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Sinopsis

La muerte del padre de Blancanieves la ha dejado a merced de

su madrastra Katarina.

Katarina se preocupa por una cosa, y solo una cosa: ella misma.

Vanidosa y arrogante, envía a Nieves al bosque para ser

asesinada. Nieves logra escapar y esconderse del asesino Hugo.

Después de vagar durante días, perdida y hambrienta, se topa con

Fableton, un pueblo encantado creado por Katarina para atrapar al

príncipe Philip después de que él la rechazara.

Philip no ha podido dejar Fableton durante medio milenio.

Blancanieves podría ser la persona de la que un hada le habló que

prometió que llegaría un día cuando una chica, pura de corazón, sería

capaz de romper la maldición y liberar a los habitantes de Fableton.

Pero, ¿Philip está dispuesto a arriesgar la vida de Nieves para

ganar su libertad? Nieves hace lo que nadie ha sido capaz de hacer

antes: abandonar el pueblo encantado. Su única esperanza de ganar

la libertad no solo para los residentes de Fableton, sino para ella

también, es derrotar a la malvada y poderosa Katarina.

Enchanted Fairytales 3

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orrió a través de la lluvia torrencial, encorvada

sobre sus libros mientras trataba de mantenerlos

secos. Había sabido que iba a llover hoy, lo había

sentido en el aire, visto en las oscuras nubes grises

colgando bajas. Pero se le había hecho tarde y

pensó que quizás la tormenta no la alcanzaría.

Un trueno retumbó a través del cielo, haciendo temblar el suelo

bajo sus pies. Nunca le habían gustado las tormentas, nunca podría

entender lo que otros encontraban tan romántico acerca de ellas. Tenía

frío, estaba mojada, y era miserable. Sus pies rechinaban con cada

paso, el agua corría en sus ojos, y sentía que nunca podría estar seca

de nuevo. No había nada remotamente emocionante acerca de la

lluvia.

Finalmente dobló la esquina hacia su casa. Con inmenso alivio se

deslizó por la puerta grande, agradecida de estar fuera del diluvio.

—¡Nieves! —le reprendió su madre mientras bajaba las escaleras y

la vio escurriendo en la entrada—. Estás esparciendo agua por todos

lados.

—Lo sé, lo siento —se disculpó—. Lo limpiaré. —Su madre,

madrastra si estuviera siendo técnica, le sonrió. Un escalofrío se extendió

por la espalda de Nieves. Ella no podía decir que su madre la había

tratado mal, o hecho cualquier cosa para hacer que Nieves dudara de

su afecto. Y, sin embargo, cada vez que su madre la miraba, sentía el

mismo escalofrío. Había algo en el rostro de su madre, en sus ojos, que

se sentía… fuera de lugar. A punto de graduarse de la escuela

secundaria y Nieves se sentía como una niña pequeña cuando se

trataba de su madrastra.

Rápidamente se quitó sus zapatos empapados y chaqueta, y

arrugó todo en una bola apretada. Entonces miró a través del

reluciente y extenso suelo de baldosas secas entre ella y el cuarto de

lavado que se encontraba en la parte trasera de la casa. Bueno, no

había nada que hacer, tenía que conseguir meter la ropa en la

secadora. Corrió a través del espacio, ignorando la ceja levantada de

su madre. Una vez en el cuarto de lavado, fue capaz de salirse de todas

sus cosas húmedas y colocarlas en la secadora. Una toalla doblada que

se encontraba en la parte superior de la secadora le dio algo para

envolverse mientras corría a su habitación. Allí, solo se tomo el tiempo

necesario para envolverse con una bata antes de ir de nuevo a la

C

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entrada, con trapos en la mano para limpiar su desorden. Su madre era

una purista de la perfección absoluta en la limpieza de su hogar, y ya

que Nieves estaba a su merced, ella realmente no podía quejarse.

Katarina era tan hermosa que mirarla era como tratar de mirar el

sol. Habían pasado años desde que su padre había muerto, y Katarina

se había casado con él tres años antes de eso. Sin embargo, su

madrastra no se veía un día más vieja que cuando se había casado

con el padre de Nieves. De hecho, podría ser fácilmente confundida

con la hermana de Nieves en lugar de su madre.

Su madre ya no estaba donde Nieves la había pasado. Ella limpió

hasta que no hubo rastros de su incidente con la lluvia antes de

atreverse a ducharse volviendo a algo parecido a la calidez. La ducha

era el tipo de tormenta que podía soportar. Una vez que el agua

caliente la hizo sentir menos como un cadáver y más como un ser

humano, se vistió y se fue escaleras abajo.

—Nieves, ven aquí, ¿puedes? —llamó su madre desde su oficina.

Ella entró en la habitación imponente que estaba hecha en caoba

pesada y colores oscuros. Supuso que estaba destinada a ser elegante

y sofisticada, pero se sentía fría y desalentadora para Nieves.

Su madre se sentaba detrás del gran escritorio ostentoso, el cual

tenía su placa de identificación puesta en el borde. Katarina White.

Nieves nunca supo exactamente por qué su madre insistía en sentarse

detrás del escritorio cada vez que tenía algo que discutir con ella. Ella

sospechaba que lo hacía por el bien de la intimidación. Con un suspiro,

se dejó caer en una de las sillas autoritarias al otro lado de su madre,

preparándose para un sermón por acarrear el agua de lluvia fangosa

en la casa.

—Nieves, querida, tengo una sorpresa para ti. —Katarina le sonrió

expectante, y era lo más cercano al placer auténtico que jamás había

visto en el rostro de su madre. Nieves esperó con paciencia, sabiendo

que no debía interrumpir. Su madrastra tenía una manera de hacer que

te detengas en seco con nada más que una mirada. Nieves no podía

decidir si esperaba lograr ese control alguna vez… o temer que pudiera

tenerlo.

—He dispuesto que un amigo te lleve al bosque a cazar.

La boca de Nieves cayó abierta y rápidamente la cerró.

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—¿Ca… cazar? —preguntó.

—Bueno, sí. Sé que la caza era muy estimada por tu padre, y que

él prometió enseñarte cuando fueras mayor.

Sus palabras fueron bastante ciertas. Su padre había sido un ávido

cazador, y como una niña que lo adoraba, Nieves constantemente le

había pedido que la llevara con él. Pero había sido una niña en ese

momento, sin mucha idea de lo que suponía cazar. Para ella no había

sido nada más que una oportunidad de pasar más tiempo con él,

viajando por el mundo. Él no cazaba a nivel local. Por lo que ella sabía,

nunca había estado en el bosque cerca de su hogar.

—Pero, yo…

—¿No te gusta esta sorpresa? —La fría voz de su madre la

interrumpió. Nieves fue lo suficientemente inteligente como para

reconocer la fuerte advertencia.

—Yo… sí, madre, lo hago. Gracias. —Su madre asintió, luciendo

satisfecha consigo misma. Y luego, como si alguien más estuviera

controlando sus acciones, Nieves volvió a hablar—. ¿Seguramente no te

refieres al Bosque Neru?

Los ojos de su madrastra se endurecieron.

—Por favor, no me digas que crees en los cuentos. Pensé que eras

más inteligente que eso, Nieves —le reprendió, su tono de voz dejando

claro que si Nieves decía que lo hacía, solo demostraría su falta de

intelecto.

Sintió que sacudió la cabeza, aunque por dentro estaba

temblando de miedo ante la idea de dar un paso dentro de él. El

Bosque Neru había sido nombrado hace siglos por un explorador

Córcega que afirmaba que el bosque tomaría cualquier persona que

entrara y los haría propios. Había algo de verdad en la historia.

—Bien. —Su madrastra se puso de pie, como si su negocio

concluyera—. Él te recogerá el sábado por la mañana. Y, Nieves. —

Volvió sus ojos oscuros hacia Nieves, diciéndole claramente que no iba

a ser desafiada en su siguiente petición—. Este es nuestro secreto. Ya

sabes cuán tontos pueden ser los aldeanos con respecto a Neru. —

Nieves asintió. Su vacilación debió de reflejarse en su rostro, porque su

madre se echó a reír, poniendo un brazo sobre sus hombros. Nieves

supuso que estaba destinado a ser un gesto de consuelo, pero en su

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lugar se sintió como una advertencia—. Sabes que las historias solo son

dichas para evitar que los niños vaguen en el bosque y se pierdan. Mi

cazador está bien versado con el bosque. Él te mantendrá a salvo.

Nieves asintió, su estómago tensándose ante la idea de entrar en

el bosque con un extraño, sin importar cuán “versado” estaba con él.

* * *

—¿Es una broma? —La mejor amiga en el mundo de Nieves,

Chandler, o Channy para abreviar, yacía al otro lado de la cama de

Nieves sobre su estómago, hojeando las páginas de una revista. Channy

era hermosa. Tenía el cabello castaño que le llegaba hasta la mitad de

la espalda, ojos marrones que siempre resplandecían divertidos, y una

sonrisa contagiosa. Como siempre, Nieves sintió una oleada de gratitud

cuando miró a su amiga. Nieves era una paria, por decirlo suavemente.

Channy no era solo su mejor amiga, era su única amiga. Channy

fácilmente podría ser la chica más popular de la escuela, si ella quisiera.

Pero no lo hacía, y de hecho hacía todo lo posible para asegurarse que

nadie la pusiera en el campo de chica “popular”.

—¿La Reina de la Nieve está haciéndote ir a cazar con un sujeto

que nunca has conocido? —Ella le sonrió a Nieves, como si fuera

divertido, pero Nieves pudo ver la compasión y preocupación en los

ojos marrones de Channy. Siempre llamaba a la madrastra de Nieves “la

Reina de la Nieve”. Para Channy tenía doble significado. No solo su

madrastra sentía que ella era la reina por encima de su hijastra Nieves,

sino que era tan fría como una reina de la nieve sería.

—Sí. —Nieves se dejó caer en su cama junto a Channy—. Loco,

¿eh? Y lo peor es que no tengo elección.

Channy la miró de reojo.

—¿Cuándo vas a decirle que deje de molestar?

Nieves se estremeció ante la idea de decir esas palabras en voz

alta a su madrastra.

—Nunca me ha hecho nada malo —dijo, las palabras débiles

para sus propios oídos.

—Oh, ¿en serio? —Las palabras de Channy estuvieron llenas de

sarcasmo—. Siempre te dice que eres fea.

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Nieves abrió la boca para discutir, pero Channy levantó una

mano para detenerla.

—Eres la persona más hermosa que he visto en mi vida —dijo,

agitando una mano hacia la revista abierta en la cama delante de

ella—. Haces que todas las chicas que ponen en estas revistas parezcan

simples seres corrientes. Pero la Reina de la Nieve está tan obsesionada

con su propia belleza que no puede soportar la idea que alguien se dé

cuenta de lo bonita que eres. Así que te hace poner ropa fea que no te

sirve, se niega a dejar que te cortes el cabello o uses algún tipo de

maquillaje… no es que lo necesites. Y te mantiene aquí como prisionera

y esclava personal. ¿Cómo es que eso no es tratarte mal?

Nieves se encogió de hombros. Había oído este argumento de

Channy antes. Channy era ciega donde Nieves era interesada. Nieves

tenía un espejo; podía ver por sí misma cuán simple era con su cabello

largo y oscuro que colgaba en una sola longitud de espesor hasta la

cintura y sus ojos azules no eran nada especiales. No había nada en ella

que fuera más que eso: simple. Toda la ropa genial y maquillaje en el

mundo no iba a cambiar eso. Por supuesto, eso no le impedía anhelar

una sola cosa para llevar que no pareciera como si perteneciera a una

vieja abuela.

—No me golpea —argumentó Nieves—. Y se quedó aquí conmigo

después que papá murió. Podría haberme enviado a un hogar de

acogida o algo así. Él dejó todo por ella, así que ella no tenía ninguna

obligación hacia mí, sobre todo ya que estuvieron casados por poco

tiempo.

—Bueno, entonces dale el premio a la madre del año —dijo

Channy arrastrando las palabras—. Por supuesto que se quedó contigo.

Le haría quedar mal si no lo hacía, y no es nada más que acerca de las

apariencias. ¿Qué crees que va a pasar cuando nos graduemos en dos

meses? ¿O tal vez incluso el mes próximo cuando cumplas dieciocho

años?

Nieves se encogió de hombros otra vez. Se preocupaba por eso,

para ser honesta. Su padre había sido muy rico. Incluso a una edad

temprana, había reconocido que el dinero que tenían iba más allá de

lo que cualquier otra persona en la ciudad tenía, y más que muchas

personas en el mundo. Pero él había dejado todo a su joven esposa, y

nada a Nieves. No podía culparlo, a decir verdad. ¿Cómo podía haber

sabido que iba a morir a una edad tan joven? Probablemente había

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imaginado que estaría todo el tiempo suficiente para que Nieves

obtuviera una educación y creara su propio camino en el mundo.

Nieves se puso de pie y caminó hacia la ventana. Su habitación

daba al Bosque Neru. Se veía tan negro como su nombre lo indicaba.

Channy la siguió, deteniéndose junto a Nieves, con un brazo alrededor

de su cintura, su mirada también fija en los árboles prohibidos.

—Las personas entran y no salen —susurró Nieves. Quería que

Channy argumentara, que le dijera que todo era un montón de basura.

Pero no lo haría. Nieves sabía por qué. La hermana de Channy había

entrado por una apuesta, y nunca salió. Del equipo de rescate que

había ido en busca de ella, solo la mitad había llegado a salir,

negándose a hablar de lo que había ocurrido dentro de los muchos

árboles, negándose a poner un pie de nuevo entre ellos. No fueron los

únicos.

—Dijo que él conoce el bosque, ¿verdad? —preguntó Channy, su

voz temblorosa. Nieves asintió—. Tal vez te puede dar una migraña el

sábado.

Nieves miró a Channy.

—Esa es una buena idea. Voy a tener tanto dolor que tendrá que

negarse a que vaya.

Channy se volvió hacia ella, agarrando sus dos manos con

desesperación.

—No vayas, Nieves. Haz lo que sea que tengas que hacer, no

vayas. —Nieves sintió el temor genuino emanando de Channy, un temor

que compartía—. Prométemelo —instó Channy desesperadamente.

Nieves volvió a mirar a los árboles, con un frío pavor en la boca

del estómago.

—Lo prometo —dijo ella, preguntándose cómo en el mundo iba a

cumplir su promesa.

* * *

Katarina nunca había puesto un pie en la habitación de Nieves.

No antes de que se casara con su padre, y no desde entonces. Ella

tenía sirvientes que cuidaban de cada parte de la casa, incluyendo el

ala de Nieves. Acostada en su cama, con los ojos cerrados, temiendo el

hecho que Katarina estaba ahora en su camino por primera vez en la

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historia, casi le provoca la migraña que Nieves estaba clamando tener.

El hecho de que Katarina estaba entrando en su habitación decía

mucho acerca de lo enfadada que estaba con Nieves por alterar sus

planes.

—Vete.

La severa voz de Katarina retumbó en los oídos de Nieves mientras

le ordenaba a la criada que se fuera. Nieves sabía que la criada saldría

corriendo de la habitación con terror sin siquiera una mirada atrás hacia

Nieves. El corazón de Nieves se desplomó. Tenía esperanzas que la

criada estuviera aquí para darle el coraje de enfrentarse a su madrastra.

Mantuvo sus ojos bien cerrados. Ella y Channy habían buscado en

Google los síntomas de la migraña para asegurarse de que Nieves

pudiera armar bien su historia. Incluso con ellos cerrados, sintió la

presencia de su madre de pie junto a la cama.

—¿De qué se trata todo esto, Nieves? —exigió Katarina.

Nieves hizo una mueca de dolor, fue sin intención, y dirigió sus ojos

hacia su madre. Ella sabía que tenía los ojos enrojecidos. Había sido

incapaz de dormir, aterrada de enfrentarse a Katarina esta mañana.

Esperaba que ellos ayudaran a respaldar su historia.

—Un terrible dolor de cabeza —susurró ella, físicamente incapaz

de alzar su voz en su asfixiante temor—. Creo que es una migraña.

—Nunca antes has tenido una migraña —dijo Katarina, sus ojos

oscuros ardiendo de furia—. Qué irónico que tengas una el mismo día

en que vas de caza. Uno podría pensar que convienes las sospechas de

los tontos aldeanos.

Los ojos de Nieves se cerraron. Odiaba que su madre se refiriera a

la gente del pueblo como “aldeanos”, como si fueran primitivos y

carentes de inteligencia.

—No, por supuesto que no.

Su madrastra se inclinó, colocando su rostro cerca de Nieves. Ella

abrió sus ojos ante la intrusión y vio la oscuridad arremolinándose en las

profundidades de los ojos de Katarina. El pánico se apoderó de ella, y se

obligó a mantener la calma. No podía ir al bosque. De pronto supo, sin

lugar a dudas, que si lo hacía, nunca regresaría.

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—Bueno, entonces… —Katarina arrastró las palabras de forma

amenazadora—, excusaré el día de hoy a todos los criados para

mantener la casa en silencio para ti. —Sus palabras fueron de consuelo,

pero su tono prometía algo mucho más siniestro—. ¿Te puedo traer algo

de comer?

Lleno de veneno, pensó Nieves. Estaba sorprendida consigo

misma. ¿Por qué un pensamiento como ese entraría en su mente? Pero

sabía a partir del internet que las náuseas a menudo acompañaban a

las migrañas, así que, a pesar del hecho que tenía hambre, ella se negó.

—No, gracias. No creo que pueda retener algo en este momento.

Su madrastra se enderezó a su altura total e impresionante. Estaba

a medio centímetro de un metro ochenta y dos. Miró hacia abajo a

Nieves, y ésta se estremeció involuntariamente al ver la expresión de su

rostro.

—Vendré a chequearte en un rato —dijo su madre, sus palabras

sosteniendo amenaza. Se dio la vuelta y salió rápidamente de la

habitación, su perfume flotando detrás de ella, revolviendo el estómago

de Nieves.

Nieves dejó escapar un suspiro de alivio cuando la puerta se cerró

detrás de Katarina. Ella sabía que esto era al menos un alivio temporal.

Tendrían que venir con algo más para la próxima vez. Una lenta sonrisa

cruzó su rostro. Quería llamar a Channy y decirle que lo habían logrado.

Era mejor esperar un momento, hasta estar segura que estaba

completamente sola.

* * *

Nieves se despertó sobresaltada. No estaba segura qué la había

alterado mientras miraba hacia la ventana. No podía ver a través de

ella desde su cama, pero un escalofrío se arrastró por su espalda ante lo

cerca que había estado de tener que ir al bosque hoy. Agarró el

teléfono al lado de su cama para llamar a Channy.

—¿Te sientes mejor? —La fría voz detuvo su mano a medio

alcance. Se dio la vuelta. Su madrastra estaba sentada en una silla

cerca de la puerta. El miedo se deslizó por su columna.

—Oh, madre, allí estás. —Trató de actuar como si hubiera estado

esperándola—. Estaba a punto de… llamarte… para ver si podías

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traerme… una sopa. —Terminó sin convicción. Mentir era algo en lo que

nunca había sido buena.

Katarina se levantó, majestuosa en cada movimiento.

—Parece que pensamos en lo mismo.

Se movió a una pequeña mesa donde descansaba una bandeja.

Nieves no la había notado antes. Katarina levantó la bandeja y la llevó

hacia Nieves, quien se incorporó.

—No es bueno que pases tanto tiempo sin comer —dijo ella,

colocando la bandeja en el regazo de Nieves—. Estaba a punto de

despertarte e incitarte a comer.

¿Por cuánto tiempo su madre la había observado antes de

despertarse? La idea de ser observada por Katarina mientras dormía la

asustó.

Echó un vistazo a la sopa, preguntándose quién la hizo si su

madrastra realmente había enviado a todos sus criados a casa. Nunca

había visto a Katarina levantar un dedo en la cocina. Era de tomate, la

favorita de Nieves. ¿Su madre lo sabía, o era una coincidencia? Ella

levantó la cuchara y la probó tentativamente. Estaba deliciosa, con un

sabor ligeramente amargo que no podía asentar. Y estaba hambrienta.

Se obligó a comer despacio, dado que su madrastra se levantó y la

miró comer.

Cuando terminó, tomó un gran trago de agua. Katarina se acercó

y levantó la bandeja de su regazo, colocándola de nuevo en la mesa.

Se volvió de nuevo a Nieves, y se quedó observando. Nieves se apoyó

contra la cabecera de la cama, incómoda bajo la mirada de Katarina.

Era extraño, la forma en que seguía mirándola. Como si estuviera

esperando…

Comenzó en sus dedos, el entumecimiento. Ella flexionó sus dedos

un par de veces, comenzando los aguijonazos y las punzadas. La

sensación rápidamente subió a sus brazos y a su pecho, viajando por sus

piernas hasta sus pies. Cuando sus mejillas empezaron a entumecerse,

levantó la mirada a su madrastra con horror. Katarina seguía

observándola con expresión acerada.

—¿Qué has hecho…? —Ella se quedó en silencio cuando su

garganta se adormeció y se deslizó a un lado en la cama. Katarina se

movió entonces, dando un paso hacia adelante y agarrándola antes

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de caer al suelo. Empujó a Nieves nuevamente a la cama con una

fuerza que Nieves no sabía que poseía.

—No te preocupes, querida, todo va a estar bien ahora. —

Katarina alforzó las mantas de Nieves a su alrededor, como si estuviera

preparándola en la cama para la noche. Nieves estaba

completamente entumecida, y sin embargo, consciente de lo que

estaba sucediendo.

Katarina se movió a su armario, sacando una mochila. Luego

caminó por la habitación, poniendo pares de pantalones y camisetas

en el bolso. Sacó un gran fajo de billetes de su bolsillo y lo metió en la

mochila. ¿Qué está haciendo?

Unos minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Los ojos de

Nieves siguieron a su madre mientras abría la puerta, ampliándolos al

ver al gran hombre que estaba allí. Se alzaba sobre la altura de su

madrastra, y la achicaba en su amplitud. Sus brazos eran tan grandes y

fuertes como troncos de árboles. Su liso cabello rojo estaba atado hacia

atrás en un lazo. Una rizada barba roja cubría su rostro bajo una nariz

pregonada. Lucía como un guerrero feroz de un libro de cuentos.

—Justo a tiempo —le dijo su madrastra. Los ojos de Nieves se

dispararon hacia su madre. ¿Ella conocía al hombre?

—Sabe que nunca llegaría tarde, mi señora.

¿Mi señora? Nieves sentía como si la hubieran arrojado en una

versión alternativa de la realidad. Sea cual sea la droga que su

madrastra le había dado estaba causándole alucinaciones. Esa tenía

que ser la explicación, porque no podía ser de otra forma.

—Tengo todo en la mochila —dijo Katarina—. ¿Seguro que no te

han visto?

El hombre dirigió una mirada a Katarina que habría causado

incluso que el más valiente de los hombres temblara, pero Katarina se

mantuvo firme, con una ceja levantada mientras esperaba su respuesta.

—Por supuesto —dijo. Echó un vistazo hacia Nieves y el terror la

atravesó—. ¿Es ella? —preguntó él, señalando con la barbilla en su

dirección.

—Sí —dijo Katarina, girándose para moverse hacia Nieves. Se

inclinó, deslizando una mano sobre la frente de Nieves. Apenas pudo

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sentirla a través del entumecimiento que la envolvía. Katarina rió con

simpatía—. Es una lástima que decidieras huir, Nieves. Aquí estaba yo

tratando de darte una agradable sorpresa, y en su lugar usaste mi

bondad para convencerme que tenías una migraña con el fin de que

te dejara sola para hacer tu escape. Y me robaras una gran cantidad

de dinero. He estado reportándolo a algunos de los criados,

preguntándoles si han estado tomándolo durante el mes pasado. Cuán

aturdida y triste estaré cuando descubra que eras tú quien estaba

tomándolo, acumulándolo, tramando tu escape.

Nieves trató de sacudir su cabeza en negación, abrió la boca

para decir que no, pero todo lo que salió fueron algunos sonidos en

pánico desde la parte posterior de su garganta.

—No te preocupes, querida, tengo mucha gente que me

consolará en mi momento de necesidad. No escatimaré ningún gasto

para tratar de localizarte. —Ella miró hacia el gran hombre esperando

pacientemente en la puerta—. Por supuesto, nunca te encontrarán. Ni

una sola alma se enfrentará al bosque para buscarte, no cuando

parezca que te fuiste por tu propia voluntad.

Katarina se volvió hacia el hombre.

—Hugo, agárrala.

Él se adelantó y recogió a Nieves en sus brazos sin ningún esfuerzo.

Pequeños chirridos escaparon de Nieves. Ninguno de ellos los

reconoció.

