-ca Túpac Amaru I.Tampoco por eldescuartizamientodel cacique José Ga-briel Condorcanqui(“Túpac Amaru II”). La trayectoria cultural de laantigua capital incaica y su particular mestizaje ar-tístico se expresan en su renombrada escuela pictó-rica, reconocida en casi toda Sudamérica. Los pinto-res de la Escuela Cuzqueña gozaron del aprecio delos poderosos y los prelados que los contrataban pa-ra enaltecer sus casonas y templos, como fue el ca-so del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo(muerto en 1699), quien embelleció la ciudad du-rante su episcopado y ejerció su mecenazgo sobrelos pintores de este movimiento.

Una ciudad distinta y necesaria de describir fuela Villa Imperial de Potosí, cuya población llegó alos 100 mil habitantes, aunque algunas fuentes cal-culan cerca de 160 mil. La extracción de plata laconvirtió en una localidad de incesante tráfico, en laque trajinaban mulas, burros y llamas cargados deleña o de mineral. Las calles, a diferencia de otraspoblaciones del Perú, seguían direcciones arbitra-rias e irregulares, pues muchos de sus moradorescreían que la riqueza de las minas sería efímera, ypor lo tanto no se preocuparon por diseñar un tra-zo definitivo y ordenado. Los suburbios mostrabancerros de basura tan altos como edificios, que conlos braseros que encendían los vecinos para abrigar-se durante la noche contaminaban el aire. Ese agra-

vio contra el medio ambiente también se agudizabapor las “guairas” u hornillos de las minas que enciertas ocasiones hacían del aire algo irrespirable.Las “canchas” o casas de paja de los indios que tra-bajaban como peones se ubicaban a cuatro cuadrasde la plaza mayor, y eran tantos los aborígenes quea veces tenían que dormir a la intemperie.

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EINATOEl robo de la Santa Eucaristía, óleo sobre lienzo (1711) que recuerda un robo sacrílego en la parroquia

del Sagrario de la catedral de Lima. Cada individuo que circula en la plaza mayor representa un tiposocial de la época, mostrando la diversidad étnica y social en la Ciudad de los Reyes.

La ciudad del Cuzco en un grabado de Antoine du Pinet,1564. Gran parte de los grabados sobre esta ciudad, al menos

los correspondientes a los dos primeros siglos de presenciaespañola, están inspirados en imágenes idealizadas de laciudad, sin mucha correspondencia con su arquitectura y

distribución espacial.

La pobreza y explotación en las que vivían losnaturales contrastaba con la bonanza de los mine-ros, que no escatimaban gastos para carros alegóri-cos y fuegos artificiales cuando había que celebrarfiestas civiles y religiosas o recibir a algún dignata-rio. La ostentación de la que hacían gala los señoresdel “Cerro” en las festividades rompía la monotoníadel trabajo minero y permitía aliviar el sufrimientode los nativos a quienes se les recompensaba con li-cores, produciéndose tristes escenas de indios bo-rrachos que caminaban sin dirección por la ciudadmás rica del mundo (Basadre 1945: 165).

Por encima de las diferencias y en algunos casosrencillas, todas las ciudades se reconocían comoparte del imperio español y competían por la fideli-dad hacia el monarca. Así por ejemplo, el cronistaDiego Fernández de Palencia relata cómo al llegar aLima el pacificador Pedro de la Gasca, investido detodos los poderes para acabar con el levantamientode los conquistadores, salieron a recibirle danzantesque representaban a las ciudades para recitarle lassiguientes coplas:

LimaYo soy la ciudad de Limaque siempre tuve más ley; pues fue causa de dar cimacosa de tanta estimay continuó por el rey.

TrujilloYo también soy la ciudadmuy nombrada de Trujillo,que salí con gran lealtadcon gente a su majestadal camino a recebillo.

PiuraYo soy Piura deseosade servirte con pie llanoque como leona rabiosa,me mostré muy animosapara dar fin al tirano.

QuitoYo, Quito con gran lealtadaunque fuí tan fatigada,seguí con fidelidadla voz de su magestaden viéndome libertada.

Huánuco y ChachapoyasHuánuco y la Chachapoya

te besamos pies y manosque por dar al rey la joyadespoblamos nuestra Troyatrayendo los comarcanos.

HuamangaHuamanga soy, que troquéun trueque que no se hizoen el mundo tal y se fuetrocando la P. por G.fue Dios aquel que lo hizo.

ArequipaYo la villa más hermosade Arequipa, la excelente,lamenté sólo una cosaque en Huarina la rabiosa,pereció toda la gente.

CuzcoIlustrísimo Señor,yo el gran Cosco muy nombradote fuí, leal servidoraunque el tirano traidorme tuvo siempre forzado.

CharcasPreclarísimo varón,luz de nuestra oscuridad,parnaso de perfisióndesta cristiana región,por la divina bondad,en los Charcas florecióCenteno, discretamente,y puesto que no venciófue Dios que lo permitiópor guardarlo al Presidente.

EL GOBIERNO DEL CABILDO

El gobierno de la ciudad lo ejercía el cabildo,que velaba por la limpieza de las calles y plazuelas,camales y mercados, el control de precios y la impo-sición de multas a los infractores, la matanza de pe-rros rabiosos y la organización de las grandes festi-vidades. Esta corporación representaba a los veci-nos, que no siempre eran los residentes o habitan-tes de la urbe, sino más bien encomenderos cuyosrepartimientos se ubicaban en la jurisdicción de laciudad (Lohmann 1993). En otras palabras, todomiembro del cabildo o cabildante debía poseer en-comienda. El cabildo estaba integrado por los regi-

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dores, quienes por votación realizada cada primerode enero, nombraban dos alcaldes: uno de vecinos yotro de ciudadanos. Contrariamente, los regidorespodían servir en el cabildo por un tiempo mayor yen algunos casos de por vida, constituyendo el cuer-po de regidores perpetuos. Esta modalidad de go-bierno urbano respondía a que las ciudades fueronen un principio el lugar de residencia de los con-quistadores victoriosos.

Los alcaldes gobernaban la ciudad, pero además,con la asesoría de letrados, actuaban como juecesde primera instancia, tanto en lo civil como en lopenal. Sin embargo sus fallos eran apelables ante elcorregidor, quien a fin de cuentas representaba lapersona del monarca.

Por su parte los regidores, que en Lima llegarona ser ocho y en otras urbes cuatro o seis, se repar-tían las labores edilicias mediante cargos especiali-zados. El primero de todos, el alférez real o regidordecano, hidalgo de nacimiento, era el que paseabael pendón de la ciudad en su aniversario y duranteel recibimiento del nuevo virrey. El fiel ejecutor, co-mo su nombre lo indica, ocupaba su tiempo hacien-do cumplir las órdenes del cabildo, vigilando el or-nato público, el buen estado de los alimentos y elabastecimiento de los almacenes de grano.

No todos los componentes del cabildo teníanque ser necesariamente regidores. El alguacil mayor,custodio del orden público, hacía las veces de gen-darme o policía y rondaba la ciudad a partir de lasocho de la noche para prender malhechores. El al-calde de la Santa Hermandad cabalgaba en el campoy en los alrededores de las urbes persiguiendo sal-teadores, bandoleros y negros de palenques, evitan-do así peligros para los viajeros. El procurador erauna suerte de embajador designado por los regido-res para recibir al virrey, y en caso necesario viajaba

a España a solicitar alguna merced para su ciudad.Finalmente, el escribano redactaba y llevaba el librode actas, y gracias a este funcionario ha sido posiblereconstruir aspectos novedosos de la historia políti-ca de varias ciudades del virreinato del Perú.

Las sesiones del cabildo eran cerradas, pero encasos de gravedad se declaraba “cabildo abierto” ypodía asistir toda la vecindad para discutir y resol-ver los problemas citadinos. En los “cabildos abier-tos” se manifestaba la soberanía popular.

EL PODER DE LA FIESTA

Las ceremonias oficiales en que se recordaba almonarca y a la familia real por su onomástico omuerte, el arribo de un nuevo vicesoberano o eltriunfo de España sobre sus enemigos eran excelen-tes ocasiones para recalcar la supremacía del ordenvirreinal. Desde una óptica religiosa, las festividadescumplían una función pedagógica y evangelizadoraque consagraba el cuerpo social a Dios, y en las quetodos podían y debían participar. Por su parte, otrascelebraciones y fiestas de carácter mundano sirvie-ron más bien para distraer y dar curso a la alegría delos habitantes del virreinato.

Durante el período que tratamos, las fiestas reli-giosas fueron muy numerosas. Además de los do-mingos, la Iglesia a través de sus concilios limenseshabía establecido para los indios y los españolesfiestas de guardar como el día de Reyes, la SemanaSanta, San Pedro y San Pablo, la Natividad de la Vir-gen, las Pascuas de Navidad, y la fiesta del CorpusChristi, al parecer la de mayor importancia.

Fue el virrey Francisco de Toledo quien dispusoque los fieles de las dos repúblicas e incluso los es-clavos, conmemoraran cada junio el Corpus Chris-ti en todo el reino del Perú. Los moradores del vi-

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EINATO

Escena de laprocesión delCorpus Christi enel Cuzco, en unlienzo del sigloXVIII. La fiestareligiosa delCorpus Christiera una de lasmás importantesdel Perú virreinal.

rreinato eran llamados a formar parte del Cuerpodel Señor y acompañaban al Santísimo Sacramentoen procesión, siendo éste llevado bajo palio por lasautoridades civiles y religiosas. Según anota JuanAntonio Suardo (clérigo curioso que refería día adía los acontecimientos de Lima en la época delconde de Chinchón), en las vísperas del Corpus “seprendían luminarias y muy ricas invenciones defuegos” en la plaza de Armas. En Potosí, dada la ri-queza de sus vecinos, la fiesta del Corpus Christidestacaba por sus fastos. El escritor criollo Bartolo-mé Arzans de Orsúa decía en 1735 que en la ciudaddel “Cerro Rico” la celebración reunía a las quinceparroquias de la villa, cuyos habitantes no escatima-ban gastos para financiar el pomposo desfile de sucofradía y la imponente elegancia de los santos desu devoción. En estas competencias por presentar lamejor ofrenda a la Eucaristía, se llegó a gastar fortu-nas (Acosta Vargas 1979).

En el Cuzco, las celebraciones del Corpus fue-ron igualmente pomposas tal como la iconografíade la época lo demuestra. En la capital de los incasesta fiesta representaba a Cristo como vencedorfrente a los ídolos andinos. El Corpus cuzqueño te-nía como escenario la plaza del Wakaypata en la quedesfilaban las imágenes de los santos de mayor ve-neración, como el apóstol Santiago, San Sebastián ySan Cristóbal, acompañados de carros alegóricos,comparsas, danzarines y caciques descendientes delos incas ostentosamente vestidos con uncus y dia-demas. El Corpus Christi llegó a su máximo esplen-dor en el último tercio del siglo XVII, durante elobispado de don Manuel de Mollinedo y Angulo,prelado que mostró un especial interés por la evan-gelización a través de las manifestaciones artísticas(Bernales 1982).

Las fiestas civiles tuvieron otra finalidad, comoasegurar la lealtad al monarca de parte de los súbdi-tos del virreinato y hacer sentir cercana su presenciaa través de los vicesoberanos. Por cierto, las festi-vidades civiles no excluían aspectos religiosos, yaque por lo general se iniciaban con misas solemnesen las iglesias mayores de las ciudades más impor-tantes. El día del natalicio del rey era festejado deacuerdo con esta costumbre, pues comenzaba por lamañana con una misa en la catedral de Lima, con-tando con la asistencia del virrey, la Real Audiencia,los cabildos civil y eclesiástico y los vecinos más re-nombrados. Luego, en el palacio virreinal se ofrecíaun opíparo almuerzo durante el cual los oradoresque tomaban la palabra elogiaban las virtudes delsoberano, mientras los convidados disfrutaban de

los abundantes manjares. La fecha era siempre oca-sión para que repicaran las campanas de los templosy se dispararan salvas de cañón. Por la noche la ca-sa del virrey se volvía a abrir para ofrecer un “refres-co” a los “notables” de la Ciudad de los Reyes. El re-gocijo por el cumpleaños del rey culminaba con bai-les y diversiones públicas como las justas de caballe-ría, los fuegos artificiales y las corridas de toros.

Las justas de caballería seducían a la aristocraciacitadina trayendo a la memoria contiendas deporti-vas de origen medieval. El juego de cañas fue el tor-neo más difundido y congregaba en las calles y pla-zas públicas a muchísima gente para contemplar có-mo dos improvisados jinetes se arrojaban mutua-mente lanzas de fibra vegetal seca, protegiéndose elcuerpo con adargas. A consecuencia de estas escara-muzas, era frecuente que alguno de los contendoresresultara herido.

Otra manifestación caballeresca estaba represen-tada por los juegos de “alcancías” y de sortija. Losprimeros eran torneos en los que dos competidoresmontados a caballo se lanzaban bolas de barro, re-llenas de cenizas o de flores, que tenían el tamañode una naranja y se destrozaban al estrellarse con-tra los escudos. En el segundo juego no se suscita-ba un enfrentamiento frontal. Cada jinete debía en-sartar la punta de su lanza en una sortija que pen-día de una cuerda haciendo gala de destreza en elmanejo del arma. Tanto para el juego de las “al-cancías” como en las justas de sortija, los partici-pantes eran galardonados con laureles, flores y pi-ñas de plata. A imagen y semejanza de las justasmedievales, los caballeros ofrecían los premios ob-tenidos a alguna dama que se hallaba observandoel divertido espectáculo.

No faltaron tampoco los fuegos artificiales, quedaban colorido y magnificencia a las celebraciones,y mucho menos los castillos que se encendían porel onomástico del rey o en los días de carnaval. Es-tas efímeras estructuras pintaban sobre el oscurofondo de la noche figuras de dragones e hipogrifosque dejaban boquiabierta a la multitud plebeya.

Las corridas de toros se llevaban a cabo en con-memoraciones especiales y también durante la Pas-cua de Reyes, San Juan, Santiago, el día de la Asun-ción de María o cuando algún potentado pretendíaagasajar a sus amistades. Las faenas se realizaban enlas plazas mayores, y hubo que esperar hasta bienentrado el siglo XVIII para que se ofrecieran en pla-zas cerradas. Las corridas eran los lunes y no los do-mingos como en la actualidad, pues la Iglesia no de-seaba que los fieles faltaran a misa por una diver-

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sión mundana. Las faenas eran ocasión para que losindios bebieran en exceso y desafiaran las corna-mentas de los bravíos ejemplares, lanzándose alruedo como espontáneos. En 1630 la situación en-fadó tanto al virrey conde de Chinchón, que llegó aprohibir a los naturales su presencia en la fiesta bra-va so pena de varios azotes.

De todas las fiestas profanas, la que más alegra-ba a los habitantes de las ciudades virreinales era lacelebración del tiempo de carnaval, período en elque se invertía el mundo y se liberaban las tensio-nes contenidas a lo largo del año (Acosta Vargas1979). En los carnavales confluía toda la diversióny la alegría de la vida. El desfile de carros alegóricosinundaba las calles de gente. La aparición de muñe-cos con enormes cabezas o “papahuevos” hacían deesta festividad una ocasión para reír a caquinos. Elcarnaval era la diversión por la diversión, la fiestapor excelencia. Miembros de todas las castas encomparsas y enmascarados o con el rostro maquilla-do se lanzaban mutuamente “alcancías” y aguasperfumadas, pero no faltaron quienes bañaban a suscontrincantes con líquidos malolientes. Frecuente-mente aquellas graciosas contiendas terminaban enbatallas campales que dividían a la ciudad en ban-dos, como lo atestigua amargamente un habitantede Potosí en 1656. El vecino afirmaba que estabaimpedido de caminar por las calles, ya que las “mal-ditas carnestolendas, más son para calladas que pa-ra declaradas por las venganzas que en ellas hacíanunos y otros, además dejugarse toros y otras in-venciones y diversiones,armaban escuadrones debarrios unos contraotros” (López Cantos1992: 134).

Dentro de las urbes,las peleas de gallos en ca-lles y corrales comple-mentaban el cuadro delos pasatiempos. Las con-tiendas gallísticas erancomúnmente anunciadaspor negros propagandis-tas, que portaban jaulascon las aves de pelea ensu interior y por indiosque tocaban chirimías yencendían cohetes parallamar la atención de lostaimados apostadores.

EL YANTAR Y LA COCINA

La ciudad como centro de la vida cotidiana fuetestigo de las artes culinarias de sus moradoresblancos, indios, mestizos y negros y de la paulatinaincorporación de los distintos aportes, que a la lar-ga dieron nacimiento a la actual cocina peruana.

Los españoles en el Perú tuvieron una dieta queincluía todos los alimentos posibles traídos de la pe-nínsula y también integraron algunos productosoriginarios. Pero dicha asimilación no fue inmedia-ta, pues hubo de pasar tiempo para que se eviden-ciara en los potajes y en el paladar. Los soldados dela hueste pizarrista vinieron acompañados de algu-nas cabezas de ganado vacuno, porcino, caprino yovino, el pan cazabe, la harina de trigo, los garban-zos, las habas, el aceite y el vino, además de frutascomo las manzanas, las naranjas y los higos. Peroestos mismos peruleros supieron adaptarse a los ali-mentos aborígenes como el maíz, el charqui o carnede llama y las frutas autóctonas.

En 1548 ya se había multiplicado el ganado quearribó con los primeros conquistadores iniciándosela venta masiva de carne de res en el “rastro” de Li-ma, que más tarde ofreció una gran variedad de pro-ductos. Las urbes virreinales pronto imitaron a lacapital, abriendo este tipo de mercados (Valega1939: 330).

Para el siglo XVII se multiplicaron los cerdos yla manteca pudo sustituir al aceite de oliva aun du-

rante la cuaresma. Sólo enel valle de Chancay, aprincipios de dicha centu-ria, se llegaron a criar másde cinco mil puercos. Lagrasa de este animal sirviópara la preparación deuna variedad de friturasdulces y saladas como losbuñuelos, conocidos enLima con el nombre depicarones.

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Detalle que muestra el palaciode los virreyes y la plazamayor, en 1680. Este lienzo esuno de los pocos testimoniospictóricos sobre la ciudad, talcomo ella lucía en el sigloXVII, años antes deldevastador terremoto del 20 deoctubre de 1687. Tomado deSerrera 1992.

El pescado en sus diversas especies (sardinas,anchovetas y pejerreyes) se consumía mucho en laépoca de cuaresma, acompañado de vinagre, aguar-dientes, mistelas, arrope, pasas e higos secos.

En un principio no hubo suficiente importaciónde trigo, y el pan se tuvo que elaborar con harinasde tubérculos nativos, como papa, yuca, camote yachira. En los primeros lustros del siglo XVII, el tri-go ya era cultivado en los valles de la costa peruanay se vendía en las alhóndigas. Debido a pobres co-sechas (atribuidas al terremoto de 1687), los habi-tantes del virreinato peruano comenzaron a impor-tar el trigo de Chile. Cierto o no, la dificultad deproveerse de materia prima para el pan se hizo de-finitiva tras el sismo de 1746.

En las ciudades del Perú se comía tres veces aldía. Al desayuno le llamaban almuerzo, al almuer-zo, comida y a la comida, cena. El “buen diente” delos peninsulares y criollos suponía platos abundan-tes. Por ejemplo, el clérigo Juan Antonio Suardo re-lata un banquete ofrecido en 1630 al arzobispo Her-nando Arias de Ugarte en el monasterio limeño dela Concepción, que consistió nada menos que de 64diversos platos e innumerables dulces preparadospor las mismas monjas.

Entre los siglos XVII y XVIII se consagró el pu-chero como el plato más contundente de todos. Es-te potaje incluía carne de vaca, tocino, cecina, coles,papada de puerco, salchicha, patitas de chancho, re-lleno, yucas, plátanos, membrillos, camotes, gar-banzos, arroz con achiote molido y sal. Todos estosingredientes se hacían cocer en agua y a fuego len-to, durante un lapso de cuatro a seis horas. Era lacomida más completa (Fuentes [1867] 1925).

Acercándose a la mitad del setecientos, era co-mún que en las mesas de los españoles y criollos sesirviera la sopa teóloga, el puchero, el pato en que-reque, el pavo relleno, las gallinas asadas, la cara-pulcra, las torrijas, el maná y la empanada. Por cier-to, todo regado con los aromáticos vinos de Pisco,Ica y Moquegua (Valega 1939: 329).

A pesar de la existencia de panaderías en Lima(cuyos habitantes tienen hasta la fecha fama de dul-ceros), los conventos de monjas monopolizaron du-rante toda la época virreinal la preparación de con-fites, tanto pastillas como mazapanes y pastas de al-mendras. Cada convento limeño tenía su propia es-pecialidad y su estilo: las pastas en la Encarnación;las nueces en el Prado y el Carmen; las humitas y ta-males (reproducciones de las viandas criollas enpastas de almendra) de Santa Catalina; y los frijolescolados de Jesús María (Olivas 1990). Otros dulces

como el maná, el huevo moye, las mazamorras sua-ves y figuras de almendra en forma de frutas, tam-bién fueron vendidos por las “freilas”. Lo que ocu-rría en los catorce monasterios de Los Reyes se repi-tió con variantes en los cenobios de Trujillo, Cuzco,Arequipa, Huamanga y Cajamarca (Gálvez 1947).

La dieta alimenticia de los indios, sobre todo losde la sierra, incluía tubérculos y cereales, tales co-mo papas, olluco, maíz, mishua, quinua, y tambiéncarne de auquénidos y cuyes. Los aborígenes de lacosta recurrían a los camotes, yucas, llacón, achira,maní, zapallo, arracacha, ají, pallares, pescados yaves (Romero 1939). Pero todos desde Piura hastael Alto Perú coincidían en beber chicha de maíz ydespreciar la leche.

Los indígenas también se adaptaron a la nuevaoferta de ingredientes y combinaron su antigua die-ta con aves de corral y carneros, sin abandonar suafición por el olluquito con charqui, las pachaman-cas (original forma de asar los alimentos bajo tie-rra), el consumo de carne de llama y peces de río.En la costa hubo una mayor tendencia a la combi-nación de comidas, como los famosos picantes, quefueron perfilando una cocina mestiza.

La alimentación de los negros esclavos estabaconstituida por las sobras de las comidas de susamos, por lo general, vísceras, tripas e hígado yotros restos, que permitían con ingenio preparar losfamosos anticuchos. Estos remanentes de carne seensartaban en palitos de caña, o se les freía en supropia grasa, para lograr unos sabrosos chicharro-nes. También se asociaba a los negros con los tama-les y las humitas, que eran pasteles de harina demaíz a los que se añadía trozos de puerco y gallina.En muchos casos los libertos para proveerse de supropio sustento salían a venderlos por las calles deLima y de otras ciudades de la costa donde predomi-nó la esclavitud africana. Estos platos eran la base delo que ellos mismos conocían como el “bitute”. Amediados del siglo XVIII en las haciendas costeñaslos esclavos se alimentaban de frijoles y harina demaíz, que condimentaban a su gusto con un guisollamado “zango” y con charqui, además de beber el“guarapo” o licor de melaza (Dávalos 1932: 192).

Es importante anotar que los afroperuanos eransirvientes y cocineros en las casas de la ciudad deLos Reyes, Trujillo e Ica y de otras urbes cercanas allitoral, y se alimentaban mejor que los esclavos delas haciendas. Las negras citadinas de casonas y mo-nasterios también comían provechosamente cuandoeran estimadas y se las destinaba para vender losdulces elaborados por las religiosas.

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LA ORGANIZACIÓN MILITAR

Sobre este aspecto poco tratado en las “historiasgenerales” del virreinato por lo disperso de la infor-mación, podemos mencionar que la máxima autori-dad militar era siempre el virrey. El vicesoberano erael jefe supremo de las fuerzas armadas y por lo tan-to el encargado de capitanear las operaciones nava-les contra los corsarios y dirigir el desplazamientode sus huestes en la lucha contra los indios o espa-ñoles amotinados. Don Andrés Hurtado de Mendo-za, marqués de Cañete (1556-1560), hombre deproyectos, había propuesto la creación de un ejérci-to del reino, pero dicho plan fracasó debido al te-mor del gobierno metropolitano ante un movimien-to separatista, a la oposición de los letrados que nodeseaban competencia profesional, y a la indiferen-cia de los peruleros que preferían organizar sushuestes por cuenta propia (Vega J.J. 1981: 260).

En su reemplazo fue organizado un ejército pa-laciego de cuatrocientos miembros conocido comola Guardia del Reino, conformada por tres cuerposcon sueldo anual. El primero de ellos era la Compa-ñía de Lanceros, que reunía a cien gentilhombres.El segundo estuvo constituido por la Compañía deArcabuceros que se había creado en tiempos del vi-rrey Antonio de Mendoza (1551-1552), y el tercerofue la Compañía de Alabarderos. Con el paso de losaños los integrantes de dicho destacamento perdie-ron su sueldo, pero a manera de compensación fue-ron gratificados con un asilo de veteranos por el se-gundo marqués de Cañete (1589-1596).

La Guardia del Reino contaba con una sala de ar-mas que había creado don Andrés Hurtado de Men-doza, ubicada en un recinto del palacio virreinal. Lasala, que reunía arcabuces, picas, piezas de artilleríay pólvora, fue paulatinamente enriquecida por lossucesivos virreyes con la adquisición del más nove-doso armamento.

Durante el siglo XVII se constituyeron los cuer-pos de milicia, que se reunían sólo ocasionalmente,sobre todo cuando los corsarios amenazaban condesembarcar. Este ejército improvisado y temporalno contaba con ningún sistema de adiestramiento.

Se componía por vecinos de la ciudad de Lima,quienes de acuerdo con su condición debían cum-plir con el servicio militar y por lo tanto podíanportar armas.

A fines de la decimoséptima centuria en Los Re-yes había 53 compañías de infantería y 13 de caba-llería, y de forma permanente un batallón de 19compañías de infantería y 9 de caballería, ademásde algunos destacamentos que reunían a indios, ne-gros y mulatos (Vega J.J. 1981).

