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Índice
PODEROSA VENGANZA 3
LAS BROMAS DEL ZORRO 7
VENGANZA BRUTA 12
LA REMODELACIÓN 15
EL CAMPEONATO DE LA SELVA 19
EL CACHORRO DE LA SELVA 24
EL LORITO ADOPTADO 28
LOS CAMPEONES DE LA SELVA 32
LA MENTIRA 36
EL NIÑO DE LA SELVA 41
EL CIRCO SELVÁTICO 46
EL GRAN TIGRE 51
EL ROBO EN LA SELVA 55
Antología “Nuestros Cuentos de la Selva”. Autores: Los carpeselvático de París. 4º grado. 2015
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Poderosa Venganza
Cierta vez, en la selva misionera, los animales amanecieron alertados con una
terrible noticia:
¡Rica papa! ¡Rico té con leche! ¡Nueva desaparición! ¡Desapareció la tortuga! -
gritó Pedrito, el loro.
Asi es, hace tres días tendría que haber venido a mi casa a tomar el té y nunca
llegó. Me llamó la atención porque es muy puntual y educada y siempre me avisa
si no va a venir-Comentó preocupado el coatí -. Luego salí a buscarla y encontré
sus anteojos tirados y rotos cerca del río.
Entonces el sapo, que era el animal más sabio dijo:
Están desapareciendo muchos animales, ya es la tercera de esta semana – y
exclamó - ¡Convoco a una asamblea para averiguar qué está pasando!
Una hora después se encontraban todos los animales reunidos a orillas del río
Paraná, lugar elegido para que pudieran participar los peces, las mantarayas y los
yacarés. Una vez terminada la larga sesión, decidieron que el mono y el oso hormiguero
serían los encargados de investigar qué era lo que estaba sucediendo en la selva. Los
eligieron porque todos confiaban en la bondad del oso, que no nos los traicionaría, y en
la inteligencia del mono para ayudarlo.
El mono y el oso, se prepararon para su viaje. Agarraron bananas para comer en el
camino y dejar el rastro con las cáscaras para saber cómo volver a casa. Unos largavistas
hechos con tronquitos y frutos, para usarlos como defensa en caso de alguna
emergencia.
Entonces, ya listos, emprendieron el viaje hacia una ruta desconocida. El mono fue
saltando de liana en liana y el oso caminando lento, comiendo hormigas a su paso y cada
tanto resbalándose con alguna cáscara de banana que tiraba el mono.
Después de algunos días de viaje vieron una casona que llamó su atención y les
pareció sospechosa. Empezaron a acercarse intrigrados, sigilosamente.
Separémosnos – propuso el mono -. Vos por la izquierda y yo por la ventana de la
derecha y ¡NO TE METAS EN PROBLEMAS!
¡Si, tranquilo! En media hora nos volvemos a encontrar en este mismo lugar -.
Contestó el oso.
El mono, contento con la decisión tomada, comenzó a mirar por las ventanas cuando de
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repente... vio unas herramientas raras que desconocía, animales quietos en unas
vidrieras y otros colgados en las paredes. Intentó llamarlos hasta que se dio cuenta de
que no le contestaban y entonces, descubrió la terrible verdad...
¡¡¡ESTÁN EMBALSAMOS!! - exclamó el mono, mientras salía corriendo y caían
lágrimas de rabia y temor de sus ojos.
Cuando llegó al punto de encuentro notó que el oso no llegaba pero cuando
intentó buscarlo, descubrió que ya era demasiado tarde: el oso había sido atrapado por
el hombre y no tenía cómo salvarlo.
Salió desesperado corriendo, siguiendo como pudo, el rastro de las cáscaras, para
contarles la verdad a todos los animales del monte. Llegó a la selva gritando:
¡¡¡TENGO INFORMACIÓN!!! ¡¡¡HAGAMOS UNA REUNIÓN DE EMERGENCIA!!! Pedritro,
empezá a dar a la señal de emergencia -. Le pidió al loro.
¡¡REU – NIÓN!! ¡¡REU – NIÓN!! ¡¡REU – NIÓN!! -. Gritaba Pedritro, mientras
sobrevolaba la selva y los animales comenzaban a asomarse intrigrados.
Todos comenzaron a juntarse y una vez que estaban todos reunidos, el mono traumado y
casi sin poder hablar trató de explicarles, lo que podía con palabras y otro poco con
señas, lo que había descubierto. Al terminar de contar lo que descubrió, el coatí habló:
Es horrible todo lo que contás, amigo mono. Pero lo más importante...¿Dónde está
nuestro amigo Oso?
E...E...E...El oso es...es...está...- tartamudeó - ¡¡EMBALSAMADO!! - gritó el mono,
acompañado justo en ese instante por un fuertísimo y temeroso trueno que hizo
estremecer a todos los animales del monte, junto a la terrible noticia que el
mono acababa de darles.
Cuando pudieron tranquilizarse un poco y luego de varias discusiones, decidieron
armar un plan para vengar al oso hormiguero y a sus otros amigos. Dudaban de volver a
mandar al mono hasta que pensaron en el zorro y decidieron mandarlo a él, por ser
astuto y escurridizo y porque es un animal que los hombres temen. El plan sería que el
zorro se ganara la confianza del hombre para aprender a embalsamar y terminar
embalsamándolo a él luego de conducirlo hasta una trampa donde lo atraparían. El zorro
aceptó de inmediato:
¿Y cómo encuentro la casona del hombre? - preguntó.
Para ayudarte a encontrar la casona, seguí el rastro de las cáscaras de banana que
dejé cuando fui la primera vez -. Le aconsejó el mono.
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El zorro salió hasta que luego de unos días, encontró la temible casona. Inseguro por
cómo iba a reaccionar el hombre, golpeó la puerta.
El hombre abrió y se sorprendió al ver que era un zorro el que estaba golpeando, y con
su voz ronca preguntó:
¿Qué querés? ¿A qué viniste? ¿Cómo encontraste mi casa?
Me enteré que embalsamás animales, te traje uno para que me enseñes, quiero
ser tu aprendíz -.Le dijo, mostrándole un animal muerto que había recogido en el
camino.
¿Por qué tendría que enseñarte a embalsamar? ¿Por qué, vos, un animal, querrías
aprender a hacerlo?
Porque sos el ser más temible de la selva y yo quiero ser como vos.
El hombre dudó un poco antes de aceptar el trato porque desconfiaba del zorro. El zorro
vio que el hombre tardaba en decidirse y le propuso ayudarlo a conseguir animales.
Finalmente, aceptó el trato y comenzaron las lecciones.
Luego de varios días, el zorro ya había ganado la confianza del hombre y estaba
listo para embalsamar y poder continuar con el plan. Les mandó una señal a los animales
para que se prepararan para la última etapa de la venganza y llevarla a cabo al día
siguiente.
Esa mañana el hombre estaba desayunando y el zorro le dio una noticia:
Encontré una cueva donde hay muchos animales muertos para que podamos
embalsamarlos.
¿Dónde? ¿Dónde? ¡¡Llevame!! - dijo el hombre, sin sospechar.
Te llevaré hasta la cueva.
Salieron juntos y se dirigieron hasta el lugar, donde ya estaban los animales haciéndose
los muertos. Al llegar y cuando se aseguraron de que el hombre estaba bien metido en la
cueva, Pedrito se acercó hacia él y le preguntó ante su cara sorprendida:
- ¿Querés té con leche?
¡Era la señal para atacarlo! Y todos los animales respondieron a ella. Se abalanzaron
sobre él, lo atraparon y lo llevaron nuevamente a la casona para que el zorro lo
embalsamara.
*************************************************************************
Desde entonces esta historia se contó de generación en generación, entre los
animales del monte y aún hoy se sigue visitando la casona para recordar a los animales
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que murieron y ver al hombre embalsamado y nunca olvidarse que cuando los animales
se unen pueden triunfar.
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Las bromas del zorro
Hace mucho, en la selva misionera a un zorro le gustaba hacer bromas pesadas porque
le divertía ver cómo los animales caían en su trampa. Al principio las bromas les parecían
divertidas a todos, pero con el tiempo los animales se empezaron a cansar de ellas.
Una noche el zorro se levantó para elegir su nueva víctima, la liebre, y armar su broma.
Juntó agua del río con un viejo caparazón de tortuga, después arrancó pasto y los colocó
así: una liana atada al caparazón, otra cerca del suelo, anudada cada punta a un árbol
diferente y sostendìa con sus patas, el pasto.
Él se quedaría subido a un árbol. Cuando la liebre se despertara y pisara la liana del suelo, el
agua caería sobre ella, y luego él tiraría el pasto para que se le pegara. El plan, como todos los que
pensaba, funcionó porque la liebre siempre iba a ese río a tomar agua durante la madrugada.
Después de lo sucedido la liebre pegó un grito de furia y cansancio, despertando a todos los
animales del monte. Los animales se dieron cuenta antes de llegar al lugar, que nuevamente sería
algo que el zorro había hecho. No era normal que un animal pegara un grito a las 7 de la mañana
excepto que el zorro tuviera algo que ver. Siempre que lo hacían era culpa del zorro. Luego de
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ayudar a la liebre, fueron a buscarlo, siguiendo los gritos, y para ponerle de una buena vez, límites
a sus chistes.
Basta de hacer bromas - dijo el mono.
Ya estamos cansados - agregó el coatí.
Está bien. Esta fue la última que voy a hacer - respondió el zorro.
Eso decís siempre pero volvés a tus bromas - gruñó el sapo.
Una oportunidad más, por favor - pidió el zorro, que parecía realmente arrepentido.
Está bien, pero será la última oportunidad que te damos - dijo harta la gama.
El zorro, sin embargo, pasados unos días, volvió a molestar con sus bromas y los animales
tuvieron una reacción muy distinta a las anteriores. Ya no solo se enojaron sino que decidieron
tomar otra medida más fuerte y lo fueron a buscar.
¡Ya basta! - dijo el sapo
¡Andáte! - aclaró la liebre - ¡Ya te dimos muchas oportunidades! Te lo advertimos...
El Zorro, que no creía en la dureza de las palabras de los animales del monte, les dijo que se
iría a buscar comida y que volvería cuando estuvieran más tranquilos.
- Son simples bromas-, contestó el zorro, sin notar que esta vez el enojo de los animales era distinto.
¡Andáte de una buena vez!- exclamó el mono.
Cuando el zorro se fue, el loro convocó a una asamblea para discutir lo que pasaba con el zorro y
planear el castigo. Unos pocos minutos después de que el loro volara por los árboles y cuevas con la
convocatoria, los animales estaban en la cueva cerca del río para discutir sobre el tema.
Finalmente, luego de
varias ideas decidieron armar
“una patrulla anti-zorro” para
que el bromista no pudiera
entrar a su hogar ni al monte.
Se les ocurrió organizase en
grupos y hacer tres turnos, de
ochos horas cada uno, separar
la patrulla y poner cada grupo
de animales en un lugar
deferente donde no hubiera
obstáculos para pasar. Apenas
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terminaron de hablarlo pusieron en marcha su plan. Un rato después, los animales estaban
posicionados y llegó el zorro de su
búsqueda de comida.
¡Déjenme pasar!-, exclamó
el zorro. -¿Qué es todo esto? ¿Ya
se les pasó la bronca?-
¡No se nos pasó el enojo!-,
exclamó el mono.
No vas a poder entrar a tu
casa hasta nuevo aviso-, dijo el
oso hormiguero.
¿Por qué? ¿Yo qué hice?-,
preguntó el zorro enojado.
¿Cómo qué hiciste? ¡Las bromas!-, afirmó el coatí.
El zorro intentó defenderse pero no hubo caso, no podía hacer que los animales se
arrepintieran y lo dejaran pasar, asique aceptó su castigo y se fue en busca de un lugar donde estar.
Luego de unos días, todo estaba más tranquilo en el monte sin el zorro. No había vuelto a aparecer y
todos se sentían más seguros. Podían ir a todos lados caminando tranquilos, sin mirar a todas partes
para ver si había alguna broma a punto de ocurrir.
Pero la tranquilidad duró poco para los animales de la selva… algo empezó a suceder…
¡¡¡Comenzaron a desaparecer los árboles!!! Todas las mañanas aparecían más y más árboles
cortados casi de raíz y los animales se empezaron a preocupar. Muchos de ellos vivían o se
alimentaban de aquellos árboles y tenían miedo de estar en ellos, porque no sabían cuándo podrían
cortarlos y terminar heridos. La selva ya no parecía el mismo lugar que siempre, casi no quedaban
árboles. Los animales no sabían dónde vivir, muchos compartían árboles y sus alimentos. Un día
vieron la sombra de algo que se movía entre los árboles. La misma sombra venía todos los días y
luego más árboles aparecían cortados.