—Debes traerme su corazón —dijo Katarina, y la respiración de

Nieves surgió en jadeos rápidos ante la alarma que amenazaba con

ahogarla—. La caja está en la mochila. No me falles.

—¿Lo he hecho antes? —preguntó él, mientras Katarina colocaba

la mochila sobre el abdomen de Nieves. Nieves cerró sus ojos,

concentrando todo lo que tenía en moverse, en salirse de los brazos del

hombre. Nada, ni una contracción. La llevó por las escaleras y salió por

la puerta de atrás. Aún si Nieves hubiera sido capaz de gritar,

probablemente no habría nadie que pudiera oírla. Su extensa

propiedad era aislada y privada. Nadie entraba sin permiso… excepto

Channy, claro está, que sabía colarse en la propiedad y en la

habitación de Nieves sin ser detectada.

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Channy. Nieves cerró sus ojos, deseando con todo lo que tenía

que Channy se apareciera y la viera siendo acarreada. Channy sabía

mejor que nadie que Nieves no se escaparía.

El hombre, Hugo, siguió llevándola fácilmente a través de la

propiedad. Mientras se acercaban a la línea de árboles, el temor de

Nieves la abarcó. Sabía que nunca regresaría del bosque. Hugo la

mataría, sacaría su corazón para satisfacer la venganza que Katarina

albergaba contra ella de la cual Nieves no tenía idea, y nadie lo sabría

nunca. Hugo, sin dudas, sobreviviría a su expedición. Basada en su

conversación con Katarina, solo podía suponer que él había hecho este

tipo de cosas antes.

A medida que las sombras de los árboles se cerraron a su

alrededor, Nieves fue consciente del frío impregnando la zona. No

había ninguno de los sonidos habituales asociados a un bosque, ni el

canto de los pájaros, ni hojas crujiendo, ni criaturas correteando. Solo un

extraño silencio.

Hugo siguió caminando, se sintió interminable. Nieves no estaba

segura de cuánto tiempo había pasado cuando sintió la primera

agitación de sensación regresando a sus dedos. Ella levantó la mirada

hacia Hugo, quien observaba fijamente hacia delante. Él no había

dicho ni una palabra, ni la había mirado. Poco a poco, tentativamente,

flexionó un dedo. Se movía.

Se obligó a mantenerse completamente inmóvil, a permanecer

inerte y silenciosa mientras Hugo la llevaba y su cuerpo recuperaba

poco a poco la sensibilidad. Si Hugo notó un cambio en ella, no lo

comentó.

Eventualmente se detuvo, situándola sobre el suelo. Ella

permaneció inerte, sin ajustar su posición en absoluto en donde la dejó.

Él la miró entonces. Levantó una mano y pasó un dedo grueso por su

mejilla. Ella reprimió el estremecimiento y el abrumador deseo de alejar

su mano.

—Es una lástima —dijo él—. Aún eres la más bonita. Casi parece

una pena tomar tu corazón.

Se levantó y se alejó de ella. Ella miró desesperadamente algo

que pudiera usar como arma. La mochila que Katarina había llenado

estaba junto a ella, después de haber caído de su abdomen cuando él

la bajó. Recordó a Katarina diciendo algo sobre una caja dentro… para

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su corazón. ¿Era lo suficientemente sólida y pesada como para causar

daño?

Hugo volvió a mirarla.

—Bueno, no vayas a alejarte. —Se rió de su propia broma,

evidentemente todavía creyendo que ella estaba incapacitada. Para

ser honesta, Nieves no estaba segura de cuánto podía moverse—.

Tengo algunos preparativos por hacer. No queremos dejar tu cuerpo

aquí para que las criaturas lo tomen, ¿verdad?

Se movió entre los árboles. Nieves se quedó quieta, esperando

hasta que no pudiera oírlo más antes de sentarse. El mundo giró y tuvo

que agarrarse al tronco junto a ella para no caer. Una vez que sintió que

no se desmayaría, abrió su mochila y miró dentro.

La caja era pequeña, aproximadamente unos cuatro centímetros

al cuadrado. Estaba hecha de algún tipo de madera pulida, brillante y

de aspecto caro. La abrió y miró dentro. El interior estaba manchado de

algo y Nieves la cerró de golpe. Ella no sabía de qué eran las manchas,

y tenía la sensación de no querer saberlo.

La caja era pesada, pero no lo suficientemente pesada para que

Nieves pudiera hacer algún daño con ella, sobre todo en su estado

debilitado. La arrojó a las hierbas y se empujó a sí misma en una

posición de pie. Nada mal. Pensó que podía correr si lo necesitara. Y

para salvar su vida, probablemente lo necesitaba.

Recogió la mochila y la colocó sobre el tronco. ¿Cuánto tiempo

pasaría antes que Hugo la encontrara? Sacó el pensamiento de su

cabeza. Tenía que concentrarse en alejarse, nada más.

Ella se abrió paso entre los árboles caminando tan rápido como

sus piernas temblorosas le permitían, tropezando una y otra vez, pero

logrando mantenerse de pie. No tenía idea de a dónde iba y solo podía

esperar que no estuviera dando círculos de regreso al gran hombre.

Trató de apresurarse, sin hacer mucho alboroto. Cada paso, cada rama

de un árbol en la cual se abría paso parecía resonar a través del

bosque. Aun así, no podía permitirse el lujo de reducir la marcha.

Cuando escuchó el eco del grito de Hugo a través de los árboles,

se dio cuenta que había regresado y no la había encontrado. Comenzó

a correr, empujando los mareos y la debilidad que la jalaban. Llegó a

un claro y se detuvo. Se inclinó, las manos en sus rodillas, recuperando el

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aliento. De pie, se giró en un círculo, no estaba segura de qué dirección

había venido. Sin embargo, no podía quedarse en el claro. Estaba

completamente expuesta. Escogió una dirección y se tambaleó entre

los densos árboles de nuevo. Se sentía como si estuviera siendo tragada

por ellos, deseando que así fuera para poder escapar completamente.

Finalmente, incapaz de seguir, Nieves se tiró al suelo. Se acostó

sobre su espalda, mirando al dosel verde sobre ella. Sus piernas

palpitaban y temblaban. Dudó que pudiera correr incluso si Hugo

viniera a través de los árboles justo en ese momento.

Rodando sobre su costado, comenzó a llorar. No pudo evitarlo.

¿Cómo su vida había llegado a esto, huyendo a través del Neru de un

hombre que intentaba sacar su corazón, por petición de su madrastra?

Extrañó a su padre desesperadamente. Él había sido la luz de su vida, y

ella había sido el centro de la de él, hasta que Katarina llegó. Luego

todo había cambiado. Katarina estaba celosa de cualquier atención

que su padre le daba. Incluso a su corta edad, Nieves se había dado

cuenta. Pero su madre había muerto al darla a luz, y por lo tanto ella

había estado desesperada por una figura materna. Katarina había sido

la única madre que había conocido.

Limpiando sus ojos, vio lo que parecía ser una grieta en las rocas

frente a ella. Se sentó, sus ojos pegados al lugar. Se puso de pie sin

apartar sus ojos, asustada que si lo hiciera desaparecería como un

espejismo. Caminó hacia delante, su mano frente a ella. Se acercó y

tocó la roca, arrastrando los dedos hacia la grieta.

La grieta era en realidad un recodo en la roca. Se inclinó hacia

delante y vio que formaba un tipo de pequeña cueva detrás de ella.

Una muy bien escondida cueva. Con una sonrisa, rodeó la grieta. Se

agachó, metiéndose dentro de la pequeña esquina. Se inclinó hacia

delante y agarró una gran rama llena de hojas que estaba sobre el piso.

Jaló la rama, encubriéndose completamente. Con un suspiro de alivio,

se durmió.

* * *

Nieves vagó a través de los árboles por tres días. Katarina no

había empacado nada de comida o agua en la mochila, solo ropa y

dinero. Nieves se las arregló para encontrar un arroyo, y ahora lo

mantenía al alcance de su oído en todo momento. Estaba sintiendo los

efectos de no tener comida en su cuerpo. Finalmente se había rendido

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y había comido unas hojas ayer, solo para vomitarlas. No podía

permitirse cometer ese error de nuevo.

Buscó por bayas, o setas, o cualquier cosa vagamente comestible

que su cuerpo no rechazara. Estaba mareada, débil y alucinando si la

pequeña cabaña que vio adelante fuera cualquier indicación. Aun así,

podría ser una señal que debería ir en esa dirección, así que lo hizo. No

se movió o desapareció como imaginó que un espejismo lo haría, pero

supuso que era la diferencia entre un espejismo y una alucinación.

Imaginó que desaparecería mientras caminaba a través de ella, o por

lo menos se alejaría, con suerte llevándola en buena dirección.

Cuando se estrelló con un lado de la cabaña y cayó al suelo, le

tomó un minuto darse cuenta lo que pasó. Todavía estaba allí, la

cabaña. Se acercó y tocó la pared de pierda. Era real.

—¡Hola! —llamó. Silencio—. Hola, ¿hay alguien aquí? —Nada.

Se puso de pie y caminó alrededor de la cabaña, con su mano

sobre la pared. Persianas de madera cubrían una pequeña ventana.

Tocó en ella, pero no escuchó ninguna respuesta. En la otra esquina, vio

la puerta.

—Oh, por favor, que alguien esté aquí —dijo en voz alta—. O al

menos algo de comida.

Tocó la puerta, diciendo “hola” repetidamente. De nuevo nadie

respondió. O la cabaña estaba abandonada o el dueño no estaba en

casa. Giró la perilla, para su sorpresa, se movió bajo su mano. Empujó y

el interior de la cabaña estuvo frente a ella.

Entrando, vio un tazón de fruta sobre la mesa y se abalanzó hacia

delante, agarrando un durazno y devorándolo, ignorando el jugo que

corrió por su cara. El durazno era lo mejor que había comido. Mientras

empujaba el último pedazo en su boca, su estómago se revolvió. Se

llevó su mano de golpe sobre sus labios, esperando que no estuviera a

punto de vomitar el durazno.

Se sentó en la silla, tomando profundas respiraciones, obligando a

la fruta a asentarse. Después de algunos minutos, su estómago se

calmó. Tomó una manzana, y se tomó su tiempo para comerla.

Encontró un vaso en un armario y lo llenó con agua, la cual también

bebió lentamente. Miró alrededor. Quien sea que viviera aquí, le haría

bien lavar sus trastes, ya que estaban apilados en el fregadero.

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Se debatió si ir afuera para esperar a que el dueño regresara. No

tenía idea en qué parte del bosque estaba y esperaba que pudieran

ayudarla a salir. Después de todo, tenía el dinero que Katarina había

metido en su mochila. Ahora era un momento tan bueno como

cualquier otro para hacer un nuevo comienzo. No podía regresar a su

hogar, no ahora, sabiendo que Katarina intentaba matarla.

Decidiendo que obviamente iban a saber que ella había estado

dentro, decidió esperar. La cabaña era pequeña, consistía en el área

de la cocina, una pequeña sala, tres dormitorios que tenían dos camas

en dos de ellos y tres en el tercero, y un baño. Era una gran familia para

una cabaña tan pequeña, pensó.

En uno de los dormitorios, se sentó en el borde de la cama. Quizá

se acostaría por un minuto. Estaba cansada. Solo descansaría por unos

minutos, luego iría a esperar en la mesa de la cocina.

* * *

Alguien empujó a Nieves en la espalda. Meneó una mano detrás

de ella, tratando de hacer que se alejara y la dejara dormir. Siguió

empujando, esta vez acompañado de un bajo murmullo de voces.

Abrió sus ojos, parpadeando confundida por lo que vio delante de ella.

Otra cama, con una pared de madera áspera junto a ella. ¿Qué

demo…?

Se sentó de golpe, de repente recordando dónde estaba.

Recordando lo que la empujaba en la espalda, se dio la vuelta.

Un grupo de hombres estaban de pie detrás de ella, reunidos en

la entrada. Uno de ellos lucía bastante enojado. Era el que sostenía la

escoba con la que la habían estado empujando. Otro lucía

preocupado, pero el resto lucía entretenido. Se puso rápidamente de

pie y ellos se alejaron dando un paso hacia atrás.

—Lo siento —comenzó, sosteniendo sus manos en alto,

suplicando—. No tenía intención de quedarme dormida.

—¿Qué estás haciendo aquí? —demandó el malvado.

—Yo… yo estaba perdida. He estado perdida por unos cuantos

días. Pensé que nunca iba a lograr salir. Y luego vi su cabaña. Toqué

pero nadie respondió.

—¿Así que solo entraste y te pusiste cómoda?

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Nieves se sonrojó.

—Sí. Lo siento. Es que estaba muy hambrienta. —Retorció sus

manos juntas—. Me comí uno de sus duraznos. Y una manzana. —

Cuando el malvado lució como que estaba a punto de decir algo, ella

dijo—: No había comido nada en tres días. Puedo pagárselos.

Todos rieron… menos el malvado.

—¿Pagarnos? —Esta vez uno de los hombres que lucía entretenido

habló. Cuando ella asintió, dijo—: ¿Por una fruta que crece en nuestros

propios árboles?

Nieves no estaba segura de lo que eso significaba: que no

necesitaba pagarles ya que no les había costado nada a ellos, o si no

podía pagarles algo irremplazable. Así que solo asintió de nuevo. El

hombre rió y se abrió paso a través de los demás que le fruncían el

ceño. Sostuvo su mano en alto hacia ella.

—¿Tienes nombre?

Ella sonrió y colocó su mano en la de él, donde prontamente él le

dio una rápida sacudida firme.

—Soy Nieves. Blancanieves.

—Bienvenida a nuestro hogar, Blancanieves. Me disculpo por no

estar aquí para recibirte apropiadamente. Pero ahora que estamos,

espero que te nos unas para una comida adecuada.

El estómago de Nieves gruñó, pero sacudió su cabeza.

—No sería capaz…

—Claro que sí —la interrumpió jovialmente—. No dejes que

Malhumorado te asuste. Su ladrido es peor que su mordida.

El hombre gruñón refunfuñó ante eso, pero retrocedió mientras

ella era guiada fuera de la habitación.

—Yo soy Burlón. —La condujo a la mesa de la cocina y la sentó.

Señaló al irritable—. Ya conoces a Malhumorado. Este es Medic, Tontín,

Tímido, Dormilón y Estornudo. La mayoría de la gente se refiere a

nosotros como Los Siete.

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Nieves les sonrió a cada uno de ellos. Definitivamente eran siete.

Tímido alejó la mirada tímidamente, y Tontín le sonrió tan ancho, que se

preguntó si se encontraba bien.

—Y yo que pensaba que tengo un nombre chistoso —dijo.

Medic dio un paso hacia adelante, jalando una silla a su lado.

Jaló una bolsa de debajo de la mesa y sacó un estetoscopio y un

brazalete de presión arterial.

—¿Esto está bien? —preguntó él, asintiendo hacia el brazalete de

presión—. Si has estado vagando por el bosque por tres días, me

gustaría revisarte y asegurarme que todo esté bien.

Nieves asintió.

—¿Así que tu nombre es Medic, y en realidad eres un médico?

Él miró a los otros, quienes se removieron incómodos.

—Apodos. Es mejor si no conoces nuestros verdaderos nombres,

Nieves.

La manera en que enfatizó su nombre, indicó su incredulidad a

que ese fuera su verdadero nombre. Pensó en asegurarle que sí era su

nombre, pero luego se dio cuenta que debería dejar que siguieran con

su engaño. No sabía nada de estos hombres. Parecían lo suficiente

amables, pero si Katarina había descubierto que escapó, tal vez

estarían dispuestos a entregarla si escuchaban de una recompensa.

Además, ella estaba a su merced. No tenía derecho a interrogarlos

sobre ninguna información que no quisieran dar.

Tímido y Dormilón se fueron a la cocina para comenzar a preparar

la cena mientras Medic checaba sus signos vitales, miró en sus ojos y su

garganta, y le pidió que siguiera la luz de la pequeña linterna con su

mirada. Ella secretamente observó a los demás. Cuando Estornudo

estornudó, tuvo que morderse el labio para evitar reírse. Todos sus

apodos parecían ser apropiados.

Tímido era tímido, mirándola ocasionalmente y luego alejando la

mirada rápidamente, sus mejillas poniéndose rosadas. Él era el más alto

de los hombres, aun así, no era más alto que su madrastra. Era

probablemente tres o cinco centímetros más alto que el metro sesenta

de Nieves, delgado con un mentón puntiagudo y orejas grandes.

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Burlón era el más pequeño. De pie era por lo menos treinta

centímetros más pequeño que Nieves. Era infinitamente alegre, feliz, y

parecía ser el líder el grupo. Era calvo en la parte superior, con corto

cabello blanco alrededor de la base de su cabeza. Usaba un par de

redondos anteojos los cuales estaban sobre la punta de su nariz.

Aparentemente solo los necesitaba para leer porque de otro modo,

miraba por la parte superior de ellos. Donde Tímido era delgado, Burlón

era redondo. El peso de los demás variaba entre el de Burlón y Tímido.

Malhumorado se sentó al otro lado de donde estaban ella y

Medic, observando. Tenía un ceño pegado a su rostro. Gruñía con cada

exhalación, y Nieves se preguntó si incluso él sabía que lo hacía. Su

desaliñado rostro necesitaba ser afeitado.

Dormilón parecía excesivamente cansado, bostezando a cada

rato. Estaba bien afeitado como todos excepto Malhumorado. Medic

estaba absolutamente concentrado mientras la atendía, todo

profesional y compasivo al mismo tiempo. Estornudo estornudó de

nuevo y Medic lo miró.

—¿Has tomado la medicina contra las alergias que te hice? —

preguntó.

Estornudo lo miró y luego alejó la mirada, encogiéndose de

hombros.

—Algunas veces.

—No funcionará si no la tomas todo el tiempo —remarcó Medic,

regresando a examinarla—. Bueno, pareces un poco deshidratada y

algo hambrienta, pero no tan mal como podría haber sido por haber

estado tres días perdida vagando.

—Encontré un arroyo —dijo Nieves—, y lo seguí. De esa manera al

menos tenía agua para beber.

—Chica inteligente —proclamó Medic, reuniendo su equipo y

metiéndolo en la bolsa—. Pero debiste haber bebido más.

—¿Y por qué la “chica inteligente” estuvo tres días vagando por el

bosque? —preguntó Malhumorado. Inclinó ambos codos sobre la mesa,

nivelando su mirada con la de Nieves.

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—Me perdí cuando entré al bosque —dijo Nieves. No era

exactamente una mentira. Ella se perdió—. No estaba segura de cómo

salir. ¿Hay alguna oportunidad de que puedan ayudarme?

Todos se miraron uno al otro de nuevo. Finalmente Medic se puso

de pie, su lugar tomado por Burlón.

—Nunca habías estado en el bosque antes, ¿verdad? —

Malhumorado bufó y Burlón le lanzó una mirada fulminante. Nieves

sacudió la cabeza—. ¿Vives cerca del bosque? —preguntó él

gentilmente.

—Sí, vivo en…

Burlón levantó una mano.

—No importa. No tienes que decirnos donde vives.

Nieves estaba aliviada. Había estado tratando de recordar el

nombre de cualquier otro pueblo que rodeara el bosque aparte de

donde era ella. Luego sus palabras calaron en ella.

—¿Por qué no importa?

Burlón suspiró, mirando a los otros antes de regresar su atención a

ella.

—Te has tropezado con Fableton. —Cuando ella solo lo miró, sin

ningún signo de reconocimiento en su rostro, él continuó—. Nadie sale

de Fableton, Blancanieves. Nunca nadie ha salido.

Nieves se empujó lejos de la mesa, poniéndose de pie.

—¿Qué quieres decir? —No pudo evitar el temblor en su voz. Ella

miró hacia la puerta.

—No te mantendremos atrapada aquí —dijo Burlón—. La

maldición se encarga de eso por sí sola.

—¿Maldición?

Burlón suspiró de nuevo, cansado.

—Es una larga historia, y no me corresponde contarla. Come algo,

ten una buena noche de descanso, y mañana podrás hacer la cosa

que anhelas hacer en este momento, que es salir de aquí y probar lo

que te he dicho.

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Nieves miró a la puerta de nuevo y se movió hacia ella. Todos la

observaron, pero nadie se movió para detenerla. Abrió la puerta y salió.

Mirando hacia atrás sorprendida que ninguno de ellos hubiera venido

tras de ella.

Sin embargo, justo en ese momento Tímido se acercó a la mesa,

poniendo una gran bandeja con algún tipo de comida humeante en la

mesa. Dormilón dejó una ensalada enorme. El estómago de Nieves

gruñó. El durazno y la manzana no habían hecho mucho para aplacar

su hambre. Tímido le sonrió a Nieves luego bajó la mirada de regreso a

la mesa, cambiando su peso de un pie al otro nerviosamente.

Nieves miró detrás de ella a la noche que se acercaba. No tenía

idea de en dónde se encontraba y era posible que volviera a perderse.

No sabía si sobreviviría una noche más con la poca comida que tenía

en su estómago. Se dio la vuelta y volvió a entrar.

* * *

Nieves irrumpió entre los árboles, cayendo de rodillas por la

frustración al ver la cabaña ante ella. Malhumorado estaba sentado en

una silla, con los brazos cruzados sobre su pecho, y Nieves podría haber

jurado que se estaba riendo bajo el ceño fruncido. Los otros hacía rato

se habían rendido y entrado.

Ella llevaba corriendo tres horas. Sin importar en qué dirección

fuera, sin importar cómo marcara el camino para asegurarse de no

estar rehaciendo sus pasos, siempre volvía a la cabaña. Lanzó las manos

al aire y soltó un grito, que también era un gruñido.

—¿Querrías pasar a almorzar ahora? —preguntó Malhumorado.

—¿Por qué? —exigió ella.

—Porque es hora de almorzar. Y tengo hambre.

—¡No! ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo lo hacen?

Malhumorado se puso de pie.

—No somos nosotros, como te lo hemos dicho. También te dijimos

que no es nuestra historia para contarla. Si estás lista para creernos, te

llevaremos al dueño de la historia.

—¿Y cómo se supone que lo encontremos? Todos los caminos

vuelven aquí.

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Malhumorado asintió.

—Eso es porque no has estado en ningún otro lado. Una vez que

se te muestren otros lugares, podrás encontrarlos con facilidad.

—¿Me estás diciendo que hay otros lugares y más personas aquí,

pero no puedo verlos hasta que no me los muestren?

—Básicamente —dijo Malhumorado.

Nieves bufó.

—Eso es ridículo.

Malhumorado se volvió y abrió la puerta. Antes de entrar, le dijo:

—No querrás perderte el almuerzo. Estás demasiado delgada.

Nieves lo siguió con la mirada, suspirando exasperadamente. Se

pasó los dedos por el cabello que necesitaba una lavada

desesperadamente. Miró a los imponentes árboles alrededor. Bueno,

bien podría comer algo y darme una ducha antes que me “muestren”

los alrededores, pensó.

Después de la comida y un baño, Nieves se sintió mucho mejor.

—De acuerdo, vamos a obtener esa historia —le dijo a los siete

hombres que estaban sentados en los sofás y sillas viendo a Dormilón y

Medic jugar a las cartas. Siete pares de ojos la miraron, luego

comenzaron a hacer movimientos de irse.

—No los necesito a todos, ¿verdad?

Burlón respondió.

—Cuando vamos, vamos juntos. Además, ninguno trabajó hoy, así

que deberíamos hacer presencia, aunque sea por poco tiempo. Te

dejaremos y luego pasaremos por ti para volver a casa más tarde.

—Oh. —Nieves no dijo que tenía la esperanza de encontrar otro

lugar para quedarse. No le parecía bien continuar quedándose sola

con siete hombres.

—¿Por qué usas pantalones? —le preguntó Malhumorado

mientras caminaban—. Toda tu ropa es extraña.

Nieves bajó la mirada a sus pantalones y camiseta. Los Siete

usaban ropa que parecía sacada de un cuento: pantalones que

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terminaban justo debajo de las rodillas donde continuaban sus

calcetines, botas negras acordonadas, camisas blancas de lino

cubiertas por chalecos.

—Esto es lo que usamos en… en casa.

Malhumorado asintió, pero no dijo nada más.

La llevaron desde la cabaña en la misma dirección que ella había

partido. Vio sus pilas de rocas en el piso. Le prestó mucha atención a los

detalles, intentando memorizar el camino que estaban haciendo. En el

mismo momento en que Nieves se habría encontrado de regreso en la

cabaña, llegaron a una pequeña aldea de cabañas similares a aquella

donde Nieves se alojaba con Los Siete. Miró detrás de ella al camino por

el que habían llegado. Se veía completamente diferente ahora que

todas las veces que lo había recorrido esa mañana.

