7a lectura de llengua castellana

3
S E T E N A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A UN MENSAJE MECIDO POR EL VIENTO La tormenta se había cernido sobre los tripulantes de la carabela Intrépida de forma despiadada y a traición, sin aviso previo, arrojando sobre la cubierta del barco una serie de olas que rugían con voz cavernosa y castigando el palo mayor y las sufridas velas con un abanico interminable de rayos. El casco de la embarcación permaneció asentado sobre el Atlántico durante horas, pero finalmente el océano, desatado, impuso su cólera implacable y llevó a cabo el propósito con el que se había levantado aquella mañana de abril: abrazada por las tinieblas, el agua se había convertido en un monstruo de descomunales dimensiones dispuesto a tragárselo todo y a no dejar a nadie con vida en medio de sus turbulentas oscilaciones. Intrépida, con toda la tripulación a bordo, acabó siendo vencida por la furia del Atlántico y, finalmente, cruzó el umbral de la superficie para acabar, indefensa, en el fondo marino. El naufragio había sido inevitable. El barco se había hundido. Sin embargo, a la mañana siguiente, Alexandra Fuocco y Júlia Gelatti amanecieron con vida y sus párpados, enterrados en la sal que el agua les había dejado al evaporarse, se abrieron para contemplar una inmensidad azul sin límites, una enormidad difícil de procesar, un vasto espacio de agua que les relataba su próxima muerte. Abrazadas a un trozo de madera que, sin explicación alguna, se había cruzado en su camino durante algún momento de la noche, las dos supervivientes aún respiraban y, si bien se desperezaban en medio de terribles temblores, percibían también unos tímidos rayos de sol que les daban la bienvenida y las

Transcript of 7a lectura de llengua castellana

Page 1: 7a lectura de llengua castellana

S E T E N A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A

UN MENSAJE MECIDO POR EL VIENTO

La tormenta se había cernido sobre los tripulantes de la carabela Intrépida de forma

despiadada y a traición, sin aviso previo, arrojando sobre la cubierta del barco una serie de olas

que rugían con voz cavernosa y castigando el palo mayor y las sufridas velas con un abanico

interminable de rayos. El casco de la embarcación permaneció asentado sobre el Atlántico

durante horas, pero finalmente el océano, desatado, impuso su cólera implacable y llevó a cabo

el propósito con el que se había levantado aquella mañana de abril: abrazada por las tinieblas,

el agua se había convertido en un monstruo de descomunales dimensiones dispuesto a tragárselo

todo y a no dejar a nadie con vida en medio de sus turbulentas oscilaciones. Intrépida, con toda la

tripulación a bordo, acabó siendo vencida por la furia del Atlántico y, finalmente, cruzó el umbral

de la superficie para acabar, indefensa, en el fondo marino. El naufragio había sido inevitable. El

barco se había hundido.

Sin embargo, a la mañana siguiente, Alexandra Fuocco y Júlia Gelatti amanecieron con vida

y sus párpados, enterrados en la sal que el agua les había dejado al evaporarse, se abrieron para

contemplar una inmensidad azul sin límites, una enormidad difícil de procesar, un vasto espacio

de agua que les relataba su próxima muerte. Abrazadas a un trozo de madera que, sin explicación

alguna, se había cruzado en su camino durante algún momento de la noche, las dos

supervivientes aún respiraban y, si bien se desperezaban en medio de terribles temblores,

percibían también unos tímidos rayos de sol que les daban la bienvenida y las invitaban a

adentrarse en los dominios de un nuevo día.

Fuocco, siempre vital y optimista, trató de animar a Gelatti -una persona bastante fría y

apática- señalándole lo que parecía ser una pequeña porción de tierra situada veinte grados al

oeste y a unas diez millas de distancia de su posición. Gelatti le dijo a Fuocco que prefería morir,

pero Alexandra intentó persuadirla para que luchara por su vida y empezó a impulsarse con los

pies; tras un esfuerzo titánico, consiguió trasladar el trozo de madera –y con él el cuerpo de

Gelatti y el suyo mismo- hasta la inhóspita isla de fina arena blanca y frondosa vegetación

inexplorada.

Gelatti permaneció tumbada en la arena, sin nada que decir ni aportar, con la mirada fija en

la inmensidad de un horizonte inalcanzable. Habían llegado a un lugar del que con toda seguridad

Page 2: 7a lectura de llengua castellana

no lograrían escapar. Alexandra Fuocco, sin embargo, no opinaba lo mismo… Su actitud decidida,

valiente y fogosa, la empujó a encaramarse a los cocoteros con el fin de obtener algo de comida.

Levantó una choza con hojas de palmera y se hizo dueña del fuego en la isla gracias al empeño

puesto en la fricción de un fino tronquito contra una base de paja seca.

Así, empezaron a transcurrir pronto días y semanas. Gelatti, fría y distante, no hacía

absolutamente nada. Fuocco, vivaz y emprendedora, se las apañaba para sobrevivir y hacer que

su amiga sobreviviese. Pero la convivencia entre dos es difícil si cada uno no está dispuesto a

poner su granito de arena para satisfacer al otro. Muy pronto Fuocco empezó a recriminarle a

Gelatti su actitud apática y distante. Gelatti miraba a Fuocco y solo contestaba con alguna que

otra palabra perdida, sin intención ni objetivo comunicativo alguno. Con el paso de los años las

discusiones fueron cada vez más frecuentes. Fuocco, encendida, gritaba a pleno pulmón y

exhalaba un calor infernal insoportable; sus palabras eran auténtico fuego. Gelatti, por su parte,

seguía con sus frías palabras y su actitud gélida impasible.

Sucedió que, en la colisión cada vez más frecuente de las palabras encendidas de Fuocco y

de las frías aportaciones de Gelatti, nació de repente una especie de turbulencia hasta entonces

nunca vista. Del choque inevitable entre el frío de una y el calor de la otra, una especie de

corriente muy potente salió despedida en todas direcciones… Esa corriente, una especie de

fuerza invisible, se llevaba las palabras de las náufragas mar adentro, cada vez más lejos. Las

palabras de Fuocco y de Gelatti (<<No dejes de luchar>>, en un caso, y <<No tengo nada por lo

que esforzarme>>, en el otro) llegaron, cruzando los confines del Atlántico, a tierra firme. Sus

palabras, mecidas por el viento que ellas mismas habían creado con la mezcla de calor y frío,

fueron un mensaje que, tal vez, alguien llegó alguna vez a leer con los oídos…

- - - - - - - - - - - - - - - - - -