“… O TENDRÉ QUE HACERLO YO MISMA ”

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“O TENDRÉ QUE HACERLO YO MISMA” pág. 1 ****************************************** “… O TENDRÉ QUE HACERLO YO MISMA ” ***************************************************** NOVELA BASADA EN UNA HISTORIA REAL

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Esta historia basada en un hecho real que sucedió en un pueblo de Aliste, ha sido recreada por los alumnos-as de 6º de Primaria del C.E.I.P. “ Virgen de la Salud ” de Alcañices ( Zamora) a lo largo del curso 2011-2012.

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“… O TENDRÉ QUE HACERLO YO MISMA ”

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NOVELA BASADA EN UNA HISTORIA REAL

LAURA , RUBÉN,CLARA,LUCÍA , ABEL,TIFFANY Y VÍCTOR.

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“La venganza es como el café , por más azúcar que le pongas , siempre deja un sabor amargo “.

Anónimo

“En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre” Friedrich Nietzche

“La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno”

Walter Scott

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EL PUEBLO

La vida para Rosario era muy dura. Un poco más dura que para el resto de las mujeres que habitaban en aquel mísero pueblo. Aún siendo joven era ya madre de 8 hijos que pedían pan a todas horas. Cuantas noches se dormía llorando sin saber que iban a comer al día siguiente. Por si fuera poco desde el pasado año ya no tenía a Ramón, su marido, para acompañarlos en la miseria. Como en tantos otros sitios en esta maldita guerra que enfrenta a hermanos con hermanos apareció una patrulla, llamaron a la puerta y, sin más explicaciones, se lo llevaron junto con otros. Ramón y Rosario se dieron un abrazo de despedida, llorando al tiempo que Ramón le pedía ¡cuídalos yo ya no los veré más! Los dos sabían a donde lo llevaban. La historia se repetía una vez más: todos al camión, unos kilómetros hasta un cementerio con las fosas abiertas, todos de cara al paredón mientras sonaban los disparos de los fusiles de los soldados que iban a acabar con la

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vida de Ramón y la parte de la vida de Rosario. Pero esta no era la única penuria que le iba a tocar vivir. Rosario vivía en Villanueva de Fonseca que era un pueblo pequeño. Tendría unas 300 almas. En este había muchas fuentes, una de ellas una fuente romana de gran belleza en la que había grabado un número romano, concretamente el VIII. Había una fuente en cada barrio a las que diariamente se dirigía la gente con sus cántaros a llenarlos de agua. Tenía solo dos calles principales que lo atravesaban de este a oeste y varias callejuelas perpendiculares que comunicaban las dos más importantes. Todas eran de barro y piedra y, por supuesto, el alcantarillado no existía. Las casas eran iguales, de piedra y con ventanucos pequeños o sin nada, las puertas de cuarterón poco altas, no era necesaria más altura, la gente era de pequeña estatura, no había alimento para más. Todas las casas estaban atiborradas de personas pues las familias eran muy numerosas y las casas muy pequeñas. Eso hacía imprescindible que varios hijos durmieran en la misma

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habitación comunicándose la habitación con otra sencillamente con una cortina de tela, no había puertas en las habitaciones. En las casas la gente vivía en la parte alta pues en la baja solían tener el ganado, estos le servían de calefacción. En el centro del pueblo estaba la iglesia de San Pedro y en la parte alta del pueblo la ermita de Santa Catalina. Toda la gente vivía de la agricultura y ganadería de subsistencia por decir algo porque ni para subsistir les llegaba. En este pueblo la pobreza abundaba pero aun así había algunos privilegiados. El pueblo contaba con dos escuelas en el mismo edificio pero con la inevitable separación de niños y niñas. A cada una de ellas acudían una treintena de niños más preocupados en la mayoría de los casos de buscar nidos que de aprender algo que les pudiera enseñar Don Ramón (muy gruñón pero mejor persona) y Doña Rita (mujer de obligado rosario y amiga de todos los chismorreos del pueblo). Don Isidoro, el párroco del pueblo era mayor, ya contaba con más de setenta años. Su figura en tiempos esbelta se veía ya

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castigada por la edad, lo mismo que su escaso pelo canoso. Las gafas gruesas apenas le dejaban leer la misa en latín. Su larga sotana arrastraba el barro de las calles en dirección a la cantina de don Anselmo donde gustaba de jugar al tute y beber algún trago de vino, trago que a veces era más largo de la cuenta. No perdonaba que algún feligrés se quedara en la cantina a la hora de misa o en los rosarios del invierno.

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Rosario era igual que las demás mujeres del pueblo, bueno, su desgracia era un poco mayor ya que habían matado a su marido y estaba ella sola en la vida. La mala suerte la había perseguido siempre. Se había quedado huérfana a los cinco años y había estado un tiempo con sus abuelos y pero cuando ellos murieron ella solo tenía diez años. Su única opción fue irse a vivir con su único tío que, entre otros defectos, tenía el de empinar el codo más de la cuenta. Cuando se fue haciendo mayor prefirió ser criada de una familia rica a estar con su tío. Fue así como conoció a Ramón, que trabajaba como vaquero en esa misma casa y surgió el amor, se casaron y tuvieron ocho hijos antes del estallido de la maldita guerra. Aunque fueran pobres eran muy felices e iban sacando a sus hijos adelante como podían. Esa era su vida hasta que se llevaron a Ramón y se quedó sola con sus ocho bocas que alimentar .Desde ese día su vida se convirtió en un martirio total. Su vida diaria era siempre la misma: levantarse, hacer la lumbre para poner la caldera donde le cocía la comida para los dos cerdos que tenían y que eran su principal alimento. Luego levantar y dar de desayunar a la prole para

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que fueran a la escuela. El resto de la mañana tenía que atender a cuatro vacas y diez ovejas que poseían además de realizar las faenas agrícolas de cada época del año ayudada por sus hijos mayores. Al volver, hacía el caldo para sus hijos. Por las tardes iba a trabajar a una casa de criada y mientras tanto su hija de quince hermosos años llamada Eugenia una chica muy guapa y estudiosa aunque en ese pequeño pueblo no le podía dar mucha salida a sus estudios, hacia las tareas de la casa y se ocupa de sus hermanos pequeños especialmente de la pequeña de la casa, Sara. Sara tenía dos años y apenas había conocido a su padre. La niña quería mucho a todos sus hermanos pero al que más era a José su hermano de 19 años porque era muy juguetón. Sara pasaba casi todo el día con sus hermanos. De los ocho hijos que Rosario tenía uno era cura y se llamaba Carlos. Por suerte para Rosario su hijo Carlos que estaba en el seminario de Salamanca tenía una vida mejor que la de sus hermanos, allí al menos comía de caliente todos los días. Otro estaba en la mili y con ganas de ser Guardia Civil. Llevaba casi dos años allí y había disfrutado muy poco de su hermanita pequeña Sara.

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Por muy cansada que estuviera, Rosario siempre acababa la jornada de la misma forma: iba a las dos habitaciones en las cuales se repartían cuatro hijos en una y los otros cuatro en otra y los tapaba con las pocas mantas que tenían. Era una casa muy fría a pesar de que tenía pocas ventanas para que no entrara el frío. Su medio de calentar la casa era igual que el de las demás casas del pueblo, tener los animales debajo de sus casas como calefacción y una pequeña lumbre en la cocina. Su medio de hacer las necesidades era un pequeño balde que le servía de orinal. En general la casa era muy pequeña ya que era una familia muy pobre. Su segundo hijo era Mario de 18 años un chico muy cariñoso, fuerte, muy decidido e inseparable de su hermano mayor, José. José tenía 19 años .Era un mozo muy guapo y le encantaba gastar las pocas pesetas que ganaba como jornalero con sus amigos en la cantina de Don Anselmo y allí pasaba las noches de invierno jugando a las cartas o tomando alguna pinta más de vino de la cuenta y eso lo convertía en un poco bravucón. Era el único rato que se olvidaban de lo triste y miserable que era su existencia. Como era muy atractivo todas las mozas des