En el siglo XVIII aumentó el interés por la de-fensa del reino del Perú, intentos que se verían con-sagrados en la época del virrey don Manuel de Amat

IVLA DEFENSA: EL BRAZO ARMADO DEL REINO

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Durante la gestión del virrey José Antonio Manso de Velasco(1745-1761), conde de Superunda, se produjo un evidente

mejoramiento de la organización militar.

y Junient (1761-1776). Sin embargo, algunas déca-das antes del arribo de este gobernante podemos ha-llar buenos ejemplos, como la creación del serviciode resguardo de puertos en el tiempo del príncipede Santo Buono (1716-1720).

Con la llegada del virrey José Antonio Manso deVelasco (1745-1761) se dejaron ver notables mejo-ras en la organización castrense. Por aquellos añosya se pudo hacer ostensible la existencia de un ejér-cito regular. El primer lugar de esa gran hueste loocupaba la guardia del vicesoberano y luego el ba-tallón de milicias formado por 1 112 soldados dis-tribuidos en doce compañías. El historiador JuanJosé Vega complementa nuestra información al ex-plicarnos que “la caballería estaba compuesta porocho compañías de blancos, con 443 hombres; tresde indios, con 150; ocho de pardos, con 453 y sietede morenos, con 100 plazas. El comercio tenía seiscompañías, con 299 soldados infantes. La infanteríade indios llegaba a los 900 efectivos, repartidos endieciocho compañías. Los pardos, en número de300, formaban seis compañías de granaderos y, fi-nalmente, existían ocho compañías con 392 more-nos libres, todas de infantería” (Vega J.J. 1981:282).

LAS REBELIONES DE ESPAÑOLES

Durante los siglos XVI, XVII y XVIII se produjouna serie de levantamientos encabezados por miem-bros de la república de españoles (que incluía a loscriollos) contra la autoridad virreinal, y aunque tu-vieron distintas causas, todos coincidían en ser juz-gados como una manifestación de la tiranía contrael orden y el buen gobierno. Las rebeliones de espa-ñoles constituían un medio para analizar las tensio-nes existentes entre la autoridad virreinal y el loca-lismo de algunos señores que sentían violados susderechos y pretensiones. Así por ejemplo, desdemuy temprano, después de que el pacificador Pedrode la Gasca llevara a cabo el reparto de Huaynarimay se voceara la supresión del servicio personal de losindios, varios descontentos acaudillaron motinesque fueron reprimidos y sus cabecillas ajusticiados.

En el Cuzco en 1551 se alzaron los vecinosFrancisco de Miranda, Alonso de Barrionuevo yAlonso Hernández Melgarejo; en Lima en 1552 sedebeló el motín de Pedro Alonso de Hinojosa (malconocido como el de Luis de Vargas por ser éste elacusado); en Charcas, en 1553, la revuelta de Sebas-tián de Castilla –que fue secundada por la de su ase-sino Vasco Godínez– atemorizó a la Real Audiencia

pues los magistrados pensaban que ésta daría pie aotras mayores.

Como se esperaba, en noviembre de 1553 estallóuna gran rebelión liderada por Francisco Hernán-dez Girón, que se extendió por un buen sector delsur del territorio peruano, y que terminó en diciem-bre de 1554 con la decapitación del caudillo, aquien la Audiencia juzgó como “traydor a la Coro-na Real”. La dimensión de las acciones de este re-belde fue tan grande que la imagen de Girón quedópresente por muchos años en la memoria colectivade los habitantes del virreinato (Busto Duthurburu1984).

Después de Hernández Girón, el movimiento in-surgente que más llama la atención es el dirigidopor Lope de Aguirre, quien se autocalificaba como“el traidor”. La rebelión que dirige contra el rey yque estalla durante la segunda navegación del Ama-zonas (1561) pretendía desligar el Perú de España.Por cierto, estos regios sueños separatistas se esfu-maron en Barquisimeto, luego de que el capitánGarcía de Paredes diera muerte a Aguirre.

A fines del siglo XVI, cuando el poder de las au-toridades virreinales estaba totalmente consolidado,se produjo una rebelión de caracter antifiscal. En-tre las instrucciones que recibió el virrey GarcíaHurtado de Mendoza (hijo de don Andrés), mar-qués de Cañete (1589-1596), estaba la de aumentarlas rentas reales e implantar la alcabala, además depedir a los súbditos un “donativo gracioso” paramejorar la arruinada economía española después dela guerra contra Inglaterra y el desastre de la Arma-da invencible. La imposición de este tributo, queentró en vigencia el primero de enero de 1592, creóun clima de malestar en Lima y motivó la apariciónde pasquines insolentes.

El desagrado fue mayor en Quito, cuyo cabildose levantó en torno a su procurador Alonso BellidoMoreno. La Audiencia de Quito, que temía las acti-tudes de los cabildantes, pidió auxilio al vicesobera-no. El marqués de Cañete inmediatamente envióuna hueste de sesenta soldados al mando del gene-ral Pedro de Arana, quien sigilosamente se encasti-lló en Guayaquil. Curiosamente el levantamientono fue aplacado por Arana sino por un hombre deleyes, el licenciado Esteban Marañón, nombrado vi-sitador de la Audiencia de Quito. Marañón, letradoversátil y de sangre fría, aparentando ejercer justiciablanda con los amotinados, permitió a los caudilloshablar sobre sus derechos. Marañón supo persuadiral pueblo de Quito para que aceptara las alcabalas,y una vez logrados sus propósitos, condenó a muer-

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te a los insurrectos con la pena del agarrotamiento.La historia registra este suceso, sofocado en abril de1593, como “el motín de las alcabalas” (VargasUgarte 1966).

La manifestación de rebeldía más desafiante delsiglo XVII fue capitaneada por los hermanos Gaspary José de Salcedo, naturales de Sevilla. De los dos, elprimero era el más astuto y gozaba de la populari-dad que tienen los ricos benefactores. Había servidoen la Armada Real y luego, con gran éxito, se dedi-có a detectar posibles yacimientos mineros en la sie-rra meridional. Perseverando en sus búsquedas,Gaspar de Salcedo descubrió en 1657 las minas deplata de Laicacota, que lo convirtieron en un mag-nate. Los Salcedo fueron a mediados del seiscientoslos hombres más ricos del Perú y posiblemente deAmérica. La buena fama de los sevillanos se exten-dió cuando contribuyeron con dinero en el debela-miento del motín de los mestizos de La Paz en1661.

Además de la amenaza que representaba paraLaicacota la revuelta de los mestizos, existía al inte-rior de este centro minero un conflicto étnico entrevizcaínos y andaluces. Gaspar y José de Salcedoapostaron por los últimos. Es-ta opción los llevó a tomar po-sesión del lugar, lo que trajofunestas consecuencias. Losdesmanes obligaron a las au-toridades virreinales a enviarfuncionarios que frenaran alos sevillanos, pero éstos consu inmensa riqueza neutrali-zaban todo acto fiscalizador.Su poder económico los habíaensoberbecido tanto que secreyeron los dueños de Laica-cota. Es más, los Salcedo le-vantaron una fortaleza y ar-maron 600 hombres para de-fender sus supuestos domi-nios. Ello era un insulto parael rey (Basadre 1945).

El nuevo virrey don PedroFernández de Castro, condede Lemos (1667-1672), quearribó al Perú para ordenar elreino, se propuso terminarcon esta manifestación de de-sobediencia, abriendo un pro-ceso judicial contra amboshermanos. Ya se había inicia-

do el juicio cuando se hizo presente en Lima Gasparde Salcedo con regalos y tesoros para comprar losfavores del vicesoberano. Pero la máxima autoridadordenó inmediatamente que se apresara al sevillano.El conde deseaba conocer a profundidad el proble-ma de Laicacota y decidió apersonarse a esa locali-dad, llevando en su séquito al corrupto minero.

Tras un largo viaje que le obligó a pasar por Is-lay y Arequipa, el conde llegó a Laicacota, en don-de encontró a José de Salcedo ubicado en la fortale-za, pretendiendo ofrecerle batalla. No obstante, lahueste que acompañaba al virrey era superior alejército que José de Salcedo había conformado y poreste motivo los hombres del rebelde se negaron a lu-char. Salcedo no tuvo mayor remedio que rendirse.Acto seguido, Lemos ordenó que se ahorcara a loscabecillas y se desterrara a los revoltosos que le ha-bían seguido. José de Salcedo fue condenado a mo-rir agarrotado y luego decapitado. Su hermano Gas-par corrió mejor suerte gracias a su fortuna, pueslogró a través del soborno a la Corona que ésta leconmutara la pena capital de la horca por la del des-tierro (Busto Duthurburu 1993).

Los sucesos militares de mayor importancia quepodemos registrar entre losespañoles al ingresar en el si-glo XVIII, son los que acau-dilló el magistrado panameñoJosé de Antequera y Castro,quien además de jurista eracaballero de la orden de Al-cántara y un erudito en litera-tura clásica.

En 1721, cuando Anteque-ra ocupaba el cargo de fiscalprotector de los indios ante laAudiencia de Charcas, se leencomendó la tarea de investi-gar y juzgar al gobernador delParaguay, Diego de los ReyesBalmaceda, a quien los comu-neros y el cabildo de dicho lu-gar acusaban de corrupto.Nombrado juez pesquisidor,el letrado llegó a Asunción,

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A Pedro Fernández de Castro, condede Lemos (1667-1672), le tocóenfrentar la rebelión de loshermanos Salcedo en Laicacota, yno dudó en trasladarse hasta ellugar de los hechos para debelarla.

tomó posesión del gobierno de la provincia y apre-só a Reyes Balmaceda para abrirle juicio. No obs-tante, el antiguo gobernador no estaba solo, conta-ba con el apoyo de algunos vecinos y el de los jesui-tas de las misiones. En pleno proceso contra el des-honesto funcionario, el magistrado recibió la noti-cia de que debía reponerlo en el mando. Aquellasmalas nuevas le parecieron tan extrañas que no lasllegó a asumir como verdaderas.

José de Antequera no dejó en libertad a Reyes,pero éste huyó hacia las misiones jesuíticas para pe-dir refugio y utilizar la ayuda de los sacerdotes de laCompañía. Con la población indígena armada, Re-yes pudo librarse de la justicia que el legista pana-meño quería ejercer sobre él. Antequera se mostra-ba implacable y hasta cruel con sus vencidos, y lopeor de todo era que la orden de reposición de Re-yes no se trataba de una falsificación.

El entonces virrey don José de Armendáriz, mar-qués de Castelfuerte (1724-1736), hombre de ca-rácter duro e intransigente que jamás permitiría latiranía de Antequera, dispuso el inmediato movi-miento de las tropas acantonadas en el fuerte deMontevideo. Enterados de la proximidad de estasoldadesca, los hombres del jurista decidieron aban-

donar la lucha. Al doctor Antequera no le quedómayor remedio que huir, pedir el amparo de la Au-diencia de Charcas y posteriormente viajar a Limapara explicar a Castelfuerte y a los oidores la razónde su conducta. Al llegar a la Ciudad de los Reyes,en abril de 1726, fue apresado. El caso del magistra-do tuvo que ser sometido a la decisión del Consejode Indias, cuyos miembros lo hallaron culpable de“lesa majestad”, y por lo tanto reo de muerte.

En Lima, los oidores, la Universidad de San Mar-cos, el cabildo y el pueblo intercedieron por el ma-gistrado ante el virrey. Castelfuerte, decidido a eje-cutar la sentencia del Real Consejo, condenó a Joséde Antequera a la pena capital. Finalmente, el 3 dejulio de 1731 fue decapitado a pesar de los tumul-tos que protagonizaron los limeños contra la intole-rancia del vicesoberano (Busto Duthurburu 1993).

LAS REBELIONES DE INDIOS

Al margen de la victoria del virrey Francisco deToledo sobre Túpac Amaru I en 1572, triunfo queevidenció el predominio político y militar de loshispanos, hubo en los Andes una serie de movi-mientos que reclamaban el retorno del soberano In-ca. Dichas manifestaciones religiosas, conocidas co-mo el Taqui Onqoy, Moro Onqoy y Yanahuara, ate-morizaron a la república de españoles y fueron unaclara muestra de resistencia indígena, manteniendoen alerta a las autoridades virreinales. Estas de-mostraciones de mesianismo andino, que proclama-ban el retorno del inca como elemento cohesiona-dor, fueron perdiendo fuerza paulatinamente has-ta casi extinguirse (Pease 1992). Sin embargo elmestizo Ramírez Carlos en 1620 incitó a los indiosen la tierra de los chunchos a levantarse y reinstau-rar el gobierno de los emperadores quechuas.

A lo largo de toda la época virreinal se produje-ron sucesivos levantamientos acaudillados por loscuracas contra las vejaciones de los funcionarios,especialmente los corregidores. Anular el abuso enel pago del tributo y el trabajo forzoso en las minasfueron las demandas más generalizadas de estosmovimientos antifiscales. En 1623 se rebelaron enel Alto Perú los indios de Larecaja y Omasuyos, loque obligó a la retirada de los corregidores de aque-llas poblaciones. En 1632, por causas similares, es-talló otra rebelión en Tucumán, que tuvo resonan-cias entre los uros o chocumas que habitaban en laregión suroeste del lago Titicaca (Vega J.J. 1981).Más tarde, en tiempos del conde de Castellar(1676), los uros volverían a sublevarse.

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Baltazar dela CuevaEnríquez,conde deCastellar,sucedió en elcargo alvirrey condede Lemos en1674 y dosaños despuésencaró unarebelión delos uros.

El mesianismo incaico reapareció en la segundamitad del siglo XVII. En el Tucumán, en la décadade 1650 a 1660, un español natural de Granada lla-mado Pedro Bohórquez convenció a los indios cal-chaquíes de ser descendiente directo de los incas.Bohórquez, hombre carismático entre los indígenas,conocía perfectamente el odio ancestral que los cal-chaquíes sentían por los españoles y logró aprove-charlo para sus propósitos. Este español aventure-ro e influyente fue el caudillo de los calchaquíeshasta que se le tomó preso. Fue ejecutado en Limaen el turbulento año de 1666.

Ese mismo año se produjo en Quito un fenóme-no interesante que no fue propiamente una rebe-lión, pero preocupó hondamente a las autoridadesespañolas. La Audiencia de Quito nombró corregi-dor de Ibarra a don Alonso de Arenas y FlorenciaInga, descendiente de Atahualpa. Los indígenas dellugar lo recibieron con beneplácito y reconocieroncon orgullo su ancestral nobleza, llegando a rendir-le los homenajes propios de un inca, ya que fue car-gado en andas y reverenciado como un soberano delTahuantinsuyo. Esas manifestaciones andinas derespeto alarmaron a los oidores de Quito, quienesconsideraron a don Alonso un personaje peligrosoque en cualquier momento podría rebelarse contan-do con el apoyo de los naturales. La sospechosa si-tuación de Arenas motivó su traslado al corregi-miento altoperuano de Paria (Pease 1992).

La muerte del conde de Santisteban en 1666, hi-zo que el gobierno del Perú recayera en la Audien-cia por veinte meses. La incompetencia de los oido-res en el poder permitió el afloramiento de hondosproblemas sociales. Como dice Guillermo Loh-mann: “Estaba el virreinato perdido, y la autoridadtan menospreciada, que no había camino seguro[…], bandas de salteadores salían a los caminos arobar impunemente, y ni aun en las casas se hallabaresguardo” (Lohmann 1946).

En ese clima de desgobierno y miedo colectivose descubrió una conspiración indígena contra Li-ma, cuyo principal caudillo fue un nativo que astu-tamente jugaba con la simbología incaica y se hacíallamar Gabriel Manco Cápac; según se rumoreabahabía congregado a más de tres mil naturales arma-dos entre Huachipa y Oropesa para matar a los ha-bitantes de Los Reyes. Aliado con caciques proce-dentes de Cajamarca, Lambayeque, Huancavelica,Cuzco y Moquegua, daría el golpe de gracia el 6 deenero de 1667, pero las desavenencias entre los in-surgentes frustraron el ataque. Los seguidores del lí-der no tardaron en ser capturados y ejecutados con

crueldad. Gabriel Manco Cápac corrió mejor suerte,pues logró huir hacia Huancavelica (Pease 1992).Las pesquisas que se realizaron al final de esta temi-da rebelión, que nunca llegó a estallar, arrojaron re-sultados inesperados: el supuesto armamento con-sistía tan sólo en tres rústicas hondas (Nieto1992b).

El curaca campa Fernando Torote, aliado con lospiros y mochobos, se levantó contra los misionerosfranciscanos, ya que la prédica de estos frailes y supresencia entre los hombres de su pueblo perturba-ban el ejercicio de su poder. El jefe campa sorpren-dió y dio muerte a un grupo de religiosos de SanFrancisco a orillas del río Tambo, en mayo del añode 1724.

En 1730, en la localidad de Oropesa (Cocha-bamba), el presunto fraude del visitador Miguel Ve-

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Diego Benavides y de la Cueva, conde de Santisteban, quienfalleciera en Lima en marzo de 1666, agudizando con su

muerte el clima de desgobierno y miedo colectivo causado porlas continuas rebeliones indígenas.

nero de Valera, a quien se le había encomendado elempadronamiento de tributarios, motivó un levan-tamiento regional. Venero de Valera fue acusado deomitir en su registro a todos los que pagaban un cu-po (Vega J.J. 1981). El odio hacia el burócrata au-mentó cuando corrió la voz de que deseaba empa-dronar a los mestizos. La corrupción del funciona-rio hizo estallar la ira del platero mestizo Alejo Ca-latayud, hombre influyente entre los de su condi-ción racial y entre los indígenas. Calatayud y susamotinados soltaron a los presos y apedrearon lascasas de los vecinos más conocidos por su servilis-mo hacia los peninsulares. Al observar que los des-manes podrían continuar hasta convertirse en unmovimiento irrefrenable, el dirigente decidió, bajociertas condiciones, acordar la paz con el cabildo deCochabamba. El virrey Castelfuerte consideró laaceptación de dicha tregua un acto de debilidad delos cabildantes y ordenó la inmediata captura y eje-cución de Alejo Calatayud, el que fue ajusticiado el31 de enero de 1731 (Busto Duthurburu 1993:199).

Ignacio Torote, hijo del ya mencionado Fernan-do y cacique de Catalipango, continuó con las mis-mas fechorías de su padre. Destruyó en 1737 dosmisiones franciscanas establecidas en su jurisdic-ción cacical, una en Catalipango y la otra en Sono-moro, además de asesinar a varios miembros de laorden seráfica. El Perú era gobernado en ese enton-ces por el marqués de Villagarcía (1736-1745),quien nombró generales de su hueste a los capita-nes Pedro Milla y Benito Troncoso, gobernadores delas fronteras de Tarma y Jauja, respectivamente(Valcárcel 1975: 26). Pero el líder indígena fue másastuto porque a pesar de todas las medidas estraté-gicas como la construcción de un fuerte en Sono-

moro, supo escabullirse en medio de la selva sin de-jar rastro alguno. El levantamiento de Ignacio Toro-te es un antecedente importante de la insurrecciónde Juan Santos Atahualpa.

En 1739 Juan Vélez de Córdoba, miembro de unadistinguida familia moqueguana y descendiente deHuáscar, se levantó en Oruro contando con el apoyode varios curacas y personajes de abolengo imperialcomo Juan Bustamante Carlos Inca. El mensaje se-paratista de Vélez de Córdoba –que pretendía restau-rar el régimen del “Señor de los Cuatro Suyos”– nose dirigía únicamente a los indios, sino también a loscriollos: deseaba retornar al gobierno de los incas,pero con un sistema erigido a imagen y semejanzade las monarquías europeas. El líder argüía que losnaturales estaban “tiranizados por los españoles y vi-viendo poco menos que esclavos”. Al igual que elmovimiento de Gabriel Manco Cápac, la insurrec-ción de Vélez de Córdoba (que debió estallar el 8 dejulio de 1739) fue reprimida por las autoridades an-tes de que se manifestara (Vega J.J. 1981).

La rebelión indígena más importante anterior ala de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru fuela de Juan Santos Atahualpa. Entre 1742 y 1751, es-te caudillo andino, que se hacía llamar “Apu Inca”y era natural del Cuzco (aunque también señalanalgunos historiadores que había nacido en Amazo-nas o en Cajamarca), puso en aprietos a las fuerzasde la Corona. Al momento de la rebelión tenía cer-ca de treinta años y su estatura era “más que media-na, color pálido amestizado, fornido de miembros,el pelo cortado al modo de los indios de Quito, labarba con algún bozo y su vestido con una cushmapintada”, además de llevar un crucifijo sobre el pe-cho (Valcárcel 1975). Se sabe que hablaba fluida-mente el quechua y varios dialectos selváticos, y

que había estudiado con los jesuitas,de quienes aprendió el castellano y ellatín. También gracias a los ignacia-nos pudo viajar muy joven a España,Francia, Inglaterra y Angola.

La insurrección de Juan Santos tu-vo como objetivo la unión de las tri-bus de la selva central para lucharcontra la opresión de los españoles yla imposición por parte de los misio-

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La insurrección de Juan Santos Atahualpa enQuimiri (actual ciudad de La Merced) en1747. Dibujo inspirado en una pintura que seconserva en el convento de Ocopa, en Junín.

neros de rudos trabajos a los indios. El rebelde bus-caba la restauración del imperio de los soberanosdel Cuzco y logró la adhesión de los fieros simirin-ches, piros, campas, shipibos, andes, amages y cori-bas. Es interesante mencionar que hubo rumores deconnivencia entre Juan Santos y los ingleses.

Juan Santos ubicó su cuartel general en el GranPajonal y asignó funciones militares al curaca Ma-teo Assia y a su cuñado el negro Antonio Gatica,dictando una serie de normas para organizar los ata-ques. Sus primeras víctimas fueron los habitantesde las misiones franciscanas. Los insurrectos conti-nuaron con sus desmanes y destruyeron veinticincopueblos. Los frailes de la orden de San Franciscotrataron por todos los medios de dialogar con elcaudillo, pero éste hizo oído omiso.

El virrey marqués de Villagarcía, al enterarse delos asesinatos del insurrecto cacique, envió tropaspara capturarlo. Las operaciones tácticas de la sol-dadesca española fueron dirigidas entre 1742 y1745 por los conocidos Pedro Milla y Benito Tron-coso, quienes gozaron del apoyo de algunos curacasamigos. Ambos debían conducir sus huestes a Qui-sopango, pasando por Quimiri y Sonomoro (Valcár-cel 1975: 28). De los dos capitanes antes menciona-dos sólo Troncoso obtuvo cierto éxito en la luchacontra los indios.

En Quimiri, el ejército del virrey levantó unfuerte y dejó en él sesenta hombres al mando del ca-pitán Fabricio Bertholi. Enterado Juan Santos de laexistencia de un reducto hispánico, trató de persua-dir a Bertholi para que se rindiera, y como el oficialno lo hizo, arengó a su gente para atacarlo. El alza-do destruyó Quimiri el primero de agosto de 1743y dio muerte a todos los leales a la Corona.

Luego del triunfo de Quimiri, Santos Atahualpalogró el apoyo de la indiada de la sierra y la ocupa-ción del valle de Chanchamayo. Ello trajo comoconsecuencia varios intentos españoles por nego-ciar la paz, pero la astucia política del supuesto des-cendiente de Atahualpa fue mayor.

Al asumir el mando el virrey José Antonio Man-so de Velasco (1745-1761) se diseñaron nuevas es-trategias. El vicesoberano ordenó al general JoséLlamas y al antiguo gobernador Benito Troncoso or-ganizar las nuevas operaciones militares. Esta vez sebuscaría el apoyo de los misioneros jesuitas. Noobstante, las entradas para capturar a Juan Santosresultaron un fracaso, pues se emprendieron entiempos de lluvia, en los primeros días de 1746. Lla-mas y Troncoso avanzaron paralelamente: el prime-ro partió por Huancabamba al Cerro de la Sal, y el

segundo dejó Oxapampa y tomó el camino de Qui-miri, fue sorprendido en Nijándaris y derrotado porlos aborígenes (Valcárcel 1982).

En 1750 Llamas dirigió una nueva expediciónpor Monobamba, que fue paralela a otra que pene-tró a la ceja de selva por Tarma. La finalidad de am-bas empresas era la de destruir los contingentes deSantos Atahualpa ubicados en Eneño. Pero, una vezmás, las emboscadas del alzado tuvieron éxito. Lastropas de Llamas sufrieron numerosas bajas. Al añosiguiente Juan Santos tomó Sonomoro y en 1752 sa-queó Andamarca. Ello determinó que el virrey con-de de Superunda diera fin a todo intento de acabarcon esta gran rebelión. El levantamiento, además dedesanimar a los evangelizadores, dejó un inmensoterritorio en manos de los nativos, que hizo peligro-so transitar en esos parajes, y un sentimiento defrustración en los militares y las autoridades políti-cas del reino.

Los últimos años del sublevado constituyen has-ta la fecha un misterio, pues se pierden en leyendasde corte mesiánico. Al parecer murió en Metraro li-brando una batalla contra un cacique adversario,pero los indios de la selva creen que volverá algúndía a reinar y destruir a sus enemigos (Valcárcel1975).

Finalmente debemos hacer referencia a la rebe-lión que conmovió Huarochirí en 1750, acaudilladapor los indios Antonio Cabo, Pedro Santos, Francis-co Inca y Miguel Suríchac. Anteriormente estos re-beldes habían recurrido al apoyo del donado fran-ciscano fray Calixto de San José Túpac Inca, quiendecía descender de Túpac Inca Yupanqui. Él habíallegado a la misma corte del monarca para presen-tarle su Representación rendida y lamentable que todala nación indiana hace a la magestad del rey señor delas Españas y emperador de las Indias don FernandoVI. El memorial de fray Calixto pedía entre otras co-sas que los indígenas pudieran poseer y disponer li-bremente de sus bienes, que se cumplieran las leyesde protección a los naturales, que se liberara el co-mercio andino de las cargas tributarias y que se ad-mitiese a los aborígenes a las órdenes religiosas ycargos eclesiásticos (Pease 1992). Sin embargo, lafinalidad de los conjurados era la de restaurar el im-perio de los incas, matar a los españoles y tomar Li-ma para convertirla en la capital de ese régimen. Seacordó que el 29 de junio se atacara la Ciudad de losReyes, pero varios de los amotinados fueron delata-dos, apresados y ejecutados un mes después. Entrelos condenados a muerte figuraban Miguel Suríchacy Antonio Cabo. Pedro Santos y Francisco Inca lo-

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graron huir. Este último, al observar que los espa-ñoles se retiraban y no continuaban las persecucio-nes, tomó Huarochirí, asesinó con crueldad al co-rregidor y a todos quienes estaban a su servicio, ycortó los puentes que unían Huarochirí con Lima.

