Blimunda N.º 6 - noviembre 2012 (edición española - Número especial, 90 Años de José Saramago)

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N.º 6 NOVIEMBRE 2012 FUNDAÇÃO JOSÉ SARAMAGO

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En su sexto número, Blimunda, la revista digital de la Fundación se viste con la imagen de los 90 años de José Saramago y dedica su espacio de noviembre al escritor. Publicada regularmente en los dias 18 de cada mes, quebramos esa regra ofreciendo este número um día después. Tal hecho se debe a una revolución gráfica en la revista, que era una aspiración que teníamos desde el arranque, y que consiste en poner en valor la Blimunda también en el aspecto visual. Para que tal aspiración fuera una realidad contamos con el trabajo de Jorge Silva/Silva Designers que, a partir de este número, asume el diseño y la paginación de la revista. Los contenidos de este número está dedicados casi en su integridad a José Saramago en sus 90 años. El dossier central recibe textos de Harold Bloom, Mario Benedetti, Manuel Gusmão, James Wood, Luciana Stegagno Picchio, Carlos Fuentes, John Updike, Juan Cruz y Eduardo Lourenço, acompañados por las ilustrações que componen la exposición exibida en la Casa dos Bicos, en la estación del metro "Aeropuerto de Lisboa" y en la Biblioteca Municipal del Palácio das Galveias de la capital portuguesa. Presentes en este dossier están también las 90 Palabras que nos fueron enviadas por lectores de Saramago desde los más diversos orígenes geográficos. En la sección infantil y juvenil, Luísa Ducla Soares y Andreia Brites escriben sobre la obra infantil de José Saramago, a través de un recorrido biográfico por el autor y de un análisis más profundo de la obra La Flor más grande del mundo. Presentes en las páginas de la revista están, como es habitual, las secciones "Lecturas del mes" y "De relance", firmadas por Sara Figueiredo Costa, que en este número, nos lleva a Castelo Branco y a la primera edición del Festival Literario de esa ciudad de la Beira.

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Contar los días con los dedos

y encontrar la mano llena...

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Manuel RivasAs Voces BaixasEdicións Xerais

Autor prolífico y con registros que navegan por los territorios de la literatura y el perio-dismo, Manuel Rivas ha construido su trabajo ficcional enlazándolo sólidamente con la geo-grafía gallega, haciendo del mapa, un territorio emocional en el que los recuerdos, el patrimo-nio o los lugares de encuentro no son ajenos. As Voces Baixas, novela publicada recientemente en Galicia, confirma esa unión umbilical entre geografía y narrativa, un diálogo continuo que rompe fronteras entre hechos y ficción para al-canzar mejor un espacio de una cierta herencia común. En cierto modo, era lo que sucedía ya en los cuentos que acompañaban al libro Un millón de vacas, pero ahora esa herencia se aborda de una manera más consistente.

Fragmentario y estructurado como si se tra-tase de una compilación de pequeñas crónicas, el texto gana unidad a medida que se avanza en la lectura, percibiendo los episodios de la infan-cia del narrador como un mosaico de recuerdos dispersos que, unidos por el ejercicio de la me-moria como modo de dar sentido al presente, da a la narrativa el soplo novelesco anunciado. Desde los pequeños descubrimientos dentro de casa hasta los primeros tesoros conquistados a la tierra dura del monte do Faro, en A Coruña, junto con los compañeros de aventura, la voz que narra As Voces Baixas recorre los locales de su infancia mientras va construyendo un mapa, no un mapa melancólico y basado en una idea paradisíaca de la infancia, sino una topografía identitaria donde los elementos, los lugares y los aprendizajes cotidianos son líneas que mar-can el camino. Ese camino andará por lugares del coraje y del miedo, de la respiración y de la

muerte, pequeños parajes que son la materia de una vida y que son igualmente la única heren-cia posible, la posibilidad, por remota que sea, de siendo algo más que un nombre en los docu-mentos.

La grande fusión editorial en Brasil

Durante algunos días, la prensa especializada y las páginas web y los blogs dedicados a la edi-ción y al mercado editorial no han hablado de otra cosa: la empresa editorial alemana Bertelsmann, propietaria de Random House, y la editorial bri-tánica Pearson, que posee la mítica Penquin, son a ser una única entidad. Aparentemente, la noti-cia no sería relevante para el mundo editorial en lengua portuguesa, pero con la globalización del mercado del libro y con las relaciones, cada vez más estrechas, entre grandes empresas multina-cionales y pequeñas editoriales locales, la crea-ción de Penguin Random House es una novedad que puede cambiar todo. En el blog A Biblioteca de Raquel, asociado al periódico Folha de S. Paulo, la periodista Raquel Cozer recoge algunos datos so-bre esta fusión, intentando analizar los posibles escenarios para la edición brasileña tras la crea-ción de este nuevo grupo editorial: “Penguin ya está presente aquí desde la adquisición, el año pa-sado, del 45% de la Companhia das Letras. Tiempo atrás, el grupo Bertelsmann inauguró una oficina en São Paulo, y representantes de Random House iniciaron conversaciones con editores brasileños para evaluar las posibles opciones de compra. No sabría decir si la fusión con Penguin interrumpi-rá esas conversaciones, al tener en cuenta que la nueva empresa ya posee parte de una editorial en Brasil, o si continúan las negociaciones. Algunos editores brasileños con los que he hablado creen que después de que la situación de regularice, Penguin Random House continuará con las con-versaciones.

http://abibliotecaderaquel.blogfolha.uol.com.br/2012/10/29/random-penguin-companhia/

El boom latinoamericano medio siglo más tarde

El libro que permitió discursos, ensayos, deba-tes y polémicas sobre el boom literario latinoame-ricano no fue una novela, una novela corta o un poemario. Fue un libro de entrevistas, publicado en 1966, realizadas por Luis Harss, un académico del área de la literatura que inauguró el boom que dio más adelante las premisas de un canon que sigue siendo sólido y coherente y que garantizó materia para la reflexión sobre un momento y una geografía que se convirtieron en un marco en la literatura del siglo XX. En El País, Amelia Castilla firma un artículo sobre ese libro de Luis Harss, Los Nuestros, reeditado por Alfaguara casi cin-cuenta años después de su primera publicación, y contiene declaraciones del autor sobre su trabajo, una especie de balance sobre el impacto que tuvo el libro en el panorama literario y universitario de la época y sobre la herencia que permanece de ese canon que reunía a Jorge Luis Borges, Alejo Car-pentier, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti, Júlio Cortázar, Carlos Fuentes, Ma-rio Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y João Guimarães Rosa.

http://cultura.elpais.com/cultu-ra/2012/10/31/actualidad/1351696675_845653.html

le cturas del m es

T r a d u c c i ó n d e M e r i t x e l l S o r i a O r t i

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OSÉ SARAMAGO PUBLICÓ El Evangelio según Jesucristo en 1991, cuando se aproxi-maba su septuagésimo ani-versario. Como admirador crítico y feroz de Saramago me resisto a escoger ésta en detrimento de sus otras novelas, pero se trata de un trabajo asombroso, imagina-tivamente superior a cual-quier otra versión de la vida de Jesús, incluyendo los cua-tro evangelios canónicos.

Algunos de los indicios de ironía se pierden en la excelente traducción de Giovanni Pontiero, pero aún así sobreviven los suficientes para sa-tisfacer al lector consciente.

La audacia de Saramago triunfa en su Evan-gelio (diminutivo del título que usaré a partir de ahora). Dios, en el Evangelio de Saramago, tiene algunas afinidades con el Yahvé de J. Writers y también con el Nobodaddy de Balke, pero es importante destacarr que Saramago se resiste a darnos el Ialdaboth gnóstico. En su Post-Scrip-tum definitivo y no científico a Migajas Filosóficas, Kierkegaard observa irónicamente que “darle al pensamiento supremacía sobre todo el resto es gnosticismo”. No obstante, el Dios de Sarama-go nos escandaliza de formas que transcienden al intelecto, ya que un Dios que es simultánea-mente verdad y tiempo es la peor noticia posible. El diablo de Saramago, deliciosamente llamado Pastor, es la suavidad en persona comparado con su Dios, que rechaza el intento de reconciliación

de Pastor y que no manifiesta amor ni compa-sión por Jesús o por cualquier otro ser humano.

Esto podría hacer que el libro pareciese subli-memente ultrajante, pero no es el caso, y pienso que sólo un sectario o un tonto opinaría que el Evangelio de Saramago es blasfemo. El Dios de Saramago puede ser tan astuto como dulce y está dotado de un sentido del humor salvaje. Nadie amará a este dios, pero él tampoco pide ni espera amor. Adoración y obediencia son sus requisi-tos y la violencia sagrada es su recurso infinito. Baruch Spinoza insistía en que debíamos amar a Dios sin esperar nunca que Dios nos correspon-diera. Nadie podría amar al Dios de Saramago, a no ser que el amante estuviera tan profunda-mente envuelto en sadomasoquismo que se viese indefenso ante su conducta.

Dios nos dice en el Evangelio que está insatis-fecho con la poca consistencia que le da su pue-blo elegido, los judíos:

Desde hace cuatro mil y cuatro años, soy dios de los judíos, gente de natural conflictiva y complicada, pero de la que, haciendo balance de nuestras relaciones, no me quejo, una vez que me toman en serio y así se mantendrán a lo largo de todo lo que puede alcanzar mi visión de futuro, Por tanto estás satisfecho, dijo Jesús, Lo estoy y no lo estoy, o mejor dicho, lo estaría si no fuera por este inquieto corazón mío que todos los días me dice Sí señor, bonito destino, después de cuatro mil años de trabajo y preocupaciones, que los sacrificios en los altares, por abundantes y variados que sean, jamás pagarán, sigues siendo el dios de un pueblo pequeñísimo que vive en una parte diminuta del

El dE las barbas Es dios, El otro Es El diablo

Harold BloomT r a d u ç ã o d e M a n u e l I g l e s i a s F e r n á n d e z

I lustraciones de André Car r ilho y Cr is t ina Sampaio

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nes ficticias de Dios desde la de los yahvistas, voto por la de Saramago. Es al mismo tiempo la más divertida y la más emocionante, al estilo de los héroes-villanos de Shakespeare: Ricardo III, Yago, Edmundo en El Rey Lear.

Pastor, o el diablo, tiene su propio encanto, al encarnar una representación muy original de Sa-tanás. Un hombre gigante, con una cabeza enor-me, Pastor le permite a Jesús convertirse en su asistente de pastor para un gran rebaño de ove-jas y cabras. Como respuesta a la piadosa excla-mación de Jesús – “Sólo el Señor es Dios” – el no judío Pastor le responde con gran agudeza:

Sí, si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos, así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que muere y otro para el que mata, un dios para el condenado y otro para el verdugo.

Este sensato dualismo no es exactamente sa-tánico, y Pastor permanece más amable que Dios a lo largo de la novela. En los diálogos entre el diablo y el joven Jesús, el papel del diablo pre-valece claramente, aunque de manera honrada, a diferencia del dominio de Dios sobre Jesús la primera vez que padre e hijo se encuentran en el desierto. Dios exige como sacrificio una oveja a la que Jesús le tenga aprecio y éste accede de un modo reacio. Pastor, al conocer los hechos, aban-dona a Jesús: “No has aprendido nada, vete”. Y Pastor, hasta este punto, tiene razón: el aprendi-zaje de Jesús sobre la naturaleza de Dios sólo se completará en la cruz.

¿Entonces qué tenemos que hacer con Pas-tor? El diablo de Saramago es humano, aún así apenas es un escéptico: sabe demasiado sobre Dios. Si el Dios de Saramago es un converso por-tugués, en ese caso el diablo de Saramago nunca ha sido judío y parece extrañamente desconec-tado tanto de Dios como de Jesucristo. ¿Por qué está Pastor en el libro? Evidentemente, sólo como testigo, es lo que pienso que se debe concluir. Pa-

rece que Saramago nos quiere llevar de vuelta al Satanás no caído del Libro de Job, que anda de un lado para otro, y de arriba abajo en la Tierra. Sin embargo, el Satanás de Job era un acusador; Pastor no. ¿Por qué permanece Jesús cuatro días con Pastor, como aprendiz? El ángel, que llega tarde para anunciarle a María que Jesús es hijo de Dios nos dice que “el Diablo es el espíritu que se niega”, algo que es extravagantemente ambi-guo, y podría querer decir que Pastor se resiste a desempeñar el papel que Dios le ha atribuido. El ángel de María, después de decirnos que Pas-tor fue su compañero de escuela, dice que Pastor prospera porque “Así lo exige el buen orden del mundo”. Entre Pastor y Dios existe una relación secreta, que escandaliza a los discípulos de Je-sús. Cuando Dios, vestido como un judío rico, se le aparece a Jesús en el barco, Saramago imagina una magnifica reaparición para Pastor:

La barca osciló con el impulso, la cabeza ascendió del agua, el tronco vino detrás chorreando cual catarata, las piernas después, era leviatán surgiendo de las últimas profundidades, era, como se vio, tras todos estos años, el pastor, que decía, Aquí estoy también yo, mientras se instalaba en el barco, exactamente a media distancia entre Jesús y Dios, aunque, caso singular, la embarcación esta vez no se inclinó hacia su lado, como si Pastor hubiera decidido aliviarse de su propio peso o levitase mientras parecía que estaba sentado. Aquí estoy, repitió, espero haber llegado a tiempo de participar en la conversación, Ya íbamos bastante avanzados, pero aún no hemos entrado en lo esencial, dijo Dios, y dirigiéndose a Jesús, {éste es el diablo, de quien hablábamos hace un momento. Jesús miró a uno, miró luego al otro y vio que, salvo las barbas de Dios, eran como gemelos, cierto es que el Diablo parecía más joven, menos arrugado, pero sería una ilusión de los ojos o un engaño por él inducido. Dijo Jesús, Sé quién es, viví cuatro años en su compañía, cuando se llamaba Pastor, y Dios respondió, Con alguien tenías que vivir, conmigo no era posible, con tu familia no

mundo que creaste con todo lo que tiene encima, dime tú, hijo mío, si puedo vivir satisfecho teniendo ésta, por así llamarla, vejatoria evidencia todos los días ante los ojos, Yo no he creado ningún mundo, no puedo valorarla, dijo Jesús, Es verdad, no puedes valorarla, pero sí puedes ayudar, Ayudar a qué, A ampliar mi influencia para ser dios de mucha más gente, No entiendo, Si cumples bien tu papel, es decir, el papel que te he reservado en mi plan, estoy segurísimo de que en poco más de media docena de siglos, aunque tengamos que luchar, yo y tú, con muchas contrariedades, pasaré de dios de los hebreos a dios de los que llamaremos católicos, a la griega. Y cuál es el papel que me has destinado en tu plan, El de mártir, hijo mío, el de víctima, que es lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe. Las dos palabras, mártir, víctima, salieron de la boca de Dios como si la lengua que dentro tenía fuese de leche y miel, pero un súbito hielo estremeció de horror los miembros de Jesús, parecía que la niebla se hubiese cerrado sobre él, al mismo tiempo que el Diablo lo miraba con expresión enigmática, mezcla de interés científico e involuntaria piedad..

Dios está impaciente y no quiere que lo des-moralicen; estos son sus motivos para matar a Jesús, y, en consecuencia, para torturar hasta la muerte a los millones de personas que murieron como sacrificio por Jesús, sin importar que lo afirmen o lo renieguen. Este Dios es el mayor de los comediantes, como descubrimos a partir de su canto de los mártires: una “letanía, por orden alfabético, para evitar problemas de preceden-cias”. La letanía es absolutamente maravillosa, desde Adalberto de Praga, muerto con una ala-barda de siete puntas, a Wilgeforte, o Liberata, o Eutropía, virgen, barbuda, crucificada”. A lo largo de cuatro extensas páginas, el catálogo de violencia sagrada tiene delicias como Blandina de Lyon, muerta a cornadas por un toro bravo, y el desafortunado Jenaro de Nápoles, el primero lanzado a las fieras, después metido dentro de un horno y finalmente decapitado. El gusto de Dios

de Saramago recuerda al de Edward Gibbon en el Capítulo XVI de Historia de la decadencia y caí-da del Imperio Romano, exceptuando que Gibbon, para mantener el decoro, evita detallar las nu-merosas variedades de martirio para la tortura. Pero Gibbon se adelanta de nuevo a Saramago observando que los Cristianos “se han infringi-do, con mucho, muchas más muertes los unos a los otros que las que experimentaron debido al celo de los infieles”. El Dios de Saramago, con su voz algo cansada, habla de la Inquisición como un mal necesario, y defiende la quema de milla-res de personas porque la causa de Jesús así lo exige. Una mirada a la sobrecubierta de la edi-ción estadounidense del Evangelio de Saramago nos asegura que desafiar a la autoridad de Dios Padre “sigue siendo su no renegación”.

Aunque sea necesariamente un personaje se-cundario si lo comparamos con el Jesús de Sara-mago, Dios pide que se le escrute a parte de sus aspectos amenazantemente cómicos. Primero, el Dios del Evangelio es tiempo, y no verdad, el otro atributo que afirma. Saramago, un marxis-ta (excéntrico) y no un cristiano, subvierte a San Agustín en la teodicea del tiempo. Si el tiempo es Dios, entonces no se le puede perdonar nada a Dios y, sea como fuere, ¿quién tendría que querer perdonarle? Pero entonces, el Dios del Evangelio no está mínimamente interesado en el perdón: él no perdona a nadie, ni tan siquiera a Jesús, y rehúsa perdonar a Pastor, cuando el diablo hace una propuesta honesta de obediencia. El poder es el único interés de Dios, y el sacrificio de Je-sús utiliza la perspectiva de perdón de nuestros pecados a penas como aviso. Dios deja claro que somos todos culpables y que prefiere mantener las cosas así. Jesús no es expiación: su crucifixión es sólo un mecanismo a través del cual Dios deja de ser judío y pasa a ser católico, un converso en vez de un marrano.

Esto es de una ironía soberbia, y Saramago hace de ella una forma de arte superior, aunque reducirla críticamente a tal sea una invitación a un ataque católico. De todas las representacio-

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querías, sólo quedaba el Diablo, Fue él quien me buscó o tú quien me enviaste a él, En rigor, ni una cosa ni la otra, digamos que estuvimos de acuerdo en que esa era la mejor solución para tu caso, Por eso él sabía lo que decía cuando, por boca del poseso, me llamó hijo tuyo, Exactamente, Es decir, que fui engañado por los dos, Como siempre sucede a los hombres, Dijiste que no soy un hombre, Y lo confirmo, podríamos decir que, cuál es la palabra técnica, podríamos decir que te encarnaste, Y ahora, qué queréis de mí, Quien algo quiere soy yo, no él, Estáis aquí los dos, bien vi que su aparición no fue una sorpresa para ti, lo estabas esperando, No precisamente, aunque, en principio, hay que contar siempre con el Diablo, Pero si la cuestión que tú y yo tenemos que tratar sólo tiene que ver con nosotros, por qué ha venido éste, por qué no lo echas de aquí, Se puede despedir a la pandilla de granujas que el Diablo tiene a su servicio, cuando estos granujas empiezan a molestar con actos o con palabras, pero al Diablo propiamente dicho, no, Luego esta conversación es también con él, Hijo mío, no olvides lo que voy a decirte, todo cuanto interesa a Dios, interesa al Diablo.

