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Diap 1 EN EL FONDO CUENTOS de Rosalino Carigi 2004 - 2007 REVISIÓN MAYO 2016

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EN EL FONDO

CUENTOSde

Rosalino Carigi2004 - 2007

REVISIÓN MAYO 2016

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al aljibe… al parral… a la hamaca… al fondo… al fondo…

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ESTE ESPARA SLIDER

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al aljibe… al parral… a la hamaca… al fondo… al fondo…

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ÍNDICE

No. CUENTO PaísDiap.

22EL PARRAL (U)5623LA ESCALERA (U)5824 JUAN GORRIÓN RONCADOR(G)6025 EL RELOJ (G)6326 LA BOYA (U)6527 LA HUERTA (U)6728 LA FOTOGRAFÍA (U)6929 UNA LETRA (G)7330 LA PILETA (U)7531EL CINE (U)7732 EL DISFRAZ (G)8333 LA MESA Y ESE HOMBRE (U)8534 LA MÁQUINA DE COSER(V)8735 EL SOLDADOR (U)9136 LAS MANOS (U)9437 FILOSOFEANDO (U)9638 EL ÑANDÚ (U)9839 IRINEO (V)9940 DUDAS (U)10441 ÉRASE OTOÑO… (U)10642EL DESTORNILLADOR (V)107

ÚLTIMA PÁGINA109SE DICE DE MI (El Escritor) 200 FIN202

CUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁCUENTOS DE AQUÍ Y DE ALLÁDiap 6

No. CUENTO PaísDiap.

INICIO1DEDICATORIA5PRESENTACIÓN701 LA ESCAPADA (U)8LOS DERECHOS (Poema)1002 EN EL ÁRBOL (U)1203 EL NACIMIENTO (U)1404 EL BAUTIZO (U)1605 EL PAREDÓN (U)1806 LOS GANCHOS (U)2007 LA FORTUNA (U)2208 EL LIMONERO (U)2409 LA AZOTEA (U)2610 LA ARROBA (U)2811 NAUFRAGIO (G)3012 EL ESCUSADO (U)3413 EL GALLINERO (U)3614 EL BANCO (U)3815EL GALPÓN (U)4016 LA BARRANCA (U)4217EL ALJIBE (U)4418 EL ALMÁCIGO (U)4819 EL NECESITADO (G)5020 EL REMENDÓN (G)5221 LA HAMACA (U)54

JUAN GORRIÓNLA ESCAPADAEL ALJIBEEL SOLDADOR

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Como otros más, estos cuentos nacieron de “Resaca”; esa madre que los incuba y desarrolla hasta que siente que son demasiados y los entrega, con tristeza y quedando vacía, a un libro que, como muchos padres, sólo le dará un nombre.

En esta ocasión es: 

EN EL FONDO Nombre que puede significar mucho:¿En el fondo de aquella vieja casa

donde me crié?¿En el fondo del baldío donde jugué

en mi infancia?¿En el fondo de la escuela? ¿Del

liceo? ¿De tantos lugares?¿En el fondo de sentimientos idos, de

ilusiones pasadas?O… tal vez… simplemente sea: En el fondo de los recuerdos. 

Rosalino Carigi2005

 

PRESENTACIÓN

EN EL FONDOEN EL FONDO

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Cinco de la tarde. Ya estamos en marzo. Sin embargo, aún hace un calor de

locos. Este verano anormal se retrasó en

llegar, y ahora no se quiere ir. Salgo de la casa.

En la vereda hay hojas secas... otoño se anuncia.

Miro la esquina. Allí bajo la sombra del árbol, veo

alguien sentado en el cordón. El calor debe estar haciéndome delirar. Pero no, es una feliz y trastornante

realidad.–¡Juan!... –exclamo contento– ¿Saliste

de allá?–No salí... Me escapé. –responde con su

voz de orate.–¿Cuándo?... ¿No te estarán buscando?

–inquiero, en tanto miro calles abajo temiendo ver una ambulancia.

–Quédate tranquilo... –ríe delirante de mi preocupación– me escapé a fines de enero, y nadie notó la anormalidad.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Imposible. –afirmo absurdamente– ¿Cómo va a ser eso?

–Es natural. –indica, tomando dos hojas y cruzándolas.

Las mueve en el aire como si fuesen alas de una mariposa. Nos quedamos viéndolas.

Surge la brisa y mi terca razón.–No lo veo natural. Lo normal es que te

busquen. –digo.–¡Ay, amigo mío!... –me compadece

como un demente– ¡cómo se nota que te hicieron falta nuestras charlas! Otra vez estás confundiendo lo natural con lo normal.

–Sí... Mucha... –musito triste y añorante.

–A mí también... –murmura él– Pero, yo tenía la fortuna de estar entre otros locos... mientras tú debías seguir conviviendo con los demás normales.

Callo, y prefiero tomar el desvío de la curiosidad.

–Cuéntame como pudiste salir. –le ruego.

–No salí... me escapé. –repite– Salen los prisioneros... Yo siempre tuve la libertad dentro mío.

Sonrío, envidiándole y esperando la narración.

LA ESCAPADA

La esclavitud está más en el esclavo que en el dueño.Nadie es esclavo sin su propio consentimiento.

01 LA ESCAPADA (U)

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–Un sábado, en una tarde calurosa, donde el sopor tenía a la gente enloquecida y llevando desquiciadas ropas... me escapé cuando se fueron los visitantes.

–¿Nadie se dio cuenta? –dudo, bastante extrañado.

–Era verano. ¿Quién se va a asombrar de ver otro loco entre tantos locos?... –afirma en enajenada forma.

Reímos. Me sentí bien de nuevamente reír con la locura.

–¿Y como viviste hasta ahora? –hago una tonta pregunta.

–Es verano. Fui por las playas, dormí bajo las estrellas...

–Pero... ¿qué comías?... ¿cómo te bañabas?... ¿todo eso?

–Cuando hace calor, a la gente no le importa dejar lo que sobra. Se necesita pasar frío para volverse egoísta.

–Es raro que no te hayan encontrado. –sigo en mi lógica.

–Nada raro. Luego llegó Carnaval... Esos días donde los normales quieren hacer cosas de anormales... ¿Cómo iban a encontrar un loco entre tantos disfrazados de locos?

EN EL FONDOEN EL FONDO

Volvemos a reír. El sol está llegando al horizonte.–Deben estar buscándote. Te hallarán...

–afirmo, triste.–No lo creo. –dice el aberrante– Éste es

año de elecciones, hay mucho loco suelto... ¿Cómo los pueden diferenciar de un loco escapado?

–No puedes seguir viviendo así. –le aconsejo con cariño.

–Sí... El otoño se acerca. La gente vuelve a ponerse la careta de normal. Iré otra vez allá... con mis compañeros.

–Te recibirán bien. Pero... ¿por qué viniste antes aquí?

–Porque tú también eres medio loco, y tenía que darte esto. –dice.

Y, bajo la luz del atardecer, me entrega un poema.

–No sabía que eras poeta. –musito con voz emocionada.

–Todo loco tiene algo de poeta... y todo poeta, de loco.

Luego, parándose, delirando se marchó.Y me quedé viéndole hasta que se

perdió en el fondo....oo0oo...

LA ESCAPADALA ESCAPADA

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Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo... Cada vez que oigodel derecho a la igualdad,y veo grandes mansionescon seres prosperantes,y veo niños mendigandoy mujeres ofreciéndosey viejos con haraposy hombres sin trabajo... Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo... Cada vez que oigodel derecho a la justicia,y veo el abuso de la fuerza,las trampas de los leguleyos,y veo el atropello a los débiles,y la impunidad de los

privilegiados,y la tergiversación de la leyy veo a los criminales liberados. Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo...

EN EL FONDOEN EL FONDO

Cada vez que oigodel derecho a la alimentación,y veo lujosos restoranescon opulentos disfrutando,y veo niños desnutridos,y enjutas mujeres pariendo,y hombres alcoholizados,y viejos hurgando basura... Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo... Cada vez que oigodel derecho del individuo,y veo los pobres indefensos,pero los poderosos protegidos,y veo los fabricantes de armas,y a todos enriquecidos,y los crímenes de las guerras,y los verdugos olvidados Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo... Cada vez que oigodel derecho a la seguridad,y veo a los agentes de la leycon armas y palos,y veo los seres silenciadospor la fuerza o por el miedo,y veo a los obreros explotadospor el hambre y la necesidad.

LOS DERECHOS

LOS DERECHOS (U)

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Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo... Cada vez que oigodel derecho de las personas,y veo que la ley sólo es una

broma,en manos de los potentadosy veo como deben cuidarsepara poder vivir los honrados,y veo que para ser un humanodebe decirlo un escrito. Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo... Cada vez que oigodel derecho a la libertad,y veo cercas, y púas, y

muros...y rejas, y puertas, y candadosy veo fronteras custodiadas,y veo letreros de Propiedad,y de No Pasar, y de Privadoy los letreros de Prohibido. Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo...

EN EL FONDOEN EL FONDO

Cada vez que oigodel derecho a la dignidad,y veo hombres revisadosy hombres que revisany seres que son detenidosy seres que pueden detenery veo que la integridadse compra con dinero. Cada vez que oigode los derechos humanos...derechos no los veo... Cada vez que oigodel derecho a la vida,y veo las grandes prisiones,con hombres consumidos,y veo las muertes por

religión,y los asesinatos por raza,y los siempre

desaparecidos,sólo por pensar distinto... Cada vez que oigode los derechos humanos...¡Qué torcidos los veo!

...oo0oo... 03/03/2004

LOS DERECHOSLOS DERECHOS

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 Domingo fresco. Ha empezado el otoño.

Recuerdo que hoy cumple años Juan, mi amigo, el Loco de la Esquina.

Lo extraño, hace tiempo que no está allí.

Lo encerraron donde los normales ocultan a los naturales. O sea, con los elegidos que poseen la libertad de la locura.

Y esa libertad no se encierra. Se había escapado, pero retornó por su

cuenta al manicomio. Finalizaba el Carnaval, comenzando de

nuevo la habitual normalidad.Voy a visitarlo. Me dicen que se

encuentra en el fondo, entre los árboles. Y me previenen que está en uno de sus días.

Me alegro, tendré el regalo de verlo natural.

Sin embargo, esta vez me sorprende. Lo hallo sentado en la horqueta de un

añoso árbol. Se nota que ha subido por el banco de la mesa que tiene debajo.

–Hola, Juan... –le digo, contento– ¿Qué haces allí?...

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Buscando la razón... –responde con delirante sonrisa.

–¿La razón en un tronco?... –inquiero en tonta lógica.

–En una rama. –corrige el orate– Una vez leí que todas nuestras desgracias empezaron cuando bajamos de la rama...

Callo frente a su aberrante sabiduría, y él continúa:

–Por eso subí, a ver si la felicidad aún estaba en la rama.

–¿La encontraste?... –mi pregunta va llena de ansias.

–A veces me parece que sí; y otras, no. A veces creo que puedo volar; y otras, caer... A veces pienso que el primero que bajó de la rama era medio loco; y otras, que se cayó.

Reímos en desquiciadas carcajadas. Pero, yo me freno al ver pasar un

enfermero... Tengo el insano temor de que los demás

descubran nuestra propia y natural locura.

Mi loco amigo parece adivinar mis pensamientos.

EN EL ÁRBOL

De niños, nos gusta trepar a los árboles;y ya mayores... nos vamos por las ramas.

02 EN EL ÁRBOL 2 (U)

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–Sube... –pide, desvariando– Aunque no encontremos la razón de por qué bajó... acá arriba se está lindo.

Y, poniendo de lado toda normal cordura, trepo y me siento a su lado.

Me extasío viendo abajo el suelo con hojas secas, y arriba el cielo entre las ramas.

–Hoy es tu cumpleaños. –le digo, felicitándole.

–Se debería festejar los días de “nocumpleaños” –afirma con disparatada razón– Así estaríamos dándonos felicidad todos los días del año... y sólo en uno no la tendríamos.

–Sería ideal... Pero, la realidad es al revés. –indico.

–Bueno, no importa. –reclama el enajenado– No te hagas el loco. Dame las galletitas de anís que siempre me traes.

Le entrego la bolsita, y comienza a comerlas con delirio.

–¿Cuál es la parte de atrás de un árbol? –me pregunta.

–No tiene, es redondo. –arguyo con estúpido raciocinio.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Sí, la tiene. Es donde se orina. ¿No decimos que vamos a orinar “detrás” de ese árbol?... –y agrega ya serio– ¿Y cuál es la de adelante?

Espero su desquiciada explicación.–Es donde esperamos a alguien. –

murmura nostálgico– Yo te esperaba delante el árbol de la esquina.

Quedo callado por la emoción de la añoranza.

–También tienen lados. –sigue él en su manía– A un lado del árbol se hace la parrillada, se duerme la siesta.

–Se encuentra un amigo, el farol, el gato... –completo.

Nos vuelve a la realidad la voz perentoria del enfermero, quien ha llegado al pie del árbol sin darnos cuenta.

–¡Señor!... ¡Bajen de allí! ¡Se terminó la hora de la visita!

Obedecemos. Juan va a su cuarto. Yo a la calle.

Estamos contentos. Fue un loco y feliz cumpleaños.

Por que los dos... cumplimos el mismo día.

...oo0oo...28 de Marzo

EN EL ÁRBOLEN EL ÁRBOL

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Era el 2 de noviembre. Mi padre estaba en casa. Para mí, día

feriado. Él me llevó al fondo, diciendo que mi

mamá se sentía mal y debíamos dejarla tranquila.

Pero, había cosas raras: Mi tía y una señora extraña se

encerraron en el dormitorio con mi madre.

El viejo estaba nervioso, y todas las vecinas se hallaban en la vereda.

Al rato salió mi tía llamando a mi padre. Y, a los pocos minutos éste me hizo

entrar al dormitorio.En la cama había un bebé. Mi madre

me dijo que lo había traído una cigüeña. La miré incrédulo, yo tenía 9 años.Pero, más que todo, quedé asombrado

por lo blanco, lo rubio y lo pequeño que era.

Tuve miedo de tocarlo, me vi tan grande a su lado que temí lastimarlo.

Recuerdo haber pensado que, en una vuelta, podía ser aplastado por el cuerpo de nuestra madre.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Ésta había reducido de golpe su gran vientre.

Y allí estaba, feliz con al niño en la cama; en el dormitorio de la casita que se había ido transformando en una casa grande, de material y a punto de finalizarse.

Se rieron de mi mirada, insistiendo con lo de la cigüeña.

Mi padre, llevado por su formación francesa, con una sonrisa indicó que lo había encontrado en un repollo.

Eso terminó de convencerme que me querían engañar.

Ese pajarraco no existía en el país y sólo lo había visto en dibujos llevando dentro un pañal a una criatura.

En el fondo nunca hubo repollos. Y, para completar, yo estaba ya en

tercero de la escuela. Si bien en esa época los botijas éramos más inocentes, los de sexto año se sentían importantes despabilando a los menores.

Saber lo que hacían los hombres con las mujeres creaba una morbosa curiosidad... y algo de desilusión.

EL NACIMIENTO

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Ah... ese lindo cuento de la niñez...

03 EL NACIMIENTO (U)

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Los varones tenemos una extraña dicotomía respecto a las mujeres.

La madre es un ser excepcional; las demás una masa con características comunes, y no siempre buenas.

Agreguemos que entonces, todo lo referente al sexo se consideraba un tabú.

El realizarlo era un pecado. Y, por ser prohibido, constituía el deseo

callado de cada muchacho.Fuimos de las últimas generaciones

cuya cultura se basó en el ocultismo y la hipocresía.

Los niños aceptaban los cuentos de los padres sabiendo que eran falsos, y éstos fingían creer que los hijos seguían creyendo sus mentiras.

Por eso, cuando insistieron con lo de la cigüeña, preferí poner cara de tonto y mirar a mi pequeño hermano.

Me intrigaba cuando lo habían formado; ya que en la casita yo dormía en el mismo cuarto, y nunca había oído ni visto nada raro.

Aún tenía mucha ingenuidad en mí.Mamá me hizo acostar junto al botija. Viéndolo entre ella y yo, me pareció

más pequeño y delicado.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y, quedé rígido en la cama temiendo hacer un movimiento y lastimarlo.

–¿Y... qué te parece David? –me preguntó nuestro padre.

–Chiquito. –respondí con mi parquedad, pero orgulloso al saber como se llamaría el botija.

Era mi segundo nombre.–Sí. –siguió el viejo con su jeringozo de

francés, italiano y español– Llegará a ser más grande que vos. Pero, siempre serás el mayor... y tendrás los deberes del primogénito.

Papá mantenía las tradiciones del apellido, la familia y del árbol genealógico.

Y... así lo acepté. David dormía envuelto en una larga

faja. Parecía un cucurucho blanco.Luego, me levanté de la cama. Los

mayores hablaban entre ellos. Fui hasta la puerta. Necesitaba estar en

el fondo de la casa… no sabía por qué.La vieja me llamó diciendo que le diera

un beso a mi hermano. Se lo di. Y le di uno a ella.Ya no era sólo mi madre, sino nuestra

madre.…oo0oo…

EL NACIMIENTOEL NACIMIENTO

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Estaba en el fondo de la casa, columpiándome feliz en la hamaca, cuando mi tío Valentín me pidió para ir a hablar con el cura a fin de bautizar el domingo a mi hermano.

Hacía poco que éste había nacido. Y allá fuimos.

Llegado el día, lo vistieron con unas ropitas que parecían de juguete.

Sacadas del ropero, fueron lavadas como si se deshiciesen al tocarlas... y para sacarles el olor a naftalina.

Cada una tenía su historia familiar: ésta había sido usada para bautizar al abuelo, a nuestro padre y a mí, aquella la había regalado la mítica tía Tereza de Italia.

Por el lado de materno, la batita la tejió nuestra fallecida abuela Rosa, y la camisita había sido usada para ese acto por tres generaciones de mi madre.

Supe que con las mismas también había sido bautizado yo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y pensé, con la ironía que empezaba a nacer en mí, en esa costumbre de ponerle cosas viejas a un recién nacido.

Por suerte, los escarpines y mitones fueron nuevos. Los había visto tejer por mi madre, quien decía que eran para el hijo de una vecina... otro engaño que descubría.

No hacía mucho que yo servía de monaguillo.

Como me costaba aprender el latín, me destinaban para el ángelus y los bautizos.

Eso era beneficioso, puesto que los padrinos acostumbraban dar algo al botija que ayudaba al cura.

El bautizo se efectuó en la iglesia a dos cuadras de casa. El padrino fue el hermano de mi madre, y que vivía al lado. La madrina, su esposa. El sacerdote, un viejo gallego. Y el acólito, yo.

Todo quedó en el barrio y en familia.Le pusieron como nombre: David Roquito Tabaré.David, por el abuelo paterno. Roquito por el otro tío hermano de

mamá, quien era masón y no iba a la iglesia.

Tabaré, por el indio charrúa de la leyenda uruguaya.

EL BAUTIZO

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Yo te bautizo en nombre del padre...

04 EL BAUTIZO (U)

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Y... como éramos familia, creo que el padrino no me dio propina, pero hubo una linda reunión con chocolate en la casa, donde David tomó del pecho de mamá.

Del bautizo quedó la historia que al echarle el agua había reído, y al ponerle la sal la saboreó.

Los viejos vaticinaron que sería de carácter alegre y que tendría buen paladar.

La consiguiente niñez de David coincidió con una serie de cambios en mi vida.

Como debían prestarle atención a él, yo logré la libertad por años ansiada.

Pude salir de la casa y recorrer hasta los más extraños rincones de aquel Cerro.

Gracias a él formé mi barra de la plaza de la Iglesia, con amigos para toda la vida.

David fue creciendo. No podíamos negar ser hermanos, pero su cabello era lacio y el mío ondulado. Él era inquieto; yo, introspectivo. Él un botija, yo un joven.

Lo llevaba conmigo a misa, lo cual constituía excusa para las muchachas se acercasen diciendo que querían ver su rubiez, mientras miraban con picardía como me sonrojaba.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Propio de su niñez, a David le gustaba jugar en la vereda con sus amiguitos, a las bolitas, el trompo, las figuritas, y correr en la cima de la Fortaleza remontando cometas.

Y propio de mi edad, yo prefería ir a la biblioteca, mirar las botijas, leer, o estar en el mirador, en el fondo de la casa, viendo la bahía y el mar.

Pero, nos hamacábamos juntos bajo el parral, o en verano íbamos a la playa en la mañana.

Fuimos buenos compañeros. Para poder haber sido grandes

amigos… nos separaban nueve años de diferencia.

Terminó la guerra en Europa y la vida cambió.

El auge económico del Uruguay comenzó su caída.

Costaba pagar la cuota de la casa. Papá tenía que hacer trabajos extras. Dejó de cantar arias en la noche y en la

cocina. Mi madre se encerró en sí misma. Yo fui al liceo.Y a David, acorde a su actitud en el

bautizo, le tocó ser el único alegre de la familia y que supiera saborear las cosas.

…oo0oo…

EL BAUTIZOEL BAUTIZO

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Al llegar el Día de los Reyes, los regalos superaron todas mis expectativas y las de mis tres primas vecinas.

Al ver que el mío era largo, delgado, redondo y envuelto, tuve temor de una cachada. Pensé en un palo de escoba.

Y… ¡resultó una escopeta de aire comprimido!

Un juguete inútil. Jamás maté con él a un pájaro o a un animal… aunque rompí más de una lámpara de la calle.

Para mi hermanito había sonajeros y volantines de sobra.

No recuerdo quien le regaló la cuna. Seguro que no fue hecha por nuestro

padre. La carpintería no era su fuerte.Ya estábamos en verano. Con la nueva

libertad lograda, yo iba temprano a la playa sin ser acompañado por mis primas y sin la cachada consiguiente de la barra.

Me gustaba deambular por las rocas que entraban en el mar. Era peligroso, pero allí había deliciosos mejillones.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Muchos me miraban como si viesen a un loco.

En ese país lo que gusta es la carne, pero los gallegos me enseñaron a comer esos bichos.

Los traía a la casa, y los cocinaba sobre la plancha del fogón de la cocina.

Con sus conchas negras por fuera y nacaradas por dentro le hice un sonajero a mi hermano.

Lo colgué sobre su cuna, y tuve la alegría que le gustase más que los comprados.

Pasaron los meses, el botija gateaba y a veces caminaba bamboleándose.

Con sus infantiles risotadas hacíamos carreras donde, arrastrándome, lo imitaba a él.

Se habían mudado las camas a los cuartos de la parte alta. Por un tiempo fui único dueño de nuestro dormitorio.

David, con su cuna, estaba en el de nuestros padres.

Ahí arriba había una puerta que daba a una gran terraza, el techo de cemento que sustituyó al de cinc de la casita.

Desde allí si veía el hermoso paisaje de la bahía.

EL PAREDÓN

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El ángel de la guardia trabaja tiempo extra...

05 EL PAREDÓN (U)

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La terraza estaba rodeada por dos lados con una pared de setenta centímetros de alto.

Por los otros tenía el muro lindero y la pared de la casa nueva.

En verano se dejaba abierta la puerta para refrescar los dormitorios.

Fue un domingo. Habíamos almorzado en el fondo, en el

patio. David se durmió en el regazo de mamá, y ella lo llevó a la cuna.

Al regresar la vieja, volvimos a las charlas.

Pronto me aburrí. Y me dirigí a un pequeño jardín lateral donde habían sido trasplantadas las hortensias.

No sé por qué, miré hacía arriba, hacia el murito de la terraza. Me quedé helado.

David caminaba sobre el mismo, haciendo equilibrio en los quince centímetros. ¿Cómo había llegado allí?

Tuve el tino de no gritar, y rápido fui a avisarles a mamá y papá.

En voz baja, éste dijo que no habláramos, que él iba a subir y agarrarlo allá arriba.

Fue un drama de cine mudo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Mamá y yo seguíamos los pasos del botija con los brazos abiertos, en silencio, listos para recogerlo si se caía para afuera.

Llegó hasta la pared de la casa, no podía seguir adelante.

Pero él, como tal cosa, se sentó, giró, gateó un poco, y... parándose nuevamente, retomó su andar sobre el murito.

A los que estábamos abajo casi nos da un ataque. Por suerte surgieron las manos de papá tomándolo firme.

Mamá había dejado a David en la cama, no en la cuna.

Él despertó y, gateando, se bajó yendo a la terraza. Subió por la arena apoyada al muro... e hizo su acto de equilibrista.

Desde entonces, a ese murito le pusimos:

El Paredón.Mi hermano se hizo un hombre grande. Fue un técnico muy hábil. Supe que se

especializaba en subir torres.No me asombró, desde botija tenía

equilibrio.Lo practicó en el fondo de la casa…

sobre el Paredón.…oo0ooo…

EL PAREDÓNEL PAREDÓN

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No recuerdo si mi hermano tenía cuatro o seis años, sólo sé que iba tras mío como un moscón con sus preguntas.