Entonces hicieron otra asamblea, sin avisarle al zorro. El primero en hablar fue el mono, uno
de los animales más preocupados:
Yo creo saber de qué se trata todo esto. He visto otras veces a un hombre con una “cosa”
filosa cortando y “matando” a los árboles y se los llevaba.
Así es, yo estaba volando por ahí buscando mi árbol preferido pero me di cuenta de que ya
no estaba-, contó el loro.
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Algo hay que hacer. Ese hombre no se puede salir con la suya-, comentó el coatí, -¿Están
conmigo?-
¡¡SI!! - contestaron los animales a coro.
Después de una hora de charla, decidieron que las abejas fueran a picar al hombre. Pero
resulta que el día que iban a llevar a cabo el plan, se dieron cuenta de que si picaban al hombre las
abejas morirían y ellos no querían. Como esa idea no funcionó, los animales decidieron mandar a
los sapos para que le hicieran pis en sus ojos, pero ese día el hombre llevó anteojos y por eso los
sapos no podían hacer su cumplido.
Los animales probaron durante días con otras formas para espantarlo, pero nada sacaba al
hombre de allí. En ese momento se dieron cuenta de que sin el zorro no se podía hacer nada.
Aunque estaban enojados con él, sabían que era un experto y todos sus planes funcionaban. No
estaban muy seguros de llamarlo porque no sabían si quizás les iba a hacer otra broma, pero no les
quedaba otra. Si no funcionaba al menos lo intentarían. Así que lo fueron a buscar al lugar donde él
se quedaba todas las tardes.
Zorro, ¿podrías ayudarnos a sacar al hombre que está matando nuestro monte, con una de
tus bromas?-, suplicó el oso hormiguero.
El zorro, rió con ganas y le contestó:
Después de todo lo que me hicieron, ¿pensás que los voy a ayudar? ¿Por qué me vinieron a
buscar?-
Porque el hombre está destruyendo la selva. También es tu hogar-, explicó el mono.
Pero ahora yo vivo aquí, afuera del monte, y a mí no me perjudica-.
Después de sacar al hombre te dejaremos vivir nuevamente en el monte. Hacemos todo lo
que vos quieras-, le dijo el sapo.
El zorro se sorprendió de haber escuchado eso, al principio dudó un poco pero después se
dio cuenta de que no mentían y que realmente deseaba mucho volver al monte, donde pertenecía, y
aceptó la propuesta.
Regresaron a la selva y se volvieron a reunir en la cueva de las asambleas. Escucharon
atentamente las ideas del zorro, que eligió hacer esta broma: él agarraría un caparazón y le pondría
agua hasta la mitad, después lo mezclaría con tierra para formar barro. Las aves harían sus
necesidades sobre el hombre como distracción, mientras el zorro estaría en la cueva. Cuando el
hombre entrara, le tiraría el barro sobre su cuerpo. Por último, todos los animales saldrían a su
encuentro y lo tirarían al río donde para que las mantarrayas pudieran picarlo y envenenarlo.
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Los animales se organizaron así las aves se pondrían en cuatro árboles diferentes, las
mantarrayas en la orilla para que no se les viera nada y el zorro adentro de una cueva. Cuando él
diera la señal, dos golpes de sus patas, las aves harían su parte. Finalmente, cuando las aves dieran
la segunda señal con su canto, todos deberían tirarlo al río para que las mantarrayas terminaran el
plan.
El plan se llevó a cabo, el hombre terminó tan asustado, tan manchado y tan envenenado n
que se fue y nunca más volvió a la selva.
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Después de esa broma, el zorro salió beneficiado y hasta el día de hoy todos le obedecen. Esta
historia se contó de generación en generación de la familia del zorro y después de ese día el zorro
cambió y ya no volvió a ser el mismo bromista molesto de siempre, aunque nunca dejó de hacer
bromas, declaró que todos los 4 de noviembre serían el “Día de las bromas”.
Camila y Martina
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Venganza Bruta
Cierta vez había un hombre en la ciudad que era pobre y lo único que hacía era dormir y
pedir plata para tener una vida mejor. Un día escuchó a dos personas que estaban regalando
terrenos por la selva y como él era pobre decidió que podía ser una buena idea ir a vivir allí. Tomó
un micro que lo llevaría hasta la selva pagando el pasaje con la plata que había ganado en unos
viejos trabajos.
Luego de dos días de viaje, llegó a la selva y la policía de la terminal le indicó donde podía
buscar su tierra para vivir y le dio un mapa. Una vez que fue hasta ese lugar, salió a dar una vuelta
por la selva para conocer mejor dónde iba a armar su nueva vida.
El hombre descubrió que la selva tenía muchos animales, agua y madera y se le ocurrió que
servirían para construir una casa del árbol. También agarró unas piedras filosas y construyó
herramientas para poder cazar animales, comer la carne que tenían adentro del cuerpo y con el
cuero hacer frazada para abrigarse. Después de un par de meses se fue acostumbrando a la vida
selvática. Y se sintió feliz.
Por otro lado, en la selva los animales jugaban, los pájaros volaban pero lentamente se
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empezaron a dar cuenta que algo estaba cambiando. Estaban desapareciendo animales, algunos
aparecían muertos y los árboles estaban talados. Todos estaban muy preocupados.
Un día como todos, el mono se fue a buscar bananas a uno de sus árboles favoritos y vio a
un hombre que vivía ahí. El mono, le tiró ramas y frutos que estaban en el árbol, por la bronca que
sintió al ver que tenía una piel de animal en su espalda y entender lo que estaba pasando.
¡¿Quién me tiró estas cosas?! - gritó el cazador enojado.
Al mono le dio miedo que el cazador lo mate y decidió escapar de ahí. Volvió a su guarida a
contarles a todos que él sabía quién estaba matando los animales y que había un hombre viviendo
en un árbol:
Escuchen amigos, necesito decirles qué descubrí – anunció el mono preocupado.
¿Qué pasó? ¿Qué pasó? - preguntó el Loro.
Es un cazador el que está matando a los animales y cortando los árboles. Vive en un árbol
cerca de acá.
Los animales no lo podían creer y el sapo propuso hacer algo urgente. Rápidamente decidieron
pensar juntos un plan para hacer algo con el hombre, por lo que pensaron en enviar al tigre porque
era el animal más feroz para atacarlo o simplemente, porque podía asustarlo con un rugido y
echarlo de la selva para siempre. El tigre aceptó y practicó el rugido para asustar al hombre.
A la mañana siguiente,
cuando salió el sol, el tigre y el
mono se despertaron muy
temprano para llevar a cabo el
plan. Fueron hacia la casa
indicada para atacar al hombre.
Cuando llegaron, decidieron que
el mono iba a esperar en el árbol
de al lado, mientras que el tigre
asustaría al hombre. Una vez ahí,
estaba por empujar la puerta de la
casa pero sin notarlo, el tigre pisó
una de las trampas y le cayó un
clavo en la cabeza. Murió en el acto. En ese momento el mono que estaba viendo la terrible
situacióndesde lo alto, empezó a gritar: “¡Uuaa!”. Y corrió de regreso a la selva para contarles la
verdad a los animales.
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Al día siguiente se reunieron todos los animales de la selva en la guarida del mono para
pensar una venganza contra el hombre. Se les ocurrió un plan que sería así: los monos espirarían al
hombre, escondidos en el árbol de al lado. Cuando el cazador saliera de la casa, le tirarían una red
construida por las arañas. Luego, cuando estuviese bien atrapado, vendría la víbora de coral para
envenenarlo. Todos estaban de acuerdo con el plan y decidieron llevarlo a cabo a la mañana
siguiente.
Al otro día, el hombre salió a cocinar la carne que cazó de los animales para almorzar. Los
animales ya estaban escondidos atrás del árbol desde temprano. Al minuto, los monos salieron de
allí para tirarle la red sin que pudiera evitarlo. El hombre quedó atrapado y gritó enojado:
¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Suéltenme, malditos animales!
No te salvaremos porque estás matando a nuestros amigos y talando nuestros árboles.
¡Desde que llegaste cambiaste todo! – exclamó el mono.
¡Soltame o te mato! – dijo el cazador enfadado.
No matarás a nadie porque antes te envenaré a vos – le dijo la serpiente que apareció de
sopetón, mostrando sus filosos colmillos.
El hombre se asustó tanto que se quedó sin voz para contestarle. La víbora se acercó y le clavó
sus filosos colmillos con veneno. El hombre pegó un grito de dolor, hasta que le llegó la terrible
muerte.
Los animales festejaron porque el plan había funcionado y habían podido matarlo. Esa noche
fueron todos a la casa del hombre a bailar y antes de volver a la selva a dormir, destruyeron la casa
para que ninguna persona volviera jamás y para que todo vuelva a la normalidad para siempre.
Ezequiel y Luciano
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La remodelación
Un día como cualquiera en la selva misionera apareció, escrito con savia, un anuncio en la corteza
de los árboles:
“Se viene, se viene: una nueva gran remodelación de una cueva en mal estado, del famoso
decorador, el loro José. Todos los animales de la selva pueden participar”.
Los animales se entusiasmaron, sus remodelaciones eran famosas porque había remodelado la
cabaña de la actriz de la selva, la lechuza Zoe, que había quedado maravillosa.
Muchos animales querían su trabajo, pero había dos animales que querían esa remodelación
por sobre todas las cosas: la víbora de coral Fidel y el coatí Matías, ellos eran mejores amigos. El
loro era un animal muy sabio e inteligente, por eso muchos animales querían que les hiciera una de
sus grandes remodelaciones.
José quería remodelar alguna cueva que estuviese desatendida y en muy malas condiciones;
alguna ubicada en el monte. El loro tenía pensado remodelarla con muchos detalles y accesorios,
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como instrumentos hechos con ramas y una alfombra artificial de piel de animal. Lo iba a hacer con
herramientas de madera y había encontrado animales ya muertos para las alfombras.
El coatí fue amablemente a preguntarle a su amigo, la víbora, si había visto el anuncio de la
remodelación del loro José. Como él no lo había visto, le agradeció por la información. El coatí le
dijo que su cueva estaba descuidada y que quedaría más linda remodelada y que seguramente
participaría. Luego se despidieron amablemente y La víbora Fidel se fue a su cueva.
Una hora después, cuando cada uno estaba en su cueva, la víbora Fidel pensaba en voz alta:
“Quiero esa remodelación pero no quiero sacársela a mi amigo, no sé qué hacer”.
La víbora era muy buena amiga pero tenía su lado malvado. Él siempre quería lo que el coatí
tenía o hacía y le costaba ser bueno con él todo el tiempo, pero decidió dejarle el lugar en el
concurso.
Un día después del primer anuncio, apareció uno nuevo que decía:
“Faltan dos días para la gran remodelación y hay dos concursantes: el coatí Matías y el
sapo, Benjamín”
Ese anuncio hizo sentir confundido y un poco enojada a La víbora Fidel, y aunque había
prometido ser buen amigo, se arrepintió y sintió ganas de participar, a pesar de que su cueva no
estaba mal. No pudo evitarlo y pensó: “Voy a quitarle esa remodelación. Voy a traicionarlo”.
Esa tarde el coatí fue a la cueva de su amiga la víbora y le contó que estaba entusiasmado y
que esperaba tener suerte y le pidió que se la deseara. La vivobra lo hizo aunque ya tenía pensado
engañarlo.
Al día siguiente, un nuevo anuncio apareció en la selva:
“Falta un día para la remodelación del loro José. Mañana a la tarde se dirán los
resultados”
Mientras tanto, el Loro José pnesaba en voz alta en su cueva: “Estoy confundido, el sapo
Benjamín y el coatí El coatí Matías necesitan por igual la remodelación. Mejor dicho, elegiré a El
coatí Matías porque su cueva está peor que la de Benjamín, mañana daré la noticia”.
Al día siguiente, cuando El coatí Matías aún no se había despertado, La víbora, llegó a su
guarida y le exclamó:
- Tengo que decirte una mala noticia.
- ¿Qué pasa?-, le dijo El coatí Matías con voz ronca.
- Benjamín ganó la remodelación– le mintió La víbora Fidel.
- ¿En serio? No lo puedo creer. Pensé que iba a ganarla yo-, exclamó El coatí decepcionado.