Continuaron más allá de las cabañas, desde las cuales Nieves vio

a varias personas observándolos pasar. Menos de cinco minutos

después se encontraron con lo que Nieves solo podía describir como un

castillo. Era grande y blanco, brillando por el sol como si lo cubriera una

capa de hielo. Las torres se alzaban hacia el cielo, desapareciendo en

las nubes. Ella parpadeó, segura que estaba alucinando de nuevo. El

castillo siguió allí, tan hermoso y misterioso como antes.

Burlón empujó a Nieves hacia delante. Señaló.

—¿Ves ese puente allá abajo?

Nieves observó. El puente cruzaba un pequeño arroyo. No había

nada ni nadie cerca de él.

—Sí.

—Sigue este sendero —le dijo, señalando el camino de piedra

bajo sus pies—. Una vez que cruces el puente, lo encontrarás.

—¿A quién?

—El hombre que es el dueño de la historia. Te esperaremos aquí

cuando regreses.

Los siete se volvieron y desaparecieron mientras Nieves los

observaba. En el último segundo, los ojos de Malhumorado se

encontraron con los de ella. Se estiró y le apretó el brazo

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reconfortantemente. Mientras doblaban por un recodo en el sendero,

Nieves gritó:

—¿Qué le pregunto?

—Pídele que te cuente —dijo Medic.

—Él te contará —gritó Estornudo.

—O no —dijo Dormilón mientras desaparecían.

Nieves apoyó sus manos en la cadera.

—¿Algo crípticos? —murmuró. Se volvió hacia el puente.

El sendero parecía lo suficientemente inofensivo. Por supuesto, así

también sucedía con todo lo extraño en este lugar. ¿Qué opción tenía?

Caminó por la colina, manteniendo los pies y ojos en el sendero. Ya se

había perdido suficientes veces para toda una vida. Si pisaba fuera del

sendero, podría no volver a encontrarlo.

Cuando llegó al puente, sintió un suave temblor bajo sus pies. Se

detuvo, mirando hacia abajo. Nada parecía estar fuera de lugar.

Esperó. No volvió, así que dio otro paso dudoso. No sucedió de nuevo,

así que volvió a dar otro paso. Una vez más, nada, por lo que siguió.

Todo cambió repentinamente cuando bajó del otro lado del puente.

Ella ya no estaba de pie en el área vacía de tierra cubierta de

abundante pasto junto al castillo. En su lugar, estaba de pie en una

densa arboleda de sauces, con ramas que rozaban el suelo. Solo que

en lugar de ser del color verde oscuro que ella conocía, eran rojas. El

color le recordó a las fresas que crecían en su jardín, plantadas y

cuidadas por Katarina. Eran más oscuras que las fresas normales, y

Nieves nunca las había probado. No eran naturales. Al igual que estos

sauces.

El sendero había desaparecido tanto bajo sus pies como detrás

de ella. Sabiendo que nunca encontraría el camino de regreso hasta

que finalizara lo que fuera que la habían enviado a hacer, avanzó,

metiéndose entre las ramas. Se estiró para quitar una del medio, luego

se detuvo al sentirla. Las hojas eran suaves, como plumas.

El sonido de madera siendo talada llamó su atención. Tratando

de ver adelante, no pudo visualizar nada aunque sí pudo discernir su

dirección de origen. Siguió el sonido y pronto espió a un hombre

moviendo un hacha sobre su cabeza, bajándola sobre un trozo de

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madera, cortándolo limpiamente en dos. Era impresionante, el poder

detrás del movimiento y el corte perfecto en la madera.

Él se detuvo, tomando un envase y bebiendo de él. ¿Acaso

debería llamar su atención, o aguardar a que él la note? Lo examinó.

Llevaba un chaleco azul real bajo una camisa blanca. Pero no

cualquier chaleco, uno que parecía sacado del siglo quince

aproximadamente. Su camisa blanca tenía mangas sueltas. Los

pantalones eran de color marrón claro, y como le estaba dando la

espalda, Nieves no podría haber dicho si eran unos pantalones

modernos o algo que combinara con el resto de su atuendo.

Su cabello oscuro se enrulaba a la altura del cuello. Mientras

reclinaba la cabeza para beber, ella estudió la fuerte mandíbula que

tenía un levísimo deje de vello, como si se hubiera afeitado pero iba a

necesitar repetirlo. Su garganta se movió cuando tragó. Ella realmente

quería que dejara el recipiente y se volviera hacia ella para así poder

verlo completamente.

—¿Terminaste de mirar? —le dijo mientras dejaba el recipiente.

Nieves se ruborizó, consciente de que eso es exactamente lo que había

estado haciendo: mirar. Él se volvió hacia ella y la dejó boquiabierta. Él

no solo era apuesto como había sospechado, sino que francamente

hermoso. Ella no pudo pensar en nadie que hubiera visto jamás, en

persona o en las revistas de Channy, que pudiera siquiera acercarse a

este chico.

Él esperó y Nieves repentinamente recordó que era su turno de

hablar.

—Oh, lo lamento —dijo, queriendo golpearse en la cabeza por su

idiotez—. No sabía si debía interrumpirte. —Volvió a sonrojarse por tal

tonta excusa.

—Por favor, interrumpe —dijo él, estirando los brazos ampliamente

y haciéndole una reverencia. Sonriendo, se volvió a enderezar e inclinó

la cabeza—. Tú eres aquella sobre la que he estado oyendo.

La mente de Nieves se hizo papilla ante la sonrisa. Tuvo que

pensar en una respuesta apropiada.

—¿Has oído sobre mí?

—Sé todo lo que ocurre en Fableton —dijo—, excepto cómo

terminaste aquí.

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Nieves se encogió de hombros.

—Me perdí en el bosque. Encontré la cabaña donde

Malhumorado, Burlón y… bueno, donde ellos viven.

—¿Encontraste la cabaña de Los Siete? ¿Sin que te la mostraran?

Nieves podría haber vacilado por la extraña pregunta, salvo que

ahora ya creía en lo que le decían, que no vería nada sin que se lo

mostraran.

—Sí.

—Acércate —dijo él. Nieves caminó en su dirección. Cuando

estuvo a dos metros, le dijo—: detente ahí. Ahora te escucho mejor.

—Me dijeron… quiero decir, Burlón me dijo que si quería saber

sobre Fableton, debo preguntarte a ti.

—¿Ah, sí? —murmuró—. ¿Cuál es tu nombre?

—Blancanieves —respondió, y él se estremeció como si le fuera un

nombre familiar. Ella no imaginaba cómo podía ser dado que nunca

había oído de otra alma llamada Nieves. ¿Quién nombraría a su hija

como un fenómeno meteorológico?

—Soy Philip Kingston. Bienvenida a Fableton, Blancanieves.

—Gracias —respondió—. Es un lugar realmente… inusual.

Philip rió.

—Eso es cierto.

—Entonces, ¿cuál es…?

Philip levantó una mano. Nieves quería acercarse para ver el color

de sus ojos, pero tenía miedo de estar pasándose de la raya.

—Primero, dime tu historia, Blancanieves. ¿Cómo llegaste a estar

perdida en el bosque?

Nieves se mordió el labio. ¿Debería decirle? ¿Cómo sabía que él

no iría corriendo con Katarina a decirle dónde se encontraba?

Philip señaló un elegante banco de hierro blanco a su izquierda.

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—Por favor, Nieves, toma asiento. Me disculpo por olvidar mis

modales. Hay un vaso de agua allí para ti.

Nieves se dirigió al banco y vio que era cierto. El vaso era de agua

fresca, con hielo. ¿Cómo supo que ella venía? Luego recordó sus

palabras: Sé todo lo que ocurre en Fableton. Asumió que era la pura

verdad.

Mientras se sentaba en el banco, él dijo:

—Cualquier cosa que digas aquí, Nieves, se convierte en mi

propio secreto. Nunca saldrá de mis labios.

De alguna manera, le creyó.

—Mi madrastra, ella… —Nieves tragó ante la enormidad de lo que

estaba por decir. Había sido suficientemente malo mientras ella estaba

escapando, y luego mientras intentaba alejarse de Fableton, pero

ahora, en este hermoso y pacífico claro, parecía obsceno y horrendo—.

Le pagó a un hombre para que me trajera al bosque y me matara.

Estaba planeando hacerlo parecer como si yo hubiera huido.

Philip alzó las cejas sorprendido. Se movió para sentarse en el

tronco talado donde él había estado cortando madera.

—Guau.

—Sí. Guau. —Ella bebió un poco de agua, dejando que la

claridad del líquido le limpiara la garganta.

—¿Cómo huiste de él?

—Corrí cuando no estaba mirando. No creyó que pudiera

escapar así que no me amarró.

—¿Por qué no pensaría que podrías escapar?

—Porque ella me drogó. No podía moverme. No le dejé ver que la

droga había perdido su efecto, por lo que cuando me bajó, me dejó

sola.

—Chica lista —dijo Philip, sonriendo con aprobación.

—¿Me puedes ayudar? —preguntó—. ¿Puedes ayudarme a salir

del bosque en un lugar diferente, donde pueda esconderme de ella?

Philip inclinó la cabeza otra vez.

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—¿Crees que este hombre volvería y le diría que falló? ¿O ella

creerá que estás muerta?

Nieves negó con la cabeza.

—Ella sabrá que no lo consiguió.

—¿Cómo?

—Ella… ella le dijo que le llevara mi corazón. Incluso tenía una

caja de madera para eso.

Philip se puso de pie ante sus palabras. Era impactante, Nieves lo

sabía. Iba más allá de un simple asesinato. Entonces se fijó en el rostro

de Philip. Estaba pálido, sus cejas se juntaban con consternación. Sus

puños estaban cerrados herméticamente a su lado.

—¿Ella quería tu corazón?

—Sí.

—¿Para qué?

—No lo sé. Una prueba, supongo.

—¿Qué te hizo la droga que te dio?

—Me entumeció. Estaba despierta, pero era incapaz de

moverme.

Philip empezó a temblar y Nieves se preocupó.

—¿Estás bien?

—Su nombre —dijo con los dientes apretados—. ¿Cuál es su

nombre?

Nieves se paró también. No quería venganza ni nada así. Solo

quería escapar.

—No importa, Philip. No me importa si ella…

—¡Su nombre!

Nieves cerró la boca de golpe. Miró hacia donde pensaba que

podría estar el sendero. Podía encontrarlo si realmente trataba… eso

esperaba.

—Katarina —susurró Philip y Nieves se congeló.

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—¿Qué dijiste?

—Katarina —repitió Philip.

Nieves se hundió de nuevo en el banco, con las piernas

incapaces de sostenerla erguida.

—¿Cómo sabes su nombre?

Como si alguien hubiera tirado una cadena liberando su ira, Philip

también se dejó caer al tocón que había ocupado.

—Deja que te cuente mi historia —dijo—. Entonces, ya lo verás.

Nieves fue a recoger el vaso para tomar otro trago, pero al ver lo

mucho que le temblaban las manos, no lo intentó, con miedo de dejarlo

caer. Philip se puso de pie de nuevo, y empezó a caminar de un lado a

otro.

—Hace mucho tiempo, estaba viviendo feliz con mi familia. Tenía

una madre y un padre que me adoraban. Todo el mundo en mi…

aldea… me amaba. —Miró a Nieves, y ella supuso que estaba editando

partes de la historia. Simplemente no sabía por qué—. Y entonces

conocí a una chica. —Él sonrió al recordar—. Era hermosa, la cosa más

hermosa que había visto alguna vez. Y por suerte para mí, ella también

me encontró atractivo.

A pesar de la extraña conversación, Nieves tuvo que morderse la

lengua para no decir: Duh. ¿Quién no lo encontraría atractivo?

—Pensé que estaba enamorado de ella. No quería nada más que

estar cerca de ella, todos los días. Era todo en lo que pensaba. Antes

que me despertara en la mañana y mientras me quedaba dormido en

la noche. —Miró hacia Nieves, deteniéndose en su caminar—. Sin

embargo, a medida que pasó el tiempo, empecé a notar cosas sobre

ella. Estaba obsesionada con su propia belleza. Todo lo que hacía era

con el fin de preservar eso. No le gustaba estar cerca de alguien que no

estuviera constantemente elogiándola. —Se rió burlonamente—. Ella ni

siquiera quería estar cerca de alguien a quien sintiera que era poco

atractivo. Sentía que estaban muy por debajo de ella.

—Suena como una buena chica —murmuró Nieves.

—En realidad no —respondió Philip, y Nieves se sonrojó. No había

querido decirlo para que él escuchara—. De hecho, no pasó mucho

tiempo para darme cuenta que así cuán hermosa era en el exterior, su

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corazón era tan negro como el carbón. Si no la agasajaba con cada

palabra, ella hacía un mohín. Estaba celosa de cualquier cosa que

quitara toda mi atención de ella.

Nieves se retorció. Esta historia comenzaba a sonar familiar.

—Tenía un perro —dijo Philip—. Él había sido mi compañero desde

que era un niño. A ella realmente no le gustaba porque ocupaba mi

atención. Y luego desapareció. —Nieves jadeó, temiendo a dónde iba

la historia—. Después, otras cosas empezaron a desaparecer. —Miró

directamente a Nieves, aunque él estaba demasiado lejos para leer la

expresión de sus ojos—. Mis padres desaparecieron.

—No. —Nieves no pudo evitar que la palabra se escapara en una

ráfaga de aire.

—No pude probar nada. Nunca se ensuciaba sus propias manos.

Tenía a otros que lo hacían por ella. No pude entender cómo, hasta el

día que recibí la visita de un hombre que me dijo que tuviera cuidado

con ella. Ella tenía magia que podía esgrimir un poder inmenso.

Nieves se inclinó hacia adelante, atrapada en la historia.

—No le hice caso. Me enfrenté a ella. Le dije que aunque no

podía probar que había hecho algo, sabía que lo había hecho. Le dije

que nunca podría amar a una persona con un corazón tan negro. Ella

me rogó y suplicó que la amara. Prometió cambiar y llegar a ser lo que

yo quisiera que se convirtiera si solo la hacía mi reina. Cuando eso no

funcionó, se puso furiosa. Le dije que se fuera y nunca ensombreciera mi

puerta otra vez.

—¿Tu reina? —chilló ella.

Philip se aclaró la garganta.

—Yo era el Príncipe de Lilyworth. Todavía no había ascendido,

con la esperanza que mis padres regresaran.

Philip se quedó en silencio, dando vuelta para sentarse en el

tronco. Nieves quería ir con él, confortarlo. El dolor y la consternación

estaban grabadas en sus facciones.

—¿Qué pasó? —preguntó en voz baja.

Philip hizo un gesto con la mano a su alrededor.

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—Esto pasó.

—¿Esto?

—Esto. Fableton. Un día fui al bosque a cazar. No tenía idea que

ella no había dejado la aldea como yo le había dicho. Estaba separado

de mis hombres, pero eso no era inusual durante una cacería. Me

detuve para dejar descansar mi caballo y beber de la corriente cuando

ella apareció. —Nieves apretó los bordes del banco, queriendo que

dejara de contarle el resto. En cambio, se sujetó el labio inferior entre los

dientes y esperó—. Me dijo que si no podía tenerme, tampoco lo haría

cualquier otra persona, nunca. Me dijo que aún gobernaría un reino,

pero que no iba a ser el que actualmente gobernaba. Me informó que

iba a estar solo para siempre, en la miseria, con solo el recuerdo de su

belleza para consolarme, y que nunca sería capaz de escapar del reino

que construyó para mí.

Philip se encogió de hombros.

—Me reí de ella. Pensé que se había vuelto completamente loca.

Saqué mi cántaro de agua de mi caballo para beber de él, cuando de

repente me torné completamente entumecido. ¿Cómo fue que lo

dijiste? Despierto, pero incapaz de moverme.

Nieves se tambaleó sobre sus pies. ¿Estaba diciendo…?

—Ella iba con un hombre, un hombre bastante grande, que vino a

llevarme profundamente en el bosque, en lugares que nadie sería

capaz de encontrarme. Cuando me desperté, estaba aquí, en

Fableton. Solo. Viví solo por un tiempo muy largo. —Sonrió—. Y entonces,

un día tuve un visitante. Un hada. Había oído hablar de mí. Era incapaz

de deshacer la maldición, pero podía añadir una salvedad a la misma.

Eso fue: cualquier persona a quien fuera mostrado Fableton sería capaz

de convertirse en una parte de ella conmigo. Ella trajo la primera

persona, mi amigo Dmitri. Él siempre había sido mi fiel amigo y estaba

feliz de unirse a mí. Fue él quien trajo las primeras pocas personas.

Suspiró y Nieves se estremeció, sabiendo que cualquier cosa que

viniera después, no sería agradable.

—Ella se enteró, por supuesto. Así que regresó. Tampoco podía

deshacer lo que el hada había hecho, pero podía añadir su propia

capa adicional de salvedad. Maldijo el resto del bosque, por lo que

sería temido y nadie se pasearía en él por miedo de perderse para

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siempre. Una vez en el bosque, hay muy pocos que pueden alguna vez

dejarlo de nuevo.

Nieves asintió. Esto lo sabía.

—Se hizo más difícil conseguir que otros se unieran. Y entonces

llegó el día en que me di cuenta que estaba cumpliendo con mis

propios deseos egoístas. Todos los que habían venido ahora estaban

atrapados aquí conmigo, sin posibilidad de escapar. Ordené que no

trajeran a nadie más, a menos que la persona pidiera que se le dejara

entrar. Por supuesto, no mucha gente sabe acerca de Fableton, y así no

pueden pedir entrar. —Levantó la mirada hacia Nieves—. ¿Puedes

adivinar quién era la chica?

Nieves negó con la cabeza, queriendo negar el conocimiento. Sin

embargo, ella abrió la boca y dijo:

—Katarina.

—Sí —dijo Philip—. Katarina.

Nieves estaba atónita. La cabeza le daba vueltas.

—¿Cómo puede ser eso? —preguntó—. No sé de ningún reino

cercano. No tenemos reinos aquí.

—No sé dónde es aquí —dijo Philip—. Mi reino estaba en una isla

en el mar Céltico. No creo que todavía sea ahí donde estemos. O

cuando.

—¿Cuándo? —repitió Nieves.

—¿Qué año es? —preguntó Philip.

—2012 —dijo Nieves.

—Entonces he estado aquí medio milenio completo —comentó

Philip, con temor en su voz—. No tenía idea que había pasado tanto

tiempo.

Nieves negó con la cabeza.

—Espera. Esto es una locura. ¿Me estás diciendo que tienes

quinientos años de edad?

—Quinientos diecinueve años, en realidad.

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—No. No, eso no puede ser. Quiero decir, serías muy viejo. Pero te

ves…

—De diecinueve, lo sé —dijo Philip—. El tiempo se detiene aquí.

Nadie envejece. Solo otra de las crueldades sumadas por Katarina. No

hay escape, ni siquiera en la muerte.

—Pero Katarina no ha envejecido tampoco. Así que no debe ser

la misma.

—Es la misma —dijo Philip—. El tiempo se detiene para ella

también.

—No, esto es una locura. No es posible.

—¿Ah, no? —cuestionó Philip con calma—. Dime, Nieves, ¿no has

visto cosas aquí en Fableton que son imposibles? ¿Piezas del

rompecabezas que no están allí hasta que te las han mostrado?

¿Cambio de paisajes?

Por supuesto que lo había visto. Es por eso que ella había venido a

ver a Philip en primer lugar. Pero ahora, parecía tan inverosímil, a pesar

de los sauces rojos danzando en la brisa.

—Yo mismo no lo habría creído si no lo estuviera viviendo —dijo

Philip.

Nieves presionó sus manos contra sus sienes, caminando en

silencio por la hierba hasta que estuvo cerca de Philip.

—Estás mintiendo —dijo ella desesperadamente.

Philip se estremeció ante la cercanía de su voz. Él la miró y fue

entonces cuando ella lo vio. Sus ojos eran de color blanco, el iris

nublado, oscureciendo su visión.

—Estás ciego —susurró.

—Sí. Otro regalo de Katarina. Si no puedo ver, nunca sabré de

algo más hermoso que ella. Y no voy a mentir, Nieves. Oh, cómo me

gustaría poder ver. Pero no lo hago.

—¿No puedes ayudarme a salir de aquí? —preguntó ella.

—Estaba a punto de preguntarte lo mismo —respondió.

* * *

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Nieves volvió a mirar el puente que acababa de cruzar. Los

árboles rojos habían desaparecido, reemplazados una vez más con la

extensión cubierta de abundante hierba. Ella sacudió la cabeza y

caminó por el sendero. Allí, Tontín la esperaba.

—Hola, Tontín —dijo ella.

Tontín sonrió felizmente.

—Hola, Nieves. ¿Cómo lo llevas?

Pensó en su pregunta. ¿Cómo lo llevaba? Estaba aturdida,

abrumada, incrédula. De hecho, no estaba segura que todo esto no

fuera nada más que un sueño loco, o una ilusión causada por la droga

de Katarina. Podría estar tirada en el suelo del bosque, sin corazón, por

lo que sabía. Eso parecía más plausible que el resto de todo esto.

—Lo llevo bien, Tontín —dijo ella.

Estaba claro por los patrones de interrupción de su discurso, que

Tontín era un poco… bueno, lento. Recordó a un niño con quien había

ido a la escuela cuando era más joven. Él tenía algo llamado

microcefalia. Su cabeza era un poco más pequeña de lo normal, un

poco puntiaguda en la parte superior. Pero él había sido capaz de asistir

a la escuela por parte del día. Ella no sabía qué pasó con él, si se

habían mudado o simplemente lo pusieron en una escuela diferente.

Tontín parecía similar, aunque su cabeza no era tan puntiaguda. Pero su

personalidad feliz era muy parecida.

—¿Te gusta el príncipe Philip? Es divertido.

Nieves sonrió. Le gustaba Philip, aunque nada en su conversación

podría ser llamado divertido.

—Me gusta Philip, mucho —dijo ella—. ¿Es tu amigo?

Tontín asintió con entusiasmo.

—Él me deja jugar con sus juguetes.

—¿Ah, sí? —Se preguntó qué juguetes podría tener Philip—. Eso es

muy amable.

—Eres bonita —dijo Tontín.

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—Gracias —dijo Nieves. Ella sabía mejor, al serle dicho por su

madrastra lo para nada bonita que era, pero si Tontín pensaba que era

bonita, ¿quién era ella para argumentar?

—No te comas las bayas —dijo Tontín de repente, alejándose del

borde del sendero.

—¿Qué bayas?

Señaló un arbusto adornado con bayas de color rojo oscuro y

hojas de color amarillo brillante. Ella se acercó a mirar, y Tontín comenzó

a gemir, abrazando sus brazos alrededor de sí. Nieves se acercó a él,

colocando una mano sobre su brazo.

—¿Esas bayas son malas? —preguntó.

—Bayas malas, malas. ¡Malas!

Tontín estaba agitado.

—Está bien, Tontín. Lo tendré en cuenta. No voy a comerlas. ¿De

acuerdo? —Le tomó unos segundos centrarse en ella—. Gracias por

decírmelo.

Tontín dio una aguda inclinación de cabeza y continuaron por el

sendero.

—¿Qué te gusta comer, Tontín? —preguntó ella, tratando de

distraerlo.

—No bayas. —Continuó estrujando sus manos.

—No, las bayas no. ¿Qué te gusta?

—Tarta —dijo con entusiasmo, dejando caer las manos a su lado y

olvidándose de las bayas. Nieves hizo una nota mental para preguntarle

a Medic sobre las bayas.

Cuando llegaron a la cabaña, Tímido y Malhumorado habían

puesto la cena. Como la noche anterior, la comida estaba deliciosa.

Eran mucho mejores cocineros que incluso el cocinero profesional que

Katarina empleaba en casa.

—¿Hay algún lugar en la ciudad en que me pueda quedar? —les

preguntó mientras comían.

Siete pares de ojos la observaron con sorpresa.

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—¿No te gusta esto? —preguntó Medic.

—Por supuesto que sí —dijo Nieves—. Ustedes han sido

asombrosos. Me acogieron, me alimentaron, y me dieron un lugar para

pasar la noche anterior. Pero no puedo esperar que sigan cuidando de

mí. Además, como me dejaron dormir en una cama, Tímido y Estornudo

terminaron durmiendo en los sofás.

—No me importa —dijo Estornudo, con un estornudo

inmediatamente después de sus palabras.

—A mí tampoco —susurró Tímido, con los ojos pegados a sus

manos, las mejillas de rojo llameante.

—No quiero ser una imposición. Tengo algo de dinero, así que

puedo pagar el alquiler de un lugar.

—¿Dinero? —preguntó Burlón—. ¿Qué es eso?

—¿No saben qué es el dinero? —Nieves estaba aturdida. Ella se

fue, trajo algunos de los billetes y se los mostró.