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pueblo iban tras él, pero a él solo le gustaba una chica que era Nerea la hija del médico. Nerea era una chica muy guapa .Como era la hija del médico era un moza muy consentida y caprichosa. Cada vez que abría la boca era para pedir algo a para contar algún chismorreo del pueblo. Quería que todos los mozos del pueblo estuvieran rendidos a sus pies. Ella sentía algo por José pero su padre no le dejaba acercarse a la gente pobre por eso ella se iba a casar con el hijo del alcalde. Su padre el médico era un señor con el pelo gris y tenía unas gafas muy pequeñas y redondas. Para ser feliz el necesitaba una cosa que era el dinero, por eso obligaba a su hija a casarse con el hijo del alcalde para tener más dinero y más tierras. El alcalde era un señor gordo y alto. Tenía muy poco pelo y el poco pelo que le quedaba estaba canoso. A diferencia del resto de la gente del pueblo él tenía unas 12 vacas de las cuales se ocupaba su hijo Gonzalo. Gonzalo era un mozo poco atractivo y además de no ser muy atractivo era muy violento y perdía los papeles rápidamente. Gonzalo era un chico bajo y al igual que su padre, era bastante gordo. Se sentía superior por ser el hijo del alcalde y a

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la gente pobre los trataba con desprecio. Gonzalo echaba a pastar las vacas de su padre todas las tardes y por las mañanas cuidaba a los cerdos y les daba de comer. La vida en Villanueva de Fonseca era dura pero transcurría apaciblemente…al menos había transcurrido apaciblemente hasta que al diablo se le ocurrió darse una vuelta por el pueblo.

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EL CRIMEN José y Mario tenían una relación especial. Siempre se apoyaban en todo y eran inseparables. Nunca se llevaban la contraria eran como uña y carne. Siempre estaban dispuestos a echar una mano en casa y a sus vecinos y eran muy queridos por la gente del pueblo. Era una tarde oscura y fría de noviembre. El día había sido invernal y se esperaba una noche gélida que dejaría campos y tejados cubiertos de una fuerte helada. Esa noche, cuando los días son muy cortos y las noches muy largas, sería la señalada para el comienzo de las desventuras que se le avecinaban a la familia de Rosario. Cuando José y Mario trajeron las vacas y las ovejas del campo donde, a pesar de haber hecho fuego para calentarse, habían pasado un frío terrible fueron a la cantina de Don Anselmo. Allí, con los mozos del pueblo y alrededor de la lumbre de la cocina del cantinero las horas pasaban y pasaban más rápidamente que en el campo. Cuando ya habían vaciado unas cuantas jarras de vino empezaron a envalentonarse y a preocuparse

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por los chismorreos del pueblo. Ángel, amigo de los hermanos, pero que no tenía buena relación con el hijo del alcalde fue el que armó el lío. Le espetó a José que no era capaz de quitarle la novia a Gonzalo. José aceptó de inmediato el reto. Mario, temeroso, le dijo a José que no lo hiciera porque podía ser peligroso pues todos conocían el carácter de Gonzalo. Pero José o el vino, eso no se sabrá nunca, no hizo caso a las recomendaciones de su hermano pequeño y sin pensárselo dos veces aceptó la apuesta. ***** José esa noche no durmió pensando ya en como acercarse, sin levantar sospechas, a la novia de Gonzalo. Tenía una ventaja: era mejor mozo que su rival y una desventaja: era un don nadie que no tenía donde caerse muerto y, eso, no lo iba a permitir el médico. Al día siguiente, sabiendo donde estaba la moza, fue al rosario y a la salida, disimuladamente esperó a Nerea. En la oscuridad que hay en la parte trasera de la iglesia hablaron durante mucho tiempo soportando la intensa helada que ya a esa hora caía sobre el pueblo. A José no le

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importaba el frío pues se dio cuenta que a la chica no le hacía ascos a pesar que todo el mundo sabía que era la novia de Gonzalo. Lo demostraba el hecho de que la chica, tiritando de frío, seguía estando con él. Después de mucho tiempo que a José se le pasó rápidamente Nerea dijo que debía irse a casa pues si no llamaría la atención de su madre y tendría que darle explicaciones de con quien había estado. Ante la insistencia de José para que se quedara lo único que consiguió fue la promesa de verse al día siguiente en el mismo lugar y a la misma hora antes de que la chica saliera corriendo como alma que lleva el diablo en dirección a su casa. Emocionado, José fue a celebrarlo a la cantina pero no soltó prenda y aquella noche no pudo dormir. Se sentía muy dichoso. Se imaginaba su vida al lado de la chica. No se habría sentido así de dichoso de haber sabido que unos ojos lo habían observado en la oscuridad en su cita con Nerea. *****

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Tampoco pudo dormir aquella noche Gonzalo. Se sentía humillado. Desconfiaba de José y esa noche acababa de comprobar que estaba interesado en su novia. Tuvo la oportunidad de escuchar la cita de su novia con José detrás de la iglesia. Le extrañó la presencia de José en el rosario ya que no solía ir y se ocultó detrás de una pared a la salida. Daba y daba vueltas en la cama y su rabia era cada vez mayor. Necesitaba resarcirse de la humillación y la rabia interior le llevó a la idea de matar a su rival. El hijo del alcalde no iba a ser humillado por un don nadie que no tenía donde caerse muerto. Eso no lo iba a consentir nunca. No quería ser el hazmerreir de los mozos del pueblo. ***** Las citas de Nerea y José continuaron durante una temporada. Aquel veinte de noviembre amaneció gris, feo como presagiando el drama que se cernía sobre Villanueva de Fonseca. Hacía un frío invernal y sólo los perros deambulaban por

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las calles buscando algún hueso que llevarse a la boca. Búsqueda inútil en un pueblo tan miserable donde había más perros que huesos. José se vistió y durante todo el día desarrolló las tareas cotidianas. Las hacía con gusto y contento pero su único pensamiento estaba en Nerea. Se sentía feliz, muy feliz jamás en su vida se había sentido tan dichoso. Estaba deseando que acabara el día para acudir a su cita de enamorado. Qué lejos estaba de imaginar lo que depararía aquella gélida noche. Recogido el ganado, fue derecho a la cantina de don Anselmo para hacer tiempo. A medio camino oyó una voz que repetía su nombre en un callejón. Creyendo que era alguien que necesitase ayuda se internó en el callejón. No vio a nadie pero cuando quiso retroceder observó como Gonzalo le amenazaba con un largo y puntiagudo cuchillo de los que se usan para matar los cerdos cerrándole el camino. Había caído en la trampa. Tras una corta pero acalorada discusión Gonzalo lleno de ira remató: -Tú me quitas la novia, pues yo te quito la vida.

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Y sin darle tiempo a reaccionar le clavó el cuchillo en el abdomen y dejó con una grave herida por la que manaba abundante sangre a José que en vano gritaba: ¡ayuda! ¡ayuda! Sin ningún remordimiento que le recorriera el cuerpo, Gonzalo escondió el cuchillo ensangrentado en el hueco de una vieja pared y se refugió en su casa como si nada hubiera pasado. Abandonado a su suerte, José, débil, dolorido y dejando un reguero de sangre en su camino fue arrastrándose hasta la casa de Nerea. Al llegar a la altura de la casa y ya sin fuerzas la llamó desde la calle. Nerea, sobresaltada, salió y tuvo que sujetarse al quicio de la puerta para no caerse por lo que estaba contemplando: allí en medio de la calle en un charco de sangre estaba José agonizando. Le cogió la cabeza en sus brazos llorando y preguntando por el autor de tan salvaje acto. José, con un hilito de voz, exclamó: -Fue Gonzalo…pero no le culpes… yo habría hecho lo mismo… ¡te quiero! Y espiró en los brazos de Nerea. Los llantos y los gritos de desesperación alertaron a la ti Manuela que malvivía en la casa de enfrente y viuda desde hacía muchos años. Salió a socorrer al infortunado

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muchacho pero todo fue inútil: el cuerpo de José permanecía inerte en los brazos de Nerea que lloraba desconsoladamente. Sólo quedaba una tarea y nada sencilla: comunicar a Rosario la trágica muerte de su hijo. Eran las diez y cinco de la noche de aquel aciago día veinte de noviembre de mil novecientos cuarenta y uno fecha que iba a marcar toda la vida del pueblo. ***** Silencio sepulcral en la mesa. Acababan de dar sepultura a José y nadie tenía el más mínimo apetito. La noche se presentaba tensa. Todos sentados físicamente en la mesa pero con el alma en su hermano. El silencio se podía cortar con un cuchillo. La única que comía con ansia era Sara, como si no hubiese comido en una semana. La pequeña, sentada en su trono, había preguntado unas cuantas veces que porque lloraban. Ninguno se atrevía a decirle la verdad aunque sabían que no tenía edad para comprender lo que ocurría. Le dijeron que lloraban porque se les había muerto una vaca. Sara se lo creyó y siguió comiendo.

