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“Huida de Corea del Norte” Por Tom O Neill […]Unos 50 000 coreanos, y quizás muchos más, se esconden en China; la mayoría en las ciudades y en los pueblos a lo largo de la lejana frontera común de 1 450 kilómetros. Otra cantidad innumerable de coreanos llegan por unos meses y luego regresan furtivamente a Corea del Norte con alimentos y dinero. Sin embargo, muchos siguen viviendo como migrantes, imposibilitados o poco dispuestos a volver a su cruel tierra natal. Sólo tienen dos difíciles opciones: seguir escondiéndose, a menudo como prisioneros de patrones explotadores; o aventurarse en la red secreta asiática llamada el tren subterráneo, un peligroso viaje a pie, en vehículos y en tren por territorio chino y el sureste de Asia. En una carrera de obstáculos en la que deben enfrentarse a puestos de control, delatores y un terreno traicionero, numerosos desertores han sido atrapados. Aunque, ayudados por un pequeño grupo de buenos samaritanos y contrabandistas que les cobran mínimo 3 000 dólares, unas 15 000 personas han alcanzado un refugio, la mayoría en Corea del Sur. Una vez allí, traumatizados y mal preparados, enfrentan el desafío más formidable de todos: empezar de nuevo. El éxodo de Corea del Norte empezó a finales de los noventa, después de que una hambruna mató por lo menos a un millón de personas, obligando a muchos sobrevivientes a subsistir a base de raíces, hierbas y cortezas de árbol. Al principio, los chinos, sobre todo la enorme población chino-coreana de la región, ayudaba abiertamente a quienes cruzaban desesperados la frontera. Pero tras las protestas del gobierno de Corea del Norte, China endureció sus políticas. La policía practicaba redadas, con frecuencia en vecindarios y pueblos, para indagar sobre los fugitivos norcoreanos, que

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Huida de Corea del Norte, de todo el sufrimiento que fue cruzar esa frontera y lo que debieron de pagar por poder quedarse

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“Huida de Corea del Norte”

Por Tom O Neill

[…]Unos 50 000 coreanos, y quizás muchos más, se esconden en China; la mayoría en las ciudades y en los pueblos a lo largo de la lejana frontera común de 1 450 kilómetros. Otra cantidad innumerable de coreanos llegan por unos meses y luego regresan furtivamente a Corea del Norte con alimentos y dinero. Sin embargo, muchos siguen viviendo como migrantes, imposibilitados o poco dispuestos a volver a su cruel tierra natal. Sólo tienen dos difíciles opciones: seguir escondiéndose, a menudo como prisioneros de patrones explotadores; o aventurarse en la red secreta asiática llamada el tren subterráneo, un peligroso viaje a pie, en vehículos y en tren por territorio chino y el sureste de Asia. En una carrera de obstáculos en la que deben enfrentarse a puestos de control, delatores y un terreno traicionero, numerosos desertores han sido atrapados. Aunque, ayudados por un pequeño grupo de buenos samaritanos y contrabandistas que les cobran mínimo 3 000 dólares, unas 15 000 personas han alcanzado un refugio, la mayoría en Corea del Sur. Una vez allí, traumatizados y mal preparados, enfrentan el desafío más formidable de todos: empezar de nuevo.

El éxodo de Corea del Norte empezó a finales de los noventa, después de que una hambruna mató por lo menos a un millón de personas, obligando a muchos sobrevivientes a subsistir a base de raíces, hierbas y cortezas de árbol. Al principio, los chinos, sobre todo la enorme población chino-coreana de la región, ayudaba abiertamente a quienes cruzaban desesperados la frontera. Pero tras las protestas del gobierno de Corea del Norte, China endureció sus políticas. La policía practicaba redadas, con frecuencia en vecindarios y pueblos, para indagar sobre los fugitivos norcoreanos, que viven con el temor de ser atrapados y deportados. En Corea del Norte, cruzar la frontera sin permiso se castiga con una condena de tres a cinco años de trabajos forzados, y conspirar con misioneros y otros para llegar a Corea del Sur se considera traición, y a los transgresores se les priva de alimentos, se les tortura y, en algunos casos, se les ejecuta públicamente. Las organizaciones de derechos humanos y diversos líderes extranjeros, sobre todo en Estados Unidos y la Unión Europea, instan a China para que honre los convenios internacionales que ha suscrito para tratar a los norcoreanos como refugiados, un estatus al que tienen derecho por las penas que enfrentan si son deportados. Pero China sostiene que los desertores son “migrantes económicos” ilegales.

La mayoría se escabulle por el angosto río Tumen, que abarca más o menos una tercera parte de la frontera de Corea del Norte con China; cruza durante el verano, cuando el río tiene poca agua y puede vadearlo, o en invierno, cuando puede caminar sobre el hielo. El lado chino del río luce extraordinariamente benigno; no está plagado de soldados ni erizado de alambradas electrificadas. En la ribera opuesta, en Corea del Norte, las casamatas apostadas a varios centenares de metros entre sí parecen más bien escondites de caza abandonados que puestos de vigilancia. Al visitar el lado chino, le pregunté al conductor

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del taxi por qué la frontera no estaba mejor protegida. Esbozó una vaga sonrisa. “Los norcoreanos calculan que capturarán a los alborotadores antes de que lleguen al río, y los chinos están seguros de que pueden hallar norcoreanos en el momento en que lo deseen”.

Aparte de los puestos de vigilancia, la vista al otro lado del río no revela nada de la realidad de Norcorea: las docenas de campos de concentración para los ciudadanos que no se consideran lo suficientemente leales, la desnutrición y el hambre que asolan a no menos de una cuarta parte de la población del país, que asciende a 23 millones de personas; la cantidad de uniformados, por lo menos un millón, que intimidan y espían a la ciudadanía. Las granjas colectivas, cuya mayoría parece carecer de electricidad, salpican la planicie del río. Un puente de un solo carril lleva a Namyang, ciudad con multifamiliares sin pintar y calles vacías salvo por algunas bicicletas y vehículos militares. El único color está en el mural gigante de un sonriente Kim Il Sung, fundador de Corea del Norte y padre de su líder actual, Kim Jong Il, ambos honrados como deidades. […]

A mediados de los noventa, los pocos centenares de desertores que llegaban cada año eran recibidos con adulación y premios considerables; la mayoría eran miembros de élite del ejército o del partido comunista de Pyongyang que llevaban consigo información valiosa. Salvo raras excepciones, los desertores de la actualidad, que promedian más de 2 000 al año desde 2006, son jornaleros, obreros y soldados de bajo rango, así como empleados de las regiones más pobres. Lo que llevan principalmente son problemas. Comparados con el surcoreano común y corriente, están menos calificados y su preparación académica también es considerablemente menor. Tras haber sufrido años de desnutrición y el dolor de ver a familiares morir de inanición, muchos padecen graves enfermedades físicas y mentales. A causa de esas desventajas, afirma Andrei Lankov, un experto norcoreano de la Universidad de Kookmin, la población desertora corre el riesgo de “volverse una clase inferior permanente”. Su nivel de vida en el sur es muchísimo más alto y viven en forma más libre, pero anhelan hallar un lugar en la sociedad.

O Neill, T. Huida de Corea del Norte. Recuperado de http://ngenespanol.com/2009/02/01/huida-de-corea-del-norte-articulos/