—Eso no es dinero —gruñó Malhumorado—. Esos solo son pedazos

de papel verde.

El corazón de Nieves se hundió. Su dinero no tenía valor. ¿Y ahora

qué?

—¿Qué es lo que utilizan como moneda? —Todos se miraron unos

a otros en confusión ante su pregunta—. ¿Para pagar las cosas? —

preguntó ella.

—Nosotros no pagamos por las cosas —dijo Burlón—. Todos

trabajamos juntos para que nadie se quede sin nada.

—Oh. —Ahora Nieves estaba muy deprimida. Ella no tenía

ninguna habilidad. Era todavía una estudiante, que había vivido en una

casa llena de sirvientes. ¿Qué tenía para ofrecer?

—Nos preocuparemos de los arreglos de vivienda mañana —dijo

Burlón. Miró a los otros, y cada uno de ellos asintió casi

imperceptiblemente. ¿Qué fue eso?—. Algunos de nosotros tenemos

que trabajar mañana, pero me gustaría llevarte a los alrededores y

presentarte a algunos de los residentes de Fableton.

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—Sí, eso estaría bien —dijo Nieves, distraída. Tenía que encontrar

una manera de ganarse su sustento para así poder quedarse en otro

lugar hasta que averiguara la manera de salir de Fableton. Tal vez

caminando por la aldea mañana, descubriría algún lugar en el que

pudiera ser útil.

* * *

Nieves descubrió que todos los residentes de Fableton tenían

nombres extraños como Los Siete, nombres que, o bien describían su

trabajo o algo específico acerca de ellos, como Panadero, Herrero,

Agricultor, Mensajero, Asustadizo, Arador, Excavador, y Nudoso (cuyas

rodillas y codos dejaban en claro su nombre).

Ninguno de ellos tenía lo que ella consideraba un nombre normal,

y por lo tanto ninguno de ellos comentó sobre su propio nombre

extraño. Dos cosas en particular destacaron para Nieves: no había

niños, y no había animales que no sean unos cuantos pollos, vacas y

cerdos que criaban por su carne.

A medida que Burlón la acompañaba por todo el pueblo, más

cabañas aparecieron al doblar cada curva de la carretera, como si

una pintura se estuviera creando ante sus ojos. Los colores de las plantas

eran inusuales también. Los verdes eran brillantes, y muchas de las hojas

eran de color amarillo o rojo. Las flores eran de vibrantes tonos de azul,

púrpura y naranja.

Pasaron todo el día conociendo y visitando a los demás, incluso

comieron el almuerzo en casa de Panadero, el cual consistió en una

extensa gama de productos horneados, bollos y panes que dejaron

salivando a Nieves. La noche cayó mientras se abrían paso de regreso a

la cabaña. Cuando se acercaron, Nieves vio una segunda cabaña más

pequeña cerca de aquella que pertenece a los hombres. No

recordaba haberla visto antes, pero ya que cosas nuevas fueron

apareciendo constantemente, no se sorprendió.

Era una cabaña particularmente linda. Algunas de las flores de

color púrpura y naranja habían sido entretejidas a lo largo del techo de

paja amarilla. Las persianas eran de un azul vibrante. Era

aproximadamente la mitad del tamaño de la otra cabaña. Nieves se

ponderó quién vivía allí y por qué había tardado tanto tiempo para que

ella lo viera. Le llamó la atención mucho más que incluso aquella en la

que actualmente se quedaba.

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—¿De quién es esa cabaña? —preguntó Nieves a Burlón—. No la

he visto antes de ahora.

—¿Te gusta? —preguntó él.

—Es muy bonita —dijo—. Mira cuán colorida es. No puedo creer

los colores de las plantas aquí. De donde vengo no tenemos nada en

estos colores. Al menos, nada que crezca.

—Ese es parte del encanto —dijo Burlón.

Burlón la llevó más allá de su propia cabaña a la más pequeña.

Nieves supuso que iba a presentarle a su dueño. En su lugar, abrió la

puerta y entró. Ella vaciló.

Burlón había llamado a todas las demás puertas hoy. ¿Por qué no

en ésta?

Él asomó la cabeza por la puerta.

—¿Vienes? —le preguntó.

Nieves se encogió de hombros y entró.

—¡Sorpresa! —le gritaron siete voces masculinas. Ella saltó ante el

ruido repentino, parpadeando cuando se dio cuenta que Los Siete

estaban de pie ante ella, todos ellos con una sonrisa a excepción de

Malhumorado, que tenía un ceño ligeramente menos severo en su

rostro.

—¿Qué… qué es esto? —preguntó.

Tímido se adelantó, agachando la cabeza. Tan bajo que casi no

lo oye, él dijo:

—Es para ti.

Nieves se quedó atónita.

—¿Para mí? ¿Qué quieres decir?

Burlón sonrió y agitó una mano sobre los otros hombres.

—La construyeron para ti. Hoy.

—¿Qué? ¿Ellos construyeron todo esto hoy?

Dormilón se encogió de hombros.

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—El tiempo no significa lo mismo aquí como lo hace de dónde

vienes.

Nieves no sabía lo que quería decir, pero estaba sorprendida por

el gesto magnánimo. Puso ambas manos sobre su corazón.

—No sé qué decir. Esto es increíble. No puedo creer que hayan

hecho esto solo para mí.

—No te pongas melosa —gruñó Malhumorado—. La construimos

porque ninguno de ellos —señaló con el pulgar a los otros—, podía

soportar que te alejaras.

Nieves rió alegremente. Dio un paso adelante y puso una mano

sobre el brazo de Malhumorado.

—¿Solo ellos, Malhumorado?

Él balbuceó algo, encogiéndose de hombros, sus mejillas

poniéndose rojas.

Nieves volvió a reír y le besó la mejilla. Él dio un paso atrás,

mirándola en shock. Sus cejas se estrellaron juntas como estando de mal

genio. En un instante, su rostro se aclaró y una pequeña sonrisa levantó

las comisuras de su boca.

—Increíble —murmuró Medic, mirando la silueta de la sonrisa. La

sonrisa de Malhumorado cayó en una mueca cuando se volvió a

Medic, provocando al resto de los hombres un ataque de risa.

Tímido dio un paso adelante, volviendo la mejilla a Nieves. Ella

sonrió y también lo besó en la mejilla.

—¡Yo sigo! ¡Yo sigo! —chilló Tontín, dando un paso al frente para

recibir su beso. Ella dio un beso a cada uno de ellos por turnos.

—Muchas gracias —dijo—. No puedo comenzar a decirles lo

mucho que esto significa para mí. Nadie jamás ha hecho algo tan

bonito.

Tímido y Medic habían hecho la cena, la cual todos compartieron

alrededor de la nueva mesa de Nieves que era un reflejo de la de ellos.

Nieves no podía dejar de mirar alrededor de su nuevo hogar. La cocina

era un poco más pequeña que la de ellos. Había una pequeña zona de

estar con un sofá. Libros se alineaban en las estanterías, algo que

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faltaba en la cabaña de al lado. Casi no podía esperar a ver el

dormitorio.

Después de la cena, los hombres la dejaron sola. Nieves se

levantó y giró en un círculo en el centro de la habitación. Luego se

apresuró a entrar en el dormitorio. Su boca cayó abierta.

La habitación estaba dominada por una gran cama con dosel.

Los postes estaban hechos de nudosos troncos retorcidos que brotaban

con hojas de color rosa. La cama estaba cubierta por un edredón

grueso con remolinos de color rosa, púrpura y amarillo. Nieves se acercó

a la cama y se dio cuenta que tendría que escalar para subir a ella. Al

parecer, los hombres habían pensado en ello dado que un taburete

estaba de pie junto a la cama. Ella subió y se tendió en la misma. La

rodeó con comodidad, como si estuviera durmiendo en una nube. Esta

cama desmentía la afirmación de Katarina que había que tener dinero,

y mucho de ello, para tener las mejores cosas. Esta cama era más fina

que cualquier cosa que habían tenido.

Había un pequeño cuarto de baño al que se llegaba desde el

dormitorio. La repisa libre de siete máquinas de afeitar y siete cepillos de

dientes puestos por todo el lugar para gratitud de Nieves. Un cepillo y un

espejo yacían en la repisa, y su mochila estaba apoyada en la esquina.

Ella la recogió y regresó a la habitación para sacar su ropa.

Al abrir el armario, quedó aturdida. Albergaba un buen número

de ropa. Sacó una camisa, y la sostuvo contra sí misma. Parecía ser el

tamaño adecuado. Era una hermosa camisa blanca sedosa con

mangas vaporosas. Había pantalones, faldas, e incluso zapatos, todos

de la misma época. Nieves se apartó del armario hasta que se detuvo

junto a la cama.

De repente se le ocurrió que todo esto se sentía muy…

permanente. Una casa y ropa que no le pertenecía a ella y parecía

como si fuera de un tiempo y lugar diferente. Incluso había estado

preocupada por lo que podía hacer para ganar su sustento. Nada de

eso parecía ser de alguien que se iba a ir pronto. ¿Creía sus historias?

¿Que nunca sería capaz de salir?

Agotada y abrumada por la posibilidad que esta era su nueva

realidad, Nieves dejó caer la mochila al suelo y se subió a la cama,

enterrándose bajo las sábanas.

* * *

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Nieves se detuvo a la entrada del puente. No estaba segura de si

iba a funcionar de nuevo. El área se veía como lo había hecho en su

primera visita, terminando en una zona de abundante pasto. Burlón le

dijo que no creía que fuera capaz de encontrar a Philip una vez más, a

menos que él quisiera ser encontrado.

Ella dio un paso en el puente y sintió el mismo estruendo como la

primera vez. Tal vez era una especie de sistema de alerta cuando

alguien entraba en el puente, como un timbre en la puerta, pensó.

Cruzó rápidamente y cuando salió por el otro lado, el mundo se

desvaneció y se convirtió en la arboleda de sauces, sacudiendo sus

ramas emplumadas de color rojo en la brisa.

—Funcionó —dijo riendo. Se abrió paso a través de los árboles,

con la esperanza de encontrarlo. Llegó al mismo pequeño claro en que

lo había encontrado antes, con el mismo banco pequeño. Una vez más

un vaso de agua fresca estaba junto al banco. Sin embargo, esta vez,

en lugar de cortar leña, Philip se sentaba con un gran lienzo blanco en

un trípode frente a él. No podía ver lo que hacía con el lienzo, pero él lo

observaba con atención, a pesar del hecho que ella sabía que no

podía verlo.

—He oído que tienes una nueva cabaña —dijo Philip, sin levantar

la vista del lienzo.

—Escuchaste bien —dijo ella.

Nieves caminó hasta él, asegurándose que pudiera oír sus pasos y

detenerla si lo deseaba. Se detuvo antes de rodearlo para mirar al

lienzo. Philip sostenía un pincel.

—¡Estás pintando! —exclamó.

—Sí. —Su voz se mantuvo en calma en cara a su arrebato.

—Pero, ¿cómo…?

Él le hizo señas con la mano.

—Ven y lo verás.

Ella caminó lentamente alrededor del lienzo blanco, con los ojos

fijos en el rostro de Philip. Él se quedó mirando fijamente el lienzo, como

si pudiera ver lo que pintó. Cuando ella se detuvo junto a él, volvió la

mirada hacia la pintura.

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El castillo de Philip estaba pintado allí, con absoluta claridad. Las

mismas torres blancas desapareciendo en el cielo, el sol reflejándose de

las ventanas con destellos de luz. Los jardines estaban cubiertos con la

misma abundante hierba verde, solo las flores y plantas parecían

diferentes. Eran de los colores que se suponía que fueran, al menos, de

los colores que recordaba que fueran en casa en lugar de los colores

brillantes, inusuales de Fableton.

—¿Cómo pintaste esto? —preguntó Nieves—. Si nunca has visto el

castillo, ¿cómo pudiste pintarlo con tanta claridad?

Philip giró un poco su cabeza hacia Nieves mientras su pincel

permanecía inmóvil por encima del lienzo.

—¿Así es como se ve el castillo?

—Bueno… sí. ¿No lo sabías?

—No. Como dijiste, nunca lo he visto. —Le dio una risa burlona—.

Katarina es muy lista, ¿verdad? Creándome un nuevo castillo idéntico a

mi propio castillo.

—¿Así que estás pintando de memoria? ¿Cómo recuerdas dónde

lo dejaste y dónde empezar de nuevo? Está muy bien, nada

superpuesto.

Philip bajó su pincel una vez más y comenzó a dar pinceladas en

el lienzo, colocando la punta exactamente donde necesitaba estar.

—Puedo ver una sola cosa —dijo—. Katarina encantó las pinturas

y los lienzos. Puedo verlos tan claramente como solía ver todo. Lo hizo

para que pudiera pintar su retrato y recordar lo que he perdido.

Nieve gruñó.

—Y, ¿la has pintado?

—Sí. Varias veces. —Sonrió Philip—. Sin embargo, no creo que

Katarina los aprecie. —Se giró hacia ella—. Quizás te los muestre en

algún momento, y puedes darme tu opinión.

Nieves se estremeció ante la idea de enfrentarse a Katarina de

nuevo, incluso si solo fuera a través de una pintura.

—Quizás en algún momento —dijo.

—¿Disfrutas de tu tiempo en Fableton? —preguntó.

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Nieves no estaba segura de cómo responder a la luz de su

reciente revelación que este podría ser su nuevo hogar permanente.

—No estaba segura de si sería capaz de encontrarte de nuevo —

dijo.

—Estaba esperando que lo hicieras —respondió—. Cuéntame

sobre tu nueva cabaña.

—Todavía no puedo entender cómo la construyeron… y

amueblaron, en un solo día.

—El tiempo aquí tiene un significado diferente —dijo Philip.

—Eso es lo que dijeron, pero, ¿qué significa?

—Lo que sientes como el paso de no más de un día, podría haber

sido varios días para ellos —respondió Philip—. Aquí el tiempo es eterno.

¿Recuerdas cuando te dije que no se envejecía aquí?

—Lo recuerdo —dijo Nieves—. ¿No se pone… no sé, supongo que

aburrido? ¿O monótono? Haciendo las mismas cosas día tras día, una y

otra vez.

Philip sonrió.

—Nunca lo consideré. Al principio pasé mucho tiempo tratando

de encontrar un escape, luego, muchísimo tiempo tratando de llenar mi

reino con los demás para así no estar solo. Finalmente, me resigné. Si me

preocupara por estar aburrido, probablemente estaría loco para ahora.

Así que lleno mis días como si no me hubieran quitado de mi reino,

excepto por montar y cazar. —Hizo una pausa y levantó la vista de su

pintura—. Blancanieves, ¿estás aburrida?

Nieves negó con su cabeza, luego recordó que no podía verlo.

—No. Me han pasado tantas cosas cada día que no he tenido

tiempo… para estarlo… —Se echó a reír—. Tiempo. El tiempo tiene un

significado diferente aquí.

Philip asintió.

—Cierto. Solo puedo marcar el paso del tiempo en el mundo

exterior cuando llega alguien nuevo. Pero nadie ha venido por más de

tres siglos. Estaba sorprendido cuando viniste y me dijiste el año.

Nieves negó con su cabeza. Era un concepto tan extraño.

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Philip giró en su dirección e inclinó su cabeza.

—Tengo una idea —dijo—. Una manera en que podría ser capaz

de verte. Pero habría de necesitar tu ayuda. ¿Estás dispuesta a jugar un

juego conmigo?

Curiosa, Nieves dijo:

—Claro. ¿Por qué no? Al parecer, tenemos todo el tiempo del

mundo.

* * *

—No, un poco menos tupidas —dijo Nieves.

Philip dio toquecitos con el pincel en la pintura color carne y

adelgazó las cejas en la pintura. Nieves se sentaba frente a un gran

espejo al lado de Philip, tratando de describirse a sí misma mientras él

pintaba. Le hizo pensar en los dibujos de la policía cuando un

delincuente era buscado. Solo que la pintura de Philip era vibrante y

colorida, y casi reflejaba la imagen que ella veía en el espejo. Cualquier

inconsistencia era porque a Nieves le faltaba la capacidad de describir

claramente lo que veía.

—Ahora tus ojos —dijo Philip.

—Azules —dijo Nieves.

—Eso no me dice nada —dijo Philip—. ¿Qué tono de azul?

—No lo sé, solo azul. Como… como cuando estás afuera en un

día que es un poco nublado, por lo que no luce tan claro y brillante.

Philip mezcló algo de azul con un poco de gris y dio toquecitos a

la pintura. Nieves se quedó atónita. El tono que pintó era el mismo que

le devolvía la mirada en el espejo.

—¿Forma? —preguntó Philip.

—Redonda —respondió Nieves.

—No tu iris —dijo Philip—. Tu ojo por completo.

—Oh. Lo siento. No soy muy buena en esto. Supongo que en

forma de almendra.

Philip pintó la parte externa de su ojo. Nieves volvió a mirar el

espejo, luego a su pintura de nuevo.

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—Inclinados un poco hacia arriba en los bordes —dijo.

El experimento fue laborioso, consiguiendo las formas

perfectamente: su boca, sus mejillas, su barbilla, su nariz. Philip insistió en

que todo sea exactamente preciso. Finalmente, Philip se inclinó hacia

atrás y dijo:

—¿Está terminado?

Nieves se paró y miró la pintura, luego de nuevo el espejo. Sus ojos

fueron de ida y vuelta. No podía decir cuándo estaba mirando en el

espejo o mirando la pintura, uno reflejaba que se veía atónita y el otro

permanecía inmóvil.

—Sí, Philip, esa soy yo.

Philip se quedó mirando la pintura. Finalmente bajó el pincel y giró

hacia Nieves.

—Ahora veo.

—¿Qué cosa? —preguntó.

—Por qué Katarina te odiaba tanto.

—¿Puedes decirlo nada más por pintarme?

—Sí.

—Entonces, por favor, compártelo conmigo.

Philip se puso de pie, rodando sus hombros y flexionando sus

manos.

—¿Caminas conmigo? —preguntó.

Nieves se preguntó si debería ofrecerle su brazo para guiarlo, pero

él comenzó a caminar, sorteando cuidadosamente cualquier

obstáculo. Se reprendió a sí misma. Por supuesto que conocía mejor el

lugar que el dorso de su mano, después de haber estado ahí quinientos

años. Rápidamente lo alcanzó y caminó a su lado.

—Si hay una cosa que sé, sin lugar a dudas, es que Katarina valora

la belleza. Pero no como alguien más valora la belleza. Está

obsesionada con ella… consigo misma. Creará cualquier cantidad de

hechizos y encantamientos para mantener su belleza. —Suspiró y miró

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hacia Nieves—. Y destruirá cualquier cosa que considere más hermosa

que ella.

—Sí, entiendo todo eso. Aún no explica por qué me odia.

Philip se detuvo y Nieves se detuvo con él.

—De verdad no lo entiendes, ¿verdad? Eres tú, Nieves. Eres la

cosa más hermosa que ella.

—Realmente estás ciego —murmuró. Entonces jadeó—. Lo siento,

eso fue tan grosero. No quise decir…

Philip se rió.

—Puedo estar ciego, pero te vi bastante claro en la pintura. —

Levantó una mano y pasó su pulgar bajando por su mejilla. Ella se

sonrojó bajo su toque—. Alguien te ha convencido que eres menos que

hermosa —dijo—. Y puedo adivinar quién fue. Tu belleza es completa,

Nieves, desde el azul de tus ojos a la pureza de tu corazón. Eres todo

contra lo que ella se rebela, todo lo que no puede ser.

Nieves negó con su cabeza y él dejó caer su mano.

—¿Quieres ver algo increíble? —le preguntó, cambiando de

tema.

—Claro —dijo ella, incapaz de empujar sus palabras de su mente.

¿Podría ser verdad? ¿Podría Katarina haberle hecho algo tan horrible a

ella, arreglado su asesinato, solo porque de alguna manera estaba

celosa? No parecía concebible. Pero, de nuevo, nada aquí parecía

concebible, y sin embargo lo era.

Oyó el agua antes que apareciera a la vista. Philip se detuvo y

ella caminó por delante de él, boquiabierta. La cascada debe haber

tenido nueve metros de altura. Rodaba bajando por rocas brillantes, el

agua color azul zafiro y reluciente como miles de diamantes en el sol.

Miró a Philip y vio que tenía sus ojos cerrados, una sonrisa en su rostro.

—Esto es increíble —exclamó—. Pensé que había visto lo increíble,

paseando por aquí, ¿sabes? Pero esto… esto es increíble. Tan

magnífico.

—¿Lo es? —murmuró Philip—. No puedo verlo. Pero el sonido,

¿puedes oírlo?

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—Suena como agua —dijo.

Philip sonrió.

—Cierra tus ojos y escucha.

Nieves no quería cerrar sus ojos frente a la belleza, pero lo hizo de

todos modos. Sonaba como agua, justo como había dicho.

—No escucho nada —dijo. Saltó cuando las manos de Philip

agarraron sus brazos. Sus ojos se abrieron sorprendidos.

—Entonces no estás escuchando bien —dijo él—. Mantén tus ojos

cerrados y abre tu mente. Solo escucha.

Nieves se encogió de hombros y cerró sus ojos… aún era agua.

Esperó, las manos de Philip cálidas en sus brazos, la sombra de su cuerpo

detrás de ella. Volvió la mente de nuevo a la tarea de escuchar.

En algún lugar en la distancia, oyó un tintineo ocasional, como la

lluvia goteando sobre un cristal. Se concentró en el sonido. ¿De dónde

venía? Tan pronto como tuvo su atención, el sonido aumentó. El tintineo

multiplicándose, haciéndose más fuerte, sonando más cerca. Y luego

los sonidos se reorganizaron a sí mismos en una disposición rítmica, hasta

que era una canción.

Nieves jadeó y Philip apretó sus brazos.

—Lo oyes, ¿cierto?

Nieves abrió sus ojos lentamente. La vista no hizo desaparecer la

música. Observó la resplandeciente cascada a medida que le

cantaba. Era casi abrumador, la vista y el sonido combinados. En un

impulso, giró y lanzó sus brazos alrededor de la cintura de Philip.

—Gracias —gritó—. Gracias por mostrarme esto. Es… increíble.

Cuando había echado sus brazos alrededor de él, sus manos se

habían levantado de ella y ahora colgaban en el aire. Al darse cuenta

lo que había hecho, Nieves sintió la vergüenza cubrir sus mejillas. Se

movió para alejarse pero sus manos cayeron sobre los hombros de ella,

al principio indeciso, luego deslizándose lentamente a través del centro

de su espalda hasta que se encontraron en el medio de su espalda. Ahí

se detuvo, sujetándola sin apretar, tentativamente.

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Nieves sintió la tensión nerviosa en él, y se le ocurrió que podrían

haber pasado varios años, o incluso siglos, desde que había sido

abrazado. Ella permaneció quieta, esperando a que él fuera el primero

en romper el abrazo. En lugar de hacer eso, sus brazos se tensaron,

cruzando apretadamente sobre la espalda de ella, y su cabeza cayó

hasta que su mejilla estaba descansando arriba de su cabeza.

Se quedaron así durante largos minutos, o lo que podrían haber

sido horas dado que el tiempo significaba poco aquí, antes que él

aflojara su agarre. Se separaron y Nieves levantó su mirada hacia él. La

expresión de su rostro casi rompió su corazón. Parecía frágil, emocional,

casi como si lo fuera a tocar de nuevo y se rompería. Luego sonrió y su

rostro cambió, convirtiéndose en regocijo.

—Este es mi lugar favorito para venir —dijo él—, incluso ahora más.

Nieves se alegró que no pudiera ver sus mejillas rojas.

* * *

—¡El príncipe Philip va a dar un baile!

Nieves giró ante la voz emocionada. Cuando vio que era Tímido

quien había irrumpido en la casa, gritando la noticia, estuvo

sorprendida. Raramente hablaba por encima de un susurro. Mientras la

miraba, pareció darse cuenta lo que había hecho, y de inmediato se

encogió de nuevo, sus mejillas ardiendo, sus ojos bajos. Probablemente

se habría retirado de la cabaña si no se hubiera visto obligado por el

entusiasmo de los otros hombres.

Todos hablaban emocionados, bueno, todos excepto

Malhumorado. Generalmente se quejó del asunto, con los brazos

cruzados apretadamente. Nieves terminó de limpiar el mostrador y

colgó la toalla. Había estado limpiando para Los Siete, eso era algo que

sabía cómo hacer bien de vivir con Katarina. Y necesitaban la ayuda.

Siete hombres viviendo juntos… era un trabajo de tiempo completo

limpiar tras de ellos. Además, los liberaba para que trabajaran más

tiempo en su propio trabajo, cultivando los árboles frutales.

—¿Es inusual de él lanzar un baile? —preguntó cuando hubo un

descanso en sus parloteos.