Enterado el virrey conde de Superunda de losdesmanes del indio revoltoso, encargó al marquésde Monterrico dirigir las tropas del reino, y captu-rar a Inca y sus secuaces. La decisión del vicesobe-rano se complementó con una eficaz estrategia: in-dultar a los rebeldes exceptuando a los caudillos.Así las cosas, la hueste virreinal pudo coger con fa-cilidad al levantisco líder. Francisco Inca y sus pa-niaguados fueron condenados a muerte, y a manerade escarmiento para los indios, se les cortó las ma-nos “para que al verlas, se acorte la de los atrevi-mientos” (Valcárcel 1975: 32).

Por su parte, Pedro Santos que había podidohuir, fue capturado en Saña y ejecutado inmediata-mente. Así terminó la rebelión de Huarochirí, quelos historiadores relacionan con la de Juan SantosAtahualpa, pues al parecer los cabecillas de este mo-vimiento insurgente deseaban unirse a la gran rebe-lión selvática.

LAS ENTRADAS: UNA FORMA DERECONOCIMIENTO TERRITORIAL

Las armas iban de la mano con elcontrol político del territorio através de las entradas, que con-sistían en empresas militaresde descubrimiento y con-quista, que salían a explo-rar regiones desconoci-das en las cuatro direc-ciones cardinales y entodas las geografíasposibles. Las entradas,que también recibie-ron los nombres de“jornadas”, “cabalga-das” o simplementeexpediciones, constitu-yeron ampliaciones me-nores de la gran conquis-ta del Perú (Sánchez-Con-cha 1991).

Las entradas estaban basa-das sobre una política de ocu-pación del espacio que escalonaday paulatinamente buscaba descubrir,

conquistar, poblar y colonizar un área ignota. Ser-vían como un excelente medio para abrir paso a lasmisiones evangelizadoras y a la fundación de ciuda-des. Los capitanes generales de las huestes explora-doras contribuían en este sentido con el ensancha-miento de la cristiandad, detectando buenos cami-nos para llevar la palabra sagrada a los indígenas.

Desde el punto de vista social, las entradas res-pondían a la necesidad de solucionar el problemadel exceso poblacional y el descontento de muchossoldados que veían frustradas sus aspiraciones debotín. Después de cada campaña de guerra civil, lasentradas se convirtieron en un recurso para gratifi-car a los soldados victoriosos y para desterrar a losvencidos. Los guerreros de ambos bandos tenían laoportunidad de tentar riquezas ocultas en paísesmaravillosos, y contribuir con el reconocimiento deun territorio hasta entonces desconocido. En pala-bras de la época estas empresas militares permitían“desaguar, aflojar, descargar y desencantar la tierra”de elementos que podrían poner en peligro la esta-bilidad política del gobierno hispánico.

Las entradas se iniciaron en el Alto y Bajo Perú,en 1534, y se realizaron de forma casi continua has-ta las primeras décadas del siglo XVII. Dentro delperíodo que nos ocupa, debemos mencionar que elpacificador Pedro de la Gasca promovió jornadas

como la de Macas, comandada por Hernan-do de Benavente (1548), la tercera de

Bracamoros por Diego Palomino(1548), la de Yaquiraca por

Alonso de Mercadillo (1549),y la segunda del Tucumán

por Juan Núñez de Prado(1549). También sabe-mos que se llevaron a ca-bo, bajo el patrocinio deGasca, la entrada deMira por Rodrigo deSalazar, el Corcovado,y la del oscuro caudilloMartín de Mira. Aun-que no se puede señalarcon exactitud la fecha

de aquellas incursiones,sabemos que se llevaron a

cabo en tiempos de este go-bernante (Busto Duthurbu-

ru 1984).

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Lope de Aguirre en un apunte de GermánSuárez Vértiz (Lima, 1942).

Algunos años des-pués, el virrey marquésde Cañete licenció aJuan de Salinas Loyolapara la entrada quepermitiría descubrir elrío Ucayali (1558). Elmismo vicesoberano,para librarse de incó-modos aventureros,promovió la segundanavegación del Amazo-nas capitaneada porPedro de Ursúa, la quesería continuada por eltraidor Lope de Agui-rre (1560-1561).

Con una políticaparecida, el goberna-dor Lope García de Castro dejó emprender a JuanÁlvarez Maldonado una expedición hasta el confínde los Mojos, llanos ubicados al oriente del Alto Pe-rú. Maldonado, fundador de El Bierzo, descubrió elrío Madre de Dios en 1568.

En tiempos del virrey Martín Enríquez de Al-mansa (1581-1583), el capitán Martín Hurtado deArbieto (que había sido capitán general en la guerrade Vilcabamba contra el inca Titu Cusi Yupanqui ysu hermano Túpac Amaru) fue premiado con la en-trada de Manaríes y Pilcozones. Fundó entre estosúltimos el pueblo de Jesús de los Pilcozones.

Entre 1615 y 1616 el capitán Pedro de Leaguientró por los Andes de Chuquiabo para terminarcon la resistencia de los indios de esa zona y fundarlos poblados de San Juan del Oro. En 1620 continuóla conquista Pedro Recio de León, quien exploró laregión del Beni y fundó entre los Lecos el pueblo deSanta María de Guadalupe (Vega J.J. 1981). RuyDíaz de Guzmán, el conocido autor de La Argentina,capitaneó una entrada a los chiriguanos en 1617. Elgobernador interino de Santa Cruz de la Sierra, Je-rónimo de Solís Holguín, dirigió una empresa con-tra los chiriguanos y fundó el pueblo de San Fran-cisco de Alfaro. Por la misma época de las incursio-nes de Recio, el capitán mestizo Ramírez Carlos encompañía del franciscano Gregorio de Bolívar, in-gresó a la tierra de los chunchos (Saignes 1985). Je-rónimo de Cabrera, nieto del fundador de Córdoba,partió del Tucumán para conquistar la mítica tierrade los Césares de la Patagonia, y Juan Porcel de Pa-dilla exploró la región de Tarija. Del lado septen-trional del Perú, Pablo Durango Delgado enrumbó

a las Esmeraldas, y Al-varo Enríquez delCastillo pretendióconquistar el país delos motilones. Todasestas expediciones sellevaron a cabo entiempos del virreyFrancisco de Borja yAragón, príncipe deEsquilache (1615-1621) (Busto Duthur-buru 1993).

Una jornada pococonocida es la del co-rregidor de CajamarcaMartín de la Riva-He-rrera, quien en 1654recorrió las cuencas de

los ríos Marañón, Huallaga, Santiago, Morona, Pas-taza y Tigre. Riva-Herrera fundó los pueblos de San-tander de la Nueva Montaña, Santiago de las Monta-ñas, Concepción de Jivitos, El Rosario, El Triunfo dela Santa Cruz y Lamas (Riva-Agüero 1983).

En la década de 1680, el virrey duque de La Pa-lata dispuso que los capitanes Antonio de Vera yDiego Porcel de Pineda emprendieran la entrada alGran Chaco para pacificar a los indios alzados deaquel territorio. La jornada resultó un fracaso porla táctica de tierra arrasada que emplearon los na-turales.

LA ESCUADRA VIRREINAL

La Escuadra virreinal o Armada del Mar del Surcompuesta de navíos, galeones, galeras y berganti-nes, tuvo su origen en la famosa “Armadilla de To-ledo”, creada en 1579 por el vicesoberano del mis-mo nombre, para perseguir al invasor inglés FrancisDrake. Las principales naves de esta flota sudameri-cana, que en un inicio reunió trescientos hombres,eran la “Capitana” y la “Almiranta”. La primera iza-ba la insignia de mando que le correspondía al capi-tán general de los ejércitos o fuerzas de tierra y mar,atribuciones que recaían sobre el virrey, pero quedelegaba a la persona que juzgara más idónea paralas correrías marítimas. La segunda nao estaba su-bordinada a la “Capitana” y llevaba a bordo al almi-rante titular que oficiaba de asesor técnico en asun-tos de mar y de guerra (Valdizán 1980: 161).

En el siglo XVII la escuadra fue formalizada y sujefatura suprema recayó en el teniente del capitán

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Vista del río Madre de Dios, descubierto en 1568 por Juan ÁlvarezMaldonado.

general, como lugarteniente del virrey. Según la do-cumentación, el primero en ocupar dicho cargo fuedon Rodrigo de Mendoza, sobrino del marqués deMontesclaros. Más tarde, en tiempos del conde deAlba de Aliste (1655-1661), la Armada trabajaría encoordinación con la Academia Náutica, creada parala formación profesional de los pilotos (Lohmann1973: 47). Para fines de esa centuria la Armada per-dió su antiguo poder, pero fue paulatinamente recu-perándolo gracias a la financiación de los comer-ciantes de la Ciudad de los Reyes.

Los virreyes impulsaron y favorecieron el creci-miento de la escuadra, ya que además de dedicarsea combatir las incursiones extranjeras y patrullar lascostas de Chile, también debía recoger azogue en elpuerto de Chincha, y de allí transportarlo a SanMarcos de Arica, donde llenaba sus naves con laplata extraída de las minas de Potosí de paso hacialas arcas fiscales de la Metrópoli. Con las naves car-gadas del metal argentífero regresaba al Callao ypartía hacia el istmo en marzo. Pasaba por Chérre-pe y aportaba en San Francisco de Paita; finalmentearribaba a Panamá donde desembarcaba el preciosocargamento, que más tarde sería conducido a Porto-belo y Cartagena de Indias, y llegaría a España víaLa Habana (Busto Duthurburu 1996).

En la primera mitad del siglo XVIII, la Armadadel Mar del Sur era ya una institución inoperante.Por esa razón el gobierno metropolitano, para de-fender las costas del Pacífico de cualquier amenaza,decidió enviar embarcaciones de la propia Armadaespañola. Según señalan Pablo Pérez-Mallaína y Bi-biano Torres, cuando se promulgó un cuerpo legalen 1753 sobre las milicias y las fuerzas navales delPerú, ya no se hablaba de la Armada del Mar delSur, sino del Reglamento para las dotaciones de la Ar-mada Real que internaren y sirvieren en la Mar del Sur(Pérez-Mallaína y Torres 1987: 242).

LAS FORTIFICACIONES

Un importante medio de defensa contra el pilla-je y el ataque de los corsarios fueron las fortificacio-nes. Francisco de Toledo, el gran reorganizador delvirreinato, vio desde temprano la necesidad de pro-teger los lugares estratégicos de la costa peruana, alos que describía como las “principales llaves de es-te reyno”: Guayaquil, Paita, Santa, Callao, Chule yArica. Este “Solón del Perú” elevó al Consejo de In-dias dichas inquietudes, pero los magistrados juzga-ron con indiferencia que no era necesaria la cons-trucción de edificios militares en esa región del

Nuevo Mundo. Los puertos antes señalados paga-ron caro el desinterés del Consejo, pues se convir-tieron en blanco fácil de los invasores ingleses y ho-landeses. La historia de aquellas urbes registra mu-chísimos casos de saqueos, pagos de rescate e incen-dios de barcos surtos y casas principales. A excep-ción del Callao, estas ciudades portuarias siemprefueron vulnerables y tuvieron que defenderse im-provisando plataformas y recurriendo a los auxiliosmilitares que les eran enviados desde Lima: caño-nes, balas de cañón, pólvora, cuerdas de mecha, ca-rabinas, etc.

Fue también el virrey Toledo quien estableciódurante su mandato una guarnición en la fortalezaincaica de Sacsahuamán (Cuzco). El gobernante ob-servó con sagacidad que se podrían aprovechar losantiguos centros estratégicos de los quechuas paravigilar cualquier intento de rebelión de españoles ode indios (Lohmann 1964).

El lugar que mereció la mayor atención de los vi-rreyes fue el Callao, donde se ubicó desde tempra-no un destacamento militar. Los continuos ataquesde los corsarios ingleses y holandeses obligaron alos gobernantes del Perú a pensar en edificar unafortaleza especial que custodiara la capital del reino.En 1615 el príncipe de Esquilache ordenó levantara manera de rompientes unas barreras, en cuyos ex-tremos se construyeron dos baluartes de cal y pie-dra, uno que miraba hacia la desembocadura del ríoRímac y el otro cerca de los almacenes reales. Paralograr una mejor defensa, el visorrey situó piezas deartillería entre ambos fuertes. El marqués de Gua-dalcázar, sucesor de Esquilache, temiendo el bom-bardeo de Jacques L´Hermite, mejoró la fortifica-ción de la plaza añadiéndole otros recintos defensi-vos. Pero estas construcciones sucumbieron antelos terremotos de 1630 y 1687. De la misma formatodos los proyectos por modificar y fortalecer elpuerto se desvanecieron con el terremoto y mare-moto de 1746. Justamente a raíz de aquel sismo, elvirrey José Antonio Manso de Velasco inició en ene-ro del año siguiente la edificación de una ciudadelaexclusivamente militar, a la que bautizó como el“Real Felipe”, en honor al rey Felipe V de Borbón.Manso de Velasco, quien más tarde sería recompen-sado con el título de conde de Superunda, concluyóla construcción de las murallas de este enorme ba-luarte, y su sucesor, don Manuel de Amat (1761-1776), se encargaría de completar la fortaleza levan-tando las casamatas, los torreones, la contraescarpay los cuarteles, lo que convirtió al Callao en una“Troya marítima” (Vega J.J. 1981: 295).

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En junio de 1684 elvirrey don Melchor deNavarra y Rocafull,duque de la Palata, diola orden para iniciar laconstrucción de lasmurallas de Lima. Elantiguo deseo de lospobladores de Los Re-yes se pudo materiali-zar gracias al interésdel gobernante pordarle a la capital un es-cudo protector, enco-mendándose el trazo definitivo del plano al cosmó-grafo mayor Juan Ramón Coninck, y la delineaciónal ingeniero Luis Venegas Osorio. Para 1687 lasobras ya habían terminado. Una gran muralla deadobe con treinta y cuatro baluartes y cincopuertas rodeaba la urbe. Las duras críticasde los virreyes Monclova y Castelfuerte ydel viajero francés Amadeo Frézier en tornode la capacidad defensiva del cinturón debarro, llevaron al sabio Pedro de PeraltaBarnuevo a proponer la edificación de unaciudadela fortificada, que haría de Los Re-yes un reducto inexpugnable. Pero los pro-yectos de Peralta, inspirados en las obrasdel mariscal Vauban, no hallaron eco, y mu-cho menos reconocimiento.

La ciudad de Trujillo también fue prote-gida por murallas. El pánico sembrado porel corsario Edward Davis –que destruyó lacercana localidad de Saña en 1686– dejósiempre abierta la posibilidad de otro de-sembarco e hizo necesaria la edificación demuros. La construcción, toda de adobe co-mo la de Lima, de trazo oblongo, de seis

puertas y de quince baluartes, estuvo bajo la direc-ción del “fortificador e yngeniero mayor” italianoGiuseppe Formento, y fue concluida en 1688 (Loh-mann 1964).

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Plano del siglo XVII que muestra la amurallada ciudad deLima, proceso iniciado por el duque de la Palata, en 1684.

Una vista de la fortaleza del Real Felipe en el Callao.

Plano de la ciudad de Trujillo que la muestra amurallada, tal como lucíaen el siglo XVIII. Este plano fue ordenado hacer durante la gestión del

obispo Baltasar Jaime Martínez Compañón.

LAS INCURSIONES EXTRANJERAS: INGLESES Y HOLANDESES

El virreinato peruano se vio afectado por una se-rie de incursiones de navegantes extranjeros que noreconocían el principio de exclusividad económicaespañola, y que perturbaron la paz de las ciudadesde estos reinos. Cada vez que corría la voz de un po-sible ataque de ingleses u holandeses, la poblaciónsin ocultar su miedo debía improvisar la defensa delterritorio, conformando cuerpos de milicias con to-dos los hombres aptos para el combate. Por su par-te, la clerecía hacía tocar las campanas de sus tem-plos para invitar a las mujeres, a los niños y a todosaquellos excluidos de la lucha, a rezar por el triun-fo de los católicos frente a los “aborrecibles” angli-canos y luteranos.

El primer ciclo de infiltraciones fue capitaneadopor corsarios procedentes de Inglaterra, navegantesindependientes que contaban con el visto bueno desu Corona para bombardear, desembarcar, saquear y

atesorar las riquezas de España y sus posesiones ul-tramarinas. Tal situación estaba enmarcada en elcontexto de la guerra entre Isabel I Tudor y Felipe IIde Habsburgo, librada en las últimas décadas del si-glo XVI. La “reina virgen” se había propuesto arrui-nar el poder del piadoso monarca ibérico, permi-tiendo a sus súbditos abordar las naves hispánicasencalladas o en alta mar y destruir urbes, y por lotanto sembrar el terror y la ruina.

La fama de las riquezas del Perú atrajo a FrancisDrake, el primer corsario que aparece en las costassudamericanas del Pacífico. Drake, natural de Ta-vistock (Inglaterra), era un audaz marino y comer-ciante negrero que le había jurado odio eterno a Es-paña después de que este país le confiscara un car-gamento que iba dirigido a las posesiones españolasde América. En 1567 al lado de William Hawkinsincursionó en las costas de México, lo que le pro-porcionó la experiencia suficiente para intervenirmás adelante en otras regiones del Nuevo Mundo.En 1572 atacó Panamá, y al año siguiente hizo lomismo en Cartagena de Indias.

Luego de participar en la campaña contra Irlan-da, Drake decidió volver a sus tropelías. Al mandode los buques llamados “Pelican” (al que más tarderebautizó con el nombre de “Golden Hind”),“Swan”, “Christopher”, “Elizabeth” y “Marygold”,zarpó de Plymouth en diciembre de 1577. Las em-barcaciones muy bien artilladas recorrieron el li-toral brasileño, penetraron el río de la Plata y atra-vesaron el estrecho de Magallanes. Posteriormenteasaltó Coquimbo, Valparaíso y Arica para avanzarluego sobre el puerto del Callao.

El inglés se presentó frente al Callao la noche del13 de febrero de 1579, atemorizando a los habitan-tes de Lima. El entonces virrey don Francisco de To-ledo ordenó la inmediata defensa del puerto. Pero lahistoria dice que dos criollas, doña Mencía y Maríade Cepeda, hijas del benemérito conquistador Her-nán González de la Torre, plantearon una tácticaexitosa: encender candiles en las ventanas de las ca-sas del Callao. Drake, imaginando que las luces quese divisaban a lo lejos eran mechas de cañón, creyóque la urbe estaba bien dotada de piezas de artille-ría, y temeroso decidió partir cuanto antes (BustoDuthurburu 1993).

Una vez que el invasor huyó en retirada, el vice-soberano dispuso que los navíos surtos entonces enel Callao, “Nuestra Señora de la Esperanza” y el“San Francisco”, persiguieran al inglés. El capitángeneral de esa improvisada armadilla sería el polifa-cético Pedro Sarmiento de Gamboa. Los marinos

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Retrato de Francis Drake, marino y corsario inglés, uno delos principales adversarios de la España imperial del siglo

XVI. Tomado de Quinn 1996.

del virreinato lograron alcanzar a los buques deDrake frente al cabo de San Francisco. Allí, el“Nuestra Señora” fue bombardeado por el “GoldenHind” y posteriormente abordado por los corsarios.Francis Drake se apoderó de las barras de oro y pla-ta que llenaban las bodegas del “Nuestra Señora” yque alcanzaban un valor de trescientos mil pesos,cantidad que le sirvió de sobra para cubrir los gas-tos de sus operaciones y para alimentar las arcas desu reina.

Al mes siguiente, el aventurero inglés estababordeando las costas de México para saquear Hua-tulco y aterrorizar a los moradores de Acapulco; ac-to seguido pasó a California para reparar sus embar-caciones. Desde este último punto decidió empren-der el mismo viaje de Magallanes. Finalmente, el 13de diciembre de 1580 arribó cargado de honores alestuario de Plymouth. Su osadía marinera al dar lavuelta al mundo y los tesoros adquiridos a travésdel pillaje fueron méritos suficientes para que lamisma reina Isabel I le invistiera caballero en supropio barco.

Mientras tanto el virrey Toledo, anticipandootras posibles incursiones, encargó al antiguo capi-tán de la armadilla Pedro Sarmiento de Gamboa, laexploración del estrecho de Magallanes con fines decolonización. En 1584 Sarmiento, nombrado capi-tán general del estrecho, agrupó cuatrocientos colo-nos en dos poblados, pero las inclemencias del cli-ma y el hambre diezmaron a los habitantes de dicharegión austral.

En julio de 1586 el corsario Thomas Cavendishzarpó de Inglaterra con dirección a Sudamérica almando de 123 hombres en tres barcos. Bordeó elBrasil y la Patagonia, y más tarde cruzó el estrechomagallánico, donde tan sólo encontró 22 sobrevi-vientes de la fracasada colonización de Sarmiento.Al llegar a Arica bombardeó la urbe y apresó dosfragatas. Luego avanzó sobre Pisco, alejándose delas costas para no ser divisado desde el Callao. EnChérrepe logró apresar dos pequeños navíos y pro-siguió hacia Paita. El 30 de mayo de 1587 desquitótoda su furia. Al negarse la población paiteña a pa-gar un oneroso rescate, ordenó bombardear, saqueare incendiar la localidad piurana. El siguiente objeti-vo del corsario fue la toma de Guayaquil, pero en laisla de la Puná fue sorprendido por ochenta hom-bres procedentes de tierra firme (González-Aller1994).

El virrey del Perú, don Fernando de Torres y Por-tugal (1585-1589), despachó la escuadra para captu-rar a los “ladrones del mar”, pero la jornada resultó

un fracaso, pues Cavendish había huido hacia Gua-temala y México, con el mismo propósito de Drake:retornar a Inglaterra dando la vuelta al mundo.

La última incursión inglesa del siglo XVI se pro-dujo en tiempos del virrey don García Hurtado deMendoza (1589-1596). Hawkins, tratante de escla-vos como su pariente Francis Drake, partió de Ply-mouth en 1593 en su buque “Daintie”. A principiosde 1594 ya había cruzado el estrecho de Magallanespara enrumbar hacia Valparaíso, donde cobró uncuantioso rescate y capturó cinco barcos. En Limala multitud estaba atemorizada ante la proximidaddel “Achines”, deformación castellana del nombredel corsario isabelino. El miedo popular contrasta-ba con la serenidad del vicesoberano, quiennombró capitán general de la armadilla a don Bel-trán de Castro y de la Cueva. Richard Hawkins en-contró las naves del invasor frente a Chincha, “peroel inglés viró al poniente y eludió el enfrentamientonaval. Beltrán de Castro lo persiguió hasta Ataca-mes, donde le dio combate y rindió entre el 30 dejunio y el 1 de julio, pues la acción duró dos días.El virrey tomó, en Lima, bajo su protección al cau-tivo, que se había rendido bajo la condición de quese le respetara la vida y enviara a Inglaterra, lo quese cumplió después, salvándolo así de la jurisdic-ción del Santo Oficio que reconocía a Hawkins he-reje y anglicano” (Busto Duthurburu 1993: 147).

Las condiciones del corsario se cumplieron, yaque luego pasó a Sevilla y posteriormente a su pa-tria. Sabemos que después de sus desventuradas tra-vesías por la Mar del Sur, Hawkins fue elegidomiembro del Parlamento inglés y su amor por lascorrerías marinas le llevó a combatir contra los pi-ratas berberiscos en el Mediterráneo hacia 1621. Fi-nalmente, legó a la posteridad un relato escrito so-bre sus aventuras por el Pacífico.

En 1603, con el advenimiento de la nueva casareinante de los Estuardo, las relaciones entre Espa-ña e Inglaterra mejoraron notablemente. En 1604 sefirmó un tratado de paz que legalizó el comercio en-tre las dos naciones. Pero esa tranquilidad fue que-brada por la presencia de los corsarios holandeses,llamados “los pordioseros del mar”, quienes apoya-dos por la burguesía de Amsterdam, se lanzaron almar con dirección a las posesiones hispánicas deAmérica. Incursionaron en Puerto Rico, Portobelo yLa Habana. A principios del siglo XVII se pudo di-visar naves holandesas desde la costa de Chile, co-mo la flota de Oliver van Noort en 1600, la que te-miendo ser derrotada por la escuadra virreinal, pre-firió apartarse y dirigirse a las Filipinas.

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Si la presencia de Noort no produjo tanta incer-tidumbre en el Perú, la de Jorge Spilbergen en 1615sembró el pánico. Desde Madrid se informó caute-losamente al virrey marqués de Montesclaros(1606-1615) del ingreso al Pacífico de este invasoral servicio de la Compañía Holandesa de las Indias.El vicesoberano tuvo tiempo de preparar con antici-pación la defensa del reino, nombrando capitán ge-neral de la armadilla a su sobrino don Rodrigo deMendoza. El 17 de julio al mando de siete embarca-ciones pequeñas, Mendoza encontró al invasor fren-te a Cerro Azul (Cañete). Después de ocho horas decombate Spilbergen hizo huir en retirada a la escua-dra virreinal y avanzó hacia el Callao, en cuya radale aguardaban los defensores del Perú. Los aterradosmoradores de Lima organizaron vigilias para orarpor el triunfo de los católicos y por el pronto aleja-miento de los luteranos, pues se temía al desembar-co de los holandeses. Spilbergen no puso pie en tie-rra, aunque disparó algunas balas de cañón. Des-pués de su poco exitosa expedición prosiguió a Pai-ta. Sabemos que no llegó a incendiar este puertonorteño y que luego enrumbó a las Filipinas (Rodrí-guez Crespo 1964).