Y, cuando soltaba su cháchara, enloquecía al más santo.

Era David. Mi único y menor hermano. Nacido

cuando yo tenía nueve años y estaban construyendo la casa.

Casa grande que sustituyó la casita de jardín al frente, de cocina, un cuarto y un corredor... pero llena de amor.

Todo se perdió tras un alto frente de ladrillos y cemento.

El botija fue la única alegría que quedó.¿Por qué nuestros padres tardaron

tanto en tener otro hijo? ¿Por qué lo tuvieron en ese momento? ¿Por qué tuvieron que hacer una casa

tan grande para un hogar tan chico?Las respuestas están en unos huesos

juntos, y en un cementerio.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Los padres son unos seres incomprensibles, que viven tratando de ser comprendidos por sus hijos. Y que, con el tiempo, ni unos ni otros se comprenden.

Fue una mañana, una de las tantas mañanas que mamá se sentía mal y quedaba en la cama.

Hoy a eso le llamarían menopausia o con algún término sicológico.

Tuve que hacer la comida. Siendo nuestra madre de la provincia

italiana, aunque nacida en Argentina, lo normal era que todo se arreglase con una sopa.

Por tanto, fui al galponcito en el fondo, corté la leña, volví a la cocina, y me puse a cocinar.

Y, mientras yo pelaba las papas, las zanahorias, y sofreía algo para dar sabor... el botija me seguía con su charla inquisidora.

En la pared, cerca del fogón, había unos ganchos, tres de cada lado.

Muchas veces me he preguntado qué verdadera función tenían ellos.

Quizás fueron para las longanizas, o las trenzas de ajos, o para colgar el rebenque con que me castigaban, o poner una cuerda para secar la ropa en invierno.

LOS GANCHOS

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¿Qué se habrá hecho de aquellos ganchos?...

06 LOS GANCHOS (U)

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Pero ese día les encontré otra finalidad.Nueve años de diferencia son muchos

para que dos seres piensen de manera igual.

Por tanto, cansado de las bromas que me hacía mi hermano, le amenacé con colgarlo de uno de esos ganchos si seguía molestándome.

Él tenía puesto unos pantalones jardineros cuyos breteles se cruzaban en la espalda.

Jamás pensó que yo cumpliría mi amenaza... y yo estaba cansado de hacer la comida.

No creyó que hablase en serio y siguió con sus chanzas.

Tomándolo en vilo, lo colgué de los tirantes de la espalda en un gancho. Por fortuna, la tela era fuerte y mi madre cosía bien.

Allí quedó, colgado, hasta que terminé la sopa.

Pero, lo más simpático del suceso fue que el botija no se enojó.

Reía divertido y seguía haciéndome bromas.

Los años pasaron. Más crecíamos, más se separaban los

caminos. Vivíamos en la misma casa. Éramos

hermanos.Pero, cada uno de generaciones distintas.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y un día nos separamos por miles de kilómetros.

David se hizo mayor, hizo su propio camino, su propio hogar, y hasta repitió errores por mí antes cometidos.

Nadie aprende en cabeza ajena, dice el refrán.

Siguieron los años. En ocasiones los caminos se cruzaron y

otras fueron juntos. Hubo aciertos y equivocaciones.

Mi padre, ese ser invisible que se hallaba tras las cosas, se fue para siempre. Mi madre, muchos años después.

Los ganchos en la pared… permanecieron.

Y, envejeciendo, las preguntas me machacaban:

¿Lo bajé del gancho? ¿No lo habré dejado algunas veces?Pero lo recuerdo viéndole jugar en el

fondo de la casa.Porque, como en aquella ocasión, él

supo mantener su risa y burlarse de lo yo que estuve haciendo.

Es que… a él le tocó ser el único alegre de la familia.

…oo0oo…

LOS GANCHOSLOS GANCHOS

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Fui hasta la casa. Estaba alquilada. Pedí si me dejaban pasar. Si podía estar

un momento en el fondo.Añorando allí, pregunté por mi

hermano. Hacía mucho que no lo veía. Lejos en

años y en tiempo.Me dijeron que estaba en la plaza.

Cuando se decía la plaza, así, sin detalles, sólo podía ser una: La de la iglesia.

Fue la primera que existió en la zona, un barrio perfecta e hispanamente cuadriculado que creció en las faldas de ese cerro.

En consecuencia, no había cien metros horizontales.

La iglesia fue construida en la loma más alta. Frente se hizo la plaza.

Adecuada para reposar luego de subir desde donde pasaba el tranvía o del muelle del barquito.

EN EL FONDOEN EL FONDO

En los atardeceres de verano los niños correteaban por sus senderos mientras los padres ventilaban sus nostalgias, y su calor, chismorreando con los vecinos en las bancas

Desde la plaza se veía el puerto y la bahía por donde habían llegado la mayor parte de los habitantes del barrio.

Fue la Plaza de la Iglesia del Cerro. Solo su parte central era artificialmente

plana. No tenía fuente, ni estatuas.Un murito la rodeaba, ancho para que

sirviera de asiento. Detrás del mismo, un cantero que daba

a un camino; y en éste, los bancos para los viejos y parejas de enamorados.

Se entraba por las esquinas. Para encontrarse en ellas era fácil en

aquellos años, nunca nombrábamos las calles.

En la calle de arriba estaba la esquina frente al boliche, la otra esquina era frente a la cervecería.

Si se quería en la mitad, muy frecuentada, se decía delante la iglesia.

Y, en la calle que subía, antiguo camino adoquinado a la fortaleza que señoreaba en la cumbre, había un cine.

LA FORTUNA

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Nunca sabré quien fue más acertado, si el que se fue para ver que había tras el cerro,

o el que se quedó para ver lo que pasaba.

07 LA FORTUNA (U)

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Ahora tiene nombre: Plaza del Emigrante.

Y pusieron en ella la antigua estatua situada en el puerto.

Es acorde. En esa plaza miles de emigrantes de tierras lejanas abandonaron sus esperanzas de volver, y cientos que vinieron del interior del país añoraron sus terruños.

En esa plaza jugaron los niños emigrantes y los hijos de los emigrantes.

Los hombres del futuro, los de hoy.Y en esa plaza encontré a uno. Como

me habían dicho.Desde lejos me sonrió con cariño y

añoranzas.Tenía varias veces la estatura de

cuando lo conocí. Pero la primera vez que lo vi, él era recién nacido y yo un botija.

Sin embargo, lo veía como en sus años de infancia. Años que él iba creciendo en el barrio. En que yo anduve por otros caminos.

Años que las circunstancias nos separaron.

Me senté junto a él. Me miró campechano, diciendo:

–Hola, botija emigrante... ¿De vuelta al barrio? –y sonrió.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Dirás viejo emigrante... –musité– como ése de la estatua. Él tiene un atadito de esperanzas, a mí no me queda nada.

–Te queda esta tierra, esta plaza. –afirmó, consolándome.

–No. El emigrante, donde hizo su vida extrañará su tierra; y si vuelve, extrañará aquella donde hizo su vida.

–Pero tuviste la fortuna de conocer otros lados.

–Tú te quedaste en tu barrio, en tus calles, con tu gente, con tu familia. Compartiste el pan, el agua, la risa y el llanto de cada día, en cada día de tu existencia y la de ellos. –y con tristeza completé– Tú eres el rico... el afortunado.

Lo miré. Vi un botija que se volvió hombre,

separado de mí por nueve años y miles de kilómetros.

Un hombre que había tenido todo sin salir de la ladera del cerro.

Un hombre con la fortuna de la plaza.Y quedamos en silencio... como dos

hermanos. Quizás los dos pensando… en el fondo de la casa.

…oo0oo…

LA FORTUNALA FORTUNA

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En el fondo de mi casa había un limonero.

Su parte de atrás llegaba hasta aljibe; y la de adelante, al sendero que llevaba hacia la escalera.

A la izquierda, daba sombra al palán-palán que servía de cerca con la casa del vecino; y a la derecha, recostaba sus más aventureras ramas en el parral de la vid.

Como todos los árboles no tenía ni derecha ni izquierda, ni adelante ni atrás; pero, para los que vivíamos en esa casa, la referencia era dada por la puerta de salida al fondo.

Tampoco el terreno era grande, el fondo apenas tenía ocho metros por diez; y a eso había que descontar el techo del aljibe, el piso del parral, el gallinero y los caminitos.

El cantero, por llamarlo así, que le sirvió de hogar y le alimentó, medía sólo dos por dos y medio; sin embargo, fue oscura tierra madre extraordinaria.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Recuerdo que originalmente allí había un naranjo, igual al que existía en el cantero del otro lado del parral y que quedaba junto a las chapas de cinc del lindero izquierdo.

Cierto día, mi padre trajo una ramita, un gajo de limón; lo traía envuelto en un trapo, como si fuese una criatura.

Después, cortó el naranjo dejando un tocón más bajo que yo.

Y yo, que tenía cinco años, miraba estupefacto.

Mi madre, quien se había criado en la campiña, hizo en la parte de arriba del tocón una hendidura en ve; y, dando esa forma a la base del gajo, lo insertó en ese corte.

Luego, con tiras del trapo, vendó cuidadosamente aquel muñón del que surgía el enclenque retoño.

Mis padres me dijeron que eso se llamaba injerto.

Quizás por que era flaco, quizás por que era chico, o por que estaba solo dentro un tronco grande… le tomé cariño.

EL LIMONERO

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Del dulce azahar, nace el limón...

08 EL LIMONERO (U)

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Crecimos juntos. A él lo abonaban con lo limpiado del

gallinero; a mí, con comida, cariño... y algún chancletazo.

Yo iba al fondo, le contaba mis cuitas, y él me oía callado.

En la segunda primavera tuvo un desarrollo enorme; la ramita se volvió tronco... ¡y floreó!...

¡Y dio un limón!Mi madre decía que era limón italiano. Mi padre, que era francés. Miré el limonero, su copa más alta que

yo... Y él y yo supimos que éramos de ese

fondo, de esa tierra.Al año ya se había convertido en un

árbol frondoso; se llenó de amarillos frutos… y de picantes bichos peludos.

El siguiente verano llegó una plaga de langostas. Cuando alzaron vuelo de nuevo, sólo quedaban esqueléticas ramas.

Era un paisaje invernal en medio del estío.

Únicamente la vid y el limonero rebrotaron.

La primera dio unos pocos y agrios racimos.

El limonero, unas tiernas hojas… ¡y un montón de limones! Hubo hasta el invierno. EN EL FONDOEN EL FONDO

Desde entonces tuvo frutos durante todo el año. Tantos, que yo le sacudía para que cayesen…

Y él parecía reír con el susurro de sus hojas, como si jugase conmigo.

El tiempo siguió pasando. Me hice hombre. Me alejé de allí. El tronco se fue arrugando… y las

ramas dando frutos.Viejo, volví a la casa; que ya no era

nuestra. Quise ver al limonero. Me avisaron que una epidemia lo había secado.

Pero, cuando lo cortaron, a la semana, del tocón surgió un ramita nueva; y de ella creció otro limonero.

Fui a verlo. Era un árbol retorcido. Con grietas.

Se notaba que había luchado para sobrevivir.

Me dijeron que daba limones siempre, y me preguntaron de dónde era.

Con voz tomada de emoción, respondí:–Mi madre decía que italiano. Mi padre,

francés.Miré el limonero… Quedé callado…Él y yo sabíamos que éramos de ese

fondo, de esa tierra....oo0oo...

EL LIMONEROEL LIMONERO

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En el fondo de mi casa había un mirador.

Pero, siempre le dijimos: la azotea. Una azotea que se continuaba, hacia la

derecha, en el fondo de al lado; el de la casa de mi tío.

En realidad era el techo del escusado, del lavadero de mi madre, del cuarto de herramientas de mi padre y del lugar donde las gallinas ponían huevos y dormían.

En la parte de mi tío no había cuarto de herramientas ni lavadero; y mi tío criaba unos escandalosos patos.

A esa azotea le habían puesto un murito como baranda y dos sillones de cemento.

El murito nos separaba del vecino de atrás, cuyo terreno estaba seis metros por debajo.

El muro lo había hecho Bruno, un tío de mis primas, el cual se volvió mítico por haber construido el Obelisco del Bulevar, luego irse al Brasil y…hacer fortuna.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Yo era muy chico cuando me llevó, con mi padre, a ver el obelisco en construcción.

El recuerdo que me quedó de ese monumento es de algo hueco, oscuro, y que olía mal.

Bruno dejó como recuerdo su carácter alegre y el muro tipo espejo de ladrillos, donde ni a éstos ni a la mezcla le entraba un clavo.

Tan fuerte era, que retenía la tierra del fondo.

Se subía al mirador por una escalera para encontrar dos bancos muy diferentes.

Uno, esbelto y pulido. El otro, áspero y rústico.

Pero, ambos viendo hacia el horizonte.En la azotea, mi madre tendía la ropa

en un alambre que seguía hasta el otro techo.

Y, en verano, se quedaba en un sillón a disfrutar de la brisa. O, a charlar con mi tía.

Los fines de semana, sentada al lado de mi padre, juntos en el mirador, añoraban la lejana Europa; viendo el puerto por el cual, un día, entró el barco que nos trajo.

Desde esa azotea vi crecer la ciudad al otro lado de la bahía; y, de este lado, yo fui creciendo en mi barrio.

LA AZOTEA

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Extraído de “Don Víctor” del libro “Los Dones del Ayer”...

09 LA AZOTEA (U)

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El paisaje que se ve desde allí es, fue, y será, de belleza extraordinaria.

Un río que es mar, se amansa en el freno de los rompeolas; para luego entrar suave en la bahía. Una isla pone el color de sus galpones. En el puerto, los barcos reposan sus fatigas.

Y la ciudad, en una mezcla de antiguo y moderno, se recuesta alrededor de la costa.

Cerca, las calles del barrio descienden hacia las turbias orillas.

Algunas, más audaces, se atreven a entrar con sus muelles en el agua; pero, se detienen asustadas.

Mirando en sentido opuesto, una verde ladera, salpicada de piedras negras, remonta el cerro; donde, en la cumbre, atalaya la Fortaleza de los años de la Conquista.

Desde la azotea se ven casas pequeñas, con jardines, con fondos llenos de árboles, con gallineros. Casas pegadas a la del vecino, como transmitiéndose el espíritu de unión.

Observando ese paisaje, sentado en esos bancos, hice los deberes de la escuela, saboreé los higos robados al vecino, tuve mis juveniles ilusiones, escribí mis primeros versos.

EN EL FONDOEN EL FONDO

::::::Los años me alejaron de ese mirador, de

esa azotea.Viejo, volví. El mirador seguía igual; el paisaje, el

mismo. Pero, mis padres no se sentarían más en esos sillones.

Me acerqué a la baranda. Miré hacia abajo, y sentí miedo de caer. Recordé un niño que bajaba y subía por

esa pared, escalando en los huecos dejados durante la construcción.

Lo hacía por el motivo más mínimo: A buscar una pelota, para escaparme al baldío a jugar...

Y nunca tuve miedo.Pero, entonces era un niño; y ahora, un

hombre viejo.Y nos aferramos más a la vida cuanto

menos tiempo de ella nos va quedando.Me senté en un banco de la azotea. En el rústico. Y quedé viendo las lejanas olas volverse

espuma contra la escollera....oo0oo...

LA AZOTEALA AZOTEA

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A tres cuadras y media de mi casa, en la calle de arriba, en la esquina de Francia y Bogotá, había un almacén.

La ubicación no era de extrañar. En ese barrio los países y ciudades se

cruzaban, hacían esquina y corrían paralelos, sin que tuviese que ver razas, fronteras, ni ideologías.

Tampoco extrañaba a los habitantes del lugar, mezcla de emigrantes y perseguidos de todo el mundo.

Menos causaba extrañeza que en una esquina hubiese un almacén.

En esa época, que en las casas no había refrigerador y sólo los ricos tenían heladera de hielo, había uno en cada esquina.

Lo que asombraba era que ostentaba un letrero enorme que ocupaba medio frente.

En éste decía “DEPÓSITO” y el nombre del propietario: MIKEIL SKROZOUV.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Era el local más grande de allí. Adjunto tenía un galpón donde guardaban los productos en bolsas y cajones. Y, en el mismo, había una máquina ruidosa que fabricaba hielo

El dueño era un lituano, alto, flaco, que fue campesino.

Tenía un hijo de nuestra edad, que iba a nuestra escuela, y que se llamaba como el padre.

Eran los años de las obras de Julio Verne, por tanto le pusimos… Miguel Strogoff.

El botija no fue el “Correo del Zar”. Aunque, le tocó ser el repartidor de los mandados para las viejas de ese barrio.

Era, al igual que tantos más, un nacido en otra tierra que crecía en ésta; sin saber cómo era la de origen, y sintiendo como patria el lugar donde vivía.

En ese almacén se encontraba de todo. Sin embargo, su dueño prefería vender al por mayor.

Hasta los gallegos y armenios de los otros almacenes se proveían allí.

Cuando escaseaba algo, sabíamos que en el Depósito, en lo de Strogoff… era seguro que lo hubiese.

LA ARROBA

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Aquellos hijos de almaceneros,cargadores sin sueldo ni horario…

10 LA ARROBA (U)

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Fue un mes que la papa desapareció del marcado. Ilógico en esa tierra oscura y fértil.

Mi madre me mandó a lo de don Miguel, con un billete, para que le enviase una arroba.

Me faltaba poco para tener nueve años. Estaba asustado por llevar tanto dinero… y no sabía lo que era una arroba.

Fui al depósito. Saludé a Miguelito, que estaba haciendo los deberes sobre un cajón cerca de la ventana. Llegué al mostrador.

El almacenero, normalmente serio, me sonrió.

Hice el pedido y le entregué el billete con cierto alivio. Me devolvió el cambio.

Lo guardé en el pantalón corto.–¿Querés sólo una arroba?... –preguntó,

burlón.–No sé que es una arroba. –respondí,

molesto.–Ya te la traigo para que lo sepas… –y,

jocoso, se fue.Al poco tiempo volvía con una bolsa de

arpillera, llena de papas, que puso delante mío.

Me llegaba al pecho, parecía pesada… Y yo era alto y pesaba venticuatro kilos.–Ahora la mando con mi hijo. –aseguró

el hombre.EN EL FONDOEN EL FONDO

Miré al botija, quien ya se paraba… y respondí:

–No… La llevo yo… Chao, Miguelito…Me la eché al hombro como hacían los

changadores de la barraca. A lo cuadra estaba resoplando y

doblado. En el puente sobre la quebrada me corría el sudor.

Me paré a respirar. Luego subí el repecho hasta mi calle, deteniéndome a cada momento para tomar fuerzas.

Cuando entré en la casa, mi madre me gritó espantada:

–¿Estás loco?... ¿No te dije que la enviaran?... ¡Ya voy a hablar con ese tipo! ¿Cómo te va a mandar con esa carga?

–No me mandó, mamá. Yo le dije que la llevaba. La iba a traer su hijo… Si él lo puede hacer, lo puedo hacer yo.

Al llegar mi padre esa noche, y oír el cuento, me abrazó.

Le pregunté cuánto era una arroba… Me lo dijo. Y, por años, guardó la bolsa vacía en el

galponcito, en el fondo....oo0oo...

LA ARROBALA ARROBA

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Érase un niño que tenía un barco.Pero, aunque él creía que el barco era

suyo, no era de él.Era un barco pequeño.Tanto, que cabía sobre el mueble del

comedor.Y allí estaba, sobre un soporte, con los

colores del original.Porque ese pequeño barco era un

modelo a escala del que lo había traído de chico.

Se lo había dado el capitán del trasatlántico donde viajó con sus padres, un hombre de uniforme blanco.

Hombre que, en la travesía, cada mañana llevaba al niño a la cabina del timonel para que observara el infinito horizonte.

Y, al ver que el niño se abstraía con el modelo que reposaba en un estante, cierto día, el capitán se lo dio.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Le dijo que tenía que cuidarlo, que sería el capitán de ese barco, que debía evitar que se hundiese o encallara.

Y, sobre el modelo, le fue explicando al niño cada cosa del barco y para que servía.

Y el niño, le escuchaba.Luego, el niño ponía aquel pequeño

barco en la mesa de la bitácora junto al timonel.

Y, como éste, piloteaba el suyo.Todo viaje tiene un destino. Cuando arribaron al puerto, el pequeño

niño bajó llevando en sus manos al pequeño barco.

Desde el muelle miró al grande. Era igual al que él tenía. Pero… él era el capitán de éste.No se acordaba de todo le que le había

enseñado el capitán del barco grande. Por que le faltaba mucho por aprender.Pero tenía un barco, aunque éste fuese

pequeño. Uno que le habían dado para cuidar y nunca dejarlo hundir ni encallar.

Y para que no escorara, su padre le hizo un soporte.

NAUFRAGIO

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Era numero 29 en el libro original

Todos somos sobrevivientesen el mar de la vida.

11 NAUFRAGIO (G)

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El niño fui a vivir en un cerro, cerca de una bahía. En ella había varios muelles y un varadero.

En uno de los muelles atracaba un barquito que cruzaba la bahía. Y, pasando cerca de una isla, llegaba hasta al puerto.

Muchos domingos, el padre llevaba al niño de paseo en ese barquito. Y el niño llevaba su pequeño barco con él.

A veces acompañaba a su padre hasta el varadero. Y veía los grandes barcos sobre soportes. Como él guardaba el suyo.

Allí conoció a un amigo de su padre. Era dueño de una flota de remolcadores. Pero no le decían capitán, sino patrón.

Le estaban construyendo uno nuevo. Era un barco de poca eslora, ancha manga, fornido casco, de enorme fuerza.

Cuando estuvo terminado, el patrón les invitó a la botadura. Y preguntó al niño que nombre quería para el remolcador.

Y el niño dijo el de su pequeño barco. Y se le pusieron. Y, sonriendo, le

indicaron que él siempre sería su capitán.Muchas veces, ya muchacho, fue en el

remolcador. Y hasta salió con éste por la escollera a buscar grandes naves.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y reía con los marineros cuando hacían bromas llamándole capitán. O, por que en esos viajes llevaba su pequeño barco.

Lo ponía en la cabina, junto al tablero del timonel, mientras íntimamente le parecía pilotear el suyo.

Y, al ver como los altaneros buques eran arrastrados por el remolcador, supo que el tamaño no importa sino la fortaleza.

El niño se volvió un joven. Dejó de ir en el remolcador. Dejó su barco pequeño en el soporte sobre el mueble.

Sin embargo, cada tanto, se acercaba al muelle.

Y un día, el viejo patrón se le aparejó. Y con voz de lobo de mar, habló.

Le dijo que ya era un hombre. Que debería navegar en otros mares. Que tendría que pilotear otros barcos.

Que patrón es cualquiera. Pero quien no deja que el barco se hunda o encalle es el capitán.

Y… que él siempre sería un capitán.Y aquel joven que érase un niño que

tenía un barco, volvió a su casa. Pensó en el remolcador. Miró al barco pequeño.

Y sintió que ahora tenía dos… aunque no fuesen de él.

NAUFRAGIONAUFRAGIO

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El joven se hizo hombre. E hizo lo que hacen los hombres. Se enamoró. Se casó. Y tuvo sueños en el futuro.

Y un buen día, esos sueños le hicieron subir a una nave. Nave que le llevaría lejos, a otros puertos, a otros mares.

Pero, antes de abordarla quiso despedirse del remolcador y del pequeño barco sobre el mueble del comedor.

El modelo tenía algunas partes sin pintura, pero seguía en su soporte representado a un barco ya desaparecido.

Al remolcador lo vio desde lejos. Como él, sólo recalaba luego de un agitado día llevando naves ajenas a puerto.

Y el hombre que de niño tenía un barco, zarpó. Dejaba el pequeño barco en el mueble. Y dejaba el fuerte remolcador en la bahía.

Llegó a puertos sin atracaderos, y junto a otros los hizo. Le dieron barcos que no eran suyos, y fue su capitán.

A veces los piloteó por cabotaje. Otras, dibujó cartas luego de destrozar la quilla en bajíos y ocultos arrecifes.

Y si por momentos un vendaval quería abatirlo, echaba más lastre y entre bandazos tornaba el navío a su derrotero.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Nunca le importaba si el patrón o la empresa estuviesen contentos.

Él tenía que evitar que el barco se hundiera o encallase.

Años después, creyendo que todo ya estaba a socaire, dejó todo a cargo de un práctico y fue de visita a la antigua bahía.

Llegó con canas en la cien. Encontró al pequeño barco con polvo

del tiempo, descolorido, con el soporte rajado.

Fue en busca del remolcador. Lo halló en el muelle, tenía las bandas

golpeadas, óxido por doquier, parecía más chato.

Un viejo marinero le dijo que el remolcador ya estaba viejo, que hacía aguas, que había nuevos más fuertes.

Sin embargo, cada tanto lo venían a buscar para que zafase a un novato embarrancado en algún bajío o escollo.

