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Alimentar nuestro espíritu ROSA RABBANI Doctora en Psicología y especialista en terapia familiar sistémica. Autora de Maternidad y trabajo (Icaria). C uentan que un día Nasrudín, el mítico bufón persa, estaba en la calle buscando algo a cuatro patas, cuando se acercó un ami- go y le preguntó: —¿Qué buscas, Nasrudín? —He perdido la llave –respondió. —¡Oh, qué terrible! Te ayudaré a encontrarla. ¿Dónde dices que la perdiste? —En mi casa. —Entonces, ¿por qué buscas por aquí? —Porque aquí afuera hay más luz. Esto es exactamente lo que nos ocurre a menu- do. Buscamos fuentes erróneas que nos gene- ren placer sin darnos cuenta de que la dicha y la delicia perdurables nada tienen que ver con lo que ocurre a nuestro alrededor. Cuando lo entendemos, ya no nos extraña el gozo interior que perciben los grandes maestros de la espi- ritualidad, como Gandhi, Martin Luther King, Vicenç Ferrer o Nelson Mandela, en momentos de auténtica dificultad. Aparenta ser una contradicción; sin embargo, esa felicidad es el resultado de la serenidad de nuestro espíritu que, cuando está cuidado y alimentado, constituye la verdadera fortaleza donde culti- var el árbol de una vida sana y equilibrada. La naturaleza mística, entendida como la apertura a experiencias que, partiendo de lo sensorial, van más allá de lo propiamente corporal, es Nuestra naturaleza espiritual forma parte del hecho de ser humanos tanto como la física o la emocional. La capacidad de trascender nos permite hallar un sentido a nuestras vidas y valorar las cosas intangibles, por lo que cultivando esta predisposición natural podremos sentirnos más realizados. DESARROLLO PERSONAL

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Alimentar nuestro espíritu

ROSA RABBANIDoctora en Psicología y especialista en terapia familiar sistémica. Autora de Maternidad y trabajo (Icaria).

Cuentan que un día Nasrudín, el mítico bufón persa, estaba en la calle buscando

algo a cuatro patas, cuando se acercó un ami-go y le preguntó: —¿Qué buscas, Nasrudín?—He perdido la llave –respondió.—¡Oh, qué terrible! Te ayudaré a encontrarla. ¿Dónde dices que la perdiste?—En mi casa.—Entonces, ¿por qué buscas por aquí?—Porque aquí afuera hay más luz.Esto es exactamente lo que nos ocurre a menu-do. Buscamos fuentes erróneas que nos gene-ren placer sin darnos cuenta de que la dicha y la delicia perdurables nada tienen que ver con lo que ocurre a nuestro alrededor. Cuando lo

entendemos, ya no nos extraña el gozo interior que perciben los grandes maestros de la espi-ritualidad, como Gandhi, Martin Luther King, Vicenç Ferrer o Nelson Mandela, en momentos de auténtica dificultad.

Aparenta ser una contradicción; sin embargo, esa felicidad es el resultado de la serenidad de nuestro espíritu que, cuando está cuidado y alimentado,constituye la verdadera fortaleza donde culti-var el árbol de una vida sana y equilibrada. La naturaleza mística, entendida como la apertura a experiencias que, partiendo de lo sensorial, van más allá de lo propiamente corporal, es

Nuestra naturaleza espiritual forma parte del hecho de ser humanos tanto como la física o la emocional. La capacidad de trascender nos permite hallar un sentido a nuestras vidas y valorar las cosas intangibles, por lo que cultivando esta predisposición natural podremos sentirnos más realizados.

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congénita al ser humano, y no en menor medida que nuestra realidad física, nuestra capacidad intelectual o nuestras facultades emocionales. Todas ellas conllevan sus propias exigencias, que no nos es posible descuidar. Nuestro cuerpo requiere un descanso diario, por eso dormimos responsablemente las horas ineludibles; nos instruimos adquiriendo conocimientos y habi-lidades, por ser esa una disposición natural de nuestra mente; y, sin duda, la relación con los demás y el establecimiento de vínculos afec-tivos con otras personas son parte de nuestro instinto emocional. De igual manera, nuestra voz empática, nuestra indefectible admiración por el hecho de ser y estar o nuestro ineluctable asombro por el fenómeno del perecer presentan sus propias y peculiares demandas, indepen-dientemente de que nos identifiquemos o no con alguna tradición concreta.