- No te pongas mal, casi la ganás, tranquilo-, lo consoló el falso amigo.
- Es cierto… igualmente, agradécele al Loro por tenerme en cuenta-, dijo El coatí.
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Luego de tener esta conversación con el coatí, la víbora Fidel fue hasta lo del loro:
- Hola José, quería decirte que mi amigo, El coatí Matías, te agradece que los hayas incluido en el
concurso por la remodelación pero no quiere seguir participando, ¿Puedo entrar por él?- le preguntó
La mentirosa víbora.
- ¡Qué mala suerte!... él lo había ganado.
- Si, la verdad que sí, pero no desea seguir compitiendo. Entonces, se me ocurrió que yo podría
aprovechar esta oportunidad porque mi cueva también está muy mal.
- Mmm… no sé, sería injusto para el sapo-, dudó, -pero te la quedás vos, siempre quise trabajar en
tu cueva, con formas interesantes. Hice tantos anuncios para nada… pero al menos remodelaré algo.
- ¡¡PERFECTO!! ¿Sabés cómo llegar? Te esperaré allí-, preguntó La víbora Fidel.
-Sí. De acuerdo. Nos vemos más tarde.
De este modo, La víbora le indicó dónde estaba su cueva y después de unas horas el loro llegó
al lugar. En un abrir y cerrar de ojos, La víbora tenía la mejor cueva de la selva. El loro le construyó
una enorme escalera caracol, colocó una alfombra de piel artificial y decoró con las mejores
maderas y pinturas del monte.
Después de unas horas la víbora pensaba: “Me estoy arrepintiendo de haber engañado a mi
amigo. Mejor voy a decírselo a su cueva, estuve mal, si se enoja conmigo tiene razón y no quisiera
que se enterara lo sucedido, por otro lado”.
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Entonces, la víbora se dirigió hacia lo del coatí. Llegó con miedo pero decidido a confesarse con su
amigo. El coatí abrió la puerta y se saludaron.
Te tengo que decir algo: eemm… ¡Te voy a hacer una fiesta!
El coatí le agradeció pero pensó que eso no era normal, la víbora no solía hacer esas cosas, era buen
amigo pero le costaba demostrarlo y entonces le preguntó:
¿Una fiesta? – dudoso - ¿No me estás escondiendo algo?
Finalmente, la víbora no pudo ocultar la verdad y le tuvo que decir al coatí Matías, lo que sucedía.
Cuando lo escuchó, se enojó tanto que lo echó de su cueva no remodelada, sin querer escuchar sus
disculpas. La víbora se quedó afuera esperando, arrepentido pero entendiendo a su amigo.
Sin embargo, después de unas horas, el Coatí le abrió la puerta. Le dijo que lo perdonaría si
hacían un trato donde pudieran vivir juntos, compartiendo la cueva y sin más secretos entre ellos.
La víbora, aceptó porque quería mucho a su amigo y vivieron juntos y felices para siempre en la
cueva más linda de la selva.
Martín y Julián
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El campeonato de la selva
Había una vez un campeonato de fútbol tradicional que se jugaba en la selva aunque con detalles
selváticos. Había varios equipos que competían todos los años, por un lado estaban las tortugas que
eran lentas pero las beneficiaba su organización y sabiduría. Del otro lado, estaban los yacarés que
eran medio tontos pero con un cabezazo letal, también estaban los tigres que eran de buena táctica,
pero malos a la hora de jugar y no les gustaba perder, y por último, ¡los campeones! ¡Los MONOS!
Eran habilidosos, muy traviesos y con buena lectura del juego, sin olvidar que eran buenos
compañeros.
Todo el campeonato lo organizaban las gamas y, la participación del histórico árbitro,
Pedrito el loro. Era el torneo más ansiado por todos los animales porque se hacía cada cuatro años y
transmitía pasión y compañerismo. Se llevaba a cabo en la cancha de las gamas porque era la más
grande y espaciosa. El césped era lindo para jugar y las tribunas estaban hechas de la mejor madera.
Las pelotas estaban hechas de las hojas más refinadas de la selva..
Luego de tanta espera, llegó el día esperado en que comenzaría el torneo de la selva. El primer
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partido, lo jugarían Las tortugas vs. Los tigres; con relatos de Jorge, el gato montés y el Bocha, la
lechuza. Minutos antes de comenzar el partido inaugural, los miles de animales estaban en la cancha
al grito de “Olé, olé, tigres, tigres”.
Al principio del partido, las tortugas comenzaron ganando por 1 a 0 y los tigres, enojados,
empezaban a hacer trampa, como era costumbre en ellos. Una tortuga tenía la pelota y un tigre la
empujó antes de que Pedrito lo viera. La tortuga se cayó de caparazón al piso y pidió falta. Los
tigres, con la pelota en los pies, atacaban… y de repente el tigre LECHUGA roba la pelota, entre
sus patas delanteras y… ¡GOOOOL! Gol de los tigres, que empataron el partido.
Mientras los relatores comentaban el partido, discutían lo que estaba pasando en la cancha,
ubicados en un tronco, en lo más alto de un árbol:
¿Qué comentás de este gol, Bocha? - dijo Jorge, el gato montés.
Yo opino que había sido falta sobre la tortuga González - continuó el Bocha, la lechuza.
¡Esperá! ¡Esperá! Se viene un córner de los tigres.
Lechuga va a tirar el córner y… ¡GOOOOOL de los tigres! Ha marcado “El peluca”, de
cabeza, a los 92 minutos, y ha terminado el partido.
Ha sido un partido muy cerrado – comentó la Lechuza.
Este partido ha sido muy entretenido para los aficionados de la selva-, comentó el Gato
montés con su ronca voz.
Sí, y por ahora los tigres van punteros en esta selvática competencia.
Sin olvidar que mañana juegan Los Monos vs. Los Yacarés a las 9:30 hs.
Al otro día, los equipos entraron a la cancha y cantaron el himno de la selva. Con el himno
terminado, comenzaron el partido. Era el turno de Los Monos contra los temibles Yacarés. Estaban
los equipos preparados para empezar a jugar.
El partido comenzó y con él, el trabajo de los relatores:
Los monos llevan la pelota, se acercan al arco de los yacarés con unos toques de pelota
impresionantes… ¡GOOOOOL DE LOS MONOS! A los 13 minutos, los monos van ganando el
partido – relató Jorge, el gato montés.
No se exalten, los yacarés atacan y se acercan al arco de los monos, pero con una atajada de
Casilla, el arquero de los monos, mantienen el resultado a los 80 minutos-, comentó el Bocha, la
lechuza.
Se prepara para el saque de arco, El mono Casilla, la estrella del partido. Se la pasa a su
compañero el Mono Maradó, que quedó frente del arco. Con una increíble definición pone a los
monos 2 - 0 al frente.
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Con un partido muy cerrado, los Monos vencieron y pasaron a la final- relató La lechuza.
Prepárense para la semana que viene, la GRAN final: Los monos Vs. Los Tigres. Los
esperamos a todos a las 9.15 hs. para una final histórica, aquí en el monte.
Unos días antes de la final, los tigres se encontraron en su guarida. Estaban muy preocupados,
ya que los monos eran un mejor equipo, más unido y mejor en su juego, y sabían que seguramente
perderían el partido frente a ellos como en el último campeonato. Entonces pensaron un plan: si
finalizado el primer tiempo, iban perdiendo, aprovecharían el entretiempo para raptar a los monos y
llevarlos a su guarida. De esta manera, todos les darían el partido ganado por un supuesto abandono
del juego.
Llegó el gran día de la final, todos
los animales estaban preparándose en
las tribunas, ansiosos porque el partido
comenzara. Finalmente, Los monos y
Los tigres se formaron en la cancha para
jugar
Los monos ya están en la cancha
– dijo el gato montés.
Sí, estoy muy nervioso para ver
quién sale campeón esta tarde –, agregó
la lechuza.
Finalmente el árbitro, Pedrito el
loro, sobrevoló la cancha para dar
comienzo a la tan esperada final.
Con unos minutos de juego los monos
estaban haciendo de las suyas por toda
la cancha, saltando de rama en rama,
pasándose la pelota unos con otros sin
que los tigres lograran atraparla ni una
vez. Eran más rápidos e inteligentes y
con un gol de ventaja, estaban por ser
campeones nuevamente.
En el entretiempo, mientras los monos iban saltando por los árboles hacia el vestuario, de
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repente, los tigres aparecieron y raptaron a todo el equipo, llevándolos en sus lomos hasta su
guarida. Al llegar, los encerraron dentro de una jaula a pesar de que los monos les suplicaban por su
libertad.
Los tendremos aquí hasta la entrega de la copa de la selva-, dijo el capitán de los tigres. –
Uno de nosotros cuidará la jaula, mientras nosotros volvemos al campeonato y convencemos a
todos de que abandonaron el juego.
¡No! ¡No pueden hacernos esto! – gritaban los Monos.
Claro que sí - reían los Tigres.
Luego de un rato de suplica, los Tigres volvieron a la cancha, mientras uno se quedaba a cuidarlos.
Los monos hablaron entre ellos:
Se me ocurrió una idea – dijo el Mono Maradó, al notar que no los liberarían - Uno de
nosotros se hará el muerto. Todos empezaremos a llorar y lograremos que abran la jaula, así puedo
ir a reportar a los tigres a la comisaría de la selva.
De acuerdo – asintieron todos.
Rápidamente uno de los monos se hizo el muerto y todos comenzaron a llorar como habían
acordado. El tigre que estaba de guardia, escuchó y se acercó a ver qué estaba pasando. Al asomarse
a la jaula, notó que uno de los monos estaba muerto y abrió la jaula, sin pensarlo.
En ese instante, uno de los monos logró escapar sin que el tigre lo notara y los otros monos se
quedaron jugando para disimular. Entonces, el Mono Maradó salió hacia la comisaría de los zorros,
para reportar a los Tigres y para que libraran a sus compañeros de equipo y sobre todo, para que no
les dieran por perdido el partido. Al llegar a la comisaría del monte, se sorprendieron de verlo ya
que estaban escuchando el partido y estaban por darlo como terminado por abandono. Al escuchar
el relato del mono, los zorros entendieron lo que sucedía. Los zorros salieron corriendo lo más
rápido que podían detrás del Mono, que los guiaba hasta la guarida de los tigres. Luego de un
rápido viaje, llegaron. Cuando arribaron, el tigre de guardia se sorprendió de ver a los zorros y al
Mono Maradó y se dieron cuenta habían dado aviso de su secuestro. Pero el tigre se negó a liberar a
los monos y mientras llegaba el resto a la guarida, no quisieron decir dónde tenían la llave.
El jefe de los zorros pensó en chantajearlos con enormes pedazos de carne y todos salieron a
buscar carne por la selva. La envolvieron en una hoja grande para llevarla a la guarida. Al llegar
allí, se la dieron al sheriff, que se dirigió con toda la carne hacia donde estaban los tigres y
ofrecerles un trato.
Díganme dónde está la llave -, dijo el zorro – y toda esta carne es suya.
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No te lo diremos nunca -, contestaron los tigres con mala actitud.
Yo les ofrezco esta rica carne por la llave…
Los tigres intercambiaron miradas, empezaron a olfatear la carne y se les hacían agua sus bocas. El
zorro se dio cuenta de esto e insistió:
¡Miren esta enorme cantidad de fresca y sabrosa carne!
¡Ahhh! ¡Qué rico! La llave está enterrada al lado del árbol más grande que se encuentra
junto al río.
El sheriff les entregó la carne y fue junto a Marado y el resto de los zorros hasta el río a
desenterrar la llave. La encontraron fácilmente y se dirigieron hacia la guarida donde estaban los
monos encerrados y desesperados por salir de allí. Al verlos con la llave empezaron a saltar de
felicidad. Abrieron la jaula y automáticamente se dirigieron a la entrega de premios para recibir el
merecido trofeo.
La ceremonia fue emocionante para los monos. Había muchísimos animales, todos
aplaudiendo, gritando y festejando. Los ganadores del campeonato recibieron con mucha alegría el
preciado trofeo y se pasaron toda la noche festejando. Los tigres, por su parte, se quedaron felices
con toda la carne pero con bronca por haber perdido el torneo.
Manuel y Tobías
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El cachorro de la selva
Había una vez un perro de raza Collie, que vivía muy bien en el campo con su mamá y sus siete
hermanos y una familia que trabajaba allí. Luego de dos semanas de nacido, lo compró una pareja
que vivía en la ciudad de Posadas, en la provincia de Misiones, cerca de la selva.