Y el hombre encanecido, que de niño tenía un barco, sonría.

Luego fue a la casa y limpió al pequeño barco.

Días después partía. Aún era capitán de esos dos… y de

otros barcos.Y un capitán no puede dejarlos hundir o

encallar.

NAUFRAGIONAUFRAGIO

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Pasaron muchos años. Varias veces los barcos cambiaron de naviera o de patrón. Pero él seguía siendo el capitán.

Tuvo que cruzar tormentas, navegar sobre escollos, bogar entre problemas que retrasaban su impulso cual sargazos.

Fue abordado por piratas y almirantes de calma chicha. Y, él siempre iba a sacar el barco cuando quedaba varado.

Cada tanto retornaba a aquella bahía. Miraba su pequeño barco que no era suyo. Y preguntaba por el remolcador.

Le decían que estaba viejo, que para lo único que servía era para arrastrar chatas. Y el hombre viejo, sonría triste.

Y él volvía donde creía que aún lo necesitaban para llevar por buen rumbo las naves. Por que él siempre era el capitán.

Pero, cierta vez, le sacaron el barco. Otro dueño se lo quitó. Y éste quiso ser patrón, timonel y capitán. Y… se hundió.

El hombre viejo volvió para un reencuentro con sus viejos barcos, el del mueble del comedor y el remolcador de la bahía.

El modelo tenía la pintura saltada. Del remolcador le dijeron que estaba

sobre la escollera de una playa.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Había naufragado una tarde de tormenta.

Capeándola, se le había roto el timón. La marejada lo arrastraba hacia las

rocas.Pero él, sacando fuerzas de sus

obsoletas máquinas, aceleró. No se hundiría.

Y, enfilando al rompiente, subió sobre éste.

El viejo tomó el modelo. Fue hasta la escollera.Subió al escorado remolcador. Estaba desguasado. Puso el modelo en

la vacía mesa de bitácora… Y allí lo dejó.Bajó por el planchón. Miró sus barcos y les hizo una venia.Quizás él falló. Ellos, no. Nunca se habían hundido. Nunca

habían encallado. Y el viejo empezó a irse.Un viejo que érase un niño que tenía un

barco… dos… Pero, aunque él creía que eran suyos,

en el fondo, no eran de él.El viejo se fue. Y, mientras él se iba, se oyó la ronca

sirena de un remolcador y el grave pito de un trasatlántico.

Saludaban a su capitán.…oo0oo…

NAUFRAGIONAUFRAGIO

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En el fondo de mi casa estaba el escusado.

Bien al fondo y a la izquierda. Una de sus paredes era parte del muro

de ladrillos que nos separaba del terreno de atrás.

Otra, con el gallinero del vecino. Seguía la del frente, con un alta ventana hacia el limonero para mezclar los aromas.

Ventana de vidrios opacos que no permitía ver nada.

Y, debajo la azotea, estaba la puerta. Una angosta puerta entre la pileta

donde mi madre lavaba la ropa y la bomba manual que extraía agua del aljibe.

Todo hecho de ladrillos espejo y portland. Y fretachado.

En su interior tenía una bañera y un inodoro de cemento pulido, y un lavamanos de lámina esmaltada.

Lo impresionante era el tanque.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Era de hierro fundido, con una cadena que accionaba una palanca que subía una taza que dejaba bajar el agua con un ruido atronador.

Pero, para llenar el tanque, o la bañera, o la pileta, había que darle y darle a la palanca de la bomba.

Eso, hasta que mi padre colocó en la azotea un tambor como reserva.

Sobre el lavamanos existía un espejo. Parecía de un circo; según de donde se

mirase, mostraba un rostro distinto.Y cerca del inodoro, lo más importante: Una caja con hojas de diarios. Ellas servían para releer noticias viejas,

probar que no desteñían, y… hacer la limpieza final.

También en la pared había un gancho del que colgaban cuadraditos de papel de astrasa.

Y, para las visitas, en un estante se ponía otros de papel blanco y de seda…

Pero, nadie tenía el atrevimiento de usarlos.

¡Un lujo ese escusado! En esa época era normal llamarlo así y

no con el actual eufemismo de baño.

EL ESCUSADO

Diap 34

¿Por qué se pregunta por el baño?...Si lo que se quiere es no bañarse…

(Reflexiones de Humgrand Penn de Joc)

12 EL ESCUSADO (U)

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Decían que siempre hubo en ese lugar un escusado; pero dos metros más abajo, cuando el terreno formaba un talud.

Que era un cuartucho con sólo un agujero en la tierra.

Hasta que un día levantaron los muros linderos, rellenaron, y el viejo quedó enterrado.

Sobre él se construyó el nuevo. Las raíces siempre rebrotan en tierra

abonada.Primero tuvo pozo séptico. A éste, cada tanto, había que vaciarlo. Al hacerlo, por varios días quedaba en el

aire un olor que hacía pensar de qué estábamos formados.

Luego se conectó al colector general. Y las verduras y plantas del fondo

perdieron algo de su antiguo vigor.Por muchos años fue el único escusado.No existía ningún problema para ir a él

durante el día y siendo verano. Para hacerlo en la noche, o en invierno,

había que pensarlo más de una vez.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Si era de noche, daba miedo cruzar el oscuro fondo.

Y, por más que se evitara hacer ruido, al vaciar el tanque era tal el estruendo que alborotaba a todas las gallinas y perros del lugar.

Todo el vecindario se enteraba.En invierno era peor. Había que tener mucha valentía y

necesidad para dejar la tibieza del cuarto cerrado y salir a la intemperie para ser azotado por el gélido viento.

Por eso, la escupidera fue muy apreciada.

Cuando se hizo la casa grande, se puso baño en el piso de arriba. Pero, por no subir la escalera, poco íbamos a él.

El escusado siguió siendo el preferido.Sin embargo, por cosas de la vida,

yéndome en la distancia y en el tiempo, dejé de usarlo.

En el fondo de mi casa estaba el escusado.

Ya no es mi casa, pero todavía lo está.Y siempre lo estará en mis recuerdos.

…oo0oo…

EL ESCUSADOEL ESCUSADO

Diap 35

Page 36: 12 en el fondo  par sil

En el fondo de mi casa había un gallinero.

Eso no era nada extraño, ya que en esa época en todas las casas había un gallinero y éste se hallaba al fondo.

La mayoría de ellos estaban bajo los árboles, con piso de tierra, cercados por palos y latas; y, sobre cualquier cosa, existían unos feos cajones para que las gallinas pusieran.

Pero, el nuestro no fue así. Tenía dormitorio y patio.El techo, el piso y las tres paredes del

dormitorio eran de hormigón fretachado. El techo formaba parte del mirador, la

azotea donde mi madre colgaba la ropa.La pared de la derecha componía el

lindero con el fondo de la casa de mi tío. La de atrás, con el terreno de abajo.

La izquierda, angosta, dividía del galpón de herramientas. En el galpón se guardaba el maíz y el afrechillo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y en esa pared abría la puerta para pasar al gallinero con el chirriar de los goznes… y el escándalo de las glotonas gallinas.

Como en un teatro, no existía cuarta pared, la del frente. Daba al patio, donde las gallinas actuaban a diario.

En el dormitorio había, a diferentes alturas, dos redondos palos para que ellas descansaran.

Y más arriba, sobre dos ángulos, los cajones que se podían sacar y limpiarlos.

Tenían la tabla del frente más baja para que las gallinas pasaran facilmente y se acomodaran muy orondas a poner un huevo y cacarear su obra. Y… para luego quitárselo.

Dentro ellos se colocaba pasto seco. En la noche eran los lugares preferidos

por las gallinas más viejas, en tanto las jóvenes dormitaban haciendo equilibrio en los palos.

Pocas veces entraba el gallo a ese lugar. El curucutú de protestas de las hembras, lo sacaba.

Aunque, en invierno, las más pollitas le permitían dormir junto a ellas.

EL GALLINERO

Diap 36

¿El huevo o la gallina?... ¿y dónde queda el gallo?

13 EL GALLINERO (U)

Page 37: 12 en el fondo  par sil

Pero, en el patio, el gallo era amo, señor… y tirano.

Se pasaba a su patio levantando el pie para no tropezar con el murito que lo rodeaba, de diez centímetros de alto y de ladrillos rojos al igual que el piso.

Excepto por el lado del dormitorio, los otros tenían tejido de alambre hasta arriba, casi dos metros y medio. El techo era formado por las frondosas ramas de la santarrita.

Había gallinas que ansiaban la libertad y volaban sobre la cerca para… ser capturadas, sufrir que les arrancasen las plumas largas y, si insistían en escapar… acabar en la olla.

Como siempre, la mayoría era sumisa. Iban sobre los ladrillos, temerosas,

recelando de las demás, compitiendo por encontrar un grano entre sus propios excrementos.

Lo que más me molestaba era el despotismo del gallo.

Tenía ganas de pegarle cada vez que montaba una gallina, la poseía quisiese ella o no, y luego aleteaba fanfarrón.

Sentí que había algo de justicia cuando una clueca, que estaba incubando, se enfermó y murió.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Ante mi asombro, mi madre emborrachó al gallo y lo puso a empollar.

¡Había que ver como cloqueaba e incubó los pollitos!...

Y me quedó el temor de lo que se puede hacer borracho.

Para los niños de entonces, el nacimiento de los pollitos era especial.

Verlos salir del huevo, el cambio de una fea criatura a un delicado ser.

El amor de la gallina hacia ellos.Junto al gallinero había un pedazo

rodeado de una malla. Allí se ponían los pollos.

Mucho antes que apareciera eso del kinder garten, mi madre lo tuvo para los pollitos.

Ya no quedan gallineros en las casas. Hoy los huevos y los pollos son parte de

la producción masiva.Pero, jamás olvidaré el que estaba al

fondo de la mía.El canto del gallo. El cacareo de las gallinas. El piar de los pollitos… El ayer.

…oo0oo…

EL GALLINEROEL GALLINERO

Diap 37

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En el fondo de mi casa había un banco…

En realidad había dos, y a pocos metros uno del otro.

No eran esos bancos donde maniobran con el dinero, ni de los que son para sentarse.

Eran bancos de trabajo. Tan importantes, que había dos.Uno, para trabajar en verano a la

sombra de la santarrita.El otro, el de invierno, tenía techo de

hormigón. Los años primeros los pasó cerca de la

pileta de lavar, en ese espacio debajo la azotea donde penetraba la hamaca en su vaivén.

Pero cuando conectaron el agua corriente a las canillas, y pusieron azulejos a la pileta y a la mesa; hubo dos cosas que sufrieron con los cambios del progreso.

La bomba manual que extraía agua del aljibe, y el banco con su vieja morsa para madera.

EN EL FONDOEN EL FONDO

La bomba fue muriendo en silencio, callada, secándose por dentro.

Y, cierto día, cuando por casualidad quisimos mover su palanca, estaba rígida.

El banco, más sufrido por años de golpes, fue arrastrado a pesar del crujir de las agrietadas tablas, y llevándose con él la obsoleta morsa, al aledaño galpón de herramientas.

En pago, al igual que mi padre, pudo sentirse en invierno abrigado en ese minúsculo cuartucho por el tibio calor de las gallinas próximas y de los ratoncitos en sus escondrijos.

El banco de afuera, bajo la santarrita, siguió entre el patio de las gallinas y el cantero del naranjal.

Siempre frío, con la soberbia de los fuertes.

Su patas eran recortes de rieles de ferrocarril metidos en bases de hormigón.

La mesa, compuesta de una gruesa plancha de hierro abulonada en vigas con forma de T.

Sobre el perfil delantero y la plancha, tenía atornillada una morsa de hierro fundido. Al cerrar su boca de postizos estriados, ajustaba a la perfección… y a veces con dolor.

EL BANCO

Diap 38

Si me mandan al banco, tengo un “trilema” porque tengo tres lugares donde ir.

(El Loco de la Esquina)

14 EL BANCO (U)

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Uno de sus partes era firme, inamovible.

Pero la otra iba y venía, yendo y volviendo en provocativo movimiento, cada vez que en su interior daba vueltas el tornillo sin fin.

No comprendía por qué se llamaba así, ya que tenía final. Ni por qué su cabeza giraba sin abandonar la parte móvil…

¡Y menos aún que su barra, dos por tres, nos golpeara!

Aunque corriese dentro la fija; era tan fiel que si pasaba del límite quedaba loco… pero, siempre unido a la móvil.

¡Cuántas cosas hicimos en ese banco!... Desde enderezar un clavo hasta armar un engranaje.

Una vez, ya muchacho, fijé en la morsa un taladro manual con la intención de convertirlo en primitivo torno.

Le daba a la manivela con mi mano izquierda, mientras con la derecha y una cuchilla trataba de formar las piezas de mi primer juego de ajedrez… ¡en palos de escoba!

EN EL FONDOEN EL FONDO

No hubo dos peones iguales, ni reyes, reinas o alfiles con grandes diferencias…

fFe el ajedrez más democrático visto.El banco debajo la santarrita tenía la

ventaja que mientras se sudaba se podía sentir el perfume de los azahares, y a un par de pasos estaban los racimos de uvas del parral.

Pero, al llegar el otoño debía recubrir esa morsa con una grasa negra, espesa, olorosa, para evitar el óxido.

Lo hacía a disgusto, ya que en primavera la tenía que limpiar.

Siempre quise más al banco del cuartito de herramientas.

Tal vez por sus viejas maderas agrietadas y con cagaditas de ratones.

O por su arcaica morsa que cerraba su boca con chirriar añoso, como avisando para no agarrarse los dedos.

O, quizás… por que estaba más al fondo.

…oo0oo…

EL BANCOEL BANCO

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En el fondo de mi casa había un galpón. Era tan chico que costaba moverse en

él… Era un galponcito.Y así lo llamábamos: El galponcito del

fondo.Mi madre me decía que le trajese

madera para la cocina de leña desde “el galponcito del fondo”.

Y ahí iba yo, tomaba el hacha y partía los trozos a la medida adecuada.

Si mi padre necesitaba una pala, un martillo, una pinza, un pico, me lo pedía agregando siempre “del galponcito del fondo”.

Y yo le traía de allí la herramienta.Si alguien, al vernos las manos sucias

de óxido, hollín, o grasa, nos preguntaban de donde veníamos… la respuesta más segura era:

“Del galponcito del fondo”.Constituía un complemento innecesario. No había otro galpón ni galponcito en el

fondo ni en la casa. Pero, hay cosas que, como algunos

seres, conllevan una clasificación.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Su techo fue la azotea donde mi madre tendía la ropa.

Y, en su inicio, la única pared que tenía el galponcito era la del lindero con el vecino de abajo.

Luego, cuando la casita de techo de zinc se cambió por la de dos pisos y del corredor se quitó el humilde envarillado, éste fue a cerrar el frente y laterales del galponcito.

El cuadriculado de las varillas se llenó de ganchos para colgar tenazas, alambres, cadenas, ese sin fin de cosas que tanto son queridas por los hombres de trabajo.

Con la madera sobrante, mi padre hizo dos puertas.

Una para entrar desde el lavadero al galponcito.

La otra, de él al gallinero. El viejo era excelente mecánico… Ninguna puerta cuadró bien y siempre

chirriaban al moverlas.Pero, esas puertas y paredes tenían algo

propio que hacía quererlas… tal vez porque fueron del corredor envarillado.

EL GALPÓN

Diap 40

Nada más inútil que una herramienta… si quien la tiene no sabe para que es.

15 EL GALPÓN 2 (U)

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Dentro el galponcito, contra la pared lindera, había varios estantes hechos con la madera de los baúles que, como las esperanzas de mis padres, jamás retornaron a Europa.

¡Qué entrevero en esos estantes! Verlos, hacía recordar el tango

Cambalache. Pero, con la diferencia que ahí cada

cosa tenía valor, nada se cambalacheaba, todo se guardaba.

Útiles de matricería junto a cajoncitos de lata con clavos torcidos.

Escariadores de precisión acompañando a tuercas oxidadas.

Calibres finos pegados a bulones golpeados.

Sobre el piso descansaba el viejo banco de tablas con su más vieja morsa para madera.

A su lado un cajón, hecho con las laminas de zinc, para guardar la leña de la cocina.

Y en un rincón algo que, a pesar de usarlo a diario, me daba resquemor.

Un tronco donde con el hacha partía los leños… y a fin de año le cortaban la cabeza a un gallo.

En los estantes había decenas de cajas con herramientas y útiles que desconocía.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Aún hoy, creo que me fui de ese galpón sin terminar de conocerlas a todas.

Para completar el desorden, y por estar junto al gallinero, se guardaba allí el afrechillo y el maíz. Y, como era natural, constituía el ambiente ideal para los ratones.

Pocas veces los llamábamos de esa forma. También ellos poseían nombre propio. Eran los ratoncitos, en diminutivo. Por lo mismo, le teníamos cariño. Hasta crié una camada cuya madre murió en alguna trampa.

Pequeños, vivían angustiados. Siempre cerrábamos la puerta del

galponcito… ¡para que el gato no entrase!Con los años, poco a poco, todo se fue

marchando. Se fueron el gato, los ratoncitos, mi

padre, mi madre, yo…Pero, debajo la azotea, siguen mis

recuerdos junto a los clavos torcidos, los ratoncitos.

Guardados en el galpón.Mejor dicho… ¡En el galponcito del fondo!

…oo0oo…

EL GALPÓNEL GALPÓN

Diap 41

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El verano finalizaba. Pronto recomenzaría la escuela. En el

fondo hacía un calor bochornoso. Y salí a la vereda.

Quizás incitado por la libertad, o tal vez huyendo de las calles reverbantes, subí hacia el cerro.

Caminando sobre el reseco pasto, arranqué de un salvaje hinojo sus palitos dulces para ir masticándolos, y encontré una rama de eucalipto que me sirvió de cayado.

Subiendo y bajando, seguía las ondulaciones del terreno sin alejarme mucho de las calles que morían en la ladera.

Por curiosidad, quería ver como terminaba cada una de ellas… y todas iban desapareciendo entre polvo y cascotes.

Pero, de pronto, me encontré parado sobre una barranca.

Y, a mis pies, varios metros abajo, allá, finalizaba una calle.

Si quería salir por algo más suave, debía retroceder.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Indescriptibles emociones me invadieron.

Yo tenía nueve años. Estaba como a un kilómetro de mi casa.

Miré otra vez. La tétrica roca negra había sido cortada en abruptos farallones.

En ellos había huecos y salientes. Fue más grande el reto que el temor… y

comencé a descender.Nunca supe cuánto tardé en hacerlo ni

las veces que me detuve… sólo recuerdo que bajé agarrándome de la piedra, nunca viendo para atrás y sin soltar la vara.

Finalmente llegué a la calle. Aún tenso y agitado, observé a mi

alrededor. Una cuadra estaba llena de sembradíos. La otra era árida, con una vieja casona descuidada.

En su puerta, descansando en un sillón de mimbre sobre una vereda hecha de lajas negras, una mujer se abanicaba.

Avancé por la calle que también era de adoquines negros.

Era imposible no mirar esa mujer. Tenía una mecha de pelo rubio en su negro cabello… y era algo vulgar.

LA BARRANCA

Diap 42

Los adjetivos bueno o malo deberían ir siempre seguidos por la preposición para…

(Leído en un libro)

16 LA BARRANCA (U)

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–Te costó… pero, lo lograste. –dijo ella, al pasarle delante– Hubo momentos donde parecía que ibas a rodar barranca abajo… sin embargo, supiste mantenerte firme.

Me detuve. Por la entreabierta puerta vi mujeres en

ropa interior dentro el patio. Sentí más miedo que en el farallón. Pero, de la vieja emanaba un afecto casi

maternal.–Sí, señora. –respondí– Mi viejo me

enseñó que si no se quiere caer al bajar, hay que darle la espalda al precipicio y agarrarse fuerte de lo que se tiene adelante.

–Buen consejo. –afirmó ella– De pronto te encontraste frente a la barranca y supiste enfrentarla. Pero, no lo hagas otra vez y solamente por gusto. No vuelvas más por aquí. Podrías dar un mal paso… y caer. O tener un tropezón en la calle… lastimarte... Y, aquí hay mucha basura.

–Gracias, señora. Me voy. –me despedí.Y me fui sin entender.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Adiós botija… –su mirada se volvió triste– ¿Sabés?... Vos llegaste de allá arriba. La mayoría viene de abajo. Llegan buscando la manera más fácil, más cómoda, que no les dé esfuerzos ni complicaciones... Adiós botija.

Al rato estaba en el fondo de mi casa. Pensaba.

Y sin saber por qué, en lugar de contárselo a mi vieja, lo hice a mi padre.

Él escuchó sonriendo hasta mi frase final:

–Tenía pinta de mala… pero, creo que era buena.

–Te faltó el “para”. –y recalcó él– Ella fue buena… para ti.

No retorné a la barranca ni a la calle. Y con los años y la distancia, me alejé del barrio.

Viejo, volví. El tiempo se había detenido allí. Todo

seguía igual. Aunque, yo llegaba viniendo desde abajo y apoyado en un bastón.

Miré la barranca, no era tan alta.Me paré frente a la vieja casona

descuidada.Y me pareció ver otra vez a esa mujer.Una mujer buena… para mí.

…oo0oo…

LA BARRANCALA BARRANCA

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EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 44

Cuento Escrito: Año 2009 Antes, la única norma era que las cosas durasen más que los que las hacían…

Bahía de Montevideo, Vista desde el Cerro, Calle Barcelona, Año 1950 Aljibe en el fondo de la casa de la infancia del autor

17 EL ALJIBE (U)

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En el fondo de mi casa había un aljibe. Mejor aún, el fondo empezaba con el

aljibe. Al abrir la puerta de la cocina y dar un

paso, se estaba en el patio; o sea, en el techo del aljibe.

Y, ahí, a la izquierda, a pocos metros, mostraba su brocal con un hermoso arco de hierro donde colgaba la rueda por la cual corría la brillante cadena.

Desde muy pequeño, tanto que daba vuelta al balde para subirme en él, me gustaba asomarme al brocal y gritar hacia abajo como si fuera un desafío:

–¿Aquí estoy!... ¿Aquí estoy!...Y el eco me respondía con su voz grave

y profunda:–Hoy... hoy...Contaba mi madre que el aljibe fue

construido quitando la tierra del terraplén del terreno, hasta llegar a la negra roca basáltica.

Cosa fácil, ya que ésta se halla a pocas paladas.

Y decía, además, que socavaron parte de la roca.

EN EL FONDOEN EL FONDO

EL ALJIBEEL ALJIBE

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Varios canteros del fondo estaban demarcados con cascotes de esa piedra de bordes filosos donde muchas veces me corté.

El aljibe se limpiaba en enero, en la época de sequía.

Para mí era toda una fiesta. Bajábamos por el brocal colocando una

desvencijada escalera de madera, típica de mi padre.

Estaba hecho todo de hormigón. Con una columna en el centro. Por dentro frisado y pulido con cemento portland.

Tan bien construido que no tenía ni una filtración.

A los pocos minutos de haberlo lavado, y subir el último balde de limo del recuadro bajo el brocal, su superficie gris estaba seca, sin sentir el mínimo olor a humedad.

Era el cuarto más grande de la casa. Medía seis metros por tres, y por dos y medio de alto.

Atraía estar en él. Pero, estaba bajo tierra.

EN EL FONDOEN EL FONDO

EL ALJIBEEL ALJIBE

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Su único habitante fue una tortuguita.Ella a veces subía en el balde para que

le diéramos unas horas libres en los canteros. Un buen día desapareció.

Por más bien que se esté, la libertad es un bien invalorable.

Nunca volví a tomar agua tan sabrosa y fresca como la del aljibe. En verano bajábamos el balde con las botellas de vino para que se enfriaran allí, en su agua de lluvia, natural.

Ésta caía resonando en las onduladas chapas del techo de cinc de la casita. Era recogida por una canaleta, bajando por un tubo galvanizado que entraba en una esquina del patio.

Cuando se hizo la casa grande, se cambió el cinc por un techo de hormigón. Por atavismo se dejó el bajante, pero en un tubo de cemento. Al poco tiempo se le desconectó.

El líquido que traía era sucio y de mal sabor. Además, ya teníamos la conexión al servicio público de agua corriente.

Y el aljibe se fue secando solo, olvidado.

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La tapa abisagrada de hierro que le había hecho mi padre, se cerró. Y, cada vez que la abríamos y la dejábamos caer, sonaba como el disparo de una ceremonia fúnebre militar.

Mi madre colocó en su borde macetas con malvones. Y, viendo que el arco, la rueda, la cadena y el balde se iban oxidando, los pintamos... quedando como adornos.

Los años pasaron, mis padres se fueron para siempre, la casa se vendió.

El aljibe se rellenó de escombros y restos, su brocal fue tapado con ladrillos.

La última vez que lo vi, aún seguían en él los malvones… secos.