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La pobre Rosario estaba sufriendo en silencio, tanto que no se había quitado su velo negro de la cara para cenar. Rosario miraba fijamente su cazuela llena de sopa y le daba la impresión de que cada vez estaba más llena. Como tenía el velo puesto en la cara no se le veían muy bien los ojos pero todos sus hijos sabían que esos ojos con los que miraba eran ojos de rabia. La pequeña Sara ya dormida en su tenedor y con ella dormida no se hubiera podido oír el zumbido de una mosca. Algunos de los hijos de Rosario miraban al techo y otros a su cena. Nadie había probado bocado. El dolor estaba por encima del hambre. Rosario rompió por fin el silencio: -Alguien de esta familia va a matar a Gonzalo y yo iré a su sepultura. Rápidamente todos se removieron inquietos y le contestaron: -Madre, si lo hacemos nos meterán en la cárcel y no nos volveremos a ver. Y Rosario muy decidida, con los ojos brillantes y dejando escapar las palabras muy lentamente anunció: -Sí ninguno de vosotros tiene el valor suficiente para matarlo… tendré que hacerlo yo misma.

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Nuevo silencio. Mario apretó los dientes y los músculos de su mandíbula se tensaron como presagio de que algo iba a suceder. La muerte de su hermano no se iba a quedar impune. Se levantó y con lágrimas en los ojos sentenció: -No te preocupes más madre, yo lo haré aunque me cueste mi desgraciada vida. Su madre sonrió pero ella en sus entrañas tenía una rabia inmensa que solo la muerte de Gonzalo podría amortiguar. ***** El asesinato convulsionó la vida de Villanueva de Fonseca. José era una persona muy apreciada no sólo entre la juventud del pueblo sino entre todas las personas que lo habitaban. Siempre había sido muy dado a hacer favores y ayudar a sus vecinos. Por otra parte, Gonzalo era todo lo contrario pues su aire chulesco y altanero chocaba con la humildad de sus convecinos. Vino una pareja de la Guardia Civil y se llevó detenido a Gonzalo junto al cuchillo hasta el Cuartel de Candaneo y allí lo metieron en el calabozo en espera de juicio.

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El juicio se celebró un mes más tarde. Realmente no fue un juicio sino un simulacro de juicio. Gonzalo, bien aleccionado por un abogado que había pagado su padre, se declaró culpable alegando en su defensa que había sido en un momento de ofuscación causado por los celos. No era cierto pues estaba claro que el asesinato había sido premeditado y concienzudamente preparado. Por si fuera poco, alegó que en ningún momento su intención había sido matar a José sino herirlo solamente para darle un escarmiento. En la España profunda de mil novecientos cuarenta y uno podía pasar cualquier cosa y pasó lo que estaba escrito que tenía que pasar. Curiosamente Gonzalo fue declarado inocente. Para llegar a esa conclusión el juez no tuvo que esforzarse mucho. Gonzalo era el hijo del alcalde y José un don nadie. En esta España profunda era muy importante tener buenas amistades y el alcalde las tenía. Nadie iba a protestar y si lo hacían ya se encargaría él de acallar las protestas con cualquier amenaza. Para la gente del pueblo, lo único verdaderamente importante era

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llevar un mendrugo de pan a casa para dar de comer a sus hijos. Lo más indignante de todo el proceso fue el testimonio de un testigo especial: el médico de Villanueva de Fonseca. Certificó sin rubor y como sabiendo de lo que hablaba en contra del difunto José. Como alta personalidad y el más entendido en la materia forense se atrevió a culpar a José de su propia muerte. El argumento no tenía desperdicio: si José, una vez herido, hubiera intentado llegar a su casa y no se hubiera entretenido intentando ir a casa de su presunta novia hubiera llegado a tiempo de que lo hubieran socorrido. Sólo le faltó decir que le estaba bien empleado y que él se lo había buscado. ¡Uf! así quedaba a salvo el honor de su hija y libre el novio, el único novio que él quería para su hija. Fuera por el testimonio del médico, fuera porque ya lo tenía decidido de antemano ,eso no se sabrá nunca , lo cierto es que el juez lo declaró inocente y al cabo de un mes Gonzalo ya estaba otra vez en Villanueva de Fonseca como si nada hubiera pasado y más chulesco y prepotente que nunca. La indignación de Rosario y de sus hijos llegó a límites insufribles.

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Poco a poco el pueblo fue recuperando la normalidad animado por ser la época de las matanzas. A las matanzas se juntaban las familias y era un día de fiesta, no sólo por la reunión familiar sino porque era de los pocos días que tenían los humildes de llenar la panza a lo largo de todo el año. La familia de Rosario también hizo la matanza. Mataron los dos cerdos criados a lo largo de todo el año para la ocasión pero en esta matanza no había fiesta. El recuerdo de José y el modo como había quedado en libertad Gonzalo producía un desazón y una impotencia difícil de imaginar. Mario ya imaginaba y pensaba en otra matanza.

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LA VENGANZA

La mañana amenazaba con lluvia para todo el día. Realmente el campo no la necesitaba pues había sido un año abundante de agua y ya en noviembre con las heladas encima poco podía beneficiar ni perjudicar al campo. “Día de agua o taberna o fragua”. Tanto la cantina de don Anselmo como la fragua de Miguel estaban repletas de clientes esos días en que el agua aburre hasta a las ranas. Era el día 20 de noviembre de mil novecientos cuarenta y dos y había dos personas para las que no iba a ser un día como los demás. Gonzalo y Mario se levantaron como siempre pero uno de ellos no llegaría a acostarse. Había pasado un año exactamente desde que Gonzalo había herido mortalmente a José. Mario llevaba trescientos sesenta y cinco días soñando que llegara el momento de cumplir la promesa que le había hecho a su madre. Se sentía preparado para ello y el día había llegado ya. Durante mucho tiempo,

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Mario rehusó a Gonzalo recordándole la muerte de su hermano pero desde hacía un par de meses se mostró amigable con él. Era parte de la estrategia. Gonzalo estaba encantado con la nueva relación ignorando que ese era parte del plan que iba a acabar con su vida. Estaba mordiendo el anzuelo. Mario pensó que no había mejor momento para acabar con él que en el aniversario de la muerte de su hermano. Ya lo tenía todo preparado. El cuchillo escondido en la misma pared del callejón donde había matado a su hermano. Sólo faltaba el pretexto para llevar a Gonzalo a ese callejón y acabar con su vida. Aprovechando que el día estaba lluvioso acudió a la taberna de Don Anselmo más pronto de lo que lo hacía habitualmente. Por suerte para él, al cabo de un rato apareció por allí Gonzalo. Entre pintas de vino Mario le recordó a Gonzalo que hacía ya un año que había acabado con su hermano. Gonzalo juraba y perjuraba que su intención no había sido matarlo sino darle un escarmiento. Después de otros tragos de vino Mario le confesó que hacía tiempo que lo había perdonado y que podían ya ser amigos.