El cachorro no estaba tan cómodo en el hogar que le había tocado, estaba muy lejos de su
familia. Además, el lugar era chico y era muy distinto a su casa en el campo. No le daban la misma
comida, se escuchaban distintos ruidos que lo asustaban y extrañaba el verde. Por su incomodidad y
aburrimiento, el pequeño cachorro, Chocolate (como le habían puesto los dueños) empezó a hacer
travesuras con las que se divertía y se olvidaba un poco de su tristeza. Sus travesuras incluían
tironear en los paseos, morder los muebles de la casa, no se quería bañar y molestaba cuando
intentaban mimarlo. Los dueños se habían cansado de Chocolate, por eso, una tarde, lo sacaron de
la casa y lo dejaron en el jardín del frente, como castigo. Pero el cachorro interpretó el castigo como
un “abandono” y se escapó, soltándose de su soga, ya que lo habían atado muy flojo y
aprovechando una puerta abierta y que daba a la calle. Cuando los dueños se dieron cuenta de esto,
no les importó tanto, era mucho trabajo cuidarlo siendo tan travieso y un poco se aliviaron de que
ya no estuviera con ellos.
Chocolate empezó a caminar por la ciudad de Posadas y varias horas después vio un
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recorrido de árboles que le hizo acordar a un camino que siempre tomaba en el campo y lo siguió.
Caminó y caminó por varios días y veía lentamente como la ciudad se iba alejando a su
paso. Estaba contento por haber escapado pero luego de muchos días, estaba cansado y hambriento.
Es por ello que no soportó más y se desmayó. Después de su largo desmayo, se despertó en extraño
lugar que desconocía. Sin saberlo, era la casa de un mono y un coatí, que lo miraban recostado.
Asustado y confundido, empezó a decirles:
¿Dónde estoy? ¿Quiénes son?
¿Dónde estamos?
Tranquilo, yo soy el Mono Juan
y él es mi amigo, el Coatí
Roque. Te encontramos
desmayado justo en la entrada a
la selva.
Es raro que un cachorro de
ciudad esté por la selva ¿Qué
hacías por aquí? –le preguntó el
coatí Roque.
Yo no soy de la ciudad, soy del campo. Me adoptaron unas personas malas de la ciudad. Me
abandonaron y me escapé. Llegué hasta acá sin saber como. Hace muchos días que estoy
caminando, perdido y hambriento -. Les contó el perro – Perdón, me presento: ¡ME
LLAMO CHOCOLATE! ¡Y gracias por traerme hasta acá!
¿Querés comer o tomar algo? - ofreció Juan el mono -. Tenés un aspecto enfermo.
¡Sí! Por supuesto, ¡Muchas gracias! Hace días que no como.
Después de unos días de angustia, el perro Chocolate estaba más confiado de ellos y ellos de
él. Se habían hecho muy amigos y vivían los tres muy felices en la selva misionera. Durante esos
días, el coati Roque y el mono Juan fueron cuidando de Chocolate y enseñándoles sobre “la vida
salvaje”, por ejemplo cazar y juntar su propia comida, cuidarse por sí mismo y cuidarse de los
animales salvajes que vivían cerca, como el Tigre o el yaguareté. Todos los días buscaban bananas,
manzanas y arándanos juntos.
Una mañana, Juan el mono, se despertó temprano para buscar frutos y frutas. De repente
escuchó un ruido detrás de unos arbustos. Dudo un poco, pero por miedo a que le pasara algo al
cachorro y fue a ver qué era. De repente, casi sin darse cuenta, saltó frente a él un enorme tigre. El
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mono se asustó mucho porque le sorprendió que un animal así lo saludara tan alegremente ya que
en general son muy malos y serios, y si aparecen así son para comer. Entonces, el Tigre, que desde
hacia unos días los estaba espiando, le saludó con voz ronca:
Hola, Señor Juan, el mono. Que bueno encontrarlo aquí, lo estaba buscando. Tengo una
cueva llena de bananas para usted y su nuevo cachorro.
¡¡¡¿¿¿Cómo sabe que tengo un cachorro???!!! – le gritó el mono, con un tono de enojo.
Porque ayer lo vi entrenando y jugando con él.
¿¡Nos estaba espiando!?
No, no es así – le dijo el Tigre, inocentemente – solo pasé por allí y los vi. ¿Dónde lo
encontraron? Por curiosidad...
El mono, por un momento, le pareció sospechosa la curiosidad del Tigre pero su amabilidad le hizo
contarle la historia:
Con el Coatí, lo encontramos desmayado en la entrada de la selva y lo llevamos a nuestra
casa.
Interesante relato, entonces ¿Quiere venir a buscar bananas conmigo o no?
El mono dudó un momento, pero no le parecieron malas las intenciones del Tigre, parecía bueno y
decidió ir con él.
Bueno, vayamos. - Y, salieron camino a la supuesta cueva.
Al llegar a la cueva, el mono se dio cuenta que había sido una mala desición y había sido
una trampa. Antes que pudiera salvarse, el Tigre lo atrapó entre sus patas y lo llevó al fondo de la
cueva, para comérselo, más tarde.
Mientras tanto, el Coatí y el Perro Chocolate, esperaban al mono que no regresaba y
empezaron a preocuparse ya que tardaba mucho. Entonces, salieron a buscarlo donde siempre iba a
buscar frutos. Cuando llegaron al lugar, se asustaron ya que vieron huellas de tigre, pero sin
dudarlo las siguieron y los llevó a una cueva. Les daba miedo entrar. Se asomaron un poquito y
vieron que el mono estaba al fondo de la cueva, atrapado y atado con unas lianas por el tigre.
Desesperados, salieron corriendo y comienzan a pensar cómo rescatar a su amigo El mono. Hasta
que se les ocurrió una gran idea: distraer al Tigre con un enorme pedazo de carne. Los Tigres no
resisten el olor a carne fresca y cuando fuera a comerlo ellos podrían entrar a la cueva y salvar al
mono Juan sin peligro.
El coatí y el Perro, se dirigieron a golpear en un almacén del pueblo:
Toc, toc- golpearon con las patas.
¿Quién es? - respondió el almacenero.
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Somos el Perro y el Coatí ¿Tiene un enorme pedazo de carne para Tigre?
No, no hay – contestó el almacenero - ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar carne
de esa manera. Me recuerdan a los locos y bobos flamencos que buscaban medias coloradas,
blancas y negras.
Fueron entonces a otro almacén:
Toc, Toc-. golpearon con sus patas.
¿Quién es? - Contestó el almacenero.
Somos El Perro y El Coatí ¿Tiene un enorme pedazo de carne para Tigre?
Y el hombre les dijo:
Tienen suerte, acabo de cazar unos animales y puedo darles lo que buscan.
Contentos, volvieron hasta la cueva con su pedazo de carne, preparados para liberar a su amigo, el
Mono Juan.
Al llegar, con cuidado, se metieron en la cueva y tiraron el pedazo de carne, que el tigre fue
a comerlo sin sospechar nada. Todo funcionó como lo habían esperado y aprovechando su
distracción, El Perro Chocolate y El Coati Roque desataron a su amigo el Mono. Salieron
corriendo muy rápido los tres de la cueva.
Finalmente, los tres amigos llegaron a su hogar y festejaron su gran victoria contra el
temible Tigre y vivieron muchas más aventuras en la selva juntos, aunque se mantuvieron para
siempre alejados de los peligros y los engaños.
Nicolás y Joaquín M.
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El lorito adoptado
Una vez, en la selva misionera, vivía un oso hormiguero que su vida andaba muy mal. Ya era grande
y quería una pareja con la que pasar sus días en la selva. Estuvo meses tratando de conseguirla,
hasta que un día quedó con la boca abierta. Vio pasar una lechuza, la más linda del mundo y se
enamoró a primera vista. Tanto quería una pareja que decidió hablarle sin dudarlo:
Hola, ¿Cómo te va? Sos la lechuza más linda del mundo – le dijo el valiente Oso.
Hola, me va muy bien...¡Muy bien! - contestó la lechuza.
Eh...¿Querés ser mi novia? - le dijo el Oso desesperado de amor y sin pensarlo.
Si... de primera vista te vi y me enamoré – le respondió la Lechuza, para su sorpresa.
Y se pusieron de novios como si se conocieran de toda la vida.
Pasaron dos años juntos hasta que un día se casaron. El casamiento fue espectacular. Estaban
todos: el mono, el yacaré, las serpientes y todos los animales amigos de la pareja. Se reunieron
todos en un árbol y festejaron hasta tarde. La lechuza tenía una pollera con flores y el oso un reloj.
No necesitaron nada más.
Pasaron años de un feliz matrimonio, hasta que les dio ganas de tener un hijo y llamaron al
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doctor Buho. El doctor del monte les dijo que no podían tenerlo porque eran de diferente especie
pero les dijo que podían adoptar. La idea no les pareció tan mala y decidieron adoptar a un
animalito. Pasaron un tiempo buscando...buscando un animal, hasta que una noche, El búho, llamó
a su cueva y les dijo que había encontrado un bebé ideal para ellos ¡UN LORO BEBÉ!
Rápidamente, fueron hasta lo del búho a buscar a su hijo, muy contentos.
El buho lo tenía en la veterinaria de la selva y les contó la historia del chiquito:
Vino una víbora y traía con ella un bebé. Lo dejó abandonado en la puerta de este lugar... yo
escuché unos ruidos, fui a la puerta y al abrirla estaba éste bonito bebé loro. Lo agarré y
pensé en ustedes...
¡¡Pobrecito!! - dijeron el oso y la lechuza - ¡¡Nos lo quedamos!!
Tomen esta carta, son algunos datos de él y su triste historia -. Dijo el buho, preocupado.
Los padres leyeron la carta. Lo que contaba era muy terrible y decidieron guardarla y esconderla del
lorito, por lo menos hasta que fuese un poco más grande.
Unos meses después, la vida iba muy bien entre los tres animales pero el lorito sospechaba
que sus papás le ocultaban la verdad sobre sus padres loros aunque juntos tuvieran una vida feliz.
Siempre quería preguntar, pero no se animaba. Hasta que un día, se animó.
Mientras comían unas ricas frutas, les preguntó nervioso y casi sin respirar:
¿Por qué soy tan distinto a alguno de ustedes? ¿Quiénes fueron mis papás loros? ¿Ustedes
los conocieron? ¿Por qué me abandonaron?
Sus padres, al comienzo, se quedaron sorprendidos de sus preguntas y dudaron pero luego, se dieron
cuenta que era tiempo de contarle un poco de su historia y le respondieron:
Nosotros te adoptamos, pero ellos no te abandonaron, te querían mucho. Te dejaron en la
veterinaria del Búho y fuimos a buscarte hace un tiempo.
Al principio al loro le asustó mucho y le sorprendió saber que había sido adopatado de esa forma,
pero luego, no le pareció una idea tan difícil de entender ya que eran muy distintos entre ellos. Lo
que más le interesó y quiso saber, fue sobre sus padres loros, ¿Cómo llegó a la veterinaria del Búho
si sus padres lo querían tanto? Pero sobre esto, sus padres adoptivos, no le quisieron decir nada más.
Unos días después, el lorito estaba jugando entre los árboles, con su amigo El tucán. Volaban
entre las cosas de la casa. En medio del juego, muy entrenenidos, se toparon con una caja hecha con
cocos, en una de las ramas del cuarto de sus padres. La caja llamó mucho su atención ya que se
dieron cuenta que estaba escondida. El loro la agarró, pensando que quizás encontraría algo sobre
sus papás loros. Y así fue. Adentro, encontró la carta que sus papás habían escondido, y le llamó aun
más su atención ya que tenía escrito su nombre “Para el Lorito”. Su amigo Tucán la leyó, ya que
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conocía mejor que él las letras:
“Querido Lorito: si vos estás leyendo esta carta te diré que tus padres están muertos. Nos
presentamos, somos “Las víboras”. Te escribimos para contarte tu historia. Capturamos a tus
padres y luego, los comimos. Nos dio pena comerte a tí, entonces, te llevamos a la veterinaria y te
dejamos en la puerta. Te dejamos con el búho para que te encuentre un hogar.
Las víboras.”
Al terminar de leer, el lorito estaba muy confudido y enojado. Con lágrimas en los ojos soltó
la carta y fue volando a buscar a sus padres. Les preguntó sin darles tiempo a que pudieran
reaccionar:
¿Por qué nunca me contaron sobre la carta? - dijo el lorito.