Ya nunca más podré asomarme a su borde y gritar en desafío:

–¡Aquí estoy!... ¡Aquí estoy!...Ni ya me responderá el eco con su voz

grave y profunda:–Hoy... hoy...Porque esos son recuerdos del ayer.Como el aljibe donde empezaba el

fondo de mi casa....oo0oo...

EN EL FONDOEN EL FONDO

EL ALJIBEEL ALJIBE

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En el fondo de mi casa había tantas cosas que aún hoy me asombra que hayan existido.

Pero, mis padres se criaron en Europa; y allí cada puñado de tierra se aprovecha.

De todo lo que fuese construcción, hierro, caños, cemento, se encargaba mi padre.

Y eran de mi madre las partes con tierra, esa tierra marrón encerrada en los canteros.

Discutían cuando uno invadía el lugar del otro. Y, como buen matrimonio, cada tanto se necesitaban mutuamente.

Una vez, siendo yo muy pequeño, un sábado de tarde, vi que mi padre hacía un cajoncito con delgadas tablas. Las de las paredes era muy bajas; y las del piso, algo separadas.

Lo miré interrogante. Estaba acostumbrado a verlo trabajar

con hierro y tornillos en tanto me hablaba de máquinas, de fábricas, de la Lorena, de Roussau, de la historia, de la revolución...

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Es un almácigo, me lo pidió tu mamá. –respondió a mi tácita pregunta, como avergonzado de hacer algo en madera.

En eso llegó mi madre. Tomó el cajoncito dirigiéndose a un cantero en el cual se mezclaba la tierra con lo limpiado del gallinero y los restos de comida. Y, yo fui tras ella.

Tamizó aquella fea y oscura mezcla, llenando el cajoncito hasta la mitad. Luego, sacó del delantal un sobre. Lo abrió, desparramando unas ínfimas semillas en el almácigo.

Con delicadeza, y con sus uñas, rastrilló la superficie. Las semillas se hundieron en la tierra.

En tanto, yo observaba lo dibujado en el sobre. Eran verdes cebollines.

Tomó de mis manos el sobre, arrojó un poco de semillas en una esquina lodosa del cantero, y otro en la arena cerca de la pared.

Me miró con una sonrisa maternal, diciéndome:

–Vamos a llevar el almácigo a la sombra del aljibe. Vos regarás las semillas todos los días... Así, las verás crecer.

La seguí emocionado. Era mi primer responsabilidad.

EL ALMÁCIGO

Diap 48

Los árboles son seres vivos. (Don Héctor – Los Dones del ayer)

18 EL ALMÁCIGO (U)

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Aprendí que necesitaban techo para que no las quemase el sol ni las ahogara la lluvia. Un tejido de protección, para no ser atacadas por los bichos. Y no regarlas en demasía.

La tierra debe ser húmeda, pero con cierta dureza. Todas las mañanas ponía el mismo vasito de agua, y por igual, a las del almácigo, a las del lodo y a las de la arena.

Semanas después, del almácigo asomaron unas cabecitas verdes; que, como niños curiosos, querían ver más.

Mi madre me felicitó. Y, tomándome de la mano me llevó

hasta el lodo. Escarbó, sacando las semillas de allí: Estaban podridas. Quitó las de la arena: También estaban muertas.

–¿Te das cuenta? –dijo– Unas tuvieron mucha agua. Otras, demasiado arena... y el agua pasó de largo.

Durante la primer semana, las plantas del almácigo fueron creciendo y empujándose como jóvenes compitiendo.

Pero, al ir engrosando su tallo, algunas se debilitaron.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Es hora que las separemos. –indicó mi madre– Cada una necesita su propio terreno. Si no, muy pocas vivirán.

Fuimos a los canteros laterales. Allí había sombra casi todo el día. Las sembramos de a una y distanciadas cuatro dedos. Crecieron todas.

A la mayoría las comimos, eran muy sabrosas.

Avanzando la estación, algunas dieron blancas flores. Éstas se marchitaron, y debajo se les formó una gran barriga.

–¿Ves? –me dijo mi madre– Son las plantas hembras. Y, como a las mujeres, a algunas... les crece el vientre.

Terminando el verano sólo quedaban las que tenían esas varas con barriga, y ésta ya seca.

Mi madre me las hizo abrir.Estaban llenas de relucientes semillas. Las sentí algo mío.Luego, cortamos las plantas. Dentro

tenían una caña vacía. Sus hojas eran duras, amargas.

Mi madre me miró, nada dijo.Mi madre no enseñaba de la misma

forma que mi padre.Sin embargo, mucho aprendí de ella.

…oo0oo...

EL ALMÁCIGOEL ALMÁCIGO

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Page 50: 12 en el fondo  par sil

Se levantó y fue a la ventana. El sol alumbraba la mañana. El paisaje era muy diferente al de su

niñez.Sin embargo, le pareció estar en el

mirador del fondo.Giró su cabeza viendo el cuarto.Había tantas cosas que en cierto

momento fueron importantes… y ahora, innecesarias.

La mayor de ellas: El espejo. Sólo reflejaba a un viejo.Uno que ya nadie necesitaba y que

siempre había sido un necesitado. Sonrió tristemente.

Abrió la ventana. Su vista se perdió en el horizonte y sus añoranzas en el ayer.

¿Cuándo fue que por primera vez se sintió necesario?...

No recordaba la edad. Sólo que era muy pequeño.

Y le pareció escuchar otra vez a su padre diciendo:

–Necesito que me ayudes a arreglar algo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

O fue cuando su madre salió de la cocina, pidiéndole:

–Necesito que lleves esto al galpón.Luego fue crecer en estatura y en ser

necesario. Tanto, que ni se dio cuenta que

aumentaba en edad… y en necesidad. Los botijas del barrio le gritaban desde

el jardín:–Te esperamos en el baldío…

necesitamos un arquero.Y así se fue haciendo necesario para

reparar la correa de la máquina de coser de su madre, sostener la madeja de lana mientras ella hacía el ovillo, sacar las cenizas de la cocina.

Al mismo tiempo, su padre lo necesitaba para aguantar la cabeza del bulón mientras él apretaba la tuerca, guardar las herramientas en el galponcito, engrasar la morsa.

Hasta era necesario para su tío. Éste, cada tanto le decía:

–Hay que cambiar la bombita de la antena... te necesito.

Y no se quedaban atrás las viejas vecinas solitarias:

–Necesito un mandado del almacén… ¿irías?

EL NECESITADO

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El verdadero amigo es aquelque no precisa contestar a la pregunta:

¿Dónde estabas cuando te necesité?(Rocas, cascotes, y adoquines)

19 EL NECESITADO (G)

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Cuando llegó a muchacho, aumentó la necesidad de él.

Fue necesario a su padre para reparar el timbre, poner un clavo en la pared, reparar cualquier cosa de la casa.

En cuanto a su madre, si ella enfermaba, fue necesario que él cocinara, limpiase la casa… y cuidara su hermano.

En el liceo tuvo la poca fortuna de hallar fáciles algunas materias. Por tanto, se le hizo común escuchar:

–¿Podrías explicarme esto?... Necesito que me ayudes.

Y más de un muchacha le sonría, diciéndole insinuante:

–Te necesito, no entendí nada… ¿Quieres venir a mi casa?

Los de su barra no dudaban en pedirle:–Salimos de campamento… te

necesitamos.Así siguió y así llegó el momento de

casarse y tener hijos. Y también el de alejarse tras lejanos sueños.

Llegaron unos amigos mayores y le dijeron:

–Vámonos… necesitamos sus conocimientos.

Y él marchó con ellos.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Gracias a eso, en el reencuentro con su compañera, tuvo la emoción de sentir junto a su oído:

–Te necesité tanto…Después fueron años de lucha, con

triunfos y fracasos. La vida de un hombre más.

A veces le decían que era necesario por su experiencia.

Otras, sabía que lo tenían sólo por eso.Los hijos crecieron. Mucho tiempo pudo

oír:–Papá… necesito que me expliques este

problema.Pero, ellos se hicieron grandes y

supieron más que él. En el trabajo había jóvenes más capacitados. El mundo se llenó de cosas que él no conocía.

Poco a poco dejó de escuchar:–Te necesito… lo necesitamos…Y, un día, se dio cuenta que ya nadie lo

necesitaba Había pasado su vida siendo necesario.Sin que se dieran cuenta que él también

necesitó.Porque, en el fondo, siempre había

sido… un necesitado.

…oo0oo...

EL NECESITADOEL NECESITADO

Diap 51

Page 52: 12 en el fondo  par sil

Nueve de la mañana. En la madrugada cayó una llovizna que

ha dejado un sopor gris. Oigo algo que me hace dudar. Abro la ventana… y el grito se repite:–¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones,

arreglooo!Me digo a mi mismo que no puede ser,

que eso pertenece a la historia. Y otra vez, y más cerca, resuena el

grito:–¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones,

arreglooo!Es una realidad. Una realidad que me

hace retroceder en el tiempo. Creo estar en el fondo de mi casa. ¿Cuánto hace?... Ni lo recuerdo.

Pero, ahora es algo del pasado que aún vive.

Tomo un par de zapatos gastados y salgo a la calle.

Y allí, bajo un alero, está él. El alero es actual. Él, tiene un rostro sin tiempo.

Y su apariencia pertenece al ayer.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Colgada del hombre izquierdo lleva una caja de madera. La correa que la soporta es de cuero, tan usada que está negra y llena de grietas como arrugas en un viejo rostro.

De la correa también pende una cosa que hace aflorar las añoranzas de mi juventud.

Es esa herramienta en ángulo diedro con tres patas terminadas en forma de planta de pie.

El hombre me mira, ambos sabemos que el tiempo nos une. Y, con un gesto fraternal, recita:

–¿Arreglo los zapatos? Puntera o tacón, se lo hago barato.

–Tacos, por favor. Hace años que no veía un zapatero… –y me freno por temor a ofenderlo.

–Remendón. –completa él– Soy feliz en serlo. No me veía porque andaba arreglando por otros lados. Lo dice el verso: “Caminante no hay caminos, se hace camino al andar”.

Sonrío dándole lo zapatos.Me salió poeta el remendón.Baja la caja, saca de ella dos tacos de

goma, un frasco de pegamento, unos clavos, un martillo, y otros enseres.

EL REMENDÓN

Diap 52

¿Recordar es volver a vivir?...¿O vivir es volver a recordar?

20 EL REMENDÓN (G)

Page 53: 12 en el fondo  par sil

Cierra la tapa, y la caja se convierte en su banco. Pone una pequeña y gastada almohada sobre sus rodillas, un trapo, y comienza a trabajar.

Lo admiro, es un caminante que lleva su propio asiento para poder descansar cuando él quiere.

Y canturrea:–“Zapatos cuestan dinero, dinero cuesta

ganar, ganar cuesta trabajo, trabajo hace caminar, caminar gasta zapatos, y se deben arreglar…”

Largo la risa. Me salió cantante el remendón.El hombre pone sobre la vieja almohada

la herramienta de tres pies. Y le pregunto:–¿Cómo se llama eso? Mi padre tenía

uno en el galpón…–Le dan muchos nombres. –explica,

mientras va clavando los tacos nuevos, luego de pegarlos– Unos le dicen yunque de zapatero; otros, trípode; yo le digo: sufridera.

–En todo caso, –indico, reflexivo– la que debería llamarse sufridera es su rodilla… es la que aguanta los golpes.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Bueno… al principio se sienten. –la voz del remendón se torna profunda– Luego, con el tiempo, y la vieja almohada, se van sintiendo menos… hasta que ya no duelen los golpes.

Saca la cuchilla y empareja los nuevos tacos con la forma del zapato. Remata el borde con una escofina. Y el final con un papel de lija.

Lustra los zapatos y me los da.Los dos hemos estado en silencio los

últimos minutos.Me dice el precio. Irrisorio. Pero él no gasta en impuestos, ni

electricidad, ni local. Pago. Y él se va canturreando:–“Zapatos cuestan dinero, dinero cuesta

ganar, ganar cuesta trabajo, trabajo hace caminar, caminar gasta zapatos, un cuento de nunca acabar.”

Y ya lejos, lanza su grito:–¡Zapateeero… tacos, tapitas, tacones,

arreglooo!Miro mis viejos zapatos. Me salió filósofo el remendón.

…oo0oo...

EL REMENDÓNEL REMENDÓN

Diap 53

Page 54: 12 en el fondo  par sil

En el fondo de mi casa había una hamaca. Bien al fondo.

Se destacaba en el medio, colgada del techo de la azotea, mejor dicho del mirador, y justo donde terminaba el parral.

Si uno se columpiaba con demasiado fuerza no había problema hacia delante.

El espacio era grande bajo el entramado que se cubría en verano de verdes hojas y racimos de uva.

Pero no había que abusar. Porque en el retorno del vaivén existía el peligro de lastimarse los talones contra la mesa de cemento del lavadero que estaba a nuestra espalda.

En la hamaca se aprendía con dolor que, cuanto más alto se eleva en el vuelo más fuerte es el golpe en la bajada a la realidad.

Lo cual no impedía repetir el impulso.No recuerdo cuando se hizo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Su soporte debe haber sido puesto al mismo tiempo que la planchada de hormigón, ya que la viga de donde se suspendía estaba incrusta en él.

Además, no colgaba de cuerdas sino de largos eslabones hechos con cabillas.

Éstos tenían treinta centímetros de largo y estaban terminados en redondos ojos donde se encadenaban.

Los ojos de los soportes de más arriba, un par por lado, giraban sobre un bulón que a su vez atravesaba otro ojo fijo a la viga.

Perno que cada tantos años se debía reponer.

No había forma de hamacarse sin que se enteraran los demás. El chirrido de los goznes friccionando entre ellos era agudo, y más si se había estado mucho tiempo sin usar.

De nada servía colocarle grasa, ni siquiera una maloliente y de color negro que usaba la morsa.

Lo único que se obtenía era que en verano una gota oscura nos ensuciara la camisa.

Se optó por dejarlos sin nada, que siguieran rozando entre ellos. Y, como en el matrimonio, los chillidos eran parte de su existencia.

Si no lo hacían, los extrañábamos.

LA HAMACA

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Hamaca que, colgada del cielo,nos remontaba en cada vuelo.

(Gracián Solirio)

21 LA HAMACA (U)

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El sillín de la hamaca era enorme. Las tablas del asiento rectangular, en las vetas y nudos, guardaban: portland, cal, arena… recuerdos de cuando sirvieron para la planchada.

Había que subir y bajar de él con cuidado. Era común que una astilla se clavara en la piel de mis piernas desnudas del pantalón corto, o en las nalgas bajo la pollera de mis primas.

Las cabillas de más abajo habían sido dobladas para darle forma al sillín. Éstas atravesaban el asiento y su refuerzo, terminando en una punta con una gran arandela y tuerca.

El respaldo y los apoyabrazos estaban hechos con palos de escoba, y otros trozos habían sido perforados a lo largo para usarlos como puntales separadores.

A mis primas y a mí nos gustaba volar alto en la hamaca, y recogíamos los pies para no golpearlos al retornar. Muchas veces nos hamacábamos juntos, conmigo en el medio.

Porque en ella entraban tres niños o mi mamá con sus amplias caderas.

Mi padre había sido previsor, tanto en los niños del futuro como en el aumento de peso de mi madre.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Ella le ponía como almohadón una vieja frazada para estar más cómoda.

Y lento, muy despacio, se hamacaba, tomando mate mientras veía como yo me iba haciendo hombre.

Los años pasaron, me fui lejos. Mis hijos se columpiaron en otras

hamacas, estrechas, soportadas por finas cadenas y con asientos pulidos, donde sólo cabía una persona.

Pero, un día, en un viaje de paseo, llegaron al fondo de mi casa.

Y allí seguía la vieja hamaca. De eslabones de cabilla, con su enorme

asiento de madera rústica.Y se sentaron los tres juntos. Y se hamacaron. Y la hamaca chilló. No fue un quejido, era un grito de

alegría.¿Cuánto hacía que no su hamacaban

niños en ella? Sólo ella lo sabría.En el fondo de mi casa había una

hamaca, y aún estaba.Y con su chillido y vaivén me mostraba

que, como a la mía, podía remontar al cielo una nueva generación.

…oo0oo…

LA HAMACALA HAMACA

Diap 55

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Terminé de almorzar. Sentí en mis mandíbulas la molestia de

las semillas de las uvas del postre. Y, con algo de recato, me las saqué para

arrojarlas al cesto de la basura.Desde lo íntimo de mí, algunos dirían de

la parte izquierda de mi mente, surgió un recuerdo lógico.

¿Por qué dicen que la parte izquierda es de la lógica, y la derecha de los sentimientos?

Si, en la realidad, la izquierda no tiene lógica y la derecha no tiene sentimientos.

¡Ah, los racimos que colgaban del parral!…

¡Ah, el parral que estaba en el fondo de mi casa!...

¡Ah, las semillas que, para beneplácito de los gorriones, hamacándome escupía!

El parral estaba en el centro del fondo. Era el corazón. Un corazón férreo, porque era de

hierro.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Tenía forma octogonal, siendo más estrecho que largo. Parecía un barrilete.

Sus pilares consistían en ocho tubos de fierro fundido, llenos de cemento e incrustados en el hormigón Arriba se unían con un marco de ángulos de cinco centímetros.

Éste soportaba cuatro arcos, de forma carpanel, hechos con el mismo perfil.

Los del centro eran más altos y más grandes que los de las puntas, el de la hamaca y el del aljibe. Sobre ellos corrían largueros también en ángulo de hierro.

Todo estaba atornillado. El tiempo, más las capas de pintura, hicieron rígida a esa estructura. Y la reforzaba un entramado en alambre para que se enroscaran los zarcillos de la vid.

El piso del parral era de hormigón pero, por fuera, del lado izquierdo como del derecho había fértil tierra marrón.

Allí mi madre había sembrado los sarmientos.

Junto a la hamaca crecía la gruesa uva napolitana y la dulce moscatel.

Ésta daba pocos frutos, mientras en la primera se marchitaban fácil… quizás por que tenía cerca el escusado.

EL PARRAL

Diap 56

Zarcillo: Filamento con que se enrollala vid y otras plantas trepadoras.

22 EL PARRAL (U)

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En cambio, en el otro extremo, en ambos lados había dos vigorosas vides que nunca se enfermaban dando muchas y fuertes hojas como grandes racimos de deliciosas uvas.

Mi madre afirmaba que las cepas habían sido toscanas; mi viejo, de la Borgoña.

Una más de las divergencias entre ellos, lo cual no impidió que dieran vida a dos hijos y los criaran.

Es que aún no se había inventado lo del divorcio de mutuo acuerdo ni por incompatibilidad de caracteres.

Los padres se sacrificaban por los retoños, aunque al llegar el invierno los viejos quedaran secos, arrugados, como los troncos de la vid.

Todos los años mi madre escarbaba en sus raíces y removía las piedras puestas alrededor para mejorar el crecimiento.

Mi padre se encargaba de sulfatar las ramas contra los bichos. También de podarlas.

Le criticaban que lo hacía muy tarde, hasta que supimos que lo realizaba cuando veía hacerlo a los curas de los viñedos cercanos a la fábrica donde él trabajaba.

Gracias a ello, en verano disfrutábamos de sombra bajo el parral tupido de hojas y sabrosos racimos de uvas. EN EL FONDOEN EL FONDO

Sabor que yo había anticipado comiendo los tiernos zarcillos.

Así mismo, admirábamos los canteros existentes a los pies del parral.

En ellos florecían cartuchos, claveles, rosas, malvones, violetas, geranios, y hasta hubo una plantita de ruda.

De mi infancia no recuerdo haber comido uvas en la mesa.

Las arrancaba de los colgantes racimos. Y si mi madre me reprendía, los

cortaba, los lavaba en la pileta de la ropa, e iba a disfrutarlos meciéndome en la hamaca.

Por eso me extrañó la primera vez que me las sirvieron en un plato.

Y aún más cuando vi que había comensales que las cortaban al medio quitándoles el hollejo y las pepitas.

Jamás pude adaptarme a eso. Prefiero tragar las semillas, o

masticarlas, en tanto recuerdo a los gorriones y ratonas que venían a alimentarse con ellas sobre el piso de cemento.

Y añoro el parral que había en el fondo de mi casa.

…oo0oo…

EL PARRALEL PARRAL

Diap 57

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En el fondo de mi casa había una escalera.

Según mi madre siempre la hubo, aún antes que construyeran el galpón del fondo con su azotea, y la casita con techo de zinc.

Decía que entonces era una escalera para abajo, socavada en la tierra y piedra de la barranca hacia el terreno siguiente.

Me costaba comprender que fuese una escalera para bajar.

Yo era un niño, para mí las escaleras eran para subir. Eso de usarlas para bajar sólo lo veía como algo de cuando uno viene de vuelta.

Luego, con los años, fui comprendiendo.Cuando yo conocí el terreno ya estaba

rellenado y plano, con gallinero y escusado al fondo, con el mirador sobre ellos y a seis metros de altura, y… con una escalera de madera.

Porque la primer escalera estaba hecha con los restos de las tablas usadas en la planchada de la azotea.

EN EL FONDOEN EL FONDO

La hizo mi padre, hábil mecánico. Era la cosa más fea y áspera

imaginable.En la casa de al lado, la de mis primas,

había otra parecida pero algo más pulida y linda.

No tardó mucho mi tío en sustituirla por una construida con rieles y peldaños sacados de los ferrocarriles que desguazaba en su taller.

Nada acicatea más la competencia que los celos, y aún más si son entre la familia y en técnicos de la misma profesión.

Un sábado de tarde apareció mi padre en el carromato de la barraca acompañando al cochero

Y, mientras yo miraba ensimismado al caballo, ellos bajaron un montón de perfiles en L de dos centímetros de lado, los cuales llevaron al fondo.

Luego de tomar un vaso de vino, el hombre se marchó.

Mi viejo entró al galpón. Trajo cartulinas con dibujos, una sierra, un taladro de mano y otras cosas.

Y, sonriente, dijo:–Vení… ¡vamos a hacer una escalera de

hierro!Creí que el corazón explotaba de

alegría en mi flaco cuerpo de botija de sólo cinco años.

LA ESCALERA

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El otro día encontré un remache oxidadoy se me humedecieron los ojos…

¿habrá sido el óxido?

23 LA ESCALERA (U)

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¡No me pedía que le ayudara!... ¡Mi padre me decía que íbamos a

hacerla!No recuerdo cuantos fines de semanas

tardamos. Lo que estoy seguro es que los vecinos

deben habernos odiado por el ruido de la segueta cortando y del taladro agujereando.

Las cartulinas fueron plantillas y con éstas se marcaron los ángulos de corte y los agujeros.

Mi padre, no negando su origen francés, la hizo con armadura tipo torre Eiffel.

Los escalones estaban formados por tres perfiles unidos a dos travesaños laterales.

Cada peldaño, a su vez se unía a los dos tramos que constituían las vigas laterales.

Éstas, aún sin armar, acostadas en el piso, atraían por la elegancia de su entramado.

Y lo mismo sucedía con la estructura de las dos barandas que se pondrían.

Llegó el momento de armarlas. Y con él, el suplicio para los vecinos. En ese entonces no existía la soldadura

eléctrica. Y la autógena recién hacía su aparición.

EN EL FONDOEN EL FONDO

O sea: Tornillos o remaches. Éstos últimos eran lo mejor.Comenzó el remachado en frío. Mi padre martilleaba el cuerpo del

bulón; y yo aguantaba el contragolpe en la cabeza del mismo con otro martillo… y con mis magras manos.

Se pararon primero los dos tramos laterales, y a ellos se remacharon los escalones y las barandas. Aquello resonaba en todo el barrio.

Como resonó la imprecación de mi viejo.

Había tenido algún error. La escalera quedó de tal forma que

costaba subirla, pero te empujaba rápido hacia abajo.

–Es como la vida. –dijo, resignado, mi padre.

La dejamos así. Y así pasaron los años y los sucesos.En el fondo de mi casa había una

escalera. Con mi padre la hicimos de hierro. Una vez, ya viejo, volví a esa casa.La escalera aún estaba… Mi padre, no… Y yo, en silencio, me fui.

…oo0oo…

LA ESCALERALA ESCALERA

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24JUAN GORRIÓN

RONCADOR

Escrito: Año 2005

De niño, muchas veces, soñaba; y en el sueño tenía alas y volaba...

(Hojas Muertas, Poema: Vuelos)

JUAN GORRIÓN RONCADOR

EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 60

Juan Gorrión Roncador era un niño flaco y pequeño que tenía los ojos llenos de sueños.

Se les habían llenado porque desde muy chico iba a la azotea y, apoyado en una baja pared, miraba el paisaje.

Y su vista se perdía en el horizonte, en el cielo azul, en las calles, en los techos y en los fondos de las otras casas.

Le gustaba ver como los pájaros podían ir a todas partes, hasta muy lejos, y como se volvían puntos entre las nubes.

Un día sintió que él también podía hacerlo. Y, subiendo sobre la pared, saltó al techo de la casa más abajo.