La siguiente expedición holandesa fue dirigidapor Jacques L’Hermite Clerk, hombre de confianzade Mauricio de Nassau, príncipe de Orange. Estegobernante, que deseaba disputarle a España susdominios americanos, envió a L’Hermite para hacerel reconocimiento de los territorios virreinales, apo-derarse de cuantas riquezas pudiera y convertir alPerú en una colonia flamenca. L’Hermite zarpó deAmsterdam a fines de 1623, capitaneando once na-

víos con 294 cañones y 1 600 hombres. En febrerode 1624 ya había ingresado al Pacífico. Hizo un al-to en la isla de Juan Fernández para reponerse, yprosiguió hacia el Callao. L’Hermite Clerk no hallólos tesoros que esperaba, pues el virrey marqués deGuadalcázar (1622-1625) acababa de despachar aPanamá los metales preciosos rumbo a la Metrópo-li. Después de este decepcionante suceso, el enemi-go aportó en la isla San Lorenzo, donde L’Hermitemurió víctima de disentería. Desde esa pequeña ín-sula su sucesor, Hughes Schapenham, ordenó quese atacaran Guayaquil y Pisco. La embestida resultódesastrosa para los extranjeros, pues los vecinos deaquellas urbes resistieron heroicamente. Tras el fra-caso y la imposibilidad de tomar el Callao, los hom-bres de Mauricio de Nassau regresaron a Holandaen agosto de 1625 (Lohmann 1973).

En tiempos del marqués de Mancera (1639-1648) se presentaron nuevamente naves holande-sas, esta vez capitaneadas por Hendrik Brower. Laintención de los invasores era ocupar el puerto deValdivia, para fundar allí una colonia. Ello sucedióen 1643. Conocedor el virrey del propósito de losintrusos, invistió a su hijo como capitán de la escua-dra peruana, la que debía buscar al enemigo, pero lapesquisa no tuvo éxito. Temiendo otras incursiones,el vicesoberano ordenó la fortificación de Valdivia,Valparaíso y el Callao.

En diciembre de 1670 se intentó tomar nueva-mente Valdivia. Los responsables de tal propósitofueron Charles Henry Clerk, Oliver Belin, John For-tisque, Thomas Louis y el mulato Tomás de la Igle-sia, quienes terminaron siendo conducidos a Lima yprocesados por la Real Audiencia. Tras encontrar

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Grabado que muestra la presencia de la flota holandesacapitaneada por Jacques L’Hermite en la costa peruana,

en 1624.

La flota de Jacques L’Hermite en el Callao, donde fondeó en surada el 8 de mayo de 1624. L’Hermite fallecería durante el

bloqueo y sería enterrado en la isla de San Lorenzo.

culpable al primero de los nombrados se le conde-nó a muerte con la pena del garrote, la que se ejecu-tó en la plaza mayor en 1682. Clerk, natural deSaint Maló, era un fiel servidor de la Corona ingle-sa y su presencia en los mares australes tenía pormisión observar lugares propicios para posibles de-sembarcos (Lohmann 1973).

Siendo virrey del Perú el obispo de Lima Mel-chor de Liñán y Cisneros (1678-1681), hicieron suaparición en la Mar del Sur los bucaneros inglesesBartolomé Sharp, John Guarlem y Edward Wolmen,quienes cruzaron a pie el istmo de Panamá y se apo-deraron de dos navíos ubicados en las afueras delpuerto de Perico, para emprender una travesía de-predadora hacia el meridión. Una efectiva embosca-da de los lugareños de Tumaco, acaudillada por donJuan de Godoy y Prado, terminó con la vida de va-rios invasores y la de Wolmen. Por su parte Sharp yGuarlem avanzaron hacia el litoral chileno con laintención de saquear Coquimbo y La Serena. Tras ladestrucción y el asalto de estas ciudades, los filibus-teros se cobijaron en la isla de Juan Fernández. In-mediatamente después, el 9 de febrero de 1681, de-cidieron atacar Arica, pero la resistencia ofrecidapor el maestre de campo Gaspar de Oviedo fue ma-yor. En el combate murió Guarlem y diecinueve in-gleses fueron capturados y enviados a Lima en don-de se les condenó a la horca. Para no seguir la mis-ma suerte, Sharp huyó en retirada, pasando por elestrecho de Le Maire.

Entre 1684 y 1687 se produjo la incursión deEdward Davis, natural de Flandes. Como casi todoslos ladrones del mar, Davis ingresó por el estrechode Magallanes y se escondió en Juan Fernández,donde se unieron los ingleses Swann, Harris e Ea-ton, y los franceses Hout, Grogniet y Raveneau deLussan. El entonces virrey, duque de la Palata(1681-1689) nombró a su cuñado, don Tomás Pala-vicino, capitán general de la Armada. El improvisa-do defensor halló las naves extranjeras frente a lasislas de las Perlas donde les ofreció combate, y losenemigos temiendo ser derrotados huyeron en to-das direcciones. El patrullaje del hermano políticodel virrey se frustró, pues en Paita su nave se incen-dió y no pudo continuar. Davis y su gente sacaronpartido de la situación y saquearon Sechura, Ché-rrepe, Saña, Casma, Santa, Huaura, Pisco y La Sere-na. A estas tristes derrotas se sumó otro suceso de-salentador: el francés Jorge de Hout, uno de los so-cios de Davis, tomó la ciudad de Guayaquil en ma-yo de 1687. Para terminar con el pillaje, los comer-ciantes de Los Reyes armaron dos navíos de guerra

con la aprobación del vicesoberano: el “San Nico-lás” y el “San José”, cuyo mando recayó en los mer-caderes vizcaínos Dionisio de Artunduaga y Nicolásde Igarza. Los flamantes capitanes se encontraronen junio de 1687 con los filibusteros muy cerca dela Punta de Santa Elena, donde lograron derrotarlosy hacerlos huir (Lohmann 1973).

En 1708 el inglés Roggiers Wodes y su pilotoGuillermo Dampierre zarparon del puerto de Bristolen dos naos bien artilladas. Las fechorías de Wodesen el Pacífico fueron numerosas, pues saqueó Gua-yaquil, atemorizó a los habitantes de las urbes de lacosta mexicana y a la altura de California capturó elgaleón de Manila. El virrey marqués de Castell dosRius (1707-1710) ordenó a la Armada que diera elencuentro a los ingleses y los capturara, pero lasmedidas fueron tomadas demasiado tarde, pues losdepredadores ya habían emprendido el camino deregreso a Inglaterra (Busto Duthurburu 1993).

Durante el gobierno de fray Diego Morcillo Ru-bio de Auñón (1720-1724) la paz del virreinato fuenuevamente perturbada. La flota del corsario inglésJohn Clipperton y de su segundo George Shelvockesaqueó e incendió Paita, por negarse los vecinos apagar el rescate. Al igual que en tiempos de Castelldos Rius, todas las medidas represivas fueron in-fructuosas.

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La ciudad de Paita fue saqueada e incendiada por el corsarioinglés Clipperton en tiempos del gobierno de fray Diego

Morcillo Rubio de Auñón (1720-1724).

En medio de la guerra entre España e Inglaterra,iniciada en 1739, se produjo la incursión más im-portante del siglo XVIII, dirigida por George An-son. El almirantazgo británico había enviado dosescuadras a América, con el fin de obstruir las acti-vidades comerciales entre la península ibérica y susprovincias del ultramar, cerrando el istmo de Pana-má. La primera, al mando del almirante EdwardVernon, enrumbó hacia las aguas del Caribe y llegóa tomar Portobelo hasta que fue vencida en Carta-gena de Indias, en 1740. Mejor suerte tuvo la es-cuadra comandada por Anson, natural de Staffords-hire y antiguo servidor de su Corona en las colo-nias de Norteamérica. Este audaz marino, que de-tentaba el alto rango de vicealmirante, juzgóoportuno avanzar sobre aguas peruanas. Despuésde sufrir la pérdida de alguna de sus naves en el ca-bo de Hornos, pasó al Pacífico. A pesar de las bajas,la flota de Anson seguía siendo una poderosa ame-naza. Ello quedó demostrado cuando el corsariocapturó el buque “Monte Carmelo” que navegabarumbo a Valparaíso. Al enterarse el virrey marquésde Villagarcía (1736-1745) de la proximidad del in-vasor, improvisó un ejército con 12 mil hombres yplanificó con la asesoría del cosmógrafo Pedro de

Peralta Barnuevo la defensa de las costas del Perú.Todos los esfuerzos del marqués resultaron inúti-les. En noviembre de 1741 Anson saqueó e incen-dió Paita y cinco barcos comerciales surtos en elaquel puerto. El inglés prosiguió su travesía haciael norte, pues deseaba reunirse con Vernon paracoordinar la clausura del istmo de Panamá, pero alrecibir noticias de la derrota de su compañero dearmas en Cartagena, continuó su marcha hasta Mé-xico. Tras arribar a Chequetán decidió regresar aInglaterra tomando el camino de la China. Los in-tentos de Villagarcía por frenar los desmanes delenemigo siguieron siendo inútiles. El vicesoberanonombró a los expedicionarios científicos Jorge Juany Antonio de Ulloa, capitanes de dos fragatas arti-lladas, para que inspeccionaran el litoral chileno yla isla de Juan Fernández. Demasiado tarde, el bri-tánico era inalcanzable. La Metrópoli, al observarla impotencia de las fuerzas navales del virreinato,hizo zarpar una armada en octubre de 1740 desdeel puerto de El Ferrol, comandada por José AlonsoPizarro, la cual tampoco pudo hallar al inglés. Porsu parte, George Anson fue recompensado por surey con el título de lord y más tarde ascendido a al-mirante (Lohmann 1973).

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EL SISTEMA EDUCATIVO: LOS COLEGIOS Y UNIVERSIDADES

Comprender la historia de la educación duranteel virreinato no es una tarea fácil. El sistema educa-tivo distaba mucho de la división contemporáneaentre estudios primarios, secundarios y superiores.Los estudios completos abarcaban tres fases, deno-minadas primeras letras, estudios menores y mayo-res, y no existían límites claros para el paso de unnivel a otro, todo dependía de los recursos, la inte-ligencia y el esfuerzo de los alumnos (Monsalve1994: 291).

Los estudiantes españoles, criollos y en algunoscasos mestizos, iniciaban su formación con las pri-

meras letras, etapa en la que aprendían a leer y es-cribir el castellano, además de los rudimentos de lasmatemáticas, el catecismo y las principales oracio-nes como el Padre Nuestro, el Ave María y la Salve.Más tarde, generalmente entre los siete y ocho años,comenzaban los estudios menores, en los que seaprendía retórica, música, humanidades y gramáti-ca latina. Esta última materia era fundamental parala lectura de los textos clásicos y para continuar conlos cursos universitarios. En los colegios de estu-dios menores se practicaba el principio de “la letracon sangre entra”. El profesor, conocido como el“dómine”, tomaba exámenes todos los sábados y losalumnos desaprobados eran azotados con la temida“palmeta”. Varios centros de enseñanza de primeras

VLA CULTURA EN EL VIRREINATO DEL PERÚ

letras funcionaban en conventos y casas de religio-sos de las ciudades españolas, y algunas órdenes,como la de los padres betlemnitas, eran especialis-tas en la educación de los niños.

La enseñanza femenina era impartida en con-ventos de monjas como los de La Encarnación y LaConcepción en Lima, y el Recogimiento de SantaClara en el Cuzco. La formación de mujeres se limi-taba al aprendizaje de las labores domésticas, coci-na, tejido, bordado y costura, incluyéndose músicay oraciones, pero en lo referido a las letras, la edu-cación de las niñas dejaba mucho que desear.

Los hijos de los indios nobles y caciques recibíanuna educación apartada –hoy diríamos segregacio-nista–, que en la práctica funcionaba como un siste-ma a medio camino entre las primeras letras y losestudios menores. En los colegios de indígenas seimpartía los conocimientos básicos como lectura yescritura, cálculo, canto, doctrina cristiana y algo dederecho natural. Se enseñaba lo necesario y útil pa-ra formar un futuro curaca, pero sobre todo se pro-curaba instruirlos en la fe, para que ellos mismos seencargaran de combatir la idolatría en sus pueblos ydivulgar “la policia y buen gobierno”. Los estudian-tes andinos vivían en comunidad en los colegios re-gentados por los jesuitas. Existieron dos centros deinstrucción para naturales nobles: el Colegio delPríncipe en Lima, fundado en tiempos del virrey Es-quilache (1615-1621) en honor del entonces prín-cipe don Felipe (más tarde Felipe IV), y el Colegiode San Francisco de Borja del Cuzco, también crea-do a principios del siglo XVII, y donde cursó estu-dios José Gabriel Condorcanqui (“Túpac AmaruII”) (Busto Duthurburu 1981).

La educación superior se brindaba en los cole-gios mayores, luego de terminarse la educación bá-sica. Se impartían en primer lugar cursos de filoso-fía o artes, a lo largo de tres años aproximadamen-te, y se continuaba con las especialidades de leyesy/o cánones o medicina. Los colegios mayores cons-tituían una suerte de “estudios generales”, que fre-cuentemente estaban facultados para otorgar el gra-do de bachiller y el título de licenciado. Funciona-ban en las casas de las órdenes religiosas y eran re-sidencias estudiantiles; por ello muchas veces se lesidentifica con los seminarios (Monsalve 1994). Deacuerdo con estos criterios, los frailes del conventodominico de Lima, gracias a una real cédula de 12de mayo de 1551, administraron en sus propiosclaustros el dictado de clases de filosofía a partir de1553. Posteriormente este centro fue reconocido yconfirmado como universidad en 1571 por el Papa

Pío V, y más tarde, en tiempos del virrey Franciscode Toledo recibió el nombre de San Marcos. Los co-legios mayores fueron, en varios casos, el origen delas universidades.

Los colegios mayores más reputados estuvieronen la Ciudad de los Reyes y en el Cuzco. En la pri-mera destacaron el de San Felipe (1575) dirigidopor el clero secular; y el de San Martín (1582) re-gentado por los jesuitas. Esta misma congregaciónformaba a sus novicios en el Colegio Máximo deSan Pablo. Existía también el Seminario de SantoToribio fundado en 1583 por Santo Toribio de Mo-grovejo para la formación de presbíteros; el de SanIldefonso (1608), de agustinos; el de San Buenaven-tura (1611), de franciscanos; el de San Pedro Nolas-co (1626), de mercedarios; y el de Santo Tomás(1645), de dominicos. En el Cuzco los más impor-tantes fueron el Colegio-Seminario de San AntonioAbad del Cuzco, instituido en 1598 para religiososseculares, y el de San Bernardo (1619) para noviciosde la Compañía de Jesús (Busto Duthurburu 1983).

Los estudios universitarios no estaban única-mente destinados a formar abogados, médicos y teó-logos, sino también perseguían el cultivo de las hu-manidades a la luz de la verdad. Casi todas las ma-terias eran dictadas en latín, por ser ésta una lenguauniversal, ya que en ella los graduados de las univer-sidades del virreinato podrían especializarse y ense-ñar en otros centros superiores donde no se cono-ciera el castellano. Tras varios años de asistencia a

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Detalle de labiblioteca delconvento deSantoDomingo, enLima

los claustros, los alumnos obtenían los grados de ba-chiller, maestro y doctor, además de la licenciatura.

Todo aquel que deseaba incorporarse a la docen-cia universitaria debía someterse al sistema de las“oposiciones”, esto es, reñidos concursos en los quese evaluaba el nivel de los conocimientos de los fu-turos profesores. Ser titular de una cátedra propor-cionaba además del prestigio intelectual, el recono-cimiento social, por lo que hubo frecuentes conflic-tos en torno a su obtención, que tenían repercusio-nes más allá de las aulas. Los religiosos y laicos quecompetían por su nombramiento de catedráticosmotivaban divisiones y partidos, y algunas vecesocasionaban tumultos y líos callejeros.

La principal casa de estudios del virreinato fue laUniversidad Mayor de San Marcos que gozaba delos “privilegios, franquezas y libertades” reconoci-dos a la Universidad de Salamanca. A ella llegabanestudiantes de todas partes del reino del Perú e in-cluso de la misma España. En San Marcos se forma-ron doctores criollos que dieron brillo a la culturaperuana, como Juan Pérez de Menacho, teólogo dela Compañía de Jesús; Diego de León Pinelo, pro-tector general de naturales; Pedro de Peralta Bar-nuevo, cosmógrafo mayor del reino; Pedro Bravo deLagunas, jurista y escritor; José Baquíjano y Carri-llo, precursor de la independencia; Hipólito Una-nue, médico y prócer; y otros notables intelectualesnacidos en el Perú.

Durante el siglo XVII se fundaron universidadesen el Cuzco, Quito, Chuquisaca y Huamanga. En1623, la Compañía de Jesús fundó la Universidadde San Ignacio de Loyola y posteriormente, en1692, el clero diocesano obtuvo el permiso paracrear, sobre la base del Colegio Mayor de San Anto-nio Abad, la universidad del mismo nombre. Tal du-plicidad produjo un grave litigio entre jesuitas ypresbíteros por diferencias de escuela y por el pre-dominio académico (Villanueva 1987).

En 1677 el entonces obispo de Huamanga Cris-tóbal de Castilla y Zamora creó en su diócesis laUniversidad de San Cristóbal. El prelado aducía quemuchos religiosos, por la distancia y por problemaseconómicos, estaban impedidos de ir a estudiar a lasuniversidades de Lima o del Cuzco. San Cristóbalcomenzó a funcionar a partir de 1682 con cuatro cá-tedras (Nieto 1993).

LA FILOSOFÍA Y LA TEOLOGÍA

Durante el período que nos ocupa, predomina-ron en el Perú las doctrinas de la escolástica, de cla-

ra raíz medieval, cuya segunda versión comprendiólos siglos XVI y XVII, y se prolongó hasta mediadosdel XVIII. El desarrollo de estas corrientes se iniciadesde la creación de San Marcos. No obstante, la di-versidad de universidades menores y colegios fun-dados por las distintas órdenes religiosas determinóel cultivo y la enseñanza de la filosofía desde ángu-los particulares. Así por ejemplo, las obras de SanAgustín fueron divulgadas por los agustinos, las deSan Gregorio y Duns Scoto por los franciscanos ylas de Santo Tomás de Aquino, que fueron las másestudiadas, por los dominicos y el clero secular (Sa-lazar Bondy 1967: 18). En otras palabras, en la filo-sofía virreinal se ven representadas las principalescorrientes de la filosofía medieval (Beuchot 1991).

Los más destacados filósofos del virreinato sur-gieron en el siglo XVII. Como una excelente mues-tra de esta disciplina, el fraile franciscano Jerónimode Valera, natural de Chachapoyas, se abocó a la di-vulgación del pensamiento de Duns Scoto, y escri-bió unos Comentarii ac quaestiones in universamAristotelis ac subtilissimi doctoris Ihoanis Duns Scotologicam (Lima 1601). Por su parte, la Compañía deJesús tuvo en los hermanos Alonso y Leonardo dePeñafiel, naturales de Lima, a sus mejores exponen-tes. Ambos escribieron tratados basándose en la ex-periencia docente. El primero, regente de la cátedrade Prima de teología en la Universidad de San Mar-cos, reunió sus lecciones en Cursus philosophicus(Lyon 1653), obra vasta y globalizadora donde pre-tende compendiar las ideas filosóficas universales.El segundo fue profesor de los colegios jesuitas delCuzco y Lima. A diferencia de su hermano Alonso,Leonardo dedicó más tiempo a la teología que a lafilosofía; sin embargo, redactó unos comentarios so-bre la filosofía de Aristóteles, a la luz de la influen-cia de Francisco Suárez, que merecieron el elogio desus contemporáneos por su precisión y claridad(Mejía Valera 1963). Los jesuitas se caracterizaronpor emplear un eclecticismo que conjugaba el to-mismo y el nominalismo. Ello motivó algunas dis-putas académicas con otras órdenes y el clero secu-lar, azuzadas por intereses políticos.

En los últimos años ha llamado la atención a losfilósofos contemporáneos el aporte del presbíterocuzqueño Juan de Espinosa Medrano, “el Lunare-jo”. Este clérigo –posiblemente mestizo– ha pasadoa la historia de la literatura virreinal por su ardoro-sa defensa de Luis de Góngora, lo que le valió elapelativo de “Demóstenes indiano”. Además de suaprecio por el culteranismo, escribió la Philosophiathomistica seu cursus philosophicus (Roma 1688), en

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la que no se limitó a ser un simple difusor del pen-samiento de Santo Tomás, sino un original opositordel nominalismo. El doctor Espinosa Medrano eraun filósofo realista, vale decir, un defensor de lasideas platónicas en la disputa sobre la naturaleza delos universales, y con su obra demostró que era po-sible la contribución americana a la discusión filo-sófica (Redmond 1972).

La teología, igualmente escolástica, formaba untodo conceptual con la filosofía. De esta manera,aquellos que se dedicaron a la teología dejaronobras filosóficas. En este período la teología pusoénfasis en la moral y sirvió de base para la prédicaevangelizadora. Tuvo en los jesuitas Esteban de Ávi-la, Juan Pérez de Menacho y Diego de Avendaño asus máximos exponentes.

Esteban de Ávila, natural de la ciudad que refie-re su apellido, fue considerado “el padre de la teo-logía en el Perú” y gozaba de la fama de ser el maes-tro de “todos los hombres doctos que hay en el rei-no”. Ávila arribó a Lima en 1578 para dedicarse a laenseñanza de la teología en el Colegio de San Pabloy más tarde, gracias a sus profundos conocimien-tos, asumió la cátedra de Prima de teología en la

Universidad de San Marcos. Su presencia como teó-logo de gran autoridad intelectual fue necesaria enel Cuarto Concilio Limense (1591). Las obras deÁvila fueron publicadas después de su muerte. Lle-gó a escribir: De censuris eclesiasticis (León 1608 y1616), Tratado de domicilio (Madrid 1609), y uncompendio de teología moral del doctor Navarro(León 1609) (Tauro 1988: 1, 209).

Juan Pérez de Menacho, contemporáneo de loshermanos Peñafiel y autor de tratados de teologíamoral, era limeño y profesor de Prima de teologíade la Universidad de San Marcos. Por su gran eru-dición, gozó del reconocimiento de las mayorespersonalidades de su época, que lo llamaban “orá-culo de sabiduría” y hasta descubrían en él que “to-dos somos niños al lado de este hombre”. Menachose alejaba de las posturas de Santo Tomás de Aqui-no, pues los atributos que consideraba malos en elser humano formaban una entidad necesariamentemala, y consideraba al demonio la causa directa deesa condición (Barreda 1964: 112).

El otro gran teólogo, el segoviano Diego deAvendaño, centró su preocupación moral en losproblemas sociales. Publicó entre 1668 y 1688 elThesaurus indicus en el que propone la defensa delos indios y la condena de la esclavitud africana.

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Santo Tomas de Aquino, cuya orientación filosófica tuvomarcada influencia en la obra y pensamiento de

Espinosa Medrano.

Juan de Espinosa Medrano, “el Lunarejo”, clérigo cuzqueñoautor de obras filosóficas y literarias.

Así como Juan de Solórzano y Pereyra trató de solu-cionar la problemática peruana sobre la base del de-recho, Avendaño hizo lo propio recurriendo a lateología. Fue un difusor del probabilismo, sistemamoral que en los casos de duda razonable defiendela licitud de despreciar la opinión más probable, enbeneficio de la “simplemente probable”. Dicha for-ma de razonamiento teológico fue enarbolada porlos jesuitas durante el siglo XVIII. La obra de Aven-daño es considerada precursora de la ciencia misio-nal (Mejía Valera 1963: 50)

LA MEDICINA

La medicina obtuvo conquistas importantes enel virreinato, como el descubrimiento de las propie-dades de la corteza de la quina para la curación dela malaria. La quina, quinina o cascarilla fue llama-da “chinchona”, en honor a la condesa de Chin-chón, esposa del virrey Luis Jerónimo de Cabrera yBobadilla, quien en 1629 curó sus fiebres con estemedicamento peruano. También se logró combatirdurante los siglos XVI, XVII y XVIII numerosas epi-demias como las de viruela, “tabardillo” (tifoidea),sarampión y lepra, la que se convirtió en un mal en-démico debido a la ausencia de recursos científicos.Obviamente el papel de los médicos virreinales erabastante limitado y se restringió a tratar y aminorar

las dolencias producidas por el “enfriamiento” (res-friado), la “apoplegía” (derrame cerebral), la “gota”(hinchazón de piernas), el cáncer (tumores malig-nos), la “alfombrilla” (que era una suerte de saram-pión), la “perlesía” (debilidad muscular), el “pas-mo” (dolor de huesos), la hidropesía (retención delíquidos) y las “tercianas y cuartanas” (ambas calen-turas); dolencias que causaban casi irremediable-mente la muerte.

La medicina no era una profesión exclusivamen-te ejercida por los médicos formados en la universi-dad, pues las fuentes de época señalan que los bar-beros, aquellos hombres que afeitaban rostros y cor-taban los cabellos, oficiaban también de “recetado-res” y “sacamuelas”. Los barberos tenían fama de“médicos baratos” que aliviaban dolores recomen-dando ungüentos y brebajes, y extrayendo muelascariadas. Este oficio, que no requería de estudiosteóricos sino del buen tino y la experiencia, fuepracticado con éxito por San Martín de Porras, an-tes y después de abrazar la vida religiosa.

Es importante recalcar que no todos los médicosrecurrían a la cirugía pues el desempeño de esta ca-pacidad no gozaba del reconocimiento social, yaque desde la Edad Media estaba reservada a los ju-díos y a gente de dudoso origen. En el Perú virrei-nal hubo tres clases de cirujanos: el cirujano latino,el romancista y el sangrador. El primero había he-cho estudios teóricos en latín, el segundo tenía co-nocimientos puramente prácticos y el tercero no ibamás allá de “picar sangrías y aplicar ventosas” (Za-nutelli 1978). A esta trilogía de cirujanos debemosañadir la presencia de las “recibidoras” o mujeresencargadas de ejercer el oficio de parteras o coma-dronas (Arias-Schreiber 1971).