—¿Inusual? —repitió Malhumorado sarcásticamente—. Nunca ha

lanzado uno antes.

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—¿En serio? Me pregunto por qué está teniendo uno ahora.

Malhumorado levantó una ceja.

—Creo que puedo adivinar por qué.

Seis pares adicionales de ojos de los ahora seis silenciosos hombres

giraron hacia ella.

—Ajá —dijo Burlón, como si no se le hubiera ocurrido.

—¿Qué? —preguntó Nieves, extendiendo sus brazos—. No tiene

nada que ver conmigo.

—Has pasado un montón de tiempo con él ayer —dijo

Malhumorado.

—Eso es verdad —concordó Medic.

—¿Ella es la elegida? —preguntó Estornudo antes de dejar

escapar tres estornudos potentes.

Todos sus ojos saltaron a Estornudo antes de volver a ella.

—¿La qué? —preguntó Nieves.

Se miraron entre ellos antes que Medic finalmente dijera:

—La elegida que haga al Príncipe Philip finalmente dar un baile.

Hemos estado esperando mucho tiempo.

Nieves se limitó a mirarlo fijamente. Algo no estaba bien. No creía

que dijera la verdad. ¿Tal vez habían estado esperando a que alguien

viniera a qué? ¿A ser su princesa? Ella negó con la cabeza. No quería

quedarse si podía evitarlo.

Aun así, la idea trajo de vuelta el recuerdo de estar en sus brazos,

el canto de la cascada detrás de ellos.

* * *

Los Siete llevaron a Nieves para ver a Costurera, quien, para nada

raro, era la costurera en Fableton.

—He estado muy, muy ocupada —dijo la agotada mujer que los

llevó a la parte trasera donde guardaba todos sus rollos de tela. Nieves

las miró, preguntándose de dónde en el mundo obtuvieron todos estos

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rollos—. La emoción del baile, y todo eso. Todo el mundo necesita

nuevos trajes. Supongo que es por eso que están aquí.

Nieves se sintió mal por añadir más trabajo a la acosada

Costurera, hasta que Costurera la miró fijamente.

Nieves vio el brillo de emoción en sus ojos, la sonrisa que apareció

en las comisuras de su boca.

—¿Para qué otra cosa podríamos estar aquí? —refunfuñó

Malhumorado.

Burlón lanzó una mirada acallando a Malhumorado.

—Cualquier ayuda que puedas darnos sería muy apreciada —le

dijo alegremente.

—No va a ser complicado, pero va a ser útil —murmuró, apilando

rollos de tela en los brazos del hombre. Tres rollos para cada uno—.

Pantalones, camisa y chaqueta —dijo ella.

Nieves no sabía nada acerca de la moda o de costura, y sin

embargo, incluso su ojo inexperto podría reconocer que los rollos que

Costurera entregó a cada uno de ellos encajaban a la perfección. Los

colores y los patrones de los materiales coincidían con la personalidad y

coloración del hombre impecablemente.

Nieves se paseó alrededor, tocando algunos de los tejidos. Ella se

encontró con uno dorado brillante reluciendo y se detuvo. Se veía

como hilos de oro, pero con la textura de la seda fina. Sacó la pieza del

extremo y la sostuvo contra el frente de sí misma.

—No, no, no, esa está absolutamente mal para ti. —Costurera

arrebató la tela de sus manos y el corazón de Nieves decayó—. Tengo

la cosa perfecta… ahora, ¿dónde lo puse…? —Costurera buscó a

través de los rollos de tela mientras Nieves la seguía.

—¿De dónde viene todo esto? —preguntó.

Costurera ni siquiera vaciló en su búsqueda.

—¿De dónde viene qué?

Nieves barrió sus brazos alrededor de la habitación.

—Todas estas telas. Quiero decir, después de tanto tiempo,

tendrías que haberte quedado sin telas. —Costurera le lanzó una mirada

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inquisitiva y Nieves se dio cuenta que ella podría no haber estado aquí

tanto tiempo como Philip—. Quiero decir, si te encargas de vestir a todo

el pueblo de Fableton, tarde o temprano se va acabar, ¿no?

Costurera continuó en su búsqueda, sacudiendo la cabeza.

—No, nunca se acabará. Nunca lo hace. Cada mañana cuando

entro, cualquier tela que usara el día anterior se ha repuesto. A veces,

nuevas aparecen cuando ni siquiera he usado alguna.

Nieves pensó que nada más sobre Fableton podría sorprenderla,

pero esto lo hizo. Estaba a punto de hacer comentarios al respecto

cuando Costurera lanzó la mano triunfante en el aire.

—¡Ajá!

Nieves saltó ante su exclamación.

—Ahí está.

Empujó la escalera rodante a una alta pila de materiales y se

subió en ella. Nieves no estaba segura de cómo podría ver algo hasta

allá arriba en esa pila. Sacó algo de la parte superior de la pila y bajó

rápidamente.

—Esto es para ti —dijo ella, empujando dos rollos hacia Nieves. Ella

bajó la mirada, asombrada. Uno de los materiales era de un azul zafiro,

del mismo color que la cascada. El segundo era de color azul hielo y

cuando la luz lo atrapó, arrojó destellos de luz que parecían prismas de

diamantes.

—Es perfecto —suspiró ella.

—Por supuesto que lo es —dijo Costurera como si estuviera

ofendida que Nieves la cuestionara—. Ahora vete y vuelve mañana

para tus accesorios.

—¿Mañana? —preguntó Nieves.

—Estoy muy ocupada —reiteró Costurera—. No puedo terminarlos

hoy. Ahora vete, shu, shu —dijo ella, casi empujándolos hacia la puerta.

Nieves negó con la cabeza. Ella no le había estado pidiendo a

Costurera que lo terminara hoy, solo había estado sorprendida que

Costurera pudiera tener los ocho atuendos terminados para mañana.

Por otra parte, la mañana de Costurera podría ser diferente a la

mañana de Nieves.

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* * *

Nieves y Los Siete caminaron la corta distancia hasta el castillo, o

al menos le pareció mucho más corta ahora que había tomado el

sendero un par de veces. El castillo, normalmente brillante por sí mismo,

estaba aún más gloriosamente iluminado por el baile. Velas fueron

colocadas en toda la extensión del césped, dando la impresión de

estrellas que habían caído del cielo y aterrizado en la Tierra. Faroles se

alineaban en la pasarela de la puerta derramando luz amarilla en la

noche.

El estómago de Nieves se tensó mientras se acercaban a la

puerta. Nunca había estado en un baile escolar, y mucho menos nada

titulado el baile. Solo podía esperar que nadie esperara que bailara y

revelara sus dos pies izquierdos. No es que estuviera en peligro que se lo

pidieran. Aparte de Los Siete que parecían verla como a una hermana,

ninguno de los chicos que vivían en Fableton había tomado un interés

en ella, tal vez porque estaban casi todos ocupados. Ella se llevaba

bastante bien con las mujeres, pero los hombres parecían evitarla.

Cuando entró en el castillo con el brazo unido a través de los de

Tontín, se quedó sin aliento. Casi todo en el castillo era de color azul y

plata, resplandeciendo en un brillo etéreo de las miles de velas que

iluminaban el interior. El parpadeo de las velas hacía parecer que todo

estaba reluciendo.

—Vaya —suspiró ella.

—Impresionante, ¿eh? —preguntó Tontín, y Nieves sonrió. Tontín

amaba a todos y todo, excepto las bayas, y nunca se cansaba de

pasar el rato. No como Malhumorado que podía ponerla nerviosa con

su carácter melancólico o Medic que analizaba constantemente todo.

Después de vivir su vida con los constantes juicios severos de Katarina,

Tontín era un buen descanso.

Ellos se dieron a conocer por un hombre en la puerta que Nieves

no había visto antes, como si alguien necesitara ser anunciado. ¿No

todo el mundo conoce a todo el mundo? Se deslizaron por la amplia

escalera curva. Muchas personas se volvieron para mirar y Nieves se

sintió cohibida. Supuso que era natural ya que ella era el ciudadano

más reciente de Fableton… en un tiempo muy largo, no menos.

Cuando llegaron al pie de la escalera, Tontín tiró de su brazo para

llamar su atención.

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—Mira —dijo él, girando a la derecha. Allí, Nieves se encontró

frente a un gran espejo que comenzaba en algún lugar por encima de

su cabeza y terminaba en el piso. Era la primera vez que se había visto a

sí misma en su totalidad en la increíble creación encantadora que

Costurera había hecho.

Cuando Nieves había recogido el vestido, había estado

asombrada. Era mucho más hermoso que cualquiera de los vestidos de

fiesta que jamás había visto de vuelta en casa. También tenía un corte

que le recordaba al de una princesa de cuento de hadas. Pero ahora,

viéndolo en el espejo, se dio cuenta que no le había dado suficiente

crédito.

La tela azul hielo era lo suficientemente delgada para adquirir un

toque de azul zafiro debajo. Pero aún mejor, capturaba la luz siendo

proyectada por las velas y los colores reflejados de la habitación,

convirtiéndolo en un prisma. Tontín levantó su mano y la hizo girar en un

círculo. El vestido arrojó destellos de luz que le daban la apariencia de

estar cubierta de diamantes. Le recordó fuertemente a la cascada,

menos la música, por supuesto. Ella se echó a reír, incapaz de evitarlo.

Por suerte, era Tontín quien estaba de pie junto a ella, así que él se

unió a su risa alegre, sin comentar o preguntar por qué se reía.

Otro hombre, vestido de la misma forma como el que anunció su

llegada y otro que Nieves no conocía, se acercó a ellos. Hizo una

reverencia y se aclaró la garganta. Nieves volvió su atención de ver su

vestido en el espejo al hombre.

—Disculpe, señorita, pero el príncipe Philip pidió que la lleve hasta

él.

Nieves miró a Tontín, quien sonrió y aplaudió como si fuera

absolutamente un honor. Ella se encogió de hombros, diciéndole que lo

vería más tarde mientras seguía al hombre formal a través de la pista de

baile donde unas pocas parejas bailaban el vals, o lo que ella supuso

era el vals. Nunca había bailado y no podía decir honestamente que lo

reconociera. Podría haber sido cualquier cosa, supuso.

En el lado opuesto de la habitación grande y brillante, llegaron a

una serie de puertas de gran altura. Un par de hombres formales

estaban allí de pie y abrieron las puertas ante su aproximación. Philip no

había estado fuera con la multitud. Él debería haberlo estado. Después

de todo, él era el anfitrión de esta fiesta. El hombre con ella le indicó

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que entrara. Así lo hizo. Las puertas se cerraron detrás de ella, el hombre

permaneciendo en el lado opuesto de las puertas.

Nieves miró a su alrededor, en un primer momento pensando que

estaba sola. Entonces lo vio. Estaba de pie en la sombra cerca de la

ventana, solo la luz ambiente desde fuera esbozando su silueta. Parecía

nervioso.

—¿Philip? —Nieves cruzó la habitación hacia él, deseando que el

suelo no estuviera tan profundamente alfombrado para amortiguar sus

pasos. Cuando se detuvo frente a él, la tomó de la mano, no vacilando

en absoluto como ella hubiera esperado de alguien que no veía, y se la

llevó a la boca.

De cualquier otra persona eso podría haber sido un gesto cursi. De

Philip parecía correcto.

—Me alegro que hayas venido —dijo.

Nieves rió.

—¿Hay alguien que no lo hizo? Además, resulta que tenía un lugar

libre en mi agenda esta noche.

Philip sonrió.

—Me gustaría poder decirte que te ves hermosa, pero…

Nieves volvió a reír.

—Bueno, yo te puedo decir que te ves encantador —dijo ella. Y lo

hacía. Él estaba resplandeciente en negro, con los pantalones metidos

dentro de sus botas hasta las rodillas. Su chaqueta parecía lo que ella

supuso que un príncipe debía llevar, con cintas y cordones en los

hombros, ribetes de zafiro y botones de plata. Philip ya era atractivo,

añadan el uniforme en la mezcla y estaba deslumbrante.

Él levantó una ceja ante su cumplido.

—No estoy seguro de si me gusta que me llamen encantador —

dijo.

—Confía en mí, es una buena cosa. No habrá una mujer ahí fuera

que sea capaz de quitarte los ojos de encima.

Él se quedó en silencio durante un largo rato, y luego dijo:

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—¿Qué hay de aquí?

Nieves se sonrojó, pero respondió con honestidad.

—Bueno, todavía estoy mirando.

Philip se echó a reír.

—Bien —dijo—. Bueno, tengo que pedirte un favor.

—Está bien —dijo ella, preguntándose qué podría necesitar de

ella.

—No sé si has oído que yo nunca he hecho esto antes, por lo

menos no aquí.

—Escuché algo como eso.

Él se encogió de hombros.

—Es un poco… angustiante pensar estar de pie delante de toda

esa gente, incapaz de ver, posiblemente tropezando…

Nieves se sorprendió. Siempre parecía tan confiado. Nunca lo

había visto tropezar.

—Tenía la esperanza de tener a una hermosa y joven dama en mi

brazo, para guiarme y evitar que no lo haga.

—Oh —dijo Nieves, decepcionada—. ¿Necesitas que vaya a

buscar a alguien para ti?

Philip frunció el ceño en confusión y ladeó la cabeza.

—Pensaría que estás bromeando si no supiera ya la baja impresión

que tienes de ti, Nieves. Katarina ciertamente labró su malvada

persuasión en ti. —Él negó con la cabeza—. Estaba hablando de ti.

Quiero que tú seas mi escolta.

—¿Yo? Bueno, está bien, pero confía en mí, hay personas mucho

más bonitas aquí que yo.

Philip sonrió.

—Te he visto, ¿recuerdas? Bueno, en cierto modo, de cualquier

forma. Además, he oído que hablan de ti.

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—¿La gente habla de mí? —preguntó Nieves, inmediatamente

deseando poder retirar la pregunta. Ella definitivamente no quería

escuchar lo que decía la gente cuando se sentía tan bien consigo

misma en este hermoso vestido.

—Están diciendo que la única cosa más bella que tu apariencia

es la bondad de tu corazón —dijo—. Pero yo ya sabía eso a partir de

nuestro tiempo juntos. No hay nada cruel en ti, ni siquiera hacia Katarina

que te trató tan mal.

—Eso no es cierto —argumentó Nieves—. No la aprecio en

absoluto.

Philip se echó a reír.

—Pero no la odias, ¿verdad? La mujer que te envió para ser

asesinada en el bosque.

Nieves pensó en ello. No, no podía decir que odiaba a Katarina.

Algo horrible debe haberle pasado en algún momento para hacer de

ella una persona tan cruel.

—Vamos —dijo Philip—. Debería unirme a mi fiesta. —Extendió un

brazo y Nieves deslizó su brazo a través del suyo, deseando solo por un

momento que Channy pudiera verla ahora, con el chico más hermoso

imaginable, con un vestido de no creérselo, a punto de entrar en una

habitación mágica llena de luz brillante. Channy pensaría que era tan

impresionante como ella.

Mientras se acercaban a la puerta, la abrieron desde el exterior.

¿Cómo supieron esos hombres que se acercaban? Negó con la

cabeza. ¿Por qué incluso cuestionaba algo en Fableton? Cuando

salieron, la música se detuvo y cada cabeza en el lugar se giró en su

dirección. El calor inundó las mejillas de Nieves con la atención

indeseada. Sintió la tensión en el brazo de Philip y se dio cuenta que sin

importar lo nerviosa que estaba, él probablemente lo estaba más. Se

relajó para que fuera lo más fácil posible para él.

Cada persona en la habitación se dejó caer en una reverencia, y

Nieves se dio cuenta que probablemente tendría que haber hecho lo

mismo cada vez que veía a Philip. Pero entonces, ¿cómo podría

saberlo? Nunca había conocido a la realeza en su vida. Tendría que

recordarlo en el futuro. Tan pronto como todos se pusieron de pie, los

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aplausos estallaron y Philip sonrió con una sonrisa devastadora, por lo

menos para Nieves resultaba devastadora.

—Bienvenidos, todos —dijo Philip, sus voz atravesando la

habitación como si llevara un micrófono—. Gracias por venir. Por favor,

disfruten por sí mismos. Continúen bailando —dijo con un gesto y la

música comenzó de nuevo. La pista de baile se llenó rápidamente,

como si muchos de ellos solo hubieran estado esperando el permiso de

Philip para comenzar.

—¿Puedes ver las sillas a mi derecha a la cabeza de la

habitación? —preguntó, inclinándose para que los otros no pudieran oír.

Nieves miró en la dirección que indicaba.

—¿Te refieres a los tronos? —susurró.

Philip se rió entre dientes por lo bajo en su garganta y el sonido

hizo cosas divertidas en el estómago de Nieves.

—¿Me puedes llevar hasta allá sin que pase por encima de nada

ni nadie? Por lo general puedo encontrar fácilmente el camino, pero no

con todas estas personas y elementos llenando la habitación.

—Bueno, entonces déjame abrirte el camino. —Ella lo dirigió hacia

los tronos, pasándolo alrededor de los demás, tratando de no hacerlo

obvio para cualquier persona que mirara. Una vez que se detuvieron en

la elevada plataforma, la confianza de Philip regresó y entonces él le

abrió el camino a ella. Se detuvo en la primera silla y la tomó de la

mano, indicándole que debería sentarse.

—No, Philip —dijo, presa del pánico—. No puedo sentarme allí. Eso

es para alguien como… tu reina o algo así.

Él sonrió.

—No tengo una reina. Así que es solo para mi invitada. —Nieves

siguió dudando—. No puedo sentarme a menos que tú lo hagas —dijo—

. ¿Vamos a bailar en su lugar?

—¡No! Vamos a sentarnos —dijo ella, deslizándose rápidamente

en la elaborada silla.

Philip se echó a reír y fue a sentarse junto a ella. Inmediatamente

fue asediado por muchos de los habitantes del pueblo. Nieves observó y

escuchó. No pasó mucho tiempo para que viera lo mucho que lo

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amaban. Parecía que pasaba mucho tiempo solo, pero aun así pasó

suficiente tiempo con la gente para que ellos hubieran desarrollado un

respeto profundo y genuino por él.

* * *

La comida les fue traída. Nieves asumió que Philip lo preestableció

de manera que no tendría que preocuparse de tropezar en torno a la

larga mesa del bufet. Nieves se contentó con sentarse con él, riendo y

hablando. Estaba completamente relajada cuando se dio cuenta que

nadie le pediría bailar mientras estuviera sentada junto a Philip.

Y entonces él se puso de pie, sosteniendo una mano hacia ella.

Puso su mano en la suya, poniéndose de pie con él, pensando que tal

vez había terminado por la noche y quería que lo llevara de regreso a la

habitación dónde se había encontrado primero con él. En su lugar, la

condujo a la pista de baile, luego le hizo una reverencia formal. Cada

músculo en su cuerpo se tensó.

—¿Qué estás haciendo? —jadeó.

—Sería el colmo de la descortesía si no bailo por lo menos un

baile.

—No, Philip, no puedo bailar.

—No te preocupes, yo guiaré —bromeó.

—Lo digo en serio, Philip, no tengo ni idea de cómo bailar así.

Nunca antes lo he hecho.

Él inclinó la cabeza con curiosidad, como si el pensamiento no se

le hubiera ocurrido. Luego puso una mano en su cintura, levantando sus

manos unidas hacia un lado.

—Todo lo que necesito que hagas es que me digas si estamos

acercándonos demasiado a alguien o algo —dijo.

Nieves negó con la cabeza, tirando hacia atrás.

—Por favor —dijo él. Ella se detuvo—. ¿Vas a confiar en mí,

Nieves? Te prometo que no voy a tropezar o caer sobre ti.

Nieves se relajó, colocando su mano sobre su hombro.

—No estoy preocupado por ti, Philip. Estoy preocupada por mí

tropezando y cayendo sobre ti.

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Philip sonrió.

—Bueno, entonces, vamos a ver quién de los dos puede durar

más sin hacerlo.

—Está bien —dijo ella—. Solo recuerda que tú lo pediste.

Él se echó a reír mientras comenzaban los primeros acordes de la

música. Philip comenzó a moverse. Nieves estaba tensa, tratando de

seguir sus pasos. Él dio a su cintura una pequeña sacudida.

—Relájate, Nieves, y confía en mí.

Nieves dejó escapar un suspiro, obligándose a relajarse y permitir

que sus pies lo siguieran a dónde él se dirigiera naturalmente. Y de

repente, sin tener la menor idea de cómo lo hizo, ella bailó el vals sin

esfuerzo alrededor de la pista con él. Era como si sus pies conocieran los

pasos aún si su cerebro lo hacía o no. Una vez que dejó de preocuparse

por ello, descubrió que se estaba divirtiendo.

—Estoy bailando, Philip —dijo exultante.

Él se echó a reír.

—Yo también. ¿Qué te parece?

—Esto es increíble —dijo—. Si tan solo Channy pudiera verme

ahora.

—¿Quién es Channy? —preguntó.

—Mi mejor amiga —dijo.

—¿La echas de menos?

—Desesperadamente —dijo Nieves.

Philip asintió.

—Sé cómo te sientes.

Nieves recordó a Philip hablándole de su amigo Dmitri que había

venido aquí con él en un principio.

—No he conocido a Dmitri todavía —dijo.

Una sombra cruzó el rostro de Philip.

—Dmitri ya no está aquí.

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—Pensé que nadie podía salir… o envejecer y morir —dijo.

—Nadie puede irse —dijo—. Y nadie va a morir… o envejecer de

cualquier modo. —Hizo una pausa.

Nieves trató de imaginarse cómo murió, pero no quería preguntar.

—Él se quitó la vida —dijo Philip finalmente.

—Oh, no. Lo siento mucho.

Philip sacudió la cabeza con tristeza.

—Se volvió demasiado para él, la idea de no salir.

—Él es… ¿es el único? —preguntó ella, segura que debía de

haber habido otros que no pudieron soportarlo tampoco.

—El único —confirmó Philip—. Creo que una vez que él murió, el

dolor fue tan abrumador para todo el pueblo que nadie quiso hacer

eso otra vez.

Nieves podía entender el razonamiento. Entonces algo se le

ocurrió.

—¿Era Dmitri su verdadero nombre?

—Por supuesto —dijo.

—¿Por qué nadie más usa su nombre real?

—Yo lo hago —dijo.

—Además de ti —concordó—. Y yo.

Philip se encogió de hombros.

—Nadie recuerda su nombre real.

La mandíbula de Nieves cayó abierta.

—¿En serio?

—En serio —dijo—. No sé si es parte del encantamiento, o un

mecanismo de defensa para ellos, pero honestamente no recuerdan sus

nombres o cualquier cosa de su vida anterior. Solo Dmitri y yo podíamos

recordar, lo cual podría ser la razón por la que era más difícil para él. —

Hizo una pausa, pensativo—. Y ahora tú. Te recuerdas tu nombre y toda

tu vida.

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—Sí, lo hago —dijo ella—. Pero aparte de Channy, no hay nada

que extrañe. Solo tenía a Katarina por familia, y ya sabes cómo era.

—Pero quieres volver. —Era una afirmación, no una pregunta. Lo

consideró.

—Supongo que sí, pero no sé si puedo. No por el encantamiento,

sino porque tendría que pasar el resto de mi vida preguntándome si

Katarina terminaría lo que comenzó cuando me envió al bosque con el

cazador.

—Bueno —dijo Philip—, si podemos encontrar la manera de

sacarte de aquí, sospecho que Katarina no será un problema por más

tiempo.

—¿Por qué es eso?

—Porque si puedes salir, significará que el encantamiento se

rompió y ella perderá su poder.

Nieves pensó en sus palabras. Echó un vistazo alrededor de la

habitación en la mágica calidad del lugar, lo cual iba junto con el resto

de Fableton. No sería horrible quedarse aquí. Pero si podía romper el

encantamiento y hacer que Katarina perdiera su poder, podría salvar a

alguien más en el futuro de ser su víctima. Nieves no lo sabía, pero

sospechaba que no era el primer objetivo de Katarina en los últimos

quinientos años.

Llevó su mirada de vuelta hacia Philip. Sus ojos estaban fijos en

ella, como si pudiera verla. La calidez inundó su corazón. Philip era

bueno y amable. Su mano en su cintura era firme y fuerte. Su mano

debajo de la de ella era cálida. Su corazón latió un poco más rápido

cuando lo recordó sosteniéndola a su lado en la cascada, vulnerable

en su necesidad de algo tan simple como un abrazo.

—Tal vez podamos hacer un picnic junto a la cascada mañana —

dijo ella.

Una sonrisa iluminó el rostro de Philip.

—Me gustaría mucho. Y si me prometes no decírselo a nadie, te

voy a mostrar más de mis pinturas.

—Trato hecho —dijo ella, decidiendo que hablar de romper el

encantamiento podía esperar un día más.

