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LA RECOBRADA

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LA RECOBRADA A mis sobrinos Luis y Pilar en sus Bodas de Plata matrimoniales; a Enrique Fernández – Campa y Pilar Cánovas en su décimo aniversario; a Marta Beltrán, Carmen Ortuño y Laura Sempere.

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LA RECOBRADA

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A mis sobrinos Luis y Pilar en sus Bodas de Plata matrimoniales; a Enrique Fernández – Campa y

Pilar Cánovas en su décimo aniversario; a Marta Beltrán, Carmen Ortuño y Laura Sempere.

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NO es fácil recobrarte porque hace mucho tiempo que no sales a preguntar por mí. Unos segundos bastan, basta alargar las manos, abrir los ojos, despegar los labios, hacer una andadura de la voz para desposeerte del arranque vacío que te alejó de mí, para encontrarte allí donde no existe otra querencia que la del amor. No es fácil desvivir las distancias: a veces, duran como la vida misma. (Hasta uno se convence de que hay que andar por verte millones de kilómetros, pues estás a años luz y queda algo de niebla en mis ojos de otoño). Hoy necesito verte, comprobar que “tu cuerpo es un río”, un largo río por el que aún me pierdo queriendo escudriñar sus asombradas márgenes sin olvidar, como cuando tenía sombra en los ojos y no sabía si eras

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un sueño o un recuerdo, que se debe esperar por si viene crecida la corriente. No sé si se empieza a morir cuando se mira con los ojos abiertos o se empieza a vivir cuando se cierran:

el gozo de mirarte “crece con el temor” igual que contra el viento la fluctuante llama. No sé si penetra la noche golpeando con su torpe silencio las palabras que podrían llenar hoy de veleros y de blancas gaviotas el río de tu cuerpo en la crecida aurora.

Mira a tu alrededor con esos ojos de tórtola asustada que traes de tan lejos, de una tierra de púrpura, y deja a tu sonrisa volar sobre cerezos de henchido albor. No sufras si te digo que tendrás que acostumbrar tus ojos a lo súbito, tus manos al cansancio y a que tu voz fracase si me llamas.

No olvides que el amor hace severa

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la ausencia y que la sangre erguida se desploma como un golpe de voz desesperada.

Lléname ya de ti. El tiempo pasa. Ven. Vamos a hacer de nuevo la primavera y, poquito a poco, que el dolor que es tu cuerpo todavía recobre su temblor y el candor de la luz de la mañana mientras se me hace voz “la gozosa marea de tu risa”

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2 SON las seis de la tarde y me faltan palabras para acabar el verso y cantar la alegría. Y es que una lluvia oscura, inhóspita, no cesa de golpear mis manos. Una lluvia que llega de muy lejos y acompaña mi vida cuando acaba de romperle a la tuya los viejos calendarios para hacerte presencia. Apoyo en el balcón mi soledad y los ojos se me hacen lluvia y noche que no ven el callado y largo río de tu cuerpo glorioso, el aleteo de esas dos palomas viajeras de tus manos, las ánforas gemelas de tus pechos pequeños y las medias granadas de tus labios.

¿Y he de quedarme así hasta el amanecer por si no acabas de llegar?

El invierno avanza. No se oye tu risa de cristal, sólo la lluvia, que se hace casi humana sobre el papel mojado donde mi pluma está casi ya a punto de abrirte, amor, de par en par las puertas.

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Tiembla el cristal de la memoria. Tiembla la noche. Tiembla la voz. Tiembla la lluvia. Tiembla mi corazón porque ya tienes nombre. 23-I-99

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CRECE el invierno, amor, pero ya estás en casa y te puedo cantar con las palabras nuevas que aprendí cuando aún eras tesorera absoluta del silencio. Por eso hoy te he puesto el nombre más hermoso. Él guarda la fragancia del heno que se acaba de cortar, el rumor del arroyo de montaña, el color de los robles en otoño, todo el fulgor floral de los almendros. Y cómo huele a pan recién cocido que inunda los rincones de la casa desde el amanecer, cada mañana, cuando te llamo.