Sentirnos agradecidos a la vida por lo que somos, prepararnos para afron-tar la muerte, entender el significa-do del sufrimiento y la enfermedad,identificar un sentido en nuestras vidas, amar con empatía y sin esperar contrapartidas o aprender de las adversidades que, inevitable-mente, nos vamos encontrando son aptitudes que todas las personas podemos ir desarrollan-do desde nuestra más tierna infancia hasta el fin de nuestros días. Hoy, la ciencia y la investigación aportan sor-prendentes conclusiones sobre esta dimensión que no se presta a ser ubicada en la lista de nuestros rasgos corporales ni tampoco perte-nece al rico y variopinto mundo de las emocio-nes y sentimientos: la esfera de lo espiritual. Baste señalar, tan solo a modo de muestra, los estudios del estadounidense Jeff Lieberman –artista, matemático, físico y máster en inge-niería robótica por el Massachusetts Institute

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of Technology (el prestigioso MIT)–, que ha realizado numerosas investigaciones sobre la experiencia mística, llegando a la conclusión de que todas las células y los átomos de los que estamos formados remiten, en última instancia, a energía pura. Sus estudios le llevan a concluir que nuestras percepciones espirituales no son sino la conciencia que poseemos de ese estado de energía. Asimismo, plantea cómo la escala humana de nuestras experiencias constituye una distracción sistemática con respecto a un nivel más profundo de experiencia: la vivencia suprasensorial que tenemos durante nuestros actos cotidianos.

Otro científico actual que ha hecho grandes aportaciones relacionadas con lo espiritual es el conocido sociólogo y economista Jeremy Rifkin, quien hadescubierto que la historia económica demuestra que el ser humano posee una dimensión espi-ritual que compensa sus pulsiones animales, egoístas y materialistas. El soporte neuronal de esa dimensión son las famosas neuronas espejo.Otra de las líneas de investigación más impor-tantes al respecto se basa en la teoría de las in-teligencias múltiples de Howard Gardner, psicó-logo investigador de la Universidad de Harvard, que amplía el campo del coeficiente intelectual humano más allá de los límites exclusivos de la brillantez académica. Gardner ha identificado ocho formas de inteligencia que, en conjunto y combinadas, conforman la capacidad humana: lingüístico-verbal, lógico-matemática, espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal y naturalista. Sin embargo, un gran número de estudiosos del ámbito de la psicología, la psiquiatría, la filosofía, la neurología, la teología, la antropo-logía..., procedentes de escuelas muy distintas y de ascendencias ideológicas muy variadas,

están detectando en el ser humano una serie de operaciones y potencialidades que difícilmente se pueden explicar según el espectro de las in-teligencias múltiples. Proponen, sin excepción, añadir una dimensión más: la inteligencia espi-ritual. Sostienen que esta es imprescindible para desarrollar nuestra inteligencia de manera in- tegral. El mismo Gardner define este tipo de inteligencia (existencial, espiritual y filosófica, que se añadiría a las otras ocho y que aún habría que analizar) como la capacidad de situarse a uno mismo en correspondencia con los rasgos propios de la condición humana. Estos son, por un lado, interrogantes radicales respecto a nuestra existencia: el significado de la vida, el porqué de la muerte, el sentido de que haya algo llamado mundo; y, por otro, experiencias límite exclusivas de los humanos: el amor o la atracción por expresiones de lo bello y sublime. Danah Zohar y Ian Marshal –investigadores procedentes de las universidades de Oxford y Londres, respectivamente– son los que acuña-ron el término inteligencia espiritual. Descubrieron que se daba un cambio en las oscilaciones de las ondas electromagnéticas del cerebro y conclu-yeron, entre otras cuestiones, que las personas que cultivan este tipo de inteligencia son más abiertas a la diversidad, tienen una gran ten-dencia a preguntarse el porqué y el para qué de las cosas y son más eficientes para encon-trar respuestas no parciales a las preguntas.

A la luz de las conclusiones científicas de estos albores del tercer milenio, no se puede obviar la existencia de lo espi-ritual en la especie humana, entendidocomo la propensión a traspasar los límites de lo puramente biológico. Su cultivo produce en nosotros un placentero desapego de lo momen-táneo y lo pasajero, y abre nuestra atención a valores perdurables e ideales de futuro. El reto

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reside en cómo satisfacer esa predisposición natural que tenemos para poder alcanzar una vida gozosa y saludable. Honrar lo espiritual es instintivo y nos apor-ta placer interior, dota de sentido a nuestros instantes cotidianos, nos orienta en nuestra conducta y conforma la base de nuestros sue-ños y esperanzas. Para ello, podemos cultivar cuidadosamente una serie de prácticas y ru-tinas sencillas que nos ayuden a alinearnos con esas demandas interiores. Así, ejercitar el silencio, propiciar el contacto con la natu-raleza, disfrutar de la belleza (en el arte y en cualesquiera de sus expresiones) o deleitarse en los sentimientos que genera la compañía de un ser querido son modos universales de conectar con nuestro espíritu. Otros hábitos como la meditación, la oración, escribir diarios o poemas para uno mismo, practicar la espe-ra y el recogimiento rindiendo reverencia a la existencia o conmemorar, con simples cere-monias, personas o momentos especiales del pasado son algunas de las infinitas formas de introspección espiritual.