Los médicos profesionales que trabajaban en lasciudades del virreinato durante el siglo XVI y losprimeros años del siguiente, habían estudiado enalguna universidad española o de otro reino euro-peo. En el Perú los estudios científicos de dicha es-pecialidad se inician en San Marcos a partir de1634, tras la fundación de sus cátedras de Prima yVísperas de medicina. La primera se dictaba por lasmañanas y era la más importante, pues incluía lec-turas clásicas como el Canon de Avicena. Más tarde,en 1660, para enriquecer el conocimiento de losestudiantes, fue añadida la cátedra de Método de

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Grabado en papel que muestra a San Martín de Porras en labotica del convento de Santo Domingo. El humilde mulatorecibió muy pronto amplio reconocimiento por sus numerosasy eficaces curaciones de enfermos.

Galeno, regentada entonces por el presbítero Fran-cisco de Vargas Machuca.

Después de la fundación de ciudades, el ejerci-cio legal de la profesión médica fue controlado porlos protomédicos, cuyos títulos debían ser recono-cidos por los cabildos. Los protomédicos vigilabanel quehacer de boticarios, herbolarios, cirujanos yflebótomos. Con esta finalidad en 1646 se creó elTribunal del Protomedicato, institución corporativaque además de examinar a los que realizaban ope-raciones quirúrgicas y a los que sangraban y receta-ban brebajes, perseguía a los que practicaban lamedicina sin título, imponiendo fuertes multas alos que demostraban ignorancia e incompetenciaen su especialidad. El Tribunal del Protomedicatosobrevivió a los cambios institucionales de la épocade la independencia y se extinguió a mediados delsiglo XIX.

Los primeros hospitales del virreinato funciona-ron en Lima. Sabemos que en 1538 se edificó un no-socomio en la Rinconada de Santo Domingo. Mástarde, en 1549, se fundaría el Hospital de Santa Ana,destinado a la curación de los indios. En 1552, elcaritativo clérigo Antonio de Molina abrió las puer-tas del Hospital de San Andrés, para dar acogida aespañoles pobres. En tiempos del conde de Nieva seinició la construcción del hospital de San Lázaro pa-ra enfermos afectados por la lepra, especialmentepara los negros. En 1581, también en Los Reyes, sefundó el Hospital del Espiritu Santo reservado a losmareantes.

A mediados del siglo XVII, sobre la base de unaexperiencia acumulada durante la centuria anterior,fueron edificados varios centros de reposo, siendoel más famoso el Hospital de San Bartolomé, erigidoen 1646 (Lastres 1951). Es importante destacar queen las provincias del Perú se crearon los hospitalesde San Sebastián en Trujillo (1551); el de San Láza-ro (1555) y el de Nuestra Señora de los Remedios(1556) en el Cuzco; uno en Huamanga en 1556 yotro en Arequipa en 1559. El mantenimiento y buenestado de estos sanatorios fue obra de la sacrificadalabor de la Iglesia, especialmente de las órdenes re-ligiosas, entre las que destacaban la del Bethlem y lade San Juan de Dios.

Finalmente, cabe señalar que en la Ciudad de losReyes se publicó una serie de estudios sobre asun-tos médicos. Salieron a la luz obras como las deFrancisco de Figueroa, sobre la difteria (1616); li-bros como el de Matías de Porres, acerca del consu-mo de bebidas frías (1621); el del doctor Navarro,sobre el momento más oportuno para sangrar opurgar (1645); el texto de Juan de Figueroa en tor-no a la relación entre la astrología y la terapéutica(1660); el de José Miguel de Ossera y Estrella quetrata sobre la ética profesional (1691); el manual delpadre Francisco de Vargas Machuca, concernienteal sarampión (1693); el de Alvarado, acerca de pre-venciones sanitarias para combatir las epidemias(1694); el de Francisco Bermejo y Roldán sobre elsarampión (1694); la descripción de José de Rivillay Bonet, sobre un caso teratológico o de gigantismo

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No obstante la formaciónmédica que se impartía enla Lima colonial, eran losllamados cirujanosquienes prescribíanrecetas y realizabanmodestas intervenciones.En la imagen un médicopractica una sangría.

(1695); el estudio de Federico Bottoni sobre la cir-culación de la sangre (1723); los de Pablo Petit so-bre el cáncer de mama (1723) y la sífilis (1730); yel trabajo de José Eusebio de Llano Zapata sobre lahigiene (1744) (Günther y Lohmann 1992: 109).

LA COSMOGRAFÍA

Para poder ejercer un adecuado control de su es-pacio, el imperio español recurrió a los cosmógrafoso eruditos con conocimientos enciclopédicos de as-tronomía, navegación, geografía, astrología, cons-trucción de fortificaciones y muelles, el clima, la di-rección de los vientos y el manejo de los instrumen-tos naúticos. Ello suponía el dominio de las mate-máticas, disciplina que no era terreno de todos loshombres de saber.

En el Perú del siglo XVII, los virreyes, al com-probar la necesidad de formar pilotos que navega-ran por la Mar del Sur y de reconocer posibles peli-gros de incursiones extranjeras, nombraron “cos-mógrafos mayores”, a imagen y semejanza del fun-cionario que servía en el Consejo de las Indias. El

cargo sólo terminaba con la muerte. La cosmografía,o descripción astronómica del mundo, estaba al ser-vicio del poder.

Los aportes de los cosmógrafos mayores Francis-co Ruiz Lozano, natural de Oruro, y del religiosoflamenco Juan Ramón Coninck nos pueden ilustrarbien sobre este aspecto de la cultura virreinal. RuizLozano fue autor del Tratado de cometas (1665),texto publicado con ocasión de un fenómeno celes-te que se pudo ver en Lima a fines de 1664 y prin-cipios del año siguiente. El libro de Ruiz Lozano esel primer estudio sobre esta materia publicado en laAmérica del Sur. Cuando el virrey conde de Santis-teban creó la cátedra de Matemáticas dirigida a lospilotos en el Hospital de Mareantes en la calle delEspiritu Santo de Lima, la puso en manos del oru-rense por sus amplios conocimientos de cálculo.Ruiz Lozano era un científico inquieto y preocupa-do por proponer la construcción de baluartes. Tra-zó los planos de las fortificaciones levantadas en Pa-namá y Andalién (Chile) que sirvieron de defensafrente a posibles agresiones piratas.

En 1677 el “estrellero” Francisco Ruiz Lozanofue sucedido en el cargo por el padre Juan RamónConinck, procedente de Malinas. Coninck mante-nía correspondencia con el jesuita alemán Athana-sius Kircher, sabio de reputación universal que lle-gó a sugerir la existencia de seres en el centro de latierra y en otros planetas. Sabemos que en Potosí en1655 le dirigió cartas a Kircher en las que hacía ga-la de sus conocimientos y le narraba, con explica-ciones y comentarios, el tránsito de un cometa apa-recido en el Perú tres años antes (Dargent 1989). Elintercambio de información con el germano demos-traba que los cosmógrafos de estos reinos estaban aldía con las novedades científicas de Europa. Cuan-do en 1678 se creó la cátedra de Prima de matemá-ticas en la Universidad de San Marcos, Coninck fuenombrado su primer titular. El producto final desus investigaciones apareció en su libro Cubus et sp-haera geometricae duplicata (Lima 1696). En la últi-ma década del siglo XVII dio a luz el resultado deprecisos cálculos astronómicos, útiles para los nave-gantes del Pacífico, que tituló Lunario pronóstico detemporales y accidentes particulares de los astros. Laposta de Juan Ramón Coninck fue tomada por elpolifacético limeño Pedro de Peralta Barnuevo en1709.

Ocuparon sucesivamente el cargo de cosmógra-fo mayor del reino Francisco de Quirós (1618-1641), Diego de León (1661), Francisco Ruiz Loza-no (1662-1677), Juan Ramón Coninck (1678-

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Francisco Ruiz Lozano, cosmógrafo mayor del virreinatoperuano y profesor de matemáticas en la Universidad

de San Marcos.

1708), Pedro de Peralta Barnue-vo (1709-1743), Luis Godin(1744-1749), Juan Reher de laCompañía de Jesús (1750-1756), Cosme Bueno (1757-1798), Gabriel Moreno (1799-1809) y José Gregorio de Pare-des (1810-1839), quien fue elprimer cosmógrafo durante larepública. La obra de Paredesfue continuada por EduardoCarrasco (1849-1857) y PedroMariano Cabello (1858-1872)(Ortiz 1992).

LOS CÍRCULOSINTELECTUALES

En el virreinato del Perú, es-pecíficamente en Lima, se con-formaron cenáculos de eruditosy escritores que compartíanideas y organizaban certámenespoéticos. La reunión de estosgrupos formaba parte de la vidacortesana hispánica. El primercaso es el de la famosa “Acade-mia Antártica”, nacida hacia laúltima década del siglo XVI. Di-cho círculo imitaba el renacen-tismo español, pero su origina-lidad radicaba en los temas, porlo general referidos al ámbitoamericano, con la finalidad de incorporar las Indiasa la opinión universal (Tauro 1948). La Academiaestuvo integrada por versificadores de la talla deAntonio Falcón, Diego Mejía de Fernangil, Diego deAguilar y Córdova, Pedro de Oña, Diego Dávalos yFigueroa, Miguel Cabello de Balboa, Diego de Hoje-da y Gaspar de Villarroel. Varios de sus integrantespertenecieron a la Universidad de San Marcos.

En el palacio virreinal, en torno de los vicesobe-ranos con veleidades bohemias, también se formóotra Academia. Durante el siglo XVII los aficiona-dos a la lírica hallaron en el marqués de Montescla-ros (1607-1615) y el príncipe de Esquilache (1615-1621), excelentes patrocinadores de las letras. Elcírculo palaciego congregó a un escogido númerode vates, dedicados a la versificación en alabanza delos funcionarios, las fiestas, los ropajes y los temaspopulares. Conformaron esta tertulia Miguel Fer-nández Talavera, Bernardino de Montoya, Antonio

Paniagua de Loayza, NicolásPolanco de Santillana, DiegoCano, Pedro de Carvajal, Gon-zalo Cano Señeo y el juriscon-sulto don Juan de Solórzano yPereyra (Chang-Rodríguez1983).

Posteriormente, también enla corte del virrey, se reunieronPedro de Peralta Barnuevo, Pe-dro José Bermúdez de la Torre ySolier, Juan Manuel de Rojas ySolórzano, Antonio de Oviedoy Herrera, conde de la Granja,fray Agustín Sanz, Antonio deZamudio y de las Infantas yotros ingenios, todos alrededordel marqués de Castell dosRius (1707-1710), para culti-var un juego poético bastantedivertido. Cada lunes, losmiembros de la Academia,mientras escuchaban música ybebían chocolate, competíanen habilidad métrica, en tornoa diversos temas propuestospor el marqués (Sánchez1965).

A la muerte de Castell dosRius en 1710, don Ángel Ven-tura Calderón Zevallos y Busta-mante, marqués de Casa Calde-rón, tomó la iniciativa de aco-

ger a los antiguos componentes de la Academia dePalacio. El nuevo cenáculo, fundado y presidido porPedro de Peralta Barnuevo, recibió el nombre de“Academia de Matemáticas y Elocuencia”. Se desco-noce el resultado de sus trabajos, pero se sabe queademás de los viejos bardos amigos del vicesobera-no, concurrían Antonio Sancho-Dávila, Miguel Mu-darra de la Serna, Eusebio Gómez de Rueda, JoséVernal, Francisco de Robles Maldonado y el canóni-go del Cuzco Diego de Villegas y Quevedo, traduc-tor de las Églogas de Virgilio y supernumerario de laReal Academia Española en 1730 (Riva-Agüero[1921] 1983: 67).

LOS ESCRITORES Y LAS LETRAS DELPERÚ

Podemos decir sin temor a equivocarnos que enel Perú los primeros escritores fueron los cronistas,

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Francisco de Borja y Aragón, príncipe deEsquilache, decidido partidario del cultivo delas letras en Lima durante su gestión como

virrey del Perú. Fue muy aficionado al teatroy a la música y a la realización de certámenes

literarios.

quienes motivados por distin-tos intereses dejaron abun-dante información sobre lossucesos que les tocó vivir. Eldesarrollo de la conquista, lasguerras civiles entre los gran-des capitanes y por cierto elpasado andino en sus más va-riados aspectos –vale decir,políticos, religiosos, económi-cos, sociales y militares–, fue-ron expuestos de manera per-sonal en cada uno de sus ma-nuscritos. Cada cronista escri-bía desde su propia perspecti-va, a la luz de su período his-tórico, de acuerdo con su percepción de la vida, sucondición profesional e inclusive desde sus oríge-nes étnicos.

Los primeros cronistas se dejaron fascinar por elPerú recientemente descubierto. Se sabe que en1528 aparece en España la primera relación sobre elterritorio peruano, escrita por Francisco de Xerez,secretario de Pizarro, texto copiado después por elcortesano del emperador don Carlos, Juan de Sáma-no, y conocido como la Relación Sámano-Xerez.Describe la costa septentrional y el primer encuen-tro con los indígenas de Tumbes, que navegaban enbalsas transportando tejidos, metales preciosos ymullu, concha marina (spondylus) que servía comoofrenda para las divinidades.

Los cronistas de esta etapa inicial eran por logeneral soldados que cumplían alguna funcióncomplementaria dentro de las huestes conquistado-ras, ya sea como escribanos, oficiales reales (tesore-ros, contadores y veedores) o simples peones. Sor-prendidos por las novedades del Perú escribían re-laciones en forma de probanzas para alcanzar unaprebenda, entre las que se podían incluir enco-miendas o cargos públicos. Aquí podríamos ubicara Cristóbal de Mena, Miguel de Estete, Juan Ruiz

de Arce, Diego de Trujillo,Alonso Enríquez de Guzmán,Alonso Borregán, Agustín deZárate, Jerónimo Benzoni,Hernando Pizarro y Pedro Pi-zarro, los dos últimos herma-no y sobrino respectivamentedel marqués gobernador.También hallamos a los quenarran las guerras civiles co-mo Diego Fernández de Pa-lencia el “Palentino”, JuanCristóbal Calvete de Estrellay Pedro Gutiérrez de SantaClara.

De todos los cronistas sol-dados el único que aprendióquechua fue Juan Diez de Be-tanzos (Galicia ¿1510?-Cuzco1576), quien por su matrimo-nio con doña Angelina Yu-panqui, hija del inca HuaynaCápac, pudo nutrirse de unavaliosa información históricaque le brindó la noble paren-tela de su cónyuge. Asimis-mo, por el estrecho contacto

con los miembros de la panaca o ayllu real de sumujer, se familiarizó con la lengua de los soberanosde los cuatro suyos. Este soldado, que llegó a con-vertirse en el intérprete oficial de Francisco Pizarro,fue autor en 1551 de una de las crónicas más impor-tantes sobre el Tahuantinsuyo: Summa y narraciónde los incas que los indios llamaron capac cuna.

El más diligente y vasto escritor-soldado que cu-bre detalladamente la historia de los incas, el descu-brimiento, la conquista y las guerras intestinas delos peruleros es Pedro Cieza de León (Llerena-Ex-tremadura ¿1518?-Sevilla 1554), llamado con justi-cia por Marcos Jiménez de la Espada “el príncipe delos cronistas”. Junto con la Summa y narración de losincas de Betanzos, la obra de Cieza constituye unode los mejores logros para la historiografía en el Pe-rú del siglo XVI.

Pedro Cieza de León, cronista soldado, pasó aIndias siendo aún adolescente, con el objetivo de la-brar fortuna. Participó de las huestes exploradorasde los capitanes Alonso de Cáceres y Jorge Robledoen el norte de la América meridional. Llegó al Perúen 1547 con Sebastián de Benalcázar, casi al final dela rebelión de Gonzalo Pizarro. Cieza se unió a lastropas del pacificador Pedro de la Gasca, quien en

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Portada de la edición italiana de laprimera parte de la Crónica delPerú de Pedro Cieza de León(Venecia, 1556). Además delregistro de los hechos asociados aldescubrimiento y conquista delPerú, Cieza abordó una historia delos incas que recién pudo editarseen el siglo XIX por Marcos Jiménezde la Espada.

Jaquijaguana terminó venciendo y ajusticiando a loscaudillos Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal.En las postrimerías de 1550 retornó a España y dosaños después, en Toledo, le presentó al príncipe donFelipe la primera parte de su crónica, la única queen vida pudo ver impresa (Porras 1986).

En la dedicatoria al hijo de Carlos V, incluida enla primera parte de su Crónica del Perú, Cieza decla-ró el plan de su obra. Según dicha ordenación el tra-bajo total constaría de la crónica del Perú, del seño-río de los ingas yupangues, el descubrimiento yconquista de este reino, y las guerras civiles del Pe-rú, que a su vez se subdividirían en la guerra de lasSalinas, la de Chupas, la de Quito, la de Huarina yla de Jaquijaguana.

Las fuentes de Cieza merecen especial conside-ración, pues revelan una serie de observaciones pro-pias de un cronista soldado, testigo de lo que narra.De allí su declaración: “mientras los otros descansa-ban durmiendo, cansaba yo escribiendo”. Recons-truyó con su elegante pluma el pasado andino y lasguerras civiles de los conquistadores, haciendo ano-taciones en el mismo campo de batalla y a lo largode las expediciones descubridoras. Visitó los monu-mentos cuzqueños y de otras regiones, y consultó lainformación de los mismos indígenas. Asimismoaseveraba, en el capítulo quinto de su crónica, que“en la mayor parte de los puertos y ríos que he de-clarado he yo estado, y con mucho trabajo he pro-curado investigar la verdad de lo que cuento y lo hecomunicado con pilotos diestros y expertos en lanavegación de estas partes y en mi presencia han to-mado el altura y por ser cierto y verdadero lo escri-bo”. Aunque no gozó de una formación académica,Cieza alude con frecuencia a los autores clásicos yes dueño de un estilo ágil y seguro (Pease 1986). Laversada obra de Pedro Cieza de León fue utilizadacomo fuente de primera mano por el cronista mayorde Indias, Antonio de Herrera y Tordesillas, y tam-bién por el Inca Garcilaso, de quien hablaremos acontinuación.

El cronista más apreciado por los estudiosos delas letras virreinales es, sin lugar a dudas, el IncaGarcilaso de la Vega (Cuzco 1539-Córdoba 1616),el primer escritor mestizo de América. Las obras delInca, escritas todas en España y en excelsa prosacastellana, están a la altura de los grandes textos dela literatura historiográfica de la lengua española.

Garcilaso nació en el Cuzco el año de 1539 yfue hijo del capitán Garcilaso de la Vega Vargas, na-tural de Badajoz (Extremadura) y de la noble cuz-queña Isabel Chimpu Ocllo, sobrina de Huayna

Cápac. Bautizado con el nombre de Gómez Suárezde Figueroa, pasó sus primeros veinte años en suciudad natal, en medio de la turbulencia de lasguerras civiles de los conquistadores. Al morir supadre en 1560, emprendió viaje a España para arre-glar asuntos familiares y de herencia, de donde novolvería jamás. Después de arribar a Sevilla se diri-gió a Extremadura para conocer a su parentela pa-terna y posteriormente a Montilla, población anda-luza donde llevó una vida acomodada al lado de sutío, don Alonso de Vargas. En aquella primera épo-ca pretendía que la Corona reconociera oficialmen-te los servicios prestados por su padre en la con-quista, pero tal merced no le fue concedida debidoa la intervención de Lope García de Castro, quienen ese entonces fungía de magistrado del Consejode Indias.

En 1568, al estallar la rebelión de los moriscosen las Alpujarras de Granada, Garcilaso se enroló enlas huestes que comandaba don Alonso Fernándezde Córdoba, marqués de Priego. Gracias a esta in-tervención, el Inca ganó el título de capitán, por susservicios distinguidos. Al finalizar el intermedio mi-litar, volvió a Montilla para invertir años de trabajoen la traducción de los Diálogos de amor de LeónHebreo y en los bosquejos preliminares de sus pri-meras obras (Miró-Quesada 1994).

Los últimos lustros de Garcilaso transcurrieronen Córdoba, cultivando la amistad de grandes inte-lectuales como el cronista Ambrosio de Morales, eljesuita Pineda, experto en sagradas escrituras, yFrancisco de Castro, autor de un libro de retóricaque dedicó a nuestro biografiado. Por esos añostambién mantuvo correspondencia con sus amigosperuanos, y según el franciscano Luis Jerónimo deOré, recibía la visita de cuantos arribaban a Españaprovenientes del Perú. Después de profesar votosreligiosos menores, murió en 1616. Fue enterradoen la capilla de las Ánimas de la mezquita-catedralcordobesa.

La producción literaria del Inca empezó en Ma-drid en 1590 con la publicación, en las prensas dePedro Madrigal, de su traducción de los Dialoghid´amore de León Hebreo, que revela la fuerte influen-cia que el renacimiento italiano ejerció en él. De1596 data su Relación de la descendencia del famosoGarci Pérez de Vargas, libro en el que intenta demos-trar la nobleza y los méritos de la familia a la quepertenecía y realzar a un antepasado suyo casi le-gendario (Durand 1976).

En Lisboa aparecieron dos de sus obras de ma-durez: La historia de la Florida en 1605 y la primera

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parte de los Comentarios reales de los incas, en 1609.La segunda parte, conocida como la Historia generaldel Perú, fue publicada póstumamente en Córdobaen 1617. La historia de la Florida narra la aventurade Hernando de Soto en el sur de Norteamérica en-tre los años de 1539 y 1542. Para la elaboración deeste relato, Garcilaso pudo revisar varias fuenteshistóricas y contó con la ayuda de Gonzalo Silves-tre, compañero de armas de Soto y residente en lasPosadas, localidad cercana a Córdoba (Miró-Quesa-da 1994).

La primera parte de los Comentarios reales de losincas se divide en nueve libros donde aborda la his-toria prehispánica del Perú. Para escribirla, Garcila-so recurrió a todos los impresos que pudo hallar so-bre el mundo andino, a la correspondencia con al-gunos de sus condiscípulos de “escuela y gramáti-ca”, y sobre todo a su propia memoria. En todo mo-mento el mestizo hace gala de su conocimiento delquechua, del que decía: “lo mamé en la leche mater-na”. Aquella actitud estaba destinada a autorizar sumensaje histórico y a mejorar las versiones que los

cronistas españoles referían del antiguo Perú. Agus-tín de Zárate, Pedro Cieza de León, Francisco Lópezde Gómara, José de Acosta, Blas Valera, entre otros,fueron los autores que consultó para la redacción desus Comentarios. La segunda parte, aparecida comola Historia general del Perú, da cuenta del desarrollode la conquista y las guerras civiles que libraron losperuleros. En dicho volumen el Inca, además de lasfuentes utilizadas para la primera parte de los Co-mentarios, se apoya en el Palentino y en Diego deErcilla.

El aporte de Garcilaso se puede hallar en su tem-prana y precoz visión del Perú y en el reconoci-miento de la peruanidad como síntesis de dos cul-turas y dos lenguas. La conciencia de ello le llevó adedicar su Historia general, a los indios, mestizos ycriollos de aquellos reinos y provincias del grande y ri-quísimo imperio del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega,su hermano, compatriota y paisano, salud y felicidad.

En cuanto a los escritores indígenas, debemosrescatar los legados de Titu Cusi Yupanqui, FelipeGuaman Poma de Ayala y Juan de Santa Cruz Pa-chacuti. De los tres, el que mejor aprovecha la cul-tura letrada del virreinato es Felipe Guaman Pomade Ayala (San Cristóbal de Suntutu, Lucanas-Lima¿1615?). Desde todo punto de vista, El primer nue-va corónica y buen gobierno es un precioso docu-mento sobre el pasado andino, escrito por un abori-gen. Es también una joya gráfica por las originalesilustraciones de sus páginas.

El estado actual de las investigaciones no permi-te preparar una biografía integral de Guaman Poma.Sin embargo, sobre la base de datos que él mismoincluye en su obra, podemos asegurar que nació enSan Cristóbal de Suntutu (provincia de Lucanas, ac-tual departamento de Ayacucho) y que era indígenapor ambos lados de su familia. Se presentaba comodescendiente de los Yarovilca Allauca Guanuco porla línea paterna, y por su madre de los mismos in-cas. En una carta enviada al rey de España el 14 defebrero de 1615, mencionaba tener entonces ochen-ta años. Pero la interpretación más reciente sugiereque no se trata de una edad real sino ideal, motiva-da por la intención de ganar el respeto de su regiolector (Pease 1994).

Guaman Poma fue testigo de una serie de suce-sos históricos como las guerras civiles entre los con-quistadores, el movimiento del Taqui Onqoy (caberecordar que en su condición de hombre bilingüefue intérprete del extirpador Cristóbal de Albor-noz), y los conflictos sociales originados por las or-denanzas del virrey Toledo. Tuvo estrecho contacto

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Escudo de armas del Inca Garcilaso de la Vega. Su célebrePrimera parte de los comentarios que tratan del origen delos incas (Lisboa, 1609) fue por mucho tiempo la principal

fuente para los estudiosos del pasado andino.

con frailes y sacerdotes de las distintas órdenes reli-giosas, algunas de las cuales alaba; así por ejemplo,los jesuitas son llamados “rrebrendos perlados ypredicadores y letrados coligiales maystros de artesy latines y predicadores lenguaraces de la lenguaynga quichiua aymaras chinchaysuyo deste rreyno”;los franciscanos “no tiene cosa suya toda da limos-na a los pobres”; los dominicos “son grandísimos le-trados y predicadores en el mundo”, etc. Por lo de-más declaraba haberse criado en los palacios del vi-rrey y de los obispos, lo que hasta ahora no se hacomprobado. En los primeros folios de su manus-crito se nombra a sí mismo “como autor don FelipeGuaman Poma de Ayala señor y capac apo quesprencipes”.

Su manejo del castellano y del quechua lo ads-cribe a la categoría cultural de los “ladinos”, graciasa la cual desempeñó los oficios de intérprete y escri-bano. Demuestra estar al tanto de la cultura escritade la época, y no le son desconocidos Francisco Ló-pez de Gómara, Agustín de Zárate, fray Martín deMurúa, Miguel Cabello de Balboa, fray Domingo deSanto Tomás, fray Luis Jerónimo de Oré, fray Luisde Granada y los documentos doctrinales del TercerConcilio Limense. Por otro lado, consigna fragmen-tos de canciones en quechua y aymara que nos per-miten conocer una antigua tradición oral nativa.