Lo había hecho otras veces, cayendo con sus pies sobre el cinc, para recibir un rezongo del vecino.

Pero esta vez notó que se mantenía en el aire.

Abrió los brazos y vio que se habían vuelto alas y que…

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JUAN GORRIÓN RONCADOR

EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 61

JUAN GORRIÓN RONCADOR

Feliz, loco de contento, planeó en giros y giros sobre los jardines, las calles, las casas, sobre todas las cosas.

Pero Juan Gorrión Roncador era un niño muy flaco y pequeño y, aunque tenía alas, no se alejó mucho.

Volando volvió a la azotea, y en ella había un poste del cual pendía un alambre donde su madre tendía la ropa.

Del alambre colgaba un largo hilo. Y, como sus manos eran ahora alas, lo agarró con la boca y se lo llevó volando.

Ató la otra punta, con los labios y dándole varias vueltas, en otro palo que había en una azotea cercana.

Bajó al jardín de la casa y recogiendo ramitas, papeles y hojas secas las fue desgarrando en flecos con sus pies.

Y, trayéndolas en su boca las pegaba, una tras otra y con saliva, en el hilo donde quedaban vibrando al viento.

Pero, sintió que su madre lo llamaba y volvió a la azotea.

Y sus alas volvieron a ser brazos. Y vio que en el aire había un hilo

lleno de flecos que roncaban hacíendo:

“Fruuuu… Fruuuu…”

Desde ese día, Juan Gorrión Roncador, que era un niño flaco y pequeño, se levantaba temprano e iba a la azotea.

Y, saltando desde allí, volaba colgando más hilos en otros postes, hasta en los árboles, y ponía más flecos en ellos.

Los otros niños salían y, mirando el cielo, decían:

–¡Ahí va Juan Gorrión Roncador!–¡Miren que lindas cosas hace

volando!Pero los mayores exclamaban

asustados:–¿Dónde va ese loco? ¿Hasta

dónde quiere llegar?–Acaso, ¿no sabe que los niños no

deben volar?Y surgieron las personas serias,

reclamando.–¿Es que no tiene padres que le

enseñen educación?–¿Quién le dejó poner eso en

nuestras casas?Y, para colmo, los demás niños

saltaban las cercas, sin nada importarles la propiedad ajena, para ver los hilos con flecos.

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JUAN GORRIÓN RONCADOR

EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 62

JUAN GORRIÓN RONCADOR

Tanto fue el reclamo de los formales, que obligaron a los padres de Juan Gorrión Roncador a encerrarlo en el fondo y no dejarlo subir más a la azotea desde donde podía volar.

Pero, como los gorriones, los sueños no se pueden encerrar.

Con el tiempo, las tiras con flecos fueron usadas en las cometas, en los bordes de los quioscos, en los avisos callejeros, en las fiestas.

Algunos las llamaron: “Juancitos”, muchos: “Gorriones”, y la mayoría: “Roncadores”.

Nadie recordaba que el primero que las hizo fue un niño flaco, pequeño y solitario, que miraba el horizonte.

Y que un día, viendo los pájaros, sintió que él también podía subir hasta las nubes y remontar sobre las cosas.

Y, echándose al aire, saltó sobre la pared que tenía delante, y sus brazos se volvieron alas, y voló.

¿Qué se hizo de Juan Gorrión Roncador?Dicen que creció, que se volvió

grande, que se convirtió en un hombre…

Y… se olvidó de volar.…oo0oo…

24 de Mayo de 2016 Hoy con 87 años vividos puedo decir:

No me olvidé de volar

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Lo encontré mientras sacaba las valijas y cajas del estante superior del guardarropa.

No puedo llamar placard o closet, términos extranjeros y rebuscados, a ese hueco en la pared.

Menos, decirle ropero. Sería injuriar aquellos muebles que dominaban en los viejos dormitorios y que, sobre ínfimas patas, eran testigos mudos de lo que sucedía en la cama.

Lo vi en el fondo, en un rincón. Silencioso, como mendigo abandonado en un oscuro portal.

La mano me temblaba al ir a agarrarlo, y me asomó una nostálgica sonrisa.

Era mi viejo reloj despertador amarillo.Fue un regalo de mi padre el día antes

que yo empezara mi primer trabajo. Me lo dio como herencia. Ese reloj lo había tenido él en su mesita

de luz, junto al lecho matrimonial.A él no le hacía falta. Se despertaba antes que sonara, y lo

apagaba para que no molestase a mi madre.

Fueron muchas madrugadas levantándose a la misma hora para ir al trabajo. EN EL FONDOEN EL FONDO

Tomé el despertador. Era una caja redonda, ancha, grande. La pintura amarilla se había vuelto ocre

por los años que en él habían pasado, y estaba saltada en los bordes.

Las agujas y los números aún tenían la fosforescencia que me asombraba de niño.

La campanilla, torcida para delante por algún dormido manotazo, le daba cierto aire bohemio.

El anillo sobre ella, las llaves con forma de mariposas y las perillas de los controles en el respaldo del reloj, así como las patitas de adelante… todo era de bronce, de ese noble metal.

Una de las dos patitas estaba inclinada de tantos golpes recibidos.

De frente, para uno, él tendía hacia la izquierda. Pero, desde el punto de vista del reloj… era a la derecha.

Era comprensible, había medido mucho en el tiempo.

Le di cuerda a ambos resortes, el del despertador y el del reloj. No había forma de equivocarse.

En la chapa bronceada del respaldo seguían grabadas la campana y las agujas.

EL RELOJ

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Tictac de los viejos relojes,tictac como el del corazón...

25 EL RELOJ (G)

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Moví la clavija del despertador hasta que la agujita en el dial bajo el doce coincidió con la hora. Un disonante trepidar invadió el aire, obligándome a apagarlo enseguida.

Pero, las agujas fosforescentes de las horas y los minutos no se movían. Ni lo hacía la pequeñita de los segundos en su círculo sobre el seis.

Sacudí el reloj… y comenzó el tictac.Sucedía algo muy extraño. En mis

manos, funcionaba. Sin embargo, apenas lo apoyaba en el estante del guardarropa se detenía de inmediato. Parecía morir al encontrarse allí.

Lo llevé al escritorio y lo coloqué cerca de la computadora. Daba risa verlos juntos.

El reloj semejaba un viejo borracho, embriagado de tanto tomar horas tras horas.

Aunque, luego, pensando, la que daba lástima era ella. El viejo reloj llevaba su propia fuerza dentro él, en su cuerda. La computadora dependía de una energía exterior.

Tampoco allí quiso hacer su tictac. Resignado, le ubiqué las agujas en las seis menos seis.

Seis menos seis es cero, y cero es nada. Y dejé el reloj, como un recuerdo, en su

eternidad.EN EL FONDOEN EL FONDO

Pasaron los meses. Un día alguien tomó el reloj, le limpió el

polvo, y lo colocó sobre una tabla de la vieja biblioteca…

¡Y el reloj comenzó a emitir su tictac!... ¡Funcionaba!...Resonaba en todo el lugar. Sus agujas se movían sobre su redonda,

torcida, y vieja, cara de bohemio. Lo puse en hora. Siguió marchando. Pero, era ponerlo en algún mueble

moderno… y se detenía. Lo dejamos en la vieja biblioteca.Otra vez el resonar de su tictac me

acompañó como en las noches de mi juventud.

Aunque, en ese entonces eran llenas de sueños. Y ahora, de recuerdos.

Era curioso. El reloj no trabajaba sobre los muebles actuales de contrachapado o fibra aglomerada, de algo artificial.

Pero lo hacía en los antiguos de madera, de madera de verdad.

Lo comprendí… Como otros, el viejo reloj era del

pasado…Y sólo vivía cuando se apoyaba en cosas

del ayer.…oo0oo…

EL RELOJEL RELOJ

Diap 64

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Tenía cuatro años más que yo. Le decían Billy.

Lo conocí por esas cosas de Dios. Mejor dicho, de la iglesia.

Porque, al finalizar la escuela atea del estado, comencé a ir al colegio de los curas a reunirme con los muchachos de allí.

Éramos muy diferentes. Él bajo, flaco, cabello negro, alegre,

bromista, dicharachero. Yo, rubio, introspectivo, seco.

Pero, teníamos algo en común. Nos gustaba arreglar cosas y hacer lo

que la mayoría esquivaba con un: No seas loco.

Los sacerdotes, conocedores de la idiosincrasia de cada uno, nos ofrecieron el mantener las malas instalaciones del templo y realizar las improvisadas para las kermeses de entonces.

Y, lógico, con la piadosa norma que no se gastara nada.

A Billy le encantaba la mecánica. A mí, la electricidad.

Nos dieron para nuestros inventos un desván bajo la escalera que iba al patio.

Y sólo Dios supo las explosiones que hubo allí. EN EL FONDOEN EL FONDO

Nos desarrollamos. Más bien, yo me desarrollé. Billy era un ser detenido en el tiempo,

nació con cara de mayor y carácter de joven… y se mantuvo así toda la vida.

Al finalizar alguna reparación, acostumbrábamos ir hasta su casa, la cual quedaba a dos cuadras de la iglesia subiendo hacia el cerro.

Y a veces seguíamos caminando para la playa.

Nos sentábamos en lo alto de una barranca desde donde veíamos el mar, el horizonte.

Y nos deteníamos en el punto negro que quedaba del hundimiento del acorazado Graf Spee.

Callábamos, creyendo oír el lejano sonar de la campana de la boya que marcaba ese lugar.

O, hablábamos fantasías sobre el futuro, quedando hasta tarde para ver el titilar de su luz.

Fue un domingo de otoño, después de misa de diez, luego de haber visto salir del templo a las chiquilinas y admirarlas con sus marcadores vestidos de media estación.

Comentando sobre los atributos más sobresalientes de cada una de ellas, por hábito nos dirigimos hacia la barranca.

LA BOYA

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Luces de boyas en la noche, que me llaman con su titilar.

(Poemas Grises

26 LA BOYA (U)A William Imperial. Mi amigo.

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Billy, señalado el oeste, al mar, gritó que la boya se estaba alejando del acorazado hundido.

Creyendo que fuese otra de sus bromas, dudé en mirar… pero lo hice.

¡Y era verdad!... Flotando, bamboleándose, arrastrada

por la corriente, se aproximaba hacia la costa, hacia la playa.

Corrimos para allí. Al llegar, ya había muchas personas en la orilla.

Una barca con dos marineros se adentraba en el mar. Nos dijeron que iban en busca de la boya. Los envidiamos.

Al rato volvían trayéndola de arrastre. El tamaño de ella nos dejó sin

palabras… ¡era enorme!Con cada movimiento se movía la

campana, sonando triste. Parecía un vetusto monstruo agonizante.

Su cilíndrico cuerpo apenas afloraba del agua. Y sobre él se levantaba una torre.

Y allí, en lo alto, estaba el reflector donde se generaba la luz que nos mantenía viéndola en las noches, cual una estrella en el mar.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Pero, ahora, era un montón de hierros oxidados.

La trajeron hasta la orilla. Al tocar fondo, se inclinó como muriendo. No pudimos sacarla fuera. No quería dejar el agua.

Los marineros arrastraron la rota cadena hasta la arena.

Los jóvenes subimos a la boya, a la torre. Alguien aflojó una de las tapas y fuimos a revisar su interior.

De pronto, Billy y yo nos miramos. Y, sin decir nada, con respeto, nos

bajamos.Un viejo, con una triste sonrisa,

sentenció:–Para brillar y sonar debía estar

anclada en el fondo. Si se rompe lo que nos amarra, sea una cadena, un cable, algo, se queda a la deriva para perderse en el mar entre bamboleos. O, traídos de arrastre, terminar a la orilla como restos varados.

Los años pasaron. Me fui lejos.Envejecimos. Mis amigos empezaron a

irse. Un día me dijeron que también Billy se

había marchado en el mar de los idos.Y… desde entonces, me siento como

aquella boya.…oo0oo…

LA BOYALA BOYA

Diap 66

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Mi madre tenía una huerta en el fondo de la casa.

Es mucha audacia llamar así a la tierra que quedaban luego de restar el aljibe, el parral, el gallinero, el galpón, la escalera y los caminitos, a ese fondo de ocho metros por siete.

Pero, en esos minúsculos canteros había de todo.

Fui de los afortunados en pertenecer a la última generación de botijas de barrio que aún pudo ver que la tierra nos da el alimento si siembra en ella y si alguien la cuida.

Eso, aparte de los frutos del limonero, del naranjo, las uvas del parral de la casa y… los higos y las tanjarinas que robaba de las ramas que sobresalían del terreno del vecino.

Así mismo había flores. La mayoría estaba bajo el parral.

EN EL FONDOEN EL FONDO

A sus pies crecían cartuchos, rosas, claveles. En las macetas, malvones y geranios.

Y, cerca, la Santa Rita sobre el gallinero.

Al lado de la cocina, había otro jardín. Era una estrecha faja de tierra que

heredó ese nombre cuando se mudaron ahí las hortensias y margaritas del frente, al hacerse la casa grande.

Cosa que no evitó que allí también sembrara verduras.

Los bordes de los canteros estaban marcados con plantas olorosas como el orégano, perejil, albahaca, cebollines, ajos.

El laurel servía de cerco con el terreno de al lado.

Se debía sacar con cuidado, crecía junto al palán-palán y la ruda.

Nunca hubo tomillo ni romero. Esos arbustos eran adornos del jardín

de un vecino que vivía frente a la carnicería, y fue casi un ritual pedirles unas ramitas luego de la compra.

Otra planta que no cultivaba era la del zapallo. Como toda rastrera, invadía los demás canteros. A veces dejaba alguna de zapallitos, la cual permitíamos trepar en el alambrado.

LA HUERTA

Diap 67

Los niños actuales de la ciudad creen que los huevos vienen en un cartón y salen de él,

que las frutas y verduras se encuentran en los estantes del supermercado.

Y que todo se consigue con dinero. (Reflexiones de Humgrand Penn de Joc)

27 LA HUERTA (U)

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¿Qué sembraba mi madre? O mejor… ¿qué no sembró?Durante mi infancia jamás comí un

tomate en la mesa. Lo quitaba directo de la tomatera.

Y la ensalada se hacía con las hojas frescas de radicheta, apio y lechuga traídas del fondo.

Añoro el quitar los choclos de rubio bigote en las espigadas plantas de maíz, el acicate de escarbar la tierra en busca de papas, el esfuerzo de desenterrar una zanahoria.

Nunca volveré a sentir el sabor de los nabos, que poco me agradan, recién quitados del terreno. Ni el dulce típico de las violetas remolachas cultivadas en el fondo.

Mi madre sembraba las cebollas, los morrones y los porros en el jardín.

Decía que ahí le daba mejor el sol. No sé si era cierto, pero sí que sus flores eran lindas.

Había unas plantas con las cuales jugaba en mi niñez.

Arvejas, chauchas y porotos, subían largando los zarcillos; y yo les desviaba éstos, haciéndolas competir en remontar la alambrada y por la escalera a la azotea.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Lo cultivado en el fondo, en el huerto de mi madre, sólo alcanzaba para pocas semanas.

Pero todo eso lo habíamos sembrado, visto crecer, desarrollar, cuidado, dar frutos.

El resto del año había que comprarlo en el almacén.

Como las especias traídas de lejanos países.

La nuez moscada, la pimienta, la vainilla.

No venían envasados como ahora. Entonces eran condimentos naturales, igual que la vida.

Lo que no conocí en la huerta de mi madre, lo hice en el terreno del vecino.

Abarcaba casi media cuadra y en él tenía todas las verduras y frutas, peras, duraznos, hasta guindas.

Y amplié el saber de las floridas. Poseía violetas, azucenas, enredaderas de glicinas, campanillas, madreselvas y una de rosas pequeñas.

Además, plantas de jazmines y camelias.

En esa huerta y en la de mi madre, en el fondo de la casa, tuve la fortuna de aprender de la naturaleza.

Que se recoge lo que se siembra. Siempre que se cuide lo sembrado.

…oo0oo…

LA HUERTALA HUERTA

Diap 68

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Nació donde finalizaba el barrio Nuevo París, en un rancho de techo de cinc, en el fondo de un terreno situado frente a uno de los caminos que se hundían en el arroyo Pantanoso.

Sus padres fueron de los tantos emigrantes que, allá por los años veinte, bajaban de los vapores oliendo a cucheta de tercera y con un atadito de ropa colgando del brazo.

Pensaban hacer fortuna en ese país. Pero la Fortuna es una diosa

casquivana… y pocas veces se da a los simples.

El hombre consiguió trabajo en una curtiembre, la mujer lavaba pisos y ropa ajena.

Juntaron unos pesos. Y compraron ese terreno barato cerca del Paso de la Arena.

Levantaron el ranchito, cultivaron la tierra, dio frutos… y la mujer también.

Una niña. Magdalena. En Europa habían pasado hambre,

esperaron para tener otro hijo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y la Fortuna los abandonó. Llegó la crisis del año treinta. El hombre era sólo un peón. La curtiembre lo despidió con la mitad del personal. Y ya nadie daba ropa y pisos para lavar.

El terreno se volvió un erial. El hombre ahogaba en caña su

amargura en la pulpería. La mujer transformó en gordura y gritos su frustración.

Y Magdalena crecía viendo el arroyo.Fue a una escuela rural. Al llegar a

sexto año sabía calcular bien, escribir correcto, lavar y plancharse el guardapolvo y la moña…

Y verse en el opaco espejo del mísero ropero.

Porque, camino a la escuela, apoyados en las esquinas, los taitas le lanzaban provocadores piropos que le despertaban el deseo de volver realidad la pasión que ebullía en ella.

Sobre todo le atraía un guapo llamado el Flaco Machín.

De rostro curtido, siempre el pucho en la boca, facón al cinto, malandro, con fama de tener muertos en su haber.

Y una tarde ella se paró. Él se le arrimó.

Hablaron poco. Fueron al monte cercano.

Y se sintió poseída como ansiaba.

LA FOTOGRAFÍA

Diap 69

Hay mariposas nocturnas que producen un feromona que atrae al sexo opuesto aunque esté a 30 kilómetros.

28 LA FOTOGRAFÍA (U)

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Al cumplir dieciocho años, Magdalena entró como obrera en una fábrica de esmaltados que estaba en la calle Llupes, no muy lejos de su casa.

Pero no había pasado su juventud en vano. Fue ayudanta en casi todas las tiendas, zapaterías y comercios de Belveder y Paso Molino… y se acostó con casi todos los empleados.

Sólo bastaba susurrarle lo que le pensaban hacer… y ella no resistía la tentación de hacerlo. Y era una joven hermosa, sensual, bien formada, de la que emanaba sexualidad.

Ganó facilmente la prueba de ingreso a la sección esmalte, la cual comentaban era estar un rato con el capataz y detrás de las estanterías en el cuarto de secado de las piezas.

Como tenía habilidad para las cuentas y una letra clara, la pusieron de clasificadora.

Allí, a esa mesa, iban por igual los jefes, empleados y obreros.

Y por igual pasaban por Maruja.Sin embargo sólo había uno que hacía

de ella lo que quería, el Flaco Machín.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Era tal el dominio que, apenas vislumbraba un romancela llevaba a su rancho, una sucia tapera.

Y después de humillarla y que todos se dieran cuenta, una vez más la echaba.

Y ella volvía al ranchito de sus padres, desfachatada, sintiéndose terriblemente satisfecha.

Aun sabiendo todo eso, Mario, el ayudante del capataz, un muchacho bueno, se enamoró de ella.

Y se acostó con ella, y la embarazó, y se casó con ella sin hacer caso a los consejos.

La mañana que se casaron, el Flaco Machín estaba sentado en el fondo de un boliche cerca de La Tablada. Sacó algo del bolsillo, lo miró y, con voz agria de caña, murmuró:

–A esta vaquita le puse mi marca cuando era una ternera. No importa donde pastoree. Ni que el becerro sea de otro. Este toro sabe montar… pero no, preñar. Yo se la dejo. Sólo tengo que pegar un grito… y vuelve mansita conmigo.

Algunos borrachos dijeron que lo que tenía en la mano era una fotografía de Magdalena… y a ella la habían visto salir el día anterior de la tapera.

LA FOTOGRAFÍALA FOTOGRAFÍA

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En un año, Magdalena le dio dos hijos a Mario. Una niña y un varón. Y fueron idénticos a él, sus mismas facciones, piel, pelo.

La Naturaleza es más justa que los seres.

Pero, ni un papel del juzgado ni la bendición de un cura cambian lo que ya está marcado. Los niños los criaron los abuelos. Magdalena volvió al trabajo y a su vida.

La vaca el monte tira, dice el refrán. Y ella retornó a las amuebladas baratas

y, cuando el flaco quería, a la tapera en la Tablada. Y Mario, callado, la esperaba tomando mate.

Pasaron los años. Llegó una época de auge. Algunos jefes de la vieja fábrica, y otros capitalistas, fundaron una nueva.

La montaron cerca de la bahía. Y se llevaron a los mejores obreros. Mario era el mejor capataz de la sección esmalte.

Y Mario trajo con él a Magdalena. Hay seres que necesitan cerca quien les haga sufrir. Y ella trajo sus hábitos.

Se hizo famosa. Era eficiente clasificando piezas en la mesa de inspección, y hombres en las camas de hoteluchos.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Llegó la fama hasta el director Mauricio, que también tenía la suya.

Era el típico hombre mayor, adinerado, mujeriego, que no podía oír de una mujer fácil sin querer tenerla. Y encontró a Magdalena que poseía el esplendor de los treinta años.

Se prendó de ella. Sin embargo, él no iba dejar a su esposa y tres hijos. Era un hombre responsable, en el fondo. La hizo su amante. Y le montó un apartamento en la avenida.

En el trabajo fue ascendida como Jefa de Inspección. Ahora tenía más categoría que Mario, su esposo, un simple capataz, un pobre hombre, y un resignado marido.

Pero el Flaco Machín apareció. Y una tarde, a la hora de la salida de la

fábrica, estaba esperándola en la vereda.Y allí, sin preámbulos, la agarró del

brazo, llevándosela de arrastre frente a todos los compañeros de trabajo, de Mario que venía detrás, y de Mauricio que esperaba en el auto.

Y Magdalena, con una mirada de anticipado placer, se dejó arrastrar viendo con lástima a los demás hombres.

LA FOTOGRAFÍALA FOTOGRAFÍA

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Al otro día llegó temprano a la fábrica.Venía de la tapera. Venía maltratada y

con cara de satisfacción. Y al salir del trabajo estaba el Flaco Machín, con su pucho en la boca.

Otra vez se fue con él, mansita. Y se repitió esa escena por dos semanas.

Pero, un lunes el flaco no apareció. Lo habían encontrado muerto, de un tiro, cerca de la tapera.

Lo único que llevaba consigo era el facón, un paquete de tabaco, las hojillas de liar… y la fotografía de Magdalena.

Nunca se supo quien lo mató, ni la policía se esforzó por averiguarlo.

Cosas de guapos que se perdieron en el ayer.

La vida volvió a la normalidad. El país a la crisis. La nueva fábrica de esmalte cerró. Mario se jubiló. Los hijos pasaban entre la casita de su padre y el apartamento de su madre.

Mauricio vivía entre éste y la mansión de su familia.

Pero la vejez no perdona. Decayó. Enfermó. Y, responsable como siempre, puso el apartamento a nombre de su amante.

El viejo murió. Al abrir su testamento hallaron eso…

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y que ordenaba ser sepultado con la fotografía de Magdalena.

Tampoco se supo si hicieron esto. Cosas de una sociedad hipócrita y

decadente que también se iba perdiendo.Los hombres morían, no los placeres. Magdalena estaba vieja, pero aún

mantenía las curvas… y emanaba sexualidad.

Y en las tardes, más de un joven entraba a ese apartamento a desahogar sus instintos en una mujer mayor y libidinosa.

Una mujer que en las noches volvía a ser una madre… y, cuando Mario venía, hasta la esposa de un pobre hombre.

Pero, todos tienen su final. Y el de ella llegó. La enterraron en el fondo de un cementerio cerca de Nuevo París, lugar donde nació.

Únicamente asistieron los hijos y Mario.Los hijos se fueron. Mario quedó solo. Sacó una fotografía de la billetera. La había llevado siempre con él. La miró. La volvió a guardar. Contempló la tumba… Y musitó:–Descansa en paz.

…oo0oo…

LA FOTOGRAFÍALA FOTOGRAFÍA

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El viejo venía de cortarse el pelo y rasurar la barba.

Había pedido que los dos quedaran de pocos milímetros.

Y su viejo peluquero, el mismo que le cortaba cuando el cabello era oscuro, de esa forma lo había hecho.

El blanco disimularía las arrugas de la anciana piel.

Además, así tardaría más tiempo para tener la necesidad de gastar en peluquería.

En la vejez es abundante la barba, pero no siempre el dinero.

Por un momento se sintió otra vez joven e interesante.

Y, sacando energía de una muy lejana juventud, se irguió.