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Sellaron la presunta amistad con un apretón de manos y otra ronda de vino. A pesar del vino Mario seguía nervioso no en vano iba a matar a un hombre. Cuando llegó la hora en la que a Don Anselmo le entró sueño les dijo a los muchachos que era ya hora de irse a la cama y que iba a cerrar la cantina. Apuraron el vaso de vino y salieron juntos camino de sus casas siguiendo la calle principal. Más adelante Mario se separaría de la calle para coger la callejuela que le llevaría a su casa. Tenía que hacerlo antes. Simulando más borrachera de la que tenía le echó el brazo por encima del hombro a Gonzalo diciéndole que si no se sujetaba a él se caería. Así siguieron por la calle principal hasta pasar a la altura del famoso callejón donde estaba el cuchillo esperando. Mario le comentó que no podía continuar sin mear y fingió caerse al apartarse al callejón para mear el vino. La trampa estaba preparada. Gonzalo cayó en ella. Se metió en el callejón para ayudar a Mario por si se caía otra vez. Lo que no esperaba es que este le recibiera con el cuchillo en la

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mano que tenía escondido. La borrachera se le disipó de repente. Sonriendo Mario agarró por el cuello a Gonzalo al tiempo que le decía: -¿No te suena de nada esta escena? En este lugar mataste hace un año a mi hermano y en este lugar vas a morir tú. ¿Acaso pensabas de verdad que te había perdonado? Pero que ingenuo eres…me voy a liberar de todo el odio que he acumulado durante todo este tiempo… Mientras hablaba y sin darle tiempo a reaccionar, Mario le clavó el cuchillo a la altura del corazón. La muerte fue instantánea. Mario corrió a su casa emocionado y feliz a abrazar a su madre. -Madre José ha sido vengado, he matado a Gonzalo. Rosario no pudo evitar una sonrisa de satisfacción pero acto seguido su cara se cubrió de preocupación: -Huye hijo, si te coge la Guardia Civil te vas a pudrir en la cárcel. Pero Mario ya no la oía. Acababa de salir a la parte más alta del pueblo, donde está el cementerio y a gritos decía que ya había matado al asesino de su hermano.

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Mientras, tras los primeros momentos de sorpresa por lo sucedido, los vecinos decidieron avisar al cuartel de la Guardia Civil y que ellos decidieran que hacer al respecto. Cuando llegaron al pueblo el joven aún seguía dando voces contando cómo había vengado a su hermano y que, ahora ya se había hecho justicia. De esta manera fue fácil de investigar el crimen y, mientras los vecinos preparaban el entierro del muerto, Mario fue detenido y llevado al cuartelillo, de allí fue llevado ante el juez. Muy fácil para el juez. Se encontró el cuchillo en el callejón…pero lo más importante de todo es que Mario no era nadie, hijo de un don nadie y no tenía donde caerse muerto. El juicio fue muy rápido. Además del acto grave ya de por sí de un asesinato el juez añadió los agravantes de premeditación, alevosía y, naturalmente, nocturnidad. Total le salieron treinta años de cárcel. Mario calculó que no volvería al pueblo hasta que tuviera 50 años pero en ese momento no le importó: era feliz porque había cumplido la promesa que le hizo a su madre. Se sentía liberado.

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No había trascurrido un mes desde aquella noche de noviembre y un furgón desvencijado de la Guardia Civil se encargó de llevarlo a la cárcel del Dueso en Santander. Allí le esperaba una celda para los próximos 30 años. Mientras lo subían al camión Mario miró en dirección a Villanueva de Fonseca: allí quedaba su familia y un rictus de preocupación paso por su cara: si hasta entonces había sido muy difícil para su madre sacar a la familia adelante ¿Qué iba a pasar ahora que ya no estaba él para ayudar? Fue la primera vez que alguien vio como las lágrimas surcaban las mejillas del valiente muchacho.

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EN LA CÁRCEL

Su llegada a El Dueso se había producido poco antes, a primera hora de la tarde. Fue entonces cuando cruzó los muros del recinto penitenciario, conducido por agentes de la Guardia Civil. Inmediatamente fue trasladado a la zona de ingresos -también llamada módulo III, situada en la vertiente norte del complejo arquitectónico. Desde ella se divisa la Playa de Berria y el Mar Cantábrico, aunque no desde el interior de las celdas. Muchos dicen que El Dueso es la prisión más hermosa de España. Pero a Mario no se lo pareció. Empezaba a pensar que podía ser su tumba. La zona de ingresos dispone de celdas específicas para que los nuevos reclusos pasen en ellas sus primeras horas. Normalmente, en las celdas del módulo III los nuevos reclusos pasan la primera noche en solitario. Sólo excepcionalmente, en periodos de gran saturación, las celdas son compartidas. Ahí permanecen solamente una

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noche, antes de ser acomodados en el módulo II. La vida en el interior del Centro Penitenciario El Dueso es muy ordenada, como en todas las prisiones españolas. Eso sí, es preciso llenar 24 horas cada día. La jornada empieza temprano, al filo de las ocho. A esa hora se produce el primer recuento del día. Durante estos, los reclusos deben permanecer en el interior de las celdas, para facilitar la labor de los funcionarios. Son las normas de régimen interno. Una vez completado el recuento, los internos se trasladan al comedor, para el desayuno. Tras el desayuno, los reclusos salen al patio al filo de las nueve de la mañana. En El Dueso hay patios diferentes para los presos penados y los preventivos, de acuerdo con las disposiciones de la Ley General Penitenciaria, que establece la separación entre unos reclusos y otros. . Los reclusos regresan a sus celdas a la una de la tarde, para un nuevo recuento. Tras éste, se desplazan una vez más al comedor, donde el menú que se ofrece deja mucho que desear. Desde hoy, Mario tendrá que

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acostumbrarse a utilizar cubiertos de plástico, porque en los comedores de las prisiones no se utilizan de otro tipo. Es la manera de evitar los episodios de violencia entre los internos, aunque no siempre se logra. Desde las tres hasta las seis de la tarde, los reclusos pasan las horas en el patio. Las de la tarde son, como las de la mañana, horas de vida en común, o a realizar actividades que le han sido encomendadas.

CÁRCEL DEL DUESO EN CANTABRIA

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Las cárcel del Dueso, a pesar de lo que digan está descuidada y hecha de piedra con túneles internos que accedías por ellos para llegar a las celdas. Las celdas son degradantes y sucias. Mario vivía con Genaro, su compañero de celda; le habían metido en el Dueso por hablar de política algo que no se debe hacer en estos tiempos. Las celdas son pequeñas, de unos diez metros cuadrados, teniendo en cuenta que son compartidas; solían tener dos somieres sin patas con un colchón hecho de lana de oveja, sujeto a la pared con unas cadenas oxidadas y viejas. Se tapaban con una sola manta cubierta con una fina y maloliente colcha de algodón de cuadros. El retrete, sucio y oxidado, se situaba en la esquina, debajo de la pequeña ventana que apenas tenía ventilación y estaba cerrada por grandes barrotes de hierro; a dos metros de distancia se situaba el lavabo agarrado a la pared con una gruesa tubería. Los prisioneros tenían que realizar trabajos muy duros, como acabar de reconstruir la cárcel transportando piedras pesadas, cultivar las huertas, les obligaban ir a clase

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para aprender a ser buenas personas y adquirir conocimientos. Mario tuvo suerte: le encomendaron la limpieza y el cuidado de los caballos y las caballerizas. Dentro de lo que había era lo que más le gustaba pues estaba en contacto con los animales. Eso le recordaba a Villanueva de Fonseca. Pero cada día que pasaba se angustiaba más. Veía a su madre llorando por no tener para darle de comer a sus hijos… ¿Y la pequeña Sara? ¿Cómo crecería? La cárcel es un lugar donde hay mucho tiempo para pensar. Mucho tiempo para angustiarse. Mucho tiempo para darle vueltas a la cabeza, vueltas que acababan siempre en el mismo lugar: la desesperación. Un día Mario se dio cuenta que no aguantaría la pena impuesta. Se dio cuenta que si no hacía algo moriría. Poco a poco una idea fue fraguándose en su cabeza: tenía que escapar de allí como fuese. Apenas llevaba allí un año y ya le parecía una eternidad. No quería ni pensar que todavía le quedaban otros veintinueve. Se lo comentó a Genaro, su compañero de celda. Genaro soltó una estruendosa carcajada al tiempo que le decía:

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-¿Estás loco muchacho? Jamás ha escapado nadie con vida de la cárcel del Dueso. Ya puedes ir olvidándote de eso. Aquello desazonó aún más si cabe a Mario. Pero Genaro tenía razón. Por la parte oeste es una zona abrupta, imposible. Por el otro lado está la Ría de Santoña. Aunque pudiese salir sería imposible cruzar la Ría a nado. Y más para él que no había tenido nunca la oportunidad de aprender a nadar. Pasaban los días y Mario, lejos de seguir el consejo de Genaro, cada día estaba más obsesionado con la idea de escapar. No sabía cómo pero tenía que escapar. Tenía que regresar al pueblo…tenía que abrazar a sus hermanos, tenía que ayudarles…Tenía…

MARIO CON OROS PRESIDIARIOS

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Mario era un trabajador nato. De algo tendría que haberle servido la vida de miseria, sufrimiento y trabajo a lo largo de su existencia. Los caballos estaban encantados con él sobre todo un caballo blanco, precioso que respondía al nombre de Lucero. Era el preferido de Mario. Llegó un momento que la compenetración del muchacho con el caballo era tal que sería por lo único que Mario se quedaría para siempre en la prisión. Pero no, sus pensamientos seguían estando en aquel mísero y triste pueblo castellano. Si los caballos estaban bien atendidos que se puede decir de las caballerizas. Los guardianes le comentaban que jamás las habían visto más limpias y cuidadas. Esta actitud de Mario, buen trabajador, bien mandado que jamás se metía en ningún problema y era amigo de todos generó entre él y los guardias un clima de confianza, casi de amistad. Los guardias le permitían licencias que no le permitían a ningún otro preso como montar a caballo en el patio. Mario siempre elegía a Lucero y Lucero estaba encantado que Mario lo montara. El caballo hacía exactamente lo

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que Mario quería. Había nacido el uno para el otro. Qué lejos estaba el muchacho de imaginar lo importante que sería el caballo en su azarosa vida.

REALIZANDO TAREAS EN LA CÁRCEL

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LA HUIDA

Aquel día, a eso de las cuatro de la tarde, el Sol estaba en lo alto y en aquella cárcel triste y apagada apenas había sombras. Hacía un calor de justicia. Después de comer, Mario, fue a cumplir su obligación que era ocuparse del cuidado de los caballos. Mario les estaba poniendo las herraduras a los caballos cuando comenzó la reyerta: dos presos se empezaron a pelear y el resto se amotinó alrededor. Los guardias fueron corriendo a separarlos para recuperar la situación. En ese momento, el lugar donde se encontraba Mario, se quedó huérfano de guardias ya que el de turno acudió rápido al oír el sonido del silbato para sofocar el altercado. Mario se encontró solo en las caballerizas con la puerta de acceso al exterior sin pasar la cerradura pues acababa de llegar un furgón policial con más presos para la cárcel del Dueso. No se lo podía creer. Ese era el momento perfecto para escapar.

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Ese era el momento que llevaba tanto tiempo soñando. Tenía que arriesgarse pues posiblemente no volvería a encontrar otra oportunidad como aquella. No se lo pensó más. Después de un año y medio muy duro en la cárcel Mario tenía la necesidad de ver a su familia y sentir los abrazos de sus hermanos y de su madre pero en especial de la pequeña Sara. Precisamente acababa de errar a Lucero. Rápidamente lo cogió del ronzal, entreabrió lo justo la puerta y salió al exterior. No podía escapar por el camino puesto que se veía fácilmente desde las garitas del patio por lo que no le quedó más remedio que intentar hacerlo por la parte más abrupta del terreno: la pendiente que acababa en la Ría. A pesar de la relación que mantenían el caballo y el muchacho, Lucero era muy reticente a descender pues corría el riesgo de despeñarse. Mario lo montó, le acarició el cuello al tiempo que le decía: -Vamos caballito, por lo que más quieras llévame a la libertad. Nunca se sabrá si el buen animal lo entendió, el caso es que empezó el descenso. Mario se aferró fuertemente a las abundantes crines blancas y cuando llegaron abajo, ya el

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caballo había perdido el equilibrio y no le quedó más remedio que introducirse en el agua. -Nada amigo, nada llévame a la otra orilla que yo no sé nadar. Durante la travesía de la Ría Mario oyó como los vigilantes daban la voz de alarma. Sin duda ahora sacarían los perros sabuesos. Su angustia creció por momentos. Ya en la otra orilla espoleó al caballo al tiempo que le rogaba: -Corre, corre de ti depende que vuelva a casa. No supo muy bien el tiempo que estuvo espoleando al caballo colina arriba hasta que llegaron a un arroyo que descendía de la montaña. A lo lejos se oían los ladridos de los perros. No tardarían en darle caza. Tenía que hacer algo. Decidió que había llegado el momento de despedirse de Lucero. Con lágrimas en los ojos cogió una rama seca y azotó la animal en las ancas hasta que éste partió en veloz carrera hacia el lado contrario por el que él iba a continuar la huida. Continuó su marcha por el cauce del arroyo cuidando mucho de no sacar los pies del

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agua. Sólo así podría despistar a los perros que no tardarían en llegar. Caminó hasta el anochecer, hasta que los pies ya no aguantaban y hasta que se acabó el cauce del arroyo. Ya no podía más. Cuando llegó arriba se subió en un pino y vio a lo lejos como los guardias llegaban con los perros. Miraron alrededor y se marcharon otra vez, los perros no lo olían y si lo perros no lo olían era difícil encontrarlo. Mario miro unas cuantas veces hacia abajo y hasta que estuvo seguro de que no quedaba ni rastro de los guardias no se bajo del pino. Encontró una cueva o algo que se le parecía, cogió unas ramas y unas hojas y tapó la entrada. Allí pasó la noche y pudo descansar pues estaba rendido. Antes del amanecer salió. Le faltaba la comida. No muy lejos vio un cerezo cargado. Mario se subió al árbol a coger las cerezas, alzó la vista y vi un hermoso huerto. Tenía toda clase de hortalizas y muchos árboles repletos de frutos frescos. Mario cogió lo que pudo y se fue a la cueva. Tenía que reflexionar. Tenía que hacer algo. Si lo cogían, pasaría el resto de sus días en la cárcel, eso si no lo mataban antes.

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No estaba dispuesto a permitir que eso sucediera. Sabía que a casa no podía volver pues sería el primer sitio donde lo estarían esperando. En la celda hay tiempo para hablar de muchas cosas y Genaro, su compañero de celda, parecía un tipo preparado no como él que era poco menos que analfabeto. En cierta ocasión Genaro le había comentado que si un día conseguía escapar él se iría a Portugal donde la justicia española no podía hacer nada. Incluso le dibujó en un papel por donde iría. Pobre Genaro. Él seguía allí. Cuánto le hubiera gustado que lo acompañara aunque pensándolo bien a lo mejor estaba mejor que él. Por lo menos no corría el peligro de que lo mataran. Escaparía a Portugal. No había más opciones. Dicho así parece fácil pero Portugal está a más de 300 Km según le habían dicho. Además no tenía dinero y aunque lo tuviera no podría utilizar ningún transporte público porque no dudaba que lo tendrían vigilado. No tendría más remedio que… ¡ir caminando!