Cuando trabajo con padres en la prác-tica de mi profesión, les suelo reco-mendar que sean especialmente ob-servadores a la hora de identificarlos momentos cotidianos y aun así importantes de la vida, y que los festejen en familia con so-lemnidad pero sencillez. Esta es una fantástica forma de aprender a conectarnos con nuestro ser interior, vivir el momento presente con plena consciencia y disfrute, y sentirnos agradecidos por ello. El inicio y el final de un nuevo curso o una nueva etapa escolar, la superación de una enfermedad, las celebraciones de la Navidad o la llegada de los Reyes Magos de Oriente son oca-siones propicias para este aprendizaje. Aún se emocionan mis hijos cuando ven las fotografías

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del día en que homenajeamos, entre lágrimas, a nuestro coche anterior y lo despedimos en el desguace. Con ello, rememoran los lugares a los que nos había llevado y las experiencias únicas e irrepetibles que habíamos vivido con él. ¡Aquel día casi se emociona también el co-mercial del concesionario que estaba a punto de entregarnos nuestro actual vehículo! Este tipo de hechos cotidianos nada tienen de especial si nosotros no los dotamos de un significado.A menudo celebramos un cumpleaños con gran parafernalia, regalos y ajetreos, olvidán-donos de que lo más especial de la ocasión es conmemorar reverentemente el momento en que iniciamos el camino sagrado de la vida y maravillarnos ante el milagro que ello supone. ¡Qué diferente es dar un simple paseo por la urbe que hacerlo en el campo acompañado de un si-lencio meditativo que nos permita conectar con nuestro más profundo ser! Diferentes son unas vacaciones cuando conllevan la consciencia de que se trata de una situación que no persigue ningún fin, por cuanto ella misma constitu-ye un fin. Estar de vacaciones es un estado de mente en que toda nuestra atención se orien-ta a lo que realizamos en cada instante. Para unos consiste en tomar el sol, otros prefieren quedarse en un lugar leyendo y otros, escalar montañas. Pero el elemento común a todos es la sensación ideal de no preparar el siguiente mo-mento ni pensar en lo recientemente acaecido.

La condición sine qua non para po-der conectar con nuestro ser interior y captar los mensajes que este nos transmite es el entrenamiento y la adquisición de determinados hábitos. Hace algún tiempo, acudió a mi consulta Mario, un joven realmente brillante, en sus treinta y tantos, a quien aquejaba una depresión que se traducía en algunas somatizaciones. Tras

algunas sesiones en las que ya empezaba a sentirse algo más aliviado y animado, me ex-plicó un magnífico descubrimiento que había hecho la semana anterior. Ante mi sorpresa, me comentó que, por medio de un amigo, ha-bía conocido por primera vez la práctica de la plegaria. Nunca hasta entonces había estado familiarizado con ella. Aquella tarde, con una sonrisa tímida en los labios, Mario me relató que, pese a “no haberle cogido el tranquillo aún”, en sus momentos más bajos, estos espacios de silencio, soledad, reverencia y recogimiento le aliviaban tanto, que lamentaba profundamente no haberlos tenido antes.

La capacidad de tomar distancia de nuestras experiencias, aprender a sentir gozo estético, entender nues-tra biografía como un gran proyectounitario, hallar posibles respuestas a por qué nacemos y qué debemos hacer antes de morir, poder oír nuestra voz interior, saber valorar las cosas inmateriales e intangibles, detectar una sabiduría perenne que yace escondida tras los dichos de las figuras respetables de la histo-ria, aprender a amar la dificultad, poder abrir las compuertas del pasado, saber cultivar la espera confiada y paciente, sentir placer ante nuestra admiración por las cosas asombrosas o vivir con mucha calidad nuestras relaciones humanas son solo algunos de los beneficios de alimentar el espíritu. Cultivar y custodiar nuestra naturaleza espi-ritual es una responsabilidad que todo ser hu-mano debe ejercer desde temprana edad, pues conduce nuestro bienestar físico y psicológico hacia una vida feliz y saludable.

Para saber másFrancesc Torralba. Inteligencia espiritual. Plataforma, 2010.

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5 HÁBITOS PARA ALIMENTAR TU ESPÍRITU• Celebra con el corazónLas fechas y ocasiones especiales de tu historia de vida son espléndidos momentos para con-memorar acontecimientos importantes. Pero lo que los hace especiales no son exclusivamente la comida, los amigos o los regalos, sino recor-dar lo místico que entraña ese suceso. Celebra tu cumpleaños como un momento sagrado: el del júbilo de iniciar tu existencia.

• Déjate transportar por el arteEscuchar música o contemplar una obra de arte es una excelente forma de honrar el espíritu. Goza de ellos, pues tienen el don de transportar-te en el tiempo y hacerte evocar, mágicamente, la fragancia del placer interior que tuviste en momentos del pasado.

• Aíslate del entornoLa meditación es la llave que abre las puertas de los misterios. En ese estado tu mente se abs-trae, te aíslas de los objetos que te rodean y te sumerges en un mar de introspección. Es allí donde podrás descubrir los secretos de las cosas.

• Haz ejercicio en la naturalezaEl estado espiritual que provoca el ejercicio fí-sico es otra forma de conectar con tu interior, y tiene efectos muy positivos sobre el estado de ánimo. Da frecuentes paseos por el campo: es un ejercicio moderado y agudiza tus sentidos.

• Fomenta los buenos encuentrosEl contacto con personas a quienes te unen vínculos afectivos te ayuda a sintonizarte con tu esencia. Busca la compañía de ese amigo o familiar que te suscita sosiego.