Afirmándose en el bastón y, dando firmes taconazos avanzó con rapidez sobre las baldosas.

Pero, la realidad de sus años le hizo doler las piernas.

Buscó un asiento.

EN EL FONDOEN EL FONDO

A poca distancia, bajo un frondoso árbol, en la acera, había un banco de cemento forrado de cerámica y rodeado por tres bajos muros de piedra.

El cuarto lado, su frente, quedaba viendo hacia la avenida.

Quien se sentara allí tenía solo dos opciones:

O miraba cada vehículo que pasaba, o se abstraía de la realidad yendo a sus propios pensamientos de fantasías o recuerdos.

El anciano, sentándose despacio, optó por lo último.

Hacía ya mucho tiempo que estaba acostumbrado a que su presente se realizara con imágenes del ayer, y que el pasado tuviese más vivencia que el hoy diario.

Sin embargo, nuevamente le afloró aquel sentir juvenil.

Quizás fuese el perfume de la colonia que le habían puesto luego de afeitarle el cuello con la navaja, o tal vez por un ya inútil rebrotar de una olvidada pasión.

Y… comenzó a mirar las mujeres que pasaban frente a él.

UNA LETRA

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Llega una edad que los hombres,en lugar de tener un pene, tienen una pena.

(Las Mil Y Una Carigiadas O Carajeadas)

29 UNA LETRA (G)

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La primera fue una niña que le hizo una mueca juguetona… y él se sintió abuelo.

Después llegó una enamorada pareja de liceales… y recordó sus amores de estudiante.

Y dentro él resonó una canción: “flores de un día son…”

Luego, destacándose desde lejos, vino la cimbreante figura de una portadora de carnes firmes y sensuales curvas quien, al pasar, le regaló una sonrisa provocadora y… compasiva.

Y él pensó que años atrás hubiese sido insinuante.

Al poco rato pasó una embarazada con su desgarbado paso y su crecido vientre. También le sonrió, pero era una sonrisa de mujer realizada, de orgullo y sacrificio a la vez.

Y él reflexionó que, joven, había sembrado en una mujer.

Pasaron muchas mujeres, niñas, jóvenes, señoras, solas, acompañadas, con hombres, con hijos, con novios, con ansias, con fatigas, con deseos y sin deseos.

Y él se dio cuenta que en vez de desearlas, pensaba.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Finalmente, caminado lento, encorvados por el peso de años idos, llegó una pareja de ancianos.

Ella ya sin atractivos, él ya sin energía…

Y luego otro viejo… Y otra vieja…Y a medida que llegaban, se sentaban

en el banco.En el banco de la vejez siempre hay un

puesto más para un viejo. Pero, no siempre hay un viejo más para que se siente en ese puesto.

Y éstos se sentaron por que habían podido llegar.

Y hablaron del tiempo… el del clima y el del ayer.

Hablaron cosas del pesado y cosas del hoy.

Hablaron hasta sentir cansancio de estar sentados. Y, levantándose, cada uno volvió a su hogar o al lugar donde aún vivía.

Porque, si aún se está vivo se debe vivir en un lugar.

Y mientras se iba el viejo pensó que la diferencia entre poco y loco, entre sexo y seso, entre tantas palabras que en el ayer simbolizaron satisfacciones o tristezas, era insignificante.

En el fondo… era de tan solo una letra.…oo0oo…

UNA LETRAUNA LETRA

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En el fondo de mi casa había una tabla de lavar.

En esa época… ¿En que casa no hubo una tabla de

lavar?Estaban hechas de madera y en una

cara llevaban talladas ranuras para restregar sobre ellas la ropa.

¿Sus dimensiones? El grueso era de dos dedos, el ancho el

mismo que el de la mujer, y el largo algo más de lo que le daba el brazo al estirarlo sobre la tabla.

Ese algo dependía de cuanto estaba sumergida en el tacho de agua. En un lebrillo era muy poco. Pero casi desaparecía en las tinas o medias barricas usadas por las lavanderas.

Por que en ese entonces, lavandera fue la profesión de la mayoría de las emigrantes pobres que venían de Europa. Y la de albañil fue la de los hombres.

Había tablas rebuscadas que traían en la parte superior un recuadro donde depositar aquel jabón rectangular, grueso, de color amarillo, duro, fuerte, que agrietaba las manos.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Ese recuadro nunca se usaba. El jabón se ponía de lado, arriba de una

baldosa o una piedra pómez. Piedra muy útil para sacar una mancha

rebelde.También había tablas baratas, duraban

poco. Eran de pino, más delgadas, con

ranuras poco profundas, y al refregar les salían unas astillas que se clavaban en las manos.

Su destino final era la cocina a leña o el baldío cercano.

Otra cosa importante era que la madera no largase tintas que ensuciaran la ropa. El lapacho y el quebracho eran muy duros, pero manchaban de amarrillo y rojo.

Tampoco debían dejar aromas. En esos años, tanto la tabla como la

ropa debían oler a una sola cosa… a limpio.

En el fondo de mi casa, guardada en el galponcito, había una tabla de lavar.

Pocas veces vi lavar en ella a mi madre.Por que mi madre lavaba en una pileta

de portland.Estaba detrás y a la izquierda de la

hamaca.

LA PILETA

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Aquella tabla de lavarque pelaba los nudillos…

30 LA PILETA (U)

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Una pileta cuadrada, con la parte delantera imitando a una tabla de lavar.

En la base tenía un desagüe con tapa. Arriba, en la pared, una canilla para llenar la pileta.

Canilla roscada a la tubería que bajaba desde el tanque situado sobre el techo.

Pero antes de eso, por muchos años, en mi niñez tuve que dejar esa canilla abierta mientras le daba a la palanca de la bomba que traía el agua del aljibe.

La había construido un hermano de mi tía, y fue la envidia de las vecinas que seguían lavando en tachos y con tablas.

Y la envidia fue más grande cuando mi padre le puso motor.

Sucedió poco después de la guerra en Europa.

La fábrica donde él trabajaba empezó a fabricar lavadoras.

Novedad importada de Norteamérica… y rechazada por los viejos.

Pero mi padre nunca fue así, siempre apoyó los cambios.

Trajo el motor con la turbina correspondiente. Y luego de un sábado y domingo durante los cuales perforó un agujero lateral a la pileta, instaló allí esa unidad.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Hubo que esperar que fraguase. Esa semana revivieron la tabla de lavar

y el lebrillo. Salieron del galpón a luz.Fue una algarabía cuando el viejo

conectó la electricidad al aparato y el agua empezó a agitarse dentro la pileta.

Hasta los vecinos más reacios se acercaron a verlo.

Pero los triunfos son hijos del fracaso. Cuando el lunes mi madre puso ropa a

lavar y encendió el motor… la ropa se juntaba en largos y gruesos rollos.

Mi padre había olvidado poner un relé para que el motor girase unos segundos en un sentido, y luego en el otro.

Se lo colocó y resuelto… Aunque tuvo que soportar que los

demás viejos se burlaran de él.Los años pasaron. Se fueron los viejos. Desaparecieron las tablas de lavar. Todos compraban lavadoras eléctricas.La pileta con su motor siguió hasta que

mi madre se fue.Y aún está en el fondo de mi casa.

…oo0oo…

LA PILETALA PILETA

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Frente a mi casa estaba la de María Julia.

En realidad no era así. Enfrente había un terreno con una casita.

La de María Julia estaba a continuación de ésa, subiendo la calle. Pero, siempre dijimos que quedaba frente a la nuestra.

Y tampoco era sólo de María Julia, sino de las María Julias.

Era de Doña Marujita, una agradable y tierna abuela con su anciano marido. También de la señora Maruja, su única hija, señora muy respetada en el barrio, junto con su esposo.

Y, finalmente, de María Julia, una linda muchacha casi de mi edad, nieta e hija única de las anteriores.

Todas ellas de piel muy blanca, ojos muy negros, y muy dulces al hablar.

La casa constituía un sobrio ejemplo de la arquitectura que predominó en el país al inicio del siglo veinte.

Fachada con molduras, una fornida puerta, y un balcón con persianas.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y en el centro de una de las persianas, a la altura de los ojos, unas celosías abisagradas a fin de atisbar lo que sucedía en la calle y quien tocaba el aldabón de la puerta.

Al abrir ésta se encontraba un corto rellano y, luego, unos pocos escalones que subían a un pequeño hall cerrado por otra puerta con vidrios cubiertos por cortinas de encajes.

Hasta allí pasaban los que no tenían confianza.

A los otros, los vecinos y conocidos, se la abría la segunda puerta y se les invitaba a sentarse en el recibo y tener un amable coloquio.

Y existían los amigos, que cruzaban de largo por el recibo, seguían por el corredor, atravesaban el comedor diario, llegaban al patio… y algunos hasta el final del terreno.

Un terreno que terminaba con una baja cerca de alambre…

Y en ella un portón, casi una tranquera.Un portón que abrió el paso a muchas

horas felices de mi niñez. Porque al cruzar esa cerca se entraba

en el fondo del terreno aledaño… donde estaba el Cine Edén.

EL CINE

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Y en la oscuridad, un haz de luz vuelve realidad la fantasía.

30 EL CINE (U)

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El cine Edén era un enorme galpón de techo y paredes de chapas de cinc.

Así lo veíamos nosotros desde atrás.Ocupaba varias parcelas, de las largas

de cuarenta metros, estaba en el medio de la cuadra y su fachada decorada daba a la avenida y a la plaza.

Fachada que recién de mayor la miré.Porque mis primas y yo, que vivíamos

también a mitad de cuadra, para evitarnos dar la vuelta a la del cine, cruzábamos por la casa de María Julia y pasábamos por el fondo.

Pero, íbamos hasta la boletería y sacábamos las entradas.

Ni locos se nos hubiera ocurrido entrar sin pagar.

Tuve el privilegio de pertenecer a la generación que nació, se desarrolló y educó con el cine.

Y el privilegio de que mi familia fuese amiga de la de María Julia.

En el cine todo es ilusión, y como toda ilusión necesita la oscuridad para imaginarla y de una lejana luz para vivirla.

Todo es fantasía desde la realización del film, la actuación, la escenografía, la proyección.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Una apariencia que la mente y la retención de la vista vuelve ficticia realidad momentánea.

Las imágenes no se mueven, cada una es estática y pasa cabeza abajo frente al lente proyector.

La luz no es fija, sino intermitente en un rápido parpadear.

El cine Edén respondía a esa apariencia.

Era un galpón de cinc por fuera, pero interiormente ostentaba una decoración de yeso y pintura simulando un gran teatro.

La platea tenía cómodas butacas y tres hileras de asientos con los corredores respectivos.

Se entraba por dos puertas forradas de cuero y tras ellas había pesadas cortinas rojas.

La pantalla estaba enmarcada en un falso escenario y hasta poseía un lujoso telón que se abría y cerraba con cada cinta.

Y abajo y a la izquierda había una pianola donde una vieja ponía fondo musical a las películas mudas.

No poseía balcones, pero sí tenía atrás un ancho palco bajo las ventanitas desde las cuales salía el haz de luz.

Palco que llamábamos la pajarera, y donde la entrada era más barata.

EL CINEEL CINE

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A la derecha de la sala existían dos puertas que daban a un café.

Éstas se abrían en los intervalos entre las películas para que los espectadores fuesen a satisfacer sus antojos.

Aunque durante la proyección del film había repartidores, con su bandeja colgada al cuello, recorriendo la oscura sala y vendiendo en silencio dulces y bolsitas con maníes.

En cada puerta de entrada vigilaban serios acomodadores que, con una linterna, llevaban al retrasado espectador hasta su asiento entre el ominoso mutismo de los demás.

Pero, la verdadera función de los acomodadores era vigilar las parejitas de enamorados que se sentaban en la última fila.

Daban cine los jueves y sábado de noche, e iban a verlo los mayores.

Pero… el domingo de tarde era de los niños.

La matinée comenzaba a las tres, proyectaban noticieros, películas de muñequitos, y dos de aventuras.

El programa estaba en la vitrina de la calle, y uno igual lo daba el acomodador luego de romper el boleto a la mitad al dejarnos pasar a la sala.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Ambas cosas eran muy importantes.Con esa mitad se podía volver a entrar

si se salía por algo. Y con el programa fabricábamos

avioncitos que hacíamos volar frente al haz de luz si la cinta era aburrida.

Jamás se usaron en aquellas donde el llanero solitario salía con su caballo blanco, o donde la muchacha era atada a las vías del tren, o a un tronco que iba hacia una enorme sierra.

A las cinco y media finalizaba la matinée y luego, a las seis, empezaba la vermut con películas más serias.

Se podía sacar entrada para ver ambos espectáculos. Costaba más.

Entonces, yo hacía una escapada hasta mi casa para tomar el café con leche.

Cruzaba en sentido contrario la de María Julia y, a veces, hasta merendaba con ella en su patio.

En la noche, a las nueve, después de haber limpiado bien la sala, volvían a dar cine para los mayores. Eran estrenos.

Pero, éstos jamás pudieron igualar la emoción que sentían todos aquellos niños en la matinée del Cine Edén.

EL CINEEL CINE

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Mis padres pocas veces fueron al Edén. Preferían ir los jueves de noche al Cine

Teatro Apolo, el cual quedaba a seis cuadras, frente a la parada del tranvía y junto a la heladería.

Era una zona de pudientes, con apellidos resonantes.

Pero mis padres lo hacían por que el Apolo les traía añoranzas de su juventud en Italia, de aficionados a la ópera.

El Edén fue un cine de clase media y, como ésta, aparentaba ser más de lo que era.

Mientras el Edén pretendía con humildad parecerse a un teatro, el Apolo era un teatro que se humilló a aceptar que le pusieran la palabra cine adelante y que uno de sus telones se convirtiese en pantalla de proyección.

El Apolo estaba construido con ladrillos y piedras, su techo forrado de maderas finas, y de él colgaban candelabros. Sus paredes tenían figuras talladas por escultores.

Su sala estaba bordeada de balcones que llegaban hasta el escenario.

Estos balcones eran siempre reservados por las familias de renombre y los nuevos ricos.

EN EL FONDOEN EL FONDO

El palco era angosto, pocos iban allí. Y sobre él estaban las ventanas de

proyección, muy decoradas para disimularlas.

La platea en forma de herradura tenía el piso inclinado y sus butacas eran grandes poltronas tapizados en marrón.

Los porteros jamás rompían el boleto de entrada, sólo la miraban.

Los acomodadores usaban uniformes con librea, y durante la película no pasaban repartidores de dulces.

Para ir durante el intervalo a la confitería, era considerado una vulgaridad decirle café, se salía al vestíbulo y se pasaba a un salón lateral muy estilo francés.

Allí las damas tenían a su disposición, té, crema, chocolate y masitas.

Y, en un distinguido mostrador, los caballeros podían disfrutar de una copita de coñac o de Pernod.

La señora que interpretaba el piano en las películas mudas lucía como una concertista de la Sinfónica de París, y en el intervalo se dignaba ir a charlar con sus amigas de la platea.

EL CINEEL CINE

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Éstas vestían sus mejores ropas. En invierno se cubrían con pieles. Y en verano, con mantillas ensortijadas.

En fin, al Apolo no se iba a ver películas sino a hacerse ver.

Pocos filmes recuerdo del Cine Teatro Apolo. Quizás por la hora, o por lo suave de los asientos, terminaba dormido con mi cabeza apoyada en el regazo de mi madre.

Hubo otro cine en la zona. Nunca fui a él de niño. Estaba muy lejos, como a quince cuadras, cerca del barrio obrero.

Creo que había sido hecho como depósito de ómnibus.

Se llamaba Cine Selecto, nombre poco acorde a su realidad. Además era un cine raro.

La pantalla estaba en la pared del frente y el proyector en un agujero de la del fondo.

Por tanto, cuando se entraba uno quedaba encandilado por el haz de luz, y luego casi ciego por la oscuridad del salón.

No tenía portero ni acomodadores ni repartidores de maní. El que vendía el boleto estaba en tal posición que veía la cortina de paso a la sala y la puerta de vidrio a la recepción.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Lo único que faltaba que él fuese quien proyectase la cinta. Luego supe que el que lo hacía era su hermano mellizo.

Las butacas eran unas simples sillas de cocina clavadas de a ocho en una larga tabla de madera. Estas filas se podían mover para adelante y para atrás, como correrlas de lado.

Siempre se tropezaba con ellas al ir a sentarse. Y no había forma de hacerlo sin que chillasen con un quejido tétrico.

El aroma que impregnaba el ambiente era una mezcla de pies sucios, de axilas sudadas y de aliento a caña barata.

Las películas estaban rayadas y con muchos cortes. Parecía que hubiesen sido filmadas bajo la lluvia y con relámpagos.

Al Selecto había que ir con ropa sencilla y mucho coraje.

Sin embargo, en él vi extraordinarias obras cuando joven tuve la vanidad de creerme crítico cineasta.

El Ciudadano Kane, de Orson Welles; El Pibe, de Chaplin; Intolerancia, de Griffith; El Cantante de Jazz, y hasta La Fábrica de Lumiere, pude admirar en ese antro… de cultura.

EL CINEEL CINE

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Los años fueron pasando y me alejé del barrio buscando otros fondos para la escena que quería vivir.

A veces escribí mi libreto y otras acepté la trama ya impuesta.

Hubo momentos que interpreté mi personaje como quise, y otros que actué según la obra.

Realicé improvisaciones y otras veces use la técnica dada por la experiencia.

Y al final, no supe en cuales fui mejor o peor.

En tanto el cine llegaba a la cúspide de su existencia.

Se hicieron grandes salas de exhibición. Alrededor de ellas levantaron centros comerciales. Espectáculo, comida rápida y lugar de diversión se volvieron hermanos siameses.

La alegría se tornó una obligación y un sinónimo de status y de la época.

Y el mundo se hizo un gran escenario donde cada uno proyectaba la imagen que los demás querían ver.

En el barrio construyeron un cine enorme.

El Cosmópolis. Tenía todos los modernismos. Pero le faltaba calor humano.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Ese calor que emanaba de la chapas de cinc, de los botijas lanzando sus avioncitos de papel hechos con el programa, de los noviecitos en la última fila de la platea.

Y como el Selecto y el Edén, el Cosmópolis murió.

Sólo sobrevivió el Apolo, el cual renació de sus cenizas como teatro, y con el nombre del dramaturgo Florencio Sánchez.

Hoy los filmes los pasan en locales que parecen un garaje, y se hacen para captar fácil y morbosamente al público.

Hoy se ha visto que el sexo y la violencia es lo que vende; y sexo y violencia se les da.

Hoy se perdió el romance inicial, y las películas de amor comienzan donde terminaban las de antes.

Hoy se les ha quitado hasta la emoción de la palabra Fin.

Tuve el privilegio de pertenecer a la generación que nació, se desarrolló y educó con el cine. Y a la que envejeció con él.

Y añoro oír el canto de los grillos en el anochecer, mientras volvía cruzando el fondo del cine Edén.

…oo0oo…

EL CINEEL CINE

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Érase un niño que no le gustaba disfrazarse.

Sin embargo, cuando tenía cinco años, su madre le hizo un disfraz.

Ni le preguntaron si él lo quería. Era sólo un niño.Su madre tenía título de profesora de

Corte y Confesión. Y no obstante que nunca lo ejerció,

ese febrero se dedicó con esmero a hacerle el disfraz.

Uno de marinerito.Lo hizo a tal perfección, que más bien

fue un uniforme. El niño se sentía molesto cada vez

que ella le hacía las pruebas ordenándole estarse quieto.

Pero, callaba. Era su madre.No escapó ni un detalle a la

confección. Gorra con escudo y pendón, botones

con ancla, barras en las mangas, todo lo que tipifica un uniforme de gala de un marinero.

Tan orgullosa estaba la madre de su obra que, la semana anterior a Carnaval, fue con el niño al estudio fotográfico para que le sacaran una foto con el disfraz ya puesto.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Lógicamente, al salir de la casa, aparecieran las chismosas del barrio a elogiar las habilidades de la madre…

Mientras, en las puertas, los otros muchachos reían burlándose del niño.

El sábado, sus padres lo llevaron al corso de inauguración en la avenida principal de la ciudad.

Al subir al tranvía vio que otros niños, y hasta jóvenes, iban también disfrazados.

Eso no le hizo sentirse mejor. Pensó que los demás habían

enloquecido como sus padres. Y nada dijo.Al llegar a la avenida, su padre

alquiló una silla plegable de la hilera doble que bordeaba la vía en ambas veredas.

Su madre se sentó, colocando al niño sobre su falda.

Poco él soportó eso, parándose enseguida junto a ella.

Y comenzó el desfile carnavalesco. El público estiraba el cuello para ver

los carros alegóricos viniendo desde lejos.

Sin embargo, el niño estaba más entretenido mirando los caracoleos del caballo del policía de la esquina.

EL DISFRAZ

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Prendi la gobia, la faccia in farina...(Ópera I Pagliacci)

32 EL DISFRAZ (G)

Febrero 1935 – El autor con 5 años Disfraz de Marinerito

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Por un momento pensó que el jinete era alguien disfrazado de militar.

Luego notó que tenía cara severa, y le admiró.

Y admiró cómo el animal alineaba con golpes de su grupa a los atrevidos que intentaban sobrepasar la bocacalle.

De pronto, el niño sintió que algo le golpeaba la gorra.

Al girar, vio a pocos centímetros la grotesca y enorme máscara de un cabezudo.

Y los demás se desternillaban de la risa.En cambio, el niño lo miró serio. Si hubiese tenido un palo en sus manos

habría golpeado al estrafalario monigote.Después siguieron comparsas,

tamboriles, murgas. Y todos disfrazados. Y todos reían. Y todos bailaban. Y todos tiraban serpentines y papelitos. Y perfumaban con pomitos.

En tanto, el niño observaba sin comprender.

No comprendía por qué reían si los asustaban.

Por qué reían si les llenaba la boca de papelitos repulsivos.

Por qué reían al sentir frío en el cuello, o ardor en los ojos, cuando les lanzaban un chorro de los aromatizadores.

EN EL FONDOEN EL FONDO

La algarabía fue decayendo. Muy tarde volvieron a su casa. Tanto

que él no recordaba cuando, con la gorra quitada, se durmió en el tranvía sobre el regazo de su madre.

Los años pasaron. El niño se hizo hombre. Tuvo que usar la máscara y la ropa que

el lugar y el momento exigían.Tuvo que aprender a sonreír aunque le

llenasen la boca de papeles sucios, a reír aunque le golpearan locos cabezones, a simular gusto aunque sintiese el frío de algo inesperado, a aparentar simpatía aunque lo cegasen con artificialidades.

Hubiera querido escribir poesías, e hizo cosas.

A recorrer mil caminos, y vivió en oficinas y fábricas.

A volar con su imaginación, y aceptó un sueldo para comer.

Cierto día, ya viejo, encontró una foto en blanco y negro de un marinerito…

Y triste, en el fondo, meditó.Érase un niño que no le gustaba

disfrazarse.Sin embargo, había vivido toda su

vida… con un disfraz.…oo0oo…

EL DISFRAZEL DISFRAZ

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En el fondo de mi casa había una mesa. Mejor dicho, en el patio sobre el aljibe. No siempre existió esa mesa. Ese patio

de cemento estaba despejado y liso en mi infancia.

Pero, ya siendo joven, y luego que pasara la niñez de mi hermano menor, la hizo un hombre.

Un hombre que hizo la mayoría de las cosas de mi casa.

Ese hombre.Era una mesa demasiado fuerte,

pesada. Evidente obra de un mecánico metido

en la albañilería. Y, según él, cuando Dios se cansó de

hacer obreros… creó el albañil.Las patas y el marco superior las armó

con viejos rieles de ferrocarril, reforzando aún más la estructura con ángulos y tornillos desproporcionados a la mesa.

La tabla fue de hormigón con gruesas cabillas. Parecía una planchada.

Cuando hizo la mezcla, como castigo del Divino Albañil, le llovió.

Pero él puso chapas de zinc… y se la ganó.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Ese hombre era así. Las cosas que hacía, debían durar más

que él. Además, la parte de arriba de la mesa

la terminó con hermosas baldosas sobrantes del cuarto de baño.

Y sarcástico, repetía que eso estaba acorde a sus funciones. Los azulejos servían tanto para sostener la comida… antes y después.

Y lo decía con su gutural acento galo.Por que ese hombre era francés. Uno nacido en el inicio del siglo veinte y

que se educó con la influencia del humanismo como de la industrialización.

Idealista y realizador a la vez.Su juventud se desarrolló entre los

avatares de la primera guerra mundial. Supo lo que era ser perseguido, el

abandonar su hogar y su tierra natal, tener otra patria.

Y ese hombre todo lo enfrentó… guardándolo dentro suyo.

Luego, la edad de aprendizajes y realidades.

Tenía voz de barítono y pasó la prueba en la Scala.

Pero… marchó a la Escuela de Aviación llegando a ser instructor de mecánicos.