Como Dios y el Diablo son gemelos (ya lo ha-bíamos sospechado), es una maravilla que nos digan que no podemos vivir con Dios, y que por tanto tenemos que escoger entre nuestra familia y el diablo. Dios habla de su deseo de ser Dios de los Católicos, pero esta ambición suya ya se ha-viaslumbrado, y en este momento me gustaría preguntar: ¿por qué está Pastor en el barco? Su expresión es una mezcla “de interés científico e involuntaria piedad”, pero él se encuentra allí porque, según las suposiciones argumentativas de Jesús, ampliar el dominio de Dios es ampliar también el del diablo. Y, no obstante, el pobre Pastor tiene sus perplejidades:

Me quedo, dijo Pastor, era su primera palabra desde que se había anunciado, Me quedo, repitió, y luego, También yo puedo ver algunas cosas del futuro, pero lo que no siempre consigo es distinguir

si es verdad o mentira lo que creo ver, es decir, veo mis mentiras como lo que son, verdades mías, pero nunca sé hasta qué punto las verdades de los otros son mentiras suyas.

Saramago a esto lo llama secamente una “ocu-rrencia laberíntica”, pero quiere decir que acusa claramente a Dios, cuyas verdades son efectiva-mente sus mentiras. La causa de Dios de la Igle-sia Católica que será fundada sobre Jesús, sólo es verdadera en la medida en la que es históri-camente horrible, y el entusiasmo que Dios ma-nifiesta al enumerar a los mártires y al resumir a la Inquisición tiene inconfundibles indicios de sadismo. De una forma alarmante, Dios (un buen agustino, antes de San Agustín) reprueba todas las alegrías humanas considerándolas falsas, ya que todas emanan del pecado original: “la lujuria y el miedo, son las armas con las que el Demonio atormenta las pobres vidas de los hombres”

Cuando Jesús le pregunta a Pastor si esto es verdad, la respuesta del diablo es elocuentemen-te esclarecedora:

Más o menos, respondió él, me he limitado a tomar como mío todo aquello que Dios no quiso, la carne, con sus alegrías y sus tristezas, la juventud y la vejez, la lozanía y la podredumbre, pero no es verdad que el miedo sea mi arma, no recuerdo haber sido yo quien inventó el pecado y su castigo y el miedo que en ellos siempre hay.

Tendemos a creer en esto cuando Dios excla-ma como respuesta: “Cállate, (…), el pecado y el Diablo son los dos nombres de una misma cosa”. ¿Es necesario que Dios diga esto? ¿El Cardenal Arzobispo de Lisboa no dirías lo mismo? La res-puesta de Saramago es misteriosa. Dios describe las Cruzadas para pararle los pies al no mencio-nado Alá, que Pastor repudia crear:

Pero entonces, preguntó Pastor, quién va a crear

al Dios enemigo. Jesús no sabía responder, Dios, si callado estaba, callado quedó, pero de la niebla bajó una voz que dijo, tal vez este Dios y el que ha de venir no sean más que heterónimos, De quién, de qué, preguntó, curiosa otra voz, de Pessoa*, fue lo que se oyó, pero también podría haber sido, de la persona* (Juego de palabras, “pessoa” en portugués significa “persona”). Jesús, Dios y el Diablo hicieron como quien no ha oído, pero luego se miraron asustados, el miedo común es así, une fácilmente las diferencias.

Sólo aquí, en el Evangelio de Saramago, oí-mos una voz a parte de la de Dios. ¿De quién es? ¿Quién podría proclamar lo que Dios no desea decir, quiere decir que Alá y él son sólo uno? Como un Dios tan astuto y poco amable como el de Saramago, tanto nosotros cono Saramago an-siamos un Dios aparte de Dios, tal vez el Alien o el Dios Extraño de los Gnósticos. Pero, quién quiera que fuere este Dios, no volverá a hablar en esta novela. Muy hábilmente, Saramago nos acaba de decir explícitamente aquello que lleva-ba diciendo implícitamente a lo largo de la obra: Dios y Jesús pragmáticamente son enemigos, aunque Pastor sea involuntariamente enemigo de ambos. Sin embargo, ¿en qué consiste tal ene-mistad? Como reacción a la descripción a lo que Dios hace de la Inquisición, Pastor comenta:

Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre.

El gran momento de Pastor – y es uno de entre el puñado de momentos clave en el libro – llega con su vana tentativa de reconciliación con Dios:

Pastor estuvo un momento callado, como si buscara las mejores palabras, y luego dijo, He oído con gran atención todo cuanto se ha dicho en esta barca y, aunque por mi cuenta ya había vislumbrado unos resplandores y unas sombras en el futuro, no creí que los resplandores fueran hogueras y las sombras

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La gloria del Evangelio de Saramago es el Je-sús de Saramago, que me parece humana y es-téticamente más admirable que cualquier otra versión de Jesús en la literatura del siglo que ahora termina. Tal vez el de El gallo fugitivo, de D.H. Lawrence, sea un rival a su altura, pero el Jesús de Lawrence es un gran vitalista lawren-ciano, más que un ser humano posible. El Jesús de Saramago es paradojalmente el más caluroso y memorable personaje de todos sus libros. W.H. Auden, crítico de poesía cristiano, encontró ex-trañamente en el Falstaff de Shakespeare una es-pecie de Cristo. Cito un párrafo de Auden para enfatizar cuan distantes se encuentran tanto el Dios como el Jesús Saramago hasta de un gene-roso y no dogmático punto de vista cristiano:

El Dios cristiano no es un ser autosuficiente como el de la Primera Causa de Aristóteles, sino un Dios que crea un mundo que continúa amando aunque éste se recuse a amarlo recíprocamente. Aparece en este mundo, no como podrían aparecer Apolo o Afrodita, disfrazado de hombre para que ningún humano pueda reconocer su divinidad, sino como un hombre verdadero que abiertamente proclama ser Dios. Y la consecuencia es inevitable. Las más altas autoridades religiosas y temporales lo condenan como un blasfemo y un Señor del Desgobierno, como un mal Compañero para la humanidad. Inevitable porque, como dijo Richelieu “La salvación del Estado está en este mundo” y la Historia todavía no nos ha facultado ninguna prueba de que el Príncipe de este mundo haya cambiado de carácter.

El Dios de Saramago, como ya he menciona-do, no ama al mundo ni espera que éste lo haga. Desea poder, tan extenso como sea posible. Y el Jesús de Saramago no pasa de la apariencia de un Dios “disfrazado de hombre”, aunque su Jesús haya sido secuestrado por Dios, para servir a sus propósitos de poder de Dios. En lo que respecta a Satanás, “el Príncipe de este mundo”, sabemos que Saramago ha cambiado su carácter.

El título de la novela es El Evangelio según Je-sucristo, y “según” es el término más importante. El Jesús de Saramago es un ironista, un extraor-dinariamente suave ironista, si consideramos que fue asesinado por Dios. Antes de encontrar-se con Juan Bautista, le dicen a Jesús que Juan es más alto, más pesado, más barbudo, andrajoso y que sobrevive a base de langostas y de miel sal-vaje.

“Más parece el Mesías él que yo”, dijo Jesús, y se levantó del corro.

La novela de Saramago comienza y termina con la crucifixión, presentada al principio con una ironía considerable, pero al final con un pathos terrible:

Jesús muere, muere, y ya va dejando la vida, cuando de pronto el cielo se abre de par en par por encima de su cabeza, y Dios aparece, vestido como estuvo en la barca, y su voz resuena por toda la tierra diciendo, Tú eres mi Hijo muy amado, en ti pongo toda mi complacencia. Entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo. Luego se fue muriendo en medio de un sueño, estaba en Nazaret y oía que su padre le decía, encogiéndose de hombros y sonriendo también, Ni yo puedo hacerte todas las preguntas, ni tú puedes darme todas las respuestas. Aún había en él un rastro de vida cuando sintió que una esponja empapada en agua y vinagre le rozaba los labios, y entonces, mirando hacia abajo, reparó en un hombre que se alejaba con un cubo y una caña al hombro. Ya no llegó a ver, colocado en el suelo, el cuenco negro sobre el que su sangre goteaba.

“Hombres, perdonadle, porque no él sabe lo que hizo” testimonio tanto de la dulzura de Je-

de tanta gente muerta, Y eso te molesta, No debía molestarme, dado que soy el Diablo, y el Diablo siempre en algo se aprovecha de la muerte, incluso más que tú, pues no necesita demostración el hecho de que el infierno estará siempre más poblado que el cielo, Entonces, de qué te quejas, No me quejo, propongo, Pues propón más rápido, que no puedo quedarme aquí eternamente, tú sabes, nadie mejor que tú lo sabe, que el Diablo también tiene corazón, Sí, pero haces mal uso de él, Quiero hacer hoy buen uso del corazón que tengo, acepto y quiero que tu poder se amplíe a todos los extremos de la tierra, sin que tenga que morir tanta gente, y puesto que de todo aquello que te desobedece y niega dices tú que es fruto del Mal que yo soy y gobierno en el mundo, mi propuesta es que vuelvas a recibirme en tu cielo, perdonado de los males pasados por los que en el futuro no tendré que cometer, que aceptes y guardes mi obediencia, como en los tiempos felices en que fui uno de tus ángeles predilectos, Lucifer me llamabas, el que lleva la luz, antes de que una ambición de ser igual a ti me devorase el alma y me hiciera rebelarme contra tu autoridad, Y por qué voy a recibirte y perdonarte, dime, Porque si lo haces, si usas conmigo, ahora, de aquel mismo perdón que en el futuro prometerás tan fácilmente a derecha e izquierda, entonces se acaba aquí hoy el Mal, tu hijo no tendrá que morir, y tu reino será, no sólo esta tierra de hebreos, sino el mundo entero, conocido y por conocer, y, más que el mundo, el universo, por todas partes el Bien gobernará y yo cantaré, en la última y humilde fila de los ángeles que permanecieron fieles, más fiel que todos porque estoy arrepentido, yo cantaré tus loores, todo terminará como si no hubiese sido, todo empezará a ser como si de esa manera debiera ser siempre.

La ironía del humano Pastor y del deshuma-no Dios no podría estar más bien yuxtapuesta. Dios deja claro que preferiría un diablo aún peor, si eso fuese posible, y que sin el diablo, Dios no puede ser Dios. Pastor, que fue persuasivamente sincero, se encoje de hombros y se marcha, des-pués de que Jesús le devuelva el viejo cuenco ne-

gro de Nazaret dentro del cual la sangre de Jesús se escurrirá en las palabras finales de la novela.

No es suficiente elogiar la originalidad de Sa-ramago al pintar su diablo de forma totalmente no diabólica. Tenemos que ir más allá. El enigmático Pastor es el único diablo que podría ser estética e intelectualmente apropiado en la conclusión del Segundo Milenio. Exceptuando el hecho de que no puede ser crucificado, este ángel caído tiene de lejos más en común con el Jesús de Saramago que con el Dios de Saramago. Ambos son víctimas de Dios, sufriendo la tiranía del tiempo, que Dios lla-ma verdad. Pastor se resigna, y es menos rebelde que Jesús, pero es porque Pastor sabe todo lo que tiene que saber. Como lectores, permanecemos más cercanos al extraño diablo de Saramago que a su malévolo e irónico Dios.

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La gloria del Evangelio de Saramago es el Jesús de Saramago, que me parece humana y estéticamente más admirable que cualquier otra versión de Jesús en la literatura del siglo que ahora termina.

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a José, Dios, Pastor y la madre María. En el mo-mento que debe ser el más irónico del libro ella le enseña la libertad, que Dios no permite a ningún hombre, y particularmente no se la permite al único hijo de Dios.

Yo mismo acabo de cumplir setenta años y me pregunto con más urgencia que antes: ¿dónde se puede encontrar la sabiduría? La sabiduría del Evangelio de Saramago es muy dura: sólo si per-donamos a Dios podemos emular a Jesús, pero no nos creemos, con Jesús, que Dios no sabe lo que Dios ha hecho.

Encuentro el epílogo para el Evangelio, no en la Ceguera, una parábola tan oscura como cual-quier otra, pero en el encantador Cuento de la isla desconocida, una breve fábula compuesta en 1998, el año del premio Nobel, y traducida un año más tarde por Margaret Jull Costa. Siguiendo la maravillosa vena cómica de El cerco de Lisboa, el cuento de Saramago empieza con un hombre pi-diendo a un rey un barco para navegar en busca de la isla desconocida. Después de conseguir el barco, el hombre deja el puerto, seguido por la mujer de la limpieza del rey, que constituirá el resto de la tripulación.

La mujer de la limpieza, con una soberbia in-trepidez, asegura que ella y el hombre son sufi-cientes para llevar la carabela hasta la isla desco-nocida, animando así al hombre, cuya voluntad no se equipara a la de ella. Se acuestan en cama-rotes separados, a babor y estribor, pero él tiene pesadillas, hasta que se encuentra la sombra de ella al lado de la suya:

Se despertó abrazado a la mujer de la limpieza, y ella a él, confundidos los cuerpos, confundidas las literas, que no se sabe si ésta es la de babor o la de estribor. Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma.

Saramago no nombra a nadie: soy crítica-mente ultrajante, lo suficiente para aventurarme con algunos nombramientos experimentales, como antítesis al Evangelio de Saramago. Llame-mos al hombre Jesucristo, probemos con la mu-jer de limpieza en el papel de María Magdalena y el rey, que existe para recibir favores, será Dios. Sin ninguna duda, Saramago sacudiría la cabe-za, pero un genio narrativo tan audaz inspira au-dacia a su crítico. Nadie será crucificado en los mástiles de la Isla Desconocida, y las pesadillas de este Jesús no se realizarán. El cuento feliz de Saramago es un antídoto momentáneo a la más trágica de sus obras. Tenga cuidado con un Dios que es al mismo tiempo verdad y tiempo, nos avi-sa Saramago, y abandone a un Dios tal para na-vegar en busca de sí mismo.

Obras citadasAuden, W.H. “The Prince’s Dog.” The Dyer’s Hand and Other Essays. New York: Random House, 1962. 182–208.Gibbon, Edward. The History of the Decline and fall of the Roman Empire. Vol. 1. New York Heritage Press, 1946.Kierkegaard, Søren. Concluding Unscientific Postscript to Philosophical Fragments. Vol. l. Ed. and trans. Howard V. Hong and Edna H. Hong. Princeton: Princeton UP, 1992.Saramago, José. The Gospel According to Jesus Christ, Trans. Giovanni Pontiero. New York: Harcourt Brace, 1994.———. The Tale of the Unknown Island. Trans. Margaret Jull Costa. New York: Harcourt Brace, 1999.

sús como de la furia controlada de Saramago. Ni un lector desinteresado, libre de ideologías y de creencias, perdonará al Dios de Saramago por el homicidio de Jesús y por los consecuentes to-rrentes de sangre humana que de él resultarán. Stephen de Joyce habla del “Dios verdugo”, como algunos italianos aún lo llaman, y éste es precisa-mente el Dios de Saramago. Esto por sí sólo sería suficientemente aterrador pero todavía se am-plía en el largo y amoroso retrato que Saramago hace de Jesús.

La historia de este Jesús empieza y termina con un cuenco de cerámica, que al principio le ofrece a María, la madre de Jesús, un mendigo, un ángel aparente. El cuenco rebosa de tierra lu-minosa, supuestamente por caer; al final ella re-coge la sangre de Jesús moribundo. El mendigo es Dios, y no Pastor, y se le aparece de nuevo a María en un sueño-aparición que es también un encuentro amoroso. Cuando nace Jesús, Dios se manifiesta de nuevo como el tercero de los pas-tores que pasan, trayendo pan de un ser oculto. Se supone que se trata de una analogía sutil a la semilla de Dios que se convierte en la carne de Jesús, pero Saramago matiza de tal manera que a veces la suposición tiene que evitarse en este libro misterioso.

Con trece años, Jesús sale de casa porque los romanos crucificaron a su padre José, una in-vención totalmente obra de Saramago, tal como la complicidad parcial de José en la masacre de los inocentes por Herodes es también una su-gerencia bastante sorprendente de Saramago, y es también otro tormento para Jesús que lo lleva más adelante en su camino.

¿Pero por qué altera tanto la historia Sarama-go? Tal vez sea de todas la versión más humana de un Jesús que tiene que sufrir la oscuridad de dos padres, el amoroso, desafortunado y culpado José, y el nada amoroso, afortunado y aún más culpado es Dios.

Cuando el niño Jesús se pelea con los docto-res de la Ley del Templo, me acuerdo de cómo el agustino Saramago hizo a Dios y a la Ley. Nadie

discute con este anacronismo, porque el mismo Dios de Saramago está ansioso por abandonar el judaísmo (por decirlo de alguna manera) por el catolicismo. Y aparte de eso, podemos permitirle a Saramago sus anacronismos en este maravillo-so libro, tal como se le permite un sinfín de ana-cronismos a Shakespeare. Sin embargo, la culpa no es una preocupación del Jesús apenas tradi-cional que me conmueve, el Jesús del Evangelio de Tomás. Aunque yo sea un gnóstico judío que está explicando un bonito libro escrito por un portugués que no es católico, no más de lo que lo era Fernando Pessoa. En este preciso instante de la narrativa, Saramago junta a Jesús y a Pastor, y aquella curiosa estancia que examiné previa-mente.

Y, a pesar de eso, la principal conexión de Je-sús en su vida, como la ve y cuenta Saramago, no es con sus padres, ni con el diablo, ni con su madre María, sino con la prostituta María Mag-dalena. De todos los esplendores del Evangelio de Saramago, el amor entre Jesús y la Magdalena es el más grandioso, y su encuentro y la unión es para mí el auge de la obra de Saramago, hasta la fecha. Haciéndose eco del Cántico de los Cánti-cos, Saramago es un gran artista cuando entrela-za una réplica a Pastor con el despertar de la vida sexual de Jesús:

Jesús respiraba precipitadamente, pero hubo un momento en que pareció sofocarse, eso fue cuando las manos de ella, la izquierda colocada sobre la frente, la derecha en los tobillos, iniciaron una lenta caricia, una en dirección a la otra, ambas atraídas hacia el mismo punto central, donde, una vez llegadas, no se detuvieron más que un instante, para regresar con la misma lentitud al punto de partida, desde donde iniciaron de nuevo el movimiento. No has aprendido nada, vete, dijo Pastor, y quizá quisiese decir que no aprendió a defender la vida. Ahora María de Magdala le enseñaba.