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Sí, ir caminando y cuanto más lejos de las carreteras mejor. Esa aventura está reservada a gente muy fuerte tanto física como mentalmente. ¿Él lo era? Quiso pensar que sí. Al menos tenía que intentarlo y si quedaba por el camino…mala suerte pero no estaba dispuesto a pudrirse en la cárcel. Pensaba que todavía tenía que hacer cosas en esta vida. ****** Nadie sabe como lo consiguió pero al cabo de tres semanas cruzó la frontera, por el monte por supuesto, y vio un cartel de un pequeño pueblo que decía: La Espiciosa. Atrás quedaron tres semanas durmiendo al raso. Afortunadamente era verano. No quería ni pensar lo que hubiera ocurrido de ser invierno con la crueldad del clima de los Picos de Europa. Comer, lo que encontraba. Le vinieron muy bien las truchas de los riachuelos de las montañas incluso algún conejo… Procuró siempre caminar alejado de las carreteras y hablar con la menor cantidad de

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gente posible. Nunca sabes con quien estas tratando. Solamente entraba a algún caserío a preguntar algo, pedir pan o, por la noche cuando nadie lo veía, a robar ropa tendida y, recuerda muy bien, unas botas pues se le habían roto los zapatos que llevaba. Llegando a la provincia de León y después de haber perdido ya mucho peso hubo un momento que creyó que no lo iba a conseguir. Aquella noche se refugió en una cabaña de pastores abandonada y lloró, lloró desconsoladamente pensando que no volvería a ver a su familia. Pero fue eso precisamente, el pensamiento en su pobre madre lo que le hizo sacar fuerzas de flaqueza para seguir adelante. Cuando entró en La Espiciosa se sentía dichoso. Lo más difícil lo había conseguido. Ahora tendría que sobrevivir en Portugal no se sabe cuánto tiempo hasta poder ir a visitar a su familia. Dios aprieta pero no ahoga y no sabía bien Mario la suerte que había tenido de haber ido a parar precisamente a ese pueblo.

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EN PORTUGAL

Eran las cinco de la tarde de un caluroso mes de julio cuando Mario entró en el pueblo. El pueblo era más o menos como el suyo. Era un pueblo muy humilde como humildes eran también los que lo habitaban. Todas las casas del pueblo eran más o menos igual. Había una que destacaba sobre las demás. Era más alta y más nueva. Mario entró por la que según parecía era la calle principal. En realidad el pueblo pocas más calles tenía. Buscó la cantina que tienen todos los pueblos. Esperaba que le dieran agua pues otra cosa, sin dinero, no podría pedir. Tuvo suerte, el agua estaba fresquísima y el cantinero hablaba el español perfectamente, no en vano era un pueblo fronterizo y se dedicaba él como tantos otros al contrabando de café con España como más tarde pudo comprobar Mario. Eran tiempos difíciles también en Portugal y había que sobrevivir.

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Muy amable y campechano el cantinero. Le gustaba tratarse bien a juzgar por la voluminosa barriga que lucía. Además de bebida unas viejas estanterías estaban repletas de ultramarinos como era corriente también en las cantinas castellanas de: latas de conserva, galletas, aceite ,azúcar, arroz… Entablaron conversación en la que Mario en ningún momento le contó de donde venía ni porqué. Después de un rato de charla el muchacho preguntó si no habría nadie que necesitara un obrero para lo que fuera que estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta con tal de poder comer. El cantinero rascándose la calva le contestó: -Pues alomejor tienes suerte “garoto”. Hace tres días se murió el vaquero del alcalde el tío Manuel por unas fiebres, según dicen tenía el tifus. Necesita un operario con urgencia. Si eres buen trabajador puede que le valgas. Y diciendo eso salió con dificultad, por lo de la barriga, de detrás del mostrador y le dijo: -Olla, vive en aquella casa y ahora –miró el reloj- estará levantándose de la siesta. Yo en tu lugar iría ahora mismo. Mario sonrió. Después de un “obrigado” se dirigió a la casa del alcalde. Era la casa que

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había visto a la entrada y que destacaba de las demás. Le recibió un hombre delgado de unos cincuenta años. Efectivamente se acababa de levantar de la siesta pues tenía cara de adormilado y legañas en los ojos. Examinó de arriba abajo al muchacho y debió gustarle lo que vio porque le contestó en un perfecto español: -En mi casa siempre es bien recibida la gente trabajadora y honrada si tu lo eres no tendrás problema. Necesito un vaquero que sepa hacer de todo. Cobrarás 200 escudos al mes, eso sí, si eres de confianza podrás vivir en nuestra casa como el último que tuve. Mario no cabía en sí de gozo. Le dieron ganas de saltar de alegría y ponerse a abrazar a aquel buen hombre. Eso sí que era llegar y besar el santo. No lo pudo remediar, una lágrima resbaló por su mejilla algo que no pasó inadvertido para el portugués. Sólo que ahora la lágrima era de alegría. Poco imaginaba Mario que lo más importante que depararía el día no llegaría hasta la noche.

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Serían las diez de la noche cuando desde su cuarto oyó una voz de mujer que llamaba a su padre. Salió a ver qué ocurría y entonces la vio. Era una chica era alta, rubia. Sus ojos eran un azul cielo y su tez era muy morena, sin duda debido a estar mucho tiempo expuesta al sol. Mario calculó que tendría unos 19 años mejor dicho 19 hermosas primaveras. Cuando Mario se encontró con ella y esos ojos azul cielo lo miraron, no se puedo borrar de la mente la mirada de aquella chica. La chica se sorprendió al ver a Mario pero éste enseguida le explicó quien era. La muchacha, que respondía al nombre de Fátima, necesitaba a su padre que le ayudara a recoger las vacas. Ella llevaba todo el día cuidándolas en la pequeña ribera que había cerca del pueblo. Desde el fallecimiento del vaquero, hasta que su padre no contratara a uno nuevo tenía ella que sustituirlo. Esta chica tiene agallas, no se arredra con nada, pensó Mario y eso le agradaba. Se ofreció él mismo a ayudarla y entre los dos consiguieron meter en el establo las quince vacas.

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Poco después apareció su padre que estaba en casa de un vecino solucionando un problema propio de su cargo de alcalde. Le explicó a Fátima en qué condiciones había contratado a Mario y , acto seguido los tres se encaminaron a la casa para cenar. La cena la había preparado la madre de Fátima una mujer obesa que en su día debió ser muy guapa. Las patatas con carne estaban deliciosas y Mario recordó que hacía ya muchos días que no metía en el estómago comida caliente. Estaba encantado. Durante la cena le fue imposible apartar los ojos de la bella muchacha. Aquella noche por fin durmió en una cama y dio gracias a Dios por todo lo que había hecho por él. Consideró que tenía que vivir mucho tiempo para que Dios se sintiera orgulloso de él después de lo que había hecho. Si Dios le daba esa oportunidad , no se iba a arrepentir.

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Si el padre de Fátima tenía alguna duda sobre si Mario sería buen trabajador esta quedó disipada enseguida. A su buen hacer había que añadir la forma en que lo hacía siempre contento y dispuesto a realizar todas las tareas que se le encomendaban. Demostró que conocía el oficio de vaquero , no en vano es lo que había hecho toda su vida pero además se ocupaba de las tareas agrícolas más duras como cavar y preparar una gran viña y los olivos del alcalde de La Espiciosa Algunas veces era necesario que Fátima le ayudara en el cuidado de las vacas sobre todo cuando las tenían que pastorear en sitios delicados. Mario todavía se ponía más contento y estaba deseando pastorearlas en sitios difíciles así se aseguraba la compañía de la muchacha. Cada día intimaban más y llegó a establecerse entre ellos una relación que pasaba de la simple amistad. Su padre, parecía que no se daba cuenta pero no se le escapaba una. Dos semanas fue el tiempo que necesitó Manuel para darse cuenta de que había acertado de pleno: el muchacho español merecía la pena. Sólo tenía la duda de porqué un muchacho tan trabajador y tan

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noble se habría marchado de España. Pensándolo bien ese no era su problema. Necesitaba al mozo pues no quería que su hija Fátima trabajara en el campo. Era su única hija. Problemas en el parto hicieron que los médicos les aconsejaran no hacer pasar por otro trance a su mujer. Estuvo a punto de morir en el primero. Había que resignarse y quería lo mejor para ella. Él quería que su hija se fuera lejos a estudiar a Oporto, su situación económica se lo permitía. Ella siempre que se lo propuso se negó en redondo: no quería separarse de sus padres y dejar sola a su madre enferma. A las dos semanas le dio un anticipo del sueldo del mes. Mario ya ni recordaba cuando fue la última vez que tuvo una moneda en el bolsillo y decidió ir a la cantina. Por la noche se juntaba bastante gente en la única cantina del pueblo. Sobre todo en el invierno cuando las noches son muy largas y las tareas agrícolas escasean. Poco a poco cogió amistad con el cantinero. Así se enteró que su voluminosa barriga no le impedía realizar todas las semanas un