LA MESA Y ESE HOMBRE

Diap 85

Nadie se hace rico, sin hacer arena de los demás.

Quino

33 LA MESA Y ESE HOMBRE (U)

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Por vivir en Italia, hizo el servicio militar allí.

Recorrió su segunda tierra asimilando toda su cultura artística. Pero… retornó de jefe mecánico junto a su padre en una industria.

Ya casado y con un hijo, tenía un futuro promisorio en esa empresa.

Pero, venían las nubes de otra guerra. Y se fue con su familia a un país de

América, para ser… uno más.Vivió en una casita de techo de cinc y

corredor enrejillado. La convirtió en una casa grande.

Trabajó. Hizo suya esa, su tercera tierra.

Fue muy apreciado. Y… poco reconocido.

Nunca aprendió bien el español. Los que lo sabían hablar, se aprovecharon de él.

Porque, ese hombre no era codicioso.Fue mecánico de precisión en una

fábrica. A los pocos años nombraron capataz a su mejor amigo, uno que hablaba bien, uno a quien él había enseñado.

Y él, sonriendo, lo felicitó.Los dueños de la fábrica vieron el

potencial perdido. Ellos eran importadores de maquinarias.

Y comenzaron a enviarlo por el país a instalarlas… con el mismo sueldo. EN EL FONDOEN EL FONDO

Asimiló la cultura autóctona del gaucho, de los seres no contaminados por la ciudad.

Lo que le pagaban no alcanzaba para el hogar. Pero callaba.

Por que así era… ese hombre.Logró un trabajo extra. Luego del otro.

Hasta las ocho de la noche. Y los sábados. El patrón era un judío. Muchas veces le pagaba con telas.

Y ese hombre aceptaba.Los domingos no hacía nada. Almorzaba

tarde, iba a la mesa del fondo y, callado, miraba lejos.

Su esposa y sus dos hijos, existían. Pero, se habían alejado cada uno a su manera.

Y ese hombre envejeció. Se enfermó. Lo jubilaron. Ya no era útil. Cada vez pasaba más tiempo en la mesa

del fondo.Un día murió. Al entierro fueron sus

hijos, sus amigos de verdad, hasta unos gauchos.

Ni aparecieron el capataz, ni los dueños de la fábrica, ni el judío de las telas.

De ese hombre ya nadie se acuerda.En el fondo de mi casa había una mesa. Y… sigue allí.

…oo0oo…

Diap 86

LA MESA Y ESE HOMBRELA MESA Y ESE HOMBRE

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El otro día, revolviendo en un salón lleno de trastos, donde envían los demás propietarios del edificio sus cosas inservibles, detrás de una nevera dañada y un diván desgarrado, la vi.

Era una vieja máquina de coser, de aquellas antiguas con patas de hierro fundido…

¡Una Singer! Una igual a la de mi madre.

Mirándola hacer costuras pasé muchas horas de mi infancia.

Y cuando dejaba de coser, mi madre le cerraba la tapa de roble y le ponía una carpeta encima.

La de los trastos también estaba cerrada.

Pero, como escondiendo bajo la madera su vergüenza por el maltrato que había sufrido.

Quité todo lo inútil que la rodeaba o tenía arriba y la llevé con delicadeza bajo la luz.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Levanté la tapa abisagrada y se duplicó la superficie de su mesa.

Dentro un rectangular hueco brilló el elegante y sinuoso cuerpo negro de ella.

Tomándola de la cintura la saqué hacia afuera, sintiendo el mismo erótico atrevimiento de mi niñez.

Protestando, chilló con un quejido en sus goznes sucios de polvo.

Pero, luego, al hallarse firme sobre el tablero, mostró su distinción entre tantas insignificancias.

Le acomodé la correa, esa redonda correa de cuero de seis milímetros de diámetro que, cuando se estiraba, era mi labor de hijo recortar y volver a poner con su gancho de alambre.

Pisé el pedal, pedal que ostentaba la palabra Singer, y recordé que muchas veces reíamos con mi madre diciendo que para que marchase había que pisar al inventor.

Todos los ejes, levas y ruedas emitieron el ruido áspero de resecos.

E, instintivamente, busqué en sus cajones el gotero con el aceite 3 en 1 para usar su primera cualidad: lubricar.

Pero, sólo le quedaba un cajón lateral… roto y vacío.

Diap 87

LA MÁQUINA DE COSER34 LA MÁQUINA DE COSER (V)¿Cuándo fue?...

¿Hace un año? ¿una semana? ¿ayer?No lo sé...

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Sentándome en el desgarrado sillón, quedé mirándola.

Y, de pronto, me pareció estar en el corredor de la casa de mi niñez, subido en una silla y sobre un almohadón para poder ver la aguja, y que mis pies no alcanzaban al pedal.

Entonces, observando atónito la cadeneta que iba uniendo los trozos de tela, le daba al volante situado en la derecha, el cual asemejaba un antiguo polisón en sus nalgas.

Porque la máquina de coser tenía cuerpo de mujer. Así la veía yo.

Una mujer de esbelta cintura, agachada, de rodillas, gruesas caderas, con brazos y cabeza apoyados en la aguja.

Tardé años en saber pasar el hilo por las guías y palancas que sobresalían de su negro cuerpo decorado con volutas de oro. Y fue un triunfo cuando, por fin, enhebré la aguja.

Aguja que tenía el ojo al revés, en la punta.

Me resultaba algo anormal, loco. Y quizás por pensar eso, dos por tres, se clavaba en mi dedo al ir acelerado en la costura.

Teniendo yo siete años, mi madre le adaptó al pisador un dispositivo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Éste envolvía la tela formándole un borde antes de hacer la cadeneta.

Y me puso a coser unas sábanas.Parado para llegar al pedal, le pisaba

veloz. Mientras, miraba como la tela era

tragada por la base que, cual hambriento caimán, se movía en un vaivén con sus largos dientes.

Nunca supe si las sábanas quedaron bien.

Pero, ya mayor, conocí como funcionaba la máquina de coser.

Mi padre me enseñó como abrirla y lubricar cada punto importante.

Cuando le destornillé las doradas tapas y vi su interior, me pareció estar violándol su intimidad.

Aunque, el brillo voluptuoso de sus engranajes y levas me atrajo aún más.

Desde ese día quedé encargado de mantenerla.

Lo hacía al inicio de cada invierno y verano. Luego, llegaba mi madre y pulía todas las partes con el mismo lubricante.

Lo hacía con un paño, pasándolo por igual sobre el hierro y la madera

El enchapado de roble resplandecía. El metal brillaba. Y supe la segunda cualidad del aceite

3 en 1.Diap 88

LA MÁQUINA DE COSERLA MÁQUINA DE COSER

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El interior de su cabeza debía limpiarlo más a menudo. Se ensuciaba con hilos rotos y pelusa que soltaban las telas.

Por eso mismo, su tapa estaba abisagrada y sujeta con un clip.

Cada vez que la abría, me daba el temor de estar haciendo una operación a su cerebro.

Un cerebro de brillantes levas, ejes y palancas, combinados y complicado como la mente.

En la parte delantera de la mesa tenía un cajón estrecho y largo que giraba hacia delante mostrando su contenido de bobinas, pincelitos, una tijerita y pequeños destornilladores.

Los últimos poseían una fascinación irresistible.

Los usaba para armar mi juego de mecano… y mi madre rezongaba.

En cuanto a las bobinas, yo era responsable que estuviesen llenas. Cosa que me encantaba hacer.

Para ello, la máquina tenía un accesorio cerca de la polea superior.

Se desembrgaba ésta, el hilo del carretel se hacía pasar por unas guías, se iniciaba en la bobina, se ponía en el aparato, se empujaba y…

A pedalear como si fuese una carrera.EN EL FONDOEN EL FONDO

Me maravillaba ver como la bobina saltaba sola al llenarse.

Al crecer supe la causa. Entraba en la edad de la razón, y las cosas ya no me asombrarían tanto.

Una, fue saber como la máquina realizaba la costura. Para mí era un misterio lo que sucedía en sus entrañas, luego que la aguja penetraba por el agujero en la base cromada.

Mi padre, con su método socrático, me dijo que era muy sencillo. Pero, que debía descubrirlo por mí mismo.

Así que un día solté la correa, quité la tapa deslizante por donde se ponía el portabobina con ésta, giré el cuerpo de la máquina para atrás y moviendo lento el volante, observaba.

La aguja entraba con su hilo. Éste formaba un lazo. El portabobina giraba tomando con su gancho el lazo. Lo hacía pasar alrededor de él enlazando su propio hilo. Giraba en sentido contrario dejándole así. La aguja subía. La leva en la cabeza tensaba el hilo superior. Y… a repetirse la secuencia.

Simple. Pero se necesitó miles de años para que surgiera.

Diap 89

LA MÁQUINA DE COSERLA MÁQUINA DE COSER

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Una cosa era saber como funcionaba y otra muy diferente coser.

Y en esto se destacaba mi madre. A mí me quedaban las costuras flojas, o

con un amasijo de nudos debajo la tela.Venía ella, ajustaba adelante una

perillita en forma de nariz que tensaba el hilo, movía en la cadera de la máquina a una palanquita que indicaba las puntadas y… adiós problema.

Partir una aguja daba tristeza. Pero más molestaba cuando se rompía el

hilo. Era soportable cuando le sucedía al del carretel. Y una rabieta si le pasaba al de la bobina inferior.

Ya que en ese caso se podía seguir cosiendo y, luego de un rato, recién se caía en cuenta que el hilo estaba suelto.

Pero más enojaba si era por que la bobina había quedado vacía.

Poco se trasladaba la máquina. Sus patas en hierro fundido pesaban mucho, a pesar de ser alivianadas con arabescos huecos como las patas de los bancos de las plazas.

De la misma forma estaban hechos el pedal, el respaldo, y el protector de la rueda inferior.

Éste último para evitar que se engancharan los vestidos y polleras de las mujeres.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Con todo, entre mi padre y yo, la sacábamos en verano al fondo.

Y allí mi madre cosía disfrutando el fresco del parral.

Mientras, en invierno, la llevábamos a la tibieza de la cocina.

Contaba mi padre que Singer significaba “cantor” y que su lema era que, por lo fácil, las mujeres podían coser cantando.

Y, como buen galo, decía que la primer máquina de coser la inventó un francés, y que los obreros costureros la rompieron por miedo a quedarse sin trabajo.

La humanidad es así.El golpe de algo cayendo por el tubo del

aseo me devolvió a la realidad. Me paré. Puse la vieja máquina de coser donde

había estado. Pero, antes le acaricié el mecanismo de

abajo.Apagué la luz y salí del cuarto. Al subir por el ascensor olfateé mi

mano. Olía a un agradable e inolvidable

perfume de aceite 3 en 1. Un perfume lleno de recuerdos.

Y supe que ésa… era su tercera cualidad.

…oo0oo…

LA MÁQUINA DE COSER

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LA MÁQUINA DE COSER

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EL SOLDADOR

EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 91

35EL SOLDADOR

Yo recuerdo la casa vieja,de una pieza, cocina y jardín…

rodeada de flores y risas,con su techo de zinc…

Escrito: Año 2005

En el fondo de la casa, en el galponcito, estaba el soldador.

Estaba guardado dentro de un armario, que en realidad era el baúl donde mis padres trajeron su pasado y sus sueños.

Pararon el baúl sobre una tabla, le pusieron estantes y la tapa se volvió puerta.

En la parte de adentro de la puerta se colgaban las herramientas de mayor cuidado o uso.

Y allí estaba el soldador. Siendo yo pequeño, me intrigaba

su forma. El mango era una varilla de

hierro curvada el final formando un ojo para colgarle

Su cuerpo asemejaba un hacha, pero era más robusto y de color amarillo rojizo.

Parecía un martillo. Pero, el día que se me ocurrió

usarlo como eso vi a mi viejo enojado de verdad.

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EL SOLDADOR

EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 92

Aprendí a saber cual era el tono. Y, queriendo emular a mi padre,

saqué el calentador y lo junté a mi mejilla…

Mi alarido debe haberse escuchado en toda la cuadra.

Alejé el soldador de mi cara, sin embargo no lo solté.

Lo que solté fueron unas gruesas lágrimas aguantando el dolor.

Aparecieron mis padres. Discutieron. Enseguida el viejo me llevó a la

farmacia. Me pusieron una crema amarilla que olía feo. La usé por varios días. No me quedó cicatriz.

Tuve que soportar la burla de los demás botijas.

No me importó, había aprendido algo más.

Y mi padre decía que lo que diferenció al hombre del mono fue el dominio del fuego.

El calentador tenía una época de auge. Era en marzo, antes de empezar las lluvias.

EL SOLDADOR

Me dio con el mango por las nalgas mientras maldecía en francés.

Y mi padre no solía castigarme. No era como mamá que siempre

tenía a la mano el rebenque o el cinto.

Luego, paternal, me enseñó. El cuerpo estaba hecho de

cobre. Y su punta aguda era para

derretir y correr el estaño sobre la parte a soldar.

Y para soldar debía estar caliente.

Calentar el soldador constituía todo un arte.

Si no llegaba a la temperatura justa, el estaño no fundía.

Y si era mucha, se volvía hermosas gotas que escapaban por todos lados.

Para calentarlo se podía poner sobre el Primus encendido, pero éste a veces lo ensuciaba de hollín.

Mi padre prefería meterlo dentro de la llamas de la cocina a leña.

Allí el cuerpo del soldador comenzaba a cambiar de color en atornasolados tonos.

Al llegar a uno determinado, el viejo lo sacaba, se lo acercaba al cachete… y aprobaba o no.

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EL SOLDADOR

EN EL FONDOEN EL FONDO Diap 93

¡Y ahí aún estaba el soldador colgado!...

Con su mango de hierro oxidado.

Con su cuerpo de cobre cubierto de moho verde.

Con la marca de cuando lo usé como martillo.

Lo descolgué como si fuese de cristal.

Le pulí la punta con una gastada lima… y resplandeció el amarillo rojizo.

Estaba viejo… pero aún guardaba vida dentro de él.

Lo junté a mi mejilla. Y recordé cuando me quemó,

cuando mi padre arreglaba las chapas de cinc, cuando lo calentaba en la cocina de leña.

Recordé mi infancia, el ayer. Y se me salieron las lágrimas. Pero esta vez era porque estaba

frío.…oo0oo…

EL SOLDADOR

Pero, entonces eso se desconocía.

Los vecinos los tapaban con asfalto.

Papá, no. Subía con el estaño, el frasco de

Bovril con ácido muriático diluido, y… a soldar mientras yo corría llevando y trayendo el soldador.

.Pero… se hizo la casa grande, el techo fue de cemento, el soldador pasó a dormitar en galpón.

Y la vida pasó…Un día, ya viejo, volví a la casa,

al fondo. Fui al galponcito. Y abrí aquella puerta que era en

realidad la tapa del baúl donde mis padres trajeron su pasado y sus sueños.

Mi padre ponía una escalera, subía el techo de cinc de la casita y reparaba los agujeros.

Éstos se abrían en donde había clavos uniendo la chapa el entramado.

Ya mayor supe que eso es por el par eléctrico entre el hierro y el cinc.

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–Ah… las manos de tu padre.Así exclamaba mi madre, y en su

cara surgía una sonrisa añorante de cuando esas manos la realizaron como mujer.

Pero, a veces, yo dudaba si se refería a las propias manos de mi padre o a las Manos de Rodin.

Éstas eran una copia en yeso de esa escultura, y la había traído de Europa mi viejo.

La tenía en un estante del garaje. Y ahí se le podía admirar. Mi madre no quiso jamás que se

colocara en el living. Según ella, le impresionaban como dos manos cortadas.

Mi padre fue un hombre extraño. De la misma forma que hacía una

difícil pieza en el torno o reparaba una máquina, podía hablar con conocimiento de arte, historia, filosofía.

Le valían por igual los Principios de Arquímedes y los de Russeau, las leyes Físicas y las de la Revolución Francesa, la Mecánica y la Electricidad como la democracia y el marxismo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Se enorgullecía de ser técnico. Decía que técnico y artista tienen el

mismo origen griego. Sólo que el técnico hace una cosa

igual… y el artista la hace única.Y eso era lo que transmitían las

Manos de Rodin. Explicaba que el autor llamó a esa

obra: La Catedral. Y para verla no hacía falta mirar mucho esas dos manos derechas.

Lo que no sabía mi padre era que mientras me instruía y mostraba libros en francés, italiano, español, de literatura, mecánica, pintura, química… yo admiraba sus manos.

Porque las manos de mi padre y las de mi madre nunca las podré olvidar.

Las de mi madre parecían bailar un ballet al gesticular mientras hablaba.

Las de mi padre eran manos nobles. Viriles, fuertes; pero de piel fina,

tanto que se le transparentaban las venas…

Con los años fueron llenándose con marcas del tiempo, de dolores callado, como cuando el huso del torno le enganchó una hilacha de la manga y retorció su mano izquierda.

LAS MANOS

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Nadie que viva de sus manos muere de hambre, sea carpintero o ladrón. (Las Mil y Una Carigiadas…)

36 LAS MANOS (U)

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Pero siempre permanecieron siendo nobles.

Envejecieron sin manchas ni arrugas. Y me aleccionaron que el verdadero

valor del hombre está en sus manos.Ellas nos dieron la libertad de agarrar

las cosas y erguir la cabeza para ver más allá.

De tomar un madero encendido y dominar al fuego, a la oscuridad, al temor.

Mi padre decía que frente a un hombre, primero le viese a los ojos y luego le mirase las manos.

Que quizás su mirada me pudiese engañar, pero sus manos dirían la verdad.

Rústicas o delicadas, sucias o limpias, toscas o refinadas, sanas o enfermas, siempre las manos hablan por su dueño.

Por eso, nunca se sabe que hay detrás de unas con guantes.

Me enseñó, y la vida me lo comprobó, que con ellas se puede hacer cosas y destruirlas, se puede amar y herir, crear y matar, acariciar y castigar, saludar… y decir adiós.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Un día, lejos, me llamaron diciendo que mi padre estaba en coma.

Sus manos ya no se moverían más.Lo acompañé. Una noche murió. Mis manos cerraron sus ojos… y

acaricié las suyas. Las acaricié por tantas veces que debí

hacerlo y no lo hice. Lo llevaron a la morgue. A la otra

mañana fui con mi hermano para transportarlo al velatorio.

Estaba solo, abandonado en un frío cuarto.

Le miré las manos. Las miraba por última vez.

Lo sepultamos. Sobraron manos para despedirlo.Después fui al garaje. Había olvidado las Manos de Rodin. Pero, nunca podré olvidar las de mi

padre.Eran manos nobles. Viriles, fuertes; pero de piel fina, tanto

que se le transparentaban las venas…Y desde el ayer me pareció oír una voz

añorante:–Ah… las manos de tu padre.

…oo0oo…

LAS MANOSLAS MANOS

Diap 95

Page 96: 12 en el fondo  par sil

Llegué al siquiátrico.Sonreí por el eufemismo.El vigilante me dejó pasar con la misma

sonrisa que daba a los anormales.¿Sería yo uno más?Y le oí decir:–Su amigo Juan está en el fondo, en el

último rincón, en el banco final. Hoy tiene un día de ésos…

Simulé agradecer con un gesto. Pero, me sentí molesto.

¿Cuáles son los días ésos? ¿Todos no tenemos días de ésos?

Sólo que Juan era un loco… y ahora sin esquina.

Lo encontré en el banco. No en el asiento, sino sobre el respaldo.

Temiendo que cayese para atrás, le inquirí:

–Hola Juan… ¿Qué haces sentado allí arriba?

–Es para tener las ideas más altas. –afirmó el desquiciado.

–Si es por esa razón, –le seguí la corriente– tendrías que haberte subido al árbol.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–No. –me vio con una mirada delirante– Si se cae una idea del árbol, se puede arruinar con el golpe. Acuérdate lo que le pasó al mono que se cayó de allí y se puso a caminar.

–En cambio; –continuó– si se cae de donde estoy, queda en el asiento del banco. Sería otra idea caída… pero asentada.

Reímos juntos. Luego, le pregunté con cariño:

–¿Cómo estás, amigo mío? –Acá… filosofeando… –y su rostro tuvo

un rictus amargo.–Querrás decir filosofando. –me permití

corregirle.–No, –aseveró, firme– filosofeando. Por

que todo en lo que pienso me hace sentir un resto feo.

–Bueno... –expresé comprensivo– Desde que los antiguos griegos juntaron esas dos palabritas: filo que es amor, y sofía que es conocimiento, nos complicaron la vida. Ya que en lugar de vivirla, queremos saber porque la vivimos.

–¡Cállate! –me ordenó– Habla bajo. Si te oyen diciendo esas cosas, no te van a dejar salir. Te encerrarán con nosotros.

Volvimos a reír como un par de locos. Y le comenté:

FILOSOFEANDO

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¡Qué locura esa de pensar!...

37 FILOSOFEANDO (U)

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–Allá afuera tengo otro amigo que se pregunta sin en el ayer fuimos o dejamos de ser. ¿Tú que crees?

–¿Acaso es algo diferente? –me respondió– Cada vez que fuimos, dejamos de ser lo que quisimos ser. El presente es el instante intangible donde el futuro posible se convierte en un pasado real. Y el pasado no se puede cambiar.

–¿Sabes?... –continuaba él, divagando– Muchos dicen que mi filosofía es barata. ¿Hay filosofías más caras que otras?

–No lo creo. –acoté– Lo que hay son personas que saben decir a los demás los que a éstos les gusta escuchar.

–Es que nos capan desde chiquitos. –afirmó el demente– En otros lados a los becerros les sacan, aplastan, o cauterizan con fuego los testículos. Acá somos más cínicos intelectuales.

–Acá, –siguió– a los que no quieren que lleguen a toros, les atan las bolas con una crin. Y así, se les van secando en tanto ellos crecen… Y al final se les caen solas… secas.

–Sin siquiera gritar una vez… ni sentir dolor como los que se los quitan por la fuerza. –añadí con rebeldía.

EN EL FONDOEN EL FONDO

–Así es, mansitos. –y él, con ojos extraviados, miró el cielo.

–Y la crin la van apretando nuestros padres, los maestros, la familia, los compañeros, nuestros amigos. –murmuré.

–¡No!... –reaccionó Juan– Los amigos de verdad, los medios locos como tú, los locos de afuera o los que estamos aquí, en vez de apretarla, la aflojamos. Por eso, nos dicen anormales.

Vi llegar al vigilante. La hora de visita había terminado. Me levanté para despedirme. Pero, Juan me contuvo.

–Ándate sin despedirte. El que se despide ni se va ni se queda del todo. Algo del que se queda, se va con el que se va. Y algo del que se va, se queda con el que se queda.

El vigilante, al oírlo, hizo un guiño compasivo.

Otra vez simulé agradecer con un gesto.

Me fui. Había estado con mi viejo amigo Juan…

el loco ahora sin esquina. Filosofeando. Me fui. Y, mientras me iba, sentía un resto feo.

…oo0oo…

FILOSOFEANDOFILOSOFEANDO

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En la bahía de Montevideo, al fondo, en su parte norte, está la destilería ANCAP.

Una sigla que significa Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland.

Raro es llamar administración a algo que produce.

Y más raro debe ser el producto de mezclar nafta, caña y cemento.

Pero, todo es posible allí. Ése es un país muy particular.Antes de construir la destilería, dicha

zona era una ciénaga formada por el barro que aún trae el arroyo Pantanoso que desemboca a su izquierda; y el del Miguelete, a su derecha.

O sea, que hallaron un asentamiento digno para procesar ese nauseabundo, asqueroso y sucio aceite llamado petróleo y que ha pervertido todos los valores humanos.

El lugar se llenó de grandes depósitos circulares, tuvo un alta chimenea para quemar gases mal olientes.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y lo que había sido la hermosa playa Capurro desapareció con los pegajosos restos del hidrocarburo que pierden los tanques al pasar por el canal.

Los barrios aledaños se poblaron de emigrantes que venían perseguidos por el hambre y las políticas de Europa, como de gauchos perseguidos por las necesidades e injusticias.

En el futuro, surgirían de allí las revoluciones sociales y las ideas rebeldes.

Estos son subproductos del petróleo, aunque no aparezcan en ninguna torre de destilación.

Pero, al montar otra planta, no importa. Todo es en nombre del progreso… y de

las fortunas a ganar por unos pocos.Y así, cada tanto, por las escolleras del

puerto entraba un petrolero, cruzaba la bahía por detrás de la Isla de las Ratas y descargaba su fétido contenido en la destiladora.

Los buques tanques son como lo que llevan:

Feos.Sin embargo, hubo uno que hasta

cambió su nombre por un ser que nació, creció y vivió en él.

Nadie sabe como se llamaba antes ese tanquero.

Ahora sólo se le recuerda por: Ñandú.

EL ÑANDÚ

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Ñandú: Ave corredora parecida al avestruz, pero de menor tamaño y color pardo.