Podemos eliminar el “quizá” y María de Mag-dala es la mejor profesora de Jesús, eclipsando

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El corajE dE josé saramago

Mario Benedetti1 6 d e o c t u b r e d e 1 9 8 8

T r a d u c c i ó n d e C è l i a B a t l l e M a s s a g u é

I lustración de João Fazenda

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UE LE HAYAN OTOR-gado el Nobel a José Sa-ramago, para alegría de sus lectores más fieles y rabia del Vaticano, hon-ra, claro está, al escritor portugués, pero sobre todo enaltece a la Acade-mia Sueca y pone de ma-nifiesto la independen-cia de la que esta goza actualmente, puesto que premiar a un escritor

que se confiesa comunista, en este globalizado fin de siglo, no me parece que goce del beneplácito de los prelados del poder. Pocos días después de que el Papa beatificase a una personalidad croata que colaboró abiertamente con el fascismo, la hipócri-ta indignación del Vaticano frente al último Nobel mereció esta respuesta de Saramago: «El Vaticano se escandaliza fácilmente ante los escándalos ajenos y no así ante los propios. Agradecería que el Vaticano me explicase qué significa eso de ser un comunista re-calcitrante. Tal vez quieran decir coherente. Tan sólo le digo al Vaticano que continúe con sus oraciones y deje en paz a los demás. Siento un profundo respeto por los creyentes, pero no por la institución de la Iglesia. El cristianismo nos enseñó a amarnos los unos a los otros. Yo no tengo ninguna intención de amar a todo el mundo, pero sí de respetar a todas las personas». Lo cierto es que el comunismo militante de Sa-ramago nunca le asimiló al llamado realismo socialista. Sus novelas son de un nivel y de un rigor literarios verdaderamente excepcionales. Saramago no solo es un narrador original, sino que también tiene el coraje de atreverse a escri-

bir sobre temas que no parecen ser los más ade-cuados para la literatura. A parte de El año de la muerte de Ricardo Reis, aquella ópera prima que le dio fama, sus dos últimas novelas, Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres, escrutan no solo las apariencias sino también la esencia del ser hu-mano. Estas obras fuera de serie son dos gran-des metáforas, dos ficciones insólitas, pero una vez instalado en ellas, el autor las conduce con la naturalidad con la que desarrollaría un relato costumbrista. El lector descubre que lo extrava-gante se convierte en cotidiano, que lo paradoxal se torna corriente, y eso es lo más perturbador pues, entre otras cosas, el lector se vuelve ciego con todos los ciegos y recupera la vista al mismo tiempo que ellos.

Sin embargo, el verdadero complemento de esta obra espléndida es José Saramago como persona. Confieso que admiro al hombre tanto cuanto admiro su obra. Tuve la suerte de cono-cerlo en 1987. Participamos en un Encuentro de Escritores en Berlín y estuvimos cinco horas en el aeropuerto de Roma, esperando la conexión con un vuelo que nos trajese a Madrid. Él estaba con su mujer, Pilar del Río, una simpática anda-luza, que con el paso de los años se ha convertido en su mejor traductora. Cinco horas bastan para hablar de todos los temas del Universo y aleda-ños. No nos habíamos leído el uno al otro, moti-vo por el cual, a petición de Pilar, comenzamos a «contar» nuestros libros. Lo mejor fue que de aquel encuentro nació una bella y sólida amis-tad, que tuvo un cálido apogeo cuando, al día si-guiente del anuncio del Nobel, Saramago me tele-foneó desde el avión que le llevaba de Frankfurt a Madrid (yo me encontraba convaleciente de una

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operación) y así pude mandarle un fuerte abrazo por vía aérea. Algo que realmente admiro de Saramago es su só-lida coherencia y su valor para mantenerse firme en ella. Recuerdo que, en 1992, en plena Expo de Sevilla, Saramago dijo cosas como esta: «Tenemos la irresistible tentación de preguntarnos si los gigan-tescos imperios industriales y financieros de hoy no están reduciendo, como poderes supranacionales que son, la probabilidad democrática, que se encuentra preservada en su forma pero, si no me equivoco, de-masiado pervertida en su esencia.» Varios años después, cuando se presentó en Ma-drid la versión española de Ensayo sobre la cegue-ra, Saramago expresó su polémica opinión sobre la democracia, que era más o menos así (no con-servé la cita textual): Es cierto que, en democra-cia, los pueblos elijen a sus diputados, a veces a su presidente, sin embargo, esos gobernantes elegidos democráticamente se ven de inmediato presionados, dirigidos, administrados, manipu-lados y virtualmente suplantados por los gran-des mandatarios supranacionales, tales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mun-dial o la Comisión Trilateral. «Y a ellos», pregun-tó Saramago, «¿quien los elije?»Hace pocas horas, en la multitudinaria rueda de

prensa que dio en Madrid tras recibir el Nobel, recordó que un grupo social ciertamente minori-tario posee la mayor parte del capital mundial. Y concluyó: «Es por eso por lo que este mundo es una mierda.» Fue ovacionado.Que en la globalización de la hipocresía en que vi-vimos, cuando la relación de Monica Lewinsky merece más titulares que el conflicto árabe-israelí, el desplome de la bolsa en Japón o la expansión del SIDA, cuando la globalización de la frivolidad no solo engloba a consumidores y a consumidos sino también a políticos y a intelectuales; que justo ahora surja un escritor sin miedo al compromiso y que exponga con toda claridad y simplicidad su decálogo de verdades, me parece un acontecimien-to extraordinario. Para muchos intelectuales que pasean con su pedestal a cuestas y transportan su silencio culpable para no incomodar al Gran Her-mano, la actitud normal y sin rodeos de Saramago va directa a la conciencia. Nunca le vimos hacer concesiones para obtener premios o privilegios, y cuando en su país se topó con la censura, prefirió exiliarse con Pilar a Lanzarote, donde viven tran-quilos con su perro Camões y donde han nacido sus nuevas obras. Desde esa isla singular, viaja y oye con oído faulkneriano el sonido y la furia del mundo. Con toda su solidaridad, se sumerge en Chiapas. Intenta (para desazón de la Iglesia) huma-nizar al mismo Jesús. Recuerda a los jóvenes que si hubiese muerto a los 60 años, no habría escrito nada, y a los 75 añade: «Quiero que los jóvenes sepan que nosotros, los viejos, estamos aquí para trabajar». Y él trabaja. Novela tras novela. Compromiso tras compromiso. «Toda mi obra es una reflexión sobre el error», dijo en 1990. Quizás por eso aborde la histo-ria, la ceguera, la rutina, la fe, en un esfuerzo para deshacer agravios y asimismo para enmendar sus propios defectos.

Con el Nobel o sin el Nobel, José Saramago es uno de los creadores más notables que nos ha brindado este siglo que ahora nos deja, y no sola-mente en la descuidada lengua portuguesa, sino también en el universal lenguaje del hombre.

«Qiuero que los jóvenes sepan que nosotros, los viejos, estamos aquí para trabajar». Y él trabaja. Novela tras novela.

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lEnguajE E Historia sEgún josé saramago

Manuel GusmãoT r a d u c c i ó n d e M a n u e l I g l e s i a s F e r n á n d e z

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ON MOTIVO DE LA entrega del Nobel, vale la pena buscar en la lectura de la obra novelística de José Saramago algunos de los rasgos de su sin-gularidad. Sabiendo que cualquier singularidad se teje en una red de re-laciones y en una par-ticular constelación de procedimientos, os pro-pongo algunas anotacio-

nes sobre dos temas: las maneras de escribir y las configuraciones de la historicidad.

LEnguAjE... La obra novelística de José Saramago está mar-

cada por dos gestos verbales cuya conexión me gustaría destacar. Por un lado, se trata de una for-ma de frase y, concretamente, de una puntuación que aparece como característica y, por otro lado, de aquello que se puede describir como una apropia-ción activa de la herencia literaria, cruzada con la invención y la imitación de formas de la coloquia-lidad más común. Su frase parece contener a ve-ces, entre dos puntos finales, varias frases, dichas por lo menos por dos personajes y, a menudo, por tres (pudiendo ser, uno de esos personajes, el na-rrador). Esas frases, dentro de una, se separan con comas que pueden estar substituyendo puntos de interrogación, se marcan apenas con la mayúscu-la inicial de una palabra que viene después de una coma. Estamos ante una frase plurivocal: es como si fuesen varias personas diciendo una frase y, esa frase, que es un acontecimiento del diálogo, puede

así comportar el enfrentamiento de puntos de vis-ta. Este modo de frasear produce efectos rítmicos y prosódicos, que tienen una percepción transmi-tida por una especie de oído mental, y coopera con la construcción de una imagen o de un efecto del narrador oral, participante activo en lo que cuenta. Así mismo, por su dimensión plurivocal, y sobre todo cuando la unimos a otros rasgos del univer-so novelístico que ayuda a construir, esta forma de frase produce otro efecto particularmente impor-tante; muestra el radical instinto social del lengua-je, de cualquier lengua y de cualquier acto de habla. Muestra aquello que en alguna teoría del lenguaje se usa como tema, cuando se dice que nunca nadie solo ha dicho una frase – existe siempre otro que la oye, el otro de la comprensión, de la respuesta o de la disensión. Incluso en la habitación íntima de cada uno, la frase que sólo decimos mentalmente se dice a un desdoblamiento del yo. Por otro lado, hablamos siempre con «las palabras de los otros», deformándolas un poco, es cierto; y por ahí pasa la posibilidad de la individualización y de la singula-ridad. Es en ese sentido, también, que el diálogo es la forma básica del habla, y que en una sólo frase se pueden oír varias voces. La plurivocalidad es tam-bién polifonía.

Esta asunción del instinto social del lengua-je, integrada como un dispositivo de la narración, también puede unirse a la manera como insistente-mente, en algunas de sus novelas, se juega con esa tipología particular de frases del idioma que son los proverbios, frases supuestamente indeforma-bles que contendrían, congelado, un sentido único, una sabiduría monológica. Saramago llega aquí de dos maneras: por un lado, puede usar el «mis-mo» proverbio en contextos diferentes, con el fin

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llos que no tienen registro en la escritura – térmi-no notarial y término que designa una escritura oficial o canónica, sancionada por una ley, la de los señores. Pero se tratará también de, en este otro contar, ensayar respuestas a la pregunta del párrafo anterior, que podría leerse como una «pregunta retórica», implicando una respuesta negativa. La novela permitirá, entre otras cosas, cambiar la respuesta a esa pregunta; querrá decir – que sí, hay quien tenga dudas sobre cualquier anticipación de la consumición de los tiempos o del «fin de la historia»; que no, tal vez las cosas no se queden así.

Varias de las novelas posteriores de Sarama-go funcionarán así; suponen un texto o textos previos, en los cuales descubren o inventan una laguna, textos que corrigen o que se enfrentarán unos contra otros. Así, en Memorial del convento – la historiografía oficial; en El año de la muerte de Ricardo Reis – la ficción heteronímica de Pessoa; en La balsa de piedra – el texto político dominante sobre la integración europea: en Historia del cerco de Lisboa – por un lado crónicas y historiografía, pero también la ficción de un texto historiográfi-co al que el protagonista le impone un «no», que lo llevará a pasar de revisor a autor; en El Evan-gelio según Jesucristo – los evangelios canónicos y apócrifos.

El tipo de texto supuesto y los modos de su presencia – explícita o implícita – en la narrativa, los procedimientos ficcionales de subversión de ese texto y sus consecuencias en la construcción de los mundos narrativos varían de novela en novela, pero mantiene en esa variación la dimen-sión de ficcionalización irónica, rapsódica y po-lémica de la historia ya escrita. Esta ficcionaliza-ción tiende a mostrar siempre, en la enunciación narrativa, el presente histórico en que se escribe, creando la unidad de una contradicción, por la cual el narrador parece contemporáneo de la ac-ción pasada que cuenta y, al mismo tiempo, alude a la contemporaneidad del autor empírico. Varios rasgos cooperan en la producción de un efecto de obra, como réplica o simulacro del mundo de

mundos que tenemos como mundo real; pode-mos encontrar el nombre de Saramago disemi-nado en textos suyos o incluso encontrar repre-sentaciones oblicuas del autor; Julián Maltiempo del Memorial es, necesariamente, en la lógica de la ficción, un antepasado de los Maltiempo de Le-vantado del suelo; una novela de Saramago puede citar o eludir a otra novela suya. En el proceso de rellenar la laguna, de la «corrección» o «en-mienda» del texto previo, nos encontramos con otros procedimientos reiterados, en la configura-ción del espacio y tiempo y de las poblaciones del mundo narrativo. Nos encontramos por ejemplo con acontecimientos fantásticos o maravillosos (los poderes de Blimunda, el vuelo de la Passa-rola, las conversaciones de Reis con el espectro de Pessoa; la separación y la navegación de la Pe-nínsula Ibérica); anacronismos y alucinaciones que superponen, en la simultaneidad, tiempos cronológica e históricamente alejados (por ejem-plo, en la Historia del cerco de Lisboa); la mezcla de personajes ficticios (Baltasar y Blimunda), con personajes que la ficción construye a partir de personajes históricamente verídicos (D. João V, Bartolomeu Lourenço y Domenico Scarlatti, o Pessoa), y con reficcionalizaciones de personajes que ya existían como ficticios (Ricardo Reis, por ejemplo).

unA nARRAtiVA ético-poLíticA Encontramos varios de estos procedimientos

en un tipo de ficción histórica que es emblemá-tica de la posmodernidad; pero la singularidad de José Saramago está también en el modo en el que su ficción ofrece resistencia a una cierta Vul-gata posmodernista como aceptación de un su-puesto fin de la historia y de las ideologías. De la manera en que lo moderno, en vez de agotarse en la posmodernidad la integra con una «fase» de una modernidad larga. Tal vez sea esta una de las razones textuales de la amplitud heterogénea de sus lectores, de la manera en la que Sarama-go une deseo de ficción y deseo de historia, como síntoma de crisis y gesto de crítica, como rece-

de demostrar que puede significar cosas diferentes y hasta inversas; por otro lado, deforma e inventa proverbios. Este modo de usar y construir prover-bios constituye una marca del juego verbal (el homo loquens es también un homo ludens) y un proceso de la ironización (de «carnavalización») del saber, o del «dialogismo» (merece la pena leer, a propósito, el ensayo de José Mattoso sobre lo proverbios portu-gueses).

Esta ostensión del uso de las «palabras de los otros», de la que he hablado antes, es lo que pode-mos encontrar en otro plano textual en el régimen de citas de ciertas novelas de Saramago (por ejem-plo, en El año de la muerte de Ricardo Reis) y, más ampliamente, en la manera en la que se apropia de registros discursivos y estilísticos de la tradición li-teraria. Por aquí pasa, ahora, la dimensión textual (escritura) de la narración, que «corrige» la imagen del narrador oral. La cita (señalada o no) glosa y deformación de versos de Pessoa-Ricardo Reis, la transformación de una fórmula de Camões en la primera y última frases de ese libro «sobre» Reis, las revisitas del barroco, la imitación de ritmos sin-tácticos y construcciones retóricas del Padre Viei-ra (que abren, por ejemplo, el Viaje a Portugal), los ecos de Garrett o de Camilo, constituyen más que un gesto de integración en el canon, más que ho-menajes a los antepasados. Se cruzan con los gestos de imitación de la oralidad y de las voces populares y son una forma de apropiación autoconstitutiva, un operador para contar la historia transtemporal. En ese sentido, la posibilidad de disolución de una identidad cultural nacional portuguesa (y en ello reside uno de los papeles propiciadores de Viaje a Portugal, observados por Maria Alzira Seixo), la novela responde, no por un proceso de rigidez de una supuesta identidad monológica, sino más bien por la construcción de una identidad dialógica, so-cial e históricamente heterogénea.

…E histoRiA Los lectores y la recepción crítica han encon-

trado insistente y diversamente una relación en-tre la historia y Saramago. Tal vez podemos de-

cir que el procesamiento ficcional de sus novelas constituye una forma singular de convertir en ficción la materia histórica. Antes de avanzar, me gustaría recordar, incluso porque también con eso juega Saramago, que usamos la palabra «his-toria» con tres sentidos por lo menos; (a) la histo-ria que es la existencia de los seres humanos en el tiempo, la historia que en unas determinadas condiciones hacemos y vivimos; (b) la historia como nombre de una disciplina, los escritos his-toriográficos; (c) y la actividad de contar «histo-rias» (historias de la vida, cuentos varios, relatos, leyendas, mitos, etc.). Lo que hacemos en (b) y (c) en parte, o forma parte, tendencialmente conflic-tivo, de lo que hacemos en (a). Cuando contamos o escribimos historia, no nos limitamos a cono-cer o imaginar un pasado, inscribimos nuestro presente y de alguna manera estamos atentos a lo que vendrá (lo llamamos futuro). En José Sa-ramago, la lección de materia histórica (pasada, actual o de un futuro inventado), incluso cuando produce mundos posibles, al límite alternativo al mundo empírico tal como es socialmente cons-truido por el sentido común, reconocido por la historiografía o reconstituido por las ciencias de la naturaleza, es una ficción histórica en sus ges-tos, una ficción que cuenta la historia del vivir. Giuseppe Tavani destacó que la última frase del primer capítulo de Levantado del suelo indicia efi-cazmente aquello que podemos tomar como una persistente y variante estrategia narrativa.

«Se necesitaron siglos para llegar a esto, ¿quién había dudado que así quedará hasta la consuma-ción de los siglos? ¿Y esta gente quién es, libre y pe-queña, que vino con la tierra, aunque no esté regis-trada en la escritura, almas muertas, o aún vivas? La sabiduría de Dios, querido hijos, es infinita: ahí está la tierra y quien tendrá que trabajarla, creced y multiplicarme dice el latifundio. Pero todo esto pue-de contarse de otra forma.»

Contar esto (la historia de la tierra y del la-tifundio) de otra forma significa volver a con-tar algo que ya ha sido contado. Se trata de otro modo de contar y de otra materia contable: aque-

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la muErtE sE va dE vacacionEs

James Wood2 7 d e o C t u b r e d e 2 0 0 8

T r a d u c c i ó n d e C è l i a B a t l l e M a s s a g u é

I lustración de Javier Olivares

lo de la barbarie y de otro futuro. Tales deseos y recelos se manifiestan más nítidamente en las últimas novelas, Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres, donde adquiere evidencia una for-ma de novela como alegoría (que ya está latente, por lo menos, en La balsa de piedra y en El Evan-gelio según Jesucristo). Esta alegoría, que empieza siendo la narrativización de una metáfora, no se cierra ni en la irreversibilidad de un doble senti-do ni en un gesto de una apologética. Existe un escepticismo y un pesimismo activos en ella que no desisten de la compasión, de la tenue sombra de una esperanza. La de que podameos ser otros. En el Memorial, por ejemplo:

«si Blimunda hubiera venido a la despedida sin haber comido su pan, qué voluntad vería en cada uno, la de ser otra cosa»

Los rasgos de esa insistencia de lo moderno están justamente en la persistencia de un ethos que viene de atrás y es larga y variantemente sustentado. Ese ethos es una marca ético-políti-ca y se inscribe en la articulación entre los ges-tos verbales y las configuraciones de la histori-cidad; desde la macroestructura textual hasta el nivel de la frase. Se muestra: al escribir la voz que no tiene lugar en la escritura; en las presen-taciones de los constructores del convento, en la oratoria y ciencia de Bartolomeu, en el arte de Scarlatti; en la listas de nombres «propios» de muertos anónimos y/o históricos que en varias novelas aparecen; en la compasión irónica por el aristócrata indiferente Ricardo Reis, y en la presencia intermitente de los navíos de la re-vuelta de los marineros; en el paso del revisor a autor, en la reversibilidad entre quién busca y a quién buscan, y en el homenaje del rey-poeta, D. Dinis; en lo «humano, demasiado humano» de Cristo; en la catástrofe de la ceguera, en la mu-jer del médico y en la fraternidad que sobrevive y permite sobrevivir.

Ese ethos se inscribe en el gesto verbal de la cita deformada, en la entonación enunciativa, en la significación posicional y el sentido histórico y transtemporal de la última frase de El año de la

muerte de Ricardo Reis:«Aquí, donde el mar se acabó y la tierra espera.»Y es, también un principio de relativización y

deformación de la perspectiva que permite ins-cribir un partis pris por las gentes que no ven en la escritura, y por la humanidad (ofendida) de los humanos:

«Todos quedaron asombrados ante el tamaño desmedido de la piedra, Qué grande. Pero Baltasar murmuró, mirando la basílica, Tan pequeña.»