Escucha, amada mía, cómo lo silabeo, cómo se hace caricia candeal entre mis labios y, al mismo tiempo, trino, melodía purísima, cantiga y divina salmodia. Nombrarte es regresar a tu lado, romper las ataduras del tiempo, ser de nuevo compañero del río de tu cuerpo,

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perderme por tus ojos, acercarme a tu voz y vivir en aquello que solamente amo. 25-I-99

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A VECES, cuando vuelves los ojos hacia mí, querida mía, te quedas distraída, ensimismada, quieta como una mariposa de mayo en el jardín. Entonces tengo miedo de que te quedes ciega por si ese punto adonde miras guarda alguna connivencia con la muerte. Luego vuelvo hacia ti mis ojos fatigados y los descanso, y me olvido de todo cuanto he visto, sacudo la ceniza del desamor y busco algo que me ilumine la memoria, por ejemplo, aquel perfume íntimo que no borró la lluvia (la lluvia se eterniza en La Coruña) o esta sonrisa última que hoy me brindas salpicada de salitre. Y te veo sentada en esta habitación donde el invierno

no existe, y han huido las sombras para siempre,

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y ya no se confunden nuestras huellas, y empieza, con el alba, a iluminarse el vasto reino de la alegría. 26-I-99

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¿QUIÉN ha puesto en tus manos frágiles, delicadas, enjambres de golosas abejas, formaciones de descalzas golondrinas, cantatas de un difícil contrapunto? Cuando encontré tus manos entrelazadas con las mías, era que las habías tú perdido, amor, en la espuma furiosa del Cantábrico. Y acudí a liberarlas. ¡Estaba el mar tan falto de ternura aquella hermosa tarde de verano! Y me fijé en tus manos, recitales de risa mariscadora. Y sentí que eran cálidas cuando tú me rozaste con su nieve. Y son aquéllas estas suaves manos que hoy me envuelven como una brisa tierna con fuerte olor a mar Mediterráneo. Son las manos que vuelan como una risa azul sobre las alacenas donde esperan su toque mágico los tarros de la miel y la alcuza de aceite perfumado. ¡Tus manos, venda exacta, amor, de mi dolor! 27-I-99

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HOY es jueves. Se oye, en la vencida tarde, el ruido de tus pasos en la sala de estar. Eso basta para saber que vives, que está todo en su sitio: las sillas, los papeles (controlado el volumen de la televisión para que no moleste) y el reloj de pared que nos indica cuántas horas nos quedan aún de amor antes de que la noche nos cobije. Alguien susurra aquella vieja canción: Estoy, amor, donde tú estás sin estar a tu lado. Pero ajeno ya a todo lo que no seas tú, emborrono cuartillas y cuartillas. ¿Oyes cómo respiro, cómo mi pluma deja, al deslizarse sobre el papel, pequeñas cicatrices? Si escribo para ti, es mi palabra azul como tu risa, pero sin esa levedad graciosa que la hace tan distinta.

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Mientras aún descansas tu voz en el pasado y rescatas palabras que creías ya pasto de la llama, te escribo. Si se me hiciera tarde por estar como tú, absorto, recordando cómo era tu voz, empeñado en el arte de ser feliz en ti, acércate, amor mío, y dime solamente

que es hora de cenar. 28-I-99

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HA SONADO el teléfono. No acudas a ver quién llama. Espera. Cuando el amor madruga y anda desnudo al alba, puede enfriarse: todo por culpa de un teléfono importuno. ¡Cómo te echo de menos si te levantas a deshora, pues las sábanas pierden de inmediato tu aroma y tu calor! Y yo empiezo a sentir esa pizquita de nostalgia de ti porque no puedo ver lo feliz que eres, sentir cómo tu cuerpo tiembla, a mi lado, de felicidad. Darán las diez en el reloj. La luz dejará su mensaje en el salón, escrito con palabras que sólo tú y yo sabemos descifrar. Sólo entonces, amor, podrás, sin riesgo, abrir balcones y ventanas para tomar conciencia un día más, del tiempo, de que vives a pesar de la lluvia que lava la ciudad de palabras vacías, de gestos de iracundia, de prisas por llegar a la oficina antes que las sirenas ululantes al hospital del barrio, de ese loco espejismo de colores