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“viaje” a España cargando un saco de café de contrabando de más de treinta kilos. En España no se producía café y Portugal lo tenía de su colonia de Angola. El negocio era rentable pues se le doblaba el precio al kilo de café. Pero la empresa no era fácil: tanto los “guardiñas” como los guardias españoles estaban al tanto del contrabando por lo que había que sortearlos pues de lo contrario se arriesgaban a ir a la cárcel o en el mejor de los casos quedarse sin la mercancía. La empresa era arriesgada pero si salía bien daba muy buenos beneficios. Por lo que le contó el cantinero, eran muchos los vecinos que se dedicaban al contrabando. En realidad casi todos menos el patrón de Mario. -Un chico fuerte como tú haría carrera con el contrabando. Además, tú conoces bien la zona. Poco imaginaba el cantinero que, en realidad, Mario no sabía ni donde estaba. De España sólo conocía la zona de su pueblo Villanueva de Fonseca y poco más. Pero había algo dentro de su corazón que le decía

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que no estaba lejos del pueblo que le vio nacer. Por eso cuando, en una de esas largas noches de invierno, oyó pronunciar ese nombre a uno de los jugadores de tute de una de las mesas le dio un vuelco el corazón. Ya habían pasado 15 días desde que se había enterado de que su pueblo, Villanueva de Fonseca, estaba a tan solo 40 kilómetros de la Espiciosa, por tanto, solo le quedaba pensar algún plan que le hiciera llegar hasta allí. Su primera intención fue preguntarle al dueño de la cantina a ver si lo podía acompañar en su próximo contrabando y así al pasar por Villanueva de Fonseca podría ver a su familia, naturalmente eso no se lo dijo. Como las primeras intenciones siempre son las mejores fue lo que hizo. El dueño de la cantina, encantado por tener un acompañante pues así podría llevar más carga, le dijo que sí. Pero aquí no se acababa todo, todavía le quedaba pensar otra cosa, una excusa para que su patrón lo dejase ir. Tras mucho pensar se le ocurrió la escusa perfecta: le diría que el tabernero le había pedido por favor que lo acompañara porque tenía mucha mercancía que llevar y el alcalde como se

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llevaba muy bien con el cantinero seguro que estaría encantado de que su empleado le pudiera ayudar. Y como el “viaje” sería pronto no tardó mucho tiempo en decírselo. El alcalde lo comprendió y como era muy buena persona dejó que Mario ayudase a su gran amigo. A mediados de mes de noviembre el cantinero y Mario se dirigieron a Villanueva de Fonseca. Mario se levantó muy temprano, fue al desván y cogió un saco pequeño, después se dirigió a la cocina y cogió un trozo de pan. Fue corriendo a la cantina y cuando llegó ya estaba allí esperándolo el dueño. El camino por las montañas era muy empinado y había muchos cardos. Era un camino difícil por eso deberían salir ya. Llevaban medio día caminando y las suelas de los zapatos de Mario estaban a punto de romperse. Cuando el sol se escondía y la luna salía los dos compañeros buscaron palos para hacer una lumbre. Se tumbaron al pie de la lumbre y las bocas de estos se abrían poco a poco. El cantinero con su oronda barriga llena comenzó a contarle una anécdota sobre su vida pero no pudo acabar por el calorcito que desprendí la lumbre y el

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sueño que traía encima le hizo quedarse dormido. Cuando se despertaron, Mario escuchó el canto de los pájaros y eso le recordó a su pueblo cuando se quedaba dormido por la mañana cuidando su ganado. En seguida despertó a su acompañante que roncaba a pierna suelta, para seguir con el camino. Según este le contó tan solo quedaban unos 20 kilómetros. Aprovechó, el muchacho, para confesarle que allí vivía su familia y que ese era uno de los motivos del viaje. El otro no dijo nada. Mientras caminaban Mario no pensaba en estar cansado y hambriento, lo que se suele pensar en estos casos, sus pensamientos eran distintos: si su hermana Sara estaría muy grande, si a su madre ya se le hubiera olvidado la muerte de José y también quién cuidaría de las vacas porque los dos únicos hijos que la ayudaban en esta tarea los había perdido. Tras caminar un buen rato vio una laguna y se le dibujó una gran sonrisa en la cara porque esa laguna ya la había visto él una vez cuando había salido a pastorear las vacas. Al ver esa laguna se dio cuenta de que ya estaba a muy poca distancia de su pueblo.

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La noche acechaba con sus sombras y tanto Mario como Augusto caminaron con gran ligereza pues Mario no aguantaba mucho tiempo más sin ver a su familia. Desde ahí Mario dirigió el camino a la puerta trasera de su casa porque tenía que andar con cuidado para que la gente del pueblo no le viera pues si lo veían corría el peligro de volver a la cárcel. Tocaron la puerta y dijeron: -¡Café! ¡Café! Al oír los gritos que provenían de la puerta trasera a Rosario le extrañó porque muy poca gente forastera conocía esa puerta. Rosario fue corriendo y cuando abrió la puerta vio a dos individuos. Mario dio un paso adelante y se descubrió la cara. Su madre no daba crédito a lo que estaba viendo y se lanzó a los brazos de su queridísimo hijo. Lo que menos se esperaba era que una noche esperando el café apareciera su hijo. Rosario no podía contener la emoción, los ojos le brillaban y sus gruesas lágrimas cayeron por sus mejillas. Rosario fue a la cocina donde estaban sus hijos esperando ansiosos la cena y les dijo: -Hijos míos haced dos huecos más que tenemos invitados.

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Mario entró por la puerta junto con su amigo y todos sus hermanos se lanzaron a sus brazos. Mario los contempló y vio que Sara estaba enorme, ya hablaba perfectamente. Mario se sentía muy mal porque cuando nació su hermanita pequeña se prometió a si mismo que iba a estar con ella siempre y que la iba a ver crecer. Se sentó en su sitio de siempre y todos sus hermanos y su madre no paraban de hacerles preguntas sobre cómo había escapado de la cárcel, cómo había llegado hasta allí, dónde estaba viviendo… Mario se lo contó todo y le dijo que no podría estar mucho tiempo pero que esa noche la pasaría con ellos. Casi no durmieron en toda la noche pues no podían parar de hablar. Cuando estaba metido en la cama, Mario pensó en el calor que pasaba en la casa de su patrón que dormía sin apenas mantas y en su casa tenía mucho frío y no desaprovechaba ni un trozo de manta. A la mañana siguiente, Mario también comparó los desayunos que tenía en la casa de la Espiciosa y el desayuno que tenía en su casa. Más tarde se despidió de su madre y sus hermanos y les dijo: -Me tengo que ir pero no os preocupéis porque ahora estoy en un sitio en el que no

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me falta de nada y además en cuanto pueda volveré a veros. Augusto también se despidió de ellos y Rosario le dio mil gracias por ayudar a su hijo a llegar hasta allí. Le dio dos besos a cada uno y un fuerte abrazo y salieron por la puerta trasera. Cuando salían por la puerta Rosario gritó: -¡Mario!¡Mario! Cuídate mucho y ten mucho cuidado de que no te vean los guardias. Aunque era una despedida todos estaban muy contentos, pero no lo hubieran estado tanto de saber que alguien les había estado escuchando. Y es que la señora Consuelo, que estaba contigo por delante y contra ti por detrás, iba a avisar a Rosario de que la misa se iba a retrasar por un entierro cuando escuchó decir a Rosario estas últimas palabras. Se santiguó. El lío podía montarse.