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* * *

—Nadie más viene a esta habitación —dijo Philip, abriendo la

puerta y haciéndose hacia atrás para que pudiera entrar por delante

de él—. Ellos no conocen a Katarina. No son conscientes del nombre de

la persona que causó el encantamiento de Fableton. Prefiero que no

sepan ya que no puede hacerles daño si no lo hacen. Por lo menos,

espero que no pueda.

Nieves entró en la cavernosa habitación. Los suelos eran de

mármol, blanco con vetas plateadas como la pista de baile. Sin

embargo, aquí no había espejos de suelo a techo entre altas columnas

de mármol. El techo era abovedado y representaba querubines y

ángeles en tonos pastel.

Philip se acercó y la tomó del brazo, guiándola a la esquina

trasera. Ella lo miró. Hoy llevaba una camisa blanca suelta de cordones

atados en la parte delantera, las mangas enrolladas hasta los codos, y

pantalones beige metidos en las botas de caña alta de color negro. Se

veía como un héroe salido del pasado. Él se veía bien.

Cuando llegaron a la esquina, dio un paso hacia delante y tiró de

la sábana de un montón de pinturas. Cuando se movió a un lado y

Nieves alcanzó a ver el primer cuadro, se ahogó con su risa. Philip le

devolvió la sonrisa y dijo:

—Ese no es ni siquiera el mejor.

Katarina le devolvía la mirada, borrando cualquier duda de que

la Katarina de Philip era la misma que la suya. Solo que esta Katarina

tenía una nariz roja de payaso, un alto sombrero redondo, la cara

polveada de blanco con los grotescos labios brillando de un rojo

brillante, y un enorme volante alrededor de su cuello.

Philip se inclinó hacia delante y tiró de otro por detrás. Ella ni

siquiera trató de contener su risa con este. El rostro de Katarina era

claramente reconocible a pesar del hocico de perro y la cara peluda,

orejas peludas colgando a un lado.

Otro mostraba su rostro desdibujado a los lados, uno tenía sus

facciones al revés en la cara, a otro le dio una cara llena de lunares, y

en otro los ojos muy abiertos, su cara creciendo de un árbol. En el

momento en que terminó de mostrar sus pinturas, el estómago de

Nieves le dolía de reírse.

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Philip los puso en su lugar y los cubrió de nuevo. Nieves imaginó

que era como apagar las luces para él. Se volvió hacia ella y se

encogió de hombros, un poco avergonzado.

—No es muy agradable, lo sé. Me ayuda a soltar mi frustración

hacia ella y lo que le ha hecho a todas las personas aquí en una forma

pasiva. —Le tomó la mano esta vez mientras caminaban desde la

habitación, y Nieves se sonrojó ante el gesto—. No se los he mostrado a

nadie más.

—Bueno, aprecio que me los mostraras. No me había reído tan

fuerte en mucho tiempo.

Salieron a la cascada musical donde una cesta de picnic estaba

puesta en una manta a cuadros esperando por ellos. Philip la llevó a la

manta, y se sentaron.

—Te mueves bastante bien alrededor —le dijo ella—. Si no me

hubieras dicho que eres ciego, no lo habría adivinado.

—Supongo que vivir en el mismo lugar por más de quinientos años

te da un sentido de familiaridad —dijo con ironía.

—Supongo que lo haría —se rió, cerrando los ojos al escuchar el

agua. Luego los abrió y quedó deslumbrada por la combinación de la

música tintineante y las gotas brillantes. Suspiró de placer.

—Te gusta, ¿no?

—¿Gustar qué? —preguntó ella.

Hizo un gesto hacia el agua y luego continuó llenando sus platos.

Estaba asombrada que todo cayera en el plato sin superponerse.

—No puedo ver tu expresión, pero puedo escuchar tu placer.

Nieves se sonrojó, contenta que él no pudiera ver eso. Ella tomó el

plato que le entregó y dijo:

—¿Alguna vez has nadado en ella?

—¿En la cascada? —Él se quedó atónito ante la idea.

—No en la cascada, en el charco de agua en la base de la

misma.

Él volvió la cabeza hacia la cascada, como si pudiera verla.

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—No, no lo he hecho. No había pensado en intentarlo. Supongo

que nunca pensé en preguntarle a nadie si era posible.

—Es posible —dijo ella—. Deberíamos nadar alguna vez.

Philip empezó a toser mientras se ahogaba.

—¿Juntos? —se las arregló decir finalmente.

—Bueno… sí. Quiero decir, ¿por qué no? Aunque, no tengo un

traje de baño. Sin embargo, es probable que pueda hacer que

Costurera me haga uno.

—¿Un traje de baño? —Él parecía confundido—. ¿Llevas un traje

de algún tipo para nadar?

—Um, ¿tú no? ¿Qué te pones?

—Nada.

La mandíbula de Nieves cayó abierta. Miró al agua y luego de

vuelta a Philip. No es de extrañar que hubiera estado sorprendido por su

sugerencia de nadar juntos.

—No he nadado desde que he estado en Fableton, así que

supongo que las cosas han cambiado —dijo.

—¿Nadaste con otras personas… desnudo? —preguntó ella,

sorprendida. De alguna manera, pensó que hace quinientos años la

gente habría sido mucho más modesta.

—Con otros hombres —aclaró él—. Los hombres y las mujeres no

nadan, o nadaban mejor dicho, juntos. ¿Nadan juntos ahora?

—Sí —dijo ella—. Por lo general no desnudos. Aunque con algunos

de los trajes de baño que usan bien podrían estarlo.

Philip sacudió la cabeza.

—Supongo que el mundo ha cambiado mucho en los últimos

quinientos años.

—No tienes ni idea. —Se rió Nieves.

—Tienes razón. No la tengo. Así que cuéntame.

Nieves trató de describir los aviones, en los cuales Philip creía más

que en los vehículos que viajaban a más de cien kilómetros por hora.

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Tuvo dificultades para explicar los teléfonos y así, ni siquiera intentó

hablarle de los teléfonos celulares. La televisión y películas estuvieron

más allá de su comprensión.

—Si no supiera cuán puro es tu corazón, pensaría que estabas

inventando historias para engañarme. —Se rió cuando le dijo acerca de

las computadoras y el Internet.

—¿Qué te hace pensar que tengo un corazón puro? —preguntó.

—Porque creo que eres la de la profecía.

—¿Qué profecía?

—Antes que Katarina creara el encantamiento y me cegara y

dejara en Fableton, recibí la visita de un vidente. Era muy conocida en

todo el reino por su precisión en sus predicciones. Ella me dijo que

después de un tiempo, recibiría la visita de una chica con la piel blanca

como la nieve, y un corazón tan puro como su piel, que me encontraría

sin mostrarse, y que sería la clave para liberarme. —Él se rió—. No tenía ni

idea de lo que estaba hablando, ya tenía mi libertad. No sabía lo que

había de venir.

Nieves negó con la cabeza.

—Esa no soy yo. Mi piel no es tan blanca. —Ella bajó la mirada

hacia sus brazos pálidos. Pálidos, sí, pero no blancos como la nieve.

Philip tomó su mano y el corazón de Nieves dio un vuelco. Él puso

su otra mano en la parte superior y frotó círculos suaves en su piel con el

pulgar, enviando escalofríos por su espina dorsal.

—Tal vez ella se equivocó en esa parte. Tal vez hablaba de tu

nombre. Todo lo demás encaja.

—¿Y si todo estaba equivocado? —susurró—. ¿Qué pasa si no

puedo hacerlo?

Philip se quedó en silencio por un momento, luego sonrió con

tristeza.

—La peor parte de eso, Nieves, sería que por mi culpa estás

atrapada aquí.

Nieves suspiró.

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—No es tu culpa. Katarina hizo esto. Ella te hizo su víctima desde

hace mucho tiempo. Ella me hizo su víctima no hace mucho tiempo, o

lo intentó, de todos modos. ¿Quién sabe a quién más ha lastimado en

los últimos años?

Philip se giró hacia ella.

—No había pensado en eso, pero tienes razón. Sin nada más,

tenemos intentarlo de modo que ella no pueda hacer daño a nadie.

Nieves asintió, recordó que él no podía ver el gesto y dijo:

—Está bien, Philip. Vamos a ver si podemos resolverlo.

Él levantó una de sus manos de las de ella y le puso la mano a lo

largo del costado de su cuello, frotando su pulgar ligeramente sobre su

mejilla.

—Eres una persona increíble —dijo. Ella empezó a negar con la

cabeza, lo que él sintió. Él se inclinó hacia delante y ella se detuvo,

conteniendo la respiración, preguntándose si él la besaría. Con un

sobresalto, se dio cuenta que quería que lo hiciera—. No dejes que se

meta en tu cabeza. Estaba equivocada. Eres valiosa, digna, y amable.

Tu belleza viene de dentro.

Nieves lo miró fijamente.

—No lo sabes… no puedo… —Ella dejó escapar un suspiro—.

Gracias.

Philip sonrió, y Nieves se maravilló una vez más en lo hermoso que

era.

—Vamos a ir a hablar con Costurera y ver si conseguimos algunos

de esos… trajes… de baño de los que estabas hablando. Como mucho,

causaremos un escándalo por nadar juntos.

Nieves rió.

—Suena divertido.

—¿Qué? ¿Nadar o causar un escándalo?

—Las dos cosas.

* * *

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Los trajes de baño que Costurera hizo para ellos lucían como algo

de los años 1920, con una parte superior estilo camiseta y la parte

inferior estilo pantaloncillos, pero tratar de describir un traje de baño

moderno, incluso un modesto, envió a Costurera a un casi ataque

apoplético.

El agua era sorprendentemente cálida mientras entraban. Se

sentía como agua a pesar de cómo se veía y sonaba. Sin embargo, su

piel brillaba y destellaba en el sol donde sea que el agua la tocaba.

Nieves se sumergió bajo el agua y emergió cerca de Philip. Pensó en

salpicarlo, pero se dio cuenta que sería injusto ya que no lo vería.

Philip estaba mirándola fijamente, con una mirada de atónito

asombro en su rostro. ¿Sintió él algo diferente que ella en el agua, había

oído algo diferente que ella no podía hasta que él le mostrara? Ella

cerró los ojos, concentrándose. Nop. Todavía se sentía como agua.

Entonces la mano de Philip tocó su mejilla y sus ojos se abrieron.

Debido a la emoción que cruzó por su rostro ella pensó que algo malo

pasaba.

—¿Qué es, Philip? ¿Algo está mal?

Él sonrió, su rostro exultante, y se echó a reír.

—No. De hecho, todo está bien. No, mejor que bien. Fantástico y

sorprendente.

—¿Qué? —preguntó. Tal vez nadar era algo que él había

extrañado más de lo que pensaba.

—Puedo verte —dijo, dejando caer su mano a su hombro.

La mandíbula de Nieves cayó.

—¿Qué? —repitió.

Él asintió.

—Es cierto, puedo verte. No podía hacerlo antes, hasta que saliste

del agua, pero ahora puedo.

Nieves miró a su alrededor hacia el agua como diamante como si

pudiera encontrar las respuestas allí. Luego volvió a mirar a Philip quien

sonreía ampliamente hacia ella. Su estómago se agitó por la mirada.

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—¿Crees que Katarina hizo mágica el agua, por lo que puedes

ver todo lo que toca? —preguntó ella.

Philip miró por encima de su hombro.

—No lo creo, porque nunca he visto antes. Ahora lo veo todo.

—¿Puedes ver algo fuera del agua? —preguntó.

Philip miró a su alrededor.

—Puedo ver todo —dijo, la emoción enlazándose en su voz—. Por

lo menos, creo que estoy viendo todo.

—¿Qué ves? —preguntó ella.

—El agua… es de color azul oscuro, como…

—¿Los zafiros?

—¡Sí! —exclamó—. Eso es exactamente lo que parece, pero brilla.

Las rocas son blancas y plateadas ahí donde el agua cae. —Él miró

hacia el banco—. Los árboles son de color rojo en vez del verde me

imaginé que serían. Y el cielo… —Miró hacia arriba—, me había

olvidado de lo azul que puede ser el cielo. —Su mirada volvió a ella—.

Tú, Nieves… el cuadro no te hizo justicia.

Nieves se sonrojó y Philip sonrió.

—Te has sonrojado —bromeó él, lo que solo la hizo sonrojarse más.

Dio un paso hacia ella, su sonrisa cayendo mientras la intensidad

alcanzaba su rostro—. Eres tú, Nieves. Tú eres la razón por la que puedo

ver. Si no estuvieras en el agua conmigo, no creo que pudiera ver.

Nieves negó con la cabeza.

—Me das demasiado crédito, Philip.

—No, no lo creo. Creo que era más que tu belleza por lo que

Katarina estaba celosa. Creo que ella sabía que eras la única que

podía romper la maldición. Es por eso que te quería muerta. —Una

mirada de miedo entró en sus ojos—. Eso también significa que si sabe

que estás viva, va a venir por ti. Estás en peligro, Nieves.

Miedo trinó por la espina dorsal de Nieves. En algún lugar dentro

de ella lo había sabido todo el tiempo, una vez que comenzó a creer

que Fableton era lo que Philip profesaba que era. Si Katarina podría

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crear un lugar como este, podría seguramente descubrir que ella vivía, si

Hugo no le había dicho ya. Sin embargo, sospechaba que el cazador

habría mentido a Katarina para protegerse.

De repente Philip la tomó en sus brazos, abrazándola con fuerza.

—Tenemos que protegerte, Nieves. Incluso si la maldición nunca

se rompe, tenemos que asegurarnos que no pueda terminar el trabajo.

Nieves envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Philip. Estaba

temblando, sabiendo de lo que Katarina era capaz. Y, sin embargo, no

tenía ninguna duda de que Philip podía protegerla. Ella sabía que Los

Siete iban a hacer todo lo posible para protegerla también. Y ella no era

una víctima indefensa. ¿Acaso no había escapado de Hugo contra

todo pronóstico, y encontró su camino hasta aquí en Fableton? Su

miedo cedió y se relajó en los brazos de Philip.

Ella sintió cuando su abrazo cambió. La tensión en sus brazos fue

de un apriete de alarma a un abrazo. Sus manos comenzaron a

moverse, muy ligeramente, por su espalda en pequeños movimientos.

Su corazón debajo de su oreja empezó a bombear con más fuerza, así

como el de ella. Él tenía la mejilla apoyada en su cabeza y se movió en

una caricia. Ella se estremeció de nuevo, esta vez sin tener nada que

ver con el miedo.

Philip se echó hacia atrás y la miró. Sus ojos ya no eran de color

blanco turbio, sino de un azul zafiro puro como el agua. No sabía si era

un truco del agua que se refleja en sus ojos, pero él estaba mirándola

tan fijamente que ella sabía que decía la verdad. Él podía verla.

Esos hermosos ojos azules cayeron a su boca, y ella se estremeció

de nuevo.

—¿Tienes frío? —murmuró.

—No —susurró ella, inclinando el rostro hacia arriba.

Fue toda la invitación que necesitó mientras colocaba su boca

sobre la de ella suavemente. Sus labios fueron cálidos y amables, y los

ojos de Nieves se cerraron. Ella respondió a su beso y él lo profundizó, su

boca presionándose contra la de ella con más fuerza. Ella deslizó sus

brazos alrededor de sus hombros y su agarre en su cintura se apretó,

levantándola de sus pies. Su beso se volvió urgente, desesperado, lleno

de sentimiento, calentando el agua a su alrededor. A medida que el

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agua se ponía demasiado caliente, Philip se apartó y la miró con

sorpresa. Luego ambos sonrieron.

—Tal vez deberíamos salir del agua antes que se vuelva en una

olla hirviendo —dijo él.

—Buena idea —acordó ella. Él le tomó la mano y la llevó hacia la

orilla. Antes de salir, dudó—. ¿Todo bien? —dijo.

Él la miró.

—¿Qué pasa si mi vista desaparece una vez que salga del agua?

—Trató de sonar con frivolidad, pero ella oyó el temblor de su voz.

—¿Y si no lo hace?

Philip asintió.

—Cierto. Bueno, de cualquier manera no puedo vivir en el agua,

así que supongo que tendré que arriesgarme.

Salieron del agua y Nieves tomó las dos toallas de baño que

habían llevado. Phillip se acercó y las tomó de ella. Desenvolvió una y la

envolvió alrededor de ella, sus ojos nunca dejando su rostro. Luego usó

la segunda para secarse.

—¿Todavía puedes ver? —preguntó ella finalmente.

Él asintió.

—Puedo, pero no tan claramente como antes. Te ves un poco…

borrosa. Creo que está desapareciendo.

—Entonces apresurémonos —dijo ella, tomando su mano y

comenzando a caminar rápidamente hacia al castillo.

—¿Apresurémonos a dónde?

—Para que puedas ver tu castillo.

Phillip se detuvo, y dado que estaban tomados de la mano,

Nieves también se vio forzada a detenerse. Se dio vuelta para mirarlo y

lo vio negando con la cabeza.

—Si va a desaparecer, quiero que la última cosa que vea sea tu

rostro, no un edificio.

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Nieves sonrió y se acercó a él. Se estiró por un beso, y Phillip

accedió felizmente, aunque mantuvo los ojos abiertos, observándola.

Diez minutos más tarde, su vista se había ido de nuevo.

* * *

Nieves estaba sentada en su cabaña, estudiando el papel que

tenía delante de ella. Había cenado con Los Siete y después volvió a

casa. Había hecho una lista con lo que sabía sobre Katarina y la

maldición. Y sobre la profecía de la que todavía dudaba tuviera algo

que ver con ella. Pero ante la remota posibilidad de que así fuera, o que

por lo menos pudiera entender lo que significaba, tal vez podía ayudar

a los ciudadanos de Fableton.

Ahora todos los días se levantaba temprano, se apuraba en

limpiar la cabaña de al lado, y luego corría al castillo para pasar el día

con Phillip. Su visión solo regresaba si nadaban juntos en el agua

encantada. Él había ido solo y aun así permaneció ciego. Parecía que

necesitaba de los dos para que su vista regresara.

Pasaban mucho tiempo hablando. Y besándose. Nieves sonrió.

Phillip decía que no necesitaba su visión para besarla, y estaba en lo

cierto. Sus besos hacían su corazón retumbar y aceleraban su pulso, sin

importar que pudiera ver o no.

Volvió su atención a la lista. Debajo del nombre de Katarina había

escrito:

Celosa

Amargada

Vengativa

Hermosa

Vanidosa

Manipulativa

Hugo

Magia/Hechizos

Poderosa

Peligrosa

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Se casó con mi padre (¿debido a su riqueza o a mi nombre?)

Mató a la familia de Phillip (?)

Mató a mi padre (???)

No era una lista de la que se sintiera orgullosa si la describiera a

ella, pero a Katarina le habría gustado. Debajo de “Maldición” había

escrito:

Ineludible

La vista de Phillip

Lugar de belleza

Nadie nuevo por cientos de años

No puede ser encontrada

Creada por Katarina

Mágica

Cascada (???)

No importa el tiempo

Cosas/Suministros aparecen mágicamente

Debajo de “Profecía” la lista era corta:

Piel blanca como la nieve (¿puede ser mi nombre?)

Corazón puro

Encontrar Fableton sin que se lo hayan mostrado

La clave para romper la maldición

Sin importar cuánto mirara las listas, nada se le ocurrió. No había ni

una sola cosa en común entre las tres, ni siquiera Katarina porque ella

no estaba en la lista de la profecía. Se frotó la cabeza y se levantó,

caminó de un lado al otro.

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¿Sería tan malo quedarse en Fableton? Nunca envejecería, y

podría estar con Phillip todos los días. No había nadie aquí que

pareciera especialmente miserable, excepto Malhumorado que sería

miserable sin importar dónde estuviera. Fableton era más hermoso que

cualquier otro lugar que jamás hubiera visto, en persona o imágenes.

Tenía más amigos solamente en Los Siete de lo que alguna vez había

tenido en casa.

Pensó en Channy. Le dolía el corazón al pensar en no volver a ver

a su mejor amiga, pero sabía que Channy acabaría por seguir adelante

y aunque no la olvidara, por lo menos no la extrañaría.

Se dejó caer en el sofá. Tal vez sería mejor simplemente dejar las

cosas como estaban. Entonces pensó en Katarina.

Katarina probablemente no dejaría las cosas como estaban. Iría

tras Nieves si sospechara que seguía viva, porque sabría que Nieves

podría tener la clave para romper el encantamiento. E incluso si no lo

hacía, tendría que vivir con esa amenaza, posiblemente para siempre.

Además, existía la posibilidad que si la maldición no se rompía,

Katerina podría pensar que no era ella, y que alguien más era la clave.

¿Y si hería o mataba a alguien más? Nieves se burló. No era cuestión de

si sino de cuándo. Estaba segura que Katerina había lastimado a otros

en los últimos años, y que lo haría de nuevo. ¿Cómo podría Nieves dejar

eso pasar si había alguna posibilidad de detenerla?

Se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Viendo las estrellas,

pensó en el tiempo y qué tan poco significado tenía aquí. Recordó las

palabras de Phillip: “Ni siquiera sé dónde es aquí”. Nieves se paró

derecha. Fableton no estaba ni cerca de donde su reino había estado.

¿Por qué? Dudaba que Katarina lo hubiera colocado en el medio de

Norteamérica quinientos años atrás. ¿Solo estaba aquí ahora porque

Katarina estaba aquí? ¿Siquiera todavía estaba donde Nieves creía que

estaba?

Miró las estrellas de nuevo. Se veían igual a cómo se veían desde

la ventana de su habitación toda su vida. Nunca había estudiado

astrología, así que no podía nombrar ninguna de las constelaciones

excepto la Osa Mayor. Parecía la misma, en la misma posición. Nada

era desconocido. Calculó que todavía estaban en el Bosque Neru.

Pensó acerca del día en el que había tratado de dejar Fableton,

su primer día aquí. Había corrido por horas tratando de escapar solo

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para regresar a la cabaña de Los Siete cada vez. ¿Por qué había sido

así? Pensó acerca de ser incapaz de ver nada sin que se lo mostraran y

de repente se le ocurrió una idea. Jadeó. ¿Podría ser tan simple?

Ya era demasiado tarde como para ir al castillo de Phillip. Estaría

durmiendo. Tendría que esperar hasta la mañana, por lo que bien

podría dormir un poco. Se metió en su cama alta, inquieta y

emocionada por la idea. Dormir fue imposible durante el resto de la

noche.

* * *

Era temprano, tan temprano que sospechaba que Phillip tal vez

todavía no estaría despierto, pero no podía esperar más. Nieves corrió el

camino que separaba la cabaña del castillo. Había dejado una nota

clavada en la puerta de Los Siete, diciéndoles que tenía algo

importante que hacer y que le contaría sobre ello más tarde.

En el castillo se detuvo. ¿Debería ir hacia la parte más espesa de

la arboleda donde normalmente lo encontraba, o tocar la puerta del

castillo ya que todavía podía estar en la cama? Sin pensarlo, se

encontró cruzando el puente y yendo hacia los árboles rojos. Se

apresuró hacia el claro, sorprendida que Phillip estuviera allí,

paseándose y tenso.

—Phillip —dijo. Él saltó como si lo hubiera sorprendido. Nunca

antes había sido inconsciente de su aproximación.

—¿Nieves? —dijo él, cruzando rápidamente hasta ella y

atrayéndola en sus brazos. Todo su cuerpo estaba tenso en alarma.

—¿Qué pasa? —preguntó con preocupación.

—No lo sé —dijo, soltándola—. Pero creo que tal vez tú sí.

—¿Yo sí? —preguntó, olvidando en su preocupación por él para

qué había venido.

—Soñé contigo —dijo, y ella sonrió. Su sonrisa cayó cuando

continuó—. Estabas muerta. Te encontré en el bosque, y yacías muerta

en el suelo. ¿Por qué, Nieves? ¿Por qué sueño con tu muerte?

Nieves se acercó y colocó una mano sobre su brazo.

—No estoy muerta, Phillip. Estoy justo aquí.

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Rápidamente la atrajo de nuevo hacia sus brazos, casi con

desesperación.

—Lo sé. Y estoy agradecido. Fue horrible verte así. No he sido

capaz de dormir desde que la visión me despertó en medio de la

noche.

Eso le recordó a Nieves su idea.

—Tampoco dormí —contestó, saliendo de sus brazos—. Creo que

lo he resuelto, Phillip. Creo que sé cómo romper esta maldición.

Su rostro cambió ante eso, se llenó con esperanza. Nieves sintió

una punzada de culpa por considerar la idea de quedarse aquí,

manteniendo a Phillip atrapado con ella.

—¿Cómo? —preguntó.

—Empecé a pensar en cómo funciona el tiempo aquí, y en cómo

nadie puede ver nada si alguien no se lo muestra.