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en los anuncios de los cafés y las panaderías. A estas alturas de la vida, sobra lo de fuera; nos basta lo de dentro, esas pequeñas cosas que se impregnan de amor a cada instante: el búcaro de barro que nos refresca el agua, el pan sobre la mesa a su hora justa, la botella de vino o la alcuza de aceite precavido que todo lo suaviza, la taza de café a las dos y media, la sonrisa que brota del geranio cuando tu amor lo riega y el silencio fecundo que nos une. Alguien dijo: “El amor, como todo, es cuestión de palabras”. A nosotros nos basta con mirarnos. 29-I-99

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8 HAY momentos, mi amor, en que tenemos que dejar aparcados manos, ojos, palabras y silencios porque nos interesa sentir en nuestra piel esta bajada brusca –siete grados- de la temperatura. Son, pues, las sensaciones lo que ahora nos ocupa y celebrar que el viento abra sus manos y acaricie los pinos, los olivos, los chopos, los cipreses y los libere de su polvo inútil, pues hoy la lluvia tarda. Aquí nunca es puntual y su visita, a veces, sabe más que a saludo a despedida. Tú, por si acaso, cierra el balcón donde has puesto tus macetas y siéntate a mi lado. Hoy, sábado, no tengo nada que corregir, ni lecciones que preparar. Parece que incluso la enseñanza disfruta sus rebajas, sobre todo los fines de semana. Tú y yo, que no sufrimos

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estar ociosos, vamos a nuestro cotidiano quehacer: a leer tú “Los gozos y las sombras”, de Gonzalo Torrente Ballester, que se ha ido - 27 de enero, Salamanca – a formar parte de los inmortales; yo a escribir estos versos que, una vez más, celebran nuestro amor y te aseguran la inmortalidad. 30-I-99

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9 NO hay nada comparable a una tarde de lluvia en que el recuerdo no proyecta sombras y, serenos, los ojos se detienen en el umbral del alma, es decir, de la vida, y empiezan como en juego a enumerar aquello que nos ha hecho ser lo que somos muy a pesar del tiempo. Marcados por su hierro, -¿eres tú?, ¿dime qué haces hoy vestida de fiesta en esta tarde gris?-, cogidos de la mano, seguimos paseando el buen amor por la pequeña sala iluminada a lo profundo de nosotros mismos, y cerramos los ojos para no recorrer historias imposibles. A través del amor la vida es muy sencilla, y la hacemos, soñándola, difícil, porque nos cuesta mucho decidirnos a deshacernos de la insoportable ambigüedad que algunos establecen entre ser y existir. 30-I-99

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SIENTO, tras una noche medio en vela, un pequeño,

un íntimo cansancio. A veces, el amor nos juega estas pasadas.

Hoy, como cada lunes o día de trabajo, me desperté a las seis. He puesto en el balcón aquel viejo termómetro que encontré, hace unos años, perdido u olvidado, para ver si eran ciertos los horribles diagnósticos de los hombres del tiempo. Marcaba cinco grados. Y no te he dicho nada porque estabas aún dulcemente dormida. ¡Pero el día es tan bello! Sopla un Norte delgado que acuchilla los cielos y los deja vestidos de un inédito azul. Si al levantarte encuentras ventanas encendidas, descorre lentamente las cortinas y quédate,

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como cuando te leo cada último poema, mirando fijamente

que lo que hoy trae el día es alegría en vuelo,

luz que se quedará detenida en tu cuerpo en cuanto hayas prestado tu belleza al espejo.