Po...por...porque... eras muy chiquito y no te queríamos contar sobre la triste historia. Te
ibas a poner a llorar y sentir muy triste -. Dijeron los papás.
Y tenían razón...no puedo creerlo. - dijo entre llantos el animalito – pero los entiendo.
Te pedimos perdón. Nos dio miedo lo que pudiera pasarte-. Suplicaron sus papás.
Está bien. Los perdono pero esto no puede quedar así. Tenemos que vengarnos, porque
mataron a mis padres – Les dijo el loro, sin miedo.
¡Es muy peligroso, hijo! - exclamaron los papás.
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Haremos un buen plan.
Los papás no estaban muy convencidos, pero luego de un buen rato de estar discutiendo y
darse cuenta que su hijo lo haría con o sin ellos, armaron el plan. Podía resultar mal porque las
víboras no son animales peligrosos y muy inteligentes, pero si lo preparaban bien, saldría perfecto.
Al día siguiente, a la madrugada, mientras el monte dormía, comenzaron a preparar todo.
Hicieron un falso loro con hojas de palmera, y lo llevaron hasta la cueva donde vivía la víbora.
Marcaron una cruz cerca de la entrada y prepararon una red, que colgaba de un árbol. La víbora, al
despertar, salió a buscar alimento como todas las mañanas. Hasta que vió al falso loro y no se
resistió de intentar comerlo. Fue arrastrándose hasta él, hasta que sin notarlo, pasó justo por la cruz,
y tal como lo habían planeado, la lechuza tiró la red y la atraparon.
Mientras, el lorito, voló sobre la víbora atrapada y cerró la red con su pico. La ataron bien fuerte y
cuando estaban por tirarla al agua, La víbora le preguntó:
¿Vos no sos el lorito que yo deje con el doctor búho?
Si – afirmó el lorito – me quise vengar por haber matado a mis papás loro y ¡Al fin pude
hacerlo!
En ese momento, agarró a la atrapada víbora y la tiró al agua, muriendo ahogada.
El lorito, contento por haberse vengado, se juntó con sus papás adoptivos y volvieron a su
casa dejando atrás la triste historia de su pasado.
¡LOS TRES ANIMALES DISTINTOS VIVIERON FELICES POR SIEMPRE!
Iván C. y Santiago G.
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Los campeones de la selva
Cierta vez vivía en la selva de Misiones, un hombre que cazaba y coleccionaba trofeos.
Tenía todo tipo de trofeos: por deportes, por caza y hasta por lectura. Los tenía de todos los colores
y tamaños pero ya estaba cansado de ellos, él quería uno especial. Buscó en todos lados, todas las
competencias que se ofrecían en el pueblo más cercano, hasta que se enteró de unas olimpiadas de
animales y sin pensarlo dos veces, se fue a buscar un animal que le diera su deseado trofeo nuevo.
Un día buscando y caminando por la selva, encontró un cachorro de coatí perdido. El
hombre se alegró de esa situación y le dijo:
¡¿Qué estás haciendo, solo en la selva?!
Me perdí, era el encargado de buscar huevos de pájaros y luego no supe como volver a mi
hogar por distraerme jugando- recitó tristemente el coatí casi llorando.
¿Querés venir conmigo?- dijo el hombre, que rápidamente se dio cuenta que era su
oportunidad para tener un animal a quien entrenar.
De acuerdo- respondió el coatí, ya que no tenía ni sabía dónde ir. Era un pequeño y peludo,
con el pelo de color marrón y unos enormes ojos tristes.
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El coatí resultó ser muy bueno y siempre obedecía al hombre. Fue por eso que un día el hombre se
animó y le contó lo de las olimpiadas, y que había pensado en que podría entrenarlo para competir
en “trepar arboles”. El coatí lo escuchó atento y finalmente habló, algo confundido por la idea:
¿Por qué querría hacer eso?
Porque me darían un trofeo y ya sabés lo que me gusta coleccionarlos. Del entrenamiento
me encargo yo - dijo el hombre.
Bueno - respondió el coatí que era obediente y, aunque no estaba convencido por la idea,
sintió que le debía al hombre hacer algo por él luego de que lo adoptara y cuidara.
Al día siguiente, comenzaron los entrenamientos. Durante unos días todo resultó bien pero
luego comenzó a cambiar. Una mañana, se estaban entrenando y el hombre empezó a tratarlo mal.
Le gritaba y se enojaba cuando algo no le salía:
¡Dale quiero ese trofeo! ¡Hacelo ahora! ¡Esforzate más!
Lo sé, pero no me grites. No es fácil – le decía el coatí cada vez más cansado de los malos
tratos del hombre.
Así siguieron varios días, hasta que luego de varios maltratos, el coatí se animó a decirle lo que
pensaba y casi sin pensarlo le gritó en la cara:
¡Renuncio! ¡Renuncio! ¡Renuncio!
Pero el hombre no lo dejó y lo amenazó con echarlo de vuelta a la selva. Al principio se asustó con
la idea de quedarse solo en el monte pero finalmente, el Coatí, tomó coraje y abandonó al hombre;
se marchó a la selva donde pertenecía y donde todo parecía, al final, mucho más tranquilo.
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Estuvo varios días caminando solo por la selva, contento con la decisión que había tomado,
a pesar de que tenía un poco de miedo, se sentía medio solo y no encontraba un lugar dónde dormir.
Pasaron unos días, hasta que una tarde encontró una cueva acogedora y decidió quedarse a vivir ahí.
A la mañana siguiente, despertó con misteriosos ruidos y decidió ir a ver qué pasaba. Salió de la
cueva y empezó a caminar siguiendo los sonidos. De repente, llegó a un lugar y se encontró con que
el ruido eran frutas que caían de los árboles. En realidad, vio muchos animales trepando, y los frutos
caían por este motivo. Entoces, el coatí escuchó que un zorro gritó, alentando:
¡Vamos compañeros! ¡A seguir entrenando, sino nunca llegaremos en forma a las
olimpiadas!
Inmediatamente el Coatí se dió cuenta de que estaban entrenando para las olimpiadas y les no dudó
en ir a preguntarles si podía unirse al equipo. Ellos, al principio, se sorprendieron de la visita de
este “extraño” pero luego le dijeron que trepara algunos árboles como prueba. Mientras lo
observaban, los animales se sorprendieron de lo bien que lo hacía y le dijeron que se podía unir a su
equipo.
Pasaron unos meses y luego de mucho entrenamiento, los animales esperaban el aviso que
les confirmara si habían clasificado para las olimpiadas o no. Ya estaban desesperados, hasta que
una mañana llegó y el mono despertó a todos con sus gritos:
¡¡LA CARTA!! ¡¡LA CARTA!!
Y todos ansiosos corrieron a leerla y se alegraron al enterarse que los habían aceptado. Empezaron a
bailar y trepar por los árboles de la alegría.
Al llegar el gran día, los animales estaban tan ansiosos que fueron al lugar donde serían las
olimpiadas, con sus camisetas ya puestas, hechas con hojas de una gran palmera. Cuando llegaron
vieron a muchos equipos con distintas ropas y se escuchaba que salía una fuerte voz por un enorme
tronco hueco que servía como megáfono, anunciando que se enfrentarían al equipo de los monos,
que eran los más grandes trepadores. Fue un comienzo muy duro para el equipo pero estaban muy
bien entrenados y pudieron vencerlos para pasar de ronda.
Luego de varios días de competencia y sin esperarlo, habían superado todas las
competencias y se encontraban a punto de ganar el trofeo como los mejores trepadores. Se
enfrentaron en la final contra serpientes y a pesar de que fue un enfrentamiento muy peleado ya que
las serpientes se cuelgan con mucha rapidez y facilidad, el equipo de los “campeones de la selva”
resultó vencedor. Todos estaban felices, sobre todo el Coatí.
El equipo de los campeones, tomó su enorme trofeo y volvieron todos juntos a la cueva del monte a
festejar, pero...no sospechaban que el hombre había presenciado la final y ya tenía pensado
seguirlos para robarles su ansiado trofeo...
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Ya en la cueva, los animales estaban festejando por el triunfo. Colocaron el trofeo en una
mesa hecha con piedras y se pusieron a festejar con otros animales del monte. De repente, mientras
bailaban de alegría, el hombre estaba espiando por un hueco entre los árboles e iba acercándose a la
mesa. El coatì lo vio y comenzó a gritar:
¡agarren el trofeo y…corran!
Entonces, al entender lo que estaba pasando, el equipo salió corriendo entre los árboles, mientras el
mono, tomaba el trofeo entre sus patas.
El hombre los persiguió por detrás y los animales empezaron a trepar árboles ya que él no
podía ir tan alto. Para auyentarlo aún más, le tiraron y pegaron con frutos en la cabeza hasta que, sin
darse cuenta por esquivarlos, se cayó de espaldas donde había un acantilado y murió.
Los animales se sintieron aliviados de liberarse del hombre y desde entonces, vivieron muy
felices en la cueva de la selvay trepando árboles.
Bianca y Florencia
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La mentira
Hace un tiempo en el Rio Paraná, una cría de gato montés estaba trepando un árbol, porque estaba
muy aburrido, se resbaló, se cayó y se dobló la pata contra el piso. El gato lloró durante un largo
rato. Después se acordó de que su papá, el malvado gato montés, era muy cuidadoso y ya le había
advertido unas cuántas veces que no se subiera a los árboles e iba a retarlo mucho por lo sucedido.
Entonces, al ver al tatú pasar por ahí, recordó que él y su padre eran viejos enemigos y se le ocurrió
una excusa para que su padre no lo rete. Recordó la historia que su papá siempre contaba sobre su
enemistad con el Tatú y le pareció buena idea aprovecharlo como excusa.
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La historia entre su padre el Gato montés y el Tatú era muy antigua. Desde hacía un tiempo
que su padre quería conocer y vengarse del animal que le había estado robándo los frutos más
sabrosos que él recogía y guardaba en su cueva. En ese entonces el Tatú era su amigo y lo ayudó a
descubrir la cueva donde vivía el supuesto ladrón, el Tigre. El gato montés, fue entonces hasta la
cueva del Tigre que le indicó el Tatú y le robó todos los frutos que encontró. Mientras le robaba sus
supuestos frutos, el Tigre regresó por un momento y para no lo viera, se escondió detrás de unas
hojas secas que hacían como su cama. Vio su cara triste :( al descubrir que le habían robado y le
dio pena pero recordó lo que le había hecho durante años y furioso por ello olvidó la culpa y
decidió llevarse su comida. El Tigre salió corriendo buscando el culpable y el Gato montés salió de
la cueva, buscando al Tatú para contarle lo que había hecho. El tatú escuchó a su amigo y se lo
notaba un poco un poco asustado ya que conocía la fama del Gato montés y sus enojos. Al terminar
de hablar, el Tatú le dijo asustado:
Con respecto a lo que me contás, me
enteré de algo.
E...E...El...a...ni...animal...
er...era...i...no...cen...te....te...te-
tartamudeando.
¿¿¡¡¡QUÉ!!!?? - gritó el Gato.
La cueva que te dije e...estaba
m...m...mal...
El Gato montés, sin decir una palabra, se
fue enojado y desde ese entonces, no fueron más amigos. El Gato no pudo perdonarle su error y
nunca más se volvieron a ver.
Entonces, recordando aquella vieja historia, que su padre le relataba una y otra vez, el Gatito
la aprovechó para evitar, así, sus retos por desobedecerlo.
Llegó a la casa rengueando y le dijo a su papá:
Estaba intentando agarrar la fruta más sabrosa del árbol y el tatú quería la misma fruta,
entonces me mordió la pierna.
El gato dudó un momento en ir a conversar con el Tatú pero al instante recordó que primero debía
curar a su hijo.
¿Estás seguro que fue el Tatú? - le preguntó su padre, mientras lo vendaba.
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Si, lo ví con mis propios ojos- mintió el pequeño gato montés.
Es que el Tatú es mi enemigo pero no es capáz de hacer estas cosas -. Hizo una pausa para
pensar – Voy a ir a hablar con él.
El pequeño Gato, intentó detenerlo insistiendo que podía vengarse de él sin tener que
hablarlo. Si su mentira se descubría el enojo de su padre sería peor. Sin embargo, se dio cuenta que
el Gato no le creería al Tatú asi le diga la verdad y lo dejó partir.
Un rato después, el Gato montés llegó la cueva del Tatú después de muchos años que no
había ido. Al principio, entró a la cueva asustado por si había cambiado su actitud. Siempre había
sido bueno pero temía que hubiera cambiado después de su vieja pelea. Al entrar, lo encontró
sentado dibujando y le dijo:
Necesito hablar con vos.