L FILÓSOFO BERNARD Williams escribió tiempo atrás un ensayo titulado El caso Makro-pulos, en el que argu-mentaba que la vida eterna debería ser tan tediosa que nadie po-dría soportarla. Según Williams, la constan-cia que define a un yo eterno implicaría un infinito desierto de ex-

periencias repetitivas para que el yo no fuese alterado hasta el punto de ser vaciado de cual-quier definición. Por este motivo, en la obra de Karel ČCapek de la que Williams tomó el título prestado, el personaje de Elina Makro-pulos, con trescientos cuarenta y dos años de edad, habiendo ingerido el elixir de la vida eterna desde los cuarenta y dos, decide inter-rumpir el régimen y muere. La vida necesita a la muerte para constituir su significado; la muerte es el periodo negro que ordena la sin-taxis de la vida.

En Las intermitencias de la muerte, José Sarama-go, un autor cuyas frases largas e ininterrumpidas son relativamente extrañas al período, ha escrito una novela que funciona como un experimento mental en el campo de ČCapek-Williams (si bien no alude explícitamente a ninguno de los dos). A medianoche de una víspera de Año Nuevo, en un país del interior sin nombre, de unos diez millones de habitantes, la Muerte declara una tregua con la humanidad, una interrupción voluntaria para que la gente pueda tener una idea de cómo sería

vivir para siempre. Al principio todo el mundo está eufórico:

Habiendo vivido, hasta estos días de confusión, en lo que creían que era el mejor de todos los mundos posibles y probables, descubrían, complacidos, que lo mejor, lo mejor realmente, estaba llegando ahora, ya lo tenían ahí mismo, ante la puerta de casa, una vida única, maravillosa, sin el miedo cotidiano a la chir-riante tijera de la parca, la inmortalidad en la patria que nos dio el ser, a salvo de incomodidades metafísi-cas y gratis para todo el mundo, sin un sobre lacrado para abrir a la hora de la muerte, tú al paraíso, tú al purgatorio, tú al infierno, en esta encrucijada se sepa-raban en otros tiempos, queridos compañeros de este valle de lágrimas llamado Tierra, nuestros destinos en el otro mundo.

Sin embargo, las «incomodidades» – metafísi-cas, políticas, pragmáticas – no tardan en volver a aparecer. La Iglesia católica es la primera insti-tución en percibir el peligro. El cardenal llama al primer ministro para destacar que «sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay igle-sia». Para el cardenal, la vida sin la muerte equi-vale a que Dios decida su propio fin. La vida sin la muerte supone la abolición del alma. En una asamblea que reúne a filósofos y a clérigos, am-bas partes concuerdan en que la religión necesi-ta a la muerte «como pan para la boca». La vida sin la muerte es como la vida sin Dios, dice uno de los sacerdotes, porque «si los seres humanos no muriesen, todo estaría permitido». (Esta es una versión del miedo dostoiesvskiano de que, sin Dios, todo es lícito). En un tono semejante al del taimadamente secular Saramago, uno de los filósofos sugiere que, siendo la muerte «pública y notoriamente, el único instrumento de labor del

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que Dios parece disponer en la tierra para labrar los caminos que deberán conducir a su reino, la conclusión obvia e irrebatible es que toda la histo-ria santa termina inevitablemente en un callejón sin salida».

Un país donde nadie muere se transforma ine-vitablemente en un zoológico maltusiano. Los vie-jos que estaban al borde de la muerte aquella vís-pera de Año Nuevo, simplemente se mantienen al borde, atrapados en su inercia. Los sepultureros, los vendedores de seguros de vida y los directo-res de hospitales y asilos de ancianos se ven, por distintos motivos, amenazados por el desempleo o por la hiperactividad. No pasará mucho tiempo antes de que el Estado deje de ser capaz de costear la manutención de sus ciudadanos. Y, aunque esta súbita utopía pueda ser ahora el mejor de todos los mundos posibles, siempre podemos confiar en los humanos para destruir las utopías. Las fa-milias con miembros ancianos y enfermos se dan cuenta de que necesitan a la muerte para librarlos de una eternidad de cuidados junto a una cama. En vista de que la muerte no ha sido abolida en los países vecinos, la solución obvia es llevar al abuelito enfermo hasta el otro lado de la frontera, donde la muerte concluirá su labor. Una organiza-ción semejante a la mafia toma el control de estas fugas hacia la muerte, una operación orquestada en secreta connivencia con el gobierno, puesto que ningún estado tiene dinero para sufragar una expansión infinita. Tal como el primer ministro advierte al rey, «si no volvemos a morir, no tene-mos futuro».

Las intermitencias de la muerte es una pequeña y mordaz añadidura a la obra de un gran novelis-ta. Eficazmente pone en marcha su hipotético ob-jeto de estudio y genera rápidamente un conjunto de pertinentes cuestiones teológicas y metafísicas relativas a la deseabilidad de la utopía, a la posi-bilidad del Paraíso y a los verdaderos fundamen-tos de la religión. El trabajo más reciente de Sara-mago muestra una tendencia hacia lo vagamente metafórico, con actores anónimos y universales en lugar de personajes individuales. Estos libros

serían claramente ensayísticos si no fuera por las extraordinarias frases de Saramago y la sutile-za de su narrativa. A falta de personajes ficticios vívidos, las frases de Saramago, en las cuales un narrador o un grupo de narradores tiene siempre una fuerte presencia, constituyen una especie de comunidad en sí misma: son altamente pobladas.

Algunos de los autores más significativos de los últimos treinta años se han regalado con ora-ciones largas y sin reglas – pensemos en Thomas Bernhard, Bohumil Hrabal, W. G. Sebald, Rober-to Bolaño – pero ninguno de ellos con el mismo tono que Saramago. Él posee una capacidad de parecer sabio e ignorante al mismo tiempo, como si no estuviera realmente narrando las historias que narra. Muchas veces, emplea lo que podría-mos llamar estilo libre indirecto no identificado – sus ficciones dan la sensación de no ser contadas por un autor, sino más bien, por decirlo de algún modo, por un grupo de sabios ancianos y algo len-guaraces, sentados en los muelles de Lisboa, fu-mándose un cigarro y siendo uno de ellos el pro-pio escritor. Esta comunidad aprecia las pequeñas verdades intrascendentes, proverbios, lugares co-munes. «Está escrito que no se puede tener todo en la vida», afirma el narrador de Las intermiten-cias de la muerte, y añade: «Es así la vida, va dando con una mano hasta que llega el día que quita todo con la otra». El narrador de una obra anterior sen-tencia: «La fama, ay de nosotros, es un aire que tanto viene como va, es una grímpola que tanto gira al norte como al sur.» Y en otra: «Se dice, des-de los tiempos clásicos, que la Fortuna protege a los audaces.» Estas trivialidades nunca son pro-piamente validadas ni refutadas; sino ironizadas por la obvia laguna que existe entre el conocedor escritor posmoderno laureado con un Nobel, en tanto que productor de sus ficciones, y la persona o personas que aparentemente las narran.

El estilo continuo juega un papel importante en esa ironía: la falta de aliento proporciona una sensación de locuaz desenfreno, como si diferen-tes personas interviniesen para dar a su opinión. Muchas veces, una única frase larga parece haber

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teología de los evangelios. Cierto día, José, el pa-dre de Jesús, oye accidentalmente a algunos sol-dados que comentan las órdenes de Herodes para que maten a todas las menores de tres años. Corre a casa para esconder a su mujer y al hijo recién na-cido, pero olvida avisar al resto de la aldea. Por su pecado, anuncia más tarde un ángel a María, José sufrirá. ¿Y mi hijo?, pregunta ella al ángel. «Dijo el ángel, Sobre la cabeza de los hijos caerá siem-pre la culpa de los padres, la sombra de la culpa de José oscurece ya la frente de tu hijo.», escribe Saramago. En su momento, José es capturado por soldados romanos que sofocan una rebelión y es crucificado juntamente con otros treinta y nueve judíos. A su vez, Jesús está obcecado por un sen-timiento de culpa heredado y la idea de que, se-gún afirma él mismo «Mi padre mató a los niños de Belén». Con la fuerza de un relámpago, con el dedo del blasfemo contador de la historia, Sara-mago transforma un dilema teológico que le es fa-miliar – el Dios «bueno» que trae a Jesús al mundo y también el Dios «malo» que permite la masacre de bebés inocentes – en un profundo enredo. De repente, Jesús es maldito por una forma de peca-do original, y su sacrificio en la Cruz se convierte no en una expiación del pecado del Hombre sino en un legado del mismo: sigue el rastro de su pa-dre, maldito por el linaje paterno. «Dios no perdo-na los pecados que manda cometer», así plantea la cuestión el narrador. En la Cruz, oyendo a su Padre celestial que declama desde las nubes «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia », Jesús clama: «Hombres, perdonadle, pues no sabe lo que hace.» Es la última y más perversa inversi-ón de la novela.

El Evangelio según Jesucristo causó una enorme controversia en el Portugal católico (Jesús duerme y vive con María Magdalena), sin embargo, éste es el más pío de los libros blasfemos. Tras sus fero-ces ironías, Saramago parece no hacer sino enca-rar la Encarnación con la mayor seriedad posible: si Jesús nació hombre, parece decirnos, entonces heredará todo aquello a lo que un hombre se halla sujeto, incluso el pecado, que, sea como fuere, pro-

viene de Dios. El listón está muy alto, pero el tem-peramento del autor es ameno, inquisitivo, madu-ro. ¿Y si Dios fuera el Diablo?, parece preguntar el autor, escrutándonos dócilmente a través de sus gafas de pasta oscuras del tamaño de un televisor. En cierto modo, él es el menos fanático de los no-velistas, por insistir de modo tan implacable en sus hipótesis ficcionales, siguiéndolas a través de grandes y humanas conclusiones. Su nueva nove-la cada vez es menos conceptual y cada vez más emotiva, sin que por ello sea realista en ningún sentido convencional, ni tan siquiera plausible.

Nos presenta a la Muerte como una ausencia

sido escrita por diferentes voces y el tumulto sin puntuación permite giros astutos y volteretas, como cuando un tópico se sorprende a si mismo en el acto de ser un tópico y se retrata: «Un hom-bre de ésos, salvo poquísimas excepciones sin lugar en esta historia, nunca pasará de un pobre diablo, es curioso que se diga siempre pobre dia-blo y nunca se diga pobre dios.» En la frase sobre la euforia inicial de la gente cuando se deroga la muerte, cabe destacar que una imagen poética del Segador («la chirriante tijera de la parca») da lugar a una imagen más común («un sobre lacra-do para abrir a la hora de la muerte») y después a otra imagen, de tan socorrida, ya agotada («este valle de lágrimas llamado Tierra»), y que esta pro-gresión permite la presencia simultánea del escri-tor, que tiene sus imágenes, y las de las personas sobre las que escribe, que a su vez tienen las pro-pias. Es entonces cuando sucede un intercambio mágico: cuando llegamos al final de esa frase acer-ca de la muerte, la elegante imagen mítica parece de alguna manera mucho menos poderosa que la imagen más banal.

De este modo la prosa de Saramago nos da una sensación al mismo tiempo moderna y antigua. El escritor está trabajando conscientemente, atrayen-do en todo momento la atención hacia la narración que, no obstante, parece sumergirse con total fa-cilidad en un problema de una mochila universal, haciendo emerger sus verdades frágiles y sabias. Es este modo ingeniosamente modesto el que per-mite a Saramago escribir sus ficciones especulati-vas y fantásticas como si se tratase de los aconte-cimientos más plausibles y conferirles una sólida literalidad – un país sin nombre atacado por una epidemia de ceguera, la Península Ibérica separa-da del continente europeo y transformada en una enorme isla flotante, un hombre que camina por las calles de Lisboa y que es innegablemente real a la vez que un fantasma literario. En ciertos aspectos, su obra está más próxima a la de un satírico como Luciano, cuyos esbozos prefiguran viajeros camino a la Luna o hacia Hades o incluso a los dioses discu-tiendo entre ellos, que a la de cualquier otro nove-

lista contemporáneo. Cuando, en el último libro de Saramago, la Muerte decide finalmente terminar su «interrupción» y dejar que la mortalidad siga de nuevo su curso, la Iglesia, que estuvo rogando para que ocurriera tal restablecimiento, se compla-ce: «Las preces tardaron casi ocho meses en llegar al cielo, pero hay que pensar que sólo para llegar al planeta Marte necesitamos seis, y el cielo, como es fácil de imaginar, deberá estar mucho más allá, a trece mil millones de años luz de distancia de la Tierra, en números redondos.» Esa voz incitadora, con su parcialidad antiteológica, no solo tiene re-miniscencias de Luciano sino también del luciáni-co Leon Battista Alberti, cuya sátira cuatrocentista Momus imagina el caos que podría instalarse en el cielo en caso de que todo el mundo le pidiese a Dios que atendiera un ruego al mismo tiempo.

La breve novela de Saramago da pie a cuestio-nes semejantes. Si la vida eterna no puede funcio-nar en la Tierra en modo alguno, ¿por qué será la eternidad etérea tan ardientemente deseada? Tal vez porque esperamos desesperadamente que el cielo sea igual que la Tierra, y a la vez muy dife-rente, puesto que es el hombre quien arruina el Edén. Para Saramago, como para Bernard Willia-ms, el problema no reside únicamente en el hecho de que los hombres sean asesinos natos de utop-ías; más bien en que la misma eternidad – la vida para siempre ininterrumpida – parece insosteni-ble. En esta novela, Saramago no se conforma con provocar a Dostoyevski. Así pues, si la desapari-ción de Dios significa que «todo está permitido», y la desaparición de la muerte significa que todo está permitido, luego, por un tácito catecismo del autor, Dios debe ser la muerte y la muerte debe de ser Dios. No nos ha de sorprender que la religión precise de la muerte: la muerte es el único Dios en el que podemos creer.

Saramago se ve atraído por estas inversiones gnósticas. Precisamente, en el que acaso sea su mejor libro, El Evangelio según Jesucristo (1991), el autor cuenta de forma singular la historia de la vida y muerte de Jesús sin alterar ninguno de los hechos famosos, al tiempo que vuelve del revés la

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femenina encarnada, un esqueleto envuelto en una sábana que vive en una gélida estancia sub-terránea, sin más compañía que la de su muy usa-da guadaña (incluso le niega una «M» mayúscula). Pasados sus siete meses de interrupción volunta-ria, esta diosa sombría manda una carta a una ca-dena de televisión para anunciar que va a finalizar su experimento, por haber actuado los humanos de modo tan «deplorable». Las personas morirán de nuevo al ritmo antiguo, que es de unas tres-cientas por día. De acuerdo con las nuevas reglas, a los ciudadanos cuyo tiempo expiró, les llegará un aviso con una semana de antelación: cada uno de ellos recibirá una carta de color violeta, un avi-so de terminación enviado personalmente por la Muerte. Esta concesión aparentemente humana – el nominado pasa a tener tiempo para pedir la baja, poner sus propiedades en orden y arreglar sus cosas – es insoportablemente cruel, claro está, toda vez que la mayoría de la gente preferiría ser sorprendida por la muerte en lugar de condena-da a ella. Uno de esos nominados, un violoncelis-ta de cincuenta años, desconcierta a la diosa. La Muerte lo eligió para la terminación, pero la carta de color violeta es devuelta al remitente una y otra vez; el violoncelista parece desoír sus órdenes. En una serie de escenas inesperadamente bellas, la Muerte, bastante perpleja, se insinúa en el apar-tamento del violoncelista y se sienta en silencio a observarlo mientras duerme; observa el modo en que se levanta de noche para beber un vaso de agua y dejar al perro salir a la calle, ve una suite de Bach (la n.º 6) sobre su silla, y muchas otras cosas. Llega la hora de la muerte del violoncelista – «el tiempo que se le había prescrito al nacer ha expirado» – pero la Muerte parece no tener nin-gún poder sobre este «hombre común, ni guapo ni tampoco feo».

En Todos los nombres, una novela anterior con la que ésta última podemos formar una obvia aso-ciación, un modesto funcionario se obsesiona por una ciudadana perfectamente normal, sorprendi-do al ver el nombre de ésta en la partida de naci-miento, cierta tarde en la Conservaduría General

del Registro Civil, su lugar de trabajo. Del mismo modo que en la nueva novela, el funcionario se-lecciona a una ciudadana de las listas de los muer-tos y vivos y, de forma gradual, sin llegar nunca a nombrarla (igualmente el violoncelista perma-nece sin nombre), la dota de una particularidad metafísica.

También es esto lo que hace el novelista: toma un nombre, un personaje, una persona, y la salva del olvido silencioso mediante la irradiación de palabras. Sin embargo, también puede matarla siempre que lo desee: todas las novelas son «in-terrumpidas» simplemente porque llegan a su fin. Hablamos de poder autoral omnisciente porque los escritores tienen el poder de decidir la vida y la muerte de sus «nombres». El escribiente de Todos los nombres, que es conocido simplemente como Sr. José, comparte nombre propio con el novelista. En su última obra, Saramago vuelve a pedirnos que reflexionemos sobre los poderes divinos del contador de historias. Cuando la carta de la Muer-te es publicada en los periódicos, consultan a un gramático, que toma nota de su «sintaxis caótica, de la ausencia de puntos finales, del hecho de no usar paréntesis absolutamente necesarios, de la eliminación obsesiva de los parágrafos, del uso arbitrario de comas (…)». La Muerte escribe como José Saramago. Mientras la Muerte observa al violoncelista bebiendo, Saramago escribe que ella miró el agua e «hizo un esfuerzo para imaginar lo que sería tener sed, pero no lo consiguió». El lec-tor se pregunta: ¿si la Muerte no consigue imagi-nar la sed, conseguirá acaso imaginar la muerte? ¿Y el novelista? Una respuesta que Saramago ofre-ce – es la amplia verdad pretérita y universal en dirección a la cual su compleja ficción ha tendido a viajar – es que si no nos escudamos de la muerte ni ansiamos religiosamente vencerla, sino, por el contrario, aceptamos la antigua realidad de que en el seno de la vida estamos en la muerte, enton-ces la muerte nos rodea como la vida, e imaginar la muerte es, en realidad, imaginar la vida.

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NTES DE EMPEzAR, pido disculpas a los organizadores del Congreso y a los asis-tentes por haber cam-biado, mientras iba escribiendo, el tema y el título de mi comu-nicación prevista en un primer momento, como “La piedra de Saramago” y anuncia-da hoy con el nuevo tí-

tulo: “El futuro del pasado: “El Año de 1993 de José Saramago”. Lo que ocurre es que en este año samaraguiano por excelencia, todos nosotros, saramaguianos por voluntad pro-pia, mucho antes de que la reputación y el peso del Nóbel recayeran sobre nuestro ami-go, fuimos sometidos, en nuestros respecti-vos países, a verdaderos tours de force para volver a decir lo que ya llevábamos dicien-do desde hacía tiempo, pero para decirlo con más fuerza y quizás con menos pertinencia, en el momento que nuestra propia platea se había extendido fuera de los confines de la especialidad, exigiendo perspectivas y com-paraciones de un nuevo tipo y de mayor acep-tación. La “piedra” que es una imagen que surgió en Italia en 1998, poco antes del Nóbel y que quizás sea la metáfora más atractiva y prometedora del nuevo Saramago dispues-ta a encerrarse en la metafórica y televisiva “Caverna” después del año de gloria y de pa-sión que presenciamos en su vida a partir de octubre de 1998, fue al mismo tiempo materia

de comentarios de mis críticos en Italia y en Portugal. No me gusta repetirme en exceso, incluso por respeto a esta cualificada e infor-mada platea de lusitanistas, ni reconocer, al igual que Pessoa, que como crítica extranje-ra, pertenezco a una generación que, después de que Saramago obtuviera el Nóbel, se que-dó sin empleo. Dediquémonos por lo tanto, con coraje, a un libro y a un tema que, a pesar de que pertenece al espacio poético creado por Saramago, puede llevar nuestro discurso hacia un nivel teórico, sugiriendo respues-tas a preguntas de carácter universal como: ¿Cuál es nuestra visión actual de las utopías y de sus opuestos complementarios que, des-de el siglo XVIII y los viajes de Gulliver, nos acostumbramos denominar “anti-utopías” o, en la terminología actual, “distopías”?