No me olvides tu voz, que no conoce heladas ni naufragios nocturnos, cuando salgas buscando una huella de amor en cada estancia, en cada cuartilla emborronada o en el libro –tan tuyo- que comienza en tu nombre. 1-II-99

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SI abarcas soledades, mueren en ti. Jamás las desdoblas. Te quedas sosegada, mirándome a los ojos, con los brazos en alto, apuntando -presencia pura- al mar como si fuera el límite donde, por fin, te pierdes y de donde regresas con los labios cargados a humedecer el alba. Yo, entre tanto, a tu lado trato de rodear tu cintura de versos heptasílabos y coronar tu frente con flores de silencio enamorado. Es como otra manera de entretener mis dedos, de tenerte con tu tiempo en el mío, con tu voz almendrada recostada en mis viñas antes de que la noche me suba al corazón y agrupes tus ternuras y me invites a jugar con tu boca. Hoy nadie nos pregunta si es nuestra libertad provisional, (hace ya mucho tiempo que hemos hecho, mi amor, de nuestra casa vida), si hemos madrugado a sorprender los pájaros de luz

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entre los avellanos, en qué mar se nos quedan las confidencias, los pequeños gestos, después de descubrir en “esta hermosa tierra litoral nuestro espacio de besos cardinales”.

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12 HACE ya dos semanas que recobré tus ojos, tu cabello, tus manos, tu silueta, tu sonrisa, el río de tu cuerpo. Nunca podré olvidar aquel gélido viernes, aquel fin de semana, suficientes para que percibieras cómo el invierno fluye, cómo, al pasar, tu tiempo se ha hecho mío, cómo se han convertido las palabras en vida y la vida en memoria uno del otro por encima de la felicidad. Tuvimos que quemar –necesitabas un mundo de cristal- los mágicos acordes de aquella vieja música que dejó en la memoria tajante escalofrío de pasiones. Tuve, tras mil fallidos intentos de requiebros, que perderme, en la tarde lluviosa y angustiada, por una red de calles y avenidas de una ciudad sin nombre donde los hombres iban desgarrándose las voces sobre el frío fluir de las aceras

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y una opaca vorágine de asfalto, hasta que, desatada del sueño, regresaste a incordiar el cansancio de mis amaneceres, a llenar el tupido silencio con tu canto, a descansar tu prisa entre mis brazos, a sentarte a mi lado, sin hilo y sin agujas, en un rincón inédito donde el amor se inventa y a dormir en mis eras. Recobrados, por fin, los mínimos espacios donde la intimidad se breza, esperaremos, sin neuras, sin estrés, recreando paisajes, a que venga a empaparnos un torrente vital. 5-II-99

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Yo lavaré tus sueños en una fuente pública.

RAMÓN IRIGOYEN

YO lavaré tus sueños en el agua más clara, lejos de las miradas lujuriosas de sátiros modernos, de las insinuaciones de crapulosos dioses... Y surgirás, cual Venus en concha nacarada, radiante con tu mano derecha sobre el pecho y la izquierda en tu pubis llameante, tú, diosa recobrada. Preguntarán por ti en todas las puertas los viejos amadores, que no te han visto resurgir del agua, y les darán noticias falsas.

Por eso, amor, he dejado vacías mis tinajas y he lavado tus sueños de musgos y cenizas, de fetiches y antiguos abalorios, de jactancias, deseos, despilfarros.

Nadie vendrá –tú estás con larga veste blanca-

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tras una noche de alcohol y olvido a contar una historia, una leyenda de una antidiosa que no nos interesa, y veremos, muy juntos, cómo cambia la luz divina del amanecer cuando alargas tus manos y se pierden tus pies por las páginas pares de este libro. 7-II-99

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14 ¿QUÉ lámpara, amor mío, alumbrará mi soledad oscura cuando tú ya no estés? ¿Qué haré cuando la noche ponga en mis pies cansados su torpe cepo y sobre la almohada fantasmas solitarios y un inmenso tropel de incertidumbres? ¿En qué luz mojaré mis dedos para hacértelos caricia cuando tú ya no estés? ¡Cuando no estés, amor, cuando no estés! 12-II-99