¿A qué venís? – le respondió el Tatú y
cerró su cuaderno.
Supongo que sabés.
¡¿Me podés decir qué pasa?! - le
contestó sin entender mucho.
¡¡Mordiste la pierna de mi hijo!!
¿De qué estás hablando? Después de
tantos años y te aparecés con eso...
¡¡No mientas!! Ya me enteré...
Si no me explicás lo que pasa no te
puedo responder. Veo que seguís
enojándote por todo.
Mordiste la pierna de mi hijo, no hay
otra explicación mas que esa– le dijo
el Gato, ya perdiendo su paciencia.
Pero yo no hice nada – respondió el
Tatú con indiferencia.
Estoy seguro de que mi hijo no me
mintió –. Y se fue de la cueva furioso creyendo que el Tatú le estaba mintiendo.
Días después, e indignado por el supuesto episodio, el Gato montés, decidió visitar a su
viejo amigo de la infancia “el sicario yacaré”. Su viejo amigo había tenido una vida trágica, que lo
había llevado a convertirse en un asesino y sabía que no iba a fallarle en su venganza contra el Tatú.
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El gato fue hasta su guarida entre los pastos del río Paraná. Al llegar, no dejó de sorprenderle
la decoración que el Yacaré tenía en su hogar: todas cabezas disecadas de animales como trofeos de
sus asesinatos y por un último en un rincón, una foto de su familia que demostraba su historia
trágica. Al entrar, se saludaron:
Buen día, ¿Cómo estás, amigo?
Buen día, ¿Qué te trae por aquí?
Necesito que te encargues de un “paquete”.
¿Qué pasó?
Alguien lastimó gravemente a mi hijo y no quiere reconocerlo ni pedirle perdón. Y además
desde hace años, por su culpa, el Tigre y yo somos enemigos.
¿Cuál es el “paquete”? ¿Dónde lo encuentro?
Es el tatú. Necesito que te encargues de él, vive en la vieja cueva de siempre.
De acuerdo. Iré por ÉL.
Los animales se saludaron chocando sus patas y el Gato montés volvió a su guarida, para a
seguir cuidando de su hijo lastimado que mejoraba lentamente.
Después de unos días, el yacaré llevaba a cabo su trabajo. Desde hacía unas semanas,
espiaba al Tatú en su cueva para conocer así ómo vivía y buscar una estrategia para matarlo de la
forma más efectiva.
Pero el tatú que no era ningún tonto, y empezó a sospechar que lo estaban persiguiendo. Al
instante fue a consultar al sapo porque era la persona màs sabia que conocia. Le contó de su extraño
episodio con el Gato Montés y porque sospechaba que el Yacaré tenía algo que ver. Además, esa
mañana, mientras estaba caminando y sintió que algo lo seguía, se había dado vuelta y sorprendió al
yacaré que había salido y caído al río. El sapo llegó entonces a la conclusión de que el sicario
Yacaré (y seguramente por pedido del gato montés) quería asesinarlo. El tatú, preocupado, le dio las
gracias y se retiró muy asustado.
Entonces, el tatú se dirigió al monte y le pidió al flamenco que le avisara a toda la selva que
habría una asamblea a la orilla del Rio Paraná, para que también pudieran participar las rayas y los
peces. El tatú le contó todo lo sucedido a los animales reunidos, y juntos pensaron cómo seguir con
el Yacaré y el Gato Montés. Todos ya conocían la histórica confusión y enemistad entre el gato
montés y él , por eso, la Mantarrayas comentó:
Seguramente todo esto, tiene que ver con la confusión que hubo entre el Gato montés y vos
– sin sospechar de la mentira del hijo del Gato.
¿Tenés algún plan o idea para terminar con este mal entendido?-preguntó la tortuga.
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Sí, necesito que todos me protejan así intimidamos un poco al yacaré-.
Al amanecer ya estaban todos preparados
defendiendo al tatú. Se organizaron y
escondieron entre los arbustos del monte,
en pequeños grupos, esperando que el
Yacaré apareciera. Tal como lo esperaban
todos, el Yacaré apareció lentamente para
continuar con su trabajo. Pero entonces,
descubrió lo que no se esperaba y se dio
cuenta que lo habían descubierto. Los
animales lo enfrentaron sin miedo, eran
capaces de hacerle de todo, con tal de
defender a uno de ellos. Sorprendido,
salió corriendo y se adentró en el bosque,
desapareciendo de la vista de todos.
Entonces, felices y llenos de valentía por
lo logrado, fueron a ver al Gato Montés.
Llegaron a la cueva del gato y lo
encontraron trabajando, de lo más
tranquilo, en su escritorio. Al ver entrar a todos los animales se sintió sosprendido pero se dio
cuenta qué algo estaba pasando y decidió escucharlos.
Le contaron lo sucedido y el Gato Montés sintió de todo. Por un lado, estaba desepcionado
del Yacaré y por el otro, estaba avergonzado de sí mismo por haber sido descubierto. Pero no lo
expresó. Sabía que su hijo estaba en la casa y no quería asustarlo. Pero su hijo no estaba distraído
jugando. Estaba escuchando todo lo sucedido y se dio cuenta que debía contar la verdad o su padre
pagaría por su mentira. Timidamente salió de su cuarto – cueva y contó a todos la verdad. Todos
escucharon con atención el relato del Gatito y si bien estaban enojados, también estaban aliviados
por haber solucionado los malos entendidos. El Gato Montés, abrazó a su hijo para aliviarlo y
aunque valoraba su honestida, lo castigó.
Finalmente, el Gato se reconcilió con el Tatú, volvieron a ser amigos y trató de no recordar
lo sucedido entre ellos... y no enojarse nunca más.
Julia y Santiago L.
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El niño de la selva
Había una vez una familia conformada por una madre, un padre y un hijo, que vivían una
vida muy feliz y tranquila en la ciudad. El niño tenía 6 años y se llamaba Pedro, iba a la escuela y
amaba a los animales. El padre se llamaba Claudio, era mozo de un restaurante en donde no cobraba
mucho, y la madre se llamaba Laura, era ama de su propia casa y quien se encargaba del cuidado de
su pequeño Pedro.
Un día Laura fue a la verdulería, se distrajo y trágicamente un auto la atropelló al intentar
cruzar la calle. Desde ese momento la vida de Pedro y su padre cambió. Su madre, era todo para
ellos.
Estuvieron muy tristes de tan terrible noticia, la vida en la ciudad era insoportable para ellos,
todo les recordaba a Laura. Es por ello que decidieron mudarse a la selva misionera, era una gran
oportunidad ir ahí. A Claudio siempre le había gustado la selva pero nunca se habían ido porque
Laura la odiaba, no le gustaba la naturaleza. A él le pareció el momento de hacerlo, porque ahí no
iba a necesitar trabajar, podía dedicarse a cazar, a construir herramientas y venderlas, y a juntar
frutos de la selva. También podría estar con su hijo y cuidarlo.
La mudanza fue rápida. Duró unos pocos días. Rápidamente encontraron un lugar, en medio
de la selva, dónde tener una casa y poder vivir. Al padre le ofrecieron una casona, muy cómoda para
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cazar y tener animales.
Claudio y Pedro se adaptaron muy bien, porque la vida era muy distinta pero no menos linda que en
la ciudad. Al niño le encantaba la vida en la selva. Jugaba con los animales y ya les había puesto
nombre a muchos de ellos, al tatú, al oso hormiguero y al loro. Eran sus mascotas y sus amigos, ya
que no iba a la escuela porque quedaba en el pueblo, muy lejos de dónde se habían instalado. Por
ello, su padre le enseñaba a leer y a escribir, a sumar y restar en la casona y eso les gustaba. Su vida
había cambiado muchísimo en la selva pero no recordaban tanto a la madre y eso los hacía un poco
más felices.
Un día como todos, Claudio fue a cazar animales para el alimento. Se había vuelto bueno en
eso. Aquel día algo salió mal y el tigre, que venía rondando al hombre y su hijo desde hacía un
tiempo, se lo comió de un bocado mientras descolgaba una de sus redes.
Mientras tanto Pedrito estaba en su casona, leyendo. Como el padre tardaba mucho en volver,
fue a buscarlo donde siempre iba a cazar y para su sorpresa, se encontró con un zorro.
El zorro, sin perder el tiempo, le contó que acababa de ver al Tigre cómo se comía de un
bocado a un señor que llevaba alimento en sus manos. Pero el zorro no era cualquier zorro y no
estaba allí de casualidad; era un espía y amigo del tigre y fingía serlo de Pedro, sin que él supiera
nada.
¡¡¡No, no, no!!!–, gritó Pedro, -mi padre... mi padre...-, dijo llorando.
Tranquilo, tranquilo. Yo soy tu amigo. ¿Te acompaño o ayudo con algo?-, dijo el mentiroso zorro,
consolándolo.
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La verdad era que el Zorro y el Tigre tenían pensada una venganza desde hacía mucho tiempo,
porque el padre había matado a muchos de sus amigos y ese día la oportunidad se les había
presentado y no la desaprovecharon.
El niño, triste por la noticia, regresó a la casona con sus mascotas. Luego de unos días,
estaba viviendo solo en la casona que le habían conseguido a su papá y, de vez en cuando, todos los
animales dormían con él. Si bien el padre era un cazador, era un hombre bueno y muchos de los
animales lo querían mucho. Ya eran muy amigos y con la muerte del padre del niño, se volvieron
más unidos todavía. El niño se ponía triste por las noches, era pequeño y no se podía cuidar solo.
Los animales lo cuidaron y le fueron enseñando cosas de la vida en la selva. Con el tiempo, el niño
se fue adaptando a la vida de los animales. Todas las mañanas iban juntos a buscar comida y agua
del río Paraná y cada tanto el Zorro pasaba la tarde con ellos. Nadie sospechaba lo que vendría...
Un día el loro estaba volando por la selva y le llamó la atención ver al zorro hablar con el
Tigre, el animal más temible de la selva y el culpable de la muerte del padre de Pedro. Se acercó sin
que lo vieran y escuchó al tigre decirle al zorro:
Quiero que mañana me traigas a ese niño. Ya pasó mucho tiempo, seguro ya confían todos en ti.
Haré un plan para traerte a ese niño-, anunció el zorro, obedeciendo las órdenes del tigre.
El loro, desesperado, fue volando a buscar a Pedro lo más rápido posible para contarle todo.
Cuando llegó le dijo agitado:
¡El zorro y el tigre están haciendo un plan para matarte! Acabo de oír todo mientras volaba por el
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monte.
¿Cómo? Yo que confié tanto en él. ¿Estás seguro? -
Los escuché hablando cerca del río. Tenemos que hacer algo para detenerlos. -
Sí, es triste, pero debemos hacer algo –, contestó el nene que confiaba en el loro, uno de sus más
amigos.
Luego de pensar juntos, deciden que el niño se dejaría llevar por el zorro hasta la cueva del
tigre y los animales los seguirían, sin que el zorro sospechara. Cuando lleguen al lugar, matarían al
zorro y al tigre con una vieja escopeta de su padre, guardada en la casona. La escopeta la llevaría el
oso hormiguero. El niño iba a ser el encargado de apretar el gatillo.
Una vez diseñado el plan, tocaron la puerta de la casa. Pedro abrió y, efectivamente, se
encontró con el zorro que lo invitaba a pasear. El niño, siguiendo el plan, aceptó y salió junto al
zorro camino al monte. Estaba asustado pero decidido. En ese momento, el niño pensó: “Primer
paso, listo”. Los animales, que estaban escondidos, vieron quién había golpeado la puerta y que
todo estaba saliendo tal como lo habían acordado.
Es el zorro...-, dijeron susurrando y felices de que el plan estaba funcionando.
Ven conmigo –, escucharon decir al zorro, mientras el niño salía detrás de él, cerrando la puerta de
la casona con un fuerte golpe como aviso.
Luego de un rato de caminata, el Zorro lo llevó a un lugar con varios árboles y detrás de uno
de ellos, sin casi notarlo estaba el tigre. El tigre salió porque escuchó al zorro pero en ese mismo
instante, todos los animales que los habían seguido con cuidado, sorprendieron a los dos animales
con unas redes que habían llevado como parte del plan, y los atraparon sin que pudieran escapar. El
niño tomó la escopeta que llevaba el oso hormiguero y les disparó a los dos animales, sin dudarlo.