—Excepto yo —dijo con ironía—. Muéstrame todo lo que quieras, y

aun así no lo podré ver.

Nieves se rió.

—Excepto en el agua.

—Excepto en el agua —confirmó, y luego añadió—: contigo.

Ella sonrió al recordar su tiempo en el agua juntos.

—Entonces, dime tu idea —dijo.

—En el primer día que estuve aquí, o supongo que el segundo ya

que fue después de pasar la noche, traté de escapar. Los Siete me

dijeron que era imposible, pero no les creí. Corrí por horas tratando de

escapar.

Phillip sonrió con diversión.

—Lo sé. Malhumorado me lo dijo. Le resultó muy entretenido.

—Sí, lo sé —se quejó Nieves—. Pero ahora creo que no pude irme

porque habían puesto esa idea en mi cabeza.

—¿Qué quieres decir? —Su expresión reflejaba su confusión.

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—Quiero decir que, toda mi vida he creído en todo lo que me

decían, ya fuera mi padre, Katarina, mis amigos, quien sea. Soy

bastante crédula en ese sentido, siempre lo he sido. Así que, creo que

cuando me dijeron que no podía irme, les creí y así fue verdad.

—No lo entiendo —dijo.

—Si soy la elegida, como tú crees, entonces eso debe significar

que puedo irme, porque si no, ¿de qué otra forma podría romper la

maldición? Tengo que ir y encontrar a Katarina. —Phillip comenzó

inmediatamente a negar con la cabeza. Antes que pudiera rechazar la

idea, Nieves tragó el nudo de miedo alojado en su garganta y dijo—:

Tengo que destruirla.

—No, Nieves, absolutamente no. —Dio un paso hacia delante con

urgencia y sujetó sus brazos—. Es demasiado peligroso. No tienes idea

de lo que es capaz.

Al ver los ojos nublados de Phillip, Nieves supo exactamente de lo

que Katarina era capaz.

—Tengo una idea —dijo—. Pero si yo soy de la que habla la

profecía, entonces soy la única que puede destruirla.

Phillip seguía negando con la cabeza, pero estaba claro que

sabía que decía la verdad.

—No sé cuánto tiempo ha pasado en el mundo exterior, pero

creo que no tenemos mucho tiempo para que haga esto. Si me voy y

Fableton ha sido movido tal vez nunca la encuentre.

Phillip soltó sus brazos y se apartó de ella, maldiciendo entre

dientes. Continuó paseándose, murmurando, y finalmente se dejó de

caer en cuclillas con la cabeza entre sus manos en puños. Nieves nunca

había visto a nadie tan perturbado y miserable. Se acercó a él y puso

una mano en su espalda, en cuclillas a su lado.

—Tengo que hacerlo —dijo.

Phillip levantó la cara, y a pesar de los ojos nublados, su tortura

era clara. Contempló en su dirección como si pudiera verla, y

finalmente asintió.

—Si vas a hacer esto, necesitamos hacer todo lo que podamos

para asegurarnos que estés protegida.

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—Está bien —concordó Nieves—. Lo que sea que creas que sea

mejor.

* * *

Resultó que Phillip pensó que la mejor protección para Nieves era

enseñarle cómo luchar.

Recurrió a la ayuda de Los Siete, quienes no estuvieron muy

contentos con su idea de rastrear a Katarina una vez que escucharon su

historia. Sin embargo, acordaron que necesitaba estar preparada como

fuera posible, así que ayudaron.

Pese a su ceguera, Phillip era un experto arquero con su arco y

flecha. Le enseñó a sostenerlo, cómo respirar cuando se dispara, y la

forma de apuntar. No pasó mucho tiempo hasta que ella estaba

golpeando el blanco casi con tanta frecuencia como Phillip.

Malhumorado, como es lógico, era un experto en combate

cuerpo a cuerpo. Estas lecciones fueron las menos favoritas de Nieves.

La idea de poner sus manos sobre una persona con la intención de

hacerles daño revolvió su estomago. Aun así, prestó atención cuando él

le enseñó cómo golpear, dónde golpear, y cómo utilizar partes del

cuerpo distintas a los puños para causar daño.

Tontín le enseñó a defenderse de todos los movimientos que

Malhumorado le enseñó. Hizo que se le estrujara el corazón al pensar en

lo que debió haber pasado para que él aprendiera a defenderse tan

bien. Tímido era un espadachín del más alto calibre, aunque Nieves no

estaba segura cuándo tendría que usar una espada alguna vez. No

tenía planeado apuñalar a Katarina. Tímido tenía una espada hecha

para ella que no era demasiado pesada y con la que se volvió bastante

hábil.

Dormilón y Estornudo le enseñaron cómo rastrear, cómo trepar a

los árboles para la mejor vista, y cómo correr sigilosamente sin hacer

ruido. Medic le enseñó qué plantas podrían ser utilizadas con fines

medicinales y cómo vendar cualquier herida que pudiera recibir. Burlón

fue el que le frotó el dolor de sus músculos al final de cada día, y le dijo

bromas hasta que ella se reía y su espíritu se levantaba.

Finalmente llegó el día en que sintió como si no hubiera nada más

que pudieran enseñarle. Se detuvo frente a todos ellos.

—Estoy lista. —anunció.

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Siete pares de ojos se volvieron a ella en alarma. Ella miró a Phillip.

Estaba mirando hacia el suelo, con una ira tensa en todo su cuerpo. Ella

sabía por qué. Pensaba que debería ser él quien fuera a destruir a

Katarina ya que era la razón de la maldición en primer lugar. Le

enfurecía no poder salir, y que incluso si pudiera no tendría mucha

oportunidad de derrotarla sin su vista. Odiaba la idea de Nieves siendo

puesta en peligro.

—¡No! —explotó Malhumorado, caminando hacia ella—. No

hemos terminado aquí. Todavía necesitas…

Nieves puso una mano sobre su brazo.

—No, Malhumorado, sabes que tengo razón. Solo vamos a perder

más tiempo que puede que no tengamos. Es tiempo.

Él la miró fijamente, y le sorprendió lo mucho que se preocupaba

por ella. Él no quería que fuera más de lo que Philip quería. Finamente

asintió y volvió donde los otros estaban.

—Necesitaré reunir algunos suministros, así que me iré el día

después de mañana —dijo. Phillip de repente se dio la vuelta y se alejó

de ellos, desapareciendo en dirección a la cascada. Lo vio irse, como lo

hicieron los otros. Tragó saliva y se dirigió a Los Siete—. ¿Pueden ustedes

ayudarme a reunir lo que necesito?

—Por supuesto que lo haremos —dijo Burlón, triste por primera vez

desde que Nieves lo había conocido. Respiró hondo y echó sus hombros

hacia atrás—. Conseguiremos todo lo que necesites. —Miró en la

dirección en que Phillip se había ido—. Tienes que ir tras él. Está

preocupado por ti.

Nieves asintió.

—Lo sé.

Burlón sacudió su cabeza.

—No creo que tengas alguna idea. Ve a él. Nosotros nos

encargaremos de todo.

—Gracias —dijo Nieves sinceramente antes de apresurarse en la

dirección que Phillip había tomado.

Él estaba de pie junto a la cascada, con los brazos cruzados con

fuerza sobre su pecho, los pies plantados muy separados.

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Nieves se acercó a su lado y permaneció en silencio.

—Odio esto —dijo él.

—Lo sé. —Ella lo miró—. Pero si funciona, entonces la maldición se

habrá ido, y podrás vivir una vida real.

Volvió el rostro hacia ella.

—¿Qué clase de vida será sin ti en ella?

Nieves tomó su mano y él apretó con desesperación su mano

entre las suyas.

—Voy a volver cuando todo haya terminado —dijo ella.

La mandíbula de Phillip se apretó.

—¿Y si no puedes? —dijo—. ¿Y si romper la maldición me pone de

vuelta en mi tiempo? No vas a estar ahí. ¿Y si ella se las arregla para

terminar lo que empezó? No puedo soportar la idea de que mueras,

Nieves. No puedo soportar la idea de vivir, aquí o en cualquier lugar, sin

ti a mi lado.

Nieves se detuvo delante de él y envolvió los brazos alrededor de

su cintura. Sabía que sus temores eran validos. No tenían idea de lo que

pasaría si lo conseguía. Si Phillip volvía a su propio tiempo, él habría

muerto hace mucho en su tiempo.

—No quiero vivir sin ti, tampoco.

Él enlazó sus brazos alrededor de ella, abrazándola con fuerza.

—Quédate aquí —susurró con dureza—. Quédate conmigo, para

siempre.

Nieves sonrió.

—No creas que no he pensado en ello —dijo ella—. Pero,

¿realmente queremos vivir para siempre, sabiendo que en cualquier

momento podría venir y destruirnos y cualquier oportunidad que

tengamos de levantar la maldición?

—No me importa —dijo con fervor—. Vamos a instalar una especie

de sistema de alerta, o guardias. Nos aseguraremos que estés

protegida.

Nieves hundió el rostro en su pecho. Estaba muy tentada a ceder.

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—¿Y si ella no se detiene? —dijo Nieves—. Quiero decir, con los

demás. ¿Podemos correr el riesgo de que ella continúe hiriendo a otros

en el futuro?

Phillip se quedó en silencio tanto tiempo que Nieves pensó que tal

vez no oyó sus palabras apagadas. Entonces él la apretó y aflojó la

presión para que pudiera mirarla.

—No —cedió—, no podemos hacer eso.

* * *

Dos días más tarde, Nieves se encontraba detrás de la cabaña de

Los Siete, donde había tropezado en Fableton por primera vez para

empezar con esto. Llevaba algunas de las prendas que habían sido

proporcionadas para ella, similar a la ropa que Los Siete usaban. Estaba

sorprendida que le hubieran proporcionado con “pantalones”, pero de

algún modo esa ropa era apropiada para su encuentro con Katarina.

Sentía que tenía algo de Fableton con ella al vestirla.

Los siete hombres que la habían acogido, alimentaron y

construyeron una casa, la rodeaban.

—No hay palabras para agradecerles por todo lo que han hecho

por mí —les dijo—. Me han salvado la vida. Me dieron un hogar, y se

convirtieron en mis amigos. Nunca los olvidaré.

—Hablas como si nunca volverás —refunfuñó Malhumorado.

Nieves lo miró y vio que en realidad tenía lágrimas en los ojos—. Todo va

a estar bien. Estás lista.

—Lo estoy —confirmó Nieves—. Pero por si acaso cuando la

maldición se rompa y se van antes que vuelva, quería dales las gracias.

Todos sabían que estaba suavizando el golpe, que había una

posibilidad muy real de que nunca fuera a verlos de nuevo. Uno por

uno, dieron un paso adelante y la abrazaron. Malhumorado fue el

último, y cuando él la abrazó, le susurró:

—Ten cuidado. Haz lo que tengas que hacer para salvarte a ti

misma. Incluso a costa de Fableton.

—Seré cuidadosa —prometió. No iba a prometer la otra cosa que

le pedía. Miró una vez más hacia el sendero, esperando ver a Philip.

Había pasado cada momento posible con él durante los últimos dos

días, pero aun así esperaba que él estuviera aquí. No había nadie en el

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camino. Devolvió la mirada a los hombres que la rodeaban y vio la

compasión en sus ojos—. Bien, me voy entonces —dijo tratando de

sonar alegre—. Los veré pronto.

Con una última mirada al aún vacío camino, Nieves se volvió y se

alejó de ellos, afligida. No había ido a unos cien metros cuando lo vio

apoyado en un árbol. Una sonrisa iluminó su rostro mientras caminaba

hacia él.

—No pensé que vinieras —dijo ella.

Philip se volvió hacia ella y vio el conflicto tensando su rostro.

—Quería despedirme a solas.

Nieves dio un paso adelante y puso sus brazos alrededor de él. La

abrazó con fuerza, metiendo sus brazos por debajo de la mochila, el

arco y el carcaj que llevaba sobre su espalda, con la mejilla apoyada

en su cabeza. Se sintió envuelta y segura, y temió alejarse de él.

—Voy a tener cuidado —prometió—. Voy a volver y vamos a estar

juntos.

Él la apretó y luego aflojó su agarre mientras hablaba.

—Ella no es solo manipuladora, es también astuta. Usará cualquier

pieza de engaño que pueda para derrotarte. No entiende la lucha

justa. Su magia le da una ventaja de la que debes cuidarte.

Ya le había dicho todo esto, pero sabía que tenía que decirlo de

nuevo.

—Vigilaré por cualquier cosa que parezca fuera de lugar, Philip.

Escucharé a mis instintos y si algo no se siente bien, me alejaré.

—Sería mejor si yo fuera —dijo—. Incluso lo intenté de nuevo, toda

la noche. —Señaló con la barbilla en alto, indicando el área frente a

él—. A un metro de ese camino me lleva de vuelta a los terrenos del

castillo.

Nieves miró hacia donde le indicaba. Todo lo que podía ver era

más bosque, pero sabía cuán engañosas podían ser las apariencias.

Miró a Philip y lo vio observándola como si pudiera visualizarla. Tomó su

rostro en sus manos, con los pulgares acariciando senderos de fuego a

lo largo de sus mejillas. Se inclinó y presionó sus labios en los de ella, con

urgencia, como si no pudiera conseguir tener su boca lo

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suficientemente cerca de la de ella. Encontró su beso con su propia

pasión, intentando sin éxito apartar de su mente el miedo de nunca

verlo otra vez.

Se echó hacia atrás solo lo suficiente para descansar su frente

contra la de ella.

—Por favor, déjame arrastrarte de vuelta al castillo de donde

nunca te dejaré ir.

—No lucharía contigo —dijo ella.

Se quedaron de esa manera un largo momento, sabiendo que

nunca harían eso y permitir que Katarina continúe con sus malvados

métodos. Él siguió acariciando sus mejillas y finalmente suspiró. La besó

de nuevo, dolorosamente suave, enviando su corazón en una caída. Sin

decir una palabra, la soltó. Puso su mano en la de él. Se aferró a ella

hasta que se movió fuera de su alcance y sus dedos se separaron.

* * *

Nieves se inclinó para mirar al suelo. Había estado caminando por

tres días, parando solo para comer y dormir. Era tarde en la noche.

Sentía que debía estar cerca, tal vez mañana llegaría a casa. Todos los

colores que la rodeaban ahora eran verde y marrón. Echaba de menos

los colores brillantes de Fableton. Echaba de menos a Los Siete. Se negó

incluso a pensar el nombre de él que anhelaba.

Había huellas en el suelo aquí, prueba de que ella tenía que estar

acercándose. Nadie entraba en el bosque más allá del borde, o al

menos no lo hacían si querían volver a salir. A excepción de Hugo,

comprendió. Katarina debe de haberlo hecho inmune al

encantamiento.

Sentada en un tronco, se quitó la mochila y sacó la barra de pan.

Se estaba poniendo un poco duro, pero tenía tanta hambre que no le

importó. Tenía que mantener su fuerza para lo que se aproximaba.

También comió un poco de cecina, un durazno y bebió un poco de

agua. Pensó en el día que dejó Fableton. Casi había esperado caminar

ese metro de distancia y terminar de nuevo en el castillo. No lo había

hecho. En cierto modo le hubiera gustado hacerlo.

Se levantó y desató la espada, que era voluminosa y manejable.

Se negaba a dormir con ella atada a su costado. Se acostó con ella a

su lado, junto con el arco y el carcaj de flechas. Puso la mochila debajo

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de su cabeza y trató de relajarse. Era solo ahora que se permitió los

pensamientos de Philip entrar en su mente.

Los imaginó juntos en el agua, sus ojos claros y riendo, mirándola.

Podía imaginarlos a medida que se tornaban más oscuros con

intensidad justo antes de besarla. Sintió el calor de sus manos contra sus

mejillas, la fuerza de sus brazos mientras la atraía hacia sí.

De repente se incorporó. Miró a su alrededor en la penumbra.

Pensó que había oído algo. Tomó el carcaj y lo puso sobre su espalda,

luego tomó el arco mientras se levantaba. Sacó una flecha del carcaj y

la calzó mientras se giraba lentamente en círculo, observando y

escuchando.

Se giró hacia un crujido detrás de ella. No vio nada. Sin embargo,

se agachó para hacer un blanco más pequeño de sí misma y esperó. Y

entonces, como un toro de carga, Hugo salió de los árboles, corriendo

directamente hacia ella. Respiró profundo, apuntó y dejó volar la

flecha. Lo golpeó en el muslo como ella había previsto y cayó con un

aullido. Rápidamente calzó una segunda flecha y la apuntó hacia él.

Él continuaba aullando y rodando por el suelo mientras agarraba

la flecha y la arrancaba de su pierna. Cuando la volvió a mirar, su rostro

irradió pura furia. Fue esa misma furia que pareció empujarlo a sus pies.

Sacó un pequeño cuchillo de su cinturón, y ella apuntó, la flecha laceró

su brazo por encima del codo mientras calzaba otra. Dejó caer el

cuchillo con un grito. Un bramido de rabia pura brotó de él mientras

corría hacia ella de nuevo. Esta vez su flecha le atravesó el hombro,

haciéndolo caer de espaldas.

—¡Suficiente!

Nieves giró a la derecha hacia la voz, la misma que había

mandado a Hugo traerle el corazón de Nieves. Su flecha calzada se

elevó al corazón de Katarina. Ella simplemente levantó una ceja ante el

gesto, continuando su caminar hacia Hugo. Se arrodilló junto al hombre

cuyo rostro arrugado irradiaba dolor.

—Pareciera que no eres tan eficaz como solías ser —le dijo a él—.

Derrotado por nada más que una niña pequeña. —Los ojos llenos de

miedo de Hugo giraron hacia Katarina. Más rápido de lo que los ojos de

Nieves podían procesar, Katarina elevó el propio cuchillo de Hugo en el

aire y lo hundió en su corazón. Un jadeo de conmoción escapó de

Nieves ante el gesto y su flecha se aflojó. Ahora era demasiado tarde

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para ella ayudar a Hugo. Nunca olvidaría el verlo jadear y respirar con

dificultad mientras su último aliento lo abandonaba. Como si no hubiese

sido la que causó su muerte, Katarina tocó suavemente el rostro de él

antes de levantarse para hacerle frente a Nieves.

Nieves de inmediato volvió a levantar su flecha, plantando sus

pies. Sus brazos temblaban por la conmoción y el miedo. Katarina le

sonrió mientras comenzaba a caminar hacia ella. Nieves se movió hacia

un lado, manteniendo la suficiente distancia entre ellas para tener

tiempo de disparar.

—Detente —ordenó Nieves. Su voz tembló, no tan contundente

como había pretendido.

—¿Qué vas a hacer, Nieves? ¿Dispararle a tu madre?

—Tú no eres mi madre —dijo.

Katarina se detuvo ante sus palabras.

—¿No? ¿Entonces quién soy, Blanca Nieves?

—No puedo permitir que continúes lastimando a la gente,

Katarina.

Katarina ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Quién te enseñó a disparar un arco y una flecha, Nieves? —Sus

ojos pasaron rápidamente por el arco, y luego se ampliaron—. ¿De

dónde sacaste eso? —preguntó, la rabia bordeando su voz.

—De un amigo —dijo Nieves, negándose a nombrar una sola

alma de Fableton. Inclinó la punta de la flecha directamente al corazón

de Katarina—. Y él me enseñó a usarlo muy bien.

—No lo suficientemente bien —dijo Katarina, dando otro paso.

Nieves soltó la flecha, que apuntaba directamente hacia el

corazón de Katarina. Más rápido de lo que Nieves pudiera imaginar

posible, Katarina se hizo a un lado y agarró la flecha en su mano, con

Nieves a medio camino en el movimiento de sacar otra flecha de su

carcaj. Se quedó paralizada ante el asombro de la flecha en la mano

de Katarina.

Katarina se echó a reír como si estuviesen jugando un juego

divertido.

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—Tus pequeñas flechas no me harán daño.

Nieves bajó la flecha y la ajustó contra el arco. Miró a un lado,

buscando la espada y notó que Katarina se había movido de modo

que se interponía entre Nieves y la espada. Apretó los dientes por su

estupidez al retirarla.

—No te preocupes, Nieves, tampoco serías capaz de hacerme

daño con la espada. —Bajó la mirada a la flecha en su mano y un

enojado rubor inundó sus mejillas. Su mano temblaba y agarraba la

flecha con tanta fuerza que se partió en dos. El sonido hizo que Nieves

saltara. Los furibundos ojos de Katarina giraron hacia ella—. ¿De dónde

sacaste eso? —Su voz temblaba con la fuerza de su rabia mientras

sostenía la flecha rota hacia Nieves, sacudiéndola. De pronto la arrojó a

un lado y dio la vuelta para levantar la espada. Sin embargo no se

volvió hacia Nieves con amenaza, solo la sacó de la vaina y la examinó.

Dejándola caer, se volteó para enfrentarse a Nieves.

La rabia absoluta que Nieves vio en su rostro la aterrorizó más que

nada que hubiese visto en su vida. Definitivamente ahora ella no se veía

hermosa.

—Has estado ahí, ¿verdad? —soltó Katarina.

—¿Estado en dónde? —preguntó Nieves, orgullosa de lo tranquila

que sonaba. Por dentro, estaba temblando.

—¡Has estado en Fableton! Reconocería esas armas en cualquier

lugar. Pertenecen a Philip.

Nieves detestó escuchar el nombre de Philip en los labios de

Katarina. Dejó que la flecha volara de nuevo. Esta vez golpeó a

Katarina justo en el pecho. Sin embargo, ésta solo le echó un vistazo

como si una mosca se hubiese posado en ella. La sacó de su pecho y la

tiró a un lado.

La mandíbula de Nieves cayó abierta ante la acción. Calzó otra

flecha y la dejó volar. Katarina atrapó ésta, preparada para ello.

Caminó hacia Nieves, acechándola como una pantera acecha a su

presa.

Nieves lanzó dos flechas más, pero Katarina atrapó ambas sin

siquiera trastabillar en su paso. Al darse cuenta que las flechas eran

inútiles, Nieves tiró el arco a un lado y se quitó el carcaj. Rápidamente se

puso en cuclillas, elevando sus puños. Katarina vaciló.

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—Te han enseñado bien, ¿no es cierto? —murmuró—. Sin

embargo, hay una cosa que olvidaron tener en cuenta. Solo puedo ser

destruida por alguien que es puro de corazón. Tratar de matarme

ennegrece tu corazón, lo que, irónicamente, te hace incapaz de

matarme. —Se echó a reír a carcajadas y se abalanzó sobre Nieves.

Nieves estaba preparada para que ella atacara y prolijamente la

esquivó, utilizando un codazo en la espalda de Katarina para obligarla

a caer al suelo. Rápidamente se alejó, sabiendo que Katarina se

levantaría y lo intentaría de nuevo.

Nieves estaba en lo cierto de que Katarina se levantaría, pero no

estaba preparada para el rostro que ahora le fruncía el ceño. El rostro

de Katarina se había transformado. Estaba bordeado de profundos

surcos, teñidos de verde. Sus labios negros se desprendían para revelar

protuberantes dientes afilados. Su nariz era larga y ganchuda, y sus ojos

brillaban de color rojo.

Saltó hacia Nieves, las manos de Katarina envolviéndose

alrededor de su cuello. Las garras extendidas de sus dedos se clavaron

en su cuello. Ella apretó los puños y los levantó entre los brazos de

Katarina, separando sus propios brazos. No bastó para romper el agarre

de Katarina, pero lo aflojó lo suficiente para que ella empujara una

palma contra la grotesca nariz de Katarina.

Katarina cayó al suelo, aullando mientras sostenía su nariz

sangrante. Nieves saltó rápidamente hacia atrás, fuera del alcance de

Katarina, y levantó sus puños. Katarina la fulminó con la mirada y Nieves

trató de pensar.

—No eres tan hermosa ahora, ¿verdad? —dijo. Los ojos de

Katarina se estrecharon, pero no atacó, por lo que Nieves continuó—.

Pareces una horripilante vieja bruja. No me extraña que él no pudiera

soportarte. Prefirió estar ciego que verte así como eres ahora.

Katarina chilló, desgarrando los oídos de Nieves. En lugar de

atacar, ella levantó las manos para mirarlas. Estaban surcadas como su

rostro, las largas garras negras sobresalían. Su expresión pasó de la rabia

al miedo en un instante. Se tocó el rostro, sintiendo las rugosidades allí.

—¿Qué me hiciste? —preguntó ella, su voz suplicante.

—Yo no hice nada —dijo Nieves—. Todo esto eres tú. La

verdadera tú.

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Katarina chilló de nuevo y de repente salió disparada hacia

arriba, hacia el cielo y desapareció.