La obra escogida para responder a esta indagación provocativa es El Año de 1993 de José Saramago: un texto controvertido y casi obliterado por el propio autor que ni siquiera lo mencionó en su inciso autobiográfico du-rante su discurso de aceptación del Premio Nóbel: un hijo pródigo que es necesario recu-perar y alabar como se merece.

Efectivamente, dentro de las obras de José Saramago, todas ellas marcadas por aquella originalidad de invención que se convirtió con el tiempo en una marca distintiva del escritor , El Año de 1993 siempre fue consi-derado como un unicum: una isla alegórica difícilmente conjugable, tanto “formalmente como por sus contenidos, con otros textos, precedentes o posteriores, poéticos, dramá-ticos o de ficción”. En las clasificaciones de

AEl futuro dEl pasado

Luciana Stegagno PicchioT r a d u c c i ó n d e W i l h e l m N e u n z i g y M e r i t x e l l S o r i a

I lustración Luis Graneña

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la obra de Saramago que se han vuelto canó-nicas, porque atribuidas al propio autor o, por lo menos aprobadas por él mismo, lo en-contramos incluido, por razones únicamente formales, dentro de las obras de poesía: pero, aquí mismo, casi como “fin de serie” de una experiencia expresiva considerada “un com-ponente prácticamente agotado en su obras”. Incluso Maria Alzira Seixo, una de las críti-cas, que en mi opinión, más se han aproxima-do a la captación de aquello a lo que solemos a llamar la “esencia” de toda la obra de Sa-ramago, escogió con carácter “de transición”, de la poesía hacia la ficción, en El Año de 1993 que ella considera el grande pionero de una concreta nueva ficción de la obra del autor . Y no sólo eso. El propio autor, revaluando aho-ra su experiencia poética, limitada, creo yo, a los dos volúmenes de los Poemas posibles de 1966, con la revisión de 1982 y Probablemente alegría de 1970, ve una diferencia substancial en el origen, en la génesis, de la poesía por un lado y de la prosa de ficción por el otro. En su opinión, y en relación a su propia ex-periencia en cuanto al poema, esencialmen-te un intento de explicación de una persona, de poeta lírico en su caso, que coincide casi siempre con la persona del autor, se mues-tra muy “fabricado”, en el mejor sentido de la palabra, («la poesía es fabricadamente poe-sía ») las novelas “surgen”, con aquella esen-cialidad del afloro, de la epifanía de la que nos hablaron grandes novelistas como Clari-ce Lispector o João Guimarães Rosa . Es una intervención excepcional de Saramago, y casi una contradicción en términos, un giro de si-tuaciones, si repensásemos todas las defini-ciones románticas, pero también viquianas de la poesía, como don de los dioses, frente a la prosa, construcción de los hombres. Pero también una coincidencia con la definición, muy moderna y propia de nuestros maestros estructuralistas, de la poesía como invenci-ón, indiferente, por lo tanto, al “género” en

el que ella se puede verificar. Siguiendo esta línea, no nos interesa definir si El Año de 1993 es una obra de poesía, poema en prosa en la línea simbolista, sueño-pesadilla poético de matriz surrealista, poesía épica en verso o ficción portadora de una historia ejemplar con Introducción, nudo o desenlace. Lo que interesa es su sentido actual, incluso relacio-nado o opuesto a sus sentidos originales.

Se trata de un libro que tuvo algunas li-mitaciones desde su génesis y en su sucesi-va historia interna debido, especialmente, a su carácter de manifiesto contra la violencia que, en el momento de su inicio, parecía coin-cidir únicamente, en Portugal, con la violen-cia del fascismo de Salazar y que más tarde, debido a las circunstancias, el propio autor lo asumió como manifiesto contra toda for-ma de violencia y opresión. Ahora, después de tantos años, regresamos a él con una mi-rada limpia de las condiciones de la política contingente y abierta a la evaluación pura-mente ética y estética debida a las obras lite-rarias. Y estamos convencidos de que el pro-pio Saramago, releyendo hoy con una mirada posterior su obra simultáneamente poética e ideológica, en ella puede encontrar imáge-nes, intuiciones, joyas poéticas que el tiempo había cubierto momentáneamente, incluso a sus ojos. Ya lo hizo parcialmente en 1993, en la introducción a la traducción italiana del libro , cuando, por primera vez, Saramago tuvo la posibilidad de encararlo bajo aquella perspectiva del futuro del pasado, pero tam-bién, especulando, del pasado del futuro, que aquí nos interesa.

En una primera aproximación, El Año de 1993 parece inscribirse en aquella categoría oximorónica de las “utopías” o, mejor aún, en su sección complementaria y opuesta de las “distopías”. Portugal es, como sabemos, la patria de Raphael Hythlodaeus, el prota-gonista de la primera Utopía, de la que Tho-mas More declaró en abierto est enim lusita-

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abril y cuando el poeta retomó su proyecto, en 1977, su país vivía una situación completa-mente cambiada, una situación marcada por el desencanto intrínseco a cualquier cambio. Así, en el prólogo de la traducción al italiano de 1993 el autor declara: Escribo estas pala-bras en 1993. Los sufrimientos no acabaron ni empezó la felicidad. Y en esta momento, frase tras frase, sílaba tras sílaba, ¿cuántos pueblos aquí y en otros lugares, no leyeron este libro de su gran dolor y su esperanza in-mortal?

Más arriba ya había escrito:Procuré describir en estos poemas la an-

gustia, el miedo y también la esperanza de un pueblo oprimido que poco a poco vence su resignación y organiza la resistencia hasta librar la batalla decisiva y regresar a la vida, rescatada con miles de muertos. Desplacé para el futuro la historia des este pueblo, el pueblo de un país que nunca nombré, la ima-gen de los que sufrieron la tiranía y que si-guen sufriendo la tiranía ...

Marzo de 1974, abril de 1974, 1977, 1993, 1999. Un rosario de fechas que marcan cada una por su lado esta obra única en el universo saramaguiano, fechas que dejaron huella en toda su obra. Por ejemplo, en 1977, la visua-lización de los ordenadores como monstruos devoradores de carne humana, muy en sinto-nía con aquella visión apocalíptica en torno a las primeras computadoras capaces de ac-tuar contra la voluntad de los humanos que las construyeron, reflejada en obras utópicas como 2001: Una odisea del espacio de Kubrick.

La historia de O Ano de 1993 contiene 30 capítulos o poemas y está contada con bre-ves afirmaciones, casi como versículos bíbli-cos que se caracterizan, hasta un cierto mo-mento, por el tiempo presente en que fueron enunciados que confiere a cada segmento una estática inamovible, aquella aura atemporal que permite su clasificación como conjunto de poemas. Poemas en prosa, tal vez, como

los de los simbolistas, con cierta afinidad formal con los textos oraculares de los sim-bolistas franceses o, si nos adentramos en la literatura brasileña, con los textos gnómicos de Jorge de Lima, Anunciação e Encontro de Mira Celi, por ejemplo. En la primera parte del volumen, el metrónomo del año 1993 se para en un presente atemporal, en una des-cripción casi brechtiana en boca de un obser-vador que se ubica fuera del tiempo y de la historia: poco a poco, este narrador va arti-culando su discurso sobre el futuro que pre-dice y aquel pasado que vuelve cuando en los hombres vuelve a instaurarse la esperanza en el futuro.

Hay otra característica que confiere a El año de 1993 una connotación universalista: su dimensión pictórica. En la propensión si-nestética en muchas obras de Saramago, un escritor con gran sensibilidad por las artes plásticas y muy versado en ellas, como lo confirman, por un lado, su Viaje a Portugal, el Manual de Pintura y Caligrafía o la mono-grafía sobre Mantegna, en los que Saramago construye su narración como si fuera una sucesión de diapositivas. Proyectados, está-ticos, sobre una pared blanca, distanciados por intervalos visuales y temporales, en los que los versículos asumen casi la función de didascalias, estas diapositivas, sacadas de un cierto sector de la pintura europea, confieren al conjunto un carácter enfermizo, acuñado entre el simbolismo y el surrealismo. Véase el poema de introducción:

Las personas están sentadas en un paisa-je de Dalí con las sombras muy recortadas a causa del sol que llamaremos detenido.

Es el mundo parado, asfixiado, sin espe-ranza del estado totalitario, pero también del mundo utópico en el que no vale la pena mo-verse: hasta el sol parece inmóvil como en un cuadro de Dalí. Inmediatamente sigue una “corrección”: “No importa que Dalí hubiera sido tan mal pintor si pintó la imagen nece-

nus, como si hubiera dicho: “efectivamente este marinero de tez quemada, larga barba, y manta al hombro, es muy portugués”. Pues Portugal o, todavía, el espacio descubierto y poblado por los marineros portugueses em-pezando por Taprobana (la actual Sri Lanka), fue desde el principio tierra elegida de las utopías: escenario modelo en el que auto-res de varias nacionalidades, desde Thomas More hasta François Rabelais y Tommaso Campanella, pudieron escenificar sus alego-rías humanas: utópicas y distópicas. Dentro de la obra de Saramago, el título El Año de 1993, remite a El año de la muerte de Ricardo Reis, ya que, en ambos casos, se escoge un año determinado como tema referente de la fábula. El año de la muerte de Ricardo Reis, es decir, 1936, verdadero protagonista de la no-vela, es un año del pasado que nos permite, a pesar de todos los atenuantes conocidos, clasificarlo como escenario de la novela his-tórica en la ficción del escritor que lo evoca en 1984. Sin embargo, El Año de 1993, era un año del futuro cuando Saramago lo imaginó en 1974 y cuando publicó el libro en 1977, su-giriendo también la inclusión del texto en las obras oníricas, de prefiguración en nuestra percepción actual de ciencia ficción: a pesar de que esta dimensión onírica, de pesadilla kafkiana, incluya muchas utopías negativas de todas las literaturas. La primera, y no sólo por razones del título, parecía ser la cor-respondencia entre el 1993 de Saramago y el 1984 de Orwell: una novela a medio camino entre ciencia ficción y novela de terror y cuya finalidad era la de ilustrar, en perspectiva de prefiguración, y sin ninguna concesión a la esperanza, la vida cotidiana en un estado totalitario. La fecha en que la escribió, 1948, se reflejaba cual espejo, con los dos últimos números invertidos del título 1984. Y el libro acababa siendo una continuación o “una nue-va perspectiva de aquel mundo de opresores y oprimidos reflejado por Orwell en su Re-

belión en la granja de 1945. Aparentemente no hay coincidencias numéricas que nos in-diquen el por qué de la elección del año 1993 para el futro diatópico de José Saramago. El propio autor declaró haber elegido 1993 por motivos puramente fonéticos, en una serie li-mitada de años futuros porque le parecía que sonaba mejor que 1991 o 1994. Pero nada nos impide ver aquí, incluso a un nivel incons-ciente, un guiño a Orwell con la inversión de los dos últimos números de 1939 y 1993, sien-do 1939 aparecería como un año crucial de la expansión planetaria de la Guerra Mundial, un año trágico para la Península Ibérica, cuando Portugal reconoció al gobierno del general Franco y firmó con España el tratado de amistad y no agresión. Sin embargo, hay diferencias macroscópicas entre la visión del mundo de un Orwell y la de un José Sarama-go. No olvidemos que “fábulas para adultos” de Orwell nacían de la desilusión causada en él y en otros intelectuales occidentales por la evolución en un sentido dictatorial y autori-tario de la revolución socialista, mientras que el núcleo de la primera inspiración de Sara-mago era su oposición al régimen de Salazar. Y que este cuño antifascista, que marca toda la obra del escritor portugués, nunca podrá ser olvidado a pesar de que Saramago, en la versión definitiva de El Año de 1993 escrita después de la caída del fascismo en Portugal, hubiera procurado imprimir a su texto una huella universalista tal vez ausente en el pri-mer proyecto. Según el testimonio del autor, el origen del libro se sitúa en el 16 de marzo de 1974, un mes antes de la Revolución de lo Claveles, la del 25 de abril, bajo la profunda frustración acaecida después de la tentativa fallida de derrocar el gobierno y cambiar el régimen, llevado a cabo por un pequeño gru-po de militares. En aquel mismo día había escrito el primero de los treinta poemas que componen el volumen. Entretanto la revolu-ción de los militares había triunfado el 25 de

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por otro lado, que él mismo, por haber nacido en un país como Portugal dentro de esa cul-tura, civilización y sociedad, no puede dejar de tener una “mentalidad cristiana en lugar de, por ejemplo, otra mentalidad cualquiera, la musulmana, budista, confucionista o tao-ísta. Leemos en el poema 22:

“E porque os antigos deuses haviam mor-rido por inúteis os homens descobriram ou-tros que sempre tinham existido encobertos pela sua não necessidade

O primeiro de todos foi a montanha por-que era ela que no seu mais alto pico susten-tava o peso do céu

................O segundo deus foi o sol porque ensinara

a redescobrir a roda embora ouvesse tribos que veneravam a lua pela mesma razão.”

En 1998 volvió otra vez, con una cierta im-paciencia, al asunto atacando sobre todo “ese orgullo satánico de decir y comportarse como si el Dios del que hablan fuese único y que no hubiera otro Dios”. Saramago explicita: Por-que en fin, suponiendo que Dios existe, todas las maneras de adorarle son equivalentes. A Dios le da igual si le representan en una cruz, como Sol o Luna o como una montaña o como un águila, o como sea.

Ello justificaría ese regreso a los cultos primitivos en una sociedad cejada, por cul-pa de los propios hombres, a los principios de la civilización. Hasta que un día, cuando los hombres hayan regresado a la horda y el universo a su mar primitivo, nuevas formas de vida empezarán a manifestarse.

Más allá de todas las interpretaciones que se han hecho en torno a la obra, es el Por-tugal del 25 de Abril lo que inspira los últi-mos versículos: un 25 de Abril visto desde la experiencia posterior, desde la perspectiva desilusionada de 1977, pero mientras tanto, y tal vez para siempre, incapaz de borrar su propia experiencia audiovisual y emocional aquella imágenes en movimiento después de

las diapositivas paradas en el tiempo de la dictadura:

“Oh este pueblo que corre por las calles y estas banderas y estos gritos y estos puños cerrados mientras las serpientes, las ratas y las arañas del conteo se pierden en el suelo.

Oh estos ojos luminosos que apagan uno a uno los fríos ojos de mercurio que fluctuaban sobre las cabezas de la gente de la ciudad.

Y ahora es necesario ir al desierto a des-truir la pirámide que los faraones hicieron construir sobre el dorso de los esclavos y con el sudor de los esclavos.

Y arrancar piedra a piedra porque faltan explosivos pero, sobre todo, porque este tra-bajo hay que hacerlo con las desnudas manos de cada uno.

Para que sea verdaderamente un trabajo nuestro y empiecen a ser posibles todas esas cosas que nadie prometió a los hombres, pero que no podían existir sin ellos.”

Es una nueva utopía que, a partir de este momento, se instala en el libro y en la vida de los portugueses desplazando la distopía del principio. Como si la historia hubiese anti-cipado la prefiguración, anulando su poder disfórico, y el libro, en su respeto a la rea-lidad histórica, acabase de manera diferen-te respecto a lo que prometía. El indicio que apuntaba a una doble inspiración a la que la obra había estado sujeta desde su núcleo ini-cial en 1974 consciente de las esperanzas que trajo el 25 de Abril, se encuentra, en los epí-grafes al principio del libro. El primero es de Fernão Lopes, cronista de “la verdad histo-riográfica”, por lo menos eso era la intención del autor, que declaraba que cualquier men-tira que, eventualmente, se encontrara en el libro, era algo muy fuera de su voluntad:

“Porque, si un hombre escribe algo que no es cierto o lo contara de forma más breve de lo que aconteció, o explicara más de lo que debe; la mentira esta muy lejos de nuestra voluntad”.

saria para los días de 1993”. Es una reflexión que ya anuncia al futuro

Saramago irónico de sus novelas, al autor de un continuo contracanto a sus propias afir-maciones con el que podemos estar de acuer-do en lo que se refiere a la figura de Dalí pero con lo que dice sobre su pintura de extraor-dinario precisión formal pese a que el propio Breton dijo preferir la pintura surrealista abstracta al figurativismo pompier de Dalí, a su kitsch voluntario, a su figurativo “a la Messonier”. Es, sin embargo, un hecho es que la opción del Dalí surrealista, del Dalí de los paisajes irreales es signo de una cultura visual muy especial que se aprecia en la só-lida transparencia de los cuadros del pintor catalán, de su luz matérica que con su auto-matismo onírico es capaz de bloquear, en el espacio, las imágenes evocadas.

La proyección espaciada de las diapositi-vas, tan diferente del continuo cinematográ-fico de las novelas, nos propone acompañar a esa ciudad enferma de la peste en la que sus habitantes fueran echados de sus casas por una orden que nadie oyó. La palabra “peste” en la ciudad de la ceguera del Ensayo surge con el mismo sentido ético del espacio poé-tico creado por Camus, la novela, en su ka-fkiana abstracción, es la más cercana, entre las obras de Saramago, a este año de 1993 que la anticipa quince años. La gran plaza en la que se reúnen los habitantes de la ciudad contaminada parece la misma donde irán a parar, todavía ciegos, los sobrevivientes del hospital-prisión del Ensayo sobre la Ceguera. En El año de 1993, la visualización directa de las escenas de inmovilidad se ve acompañada de voces anónimas que relatan, de nuevo con impasibilidad brechtiana, cosas intolerables como el gemido más largo de la historia de este mundo emitido por una mujer a quién nadie consigue callar. Aquí, el horror surrea-lista llega a su acmé para volver a arrojarnos en el hiperrealismo de las escenas con la po-

licía, los interrogatorios en tiempos del sa-lazarismo que, sufridos o relatados, habían dejado su eco inalcanzable en el alma de los portugueses. En estas escenas se acumula el enorme desespero y dolor recalcado en el li-bro. Las diapositivas metafóricas se refieren todas un mundo de vejación y de violencia. Los hombres dejaron de habitar la cuidad porque en ella solo viven los lobos. Solo en la calle de las estatuas, en la que el juego de luces y sombras provoca un movimiento de las facciones, muestra, al que lo ve desde lejos, como podían haber sido los hombres. Nuestro conocimiento del futiro de la obra de Saramago vuelve a dejarnos relacionar la simbología de El año de 1993 con el aura que envolverá la futura cuidad de los ciegos. Por otro lado, buscando imágenes sacadas de su experiencia visual, podemos relacionar esta calle de estatuas blancas con la inmovilidad surrealista de las plazas de maniquíes de un De Chirico.