Su extenso memorial El primer nueva corónica ybuen gobierno fue escrito en forma de carta al rey deEspaña y enviado con el ruego de su publicación. Elconjunto de la obra sigue los requisitos destinadospara la impresión, vale decir, numeración de pági-nas, tablas de contenido, etc. El trabajo se divide endos partes. La primera, la Nueva corónica, compren-de una versión de la historia andina y otra de la his-toria europea. La segunda, el Buen gobierno, es unrepaso de la situación social en las provincias del vi-rreinato, una crítica a las instituciones españolas yuna descripción de la triste condición de los indios,de la que se lamenta a cada paso con la muy citadaexpresión: “y no hay rremedio”.

Titu Cusi Yupanqui (Cuzco ¿1526?-Vilcabamba1570), hijo de Manco Inca, vivió encerrado en Vil-cabamba, último bastión de la resistencia cuzqueña.Allí escribió, a través de la pluma del agustino Mar-cos García y del escribiente Martín de Pando, unarelación dirigida al gobernador del Perú Lope Gar-cía de Castro en 1570. El texto, que lleva por títuloYnstrucción del Ynga don Diego de Castro Titu CusiYupanqui, es una de las mejores fuentes para cono-cer y comprender lo que aconteció en el Tahuantin-suyo inmediatamente después de la conquista espa-

ñola y cómo ésta afectó a la elite incaica. La Ynstruc-ción es un valioso testimonio y, sobre todo, una bue-na versión de la invasión perulera desde el lado in-dígena (Regalado 1992a).

El curaca collagua Juan de Santa Cruz Pachacu-ti (cercanías de Canchis ¿?), cuyo nombre comple-to era el de Juan de Santa Cruz Pachacuti YamquiSalcamaygua, fue autor de la famosa Relación de an-tigüedades deste reyno del Pirú (ca. 1613). La obra deeste escritor nativo de oscuro itinerario biográfico,incluye un conjunto de cantares de las hazañas delos incas y una exhaustiva descripción de las reli-giones andinas, acompañada de himnos litúrgicos,por lo que se convierte en una crónica original. San-ta Cruz Pachacuti pretendió ensamblar las tradicio-nes religiosas indígenas con el catolicismo, pues su-giere que el mitológico Tonapa (una de las divinida-des identificadas con Wiracocha) es uno de los dis-cípulos de Cristo que llegó al Perú después de lacrucifixión. Escribe el cronista: “Pues se llamó a es-te varón Tonapa-Viracochampanchacan, ¿no seráeste hombre el glorioso apóstol Santo Tomás?” (Po-rras 1986).

Los cronistas letrados eran profesionales del de-recho interesados en el estudio de las institucionespolíticas y sociales del pasado indígena, que busca-ban en la medida de las posibilidades incorporar es-te legado al mundo virreinal. Algunos, basados en elderecho de gentes, encontraban en el gobierno delos incas “orden y concierto”, a pesar de su infideli-dad, y otros creyeron advertir en los soberanos delTahuantinsuyo tiranía y opresión. Los licenciadosPolo de Ondegardo, Hernando de Santillán y Fran-cisco Falcón trataron de rescatar los aspectos posi-tivos de la organización andina. Por el contrario,Juan de Matienzo acusó a los incas de usurpadores.Esta última opinión se convirtió en el discurso ofi-cial durante la gestión del virrey Francisco de Tole-do, para consagrar definitivamente el nuevo orden ydesacreditar las antiguas formas de gobierno de losincas.

En la línea de este pensamiento crítico frente a laorganización incaica ubicamos a Pedro Sarmientode Gamboa (Alcalá de Henares 1532-Sanlúcar deBarrameda 1592), cronista aventurero, autodidactay multifacético. Estaba familiarizado con la navega-ción, los astros y la cartografía, lo cual le llevó a al-canzar fama de cosmógrafo. Sirvió al virrey Francis-co de Toledo, de quien recibió varios encargos, co-mo perseguir al corsario Francis Drake y colonizarel estrecho de Magallanes, empresa que le trajo mu-chas tribulaciones. Sus andanzas lo condujeron an-

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te la corte de la misma reina Isabel I de Inglaterra.También por orden de Toledo escribió una relacióntitulada la Historia índica (1572). En ella Pedro Sar-miento de Gamboa recopiló la tradición oral, mane-jada por los quipucamayocs del Cuzco, para escri-bir una historia del Imperio incaico y de los incas,pero a la luz de la antigua tiranía. De la Historia ín-dica sólo se conoce la segunda parte. El valioso tra-bajo de este “Nuevo Teseo”, como lo califica Pedrode Peralta Barnuevo, escapa a una lectura unilateraly solamente política, pues recoge con fidelidad, to-no épico y elegancia retórica la historia del Tahuan-tinsuyo (Porras 1986).

También algunos hombres que abrazaron el esta-do de vida religioso contribuyeron desde esta con-dición con la recopilación histórica en torno del pa-sado peruano, la conquista y la época que les tocóvivir. Aquellos que pertenecieron a alguna orden re-ligiosa trataron de probar a través de sus trabajos elprotagonismo de su instituto en la historia del Perúy sus logros evangelizadores. En tal sentido cada or-den y congregación tuvo sus cronistas: dentro deSanto Domingo destacaron Juan Meléndez, Reginal-do de Lizárraga y Gregorio García; en la orden deSan Francisco los hermanos Buenaventura de Sali-nas y Córdoba y Diego de Córdoba y Salinas; en lade San Agustín, Antonio de la Calancha, Alonso Ra-mos Gavilán y Bernardo de Torres; en la de la Mer-ced, Martín de Murúa; en la Compañía de Jesús fi-guran José de Acosta, Bernabé Cobo, Blas Valera yAnello Oliva; y en la del Carmen, Antonio Vásquezde Espinoza. Estos cronistas, también calificadoscomo “conventuales”, fijaron particularmente laatención en los aspectos religiosos, sin descuidarclaro está los sucesos sociales y políticos. Sus obras

demuestran interés por los antiguoscultos andinos, las vidas de losvirtuosos varones y hembras de suscongregaciones y la buena enseñanzadel cristianismo.

Los miembros del clero secular tam-bién se sintieron atraídos por el estudiode las instituciones y religión de los na-turales, antes del arribo de los conquis-tadores. Tal es el caso del presbíteroCristóbal de Molina (Baeza, ¿1529?-Cuzco 1585), sobrenombrado “el cuz-queño” por residir en la Ciudad Impe-rial. Como conocedor del quechua, ca-da domingo en la catedral predicaba enesa lengua a los aborígenes. Además depredicar, también trabajó como doctri-

nero y visitador eclesiástico por encargo del virreyToledo. Se sabe que Molina fue quien reconfortó es-piritualmente al inca Túpac Amaru I, antes de suejecución en 1572. En medio de tales menesteres el“cuzqueño” se dio un tiempo para abocarse al estu-dio de los viejos ritos andinos. Así, con pluma ele-gante describe las fiestas solares, agüeros, hechice-rías y huacas, y rescata oraciones a los dioses, comoaquella con la que los indios invocaban al astro rey:“°Sol! padre mío, que dixiste aya Cuzcos y tambos;sean vencedores y despojadores estos tus hijos detodas las gentes; adorote para que sean dichosos sisemos estos yncas tus hijos y no sean vencidos nidespojados sino siempre sean vencedores, pues pa-ra esto lo hiciste”.

El primer grupo orgánico de poetas en el virrei-nato peruano es el reunido bajo la solera de la Aca-demia Antártica que tuvo un interesante influjo en-tre la última década del siglo XVI y la primera delXVII. La característica principal de este conjunto devates fue rescatar, a la luz del espíritu del renaci-miento, los elementos más interesantes y bellos delorbe indiano, y de esta manera proyectar una ima-gen propia y original frente al resto del mundo.Existe en los poetas de la Academia Antártica unatisbo de identidad americana y en tal sentido lasobras de sus miembros llevan títulos alusivos a laAmérica del Sur, como: Parnaso antártico, Miscelá-nea antártica, Armas antárticas y Miscelánea austral(Cornejo 1993).

Dentro de la Academia Antártica el mejor imita-dor de Ovidio y difusor de la poesía toscana fue Die-go Mejía de Fernangil (Sevilla ¿1565?-¿?), comer-ciante de libros y autor del Parnaso antártico. Dichaobra fue editada en dos partes, la primera en 1608

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Detalle de la portada del libro de Gregorio García, Origen de los indios(Madrid, 1729), que muestra un monstruo marino, expresión de lo

desconocido y del exotismo americano.

en Sevilla y la segunda en Potosí en1617. La publicación incluye latraducción de Las Heroidas deOvidio, y contiene el anónimo“Discurso en loor de la poe-sía”, importante texto del quenos ocuparemos después.En la segunda parte del Par-naso antártico destacan lossonetos a Cristo, de tonomístico, que demuestranla madurez poética del se-villano Fernangil (Silva-Santisteban 1984).

El “Discurso en loorde la poesía” incluido enla primera parte del Par-naso antártico, y que se ini-cia con una invocación aApolo, dios de las letras yde las artes, “refleja el seño-río de las concepciones hu-manistas y del estilo clásico”(Tauro 1948: 107). El “Discur-so” constituye el primer docu-mento poético del Perú y es unafuente en la que aparecen reunidoslos nombres de los componentes de es-te cenáculo intelectual (Cornejo 1993: 441). Susversos poseen un ritmo seguro, destreza y un buenmanejo del endecasílabo (Silva-Santisteban 1984).Así lo podemos notar en la parte inicial que presen-tamos, a manera de ejemplo:

La mano y el favor de la Cirene,a quien Apolo amó con amor tierno;y el agua consagrada de Hipocrene,

y aquella lira con que del AvernoOrfeo libertó su dulce esposa,suspendiendo las furias del infierno;

la célebre armonía milagrosade aquel cuyo testudo pudo tanto,que dio muralla a Tebas la famosa;

el verso con que Homero eternizabalo que del fuerte Aquiles escrebía,y aquella vena con que lo ditaba,

quisiera que alcanzaras, Musa mía,para que en grave y sublimado versocantaras en loor de la Poesía.

Hay un elemento curioso en la presen-tación que hace Diego Mejía de Fernan-gil, pues está “dirigido al autor y com-puesto por una señora principal de es-te Reino, muy versada en la lengua tos-cana y portuguesa, por cuyo manda-miento y por justos respetos, no se es-cribe su nombre con el cual discurso(por ser una heroica dama) fue justodar principio a nuestras heroicas epís-tolas”.

De aquellas palabras queda unagran interrogante: ¿quién era esa “se-ñora principal”? Ricardo Palma bauti-zó a la supuesta autora con el seudóni-mo de “Clarinda”, pero existen varias

hipótesis al respecto. Algunos se inclinana pensar que no fue una dama quien escri-

bió el “Discurso”, pues en esa época era po-co común que las mujeres tuvieran acceso a

una cultura tan elevada. Se llega a mencionarlos nombres del mismo Diego Mejía de Fernan-

gil y de Diego Dávalos y Figueroa como sus posiblescreadores. También se sugiere como responsable asor Leonor de la Trinidad y a la enigmática autorade la “Epístola de Amarilis a Belardo”, de la que ha-blaremos a continuación.

La “Epístola de Amarilis a Belardo” constituyeotro enigma, pues la identidad de Amarilis es hastaahora un misterio. Existen diversas hipótesis queapuestan por los nombres de Jerónima de Garay,María Tello de Lara y María Alvarado, pero no es és-te el lugar para tratar de despejar la incógnita. La“Epístola” que aparece en La Filomena de Lope deVega, es un poema de dieciocho estrofas y dieciochoversos, que adopta la forma libre de la silva (Corne-jo 1993). El poema, entre varios aspectos, relata có-mo su autora se convirtió en admiradora del “Fénixde los ingenios” sin haberlo conocido personalmen-te. El discurso de la “Epístola” se caracteriza por suplatonismo amoroso y por la perfección formal de lacanción petrarquista, introducida en el Perú por ellusitano Enrique Garcés (Oporto ¿1525?-Madrid¿1596?), traductor de Los lusiadas de Luis de Ca-moens.

Según el profesor Ricardo Silva-Santisteban: “elpoema de Amarilis es un hito que marca los límites

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Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, virreyque apoyara el cultivo de las letras y las artes en el Perú

durante su gestión entre 1608 y 1615.

en que comienza en el Perú una nueva poesía” (Sil-va-Santisteban 1984: 197). El fragmento que pre-sentamos nos sirve de ejemplo para mostrar la cali-dad poética de la “Epístola”:

Tanto como la vista, la noticiade grandes cosas suele las más vecesal alma tiernamente aficionarla,que no hace el amor siempre justicia,ni los ojos a veces son juecesdel valor de la cosa para amarla,mas suele en los oídos retratarlacon tal virtud y adorno,haciendo en los sentidos un soborno(aunque distinto tengan el sujeto,que en todo y en sus partes es perfecto),que los inflama todos,y busca luego artificiosos modos,con que puede entenderseel corazón que piensa entretenersecon dulce imaginar para alentarse,sin mirar que no puedeamor sin esperanza sustentarse.

Otro destacado miembro de la Academia Antár-tica fue Diego Dávalos y Figueroa (Ecija 1552-Lima1608), poeta a quien la supuesta autora del “Discur-so en loor de la poesía” alabara como “el honor dela poesía castellana”. Dávalos llegó al Perú atraídopor las riquezas de Potosí, y aunque su éxito no loencontró en las minas, sí lo pudo hallar en las le-tras. Escribió la famosa Miscelánea austral (1602)que comprende 44 coloquios en verso y prosa, de-dicados al amor y demás tópicos renacentistas. Lasegunda parte lleva por título “Defensa de damas” yes un poema en octavas dividido en seis cantos(Tauro 1988). La poética de Diego Dávalos y Figue-roa se deja influir por la escuela italiana, y tambiéntiene el tono de la escuela sevillana de Garcilaso. Es-te último aspecto se hace notar con su idealizaciónde la mujer y los efectos del amor (Silva-Santisteban1984):

De modo hieren en la nieve heladadel sol los rayos con su fuerza ardiente,que del reverberar tan vehementequeda la vista de vigor privada.

Mas la grave dolencia es reparada,mudando objeto, porque el accidentede allí procede que es pena evidente,de aquella color cándida cansada.

Pero vuestra beldad pura y divinapriva de vista, ser, de seso y tino,en la nieve hiriendo de ese pecho

y buscarle reparo o medicinaes loco imaginar, es desatino,pues queda el que la ve ceniza hecho.

Un escritor que cultiva la misma temática de laAcademia Antártica es el soldado y poeta Juan deMiramontes y Zuázola (España 1560-¿?), gentil-hombre que había participado en los enfrentamien-tos contra los corsarios Francis Drake y RichardHawkins y que posteriormente fue nombrado capi-tán de la Compañía de Lanzas y Arcabuces. Mira-montes es conocido por su extenso poema épico Ar-mas antárticas que se divide en veinte cantos y poseemil seiscientas noventa y ocho octavas reales. Laobra, además de ser un poema compuesto por versosmelódicos, contiene una fluida narración sobre losamores de Cusi Coyllur y Calcuchimac, un tema si-milar al de Ollantay. El autor realza el relato con ele-mentos descriptivos y visuales, muy originales parala época. Por todas estas razones es el poema mejorlogrado de la época virreinal (Silva-Santisteban1984: 56). Algunos fragmentos del canto cuarto quedescriben la noche y el amanecer en la selva, nosilustran sobre la maestría poética de Miramontes:

Toman licencia y van por la verdurahasta do más el monte el paso cierra;rompen del arcabuco la espesuray suben a la cima de una sierra.Mas como no descubren, de la altura,señal, rumor ni rastro de la guerra,bájanse, cuando ya la noche fríasus confusas tinieblas esparcía.Al pie de un fresco mirto recostado,el uno da al ocioso sueño rienday el otro vigilaba con cuidadosi alguno hay por allí que los ofenda.Esparce su cabello plateadola esposa de Titán, cuando una sendatoman los dos siguiendo su viajeentre la amenidad de aquel boscaje.

El criollo chileno Pedro de Oña (Angol 1570-¿Cuzco? ¿?) es otro destacado exponente de la Aca-demia Antártica. Su infancia había transcurrido enmedio de la lucha contra los indios araucanos, a losque recordó durante toda su vida como gente fieray difícil de vencer. Oña estudió en la Universidad de

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San Marcos donde obtuvo el título de licenciado enartes. Sabemos que participó de la campaña de re-presión dirigida contra los rebeldes de Quito, quie-nes se habían levantado por las alcabalas. Más tardeocupó el cargo de corregidor en Yauyos y en Vilca-bamba. Pero lo que lo lanzó a la fama fue su poemaépico El arauco domado (1596), escrito en octavareal, obra donde pretende enaltecer la empresa mi-litar del virrey García Hurtado de Mendoza contralos belicosos aborígenes australes. Oña desea real-zar el protagonismo del vicesoberano que habíaquedado oscurecido en La araucana de Alonso deErcilla y Zúñiga, y juega con nuevos elementos des-criptivos y armónicos que hacen de El arauco doma-do un poema singular. Ello lo podemos notar en unamuestra del canto quinto:

Estaba a la sazón Caupolicanoen un lugar ameno de Elicura,do, por gozar el sol en su frescura,se vino con su palla mano a mano;merece tal visita el verde llano,por ser de tanta gracia y hermosura,que allí las flores tienen por floreocolmalle las medidas al deseo.

La historia erudita de la época que pretendía in-cluir al mundo andino dentro de la historia univer-sal tiene su mejor representante en el clérigo MiguelCabello de Balboa (Archidona, Málaga 1535-Cama-ta 1608), quien había oficiado de sacerdote en dis-tintos lugares del virreinato como Quito, Los Qui-jos, Ica y Camata. A lo largo de su vida en el Perú sededicó a recopilar información histórica sobre el pa-sado indígena y entre 1576 y 1586 se abocó a la re-dacción de un verdadero tratado, recogiendo datosmuy importantes sobre las tradiciones incaicas deQuito y la cultura Chimú. El resultado final de suindagación fue la Miscelánea antártica en la que re-curre a la historia de la humanidad para averiguar elorigen de los pobladores americanos y de esta ma-nera poder incorporarlos a la opinión mundial. Suvastísima erudición le lleva a comparar los desarro-llos culturales del Viejo Mundo y de América, loque complementa con varias anécdotas y curiosasanotaciones, en las que recurre a la lógica de la his-toria clásica. Entre sus fuentes figura desde el cal-deo Beroso hasta su contemporáneo Benito AriasMontano. Esta misma perspectiva histórica conciertas diferencias, atravesará los trabajos de frayGregorio García, Fernando de Montesinos y Anto-nio de León Pinelo (Patrucco 1993).

Miguel Cabello de Balboa también cultivó lapoesía y a ello debe su acercamiento a la AcademiaAntártica. Es autor de un soneto laudatorio de ar-moniosas formas que aparece en los preliminaresde El Marañón de Diego de Aguilar y Córdova (Sil-va-Santisteban 1984). Citamos su soneto:

La casta abeja en la florida vega,con susurro suave y bullicioso,para su laberinto artificiosode varias flores el manjar congrega.

No menos a la adelfa el gusto allega,que al romero y al cárdamo oloroso,porque todo lo vuelve provechosodespués que a su sutil boca se apega.

Igual te juzgo, cordobés ilustre,después que renació de tu memoriaEl Marañón, de sangre y muerte lleno.

Que de su oscuridad sacaste lustrey de su vituperio tanta gloriaque en bálsamo conviertes su veneno.

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Pedro de Oña, criollo nacido en Chile, autor del poema épicoEl arauco domado (Lima, 1596).

El iniciador de la sátira en el Perú fue Mateo Ro-sas de Oquendo (Sevilla 1559-¿?), personaje de aza-rosa vida que había recorrido el Tucumán, Perú yMéxico. Se sabe que permaneció en Lima diez años,entre 1588 y 1598, tiempo que le sirvió para cono-cer la psicología y las actitudes de los habitantes dela “tres veces coronada villa”. Estuvo al servicio delvirrey García Hurtado de Mendoza y posteriormen-te por problemas personales partió a la Nueva Espa-ña. Dejó Rosas de Oquendo una “Sátira de las cosasque pasan en el Perú” donde se toma la libertad deburlarse de la sociedad virreinal, con mucha agude-za. El soneto compuesto en romance refiere la incli-nación limeña por el boato, la ostentación y la vidadisipada:

Un visorrey con treinta alabarderos;por fanegas medidos los letrados;clérigos ordenantes y ordenados;vagabundos, pelones caballeros.

Jugadores sin número y coimeros;mercaderes del aire levantados;alguaciles-ladrones muy cursados;las esquinas tomadas de pulperos.

Poetas mil de escaso entendimiento;cortesanas de honra a lo borrado;de cucos y cuquillos más de un cuento.

De rábanos y coles llena el bato,el sol turbado, pardo el nacimiento:aquesta es Lima y su ordinario trato.

La narrativa virreinal tiene un primer ejemplocon La peregrinación de Bartolomé Lorenzo, del pa-dre José de Acosta S.J., que remitió en 1586 al ge-neral de la Compañía de Jesús en Roma para suaprobación, y que fue publicada en el volumenquinto de los Varones ilustres de la Compañía de Je-sús en 1666. El texto de Acosta ha sido considera-do por algunos estudiosos de la literatura virreinalcomo el primer relato novelado de América. Enmuy pocas páginas, el padre Acosta mantiene el in-terés del lector, narrando una historia ficcionada,jalonada de sucesos imaginarios y fabulosos, endonde participa el hermano jesuita Bartolomé Lo-renzo quien abandona Algarbe (Portugal), su terru-ño, para dirigirse a las Indias. Pasa por las Antillasy Tierra Firme y llega como último destino a la ciu-dad de Lima, lugar de santificación (Cornejo1993).

En la primera década del siglo XVII, el domini-co Diego de Hojeda (Sevilla 1571-Huánuco 1615)escribió La Cristiada (Sevilla 1611), libro que dedi-có al virrey marqués de Montesclaros, y en el querefiere, a lo largo de doce cantos, la pasión y muer-te de Jesucristo en octavas reales. La Cristiada esuna obra épica de tema religioso, con indudable in-fluencia de la literatura renacentista italiana. Des-cribe con irresistible dolor la agonía del Señor, co-mo lo demuestran los siguientes versos:

Yo pequé, mi Señor, y Tú padeces;Yo los delitos hice, y Tú los pagas;Si yo los cometí, Tú ¿qué merecesQue así te ofenden, con sangrientas llagas?Mas, voluntario, Tú, mi Dios te ofreces;Tú del amor del hombre te embriagas;Y así, porque le sirva de disculpa,Quieres llevar la pena de su culpa.

Diego de Hojeda fue maestro de estudiantes do-minicos y llegó a ocupar el priorato en el Cuzco yLima. Murió en Huánuco a los cuarenta y cuatroaños marginado por su orden. A pesar de las injus-tas críticas de Luis Alberto Sánchez, la obra de Ho-jeda es un hermoso poema, quizás el “mejor com-puesto” de la época virreinal.

En los últimos años los estudiosos de las letrasvirreinales han revalorado una narración corta quelleva por título “La endiablada”, impresa hacia1624. Su autor fue Juan Mogrovejo de la Cerda(Madrid ¿?-¿? 1664), un distinguido caballero em-parentado con el santo arzobispo de Lima, que ha-bía residido en Los Reyes y también en la ciudad delCuzco, donde cumplió la función de regidor y alcal-de ordinario. En “La endiablada”, obra escrita enprimera persona se relata un diálogo entre dos de-monios, Asmodeo y Amonio, que conversan sobresus peripecias y sus posibilidades de éxito para con-ducir las almas de los limeños al infierno. La con-versación describe el ambiente hipócrita de Lima ydesliza elementos satíricos y costumbristas (Chang-Rodríguez 1991).

La fuente más pormenorizada para la recons-trucción de la vida cotidiana virreinal la podemoshallar en las recopilaciones del doctor Juan AntonioSuardo, “clérigo curioso” que escribió día a día loshechos acaecidos desde el final del mandato del vi-rrey marqués de Guadalcázar. Suardo pretende des-cribir de forma detallada todo lo que transcurre entiempos del virrey Luis Jerónimo de Cabrera y Bo-badilla, conde de Chinchón. El Diario de Lima del

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doctor Suardo, que lleva por título formal: Relacióndiaria de lo sucedido en la ciudad de Lima desde 15 demayo de 1629 hasta mayo de 1634, privilegia el datocortesano, esto es, todo lo que pasaba en torno delvicesoberano, como sus enfermedades, sus visitasinstitucionales y sus disgustos con las “tapadas”.Pero también hay en este religioso con vocación pe-riodística, interés por la noticia que podríamos con-siderar policial, como por ejemplo asesinatos perpe-trados por negros, y sodomitas cometiendo el peca-do nefando. Gracias al Diario es posible tener unaidea de las fiestas civiles y religiosas, de la defensadel honor caballeresco, de los concursos de oposi-ciones en la Universidad de San Marcos, y de los li-tigios callejeros entre los catedráticos (Vargas Ugar-te 1935).

José de Mugaburu y Hontón y su hijo Franciscode Mugaburu y Maldonado toman la posta de JuanAntonio Suardo, pues ambos redactaron otro Diariode Lima. José de Mugaburu (¿? ¿1601?-Lima 1686)fue, a juzgar por su apellido, de origen vasco, y ha-bría nacido hacia 1601. De lo que sí tenemos certe-za es de su carrera militar y específicamente de surango de capitán. José de Mugaburu inició susapuntes sobre lo que acontecía en Lima entre 1640y 1686. Las descripciones de este recopilador de no-ticias son un verdadero tesoro para imaginar lasfiestas religiosas, los disturbios producidos a raízdel dogma de la Inmaculada Concepción y el terre-

moto de 1655. Después de muerto, el Diario fuecontinuado por su vástago Francisco de Mugaburu(Lima 1647-¿?), quien se había formado en la vidareligiosa con los franciscanos. Él continúa hasta1694 el trabajo iniciado por su padre (Romero1935). A manera de reflexión debemos decir quetanto Suardo como los dos Mugaburu son los pre-cursores del periodismo en el Perú.