Las manos de Nieves cayeron en asombro. Se quedó mirando

donde había estado Katarina. Ella se había ido. Pero, ¿cómo es que se

había ido? Miró hacia el cuerpo de Hugo y con conmoción vio que él

también se había ido. Una exploración del claro mostró que todo se

había ido: sus armas, su mochila, todo.

Repentinamente presa del pánico, comenzó a correr. ¿El hecho

de que sus armas desaparecieran con Katarina significa que todo había

desaparecido? ¿Incluyendo Fableton, Malhumorado, Tontín, Medic…

Philip? Corrió tan fuerte y tan rápido como le fue posible, andando a

ciegas a través de los árboles, tropezando con raíces. Sus manos y

rodillas estaban hechas trizas por caerse y todavía corría. Finalmente

chocó con un árbol en la oscuridad y, golpeada violentamente hacia

atrás, se quedó en el suelo. No podía ver nada, ni siquiera su mano

delante de su rostro. Se acurrucó en una bola, incapaz de detener las

lágrimas que empapaban sus mejillas o los sollozos que sacudieron su

cuerpo.

* * *

Un rayo de sol atravesó los árboles, brillando directamente sobre

los ojos cerrados de Nieves. Se apartó de la luz abrasadora,

parpadeando para abrir los ojos. Cuando vio dónde estaba, el

recuerdo de la noche anterior llegó de golpe. Empujó su maltratado

cuerpo a una posición sentada. Sus ojos ardían por la cantidad de

lágrimas que había derramado, y su garganta quemaba donde

Katarina la había ahorcado.

Tenía que volver a Fableton. Necesitaba saber si todavía estaba

allí. Utilizó el árbol con el que había chocado la noche anterior para

empujarse a sí misma y ponerse de pie. Miró a su alrededor y se dio

cuenta que no tenía idea de dónde estaba. Trató de recordar lo que

Dormilón y Estornudo le habían enseñado sobre el rastreo. Presionó sus

manos contra los costados de su cabeza mientras trataba de recordar,

pero se había ido. No tenía ningún recuerdo de lo que le habían dicho.

Ella se movió, tropezando a través de los árboles, buscando. Lo

había encontrado antes, podría encontrarlo de nuevo. Pero algo no

estaba bien. Algo era distinto. Se detuvo y escuchó. Fue entonces

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cuando lo oyó. Los pájaros cantaban en la distancia. Los bichos se

abrían paso por la maleza. Los insectos escarbaban por las hojas.

Y lo supo. Fableton se había ido. Katarina había desaparecido y el

hechizo sobre el bosque había sido levantado, permitiendo que una vez

más los seres vivos pudieran prosperar en el bosque. Sus hombros se

hundieron en derrota. Se deslizó hacia abajo contra un árbol, sin

importarle que la corteza le raspara la espalda. Dejó caer la cabeza en

sus manos, demasiado agotada emocionalmente incluso para llorar.

Había fallado. Les había fallado a todos ellos. Había roto su

promesa de destruir a Katarina y romper la maldición. Y ahora todos se

habían ido.

Nieves no estaba segura de cuánto tiempo estuvo en esa

posición cuando lo oyó.

—Nie-e-ves —llamó una voz femenina. Su cabeza se levantó. ¿Era

Katarina? Tal vez había estado equivocada—. Nieves, ¿estás aquí?

La voz se acercaba y Nieves miró a su alrededor en busca de

algo para usar como arma. Agarró una piedra irregular y se empujó

para ponerse de pie.

—¡Nieves, por favor! Si estás aquí afuera, respóndeme.

La voz le resultaba familiar, pero no era la de Katarina. ¿De quién

entonces?

—Vamos, Nieves, respóndeme.

Nieves jadeó mientras la roca rodaba de su mano. Channy. El

pensamiento fue seguido por la acción.

—¡Channy! —gritó, su garganta uniendo las sílabas en poco más

que un chirrido.

—¿Nieves? —Esta vez la voz de Channy era una pregunta.

—¡Channy! —gritó Nieves de nuevo, empujando las palabras más

allá del dolor.

—¡Nieves! —La respuesta de Channy fue un grito entusiasmado.

Comenzó a correr a ciegas a través de los árboles y de repente ella

estaba allí.

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—Channy —jadeó Nieves, tropezando hacia delante. Channy la

tomó en sus brazos y juntas se hundieron en el suelo mientras el alivio y el

dolor se mezclaban en las lágrimas de Nieves.

Channy la sostuvo durante unos minutos, luego la empujó a un

brazo de distancia.

—¿Qué te pasó? ¿Estás bien?

Nieves negó con la cabeza.

—No, nunca voy a estar bien de nuevo.

Channy le dio una pequeña sacudida.

—Vas a estar bien, ¿me oyes?

Nieves contempló a Channy. Había algo diferente en ella.

¿Cuánto tiempo había estado fuera?

—Parece que necesitas una buena ducha y dormir un poco —dijo

Channy—. Tenemos que llevarte a casa. Pero primero, necesitas comer

algo.

Channy se quitó la mochila de los hombros, volteándose para

abrirla y escarbar en ella. Se dio la vuelta triunfalmente, sosteniendo una

manzana en la mano.

—Sabía que tenía algo ahí. Toma, come esto. Te sentirás mejor y

podremos llevarte a casa.

—No —dijo Nieves, sacudiendo la cabeza—. No puedo ir a casa.

Tengo que encontrar a Philip.

Algo brilló en los ojos de Channy cuando Nieves dijo el nombre de

Philip, pero se había ido tan rápido que debió haberlo imaginado.

—¿Quién es Philip? —preguntó Channy. Antes que Nieves pudiera

contestar, ella dijo—: No importa. Me lo puedes decir más tarde. Si no

quieres ir a tu casa, iremos a la mía. Te esconderé allí.

Nieves asintió. Channy tenía razón, necesitaba descansar y volver

a recuperar su fuerza si tenía alguna esperanza de encontrar a Philip y a

los demás. Channy cuidaría de ella, y la ayudaría a encontrar Fableton.

—Ahora come —dijo Channy—. Y luego nos iremos y podrás

contarme acerca de… todo.

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Nieves tomó la manzana. Su estómago se revolvió. No tenía

apetito, pero quería irse. Sabía que tenía que comer o Channy no la

llevaría. Mordió la manzana. Era la cosa más deliciosa que jamás había

probado, crujiente, húmeda y dulce.

—¿Lo amaste? —preguntó Channy. Nieves levantó la mirada

hacia ella—. A este Philip, ¿lo amaste?

Nieves pensó que era extraño que Channy le preguntara eso,

pero asintió.

—Sí, lo amé… lo amo.

Le dio otro mordisco a la manzana, pero este bocado estaba

amargo. Masticó mientras bajaba la mirada hacia la manzana. La piel

de la manzana era roja como la sangre, igual que las fresas que

Katarina cultivaba, igual que las bayas que Tontín le advirtió que no

comiera.

—¿De dónde sacaste esto? —susurró, alarmada.

Nieves miró a Channy cuando no respondió. Channy le sonrió con

benevolencia.

—Está bien. Sigue comiéndola. —Nieves miró los ojos de Channy.

Los ojos de Channy eran marrones, sabía eso. Pero la Channy ante ella

tenía los ojos oscuros, ojos que eran casi negros. Ojos del mismo color

que…

—Tú no eres Channy —jadeó, tirando la manzana lejos de ella.

Observó mientras rodaba lejos, horrorizada al ver que no era nada más

que una colección de bayas. Todas las pequeñas bayas se convirtieron

en gusanos y comenzaron un desesperado intento de escapar a través

de la tierra. En el mismo instante se dio cuenta que el bosque estaba en

silencio una vez más. Había sido engañada para oír los sonidos.

—Eres más lista de lo que pensaba —dijo Channy. Solo que no era

la voz de Channy, sino la de Katarina. Sus ojos se ensancharon a medida

que el rostro de Channy se transformaba en el de Katarina. Miró a la

manzana—. Qué mal que no te diste cuenta antes.

Nieves luchó por ponerse de pie, pero los efectos de las bayas

corrieron rápidamente por su cuerpo. El letargo robó su fuerza y se

hundió de nuevo. Luchó por mantener sus ojos abiertos.

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—¿Qué hi-cis…? —Su boca se sentía como si alguien la hubiera

llenado de algodón, y no podía formar palabras.

—Nada más de lo que le hice a tu patético padre. —Katarina se

inclinó, sus ojos ardiendo sobre los de Nieves—. Yo gano, Blancanieves.

Podrías haber roto la maldición si hubieras creído en ti misma, pero no lo

hiciste. Así que ahora la maldición continúa, y Philip será mío para

siempre. —Nieves trató de hablar, incapaz de sacar nada por su

garganta. Solo un suspiro salió, y Katarina rió con deleite. Entonces su

sonrisa cayó, puro mal saliendo en su voz cuando dijo—: Ahora, tú

mueres. Y haré de tu cadáver un regalo para Philip, para mostrarle lo

que sucede cuando trata de desafiarme.

¡No! Trató de gritar Nieves, pero nada salió mientras la oscuridad

la reclamaba del mundo.

* * *

Los Siete estaban parados alrededor del cajón de cristal, sus

cabezas inclinadas y los hombros caídos con pena. En su interior, Nieves

estaba acostada viéndose tan perfecta como lo había hecho en vida.

Estaba vestida con un hermoso vestido blanco, burlonamente

reminiscente a un vestido de bodas, una boda que ella nunca tendría.

Sus mejillas florecían con color, sus labios eran rojos, su cabello se veía

como lo había hecho cuando iba al castillo a ver a Philip.

Como uno, giraron sus ojos llenos de pena a Philip, quien estaba

de pie en la punta del ataúd. Miraba a Nieves impávido. No se había

movido de ese lugar desde que había aparecido cinco días atrás, con

una nota de Katarina que decía: “Tú hiciste esto. Ahora es tuya para

siempre.”

Como si no fuera suficiente que Nieves estuviera allí para

recordarle y acusarlo, Katarina le había dado el don de la vista para

cuando mirara hacia ella. Aún era ciego de otro modo, pero cuando

sus ojos caían en Nieves en el ataúd, podía ver a la perfección.

Le traían comida y agua, y una silla en la que podía dormir

cuando su cuerpo lo traicionaba e insistía en desplomarse. Aun así,

estaba siempre con pesados y oscuros círculos bajo sus ojos. Sabían que

no moriría, ninguno lo haría sin tomar una acción directa a ese fin, pero

sufriría enormemente. Sabían que haría lo mínimo requerido para seguir

con vida para mirarla durante la eternidad, por ello su voluntad de

comer o beber cuando esto le era llevado.

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Muchas veces, las lágrimas caían silenciosamente por su cara

mientras observaba a Nieves. Susurraba que lo sentía, una y otra vez,

pero solo si estaban Los Siete allí solos. Si había alguien más cerca,

mantenía en silencio su agonía.

Todos los del pueblo habían venido a dar sus respetos, y el suelo

estaba lleno de flores alrededor del cajón. Todos los que habían

conocido a Nueves la habían querido y respetado.

Todos habían esperado que se casara con Philip y se convirtiera

en su princesa. Ahora su cuerpo sin vida reposaba allí, atormentando a

Philip en su sano brillo.

El primer día que había llegado, Philip había mandado a buscar a

Medic y abrió el cajón, urgiéndolo a ayudarla. Pero ella se había ido. A

pesar de su apariencia, su cuerpo estaba frío. Su corazón no había

hecho nada ante su inspección, ni un suspiro había escapado de ella.

Había sido testigo de la enorme tristeza de Philip esa vez. Nunca

olvidaría los sonidos que salieron del príncipe, o la mirada sin esperanza

de su rostro.

* * *

Pasaron meses, y Blancanieves aún seguía igual. Philip se volvió

más y más distante y enfermizo, hasta que Los Siete se preocuparon que

la siguiera en la muerte. Él siguió a su lado. Su cabello y barba habían

crecido largos y desprolijos, y desesperadamente necesitaba un

cambio de ropa y un baño.

—Debes cuidarte —urgió Medic. Philip lo ignoró. Medic miró a

Blancanieves y su saludable brillo. Casi parecía… más saludable a

medida que el tiempo pasaba. Se giró a Philip—. Se ve mejor, ¿cierto?

Quiero decir, mejor que la primera vez que llegó. Mejor que ayer.

Philip se inclinó más cerca del cristal. Se quedó sin aliento.

—¿Eso qué quiere decir?

—No lo sé —admitió Medic—. Pero quizás… —Cuando dudó,

Philip giró su mirada a Medic, sus ojos nublándose inmediatamente—.

Quizás no está del todo muerta.

Philip giró alrededor del cajón y tomó las solapas de Medic,

arrastrando al pequeño hombre hasta él.

—¿Qué significa…? ¿Está viva? —demandó con fiereza.

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Medic miró a Nieves de nuevo.

—No todavía, pero quizás… quizás está mejorando. Quizás, no lo

sé, está regresando.

Philip arrojó a Medic al suelo. Giró de nuevo a Nieves, con una

ferviente esperanza iluminando sus ojos.

—Ábranlo. ¡Tenemos que sacarla de allí!

—Pero, príncipe Philip…

—Dije que lo abran —gruñó.

Medic cruzó sus brazos sobre su pecho.

—Bien. Pero no hasta que te duches y pongas algo de ropa

limpia. ¿Quieres que ella despierte y te vea así?

Philip pareció estar por discutir, pero quizás pudo olerse porque

asintió en acuerdo.

—¿Te quedarás con ella hasta que regrese? —preguntó

humildemente.

—Todos lo haremos —dijo Malhumorado mientras los otros seis

aparecían en el camino.

Philip asintió de nuevo. Miró de nuevo el cajón, poniendo su cara

en el cristal mientras veía el hermoso rostro de Nieves.

—Vuelve a mí —susurró. Luego se paró y se fue a casa a

arreglarse.

* * *

Una hora después, Philip volvió, limpio, afeitado y alimentado.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca para que sus ojos vieran el

cajón, vio que Los Siete habían sacado la tapa y lados del cajón de

cristal. Blancanieves estaba acostada sobre las sábanas de seda,

viéndose como si fuera a abrir los ojos en cualquier segundo.

A medida que se acercaba, oyó a Los Siete moviéndose para

darle espacio. No quitó sus ojos de Nieves. Cayó de rodillas junto a su

cabeza. Levantó una mano y tocó su cara. Era cálida donde la última

vez que habían abierto el cajón para revivirla había estado fría.

—¿Nieves? —llamó suavemente.

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Ella no respondió, por supuesto. Corrió su mano por su cabello, y

luego acarició con su pulgar su mejilla. Se inclinó más cerca.

—Debería habértelo dicho antes —dijo él—. Debería haberte

dicho que te amo más que a la vida. Debería haberte dicho que no me

importaba que destruyeras a Katarina. Solo te quería aquí conmigo.

Debería haber dicho, por más egoísta que suene, que no me importaba

a cuántos más lastimara si eso significaba que podía perderte. Pero no

lo hice. Te dejé ir. Te dejé ir para que trataras de salvarnos a todos, y en

cambio diste tu vida. —Se estremeció con un suspiro—. Daría lo que

fuera, incluso mi vida a Katarina, si eso significa traerte de vuelta.

Se paró y se inclinó sobre ella.

—Eres mi corazón, Blancanieves. —Se inclinó y presionó sus labios

contra los de ella, sorprendido por lo cálido que se sentían. Y entonces…

¿sintió movimiento bajo su boca? Se alejó, mirándola—. Por favor —le

rogó.

La besó de nuevo y, de repente, un suspiro salió de ella.

—¿Nieves? —preguntó, consciente de los otros acercándose

como si también la hubieran oído.

—Bésala de nuevo —urgió Malhumorado.

Philip lo hizo y esta vez definitivamente sintió su boca moverse

bajo la de él. En lugar de alejarse, mantuvo sus labios presionados,

esperando. Entonces, la boca de ella realmente se movió bajo la de él,

besándolo de vuelta.

Sus ojos se abrieron y la miró fijamente, esperando que abriera los

ojos. Se atrevió a alejarse hasta que su boca estuvo a centímetros de la

de ella. Sus pestañas se movieron y el corazón de él se aceleró. Medic

se acercó y puso sus dedos en su muñeca.

—Tiene pulso —dijo triunfante.

Los ojos de ella se abrieron. Una ancha sonrisa apareció en el

rostro de Philip.

—Nieves —suspiró.

—¿Philip? —preguntó ella. Él asintió—. Me estás mirando fijamente

—dijo soñolienta. Parpadeó un par de veces—. ¿Qué sucedió? ¿Porqué

estoy en…? —Alarma apareció en sus ojos—. Katarina, ella…

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Philip colocó un dedo sobre sus labios.

—Shh, está bien. Estás aquí y ella se ha ido.

—¿Ido? ¿Estoy en Fableton? —Philip asintió y ella le sonrió—.

¿Estoy de vuelta?

—Sí. Y no te dejaré ir de nuevo.

Nieves arrojó sus brazos alrededor del cuello de Philip, y él la

levantó a una posición sentada mientras envolvía sus brazos a su

alrededor, atrayéndola con firmeza contra su pecho. Se mantuvieron así

por largos minutos hasta que Malhumorado aclaró su garganta. Philip la

soltó de mala gana mientras ella reía encantada.

—Malhumorado, Medic, Tímido… están todos aquí. —Philip se

apartó lo suficiente para que ella pudiera abrazarlos antes de atraerla a

sus brazos de nuevo.

—Creí que había fallado —dijo—. Creí que los había

decepcionado a todos. Pero, ¿cómo la destruí? Me dio unas bayas. —

Ella miró a Tontín al decirlo en voz alta. Él se agitaba, su caminata y

mano acelerándose ante el pensamiento.

—Katarina te trajo aquí —dijo Philip.

—Ella… ¿está viva? —Philip asintió—. Entonces, ¿por qué me trajo

aquí? —Ella miró abajo por primera vez, vio su vestido y la parte inferior

del cajón—. ¿Esto es un ataúd?

—Sí —dijo Philip—. Ella creyó haberte matado. Te trajo aquí para

forzarnos a verte acostada en esto, como si solo estuvieras dormida.

De repente, un chillido llenó el aire. Los Siete saltaron atrás y Philip

acercó a Nieves a su costado. Katarina bajó del cielo en un torbellino

de polvo y viento. Philip saltó a sus pies, llevando a Nieves con él,

abrigándola con su brazo. Una mirada a él le mostró que sus ojos se

habían nublado de nuevo. No podía ver.

Katarina los observó. Los Siete la miraron fijamente, temblando.

Nunca habían visto a Katarina antes, solo oyeron la leyenda. Era

terrorífica en la belleza y poder que exudaba de ella. Sin embargo, ella

ni los miró. Sus ojos estaban clavados en Nieves y Philip.

—¡No! —gritó—. ¿Cómo puedes estar viva? ¡Te maté!

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Nieves se alejó de Philip para enfrentar a Katarina.

—Trataste —dijo ella—. Y fallaste.

—Puedes estar segura que no fallaré otra vez —dijo, elevando una

mano hacia Nieves.

—¿Estás segura? —preguntó Nieves. Katarina dudó ante lo que

sea que se estuviera refiriendo—. Quiero decir —continuó Nieves—,

dijiste que no podía destruirte porque no creía que pudiera. Lo mismo no

aplica para ti. —Dio un paso hacia Katarina, lejos de Philip—. Tú sí creíste

haberme matado, y aun así no lo hiciste. No creo que puedas.

Katarina chilló de nuevo y Los Siete taparon sus oídos con sus

manos.

Nieves, con más confianza ahora, dio otro paso hacia Katarina, y

otro. Philip se acercó a ella, pero dejó caer su mano. Él creía en ella. Y

ella ahora también.

—Me enseñaste una lección invaluable, madre —dijo Nieves—.

Me enseñaste que puedo destruirte, solo si creo en ello.

—No —dijo Katarina, dando un paso lejos de la amenaza de

Nieves.

—Y ahora, Katarina, lo creo. Con cada fibra de mi ser, lo creo.

Katarina comenzó a sacudir su cabeza, mientras profundas

arrugas comenzaban a surcar su cara. Si cabello se volvió pajoso,

salvaje y delgado, volviéndose gris como ceniza. Sus garras se

agrandaron, pero siguió alejándose. Nieves detuvo su avance mientras

Katarina comenzaba a encogerse en altura, como una vieja, su piel

yendo del verde al gris ceniza de su cabello. Llevó sus manos a sus

mejillas y comenzó a lloriquear.

—No creo que nadie vaya a besarte y despertarte con su amor —

susurró Nieves.

Katarina se calló y giró sus ojos horrorizados a Nieves. Ella había

oído y por solo un segundo, Nieves sintió pena. Una luz azul estalló sobre

la cabeza de Katarina, y colapsó en una pila de ceniza. Nieves miró el

lugar con la boca abierta. No podía creer lo que había visto.

¿Realmente había desaparecido, para siempre esta vez?

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Miró a Los Siete y sus expresiones imitaban la de ella. Giró adonde

Philip estaba detrás de ella. No se veía sorprendido, se veía…

asombrado.

—¿Philip? —dijo—. ¿Estás bien?

Él le sonrió, acercándose a darle un duro beso en los labios. Ella

envolvió su cuello con sus brazos y lo besó de vuelta, igual de duro. De

repente, se alejó.

—Espera, ¿aún puedes verme?

Él sonrió.

—Puedo ver todo.

—¿En serio?

Él asintió y levantó su mirada por encima de su cabeza a Los Siete.

Les sonrió.

—Es bueno verlos, viejos amigos.

Aún estaban aturdidos por el cambio y desaparición de Katarina,

pero más aturdidos al mirar alrededor. Nieves y Philip siguieron su

mirada, sus manos entrelazadas.

Todos los colores brillantes comenzaron a dejar los árboles y flores,

dejando todo del mismo tono gris ceniza del cabello de Katarina. Los

aldeanos salieron de sus cabañas y se acercaron a Philip y Nieves. Se

miraban confundidos entre sí. Mientras se reunían, sus cabañas,

completamente grises ahora, desaparecieron igual que Katarina.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Tímido fuertemente. Todos

los aldeanos se giraron a Nieves y Philip, esperando su respuesta.

Nieves miró a Philip y le sonrió. Su sonrisa en respuesta fue brillante.

—Los cuidaremos —dijo ella.

—Sí —dijo él—. Los cuidaremos. Para siempre.

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Fin…

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Nota de la Autora

Casi no escribo Snow White porque se siente como si Blancanieves

está en todas partes estos días.

Pero tengo que admitir que, ha estado en mi mente. Estaba

empezando a escribir Immortal Yours, la secuela de Immortal Mine,

cuando soñé con Blancanieves. No la versión de Disney, sino mi versión.

Sabía que no sería capaz de sacarla de mi mente hasta que lo pusiera

en papel, así que dejé a un lado mi otro libro para escribir este.

Quería combinar la versión histórica de Blancanieves con una

chica moderna que pudiera patear traseros cuando fuera necesario. Mi

Blancanieves podría haber comenzado como un ratón asustadizo, pero

se tornó confiada y capaz de cuidar de sí misma sin perder la esencia

de lo que era. Estuve muy enamorada de ella para el momento en que

terminé, y espero que ustedes también lo estén.

Si te ha gustado la historia de Nieves, podrías disfrutar Beautiful

Beast, Libro I de Enchanted Fairytales y Red and the Wolf, el Libro II de

Enchanted Fairytales. Puedes leer más acerca de estas historias en

http://enchantedfairytales.blogspot.com/. Enchanted Fairytales son sólo

el comienzo para la cuenta regresiva del libro de Rapunzel, que saldrá a

las ventas en febrero de 2013.

Puedes leer más sobre mí en http://cindycbennett.com.

Gracias por leer Snow White.

~ Cindy C Bennett.

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Sobre la Autora

Cindy C. Bennett nació y se crió en la hermosa Salt Lake City,

creciendo a la sombra de las majestuosas Montañas Rocallosas. Ella y su

esposo (quien resulta ser su novio de secundaria) criaron a sus dos hijos y

dos hijas allí. Ahora cuenta también con dos nueras. Desarrolló un amor

por la escritura en secundaria cuando un maestro le presentó la dicha

de escapar de la realidad por diez minutos al día escribiendo.

Cuando no está escribiendo, leyendo, o contestando emails

(noten que no hay mención sobre limpiar, cocinar o nada remotamente

doméstico), a menudo se la puede encontrar montando su Harley a

través de los hermosos cañones cerca de su casa. (Sí, ella maneja una

Harley).

Serie Enchanted Fairytales:

1. Beautiful Beast

2. Red and the Wolf

3. Snow White

4. The Unmasking of Cinderella

5. The White Swan

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Créditos

LizC

Mari NC

Emii_Gregori

Fanny

Gigi D

Helen1

Jadasa Bo

LizC

Lizzie

Mari NC

Nahirr

Nikki leah

Otravaga

Soñadora

LizC

PaulaMayfair