Como en todos los espacios ocupados por la violencia hay escenas de flagelaciones, vio-laciones, de cuentas periódicas y vejatorias de los habitantes, de hombres que viven en la clandestinidad para huir del gran Ojo del Poder, un aleph borgesiano que en un mun-do de surrealismo portugués poblado por pequeñas realidades, pequeños animales as-querosos que se separan cual amebas en ojos individuales, vigilando a cada hombre. Y hay manifestaciones de una religiosidad pri-mitiva como los cultos de montañas o del sol que aquí, como en otros lugares, sugieren la existencia de una religiosidad intrínseca que recorre toda la obra del escritor portugués. Hombre laico, confesadamente ateo (salvan-do todo lo que el dijo sobre la imposibilidad de ser ateo ), contornea las preguntas decla-rando, por un lado, que el verdadero ateo se-ría aquel que hubiera nacido en un país, en una cultura, en una civilización, en una so-ciedad donde la palabra ateo ni existiese o,

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El segundo epígrafe pertenece a un Di-derot, analista de la esperanza y de su re-cuperación: “Mais il me semble que ta voix est moins rauque, et que tu parles plus livre-ment”.

Ambos epígrafes parecen haber sido puestos después de haber acabado el libro, cuando, habiendo relatado “según la verdad” cada acontecimiento, la esperanza renace al constatar la recuperada libertad de palabra del narrador. Como de costumbre, aquí y en otros lugares, los epígrafes tienen la función de marcar inicialmente la obra, de indicarle e indicar a sus lectores su dirección, su sen-tido. Muchos años después, Saramago pun-tualizará: “Es como si yo escribiese las no-velas para justificar, para redondear o para desarrollar aquello que contiene el epígrafe”. Por esta razón, los epígrafes son muchas ve-ces del propio autor, como lo eran los “motes propios” que encabezaban las redondillas de Camões en contraposición a los “motes aje-nos” que Genette llama allographes y que también son asumidos por el poeta como tema de sus “desenvolvimientos”. Aquí, en el El Año de 1993, los dos epígrafes iniciales eran motes ajenos pero muy significativos de los dos momentos creadores de la obra: el de la dolorosa fidelidad a la historia y el de la esperanza y de aclarar la voz.

La respuesta a nuestra pregunta inicial con la que, basándome en un libro sugesti-vo y contradictorio como es El Año de 1993 de Saramago, quería indagar cual sería, en este fin de siglo, nuestra actitud frente a las utopías y anti-utopías que marcaron tantas obras literarias en el pasado, es una nueva pregunta que se refiere también un poco a nuestro libro y que justifica clasificarlo en-tre las obras problemáticas más significati-vas del autor. El pesimismo que caracteriza a tantos intelectuales, preocupados como Sa-ramago por la ceguera de los hombres, por su retorno incesante a sus viejos errores y a sus

violencias, justifica la resemantización de un libro como El Año de 1993, imaginado en el año 1974 en medio del desespero totalita-rio portugués y acabado y publicado en 1977, después de la revolución de Abril y las espe-ranzas por ella suscitadas, marcada ya por la desilusión de los primeros años de demo-cracia ¿ justifica este pesimismo a considerar la obra solo desde la perspectiva desoladora de cómo comienza y no también desde la es-peranza del final? ¿No habrá realmente nada debajo de la sombra del mar que, de nuevo a la manera de una representación surrealista de Dalí, un niño levanta como si fuera una piel desollada.

1 Recordemos la justificación del Nóbel que reza: “que, con palabras portadoras de fantasía, de compasión e ironía, hace cada vez más comprensible una realidad siempre huidiza” y, sobretodo, la justificación de Kjell Esmark que declaró que Saramago pertenecía “a aquella categoría de escritores que parecen inventar constantemente un mundo y un estilo nuevo”.2 Carlos Reis, Diálogos com José Saramago, Lisboa, Edit. Caminho, 1998, p. 109. 3 Maria Alzira Seixo, O essencial sobre José Saramago, Lisboa, Imprensa Nacional Casa da Moeda, 1987, p. 24.4 Reis, Diálogos, cit., p. 111.5 Guimarães Rosa declaró en una aseveración, hoy famosa, que sus historias le aparecían en la calle y que él levantaba los brazos para cogerlas.6 José Saramago, L’anno mille993 (Trad. de Domenico Corradini Broussard), Pisa, ETS, 1993.6 Cit. en la nota 6. Fragmentos traducidos de la obra de Saramago publicada en italiano.7 Cita de la 2ª ed. De la obra: José Saramago, O ano de 1993, ilustrações de Graça Morais, Lisboa, Caminho, 1997.8 Carlos Reis, Diálogos, cit., p. 142.9 Ibid., p. 143.10 Fernão Lopes, Crónica de D. Fernando. 11 Gérard Genette, Seuils, Paris, Editions du Seuil, 1987, p. 140: “Epigraphes”.

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UANDO, EN EL VERANO pasado, acompañados por nuestro amigo Juan Cruz, Silvia y yo fuimos a visitarlos, a Pilar y a ti, a Lanzarote, primero pen-sé: esa isla no existe, es un espejismo, me aproxi-mo a una nave de piedra fantasmagórica anclada frente a la costa de Áfri-ca… ¿Cómo puede existir una isla que no acaba de

nacer, que aún no tuvo tiempo de hacer historia?Miramos las montañas de fuego helado que domi-nan el paisaje y recordamos que tan solo hace dos siglos que existen. Observa: nos encontramos en una isla trémula donde el fuego está enterrado pero sigue vivo, donde basta plantar un árbol a menos de un metro para que sus raíces ardan y verter un cántaro de agua en una cueva para que el líquido hierva.

Aquí vivís Pilar y tú, Saramago, y al llegar a Lanzarote me pregunté: ¿Cómo puede este escritor escribir rodeado de cordilleras debajo del mar y de arenas de un azul más intenso que el del océano y el cielo juntos? ¿Qué poderes posee Saramago para vencer con su pena, día tras día, a la naturaleza te-rrible, helada e hirviente al mismo tiempo, de esta isla que debía permanecer, quizás para siempre su-mergida formando parte del cráter del mar?

Perdóname, Saramago, pero desde entonces leo y releo tus libros imaginándome en Lanzarote e imaginándote a ti escribiéndolos todos en esa isla que te permite viajar por la vida sobre una balsa de piedra con velas de papel.

Lanzarote es el paisaje del primer día de la crea-ción.

En el primer día de la creación, Dios dijo que al principio era el Verbo y se retiró a su heredad de nubes, habiendo abierto y cerrado, instantánea-mente, con su único verbo, el libro de la creación.

Entonces llegó Saramago y dijo: Así es. Al principio fue el Verbo, pero el verbo

no es eterno, simplemente es interminable.Tal vez Dios, al decir su primera palabra, pen-

sase que decía la última. Y los poderes del mundo estuvieron de acuerdo

con Dios. Nada más que añadir. Todo está dicho, todo está legislado. Las imperfecciones del mundo son menores y podemos arreglarlas, igual que se arregla un coche o una cafetera.

Por otro lado, llegó Saramago, el novelista, y nos dijo: Nada está dicho, todo está por decir.

Cada vez que alguien dice «Todo está Dicho», significa que «No se ha dicho Nada». O que ya no se debe decir nada más. Quien calla, otorga.

José Saramago quiere unirse así a los hombres y a las mujeres que quieren decir sus palabras. Ésta es la razón de ser de su trabajo y el honor de sus no-velas: Decir la palabra anterior, la heredada. Pero también la palabra que está por llegar la deseada. Ésta es la cosecha del novelista Saramago: todo lo que ya fue dicho y lo que queda por decir.

Me refiero al arte de Reis, el Memorial del conven-to, la Historia del cerco de Lisboa, el Evangelio según Jesucristo, el Ensayo sobre la Ceguera y, finalmente, Todos los nombres, los nombres de la humanidad que no han dicho aún su última palabra.

Ricardo Reis, Saramago: Somos algo más que un único Fernando Pessoa, somos una pluralidad de seres hablantes, todos podemos ser poetas. Historia

Csaramago Em jalisco

Carlos Fuentes

I lustración de Alex Gozblau

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del cerco de Lisboa, Saramago: Basta alterar un dato para que cambie la historia. Como un jugador de ajedrez, el novelista Saramago, al mover una pieza del tablero, sacrifica el millón y medio de posibili-dades y consecuencias que hubiera acarreado un movimiento distinto. Des este modo pasa cuentas Saramago ante la verdad: multiplicando las posibi-lidades de la libertad.

El Evangelio según Jesucristo, Saramago: ¿Por qué el carpintero José no avisó a todas las madres de Israel sobre aquello que sabía: que Herodes iba a asesinar a todos los recién nacidos del reino? ¿Para salvar a Jesús, para que éste cumpliera su destino que era también, la muerte? ¿Acaso José reservaba a Jesús para morir en el Gólgota? ¿Es por eso por lo que le salva Herodes? Y los otros, todos los otros niños, ¿qué ocurre con ellos? ¿Puede elevarse la gloria de Dios o la de un gobierno sobre la miseria de tan sólo un niño muerto?

Todos los nombres, Saramago: Don José, el escri-bano de la vida y de la muerte, sabe que no puede pronunciarse el nombre de Dios sobre el silen-cio anónimo de todos los hombres. Di el nombre de Dios, Saramago, sólo para reclamar que se di-gan también todos los nombres silenciados por la crueldad de Herodes.

Es un hereje, Saramago, y hereje significa el que escoge, el que cuenta una historia diferente. Sigue

narrando, Saramago, no cuentes la historia que nos contaron, sino la historia con la que todavía soñamos. No aceptes ninguna verdad, Saramago, pide cuentas a todas las verdades. No te sometas a la civilización que nos imponen, Saramago, sigue creando una civilización a la que podamos perte-necer libremente.

Avisa a los vecinos, Saramago, escribe para dar la voz de alarma, ahí viene el asesino, el déspota, el torturador, el indiferente, el desdeñoso, el que odia a todos salvo a sí mismo, el que se encoje de hom-bros; enfréntate a ellos, Saramago, con la pasión de tus novelas, no te des por vencido, Saramago, no desistas.

Tus lectores, a pesar de ser muchos, son siem-pre pocos, pero tus lectores, a pesar de ser pocos, son siempre muchos.

Da la cara a tu isla ardiente, Saramago, y navega con ella, con tu balsa de piedra narrativa, al lado de Pilar, hasta nosotros, tus amigos aquí en Guadala-jara, donde os esperamos a los dos, con los brazos abiertos, para oír finalmente el canto de las sirenas.

Sigue escribiendo, Saramago, la interminable Odisea que vas cantando de isla en isla, de lector en lector, hasta formar el archipiélago más bonito de la Tierra, el rosario del libro que se niega a escribir la palabra Fin.

No, la isla de Saramago no acaba de nacer, la isla no tuvo tiempo de hacer historia, la isla espe-ra la próxima novela de José Saramago para seguir naciendo, para inventar la historia, para dar ojos a los ciegos y nombre a los anónimos y justicia a los oprimidos y vida a los niños.

En mi nombre y en el de Gabriel García Már-quez, tengo un inmenso placer de ofrecer al gran escritor portugués y universal José Saramago la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar.

José Saramago quiere unirse así a los hombres y a las mujeres que quieren decir sus palabras.

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presión, a semejanza de Faulkner, de ser un escri-tor tan seguro de sus recursos y del destino final, que consigue dar vida a cualquier improbabilidad, simplemente, con la embestida de sus palabras.

La locuacidad es difícil de ilustrar en una re-seña concisa, pero hay un ejemplo relativamente corto y casi paradoxal:

«La vida real siempre nos parece más parca en coincidencias que las novelas y las otras ficciones, sal-vo si admitimos que el principio de la coincidencia es el verdadero y el único regidor del mundo, y en este caso tanto debe valer para lo que se vive como para lo que se escribe, y viceversa».

Y otro más, con chiste sin efecto:«Si, como antiguamente se contaba a los niños,

para ilustración de la relación entre las pequeñas causas y los grandes efectos, una batalla se perdió porque se soltó una de las herraduras a un caballo, la trayectoria de las deducciones e inducciones que lle-varon a Tertuliano Máximo Afonso a la conclusión que acabamos de exponer, no se nos antoja más du-dosa y problemática que aquel edificante episodio de la historia de las guerras cuyo primer agente y final responsable sería, en resumidas cuentas y sin mar-gen para objeciones, la incompetencia profesional del herrero del ejército vencido».

Ambos epígrafes proceden del libro, uno es de cosecha propia mientras que el otro es una cita de Tristram Shandy de Laurence Sterne, una elocuente obra maestra protomodernista de in-trospección, cuyo desafío despreocupado a los convencionalismos de la novela realista probó ser, tras un periodo inicial de fama en Londres, más influyente en el continente europeo que en Inglaterra.

Las articulaciones tradicionales de la ficción inglesa desaparecen en una primera oteada a la prosa de Saramago, presentada en párrafos que a veces se extienden a lo largo de diversas páginas. El discurso directo no está indicado ni con guio-nes, ni siquiera con comillas; los diálogos se su-ceden separados apenas por comas y con mayús-culas al inicio de una frase, de una manera acaso menos confusa en portugués que en inglés, idio-

ma en que la frecuente palabra yo [ I ], después de coma, induce a error pues parece que se señale a un nuevo interlocutor. El lector se preguntará en qué medida el autor pretende alcanzar una ventaja de fidelidad mimética: los largos párrafos sin puntuación del hilo de la conciencia de Molly Bloom, al final de Ulysses, traslucen un punto de vista femenino fresco e integrador, los bloques macizos de escritura del austríaco Thomas Bern-hard expresan su desprecio enfurecido por el lec-tor, por Austria y por la vida en general. En el caso

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L NOVELISTA PORTU- gués Saramago, nacido en 1922, no permitió que el Premio Nobel recibi-do en 1998, le aplacase. Se inició tardíamente en la ficción, fue funcionario público hasta los cincuen-ta y pasó brevemente por el periodismo. Encontró su sentido en Memorial del convento, una novela his-tórico-barroca de realismo

mágico (editada en Portugal en 1982, cuando te-nía sesenta años; en 1987 en los Estados Unidos), y combina, en las obras de su prolífica octava dé-cada (Ensayo sobre la ceguera [1995, 1997], Todos los nombres [1997, 1999] y La caverna [2000, 2002]), premisas del universo de lo fantástico con un es-tilo distendido y desconcertantemente directo, manifestando un interés atónito y respetuoso por la vida cotidiana. Su prosa está abierta a la espe-culación filosófica y psicológica tanto cuanto a la sabiduría popular casera, y a sus vuelos rumbo a lo imposible se contrapone un apego por las ru-tinas cotidianas y demás labores que realmente son, para la mayor parte de la humanidad, el quid de la existencia. Saramago es, de un modo que no resulta extraño para los intelectuales latinos, un comunista declarado; su simpatía por los traba-jadores engrandece y consolida las experiencias intelectuales de su ficción.

Su nueva novela, El hombre duplicado, publica-do en portugués en 2002 (traducido al inglés por

Margaret Jull Costa; y publicado en los Estados Unidos por Harcourt, 25$), versa sobre los traba-jadores de cuello blanco: el héroe de 38 años osten-ta un impresionante nombre, Tertuliano Máximo Afonso, y enseña historia en una escuela secun-daria; su novia actual, María Paz, está divorcia-da y trabaja en un banco; el doble de Tertuliano, Antonio Claro, interpreta papeles secundarios en el cine bajo el seudónimo Daniel Santa-Clara; su mujer, Helena, trabaja en una agencia de viajes. Sus interacciones y confusiones, tan intrincadas como las de una comedia de enredo a la francesa, se ven escrupulosamente limitadas por los días laborables y las vacaciones, así como también la pesadilla consciente que para Tertuliano y Anto-nio representa el hecho de enfrentarse a su réplica física exacta en una convincente (aunque no iden-tificada) metrópolis de cinco millones de habitan-tes, con sus coches, con sus apartamentos, con su anonimato. La trama, llena de ramificaciones, tie-ne cierto aire de improvisación, pero se demues-tra meticulosamente concebida para conducir a un crudo desenlace. Sin embargo, la construcción ceñida fluye sobre la voz desinhibida del autor, jo-vial y volátil, que salpimienta el texto con apartes y autocorrecciones como «No fue así en realidad» o «Hay situaciones en la narración, y ésta, como se verá, es justamente una de ellas, en que cualquier manifestación paralela de ideas y de sentimientos por parte del narrador al margen de lo que están sintiendo o pensando en ese momento los perso-najes, debería estar terminantemente prohibida por las leyes del bien escribir».

Saramago tiene el don del palabreo. Da la im-

Edos son multitud

nueva novela de un veterano portuguésJohn Updike

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T r a d u c c i ó n d e H e l e n a R o m ã o

I lustración de Gonçalo Viana

Saramago tiene el don del palabreo.Da la impresión, a semejanza de Faulkner,de ser un escritortan seguro de sus recursos y del destino final,que consigue dar vida a cualquier improbabilidad,simplemente,con la embestidade sus palabras.

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de Saramago, su forma de encajar los diálogos en la narrativa de un modo casi invisible, revela una fusión entre lo que dicen de sus personajes y sus pensamientos e impresiones, que a su vez, se fun-den con la voz fluida del autor, arrogante y pose-siva, en su propio estilo, como la de un moralista victoriano.El hombre duplicado se vuelve cada vez más intere-sante a medida que la acción se traslada de la an-gustia y la perplejidad de Tertuliano ante su doble hasta su intromisión en la vida del propio dupli-cado, las represalias que éste toma y la creciente implicación de las dos mujeres, María Paz y Hele-na. Ambas mujeres, como la mayoría de las muje-res de Saramago, son sensibles, tiernas y atentas, y su presencia concede un contexto civilizado, un indicio de una posibilidad pacífica alternativa a la guerra salvaje y vengativa que va surgiendo entre los dos hombres de idéntico aspecto, con visos de un horror atávico de robo de identidad y con una creencia en el placer triunfal de seducir a la mu-jer del enemigo. La misma tragedia que reside en el desenlace subyace también en los sentimientos ultrajados de las mujeres; los hombres son menos comprensivos. Tertuliano, el profesor de historia discreto y solitario, es descrito al principio como alguien deprimido; a diferencia de El doble de Dos-toyevsky y William Wilson de Poe, El hombre dupli-cado de Saramago no implica la percepción de un duplicado en el delirio patológico del protagonista o como sugestión de la proyección exterior de un yo interior. La similitud existe realmente, incluso en las cicatrices y en las huellas dactilares de am-bos, y tienen el carácter cómico de «algo mecánico incrustado en lo viviente», como propone Henri Bergson. La clonación [cloning en inglés], que di-fiere de payasada [clowning] apenas por una letra, provoca tanto una sonrisa como un escalofrío. El duplicado de Tertuliano, al contrario que el de William Wilson, no es una voz susurrante de la conciencia; Antonio Claro es un actor secundario en películas de vídeo, un seductor costumbrista, un experto en karate, (es más fuerte que Tertulia-no, sin por ello aparentar más musculatura) es un

granuja con un arma; en resumen, un mal actor. El lector comparte con el héroe el deseo de que sea borrado. La novela, con sus elementos de farsa, no bucea tan hondamente en el vórtice abrumador de las cuestiones de la identidad cuanto podría haberse propuesto; prevalece en ella el carácter cómico y adolece del ímpetu espontáneo y la re-sonancia del Ensayo sobre la ceguera, que análo-gamente a La Peste de Camus, traza una alegoría entre el colapso de la sociedad y un miedo prima-rio. La mayoría de nosotros tememos quedarnos ciegos; ser duplicado es una preocupación relati-vamente menor.