38 EL ÑANDÚ (U)

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::::::Comenzó aquel verano, cuando Timoteo

cumplió dieciséis años. El botija vivía con su madre en un

ranchito sobre una de las tantas calles sin asfaltar que había cerca del Ancap.

Un tío del interior, le trajo de regalo un enorme huevo de trece centímetros de largo por nueve de diámetro y que pesaba casi medio kilo.

Un huevo de ñandú.Dijo que lo había sacado de un nido

cuando el macho salió a comer, ya que en esas aves es el que empolla. Y que debía faltar poco para que naciera el pichón, que lo cuidase.

Timoteo lo puso en el nido de una clueca, lo cubrió con una vieja frazada, y colocó encima los que ella estaba incubando.

Y la pobre gallina siguió dando calor a todos.

Poco después se fue ese tío y llegó otro. Timoteo no tenía padre, pero le

sobraban tíos… tíos que venían por unos días.

Este era oficial del buque cisterna que había atracado de mañana en la destilería. Un tío que aparecía cada dos meses y quedaba mientras el tanquero estuviese en rada.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Pero esta vez les obsequió un gran regalo. Le había logrado trabajo al muchacho en el barco.

Sería grumete. Gran alegría para la vieja, quien

recompensó debidamente al tío.A Timoteo le surgió una angustia. Tenía que abandonar el encargo. Se

sentía responsable por polluelo a punto de nacer.

Y se atrevió a preguntar si podía llevar el huevo con él.

El oficial, ya con unos vasos de vino encima y una buena comida, largó la risa y le respondió que sí.

El sábado Timoteo subía al tanquero. En una mano llevaba una bolsa de ropa

usada, y en la otra una caja con el tibio huevo.

El buque tocó una grave sirena y se fue por la bahía.

Pero, antes que llegara a la escollera, quizás por el calor del sol, el embrión eclosionó saliendo un pollo desgarbado, de largo cuello, enormes patas, y que de inmediato caminó.

Los marineros lo adoptaron como mascota.

Y lo llamaron simplemente lo que era: Ñandú.

EL ÑANDÚEL ÑANDÚ

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Puerto que tocaban, puerto donde compraban verduras y pasto para el ave que crecía en forma acelerada.

Su dieta de insectos se le procuraba él mismo paseando por la cubierta.

Ñandú tenía preferencia por Timoteo. Al verlo, salía raudo hacia el muchacho,

brillándole sus grandes ojos negros, con un aleteo infructuoso, ya que los ratites no vuelan.

Durante el día era estrambótico verlo correr de popa a proa y viceversa, a toda velocidad, esquivando los obstáculos, y doblar casi en ángulo usando su corta ala como timón.

A veces se quedaba en popa, oteando el horizonte, quizás sintiendo el aroma de lejanas pampas desconocidas por él.

A llegar la noche se acurrucaba en su nido, uno que había hecho escarbando un atado de pasto, al final del corredor donde estaban los camarotes de la tripulación.

A los seis meses ya se había desarrollado por completo con una estatura de un metro sesenta, esbelto cuerpo de fuerte contextura, cuello muy largo, patas largas y potentes.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Si alguien simulaba luchar con él, reaccionaba atacándolo con su pescuezo como si éste fuese una culebra. Pero, sabía cual era su lugar y aceptaba que le hicieran chanzas.

Hasta conocía donde debía hacer sus defecaciones.

Iba a una abertura cercana a la proa, la cual solía ser barrida por las olas… y luego salía corriendo antes que llegara una.

Lo que no se le pudo domesticar fue en su hábito natural de arrancar con su pico cualquier objeto raro o brillante y tragárselo.

Hasta el capitán se cuidaba de mostrar su gorra.

Su voz era casi un susurro. Pocas veces se enojaba. Pero cuando lo hacía, estiraba su cuello, lo hinchaba, y emitía un ruido que más parecía un bramido que el tono de un ave.

En un puerto le compraron un huevo enorme de porcelana, y él de inmediato lo llevó arrastrándolo con su pico hasta el nido.

Así supieron que era un macho.Y donde llegase el buque cisterna, éste

era conocido como el tanquero del Ñandú.

EL ÑANDÚEL ÑANDÚ

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Un día pusieron otro capitán, un acomodado.

Y, queriendo hacer ver su autoridad, ordenó que sacaran ese “pajaraco”.

Timoteo lo llevó al fondo del terreno del ranchito. Con ramas le hizo una cerca.

Tuvo la esperanza que entre las gallinas y el viejo matungo se adaptara al nuevo hogar.

Le acarició el áspero cuello y fue a dormir. Temprano se levantó. El ñandú le saludó con su grito. Y Timoteo salió.

El buque cisterna zarpaba esa mañana.Habían soltado amarras cuando vieron

surgir por el muelle al ñandú. Había roto la cerca con sus fuertes

patas. Su barco, su hogar, su amigo, se

marchaba… y él no se iba a quedar.Y corriendo saltó hacia la nave… quiso

volar hacia ella.Pero, los ñandúes no pueden volar.Cayó en un charco de petróleo entre el

muelle y el buque.Sus compañeros, los tripulantes,

pararon el barco y fueron a recogerlo. Lo llevaron sobre cubierta. Era tarde.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Embadurnado de asfalto, agonizaba. Su cuello se curvó flácido y, con un

triste piar, murió en brazos de Timoteo.El novel capitán se escondió. Y el

tanquero siguió adelante.Fueron atravesando la bahía. Cada tanto, el buque cisterna lanzaba

tres lúgubres pitazos, como una marcha fúnebre.

Desde las calles del Cerro y La Teja salían a verlo partir. Nadie preguntaba nada.

Los pobres no necesitan explicación.Al llegar al Gran Canal, en el medio del

Río de la Plata, lo sepultaron en el mar… Como un marinero más.Y el tiempo pasó.¿El capitán?... Fue su único viaje. Le

dieron un puesto de importancia en el ministerio.

¿Timoteo?... Dicen que por ahí anda, en el interior, por los campos, cuidando los “ñanduces”.

¿El tanquero?... Un día, al retornar, fue a carena.Al salir, en su casco repintado tenía un

nuevo nombre:Ñandú.

…oo0oo…

EL ÑANDÚEL ÑANDÚ

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El otro día el barrio se quedó sin agua. Hacía tiempo que la gente no salía a la

puerta y charlaba con sus vecinos. No hay como un mal común para unir a

las personas.A ninguno se le ocurrió averiguar si en

los demás barrios había agua o no. Si me falta lo mismo a mí que a ti, ya es

un problema general. Así razonan los cuerdos.

Y menos se les ocurrió pensar que Irineo podía ver con eso.

Irineo es un loco que apareció un tiempo después que Juan fue internado en el manicomio.

Pero, es muy distinto a Juan.No para en la esquina ni tiene un gato

ni nadie lo conoció antes.Apareció así, de golpe, sin saber de

donde. Algunos dicen que vino desde muy lejos. Otros, que se volvió loco de viejo.Y muchos, que se hace el loco para no

recordar lo que fue. La causa no importa, cada uno tiene el

derecho de ser loco a su manera. EN EL FONDOEN EL FONDO

Es el principio inherente de la individualidad.

Sólo lo normales tratan de ser iguales entre ellos.

Hasta el perro que le acompaña es muy peculiar.

Todos lo llaman “pulguiento”, ya que ni siquiera dormido deja de rascarse.

Pero Irineo le dice con mucho cariño: Suertudo.

Algo ilógico, pero la locura nada tiene de lógica.

El pobre perro es feo, rengo, rabón, le falta una oreja, con un ojo vacío, le cuelgan los belfos, y su cuerpo está plagado de cicatrices.

En cuanto a Irineo, ni su nombre es acorde a un loco.

Estos suelen llamarse Juan, José, Pedro, Luis, Ramón… como tantos seres normales.

En cambio, Irineo es algo distinguido.Y también se diferenciaba por los

lugares donde hallarlo, pasó mucho tiempo parando en distintas esquinas de la calle principal, hasta que afincó en donde desemboca la avenida.

Quizás lo llevó a eso la anormalidad existente allí.

La avenida es ancha con jardines en el medio. Y casi nadie circula por ella.

La calle es angosta, de doble vía, repleta de coches y buses yendo en ambos sentidos.

IRINEO

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Hecho real acontecido en la Urbanización San Luis, El Cafetal, Caracas… allá, por 1990..

Ser sabio implica ser un poco loco.

39 IRINEO (V)

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En uno de los jardines centrales, el último, junto a la acera, cerca de la calle principal, rodeada de hierbas y pequeñas piedras, existe un volante circular de sesenta centímetros.

Ese volante es usado por los técnicos del servicio de agua potable, y controla la llave en la enorme cañería bajo tierra.

Para girarla viene un equipo de ocho personas.

Dos son trabajadores. Los demás, ingenieros y supervisores.Y vienen dos porque uno solo no puede

mover el volante.Irineo se acerca a ver lo que ellos

hacen. Y ellos se burlan del desquiciado. Los cuerdos necesitan de un loco para

librar la tensión de hacer cosas normales.Nadie se molesta porque en ese lapso

no tengan agua en sus casas. Es el resultado normal de causa y

efecto. Pero ese día no había ninguna

camioneta del servicio.Ya en el anochecer, el vecindario estaba

a punto de efectuar una revuelta. Sobre todo las mujeres, quienes querían

agua para que sus maridos se bañasen al volver del trabajo.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Desde la oficina central le respondían que no había ningún problema, que el suministro estaba normal.

Pero, hastiados de tantas llamadas, enviaron un equipo a la esquina.

Cuando llegó ya era de noche. Encontraron a todos en las puertas de

las casas y ventanas de los apartamentos. Y todos se reían de ellos. El agua había llegado antes que los

técnicos.Por días revisaron el volante, hasta

sacaron la tierra para chequear la llave. Inexplicablemente, se movía sin

esfuerzo.En la esquina, Irineo acariciaba a su

perro Suertudo. Junto a él tenía una botella de un

conocido refresco. Hay dementes que dicen que afloja la

herrumbre.Un ingeniero fue hasta el desquiciado y

le preguntó:–¿Fuiste tú?... ¿Por qué lo hiciste?...–No sé… –respondió- Es lindo ver la

gente unida por algo. Y más lindo enseñar a los que dicen que saben…

Ambos rieron. Cosas de técnicos… o de locos.

…oo0oo…

IRINEOIRINEO

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Se conocían desde la infancia. Jugaron juntos a la bolita y a la payana

en la vereda de la casa de la esquina, la única que tenía baldosas con ranuras por donde corrían los bochones.

Eran ambos de familias de barrio, sus padres trabajaban en fábricas.

Pero, mientras el de Franz era un técnico valorado, al de José se le conocía por sus actividades sindicalistas.

Ambos botijas se desarrollaron y, si en el fondo siguieron unidos por la amistad, como es natural, sus ideales, gustos y profesiones, tomaron vías disimiles.

Aunque, por esas circunstancias propias de los barrios, se casaron con hermanas.

Franz lo hizo con la hija más chica del dueño de la esquina, un omnibusero y por lo tanto gallego.

Resultó un noviazgo algo accidentado, no porque chocara el chofer quien murió joven de un infarto dejando a la esposa con dos transportes y dos hijas pequeñas.

EN EL FONDOEN EL FONDO

No fue muy larga la viudez. Pronto la señora se casó con el guarda compañero del difunto.

Y éste se hizo cargo de todo, de la viuda, de los ómnibus, y del cuidado de las huérfanas.

Fue José el primer novio que entró a la casa.

Dragoneó por un tiempo a Marilú, la mayor. Y una noche, bajo el alto balcón, tomó el coraje de hablar con la vieja.

A pesar que la nena era dos años mayor que él, la doña lo aceptó.

El muchacho estudiaba medicina, y tal vez lo hizo como precaución ya que era viuda otra vez por un infarto.

Distinto fue el caso de Franz. Éste se enamoró de Marlene, la otra hermana, la menor, en una kermés de la parroquia.

Y, como iba a estudiar a Alemania, no formalizó el romance.

Pero, idealista, fuerte y romántico como buen germano, el día anterior a su viaje a Europa, en la parada le dijo que la quería, la besó, le pidió que lo esperara y… subió al tranvía.

Y ella lo esperó.

DUDAS

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Al amor lo destruye la traición,a la amistad lo hace la duda.

40 DUDAS (U)

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Y lo esperó por cinco años. Cuando Franz volvió del viejo

continente traía un título de ingeniero y unas ansias enormes de trabajar y de casarse con la mujer de sus sueños.

Entre tanto José ya cursaba los últimos años de medicina y se mantenía fiel a su noviazgo con Marilú. No tanto a ella.

Se casaron los dos amigos con las dos hermanas.

Pronto José se hizo médico renombrado y de fina amabilidad. Y Franz reconocido técnico en plantas de gas… y de seco trato.

Seguían la amistad. Pero, en ocasiones, cuando el doctor le

solicitaba hacer algo, al germano le surgían ciertas dudas.

Cierta vez José le pidió si podía ir a la casa de una conocida escritora, paciente del doctor. E impaciente en otras cosas.

Parecía que ella tenía problemas en la cocina y con el gas.

Franz tuvo la duda si se refería a la cocina como habitación o al artefacto donde preparan la comida.

Luego la duda si era sobre un problema de gas de ella o del combustible que alimentaba al aparato.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Pero técnico y amigo al fin, calló y fue al apartamento de la escritora.

Se encontró con una despampanante mujer de la cual emanaba una desbordada sexualidad.

Y Franz con sus herramientas fue invitado a entrar.

Juntos fueron hasta la cocina, a la habitación y al artefacto. Reparó el último, tenía una fuga.

Pero, el olor persistía. Recorrieron la casa.

Malena, esa mujer, quería saber cosas de Marilú.

Llegaron al dormitorio. En un rincón estaba ese perchero parado donde los hombres cuelgan su ropa.

Reconoció un suéter. Se lo había visto a su amigo. Y debajo había un pantalón que no correspondía a su talla.

Recordó que la escritora era casada. Y ella, insinuante, le dijo:–Es oriental… y hace una semana que no

viene.Franz salió de la casa con la duda si al

decir oriental, ella se refería a la tela del pantalón o a su dueño.

En el fondo tiene otras dudas. Y ya no es tan amigo de José.

…oo0oo…

DUDASDUDAS

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Érase otoño y las hojas caían de los árboles.

Y las hojas caían… caían.Érase otoño y un hombre las barría en la

vereda.Y el hombre barría… barría.Érase otoño y lo miraba una gata

blanca.Y la gata miraba… miraba.Érase otoño, un tibio día de sol otoñal.Y las hojas caían, el viejo barría, la gata

miraba.Así parecía. Pero, érase otoño. Y en otoño no es todo lo que parece.Por que las hojas morían…Y el viejo recordaba… Y la blanca gata lo acompañaba.El hombre viejo le habló a la gatita. Y ella le respondió con un suave

maullido. EN EL FONDOEN EL FONDO

No entendió lo que él le decía…Pero, le comprendía… le comprendía.Y los dos, en el fondo, muy en el fondo, lo

sabían.Y de los árboles seguían cayendo hojas.Hojas ocres como el tiempo pasado.Hojas amarillas como los años idos.Hojas rojas como el ayer.Y hasta hojas verdes, aún vivas, que no

podían abandonar su unión con las otras.Todas se mezclaban en el empuje de la

escoba del presente para terminar en la pila que el fuego de mañana consumiría.

–¿Sabes, gatita? –dijo al hombre– Cuando ella las barría no quedaba ni una hoja en el camino. Pero… ella ya no está.

La gata blanca nada respondió.Fue hasta los pies del viejo y ronroneó.Luego se dirigió a la casa.El hombre viejo la siguió.Y desaparecieron tras sus muros.Esa tarde no cayeron hojas de los

árboles.Nadie supo porqué.Pero el viejo y la gatita blanca lo sabían.En el fondo, muy en el fondo, lo sabían.Érase otoño…Y en otoño no es todo lo que parece.

 …oo0oo…

ÉRASE OTOÑO

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41 ÉRASE OTOÑO… (U)

Otto Bauer y Blanquita

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Estaba guardado en el cajón del escritorio.

Por que mis escritorios siempre sirvieron para todo.

Desde aquel escritorio de recién casado, rústico, hecho por mí con tablas; al último, enorme, vistoso y… comprado.

Y sirvieron para escribir un poema, un cuento… o armar un aparato, o arreglar un artefacto que no funcionase.

Estaba junto al alicate, o pinza; a una cuchilla para cortar lo que fuese, y a un martillo no muy grande.

Todos se hallaban en el primer cajón a la derecha, dentro una tapa de caja de zapatos, que los separaba de las demás cajas con grapas, clip, chinches, lija, tarjetas, cédulas, etc.

En la tapa había otros destornilladores:Dos para usar con dados, varios con

puntas plana y de distinto ancho, no tantos con puntas para tornillos de estrías.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Pero cuando estaba haciendo un trabajo, fuese apretar el mango de una olla, o poniendo un portalámparas; y pedía el destornillador del escritorio, nadie dudaba cual traerme…

¡El de mango amarillo y rojo, el de punta rara!..

Llegando en manos de mis hijos, él vino siempre igual; en tanto ellos iban creciendo.

Y llegó el momento que quien me lo traía era la misma que lo trajo de aquel rústico escritorio.

En el mango estriado y de plástico duro tenía grabada una marca famosa.

Tiempo, uso… y abuso, la habían desgastado.

El cuerpo era una acerada varilla de cinco milímetros de diámetro, diez centímetros de largo, y algo curvada…

¡ya que más de una vez se usó como palanca!

Y, finalmente, la punta, la paleta…¡Ahí estaba toda la importancia, la

peculiar distinción, la infinita utilidad del destornillador del escritorio!...

Parecía plana, porque en su origen fue plana, y aún serbia para tornillos de ranura… si se le ponía de canto.

EL DESTORNILLADOR

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–¿Es atornillador o destornillador?...–Y… depende.

–¿Depende si se aprieta o se afloja?...–No… Del tiempo… de los años.

(Charlas sin palabras)

EL DESTORNILLADOR (V)

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Pero, no recuerdo cuando, la limé de ambos lados, y era utilísima para los tornillos estría o cruz. Aún mejor que los vendidos para ese fin, los cuales se dañan enseguida.

Su acerado extremo lo utilizaba de centropunto, y señalaba sobre una chapa el inicio para hacer un hueco y que la mecha del taladro no patinara.

Así mismo, usado con una cuerdita, o una regla, marcaba líneas y curvas para luego cortar las figuras dibujadas.

Y fue utilizado para abrir latas de pinturas, para revolver frascos de pega, para sacar clavos… para todo lo imaginable.

Pero, un día dejaron de hacerse cosas en esa tierra. La tierra y el hombre habían cambiado.

Y el hombre tenía que irse.Llegó el momento de partir. En el apuro había puesto el

destornillador en una caja, con las demás herramientas que pensaba mandar a la tierra que un lejano día me vio partir.

Había herramientas nuevas, viejas, comunes, sofisticadas, demasiadas herramientas para unas manos que ya no tenían fuerzas para usarlas en un futuro de inciertos años.

EN EL FONDOEN EL FONDO

Y allí, en el fondo de la caja, con su mango desgastado, con su cuerpo torcido, con su punta rara, con sus manchas de pinturas, de pegas… estaba el destornillador.

Lo tomé con delicadeza. Se habrá extrañado de sentirse

agarrado así. Él estaba acostumbrado a apretar, a

soltar, a hacer cosas, a vencer resistencias, a demostrar fuerza.

Y, apretándolo contra mi pecho, lo llevé al maletín.

Lo coloqué junto a la computadora, a los documentos, a relojes y aparatos modernos que facilitan y simplifican la vida.

¡No!... Ese destornillador no iría en una caja cualquiera.

Iría conmigo… junto a mí…Porque con ese destornillador hicimos

muchas cosas…Con él… armamos el pasado.

…oo0oo…

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EL DESTORNILLADOREL DESTORNILLADOR

Año 2016 El destornillador y el autor

El destornillador tiene 61 años.El autor 87

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EN EL FONDOEN EL FONDO

del libroEN EL FONDO

Prefiero poner última página y no conclusión ni final. 

Los seres tienen un final, las ideas no. 

Y mientras haya ideas habrá palabras. 

Y mientras haya palabras habrá cuentos y poesías.

Así terminaba en el año 2007

Hoy… Ya no me importa en que año

estoy.

el fondo… es el fondo de mis recuerdos

la hamaca… es la hamaca de mis recuerdos

el parral… es el parral de mis recuerdos

y el aljibe… el aljibe está vacío.

Rosalino CarigiMayo 2016

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ÚLTIMA PÁGINA

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Soy otro ejemplo de los criados durante los años treinta y cuarenta en la República Oriental del Uruguay.

República que sembró en aquellos niños, principios que los harían críticos despiadados consigo mismo y con los demás.

De 1925 a 1938, en la gran huida de Europa, llegaron al Cerro seres de diferentes pueblos, religiones, sueños, odios.

Venían todos con ideales de un futuro mejor.

Ideales que fueron transmitidos a los niños, sentados en las baldosas de las veredas, por viejos frustrados del marxismo, socialismo, fascismo, comunismo, por italianos, armenios, judíos, rusos, alemanes, polacos, gallegos, catalanes.

Y que nos dejaron una mezcla incongruente de ideas

Asistí a la escuela Checoslovaquia, laica y del estado, y así mismo pertenecí a un grupo de la iglesia católica parroquial.

Me gustó ser aprendiz de todo, desde zapatero remendón a monaguillo, y sin beneficio alguno. Sólo por conocer.

Completé mi educación en el Liceo Bauzá, el hoy derruido de la avda. Agraciada. Tuvimos profesores que nos enseñaron normas, y otros a pensar... y dudar de las verdades absolutas.

Estando aún vivo, creo innecesario que otro escriba sobre mí. Se justificaría si fuese joven y precisase un panegírico. Y, afortunadamente, ya no me afecta esa enfermedad.

Trataré de ser justo y escueto, cosa difícil cuando se habla de uno mismo.

Nombre: Rosalino David Carigi Aquilini.Apodos: Titi (Uruguay). Catire

(Venezuela)Seudónimo: Gracián Solirio (anagrama)Nacido el: 28 de marzo de 1929.En: Fornacci di Barga, Lucca, Toscana,

Italia.Nacionalidad: Italiano y Venezolano.Profesión: Téc. Industrial Metal

Mecánico, Hornos y Esmalte. Plantas Electrodomésticos.

Vida laboral: Dibujante, Proyectista, Jefe, Gte. de Planta, Jubilado.

Estado: Casado con María Teresita Delgado San Martín.

Hijos: Juan Pablo, María Leticia, María Esther

El 13 de octubre de 1931, teniendo dos años y medio, vine con mis padres a Montevideo. Y viví hasta mis 25 años en la Villa del Cerro, barrio emblemático.

SE DICE DE MÍ

SE DICE DE MI(EL AUTOR)

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EN EL FONDOEN EL FONDO

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Expresando ese sentimiento, emulaba una canción:

–Ni soy de aquí, ni soy de allá…Y alguien me corrigió:–¿No será que es de aquí y de allá?

Usted es un extrañero no un extranjero. El que se forma en un lado y hace su vida en otro, será un extrañero en ambos. Porque cuando esté en una parte extrañará la otra.

Hoy, viejo, miro hacia atrás y no me arrepiento de ningún instante vivido. Son mi vivencia.

Fui un niño tímido, observador, retraído, y solitario.

Fui un joven rebelde, inquieto, inconforme y soñador.

Fui un hombre introvertido, irascible, estricto e idealista.

Soy un viejo agnóstico, impaciente, nostálgico y bohemio.

Y ahora, a mi edad, solo queda… lo que fui.

Y lo viví a mi manera…oo0oo….

Rosalino CarigiSeptiembre de 2013

Nota: “Se Dice de Mí” se copió del libro “LOS DONES DEL AYER”

Una de las pocas cosas a la que quisiera volver, es al Liceo Bauzá en 1945 y en segundo año “C” del turno vespertino.

En 1957 me marché tras un sueño a Venezuela. Fueron cincuenta años allí. Toda una vida. Mi vida.

Viví los mejores años de dos grandes países, el Uruguay y Venezuela.

Tuve la felicidad de vivir sus progresos. Y la fortuna de no hacerme rico.

Tuve la tristeza de vivir sus decadencias. Y la suerte de no volverme ruin.

Ayudé a abrir el camino de la industria, del esmalte y del progreso.

Tuve la dicha de enseñar a usarlo... y la amargura de ser usado en él.

En el 2008 volví al Uruguay. El tiempo todo lo cambia.El Uruguay que encontré no es el que

dejé. La Venezuela que dejé no es la que encontré.

Pero los que yo viví, nunca me los podrán cambiar. Nunca me los podrán quitar.

Por que al Uruguay que me formó, y la Venezuela donde me desarrollé, los llevo en mí.

Los dos me dieron todo. Y yo me di todo a ellos.

SE DICE DE MÍSE DICE DE MÍ

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EL ALJIBE ESTÁ VACÍOFIN