Felices y contentos, regresaron a la casona, sabiendo que podrían vivir tranquilos y todas las
noches recordaron su victoria, con alegría.
********************************************************************************
Pedro vivió todo el resto de su vida en la selva y cuando se hizo adulto, se convirtió en el
cuidador de la selva, hasta que un día, luego de mucho tiempo, decidió volver a la ciudad donde
había nacido. Se llevó algunos recuerdos y volvió muchas veces a la selva a visitar a sus amigos,
los animales.
Milena y Nano
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El circo selvático
Hace mucho tiempo, en la selva misionera, nació un tigrecito muy tímido, con ojos verdes,
bigotes cortos y pelaje muy suave. Todos los días, mientras su papá cazaba, él y sus hermanos
corrían y jugaban dando vueltas por la casa, en compañía de su mamá. A la noche comían lo que el
papá cazaba. Cuando se fue a vivir solo, hacía la misma rutina, solo que él iba a cazar.
Un día, ya cansado de su vida en la selva por hacer siempre lo mismo, encontró un cartel
que anunciaba la llegada de un circo. Decía que no iba a ser un circo andante, sino que se instalaría
en la selva misionera para siempre, y que necesitaban un tigre. Convencido de que vivir en un circo
seria más extravagante, divertido y entretenido, decidió presentarse a las pruebas, pues en el cartel
también decía que el que quisiera participar tenía que mostrar una habilidad para que lo aceptaran.
Después de decidir que intentaría entrar al circo decidió no contarles nada a los otros tigres
porque se opondrían a su decisión, y le volverían a contar la vieja historia (que él suponía que era
falsa) sobre un tigre viejo que hacía mucho tiempo había entrado al circo, prometiéndoles a su
familia y amigos que volvería a visitarlos. Su mamá y su papá le decían que seguramente no le
dejarían volver e intentaron convencerlo de que no se vaya, pero el tigre no les creía, se fue al circo
y nunca más lo volvieron a ver. Él pensaba que el viejo tigre no regresaba porque era un circo
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andante y este tipo de circo tarda en volver. Pero los demás animales de la selva pensaban que no
volvía porque no lo dejaban y temían por el Tigre.
Luego de varios días de pensar qué habilidad mostrar, decidió que haría malabares con
cocos, ya que era un don natural en su familia, y era muy bueno en eso. La noche anterior al día de
la prueba, se quedó en vela pensando cómo sería su vida en el circo si lo aceptaban. Imaginaba las
noches de fiesta con esos animales, la ansiedad antes del show, el show y los niños gritando su
nombre. Finalmente se durmió...
Al día siguiente, fue a la prueba con tres cocos para hacer malabares. El circo estaba muy
lejos y por culpa de que hacía mucho calor, la caminata y los nervios, empezó a tener tanto calor.
Cuando llegó al circo, y se subió a la tarima frente a los jueces que eran: el dueño del circo, un
domador y un malabarista, se resbaló dando una vuelta en el aire, cayendo con las piernas abiertas
mientras hacía malabares. Los jueces lo aceptaron diciéndole:
-Te damos este día para saludar a tus seres queridos y mañana tienes que estar aquí a primera
hora para empezar tu vida en el circo.
El tigre no se extrañó con estas palabras porque en el cartel también decía que el circo estaba
en un lugar de la selva en el cual no podían ir los otros animales. Asíque fue a saludar a sus padres
prometiéndoles que los volvería a visitar. Al otro día, apenas salió el sol, fue al circo para empezar
su vida allí.
El dueño del circo les explicó a los nuevos animales dónde dormirían durante su estadía en
el circo. Luego, el dueño del circo les dijo que se fueran conociendo entre los nuevos y viejos
circenses. Un acróbata le dijo a cada animal dónde estaban los de su especie.
El tigre fue a donde le dijeron que tenía que ir y se encontró a un tigre parecido a él pero
más viejo, a una tigresa de una raza que él desconocía de la misma edad que el primer tigre y a tres
tigres de su edad. Lo recibieron con una sonrisa, pues ya sabían que un tigre se uniría a la
“manada”. Entonces se enteró que los tigres más viejos se habían casado y que los otros tres eran
sus hijos, por eso se criaron en el circo. También se dio cuenta de que el tigre más viejo era el de la
historia que le contaban sus papás aunque no comentó nada.
Después, se quedó escuchando a los tigres de su edad que le relataban sus últimos días en el
circo porque, si le contaban su vida entera ni en una semana alcanzarían para hacerlo, aunque él
podía estar horas y horas hablando. Luego de la charla, cenó y se fue a dormir donde le había dicho
el dueño del circo. Su vida allí fue como se la había imaginado y antes de todos los shows y
prácticas se ponía nervioso, sudaba, se resbalaba y daba una vuelta en el aire terminando como en la
prueba. Las únicas dos cosas que no había imaginado y le pasaron, fue que charlaba todas las
mañanas con los demás tigres y además, no podía ir a visitar a sus papás porque todos los días
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practicaba, los shows terminaban tarde y no quería faltar a las fiestas que organizaban los animales.
Por culpa de eso, todas las noches, cuando se acordaba de sus papás, los extrañaba mucho. Después
de unas semanas al terminar el show, fue a una fiesta que organizaron los monos. Era una fiesta
grande, con muchos globos, serpentinas, comida de todos los gustos y estaban todos los animales
menos las serpientes. Había música, y todos tenían ropa de gala. El tigre llevaba una corbata que se
la había robado al dueño del circo.
Ya era tarde, cuando se dispuso a ir a su recinto, pero estaba tan oscuro que en vez de llegar
al suyo, llegó al de las serpientes. Como no habían ido a la fiesta, organizaron su propio festejo. La
jefa de las serpientes era la que estaba más cerca de la entrada, y al estar dada vuelta, no vio que el
tigre entraba a su recinto. Él, que tampoco la veía, caminaba como si nada y sin querer pisó a la
jefa, casi matándola. Ella gritó como una condenada:
¡Ahhhhh!
Y el tigre también exclamó:
-¡Ahhhhh!
La serpiente que más sabía de medicina, fue a revisarla. Mientras, todas las serpientes
insultaban al tigre y no escuchaban sus disculpas.
¡Perdón, perdón!-, gritaba el tigre arriba de los insultos.
Tenés suerte, por poco se muere, jefa-, le dijo la serpiente que estaba revisando a la jefa.
Sí, yo tengo suerte pero el que no la tiene es el tigre que me acaba de pisar.
Perdónenme, perdónenme-, suplicaba el tigre más tímido que nunca.
Ahora te dejaremos ir pero tarde o temprano, nos vengaremos-
Luego de que la serpiente jefa dijera esto, lo echaron. El tigre volvió a su recinto con mucha
angustia. Todos los días que pasaba cerca de ellas, las miraba con miedo de lo que le podrían hacer.
Pero con el paso de los días el tigre se fue olvidando, hasta que llegó un día en el que ya no
recordaba el accidente. Las serpientes aprovecharon esto y tampoco se lo recordaron; si no lo hacía,
sería más fácil vengarse de él y no salir como culpables.
Un día de show, las serpientes ya habían planificado su venganza y llevado a cabo la primera
parte: todos los días pondrían pólvora dentro de los cocos que el Tigre utilizaba en su espectáculo.
La pólvora al agitarla, haría explotar los cocos y arruinaría su show. Además, moverían sus colas
para refrescar al tigre y evitar que se resbalara con su sudor y de esta forma que no diera la vuelta
en el aire generando el enojo de todos los espectadores que esperaban disfrutar la rutina de siempre.
Ese día las serpientes le cambiaron los cocos sin que el tigre se diera cuenta y cuando era su
turno, le explotaron los cocos cuando empezó a hacer malabares. Al día siguiente, pasó lo mismo, y
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al otro, y al otro; hasta que tenía tanto miedo de que le volvieran a explotar, que dejó de actuar y
practicar. Ya no hacía nada y siempre se quedaba sentado, entonces se empezó a acordar más de su
vida en la selva y de sus familiares. Por eso empezó a extrañar. Pero un día, el dueño del circo se
cansó de que el tigre siempre se quedara sentado, así que le dijo:
Tigre, volvés a actuar o te devolvemos a donde vivías antes.
Está bien, yo extraño un poco mi vida anterior y quiero volver. No puedo seguir viviendo
así.
El Tigre recogió sus pocas cosas y volvió hacia la selva. Y atrás, sin que nadie las escuchara,
reían las serpientes contentas por su venganza.
Al llegar a su viejo hogar en la selva, abrazó a su papá, a su mamá y a sus hermanos,
contento de volver a verlos. Ellos pensaron que nunca lo volverían a ver, como al viejo tigre de la
historia.
El Tigre recorrió toda la selva recordando viejas anécdotas que le habían pasado en esos
parajes. Se reencontró con sus amigos y se quedaron charlando hasta la medianoche. Luego, se
fueron a sus cuevas.
Todo parecía feliz para el Tigre. Por unas semanas no extrañó su vida en el circo, pero
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después de varios días empezó a acordarse y deseaba mucho volver.
Su familia y amigos empezaron a darse cuenta de que estaba bastante deprimido y
sospecharon por qué. Asique decidieron organizar una reunión para pensar cómo alegrarlo.
Empezaron a tirar ideas pero todas eran rechazadas por la mamá, que era quien más lo conocía.
Hasta que la coatí, que era la mejor amiga del Tigre, propuso armar su propio circo pero en vez de
que sea para entretener personas, ¡sería para entretener a los propios animales de la selva!
La mamá aceptó la idea porque admitió que su hijo había sido muy feliz en el circo y fueron
a proponérselo al tigre, que aceptó la idea casi de inmediato, radiante de felicidad.
Esa misma tarde, empezaron a construir ese circo que sería más grande y divertido que el
otro. Lo armaron con herramientas hechas con ramas de las palmeras, con madera de los árboles
más viejos, las hojas más grandes de la selva y al lado del Rio Paraná para que todos los animales
acuáticos pudieran participar.
Cuando lo terminaron, unos días después, el circo les había quedado estupendo, habían
construido las paredes, el piso y la tarima con la madera de los árboles más viejos, y el techo lo
habían cubierto con las hojas más grandes de la selva. Todos los animales menos los más viejos y
los más chiquitos, empezaron a practicar para las pruebas donde los jueces eran: el Tigre, su mejor
amiga y su mamá.
Todos fueron aceptados y empezaron a organizarse para el primer show que harían y fue
todo un éxito. Desde aquel día, siempre que algún animal pasa por allí, ve a los animales
practicando para un show, o disfrutando del espectáculo con el Tigre al mando.
Emilia y Sol
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El gran Tigre
Hace mucho tiempo, en las afueras de la selva misionera, había un circo en el que entrenaban
animales. Era gigante, con domadores, animales bailarines, equilibristas, hombres que actuaban
como payasos, cantantes y hasta un presentador. Un día el tigre que participaba en el acto del
domador murió debido a que había intentado escapar porque lo estaban maltratando. Al robar las
llaves, recibió un tiro del domador en el cuello.
Al día siguiente, la gente del circo, fue a buscar un nuevo tigre que remplazara al anterior. Al
primero que vieron, suelto en la selva, se lo llevaron. El domador sabía de memoria el camino
donde encontrar tigres porque tuvo que ir a buscar muchos animales para su show en muchas otras
oportunidades. Los animales morían o se escapaban todo el tiempo. La vida en el circo no era lo que
pensaban muchos de ellos.
El domador, al encontrarse con el tigre, le dijo de buena manera, disimulando su maldad y
ocultando el verdadero trabajo en el circo:
- Andamos buscando un tigre para mi acto, ¿querrías venir con nosotros?
Al escucharlo, el tigre casi pega un grito de alegría:
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- ¡Sí, siempre fue mi sueño ser parte de un circo! La vida en la selva es buena pero quiero
probar una nueva experiencia-, contestó entusiasmado.
El tigre siempre había tenido este sueño porque su padre, un tigre muy sabio y con muchas
historias para compartir, siempre le había contado cosas maravillosas del circo, que alguna vez
había podido ver y había quedado muy sorprendido.
- Perfecto, busca tus cosas, así partimos para el circo.
- Espera, se lo voy a contar a mis amigos - gritó el Tigre desde lejos -. Ahora regreso.
Cuando el tigre llegó con sus amigos: el coatí, el flamenco y el tatú para contarles su nueva gran
noticia, les relató su encuentro con el domador y lo que le había ofrecido. Sus amigos se alegraron
ya que conocían sus sueños y ganas de trabajar en un lugar así:
- Ese es tu sueño desde que te conozco - dijo el coatí.