Durante los siglos XVII y XVIII el pensamientobarroco en el Perú tuvo en la literatura notables ex-ponentes. Esta ideología y estética en la que convi-ven el tradicionalismo y la búsqueda de novedadesse presenta como el brazo cultural del imperio, y enotros casos como una manifestación de la identidadcriolla. Bajo su manto reúne a valiosos escritores co-mo Antonio de León Pinelo, Juan del Valle Cavie-des, Juan de Espinosa Medrano y Pedro de PeraltaBarnuevo.

Dentro del grupo de autores del barroco, el pri-mero que nos llama la atención es Antonio de LeónPinelo (Lisboa-¿1590?-Madrid 1660), de quien yahemos hablado anteriormente. Además de juristafue un fino y erudito escritor, y desde sus cargos derelator y cronista en el Consejo de Indias se ocupóde reunir informaciones detalladas y abundantes so-bre el Nuevo Mundo, convirtiéndose de esta formaen el primer gran bibliógrafo sobre América. Susobras, de variados temas, van desde las recopilacio-nes legales hasta la hagiografía, y desde los textosmoralistas hasta las bibliografías. Entre sus escritosde interés literario podemos citar los siguientes títu-

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Frontispicio del libro deAntonio de León Pinelo,Questión moral si elchocolate quebranta el ayunoeclesiástico (Madrid, 1636).

Frontispicio de Velos antiguosy modernos en los rostros de

las mujeres (Madrid, 1641) deAntonio de León Pinelo.

los: Epítome de la biblioteca oriental y occidental,náutica y geográfica (1629); Cuestión moral, si elchocolate quebranta el ayuno eclesiástico (1636); Fa-ma pósthuma, a la vida y muerte del doctor frey Lopede Vega Carpio (1636); Velos antiguos y modernos enlos rostros de las mujeres, sus consecuencias y daños(1641); Vida del ilustrísimo y reverendísimo don Tori-bio Alfonso de Mogrovejo (1653); y El Paraíso en elNuevo Mundo (1656), libro póstumo editado porRaúl Porras Barrenechea en 1943.

En El Paraíso, León Pinelo sostenía que Américahabía sido el antiguo Jardín del Edén, escenario delos sucesos del Génesis, y que los restos de la tierraperdida podían encontrarse en la Amazonía a juzgarpor su exuberante naturaleza. Este escritor de as-cendencia sefardita argüía que los grandes monu-mentos de México y del Perú habían sido edificadospor los descendientes de Adán, antes del diluviouniversal, y que los indios, por su adicción a la gue-rra, eran bárbaros recién llegados al Nuevo Mundo(Brading 1991). Pinelo plantea un encuentro entrela erudición barroca y la utopía de América, tierraconcebida como lugar de regeneración de la huma-nidad. A pesar de no haber nacido en Indias, esbo-za un claro anhelo de reivindicación criolla al reva-lorizar el espacio indiano.

Las referencias veterotestamentarias de León Pi-nelo nos permiten hacer un paréntesis para recordarla obra del licenciado Fernando de Montesinos(Osuna ¿?- Sevilla 1644), sacerdote del clero secu-lar que vino al Perú con el séquito del virrey condede Chinchón. Aunque su pluma no tenía la mismaelegancia que la del consejero de Indias, sus traba-jos permiten observar el pasado andino con un en-foque en el que se relaciona a los incas con la histo-ria del Antiguo Testamento. Pretende demostrar através de su obra el arribo de Ofir a América y el co-nocimiento de la escritura por parte de los incas.Montesinos, clérigo trajinante y reflexivo, llegó aocupar el cargo de párroco de la iglesia de NuestraSeñora de las Cabezas de Lima y dejó manuscritosque fueron publicados con los títulos de Memoriasantiguas, historiales y políticas del Perú, en donde lahistoria se confunde con la fantasía. El documentoconsiste en una extraña recopilación de informa-ción sobre dinastías incaicas inexistentes y tambiénsobre el supuesto sistema de escritura andino. Laimpresión de otro de sus manuscritos ha salido a laluz con el nombre de los Anales del Perú y cubre lahistoria del espacio conquistado desde 1498 hasta1642. Contrariamente al anterior, en este últimotexto Fernando de Montesinos reúne un material

histórico más serio para la reconstrucción del pasa-do, esto es, desde los quipus y las narraciones indí-genas hasta los libros de cabildo y escribanos. LosAnales nos permiten reconstruir escenas del mundovirreinal, como las entradas de los virreyes a la ca-pital, apuntes sobre minas y tesoros, y observacio-nes sobre personajes de la época que le tocó vivir(Porras 1986).

El introductor del gongorismo en el Perú fuefray Juan de Ayllón (Lima 1604-¿? 1662), de la or-den de San Francisco. Su vida transcurrió lejos delmundanal ruido, y en sus obras hace ostensible elprotagonismo de su congregación recurriendo al hi-pérbaton y a los artificios de la lengua castellana. Suprincipal trabajo es el Poema de las fiestas que hizo elconvento de San Francisco de Jesús, de Lima, a la ca-nonización de los veintitrés mártires del Japón (1630).

En la ciudad del Cuzco durante la segunda mi-tad del siglo XVII se dejó escuchar la voz autoriza-da del canónigo Juan de Espinosa Medrano, apoda-do el “Lunarejo” (Calcauso, actual provincia de An-tabamba 1632-Cuzco 1688), cuyos aportes en elcampo de la lógica ya hemos reseñado. Este escritorpresumiblemente mestizo, de quien se han tejidovarias anécdotas, era profesor de teología y filosofíaen el entonces seminario de San Antonio Abad delCuzco. Gozaba de fama de elocuente predicador yera tan bien considerado por el mundo intelectualque se le llegó a comparar con oradores clásicos co-mo Demóstenes, Tertuliano y San Juan Crisóstomo.

Juan de Espinosa Medrano ocupa un lugar espe-cial en la historia de la literatura peruana por suApologético en favor de don Luis de Góngora (Lima1662). Este texto constituye un estudio de la retóri-ca de Luis de Góngora y Argote, y a la vez una eru-dita réplica a los cuestionamientos que hiciera elportugués Manuel de Faria y Sousa sobre el granpoeta culterano. De esta manera el “Lunarejo” seconvierte en el fundador de la crítica literaria en laAmérica española (Roggiano 1978).

En el Apologético, Espinosa se presenta como unautor de pluma elegante, bella y fluida, además deencomiástica. A manera de ejemplo citamos un pa-saje de su obra en el que despliega las característi-cas señaladas: “No inventó Góngora las transposi-ciones Castellanas, inventó el buen parecer, y lahermosura de ellas, inventó la senda de conseguir-las... °oh prodigios del ingenio de Góngora! levantóa toda superioridad la elocuencia Castellana, y sa-cándola de los rincones de su Hispanismo, hízola decorta sublime, de balbuciente facunda, de estérilopulenta, de encogida audaz, de bárbara culta…”.

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La admiración que los intelectuales de su tiem-po profesaban por el “Lunarejo” no derivaba exac-tamente del Apologético. Dicho “ejercicio retórico”era menos importante frente a su labor como predi-cador y maestro universitario. En aquella obra nosólo defiende el estilo poético de Góngora, sinotambién sugiere la presencia de cierta “concienciacriolla” (Rodríguez Garrido 1994b). Además delApologético y la Philosophia thomistica (Roma 1688)(abordada en el subcapítulo que esboza los princi-pales aportes de la filosofía y teología virreinales),es de su autoría La novena maravilla, una reuniónde sus piezas oratorias publicada póstumamentepor sus discípulos, en el Madrid de 1695. En lospreliminares del libro se da a conocer por vez pri-mera una semblanza biográfica del ilustre peruano,y también sus cualidades como orador sagrado(Guibovich 1982-1983). El doctor Espinosa Medra-no, como religioso del clero secular, estuvo compro-metido con la defensa de la escuela de Santo Tomásde Aquino y por lo tanto su postura era contraria ala de los jesuitas, varios de cuyos miembros postu-laban el resurgimiento del nominalismo, oponién-dose a la fundación de una universidad sobre la ba-se del colegio-seminario de San Antonio Abad. EnLa novena maravilla se pueden observar ciertos ras-gos de dicha pugna y el interés por realzar al autorde la Summa teológica. Fray Ignacio de Quesada ca-lificó al “Lunarejo” de teólogo de “angélica escue-la”, y dijo de su obra: “Bien podemos assegurar deeste libro, ser un maravilloso piélago de maravillasthomísticas, de milagros angélicos” (Rodríguez Ga-rrido 1994b).

El presbítero Juan de Espinosa Medrano tambiénescribió autos sacramentales en quechua y castella-no. Fue autor de Amar su propia muerte, drama ba-sado en las tribulaciones de Jael; y también de El hi-jo pródigo y El rapto de Proserpina, piezas que vere-mos más adelante cuando nos refiramos al teatro vi-rreinal.

La literatura satírica del barroco en el Perú en-cuentra en Juan del Valle Caviedes (Porcuna, Anda-lucía ¿1652?-Lima 1695) a su mejor cultor. Estehombre de vida inestable, que al parecer trabajó enminería y luego se convirtió en mercachifle, ven-diendo artículos en los famosos “cajones de Ribe-ra”, supo conjugar el ejercicio de las letras con laaventura.

La producción literaria de Caviedes cubre el tea-tro y la poesía devota y circunstancial; pero el granaporte de su obra, dentro de lo poético, está en elhallazgo de conceptos satíricos muy parecidos a los

de Francisco de Quevedo y Villegas. El andaluzafincado en Lima, poeta en el que podemos encon-trar cierto desengaño por la vida, tiene como blan-co de sus mofas a las mujeres de mal vivir, pero so-bre todo a los médicos. Así por ejemplo, describe alos galenos como “asesinos graduados” con los si-guientes versos:

No seas desconocida,ni contigo uses rigores,pues la muerte sin doctoresno es muerte, que es media vida.Muerte sin médico es llanoque será, por lo que infiero,mosquete sin mosquetero,espada o puñal sin mano.

Estas burlas dirigidas contra los facultativos sehallan en su Historia fatal, proezas medicales, guerrafísica y hazañas de la ignorancia, poemas común-mente conocidos como el Diente del Parnaso (Lima1689) (Silva-Santisteban 1984). La vena quevedes-ca le permitió reproducir con sarcasmo las distintasformas de hablar de los estamentos y grupos socia-les del virreinato, parodiando incluso el castellanode un indio, en un romance titulado “A un corcova-do que casó con una mujer larga dotada en plomo”:

Parici osti jonto al novia,tan ridondo y ella larga,como en los trocos di juego,taco, bola in misma cama.

A través de sus versos nos es posible reconstruiralgunos rasgos de la vida cotidiana de la Lima de fi-nales del siglo XVII. El “Poeta de la Ribera” no pre-tendía dar una imagen del Perú como totalidad, si-no revelar la presencia de la calle: una literatura ur-bana con una perspectiva netamente limeña. En es-te sentido podemos considerar a Juan del Valle Ca-viedes uno de los precursores de la literatura cos-tumbrista en el Perú, junto con Mateo Rosas deOquendo y Juan Mogrovejo de la Cerda.

El siglo XVIII se anuncia con la figura del nota-ble erudito Pedro de Peralta Barnuevo Rocha y Be-navides (Lima 1664 - Lima 1743), considerado elmás renombrado polígrafo y políglota del períodovirreinal. No en vano los estudiosos de la historia dela literatura peruana lo han llamado el “DoctorOcéano”, ante el mar de conocimientos que poseía,sin haber salido jamás de los muros de la ciudad deLos Reyes.

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Peralta fue un gran co-nocedor de la historia, elderecho, la política y lacosmografía, pero sobre to-do del arte de la versifica-ción, en el que combina elbarroco español con el cla-sicismo francés. Era procli-ve a la alabanza y a la com-paración de las hazañas delos personajes del pasadoperuano inmediato con lasde los héroes de la mitolo-gía y la historia grecolati-nas. Pero su elocuencia ysus profundos estudios nose limitaban únicamente alas letras: fue un cultor delas matemáticas, la náutica,las ingeniería civil y military la astronomía. Por eso, almorir el cosmógrafo JuanRamón Coninck, se lenombró catedrático de Pri-ma de matemáticas en laUniversidad de San Marcos(de la que fue tres vecesrector) y cosmógrafo ma-yor del reino, en 1709. Do-minaba el latín, el griego,el italiano y el francés, lo que le facilitaba la lecturay traducción de textos clásicos. Peralta, hombre cer-cano al poder, era el encargado de escribir los dis-cursos para el virrey. Justamente, el marqués deCastell dos Rius le invitó a formar parte de la Aca-demia de Palacio, que sesionaba todos los lunes entorno a su persona.

Este limeño inabarcable fue autor de numerosasobras como: Historia de España vindicada (1730), decarácter histórico apologético; Lima fundada(1732), de corte épico; Observaciones astronómicas(1717), escrito de divulgación científica; la Imagenpolítica del Excmo. Sr. D. Diego Ladrón de Guevara(1714) y la Relación de mando del virrey marqués deCastelfuerte (1736) que relatan los logros de los dosgobernantes; Lima inexpugnable (1740) que tratasobre la defensa militar de la capital del virreino; LaRodogunda (1708), adaptación de la tragedia deCorneille; Triunfos de amor y poder (1710) y Afectosvencen finezas (1712), obras dramáticas en las quedeja traslucir su espíritu criollo (Sánchez 1967). Pe-dro de Peralta consideraba que los altos cargos pú-

blicos que ejercía eran unobstáculo para su produc-ción literaria, y así lo dio aentender en un sutil dis-curso universitario ante lasautoridades al expresar quetenía “gloriosamente de-sordenado el vivir, por te-ner ordenado el merecer”.

La historia local del Cuz-co fue desarrollada por elpresbítero Diego de Esqui-vel y Navia (Cuzco¿1700?-1779), miembro dela familia de los marquesesde San Lorenzo de ValleUmbroso, quien llegó a serdeán del cabildo eclesiásti-co de la Ciudad Imperial ygran bibliófilo. Esquivel,hombre de vocación erudi-ta, se propuso escribir unahistoria casi diaria decuanto acontecía en elCuzco desde el siglo XVIhasta bien entrado elXVIII. Para llevar a caboesta magna y detallistaobra, recurrió a las fuentesorales y a la documenta-

ción escrita de las crónicas y los libros de los cabil-dos civil y eclesiástico. El trabajo final de Diego deEsquivel, redactado con una pluma barroca y ele-gante, es conocido como las Noticias cronológicas dela gran ciudad del Cuzco. A través de la informaciónrecopilada es posible reconstruir la historia de la an-tigua capital de los incas durante el virreinato. Laobra de Esquivel “dice mucho de la noble jerarquíaque alcanzó la cultura cuzqueña en el siglo XVIII”(Denegri 1980).

Dentro de los años del período virreinal que cu-brimos, debemos mencionar también la obra de Jo-sé Eusebio de Llano Zapata (Lima ¿1716?-Cádiz1780), autodidacta y políglota como Peralta, quiense interesó por la historia natural de América y delPerú. Su aprecio por la cultura clásica se puede no-tar en el buen conocimiento de la lengua griega,idioma que difundió a través de la fundación de unaescuela en Lima.

Llano Zapata no era un hombre exclusivamentede gabinete. Para escribir sus trabajos se tomó lamolestia de viajar, observar y tomar apuntes. Sus pe-

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Pedro de Peralta Barnuevo Rocha y Benavides (1664-1743), prolífico autor, escribió numerosas obras

literarias, históricas y científicas.

riplos lo llevaron hasta el Brasil. Una de las másfuertes motivaciones que le impulsaron a publicarestaba en la refutación a los europeos que desprecia-ban la capacidad de los americanos para el estudio.Sus trabajos son una muestra sutil de reivindicacióncriolla. Su obra principal, aunque de publicación in-completa, está constituida por las Memorias históri-co-físicas-apologéticas de la América Meridional, cuyaredacción inició en Cádiz en 1756. Allí rescata, conrigor científico, el valor de la naturaleza, la geogra-fía y la historia de Sudamérica, y describe con minu-ciosidad las minas, los volcanes, los lagos y lagunas,y las antigüedades peruanas. Justamente con respec-to al pasado prehispánico, Llano Zapata se aboca alestudio y descripción de los templos, caminos ypuentes, y llama la atención sobre el abuso en labúsqueda de tesoros enterrados. Por ello se le puedeconsiderar un precursor de la arqueología peruana.

Las Memorias constituyeron una fuente tan im-portante para la documentación científica sobreAmérica, que el mismo Jorge Juan consultó sus ori-ginales para complementar informaciones en tornoal Perú. José Eusebio de Llano Zapata fue ademásautor de numerosas publicaciones eruditas de di-versos temas como: la Resolución en consulta sobre lairregularidad de las terminaciones exiet y transiet(1743), Higiasticon o verdadero modo de conservar lasalud (1744) y la Carta o diario (1748) donde deta-lla el terremoto de Lima de 1746 y sus conse-cuencias.

EL TEATRO

Al igual que las fiestas, el teatro enseña-ba, divertía y moralizaba, en una época enla que el común de la gente era analfabeta ono tenía acceso a los libros por sus elevadosprecios. Servía para enaltecer al monarca ya las autoridades virreinales, como tambiénpara criticar sutilmente las actitudes injus-tas de los poderosos. El teatro era como lavida, un espejo de las pasiones colectivas,una canasta de ilusiones, donde el llanto yla risa a veces se daban la mano.

El teatro virreinal se inicia en el Perú amediados del siglo XVI con autos sacra-mentales representados en las plazuelas yatrios de los templos. A fines del quinientosel repertorio se incrementó con la inaugura-ción de los “corrales de comedias”, patioscon balcones, cuartos y bancas, a imagen ysemejanza de los existentes en España. El

primer “corral” limeño abrió sus puertas en 1583,en la calle Polvos Azules cerca al río Rímac, y parala siguiente centuria ya se habían multiplicado y re-presentaban principalmente las obras de los grandesautores del “siglo de oro”. Lo mismo sucedió conotras ciudades del reino como el Cuzco, La Plata yPotosí, urbes que con la ciudad de Los Reyes habíanestablecido un itinerario de giras de compañías có-micas de gran aceptación popular hasta bien entra-do el siglo XVIII (Stevenson 1976). Cabe señalarque en el género cómico destacó la actriz y cantan-te huanuqueña Micaela Villegas y Hurtado de Men-doza, la “Perricholi”, de quien se tejieron varios en-redos galantes con el virrey don Manuel de Amat yJunient.

La comedia pública coexistía con las funcionespalaciegas o privadas ofrecidas en patios de casonaso salones del palacio virreinal de Lima, desde el si-glo XVII. La comedia tuvo su mejor época durantela década del setenta del seiscientos, cuando se es-trenaron comedias escritas por autores locales comoSanta Rosa (1670), Amor en Lima es azar (1675).Por esta época se pusieron de moda las comedias devuelo y escotillones, recurso mediante el cual losactores volaban con la ayuda de tramoyas o desapa-recían bajo pisos móviles. Dentro de palacio se ofre-cían también zarzuelas. En 1689 fue presentada enla casa del virrey la primera zarzuela de Hispanoa-mérica También se vengan los dioses, del poeta lime-ño Lorenzo de las Llamosas y cuya música, se pre-sume, fue compuesta por Tomás de Torrejón y Ve-lasco. Durante el período borbónico continuaron

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Ilustración de una representación teatral en el colegio San Bernardo delCuzco en el siglo XIX. El arte dramático en el mundo hispánico estuvo

estrechamente vinculado a la temática religiosa, en un afán de contribuircomo modelo de una vida virtuosa. Tomado de Meneses 1983.

las representaciones de piezas teatrales en palaciohasta 1749. El virrey escritor Castell dos Rius estre-nó una Comedia armónica y El mejor escudo de Per-seo; y el polifacético Pedro de Peralta Barnuevo pu-do ver representadas sus obras Afectos vencen fine-zas y Triunfos de amor y poder.

En el Perú también se cultivó el teatro conven-tual, que tuvo en los jesuitas a sus mejores expo-nentes. Este género divulgó piezas religiosas y mo-ralizadoras en los conventos, casas del clero regulary atrios de las iglesias. La defensa del catolicismopor los hijos de San Ignacio se hizo notar con sin-gular éxito con la puesta en escena de María Estuar-do, reina mártir de Escocia, representada en 1590 enun salón del colegio de San Pablo con ocasión delrecibimiento ofrecido al virrey marqués de Cañete(Lohmann 1945). Frecuentemente el teatro conven-tual abordaba historias hagiográficas y bíblicas, co-mo el Coloquio de la historia del patriarca José, quegustó muchísimo a los habitantes de Lima en 1610,y el Arca de Noé representada en 1672 a pedido delvirrey conde de Lemos, gran aficionado al teatro yamigo de la fe (Cantuarias 1989).

Para todas las manifestaciones histriónicas seutilizaba el acompañamiento musical de coros y or-questas dotadas de chirimías, clarines, pífanos, tam-bores, violines y trompetas bajo la dirección de fa-mosos maestros como Tomás de Torrejón, JoséDíaz, Roque Ceruti y fray Esteban Ponce de León,entre otros.

Durante el virreinato destacó también el teatroquechua, tanto en su versión popular destinada a lacristianización de los naturales, como uno más eru-dito, escrito a la manera clásica española (Meneses1983). Las obras mejor logradas de este género tea-tral aparecieron en el Cuzco y fueron dirigidas a mo-ralizar a los indígenas. Entre ellas cabe mencionarYauri Tito Inca, drama del siglo XVII, donde el pro-tagonista principal es defendido y librado de lasfuerzas de Satán por la intercesión de la Virgen Ma-ría y la ayuda de su Ángel de la Guarda; y Usca Páu-car, auto sacramental de la misma centuria queaborda un tema muy similar al de Yauri Tito Inca,pues el príncipe empobrecido Usca Páucar vende sualma a Luzbel o Yunca Nina, y una vez arrepentidologra su salvación con la ayuda de la Reina del Cie-lo.

En la misma ciudad, el presbítero Juan de Espi-nosa Medrano, el “Lunarejo”, escribió en lenguaquechua El hijo pródigo y El rapto de Proserpina.Ambas piezas, la primera sobre un relato del Evan-gelio y la segunda sobre una narración mitológica,

son obras que persiguen un fin proselitista. Justa-mente la última, a pesar de recrear una tradición pa-gana, incluye elementos cristianos, como la presen-cia salvadora de la Eucaristía que libra a Proserpinadel infierno (Cornejo 1993).

El teatro virreinal también refleja la “visión delos vencidos”. Es el caso de la Tragedia del fin deAtahualpa y Ollantay, dos piezas distintas a las ante-riormente reseñadas. La Tragedia pretende recordarel cautiverio y muerte del último soberano indíge-na, y revivir los posibles diálogos entre éste y Fran-cisco Pizarro. El desenlace final es moralizador: elrey de España se indigna con el conquistador delPerú por su crueldad y concluye elogiando al Inca.

En torno al Ollantay existe una serie de discu-siones histórico-críticas. Algunos estudiosos se in-clinan por atribuirle un origen prehispánico ante lainexistencia de alusiones al cristianismo. Los quecreen que fue escrita en el período hispánico argu-mentan que la obra tiene la estructura del teatroclásico español. Sin embargo, se postula una opi-nión intermedia referida a que la historia es verda-deramente incaica pero que la redacción del textoteatral se hizo durante el siglo XVII. Según el pro-fesor Teodoro Meneses, este drama habría sido es-crito por el erudito cuzqueño Vasco de Contreras yValverde, a quien también se le atribuye la autoríade Usca Páucar.

El Ollantay narra las tribulaciones de Ollanta, ungeneral al servicio del inca Pachacútec, quien luchapor el amor de la ñusta Cusi Coyllur, a pesar de laoposición del “Señor de los cuatro suyos”, puesOllanta no era noble. Luego de muchos sufrimien-tos, el general consigue finalmente la mano de la hi-ja de Pachacútec para desposarla (Cornejo 1993).

LOS LIBROS, LAS LECTURAS Y LOS INICIOS DEL PERIODISMO

Los habitantes cultos del virreinato mostraronespecial interés por los libros. Desde muy tempra-no, en 1544, ya podemos encontrar a Juan AntonioMussetti, librero de origen italiano procedente deMedina del Campo, quien se había dedicado a laventa de publicaciones castellanas de los poetasBoscán y Garcilaso. Para fines del quinientos el co-mercio de obras impresas había crecido notable-mente, al igual que su importación directa desdeEuropa.

Por cierto, el público lector era bastante restrin-gido. El alto precio de los libros limitaba la posibili-dad de la lectura para el común de la gente. Así por

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ejemplo, a principios del período virreinal laSumma teológica de Santo Tomás de Aquinocostaba tanto o más que una espada; y un mi-sal tanto como la camisa de un alto dignatario.Poseer una biblioteca era un privilegio al quesólo podían acceder nobles, clérigos, frailes,letrados, médicos y algunos caciques ricos. Losconventos de las órdenes religiosas lograronreunir nutridas bibliotecas, pero aquellas per-tenecientes a particulares no pasaban de cua-trocientos volúmenes, salvo algunos casos querompen la regla, como el del extirpador Fran-cisco de Ávila, propietario de más de dos millibros (Hampe 1993).

El libro fue un medio eficaz para la disemi-nación de ideas y los descubrimientos huma-nísticos de Europa. En el campo del derecho seleyeron en el Perú los comentarios de losmaestros de Bologna, Bartolo de Sassoferrato yBaldo de Ubaldis, así como los de los juricon-sultos españoles Alfonso Díaz de Montalvo,Diego López de Salamanca, Gaspar de Baeza, Diegode Covarrubias y por supuesto Juan de Solórzano yPereyra.

En cuanto a los textos de carácter teológico másconsultados, destacan las obras de Santo Tomás deAquino, fray Domingo de So-to, fray Luis de Granada y elMalleus maleficarum (general-mente traducido como El mar-tillo de las brujas) de Kraemery Sprenger, libro útil para ladetección de hechiceras y parala extirpación de las idolatrías.Esta categoría englobaba tam-bién los catecismos y las com-pilaciones de sermones.