La mente de Saramago es curiosa y está bien apertrechada, gentilmente empecinada en la in-vestigación paciente de la naturaleza humana. Para densificar el estrecho esquematismo de su enredo con tan solo cuatro personajes principa-les, el escritor reflexiona sobre los caprichos del lenguaje y sobre la dificultad de aplicar el sentido común a nuestras acciones. Posiblemente son dos aspectos del mismo problema: la irracionalidad humana. Los seres humanos son demasiado com-plejos y confusos para las palabras; «todos los dic-cionarios juntos», le dice María Paz a Tertuliano, «no contienen ni la mitad de términos que nece-sitaríamos para entendernos unos con otros». Le faltan las palabras en el momento preciso y Tertu-liano se ve envuelto en problemas. Por vergüenza o por prudencia es incapaz de revelar a María Paz la existencia de su doble y de cómo el envío a An-tonio Claro de una barba falsa sin mediar palabra provoca en el otro el proyecto de venganza: «Dios mío, qué exageración, adónde han ido a parar, di-rán las personas felices que nunca se han visto delante de una copia de sí mismas, que nunca han recibido el insolente desdén de una barba postiza dentro de una caja y sin, al menos, una nota con una palabra grata o bien humorada que ameniza-se el choque». Por otro lado, la carta que Tertulia-no forja en nombre de María Paz dirigida a una empresa productora cinematográfica proporcio-na un indicio fatal. Una conversación con su ma-dre, indiscreta y aprensiva, le lleva a pensar:

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«Las palabras son el diablo, creemos que sólo deja-mos salir de la boca las que nos convienen, y de repente aparece una que se mete por medio, no vemos de dónde surge, no era allí llamada, y, por su causa, que a veces después tenemos dificultad en localizar, el rumbo de la conversación muda bruscamente de cuadrante, pasa-mos a afirmar lo que antes negábamos, o viceversa, lo que acaba de ocurrir es el mejor de los ejemplos, no era mi intención hablarle tan pronto a mi madre de esta historia de locos».

El sentido común aparece de hecho como un personaje de esta historia de locos, una voz que surge en la cabeza de Tertuliano para quejarse de la relación entre ambos: «A ti y a mí, a tu sentido común y a ti mismo, raramente nos encontramos para hablar, sólo muy de tarde en tarde, y, si que-remos ser sinceros, pocas veces merece la pena». La personificación se vuelve menos intrusiva a medida que la novela gana cadencia, pero cerca del final, el autor declara que «con un poco de sen-tido común las cosas podrían haberse quedado

así» y atribuye los problemas humanos a un error verbal:

«La prueba de que el universo no ha sido tan bien pensado cuanto convendría está en el hecho de que el Creador haya mandado llamar Sol a la estrella que nos ilumina. Si se llamase al astro rey con el nombre de Sentido Común ya veríamos cómo andaría hoy es-clarecido el espíritu humano».Da qué pensar. En portugués “sentido común” sorprendentemente se parece mucho al inglés common sense: comum senso o bom senso. Aún así, algunas connotaciones de diverso sentido pueden perderse en la traducción. ¿El sentido común pue-de ser realmente un remedio para todo? Sabemos no solo que Tertuliano está deprimido y aburrido, sino también que, en palabras de su madre, «hay una parte de ti que duerme desde que naciste». Puede que su forma de despertar sea enfrentarse al doble de problemas; el corazón tiene razones que la razón desconoce. Para el corazón estancado cualquier interrupción es bienvenida, aun siendo dura y peligrosa; la atracción de la insensatez no puede legislarse fuera de Utopía. Proclamar el sentido común como rey de las estrellas podría significar el fin de los sacerdotes, de los magos, de los estilistas, de los publicistas y de los novelistas.

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La mente de Saramagoes curiosa y está bien apertrechada,gentilmente empecinada en la investigación paciente de la naturaleza humana.

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s un hombre ensimismado, eso ya lo sabemos todos; su literatura es quirúrgica y es poética, un cruce entre Kafka, Beckett y él mismo, porque ahora, ya para el próximo siglo –para este si-glo, para los futuros -, exis-te un estilo José Sarama-go. Ahora, además de eso, como se puede comprobar en La caverna, ha conse-guido la traductora que le va como anillo al dedo; pe-

riodista, profesional de la radio y con cultura lite-raria, surgió Pilar del Río, la traductora, como la poeta que en castellano necesitaban las palabras portuguesas del escritor que en 1998 obtuvo el Premio Nobel de Literatura y que desde 1993 vive como un habitante más de Lanzarote.Esos, digamos, son los datos. Pero en este mo-mento, sentados, al amanecer, en una cafetería del aeropuerto de Barajas, están juntos, un poco cansados a pesar del escaso descanso de la noche, Pilar del Río y José Saramago que, como sabemos, se traducen a sí mismos, también como marido y mujer. Pilar lleva el cabello más corto de lo habi-tual y tiene un aspecto todavía más juvenil, y Sa-ramago hojea un periódico de atrás para adelante; busca, con la indolencia de los que echan un vis-tazo por los periódicos haciendo tiempo mientras esperan que un avión despegue, una noticia que sea tan interesante para que esa espera se nutra del aire de las noticias sin importancia; y es, de hecho, algo que le apasiona, porque empieza qui-tándose las gafas de las manos, las coloca con mu-cha parsimonia sobre la mesa amarilla donde ha

dejado la mitad de un zumo de naranja y se pone a leer; si prestamos mucha atención, vemos que trata de saber cómo se portó el futbolista Figo la pasada noche en un partido de homenaje que el Real Madrid le dedicó.Un avión debe llevarnos a Bilbao: Saramago ya había estado allí antes, presentando la edición en euskera de la Historia del cerco de Lisboa, y allí dejó amigos y admiradores, esa gente que lo es-pera como un líder de la palabra y a quien siem-pre dice, qué hace tanta gente aquí, si yo no soy un cantante… La perspectiva del viaje a Euskadi agrada siempre a los Saramago, y allí se dirige el avión que nos llevará a todos a ese encuentro con una realidad difícil que él espera poder resolver a través del diálogo…Y cuando ya suponemos que al avión no le falta mucho para salir él guarda el periódico, todos co-gemos los abrigos y nuestro diminuto equipaje y nos dirigimos a la puerta de embarque, con la confianza de viajeros expertos, para comprobar en la misma puerta de embarque, que ya no está el avión, que nos hemos retrasado, que el avión nos ha abandonado…Después de recorrer todos los rincones del aero-puerto, encontramos otro avión que nos llevó fi-nalmente a Bilbao, para llegar allí poco antes de la conferencia de prensa que los organizadores habían preparado en la biblioteca de Bidebarrie-ta… En el avión, Saramago es el mismo: metódico y ensimismado, aprovecha los viajes para pensar y dormir, de vez en cuando su vista recae sobre los papeles o periódicos que se le aparecen, pero pre-fiere mirar a través de la ventanilla lechosa que va atravesando con la rapidez silenciosa de las nubes los caminos difíciles de este trayecto que nos lleva tan cerca y tan lejos… Viaja con poquísimo equipa-

Eun dÍa En la vida dE j. s.

Juan CruzT r a d u c c i ó n d e M a n u e l I g l e s i a s Fe r n á n d e z

I lustración de Tiago Albuquerque

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je, es también con eso un hombre quirúrgico, y de momento no tiene literalmente nada entre manos, no guarda prácticamente nada en los bolsillos, en eso se asemeja al austero Cipriano Algor de La ca-verna: lleva consigo, sin ninguna duda, la vieja y cálida intención de la palabras, ese es su equipaje y también su tesoro. Cuando el trayecto termina y Saramago se acuerda del incidente del avión per-dido, dijo semicerrando los ojos para sonreír: - ¡No se puede viajar con irresponsables!Bilbao lo recibe con su cielo lechoso más acogedor, una ciudad metida en una concavidad que es tam-bién como la mano que se está abriendo… Para la conferencia de prensa habrán venido todos los fo-tógrafos y todas las cámaras que hay en la ciudad, pues los alrededores de la biblioteca están llenos de flashes y de curiosos que lo ven llegar, alto como es, mucho más joven de la edad que tiene (le preguntan cuántos años tiene, él los proclama y le dicen siempre: «Parece mucho más joven»; es ver-dad), apoyado levemente en Pilar, ambos caminan para lo que tenga que ser, para el día siguiente, el mejor retrato del día: el matrimonio sobre los pa-ralelepípedos, altos y risueños, saludan con los ojos a la multitud de cámaras que los siguen hasta la sala matizada, rojo y madera, donde hablará a los periodistas de todo menos de su propia novela. Él mismo lo dice: para qué hablar de La caverna, si estamos en la caverna, la vida es la caverna, por todos los lados nos asaltan historias que están, como símbolos, en esta novela que es también un poema con personas…Desde lo alto de la sala lo contempla Miguel de Unamuno, el filósofo originario de Bilbao del que también existe una estatua en frente de la casa de Saramago en Lanzarote: a partir de Fuerteven-tura, cuando los días está claros, en Tías se ve la piedra blanca que conmemora el destierro de este español indignado, como Saramago… Y Sarama-go les recuerda a los periodistas, la mayor parte de ellos jóvenes, que tienen que vivir indignados; el dejaría estas palabras en su epitafio: «Aquí yace indignado fulano de tal» y justo después les dijo: «Todos nos debemos indignar con lo que está pa-

sando.»En la comida, después de cruzar los puentes ven-tosos de Bilbao, distraído por la brisa y recuperan-do el calor del silencio, el escritor se encontró con su colega Bernardo Atxaga, con Pilar del Río, los dos recordaron viejos tiempos y antiguas espe-ranzas y, como no podía faltar, hablaron de Eus-kadi. Parece que hay dos calles en el país, y en las dos se está pidiendo respeto por la vida, y en esa comida en la que la literatura y la risa no pudieron volver opaca la realidad fluctuó en el aire la liber-tad como una ansiedad cada vez más longincua.Por la noche fue la apoteosis de Saramago en el Teatro Arriaga. El escritor prepara así sus con-ferencias: después de descansar en una cama aún por deshacer (en una de esas situaciones me imagino a Ricardo Reis) baja al salón del hotel y se recuesta en una butaca amplia, no quiere barullo ni siquiera palabras, diez minutos así le bastan y, inmediatamente, se yergue sobre sus zapatos ne-gros, se pone el abrigo y les dice a sus acompañan-tes:- Todo bien.Con esa expresión en el resto llegó al Teatro Arria-ga; le esperaban 1.500 personas que lo escucharon con un respeto religioso. No había nada sobre la mesa, ni una nota en sus bolsillos vacíos. Pidió más luz, y el Teatro asumió así la dimensión de un espectáculo en sí mismo. Cuando empezó a ha-blar, ya había cautivado a toda la gente y cuando le aplaudieron de pie parecía que ya habían leído su libro.A medianoche lo vi cenar como si el tiempo no hubiese pasado. Es cierto que no aparenta tener setenta y ocho años.

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por así decirlo, lo crean, en el propio gesto informe a través del cual su exaltación o pasión adorante se manifiesta. Regresamos sin saberlo al tiempo de los profetas y de las sibilas, o siempre estuvi-mos allí, como pensaba Nathaniel Hawthorne, prediciendo, a finales del siglo pasado, el regreso de todos los antiguos dioses.

La «cuestión de Dios» es sólo la pregunta más absurda que los hombre se hacen a sí mismos, como seres que no saben de dónde vienen, dónde están, quiénes son y para dónde van exactamente. No son el sujeto de la cuestión porque o la hacen sin obtener respuesta o responden antes de pre-guntar realmente. Es por eso que no es extraño que, durante milenios, los hombres se hayan con-centrado en la idea de Dios (en la idea que se hacen de Dios), el cúmulo de todas las preguntas que se hacen a sí mismos sobre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, lo verdadero o lo falso, lo valioso o lo insignificante, lo real o lo ilusorio. Cuestiones tardías, todas, salvo la primera, la del bien y del mal, la de lo permitido y de lo prohibido, que mar-ca el surgimiento de la consciencia, la aparición de nuestro rostro humano en el espejo enigmático de la naturaleza. En la clasificación clásica de los más altos saberes era costumbre agruparlos según el orden que daba a la Lógica el primer lugar, a la Metafísica el segundo y a la Ética el tercero. Pro-bablemente no pertenecen a la misma esfera, pero son la señal de su autonomía. Sin embargo, en la esfera fundadora de lo propiamente humano, si existe la primacía, debe conferirse a la Ética. No como «ciencia del bien y del mal» de tan terrorífi-co eco, en el texto bíblico y en el texto de la aventu-ra humana, sino como Enigma inevitable e inago-table, enigma que debemos descifrar para acceder a la condición humana, pero descifrarlo por una elección que lo inventa en el acto de escoger y en sí misma permanece indescifrable.

Aparentemente, las grandiosas fábulas no-velísticas de José Saramago, que en su conjunto constituyen una saga, no giran alrededor de este enigma que tiene en el bien y en el mal, o prime-ramente en la propia cuestión de separar o de no

confundir su materia, uno con el otro. Su ficción no es, en un sentido propio, como la de Cervan-tes o de Dostoyevski, de orden ética, pero moral. Si tuviéramos en cuenta la intención de la fábula, fácilmente nos damos cuenta de que el universo de José Saramago se sitúa en la línea de nuestros grandes moralistas del siglo XVII y en una tra-dición ficcional próxima al paradigma, glorioso y vivo, en nuestra península, de la novela de ca-ballería. En la trama de sus historias, en el papel o en la misión que conferida a sus héroes (p. ej. Baltasar y Blimunda), el campo del bien y del mal no sólo está claro, sino que también constituye el campo previamente delimitado donde los actos de los personajes adquieren significado y relie-ve. Si bien los «héroes» no son siempre asuncio-nes claras y ni tampoco lineales del bien, como en el Amadís o en los westerns, el mal está fuera de ellos, un mal objetivado por y para la historia, figura de un combate social que comenzó hace mucho y no un «atributo» romántico de una in-dividualidad autónoma (el Yago de Shakespeare o el Frollo de Victor Hugo). Ese mal objetivado,

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saramago: un «tEólogo» al filo dE la navaja

Eduardo LourençoV e n c e , 2 3 d e M a i o d e 1 9 9 3

T r a d u c c i ó n d e M a n u e l I g l e s i a s y M e r i t x e l l S o r i a O r t i

ARECE QUE HA PASADO de moda la tan celebrada e ininteligible «muerte de Dios». Desde hace ya al-gún tiempo, libros y revis-tas (incluso con muchos lectores) celebran antes «el regreso de Dios». Es cierto que sin solemnidad ni júbilo. El tono es el de la curiosidad anecdótica, buena para alimentar son-deos y dar alas a la frivoli-

dad mediática de la cultura o incultura planeta-rias. Ese «regreso de Dios», que al final no se ha resignado, ni a hacerse el muerto ni a abandonar sus presumibles criaturas, no tiene nada que ver con los grandes debates como «Dios» y la «Cien-cia», por ejemplo, en el pasado siglo ocupaban la escena. O como los que en los años 30 ocupaban el imaginario occidental de Graham Greene, de Mauriac, de Bernanos, de Buñuel, de Unamuno, de José Régio, y hasta llegaron, bajo otros ropajes, hasta los tiempos del Camus del Hombre rebelde o del Sartre de El diablo y Dios. Después del eclip-se antihumanista y estructuralista, ese regreso no es tanto el de Dios y de los serios o excitantes debates que sobre este asunto, teólogos, filósofos, poetas o novelistas ilustraban, sino el universal resurgimiento de movimientos de religiosidad marginal, de creencias, de sectas, de incontesta-ble éxito y fervor, a mil leguas de la especulación o del eco ideológico, social o político del que, an-tes, «la cuestión de Dios» o su negación, eran el centro. Todo pasa como si el desinterés o el desen-canto que afectó la cuestión religiosa referente a

la existencia y al papel de un Dios transcendente, con expresión histórica e institucional que actúa, hubiera convertido nuestro mundo occidental en una nueva Alejandría donde todas las religiones y élans místicos de la antigüedad confluyeron en otra época.

Derrocada de las grandes religiones (sobre todo de la cristiana, en sus versiones católica o pro-testante), pero igualmente derrocada de las gran-des narrativas universales, de las utopías sociales de carácter soteriológico, religiones seculares que parecían substituir con éxito las referencias de tipo transcendente de los dioses muertos. Antes de que estas últimas se desmoronasen, empezó a circular con éxito la idea de que el tiempo de este doble desencanto, de lo divino y de lo humano, merecía el nombre de era del vacío. A finales del siglo pasado, los polemistas más ardientes de una Iglesia que tenía dificultades para afrontar el pre-sente, ya en plena revolución tecnológica, como hoy, se regocijaban con lo que llamaban «la banca-rrota de la Ciencia» o del Progreso. Los ideólogos de la «era del vacío» se limitan a hacer el inven-tario de las desilusiones, a trazar la topología de nuestra sociedad que, según ellos, no sólo haría la economía de todos los valores éticos, ideológicos, estéticos, religiosos, sino que viviría esa ausencia sin angustia, ni drama, como en los tiempos arcai-cos de Jaspers, de Camus, de Sartre, que podían ser los de Kafka, de Pessoa o de Beckett. Probable-mente con más verdad que en el dominio de la na-turaleza, el espacio humano no soporta «el vacío» y en su lugar lo que prolifera es la manifestación incoercible de pulsiones, de ritos y rituales que, si no pretenden propiciar ningún Dios con atributos precisos, garantía del orden natural y humano,

PNo conozco ningún autor en lengua portuguesa, que haya entrelazado tan entrañadamente a su creación la consciencia del acto en sí de la creación

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donde de una forma sensible la humanidad vive las experiencias deshumanas, o antihumanas por excelencia, de la injusticia, de la opresión, del ar-bitrio, de la prepotencia, generadoras del horror y de la crueldad, como por ejemplo la Inquisición, el poder, la sociedad o, en un sentido más amplio, la historia, como novela de la humanidad contada desde el punto de vista de sus señores. Y ya sea en ella o fuera de ella, desde el punto de vista de Dios, que ha sido siempre el punto de vista de los maes-tros de la historia.

Como la ficción de Saramago y, y en particu-lar, aquella que lo hizo famoso, se encuadra en el pasado, lejano, próximo o mítico (Memorial del convento, Historia del cerco de Lisboa, El año de la muerte de Ricardo Reis, El Evangelio según Jesucris-to), una determinada crítica la incluye dentro de la categoría de «novela histórica», de romántica me-moria, o en el círculo de un revivalismo, hoy muy común, de esa famosa corriente. La inscripción de su imaginario en el «pasado» no es un simple capricho o una característica sin significado en su ficción. Desde un principio es clasificada como «no realista», pero de una forma diferente de la de la novela histórica, para quien «el pasado» debía ser evocado como presente en el pasado. La óptica de Saramago es «inversa», el pasado es el presen-te. Incluso cuando retoma los colores de la «novela histórica», como en el Memorial, su ficción siem-pre está en un segundo grado, o de una narrativa sobre la Historia, no una ficticia resurrección de ella, como las de Walter Scott o Alexandre Hercu-lano. Su ficción nace de un propósito de rescribir una historia que ya está escrita y que, como tal, se vive o es vivida como una «verdad» de una época o de un mundo, o de la humanidad cuando es su ficción no inocente. La realidad, en el pasado o en el presente, no es nunca accesible en su opacidad o transcendencia, es ahora y siempre una narra-tiva, y es esa narrativa la que debemos revisitar, recrear para tener acceso virtual al eterno presen-te de su sentido para nosotros, el centro fuera del tiempo donde todo confluye, de donde todo reflu-ye. Sólo que ese centro no es un lugar, ni una subs-

tancia, realidad que se pueda circunscribir de una vez por todas, sino su propia invención, su sueño, en resumen, su ficción. Del mismo modo que los peces del lago Tiberíades esperan que el hombre llamado Jesús lance su red, como sólo él la podía lanzar, la realidad, la del mundo de la experiencia común o de la historia, espera que la mirada que la convierte en ficción se fije en ella para que vuel-va a suceder el milagro de una nueva pesca que nos hace más creadores.