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15 MIRA cómo resbala, amada mía, el esplendor, y cómo se acelera hasta envolverme: eres creciente candelero, alba sobre espumosa sal. En ti se hace la luz que viste de esperanza el amor. 13-II-99

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Toda demora se convierte en culpa

LUIS ROSALES

TODA demora se convierte en culpa si se comienza a andar con paso tartamudo y se llega con las manos vacías, y no aprendieron a volar los labios, y los ojos no saben qué mirar, ni por dónde hay que empezar a ver. El amor no conoce los relojes, pero sabe cuándo debe temblar, quién llega de puntillas cantando entre los árboles, por qué dos corazones laten al mismo son y mendigan migajas de alegría que ayudan a vivir. Dicen, amada mía, que la espera es una parte más de la alegría.

Por eso en esta fecha feliz ruedan más lentas las horas, se retrasa el encuentro y la espuma azul del mar desvía mis pasos de tu puerta.

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Ten paciencia conmigo: regreso salpicado de salitre “cuando llega esa hora en que la absolución es algo más que una palabra”. Amén. 14-II-99 . Día de los enamorados.

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17 HOY las rosas ocupan un búcaro; ayer fueron tus manos rosas y búcaros tan vivos que jugaban a ser rosas siguiendo el vuelo de unas alas rosa. Pero la vida es como una herencia que, poco a poco, se nos va gastando porque tenemos que pagarlo todo: la sonrisa que tú, amor, me regalas al despertarme cada día, esos ojos con que me alumbras, esa música que te acompaña cuando vas y vienes para decirme que es el agua trino como tu voz, que el labio tiembla y se hace de luz en cada beso, que eres tú mi primera eternidad. Cada día entregamos algo nuestro y nos vamos haciendo pobres sin darnos cuenta, porque somos el uno para el otro sencillamente un don. A veces, olvidamos que la vida es un aprendizaje progresivo e ignoramos que hay gestos que no se venden ni se compran, cántico que asciende por el cuerpo y no se puede compartir, silencios envueltos en espuma

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para que no hagan daño, sueños que se hacen voz que tiene, amada mía, el color de tu vientre en este invierno del noventa y nueve, que el pasado se agita y se deslíe en ecos. Hazte un poco más pobre. Regálame –aprovecha las últimas rebajas de febrero- tu mirada jovial: soy tu mendigo. 15-II-99

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18 ALGO, no sé qué pueda ser, me impide iniciar hoy este poema. ¿Cansancio acaso? ¿Cierta desazón porque no sienten tu divino roce mis palabras? Sé que existe una forma de distancia que es preciso encontrar para escribir, pero al estar tan próximos no puedo trazar una frontera aunque mi voz se apague para siempre. Por detrás de mi voz aletea un silencio, una especie de claridad tapiada donde te pienso, donde, a cada instante, trato de aprender a escribir con palabras nacidas por milagro. Hay una luz en la que estoy contigo viviendo la esperanza, es decir, el amor en plenitud, cuando ya no es posible esperar nada, nada. Y aún nos queda un glorioso amanecer de intimidad, al margen de las palabras y de algunos versos que por derecho propio

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nos pertenecen, algo del frescor de tu aliento y tu mirada niña, que se ha quedado escrita para siempre. Yo sé, por defendernos, cuánto hay de sufrimiento en estas páginas. Contigo siempre, sí, amada mía, y este asombro que vivo cada vez que me acerco y siento que ese río -tu cuerpo- es pura música que me trasciende y cala como lluvia en continuos crescendos. Y me recreo en el paisaje interior de tu boca fascinada y el abismo de sublime belleza de tu rostro mientras ondula un viento delgado tu cabello y se incendia de instantes el día que hace breve, brevísima la muerte. Juntos, pues, a pesar de la palabra, a pesar del poeta que se me está muriendo porque no sé escribir a tus espaldas, sólo guardando la distancia justa para que veas siempre lo que escribo. “Mientras estemos juntos viviremos”.

Alicante, 16 de febrero de 1999