Los eruditos atraídos porlos studia humanitatis incluíanen sus bibliotecas algunasobras de Erasmo de Rotterdam,cuyas ideas se acercaron a laheterodoxia, y también las deescritores clásicos como Ovi-dio, Plauto, Flavio Josefo, Au-lio Gelio y Tito Livio, ademásde aquellos autores del renaci-miento italiano que abrazaronla filosofía neoplatónica. Encuanto a la literatura de conte-nido moral llama la atención lapresencia de los escritos de An-

tonio de Guevara, Juan Luis Vives, Baltazar Casti-glione y Andrés Alciato. La lexicografía y las lin-güísticas castellana y latina tuvieron en el célebreAntonio de Nebrija al autor más vendido, pues susestudios constituyeron una herramienta fundamen-tal para los cultores de las humanidades.

En las bibliotecas virreina-les también se encontraban ro-mances caballerescos y poesíalírica como la de Garcilaso dela Vega, además de novelas co-mo La Celestina de Fernandode Rojas y el Quijote de donMiguel de Cervantes. Por su-puesto nunca faltaron las co-medias y poemas de Lope deVega, así como los ensayos ysátiras de Francisco de Queve-do y Villegas.

La historia universal se viorepresentada por Gonzalo deIllescas y Pedro Mejía, y la deEspaña por Florián de Ocampoy Hernando del Pulgar (Hampe1993). Vale la pena mencionar

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Detalle de la biblioteca del convento de Ocopa, Junín.

Los libros de los humanistas clásicosde la cultura grecolatina ocuparonun lugar privilegiado en lascolecciones de los lectores del Perúcolonial. En la imagen, Libros deMarco Tulio Cicerón que tracta...(Alcalá, 1549).

que en el campo historio-gráfico fue muy consultadodurante el siglo XVIII el dic-cionario histórico del polí-grafo francés Luis Moreri, aquien el limeño Pedro JoséBravo de Lagunas cita en suVoto consultivo. La historiade las Indias estaba tratadaen las creaciones de frayJuan de Torquemada, Juande Castellanos y Antonio deHerrera y Tordesillas. Losbibliófilos curiosos del pasa-do peruano reconstruían eltiempo del Tahuantinsuyocon los Comentarios realesdel Inca Garcilaso.

Para las ciencias natura-les, se podía hallar con fre-cuencia el Compendio deDioscórides, de necesariaconsulta para los galenos,traducido por Andrés de La-guna; los escritos del inglésJohn Holywood o “Sacro-bosco” y el de Abraham Or-telius, para los cosmógrafos; y el trabajo de Juan deBelvedere para aquellos que deseaban conocer elquehacer metalúrgico.

Finalmente no debemos olvidar los estudios deljesuita alemán Athanasius Kircher, tan consultadospor los eruditos en el Perú de fines del siglo XVII yde la siguiente centuria, como Juan Ramón Conincky Diego de Esquivel y Navia. Este autor ignacianocreía en la existencia de vida debajo de la tierra y enotros planetas. Los textos de Kircher compendiabanel saber de la época y a través de ellos se podía ac-ceder a las novedades científicas, sin ser censuradopor la Inquisición (Sánchez-Concha 1990).

Los libros que llegaban en los galeones eran ins-peccionados por el Tribunal del Santo Oficio. Todasaquellas publicaciones que figuraban en el Index oÍndice de los libros prohibidos (por lo general impre-sos de autores acusados de herejía, sensualidad oblasfemia) estaban impedidas de pasar al Perú, y laInquisición era el órgano encargado de hacer efecti-va tal restricción. El Tribunal efectuaba visitas siste-máticas a las embarcaciones de reciente arribo quetraían infolios, y el funcionario comisionado o visi-tador subía a la nave acompañado de un alguacil yun notario. Los inspectores se reunían con el piloto

y dos pasajeros en el camaro-te de popa, a quienes se lesobligaba a responder un lar-go cuestionario en el que seincluía la siguiente pregunta:“…qué libros traen registra-dos, de dónde vienen, quiénlos trae a cargo y a qué per-sonas vienen dirigidos”. Silos examinadores descubríanalgún libro prohibido y ha-llaban al responsable, requi-saban su material y se inicia-ba el proceso inquisitorial,dentro del cual los inculpa-dos estaban facultados pararetractarse y dejar para siem-pre esas pecaminosas lectu-ras (Leonard 1979).

La historia de los librosen el virreinato no puede ser

abordada independientemente de los logros de laimprenta. El primer profesional de las prensas fueAntonio Ricardo, nacido en Turín, quien había arri-bado a la Ciudad de los Reyes en 1581, procedentede México. Ricardo o Ricciardi se instaló con susmateriales tipográficos en el colegio de San Pablo,gracias a lo cual el turinés pudo subsistir impri-miendo naipes y estampas religiosas. Su situacióneconómica mejoró cuando la Real Audiencia le per-mitió imprimir en 1584 el Catecismo para la cristia-nización de los indígenas, preparado por los teólogosdel Tercer Concilio Limense, el primer libro publi-cado en el Perú. Antonio Ricardo fue también el en-cargado de editar el calendario reformado por el Pa-pa Gregorio XIII ese mismo año, y fue hasta sumuerte en 1606, el único impresor en Lima. Pocoantes de expirar vendió sus prensas a su socio yamigo Francisco del Canto, miembro de una anti-gua familia de libreros de Medina del Campo (Miró-Quesada 1983-1984).

Los inicios del periodismo en el Perú virreinalpueden hallarse en las Relaciones, que consistían encortos textos impresos, dedicados a una sola noti-cia. Las Relaciones se vendían por las calles a bajoprecio y daban cuenta de los sucesos más importan-

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Frontispicio de la ediciónprincipal de la Segunda parte delingenioso cavallero don Quixotede la Mancha (Madrid, 1615) deMiguel de Cervantes.

tes acaecidos en Europa y en España y sus posesio-nes. Informaban acerca de triunfos militares de lamonarquía católica, las beatificaciones y las canoni-zaciones, las fiestas oficiales, los procesos inquisito-riales, las incursiones de piratas, los terremotos, etc.Gracias a este medio de información los moradoresde las ciudades del virreinato llegaron a enterarse delas últimas noticias mundiales de gran trascenden-cia como el incendio de Constantinopla (1618) y larendición de Breda (1626)(Gargurevich 1987). Notodos estos textos informativos procedían de otrosreinos. A manera de muestra debemos mencionarque en Lima Antonio Ricardo imprimió en 1594 laRelación del correo mayor Pedro Balaguer de Salce-do, sobre la entrada del corsario Hawkins por el es-trecho de Magallanes, y en la misma urbe AlonsoBravo de Saravia Sotomayor mandó publicar en1610, la Relación de las fiestas que en la ciudad de Li-ma se hizieron por la Beatificación del Bienaventura-do Ignacio de Loyola. Algunos años más tarde esteimpreso fue utilizado como molde por el obispo delCuzco Fernando de Vera y Padilla para relatar loshomenajes que se rindieron al fundador de la Com-pañía de Jesús en la vieja capital incaica (VargasUgarte 1952).

Otro género del periodismo inicial cultivado enel Perú fue el de los Noticiarios, que a diferencia delas Relaciones reunían varias nuevas. Probablemen-te el primer Noticiario fue uno impreso por Francis-co del Canto en 1618 que daba cuenta de los acon-tecimientos políticos de las ciudades italianas, y deInglaterra, Francia, Alemania y Malta. El Noticiariode mayor divulgación de mediados del siglo XVIIfue el de las Cartas de Andrés de Almansa y Mendo-za, a quien se le considera el primer reportero deEspaña (Gargurevich 1987). En la Ciudad de losReyes en 1701, apareció en forma de periódico elDiario de noticias sobresalientes en esa corte de Limay otras habidas en Europa, que catorce años más tar-de es sustituido por la reimpresión de la Gaceta deMadrid. En enero de 1744 sale a la luz la Gaceta deLima, publicada sin interrupciones hasta la décadade 1780. Fue éste un noticiario oficial cuyos direc-tores eran nombrados por el virrey. La Gaceta de Li-ma se dividía en dos secciones, una referente a lasnoticias de Europa y de España, y otra exclusiva pa-ra la capital del vicerreino, que brindaba abundanteinformación sobre los nombramientos, los movi-mientos telúricos, el arribo de las naves al Callao yacontecimientos cotidianos (Gargurevich 1987).

Finalmente, no debemos dejar de mencionar lossilenciosos aportes de los detallados diarios de Lima

de Juan Antonio Suardo, y Joseph y Francisco deMugaburu, precursores del periodismo peruano.Gracias a ellos es posible reconstruir varios aspectosde la vida cotidiana de la capital durante el sigloXVII. La diversidad de asuntos que abordan estosescritores nos permite compenetrarnos con las for-mas de vida en el Perú del seiscientos.

LA MÚSICA

Los peruleros en sus largas marchas sobre losAndes encontraron en la música y el canto una grancompañía ante la vasta soledad que los rodeaba. Sa-bemos que las ambiciones monárquicas de GonzaloPizarro le llevaron a fundar una capilla y reunir seisministriles para que realzaran su imagen con cánti-cos y composiciones religiosas.

Los virreyes que llegaban al Perú incluían músi-cos en sus cortes, cuya labores divertían al vicesobe-rano y su gente. El caso más ilustrativo es el de To-más de Torrejón y Velasco (Villarrobledo 1644-Lima1728), quien arribó al Perú con el virrey conde deLemos, y fue autor de varias cantatas (como Si el al-ba sonora) y una misa cantada. Su fama se extendiócon la musicalización de La púrpura de la rosa delcélebre Pedro Calderón de la Barca, estrenada enLos Reyes en 1701. Las repercusiones que lograronlas obras de este músico barroco fueron tan gran-des, que sus composiciones se escucharon en elCuzco, Charcas y Guatemala (Estenssoro 1989).

Con el advenimiento de la casa de Borbón, elgusto musical de la alta nobleza española se tornóhacia las piezas italianas. Fue así como el virreymarqués de Castell dos Rius, que había servido co-mo embajador español ante la corte de Luis XIV,ejerció el mecenazgo en favor del músico Roque Ce-ruti (Milán ?-Lima 1760), quien difundió la formaoperística italiana y el nuevo estilo armónico delviolín (Sas 1972). Ceruti supo adaptar estas nuevastécnicas del barroco a las exigencias del público li-meño y, sin salir de su estilo original, recurrió a lacomicidad. La obra del violinista milanés fue una delas más difundidas y varios archivos conservan suspartituras (Estenssoro 1989).

Tomás de Torrejón tuvo un discípulo muy cerca-no en el presbítero José de Orejón y Aparicio (Hua-cho 1715-Lima 1765), maestro de capilla de la cate-dral de Lima. Había heredado del maestro de Villa-rrobledo la habilidad contrapuntística, y de RoqueCeruti las formas italianizantes. Orejón y Apariciocompuso una Pasión según San Juan y cantatas co-mo Ah del gozo, dedicada a la Virgen María. A su vez

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un alumno suyo, Cristóbal Romero (Lima 1724-1790), igualmente religioso, fue un gran difusor delestilo logrado por el músico huachano.

Casi coetáneo de Torrejón, el presbítero españolJuan de Araujo (Villafranca 1646-La Plata 1712) al-canzó el éxito por saber combinar la música cultacon el humor del folklore negro; por ejemplo, Arau-jo, en el villancico “Los negritos”, introduce la gra-ciosa forma de hablar de los afroperuanos. A dife-rencia de los músicos antes mencionados, Juan deAraujo no pasó toda su vida en Lima. Ejerció la pro-fesión musical en Panamá, Guatemala, el Cuzco(donde fue maestro de capilla) y finalmente en LaPlata, donde le sobrevino la muerte.

En el Cuzco, durante la primera mitad del sigloXVIII, destacaron los maestros Ignacio Quispe yfray Esteban Ponce de León. El primero era un com-positor mestizo, conocido por la cantata Ah señoreslos del buen gusto, en la que se burlaba de manerasutil de la reglamentación musical. Ponce de Leónfue maestro de capilla de la catedral del Cuzco y ha-cia 1750 estrenó una ópera-serenata titulada Veniddeidades, que ironiza las sempiternas rivalidades en-tre las ciudades de Arequipa y el Cuzco (Wuffarden1993: 643).

La música también estuvo al servicio de la evan-gelización de los indios. Un buen ejemplo es HanacPachap, pieza anónima con letra en quechua, quemusicalizó bellamente el doctrinero y terciario fran-ciscano Juan Pérez Bocanegra y cuya partitura sepublicó en Lima en 1631. Hanac Pachap es la prime-ra obra polifónica coral aparecida en América y, cu-riosamente, reúne la influencia de la pentafonía an-

dina y el estilo de las com-posiciones renacentistas, si-milares a las de Tomás Luisde Victoria.

En cuanto a los bailes, hu-bo dos momentos muy mar-cados en torno a los perio-dos austriaco (que abarcólos siglos XVI y XVII) y bor-bónico (que cubrió todo el

XVIII y los inicios del XIX). En la primera época sedejó notar la gran influencia flamenca, alemana eitaliana; en la segunda es crucial la preponderanciafrancesa. No obstante, en ambos espacios tempora-les hay cierta combinación de las danzas que llegandel extranjero con la música criolla primitiva y losritmos africanos.

La corte de los virreyes fue determinante para elcultivo de la danza europea en el Perú. El conde deNieva (1560-1564), que tenía fama de gobernantefrívolo y libertino, reglamentó la etiqueta palaciegapara las recepciones y especialmente para los bailes.Doña Teresa de Castro, esposa del segundo marquésde Cañete don García Hurtado de Mendoza (1590-1596), inició los saraos cortesanos que incluíandanzas. A fines del quinientos, en tiempos de esteúltimo vicesoberano, se bailaba en Lima el “totar-que”, el “puertorrico”, la “chacona”, la “valona”, la“churumba” y la “gallarda” (Vega C. 1981).

Durante el siglo XVII, los miembros de la repú-blica de españoles bailaban la “pavana”, la “aleman-da”, la “cadeneta”, la “zarabanda” y la “courante”,géneros de danza que se combinaron con los ritmosantes mencionados; en estos movimientos se dejabasentir la influencia germano-flamenco-italiana.

A partir del dieciocho, con el cambio de dinas-tía, se impone paulatinamente la moda francesa.Así aparecen el “minuet” y la “gavota”. También enesta centuria irrumpe el “zapateado” (de origen an-daluz), que llamó la atención en 1713 del viajerofrancés Amadeo Frézier, y que puede considerarseun antecedente de la “zamacueca” y de la actual“marinera”.

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Sacerdotes entonando cantoslitúrgicos en una fotografía deprincipios de siglo. La música enla colonia, además de acompañarel culto, fue utilizada entre otrosfines para la conversión religiosade la población andina.

BIBLIOGRAFÍA

LA CABEZA Y LOS BRAZOS DEL REINO

Para el capítulo referido a las instituciones y autoridadesvirreinales existe abundante información. Sin embargo,hemos procurado basarnos generalmente en los últimos ymás actualizados trabajos historiográficos como “El go-bierno y la administración” de Guillermo Lohmann Villenay “Virreyes y gobernadores” de José Antonio del BustoDuthurburu. Ambos estudios forman parte del libro “El vi-rreinato”, tomo V de la Historia general del Perú (1993).

También nos han resultado útiles las tesis de dere-cho de Fernán Altuve-Febres Lores, De la naturaleza jurí-dica de los reinos del Perú y de Renzo Honores Gonzales,Litigiosidad indígena ante la Real Audiencia de Lima, am-bas de 1993; y el sugerente artículo de José de la PuenteBrunke sobre los vínculos de parentesco entre los magis-trados de la Audiencia y los vecinos de Lima (1990). Todosellos nos aportan una nueva perspectiva sobre el papel so-cial de esta corporación judicial. El libro Una política indi-genista de los Habsburgo: el protector de indios en el Pe-rú (1988), de Carmen Ruigómez Gómez, nos ha ampliadoel panorama para referirnos a los protectores de naturales.

Sin embargo, la consulta de bibliografía novedosaen torno a las instituciones virreinales no excluye la revi-sión de libros clásicos sobre este aspecto histórico. Tal esel caso de El imperio hispánico en América (1958) de Cla-rence Haring y El corregidor de indios en el Perú bajo losAustrias (1957) del profesor Guillermo Lohmann Villena.

Además hemos juzgado oportuno vincular al temade las instituciones el concepto de derecho y legislación vi-rreinales, y el de los letrados y agentes de la ley. Para es-ta parte la mejor visión y el marco general del espíritu dela legislación son proporcionados por el profesor argentinoVíctor Tau Anzoátegui, con su monografía La ley en Amé-rica hispana. Del descubrimiento a la emancipación(1992). Para el caso estrictamente peruano Jorge Basa-dre Ayulo, autor del manual universitario Historia del dere-cho (1993), reúne la más reciente información sobre laaplicación de la ley durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Es-tas observaciones históricas se complementan con los clá-sicos Estudios de historia del derecho indiano (1972) delhistoriador español Alfonso García Gallo, y el Biographicaldictionary of Audiencia ministers in the Americas 1687-1821 (1982), de Burkholder y Chandler.

LA IGLESIA Y EL TRIUNFO DE LA FE

Este extenso capítulo que aborda el papel de la Iglesia ysus logros en el campo de la evangelización, la santidad yla religiosidad se ha apoyado en trabajos de corte generalcomo Cristianización del Perú (1953) de Fernando de Ar-mas Medina, La historia de la Iglesia en el Perú (1959) deRubén Vargas Ugarte, y las obras del padre Armando Nie-to Vélez S.J.: La Iglesia católica en el Perú (1980), que for-ma parte de la colección de historia peruana editada porJuan Mejía Baca; La primera evangelización en el Perú.Hechos y personajes (1992); “La Iglesia” (1993), capítulodel tomo V de la colección Historia general del Perú de laEditorial Brasa. Todos estos textos brindan un buen pano-rama del desarrollo del cristianismo en el Perú virreinal.

Cada aspecto religioso ha sido complementado conmonografías específicas. Así por ejemplo, al abordar eltema de los jesuitas y mercedarios en la evangelización,recurrimos a las investigaciones del padre Manuel MarzalS. J. y monseñor Severo Aparicio O. de M., respectiva-mente. Para la prédica y oratoria sagradas es fundamen-tal el trabajo del padre Vargas Ugarte en torno a la elo-cuencia sacra (1942) y la publicación de Juan Carlos Es-tenssoro sobre la predicación a los indígenas incluida enLa venida del reino (1994). El mismo criterio ha guiado elacápite referido a la extirpación de las idolatrías con losaportes de Pierre Duviols (1986) y Pedro Guibovich(1993).

Para describir el funcionamiento y la ideología de laInquisición hemos consultado la clásica Historia del Tribu-

nal de la Inquisición de Lima (1569-1820) de José ToribioMedina, y las investigaciones de Pedro Guibovich Pérez:Proyecto colonial y control ideológico. El establecimientode la Inquisición en el Perú (1994), y de Teodoro HampeMartínez: Control moral y represión ideológica: la Inquisi-ción en el Perú (1570-1820) (1989). Asimismo, ha sidoconsultado el trabajo del padre Josep Saranyana y Ana deZaballa en torno de Joaquín de Fiore y América (1995), yla tesis de Jimena Pizarro Baumann que estudia a LosLeón Pinelo: una familia de cristianos nuevos en el sigloXVII peruano (1993). Todos dan nuevas luces sobre lasactitudes del Santo Oficio con respecto a sus procesados.

El subcapítulo que aborda el tema de las cofradíasse basa en las publicaciones de Beatriz Garland Ponce(1994) y de Anthony de la Cruz (1985). Ambos autores lo-gran resumir todo lo escrito sobre hermandades y su fun-ción social dentro de las ciudades virreinales.

Para la historia de la vida conventual femenina, lasantidad, y los cultos cristológico y mariano hemos consul-tado una multitud de fuentes que van desde los libros ha-giográficos y biográficos hasta los estudios de interpreta-ción histórica. En estos subcapítulos volvemos a utilizar,en varios casos, la bibliografía citada con anterioridad co-mo por ejemplo el libro Orbe indiano de David Brading(1991), quien analiza el papel social de la santidad en elvirreinato del Perú.

LA CIUDAD: ESCENARIO DE LA VIDA VIRREINAL

El tema de las ciudades virreinales ofrece una multitud defuentes, sin embargo hemos utilizado las más autorizadas,como los trabajos de Guillermo Céspedes del Castillo(1983) y José Luis Romero (1976), que ofrecen un ade-cuado marco general de la historia urbana de la Américaespañola, necesario como punto de partida. Esta informa-ción ha sido complementada con los estudios de los pro-fesores Franklin Pease (1992) y Guillermo Lohmann Ville-na y Juan Günther (1992), para describir algunas de lascaracterísticas de las ciudades principales del Perú, don-de incluimos el gobierno del cabildo.

Para las fiestas religiosas y civiles se ha recurrido alcompleto estudio de Rosa María Acosta Vargas (1979),que ilustra con minuciosidad sobre la diversidad de festivi-dades durante la época virreinal. El trabajo de la historia-dora Acosta ha sido tomado como un excelente esquema,al que le hemos añadido algunas informaciones del estu-dio del investigador español Ángel López Cantos (1992),quien analiza las diversiones en Hispanoámerica.

La alimentación y las comidas han sido muy pocotratadas por los historiadores. Por este motivo hemos teni-do que unir información dispersa en distintos trabajos entorno al mundo virreinal, como los de Manuel AtanasioFuentes, José M. Valega, Emilio Romero y Rosario OlivasWeston, esta última especialista en dulces virreinales.

LA DEFENSA: EL BRAZO ARMADO DEL REINO

Para este capítulo se ha utilizado como fuentes varios tra-bajos sintéticos como el de Juan José Vega, que logra ex-poner con claridad la historia de la organización militar delvirreinato y de las fortificaciones en su libro en torno alejército peruano (1981). Justamente para este último temael texto de partida ha sido el del profesor Guillermo Loh-mann Villena, titulado Las defensas militares de Lima yCallao, (1964), que a pesar de su antigüedad sigue siendouna monografía de consulta obligatoria.

Las informaciones sobre rebeliones de españoles eindios las hemos extraído de la mencionada recopilaciónde Vega, de la síntesis histórica del Perú virreinal de Fran-klin Pease (1992), y del recuento de la labor de los virre-yes de José Antonio del Busto Duthurburu (1993), lo quepermite adquirir una comprensión cabal y exacta de cadamotín. Juan José Vega y José Antonio del Busto tambiénnos abren la posibilidad de acceder a un panorama de lasentradas militares de los siglos XVI y XVII.

Los temas de la Escuadra española y las incursio-nes extranjeras, específicamente las de ingleses y holan-deses, han sido excelentemente abordados por el ya men-cionado doctor Lohmann en la Historia marítima del Perú(1973); por el profesor Pedro Rodríguez Crespo (1964); ypor los investigadores españoles Pablo Pérez-Mallaína yBibiano Torres (1987), quienes son los que conocen conmayor amplitud la historia de la Armada del Mar del Sur.

LA CULTURA EN EL VIRREINATO DEL PERÚ

Las distintas manifestaciones de la cultura virreinal han si-do tomadas de una bibliografía especializada para cadatema. El subcapítulo que aborda la educación encierramonografías recientes y novedosas, como la de MartínMonsalve (1994) que logra distinguir las fases del sistemaeducativo.

La filosofía y la teología cultivadas durante el virrei-nato son tópicos poco estudiados. No obstante existen al-gunos trabajos esquemáticos que dan cierta luz sobre elparticular, como los de Augusto Salazar Bondy (1967) yManuel Mejía Valera (1963). Un caso distinto por lo riguro-so de su análisis es el de Walter Redmond (1972), quienha investigado a profundidad la lógica de Juan de Espino-sa Medrano y los aportes de este presbítero cuzqueño a lafilosofía moderna.

Para la medicina hemos recurrido principalmente allibro de Juan B. Lastres (1951), que nos ha servido comouna pieza fundamental para introducirnos en este campo.Por cierto, el subcapítulo ha sido complementado con lasmonografías del doctor Jorge Arias-Schreiber (1971) y delpolígrafo Manuel Zanutelli Rosas (1978).

Los estudios históricos sobre la cosmografía en elperíodo virreinal no se pueden hallar con facilidad, menosaún con una explicación ordenada y coherente. En estesubcapítulo hemos consultado la monografía de Jorge Or-tiz Sotelo (1992), que logra sintetizar las característicascentrales de esta disciplina.

Para la descripción de los círculos intelectuales y lavasta obra literaria de los escritores virreinales existe unamultitud de estudios sintéticos que nos han resultado degran utilidad. Sin embargo hemos tomado como punto departida la historia de la literatura peruana de los siglos XVI,XVII y XVIII de Jorge Cornejo Polar (1993). Es importanteañadir que el recuento de la vida y obra de cada escritor hasido tratado basándose en su mejor especialista. Así porejemplo, para el Inca Garcilaso nos basamos en las obser-vaciones de Aurelio Miró-Quesada (1994) y para Pedro dePeralta en el libro de Luis Alberto Sánchez (1967).

En el subcapítulo referente a la cultura del libro noshemos apoyado en el extenso artículo de Teodoro HampeMartínez (1993), así como el clásico texto de Irving Leo-nard (1979) sobre las lecturas preferidas por los habitan-tes del Perú, la venta de publicaciones, la historia de la im-prenta y la fiscalización de algunos títulos por parte del Tri-bunal de la Inquisición. En esta misma sección abarca-mos el periodismo inicial peruano, aprovechando las sín-tesis bibliográficas del padre Vargas Ugarte (1935) y las in-dagaciones de Juan Gargurevich (1987).

Los teatros español y quechua desarrollados en laépoca que nos interesa, tienen en las investigaciones deGuillermo Lohmann Villena (1945) y Teodoro Meneses(1983), los estudios mejor logrados. El tema del teatro seacerca a la música, y es éste el lugar para hablar de susfuentes. Las particularidades de las composiciones de losmaestros y los estilos musicales, su función dentro de lasociedad, así como los diversos bailes, han sido analiza-dos por Andrés Sas (1972), Robert Stevenson (1976),Juan Carlos Estenssoro (1989), y cabalmente esquemati-zados por Luis Eduardo Wuffarden (1993).

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