- Pero…-, continuó el tatú, -¿vas a venir a visitarnos?-
- Claro, además, cada vez que llegue a la selva les voy a mandar una carta, ya que el circo se
traslada,y podremos vernos.
- No me gustan las despedidas -, dijo el flamenco llorisqueando - ¡Vete ya!
El tigre contento, partió junto al domador hacia al circo. Se llevó recuerdos para no olvidarse de la
selva y sus amigos y una manta de hojas para dormir dentro de la jaula.
Luego de dos días de
viaje a pie, llegaron al circo.
Tímidamente, conoció a tres
animales, el gran loro del
sombrero, el mono
equilibrista y el sapo cantor.
Al conversar con ellos
descubrió que también
provenían de la selva, pero
sin embargo no estaban tan
entusiasmados con el circo
como él, porque a ellos los
habían llevado por la fuerza y conocían lo que realmente era vivir en el circo del domador.
Una vez instalado allí, el domador lo llevó a conocer el lugar y le indicó que al día
siguiente, comenzaría a practicar sus actos. El tigre estaba feliz. Cuando regresó a su jaula para
dormir, escuchó una voz que le hablaba desde otra jaula:
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- Eres un tigre de la selva, ¿Cierto? ¿Cómo va la selva misionera en estos tiempos?-, preguntó
el loro del sombrero.
- Hermosa. Tiene mucha vegetación, árboles, cada tanto los animales cortan el pasto, está todo
muy tranquilo. Hace un tiempo que ya no hay cazadores y florecen los arbustos – le contó el tigre -.
Y además, con mis mejores amigos: el coatí, el flamenco y el tatú, siempre andamos correteando
por ahí. El clima es caluroso y cada tanto llueve.
- Qué bello todo lo que contás. Me pone feliz que todo esté bien…seguí, seguí…
- Otro día les sigo contando, hoy estoy muy cansado, quiero irme a dormir.
Al día siguiente, al despertar, el tigre había podido descansar bastante. Sin embargo, sintió
que no había sido tan cómodo como en la selva, aunque creyó que eran los nervios de su primera
noche. Los animales se preocuparon por él y quisieron saber cómo estaba.
Después de varios días de entrenamiento, de saltar aros prendidos fuego y practicar
acrobacias, el tigre ya se había vuelto un profesional y llegó el primer show. Al terminar de hacer su
número, el tigre fue aplaudido por el público y se dio cuenta de que eso era lo que más le gustaba
del circo, se sentía orgulloso de sí mismo y sentía que todos lo querían a él.
Sin embargo, luego de unos días, descubrió que empezaba a extrañar la selva misionera. Al ver que
todas las personas del público iban en familia, con amigos y se divertían tanto juntos, fue
acordándose de los suyos y empezó a extrañar momentos junto a ellos. Se dio cuenta que prefería la
selva y quiso volver, al menos para visitarlos. Le comentó esto al domador para que lo ayudara a
regresar, pero en lugar de ayudarlo se rió de él y se enojó por semejante idea. Le empezó a pegar
con un látigo para que regrese a su jaula.
Desde ese día, los ensayos fueron cada vez peores. Todos los días lo levantaba a las cinco de
la mañana, lo tenía horas trabajando y casi no le daba de comer o beber. El tigre desesperado les
pidió ayuda al sapo, al loro y al mono para escapar. Si seguía así, iba a morir allí. Una noche,
cuando todos dormían, se reunieron en la jaula del tigre:
- ¿Alguno tiene una idea para escapar?-, preguntó el tigre asegurándose de que no estuviera el
domador cerca.
- ¡Yo sí!- gritó el mono, dando un salto de alegría, -Hace tiempo tengo algunas ideas. Este es
el plan que pensé: el loro encerraría al domador en la cabina del mago, atrayéndolo con la excusa de
que había aprendido un nuevo truco. Luego, el sapo, robaría las llaves del circo mientras que el
mono junto al tigre, distraían al resto de los empleados del circo, haciendo pasar al mono por
lastimado.
- De acuerdo. Debemos confiar en que todo saldrá bien. En media hora nos encontramos
acá mismo-, dijo el Tigre y salieron todos para llevar a cabo lo que tenían que hacer del
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plan.
A la media hora se encontraron. El sapo le dio la llave al mono que se trepó para abrir la
puerta. Salieron y se encaminaron hacia la selva.
Luego de tres días de viaje llegaron a la selva. El viaje había sido largo y durante la larga
caminata charlaban sobre qué harían al llegar. El mono fue comiendo bananas y tirando la cáscara
en el suelo mientras que el sapo se tropezaba con ellas. El loro volaba en todo momento, mirando al
cielo.
Cuando llegaron el tigre abrazó a sus amigos, el coatí, el flamenco y el tatú. El tigre presentó
a sus nuevos amigos del circo, que contaron la verdadera historia del tigre anterior.
Al día siguiente el domador logró escapar de la cabina del mago y notó la ausencia de los
animales. Salió a buscarlos siguiendo las cáscaras de banana que había dejado el mono, junto a las
huellas del tigre. Al llegar, los animales esperaban dispuestos a usar las trampas que tenían
preparadas ante un posible ataque del domador. El hombre, sin notarlo, cayó en una de ellas y una
flecha le atravesó el cuello.
Luego de aquello, todos los animales pudieron vivir felices y tranquilos y cada vez que un
animal quiso irse al circo, contaban esta historia para que se arrepintieran.
Iván K. y Malena
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El robo en la selva
Hace mucho tiempo en la selva misionera, un coatí feliz por la vida, recibe en su casa una visita
inesperada de su amigo el hombre, cuidador de la selva:
¿Cómo estás, amigo? Tanto tiempo...
Bien, querido hombre. ¿Qué lo trae por aquí?
¿Viste ayer que feo el ataque de los yacarès? Mataron muchos animales...nuevamente.
Si, pero no sé mucho qué pasa. Mis papás siempre cuentan lo que ocurre... pero ayer no
regresaron ¡¡¡ME ESTOY PREOCUPANDO!!!
Acerca de eso... tus padres están mal fueron unos de los animales que atacaron. Me pidieron
que los vayas a ver a la orilla del río Paraná...
Ah...- dijo triste el .Y terminó de oir los detalles que le contó el hombre.
El coatí, luego de que su amigo se vaya, preparó agua, frutos medicinales y lianas por si
tenian alguna lastimadura por cubrir. Al llegar al lugar que le indicó el hombre, vio a sus papás
tirados en la arena. Los llamó:
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¡¡Mamá!! ¡¡Papá!!...¡¡Mamá!! ¡¡Papá!! - repetía a los gritos una y otra vez pero no había una
señal de vida.
Corrió desesperado hacía ellos pero seguían inmóviles. Tuvo que reconocer que sus intentos eran
inútiles, sus padres estaban muertos. Los enterró a las orillas del río y el coatí regresó su casa muy
triste, casi sin poder creerlo.
Cinco años después de aquel terrible día, su vida había cambiado. Para aquella época, ya
recorría toda la selva solo, se cuidaba y alimentaba por sí mismo y también se metía en problemas
pero era muy inteligente y se había vuelto un animal solitario. Un día como cualquier otro,
paseando, encontró una casona que llamó su atención. No la recordaba y se acercó. En la entrada
logró leer un cartel que decía “MUSEO”, y como era muy curioso, se asomó y se dio cuenta que
aquel lugar, además de ser amplio, estaba formado por pinturas hechas por el mono, de animales ya
muertos y reconocidos por el resto de los animales y los hombres que vivían en la selva junto a los
animales.
Recorrió por fuera el museo , con atención, y por una enorme ventana vio una pintura que le llamó
la atención:
¡¡¡SON MIS PAPÁS!!! - Gritó.
El coatí, entró sobresaltado al museo, ya cerrado.Y de repente, escuchó un ruido agudo y una voz
familiar:
¿Quién está ahí? ¡¡Salga de ahí!! - gritó su amigo, el hombre por fuera del museo -. Sea
quién sea, ¡¡SALGA!!
El coatí apresurado, agarró como pudo la pintura de sus padres, sabiendo que estaba robándola y
escapó a la oscuridad del monte para ocultarse. El hombre entró al museo y vio que faltaban
pinturas. Comentó esto a el loro , él cual cuenta a toda la selva, ofreciendo una gran recompensa al
que atrape al ladrón. Los animales desde ese momento buscaron y buscaron al “ladrón de cuadros
de la selva”.
Mientras tanto, el Coatí había escapado y se escondía en la zona más oscura del monte. Una
grupo de animales con muy mal aspecto, casi temible, encuentra al Coatí vagando, y se dieron
cuenta por su actitud, que estaba ocultándose. Reconocen qué algo raro andaba tramando, por su
cara preocupada y además, por dónde estaba. La parte oscura del monte no era para cualquiera... Se
dieron cuenta, entonces, que era el ladrón que todos buscaban, sobre todo cuando ven el cuadro
escondido entre los arbustos.
El coatí, se asustó al verlos, tenían un aspecto muy malo:
¿¿Qui...quié...quién...quiénes son? - tartamudeó el, del terror.
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Creemos saber quién eres. Sos el ladrón del cuadro del museo ¿No? El que todos andan
buscando. Nos hemos enterado que robaste un cuadro importante.
No, no es lo que piensan -. Intentó defenderse el Coatí.
El coatí, sin saberlo, estaba en presencia de una pandilla de animales muy malos, formada
por: El gato montés, El tigre, La víbora de coral y otro Coatí, llamado Roco.
Tranquilo no te haremos nada – le dijeron los animales.
¿En serio? - preguntó dudoso el Coatí.
Sí, podés confiar en nosotros pero sólo si te unís a nuestra pandilla. No nos vendría mal un
rápido Coatí entre nosotros.
¿Unirme a una pandilla? ¿De qué se trata su pandilla? - preguntó entre dudoso y tentado.
¡Somos animales malos! Al igual que vos -. Dijo riendo a carcajadas el gato montés- ¿Te
nos unís o no?
Sí…Eso creo -. contestó algo dudoso pero sabiendo que si lo consideraban un ladrón no
podía volver a su hogar.
Luego de unos días, el coatí se incorporó a la pandilla y empezó a llevarse mejor con los
animales y sus maldades. Al final, le gustaba la vida de maleante. Hacía toda clase de maldades con
ellos: había participado de la venganza sobre el loro Pedrito, les tiraron huevos a la casa de la Gran
Tortuga, molestaron al viejo mono, entre otras. Al coatí le terminaron gustando mucho esas
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travesuras.
Algunas semanas después, el Coati continuaba su vida junto a la Pandilla... Pero de repente,
sin esperarlo, una voz desde un rincón del monte, lo dejó mudo:
Detente ahí, Rodolfo.
El coati se quedó inmovilizado junto a los otros animales, era el cuidador. Reconocía su
ronca voz.
- Hemos investigado el museo. Al fin pude encontrarte. Los rumores de que estabas con estos
pandilleros eran ciertos. Encontramos algunas pistas que me han conducido hasta vos... ¡Te robaste
el cuadro de tus padres y desapareciste! ¡Al fin logro encontrarte! ¡AL FIN!
El Coatí no salía de su asombró pero le preguntó:
- ¿Pruebas? ¿Como cuáles?-. Se apresuró a contestar, disimulando su sorpresa por el encuentro.
Dejame terminar y te enterarás - dijo el cuidador.
En ese instante, el cuidador sacó su mano de su bolsillo con un mechón de pelo marrón exactamente
igual a la del coatí
¡Puede ser de cualquier animal!-. Se defendió el Coatí.
Solo los animales de tu clase tienen este tipo de pelo, pero solo hay uno en la selva que le
interesaría robar el cuadro que se robó. Eran tus padres...
El CUIDADOR hizo una pausa y continuó:
- ¡ERAN TUS PADRES! Vos sos el ladrón del cuadro...
Entonces, justo cuando el Coatí pensaba que no tenía escapatoria, y para su sorpresa y del
hombre, los de la pandilla comenzaron a decir, uno por uno que fueron ellos. Conocían los
verdaderos motivos por los que el Coatí había robado la pintura y quisieron defenderlo.
El cuidador estaba muy confundido, y tomó la palabra.
¡Basta! Es imposible que hayan sido todos... ¿Quién fue realmente?
¡¡Fui yo!! –dijeron todos al mismo tiempo.
Finalmente, el hombre, conmovido por su acto de amistad, decidió dejar a todos libres. Y la
pandilla, a cambio, dejó de hacer travesuras.
Lola y Joaquín D.