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PELIGRO, MUCHO PELIGR0

Ha pasado más de un mes. El frío de diciembre aprieta de lo lindo. Las faenas agrícolas han tocado a su fin y con ellas el agobio para Mario. Su relación con Fátima emocionaba al chico y no pasada inadvertida para el alcalde. En el fondo el padre estaba contento. Ya que su hija no quería ir a la ciudad a estudiar no vería mal que la relación con su hija con el chico español fructificase, cada día tenía más confianza en el muchacho pero algo le decía que le ocultaba algo. Mientras tanto Mario estaba en un dilema. El cantinero le había prometido no decir nada al alcalde sobre su familia en España pero el chico no las tenía todas consigo pues era consciente de la amistad que unía a los dos portugueses. Quizá debería adelantarse él y contarle a sus patronos toda la verdad aún a riesgo de que lo despidiera. Mario tenía en mente de nuevo regresar a Villanueva a ver a su familia pero tenía que encontrar la excusa perfecta para ir allí. Si lo contara todo y no

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lo echaban ya no necesitaría ninguna excusa. Decidió que era lo mejor. Eligió un sábado que habían estado recogiendo aceitunas todo el día. La cosecha era buena y el patrón estaba contento. Mientras cenaban Mario anunció que tenía algo muy importante que contarles y que después podían decidir con él lo que quisieran. Les contó absolutamente todo. Desde la muerte de su hermano hasta su llegada a La Espiciosa y la visita de hacía poco tiempo a su familia. El alcalde se mostró muy serio y sereno en todo momento mientras que Fátima y su madre enseguida empezaron a llorar. -…y esto ha sido todo. Ahora pueden hacer conmigo lo que quieran y, hagan lo que hagan, lo entenderé. Fátima tuvo miedo de la reacción de su padre y por un momento se temió lo peor. Eso no ocurrió. El portugués apreciaba mucho al muchacho. Opinó que todo el mundo tenía derecho a equivocarse y, aunque no aplaudía lo que Mario había hecho lo consideraba un error del pasado. Le dijo que por su parte no iba a cambiar nada y que podría visitar a su

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familia siempre que quisiera mientras no descuidara sus tareas. Eso sí, le advirtió del peligro que eso suponía: si lo cogían él se quedaría sin un formidable trabajador pero para Mario sería peor pues no volvería a salir de la cárcel. Cuando Fátima escucho la comprensión de su padre no pudo menos que irse llorando a su habitación. Había pasado mucho miedo, por un momento pensó que no iba a volver a ver a Mario y eso le angustiaba. Lo quería demasiado. Su madre la siguió: estaba enferma pero no tanto para no darse cuenta de lo que le ocurría a su hija. Al día siguiente, por la noche Mario se dirigió a la taberna para, con la excusa de tomar una copa de aguardiente, hablar con la gente del lugar. Ya había caído bien entre los habitantes de la Espiciosa. A esa hora la taberna estaba bastante concurrida y Mario se acercó para hablar con su amigo de confianza, el tabernero, y dijo: -¡Hola amigo!, te veo muy bien. -Pues no también como tú crees Mario. Mario conociéndote sé que vienes a preguntarme algo.

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-Vengo a preguntarte cuando irás la próxima vez a España con café. -Pues mira, con todo este alboroto y mi mujer con gripe supongo que tardaré. Mario como buen amigo que es le respondió: -No te preocupes, si tú quieres, yo haré el viaje por ti. El cantinero aceptó no sin antes advertirle del peligro que corría. Llevaría el café a todos los pueblos de alrededor de Villanueva pero no a su pueblo por miedo a ser descubierto. Se repartirían a medias el beneficio. Se fiaba del muchacho. Muy contento, al día siguiente pidió a su patrón permiso para ir ya que no había ninguna faena que apremiara. Se lo dijo también a Fátima y la muchacha quedó preocupada. Temía que la Guardia portuguesa o la española pudieran descubrir a Mario. Al día siguiente partió con 30 kilos de café en la espalda y una alegría inmensa en el corazón. Hizo el camino exactamente por el mismo sitio que en viaje anterior solo que esta vez sin compañía.

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Repartió el café por todas las casas pero bien cubierto para que no lo reconocieran. Cuando el saco estuvo vacío se encaminó a su pueblo. Entró por el huerto que tan bien conocía y tocó la puerta de madera. -¡Toc, toc! Café, café… La familia oyendo esa dulce y suave voz supo al instante que se trataba de Mario. Todos fueron rápidamente a saludarle y a tenerle de nuevo en sus brazos. Al cabo de un rato la puerta volvió a sonar y esta vez no sería de alegría sino de todo lo contrario: -¡Abran paso a la autoridad! ¡Pum!, ¡pum! La Guardia Civil casi echó la puerta abajo. Cuando Mario oyó las voces de la Guardia Civil supo que venían a por él. Hizo lo primero que se le ocurrió. En el patio muy bien disimulada la entrada por unas maderas y una vieja manta había un pequeño pozo con algo de agua. Ese pozo solo lo usaban durante el verano para poner a refrescar las bebidas. Rápidamente se introdujo en él y tapó la entrada. La Guardia Civil examinó la casa de arriba abajo sin éxito repitiendo continuamente a su

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madre que sabían que Mario se encontraba en el pueblo y amenazando que lo iban a detener que llevaban mucho tiempo esperándolo. No se percataron de que debajo de aquellas tablas pudiera haber un escondrijo y se marcharon con las manos vacías. Todos se quitaron un peso de encima al ver marchar a la Guardia Civil. Dentro del pozo Mario suspiró aliviado. Había escapado por los pelos. A media noche, después de asegurarse que la Guardia Civil se había ido del pueblo, Mario se marchó con una angustia en el corazón y una alegría en la cara. Regresó al cabo de dos largos días con el trabajo hecho a Portugal. El tabernero estaba muy contento con su trabajo y lo felicitó. Mario no le contó el incidente del pozo pues si se lo contaba no le volvería a encargar otro viaje. De todas formas, cada vez era más arriesgado lo que hacía y él lo sabía. Tendría que conformarse con visitar a su familia con menos asiduidad. Lo importante es que estaban todos bien.

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EPÍLOGO Mario cada vez más de tarde en tarde visitaba a su familia en España tomando cada vez más precauciones. Su madre se sentía feliz cada vez que veía a su hijo pero cada vez se angustiaba más pensando en el riesgo que corría. Cuando tardaba en ir lo hacía por él Augusto el cantinero. Entre los dos había surgido una profunda amistad. Pasaron los años: dos, tres ,cinco ,tal vez diez. Como el lector habrá podido imaginar, en ese tiempo Mario se casó con Fátima para gran alegría tanto de la parte española como de la portuguesa y empezaron a tener hijos: Uno , dos , tres… Una mañana de verano corrió la noticia en Portugal de que Franco iba a indultar a presos en España. Una vez más , Mario levantó los ojos al cielo pidiendo a Dios que fuera cierto y que él estuviera entre ellos.

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“O TENDRÉ QUE HACERLO YO MISMA”

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NOTA DE LOS AUTORES Esta historia está basada en hechos reales. Los alumnos-as de Sexto de Primaria del Colegio “ Virgen de la Salud” de Alcañices (Zamora) nos hemos encargado de recrearla. Todos los nombres son ficticios excepto el Penal del Dueso y La Espiciosa, el pueblo portugués. Mario regresó con su familia a España por un indulto de Franco. Sacó a su familia adelante con la explotación de un rebaño de cabras y tuvo en total ocho hijos: seis varones y dos hembras. Sus descendientes viven todos excepto dos varones ya fallecidos. Ninguno tiene su residencia habitual en “Villanueva de Fonseca” sino que están repartidos por la geografía española pero vienen al pueblo siempre que pueden. Mario murió hará unos veinticinco años. Nuestro interés está en rendir desde esta pequeña novela un homenaje a una azarosa vida llena de aventuras y contratiempos.

LAURA , RUBÉN,CLARA,LUCÍA , ABEL,TIFFANY Y VÍCTOR.

pág. 70

Esta historia basada en un hecho real ha sido recreada por los alumnos-as de 6º de Primaria del C.E.I.P. “ Virgen de la Salud ” de Alcañices ( Zamora) a lo largo del curso 2011-2012. ****************************************** En la España profunda de final de la guerra podía suceder cualquier cosa. Rosario es el prototipo de mujer castellana rural: dura, esclava de su trabajo, de su familia, de su miseria y cargada de hijos. Su carácter cambiará cuando matan a su marido y, poco más tarde, asesinan a uno de sus hijos… Laura Anjo Ratón. Rubén Domínguez Casado. Clara González Blanco. Lucía Garrido González. Abel López Blanco. Tiffany Martín Fernández. Víctor Peña Esteban.