No conozco ningún autor en lengua portugue-sa, salvo Pessoa, que haya entrelazado tan entra-ñadamente a su creación la consciencia del acto en sí de la creación, la cuestión de su ser y de su senti-do. Como acompañamiento de la mano izquierda, toda su ficción se envuelve en el eco musical que la prolonga como si la precediese, integrando en sí misma los hechos del milagro en el que consiste. Así que no se puede decir nada sobre «los fines» que están ya visibles en esa ficción, o que de forma invisible la dirigen, que no sean glosa de la glosa permanente con la que José Saramago acompaña una narración que es al mismo tiempo una histo-ria y un canto. El fin de su ficción, el fin de toda la ficción, es volar, elevarse sobrevolando no los cielos existentes ni las realidades mágicas, sino despegar de su propia realidad humana, pasada, obscura, opaca, para ver mejor, o de otra mane-ra, la luz que oculta, la claridad original de cada ser humano ofuscada por el peso del mundo, que puede ser a penas el de nuestras propias sombras. De esa poética, que es el eco actual de la poesía que habita en todos, se puede encontrar en el Memo-rial la expresión ficcional, pero también la artesa-nal, esa que se configura en el arte de Scarlatti y en el de Bartolomeu Lourenço. Dos caras del mismo milagro de creación, una, como la de la música, como si no necesitase creador, y la otra, nuestro verbo terrestre, que como la música y otros casos, tendrá el don de restituirnos nuestra condición natural de seres destinados a volar, es decir, de es-capar del tiempo y de la muerte. Como la gaviota que observa Bartolomeu Lourenço y de repente le recuerda a su natural condición divina, la divina

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condición de todo. «Desgarrada de sus hermanas, una gaviota se quedó parada sobre el arelo del te-jado, la sustentaba el viento que soplaba de tierra, y el cura murmuró, Bendita seas, ave, y en su co-razón se encontró hecho de la misma carne y de la misma sangre, sintió un escalofrío, como les es-tuvieran naciendo plumas de la espalda, y, al des-aparecer la gaviota, se vio perdido en un desier-to, En ese caso Pilatos sería igual que Jesús, esto pensó de repente y regresó al mundo, transido por sentirse desnudo, desollado como hubiera dejado la piel dentro del vientre de su madre, y entonces dijo en voz alta, Dios es uno.»

No es casualidad que los paisajes del Memo-rial que mejor explicitan la poética de Saramago surjan a propósito del sermón que Bartolomeu Lourenço debe pronunciar sobre el tema «Et ego in illo», y «yo en él», que es la fórmula con la que se resume la presencia de Dios en nosotros, pero que vertiginosamente se convierte en la que más nos perturba de «nosotros en Dios» y por fin, en el sacrílego pensamiento de la dependencia de Dios del hombre. La obscuridad o la perplejidad que son inherentes a la relación entre Dios y el Hom-bre, el equívoco o el sacrilegio que inducen, tienen su traducción en la forma, en el discurso y de una modo más latente en la poética ficcional que se funde en ellas o que emana de ellas. Bartolomeu Lourenço (y Saramago en él) saben que se encuen-tran del vértice, donde las aguas se confunden y dividen. La clara visión de ese lazo obscuro entre Dios y el Home condiciona de ahí en adelante su ficción, y es tal la naturaleza de esa intuición que el propio texto sale de su ritmo, conoce una ace-leración o nos atropella como si la voz narradora tartamudease delante de la revelación de las re-velaciones, la de nuestra increíble identidad con Dios.

«Decía las palabras que había escrito, y otras que de improviso le venían ahora a la mente, y éstas negaban a aquéllas, o las ponían en duda, o hacían que expresaran sentidos diferentes, Et ego in illo, sí, y yo estoy en él, yo Dios, en el hombre, en mí, que soy hombre, estás tú, que eres Dios, Dios

cabe dentro del hombre, pero cómo puede Dios caber en el hombre si es inmenso Dios y el hombre tan pequeña parte de sus criaturas, la respuesta es que queda Dios en el hombre por el sacramento, claro está, clarísimo, pero, quedando en el hom-bre por el sacramento, es preciso que el hombre lo tome, y así Dios no queda en el hombre cuando quiere, sino cuando el hombre lo desea tomar, de lo que se deduce que de algún modo el Creador se hizo criatura del hombre, ah, pero entonces gran-de fue la injusticia que se cometió contra Adán, dentro de quien no moró Dios porque aún no ha-bía sacramento, y Adán bien podrá argüir contra Dios que, por un solo pecado, le prohibió para siempre el árbol de la Vida y le cerró para siem-pre las puertas del paraíso, al paso que los descen-dientes del mismo Adán, con tantos y más terri-bles pecados, tienen a Dios en sí y comen del árbol de la Vida sin ninguna duda o impedimento, si a Adán castigaron por querer ser semejante a Dios, como tienen ahora los hombres a Dios dentro de sí y no son castigados, o no lo quieren recibir y castigados no son, que tener y no querer tener a Dios dentro de sí es el mismo absurdo, la misma imposibilidad, y, sin embargo, Et ego in illo, Dios está en mí, o en mí no está Dios, cómo podré en-contrarme en esta selva de sí y no, de no que es sí, del sí que es no, afinidades contrarias, contrarie-dades afines, cómo atravesaré a salvo sobre el filo de la navaja.»

En el Memorial, fue bajo la máscara del Volador cuando José Saramago se atrevió a confrontarse con los dominios, conociendo el riesgo existente, de incierto dibujo, entre cielo y tierra. Será por cuenta propia y diputando a Dios la solución más misteriosa del Mal en el mundo y en la historia en la figuración del Redentor que, en el Evangelio se-gún Jesús Cristo, se colocará y a su ficción en el filo de la navaja que no será tan sólo metafórico. Todo ese texto vive del abismo que separa y une la san-gre de la tinta que se baña en él. No existe mayor riesgo para la ficción.

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contar as palavras pelos dedos e encontrar

uma vida cheia.

Los trabajadores de la Fundação José Saramago

I lustración de João Maio Pinto

90 AÑOS90 pALABRAS

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que pasar para sustentar la clase dominante, etc.. João Mau-Tempo es el personaje que nos acompaña la trayectoria de un niño que el sistema transforma en hombre desde la tierna edad y, sufriendo todas las miserias en nombre del capital latifundista acaba culminando en un hombre, cuya infancia robada sigue siendo su empeño hasta el fin de los días. Por João Mau-Tempo (re)conocemos la historia del pueblo y la negación de los derechos de tantos Joãos del mundo, cuya suerte está en el Mau-Tempo heredado del nombre (y de la estructura social basada en el capital). Un fragmento y una recomendación de lectura:«João Mau-Tempo no tiene cuerpo de héroe. Es un esmirriado de diez años retacos, un chiquillo que todavía mira los árboles más como sostén de nidos que como productores de corcho, bollota o aceituna. Es una injusticia que se le obligue a levantarse siendo aún noche cerrada, andar medio dormido y con el estómago flojo el poco o el mucho camino que lo separa del lugar de trabajo, y después todo el día, hasta la puesta de sol, para regresar a casa otra vez de noche, muerto de fatiga, se esto es todavía fatiga, si no es ya trance de muerte. Pero este niño, palabra sólo por comodidad usada, porque en el latifundio no se ordenan a la gente de modo que se preserve y respete tal categoría, todo son vivos y basta, que a los muertos es sólo enterrarlos, no es posible hacer trabajar a los muertos, este niño es apenas uno entre miles, todos iguales, todos sufridores, todos ignorantes del mal que hicieron para merecer tal castigo»Merilin BaldanPedagoga, Doutoranda em Educação, (UFSCar), Brasil

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Todos os nomesA sua satisfação foi tal que, ato contínuo, sem perder tempo a pesar os prós e os contras, procurou o nome do pai da mulher desconhecida, e esse, sim, estava. Todos os Nomes José Saramago visitou doente o Memorial que há na Costanera, aqui em Buenos Aires, em homenagem aos filhos desaparecidos na última ditadura militar argentina. Levantou-se da cadeira de rodas e acariciou os nomes. Esses nomes que são pessoas assassinadas, que deram a vida na defesa dos seus ideais, os de viver em liberdade e harmonia. E penso nas Avós da Praça de Maio, que naquela tarde também estavam com ele e como, dia a dia, acariciam os seus netos encontrados – 107 até à data, dos mais de 500 bebés roubados. Penso na sua felicidade, e na de todos nós, vendo essa carícia, esse abraço no seu último dia na Argentina. 90 anos cumprirá José. 35 anos cumprem as avós de tanto existir. Nicolás Gil Lavedra Realizador do filme Verdades Verdadeiras, a Vida de Estela, Buenos Aires

8Montaña“Ayer subí a Montaña Blanca”, dice en Cuadernos de Lanzarote y luego lo recoge el filme “José y Pilar”. La vida de José Saramago fue una continua ascensión. Se hizo a sí mismo y nos demostró que todos podemos si ponemos nuestro empeño en avanzar siempre. Saramago coronó la montaña, los demás, con él, subimos peldaños. Para conocer, analizar, para tratar de culminar el proceso de humanización que no conseguimos concluir como especie. Algunos lo consiguen. La montaña de Lanzarote, que es el mundo, da fe de ello.

Amalia FernandezProfessora do Ensino Básico, Sevilha

9RecomenzarEncontrar en Saramago un recanto de paz. Un lugar donde, poco a poco, la calma me invade. Dejo aquí registro, de entre tantas obras leídas, del momento en que leí La caverna. Aunque las razones son lo menos importantes, es verdad que en aquel tiempo el caos me tenía tomada el alma. Fue entonces, a través de los momentos vividos con Cipriano Algor, alfarero de profesión, cuando conseguí rehacerme. Recomenzar. Alexandra de Oliveira Faria Brasil

10MiradaTu mirada, siempre crítica, generosa, inteligente, ha iluminado, sigue iluminando muchas veces mi territorio. Ahora ya sabemos con certeza aquello que tú intuiste, que la crisis no era económica, ni política –o quizá lo fuera, quizá lo sea, pero eso no es lo verdaderamente importante- que la crisis es ética, es moral.Ahora, querido José, busco en tus libros la mirada que me permita entender, tomar partido. Busco palabras como “Orce” y encuentro esperanza. Busco palabras como “ceguera” y encuentro desasosiego. Busco palabras como “abuelo” y encuentro emociones… y en todas ellas encuentro razones para seguir luchando. Busco palabras y te encuentro, y sé que no vamos a olvidar.Teresa Gómez

1BlimundaLa primera palabra elegida es BLIMUNDA, nombre de mujer, protagonista de Memorial del convento, que recibió a Baltasar en su cuerpo cuando ambos vivieron su amor y, también, cuando la Inquisición lo mató. Entonces Blimunda dijo “Ven” a la voluntad de Baltasar y su espíritu “no subió a las estrellas porque a la tierra pertenecía y a Blimunda”. Hoy Blimunda, con todo lo que alberga de sabiduría y generosidad, nos pertenece a los lectores. Blimunda es la primera palabra para festejar a José Saramago en esta iniciativa que surgió en agosto, cuando faltaban noventa días para su cumpleaños. Decidimos que ningún ramo de flores sería más bello y más perenne que un ramo de palabras elegidas por lectores del mundo y publicadas día a día en “la página infinita de la red”. Arrancó así un proyecto que ahora acaba en sus manos, querido lector, querido amigo de José Saramago, querido amigo. Con palabras felicitamos a José Saramago en su aniversario, con ellas tratamos de seguir viviendo, poniendo en el mundo la armonía y la sensatez que de él aprendimos. Y de Blimunda.A Fundação

2ResponsabilidadSaramago escreveu com a responsabilidade do intelectual e com a desilusão do cidadão. A sua obra é uma reflexão sobre a responsabilidade: a do Deus da Bíblia, no Evangelho segundo Jesus Cristo, ou em Caim, a de José, não avisando os

pais, a dos que vendo não veem até ao ponto de construir um mundo de cegos. Saramago, o homem da responsabilidade.María SánchezProfessora, Sevilha

3InterrumpirSaramago escribió para interrumpir: para interrumpir un tiempo, una forma de tratar a los seres humanos, un modo de ver (y no de mirar) al semejante, un paradigma. Interrumpir, en Saramago, es sinónimo de desasosegar, de provocar la reflexión, de inquietar, de conducir a la acción. Interrumpir contenidos vacíos y formas canonizadas. Interrumpir suspendiendo un tiempo para extraer de él lecciones. Interrumpir e interrogar, interrogar siempre, haciendo de la vida un recorrido pleno de interrogantes, porque solo quien se cuestiona tiene la posibilidad de aportar algo nuevo, verdaderamente original. Algo que, en definitiva, perdure y nos suscite otras reflexiones.

Maria de Fátima Faria RoquePortugal

4Lucidez Esta es la palabra que me hace recordar a Saramago. Es esta lucidez la que nos (me) hace falta, en contrapunto a un poder que no nos deja ver, que hace todo lo que sea preciso para mantenernos en esta ceguera.Ana Maria Figueiredo RibeiroTécnica de Recursos Humanos, Lisboa

5CasaLos libros que nos dejó son casas con las ventanas abiertas por las que lanzó al mundo las historias que eran más necesarias. Podemos quedarnos en ellas, ir a sus jardines, recorrer los caminos que nos conducen de vuelta. Casas tan diferentes, sea el barco y la mujer de la limpieza del hombre que quería un barco, sea la Lisboa del revisor Raimundo Silva o la que el perro Encontrado encontró a Cipriano y Marta - y esa casa donde vivió permanece y atrae, porque “mirarse era la casa de ambos” dice de Baltasar y Blimunda. Saramago nos queda como una casa donde habita la lengua portuguesa en restauración cara a un mundo que necesita concierto.Tiago AiresPortugal

6João Mau-TempoJoão Mau-Tempo es el nombre de un personaje de la novela “Levantado del suelo” de José Saramago, publicado en la década de 1980 y aclamado con varios premios. Esta obra impecable de Saramago nos permite observar, a través de João Mau-Tempo, todas las contradicciones del sistema social desde el latifundio (monárquico y republicano), la lucha de clase de los trabajadores rurales, la vigilancia sobre el trabajo y la violencia que impiden alguna reivindicación, la competividad entre los trabajadores para la producción del señor de la tierra, las miserias que el pueblo tiene

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musgo tapará a su tiempo, cuando el tiempo se separe del tiempo y estos nuestros corazones, de nada y entonces, escucha.Leonardo B.Portugal

18Ciego«Pienso que no cegamos, pienso que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven» – Fragmento del libro Ensayo sobre la ceguera. Nunca esta definición ha sido tan verdad como hoy...Susana GodinhoHarvard University, EUA

19Caos«El caos es un orden por descifrar.»Emergir en el caos para encontrar no el orden, sino una nueva manera de mirarse a uno mismo y al otro, no solo al próximo sino también al más distante. Ignorar espejos para encontrar nuevos horizontes en un mundo limitado. Comprender la grandiosidad de todo y reparar y, de poder, ver. Para encontrarnos en las palabras, subvirtiendo la puntuación, contener el ego. Encontrar belleza en la respiración del otro, en la pulsión del autor. Déa Paulino Bailarina, Itapetininga, São Paulo, Brasil

20MirarPorque Saramago presenta una mueva mirada, viendo lo que los otros no ven, como Blimunda; porque

esa nueva mirada preside todas las narrativas, la que anunció, en uno de los volúmenes de Cuadernos de Lanzarote cuando evoca el momento de su infancia en que sube al gallinero del Teatro San Carlos y ve la parte de atrás de la corona que remata el palco real, y enuncia lo que llamó «el punto de vista del gallinero»; porque el epígrafe de Ensayo sobre la ceguera es «Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara.»; porque uno de los enunciados proverbiales más hermosos, según mi opinión, y que mejor ilustra su singular cosmovisión es «el mundo de cada uno es los ojos que tiene», citado en Memorial del convento y en La balsa de piedra; finalmente, porque sus palabras nos enseñan a mirar.Helena Vaz DuarteProfessora de Português na Escola Secundária Dr. Mário Sacramento, Aveiro, Autora de Provérbios segundo José Saramago

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21AutenticidadSiempre he pensado que en sus libros contenían una autenticidad, una verdad que también existía en el hombre José Saramago.Fabiana FeitosaProfessora e doutoranda, Vitória-Es, Brasil

22AlimentarTuve la oportunidad de ver a Saramago en Belo Horizonte, en una muy concurrida conferencia en el Gran Teatro del Palacio de las Artes, tras el Premio. Exhausto tras una maratón de viajes, entrevistas, coloquios demandados al Nobel, Saramago contó su periplo para explicar el cansancio antes de

comenzar la conferencia propiamente dicha. Pero enseguida se corrigió , diciendo algo más o menos (no fui capaz de tomar notas) así: Del mismo modo que el verbo resucitó al tercer día, la palabra revitaliza. Y de tal manera que, en aquel momento, al comenzar a hablar, ya teníamos delante un hombre menos cansado. Alimentarse de la palabra me pareció una de las más bellas expresiones de amor al oficio de escribir.Ana Paola AmorimJornalista, Professora de Jornalismo na UFMGBelo Horizonte, Brasil

23CercoEl amor es el final del cerco, escribió José Saramago en Historia del cerco de Lisboa. Raimundo Silva y María Sara abandonaron sus defensas cuando descubrieron que el amor les fortalecía a la vez que les humanizaba. Lástima que los verdugos del 11 de septiembre en Chile y Nueva York nunca leyeran a José Saramago y apostaran por la ira y el odio. Se equivocaron, pero mientras tanto dejaron el camino lleno de víctimas. Ellos también se cuentan en ese inventario, aunque no lo sepan y a los demás nos produzca náusea reconocerlo. Este 11 de septiembre, hoy, quedémonos con el final del cerco que espléndidamente narró José Saramago.Virginia GarcíaProfessora de Literatura, Madrid

24Hilo de AriadneEl Filo de Ariadne del don José de Todos los nombres es el que

Poeta. Professora, Granada

11PiedraHe visto nacer flores cada vez que leía una de sus palabras. Existen seres humanos así,como milagros de la naturaleza.Ana Cid

12OlivoVida pensada, tenaz hacia la luz y miles de hojas que hablan, se acarician, bailan, respiran la alegría fresca, verde y despierta. El árbol de la sabiduría, el que cobija a José Saramago en Lisboa y da sombra a su casa en Lanzarote.Amparo Perdomo FeoPeriodista, Lanzarote

13Dilatar«Escribir es hacer retroceder a la muerte; dilatar el espacio de la vida”, dijo Saramago, que ya no podrá estar presente físicamente en las manifestaciones, marchas, actos públicos, sesiones de lecturas o de presentaciones de libros, pero él resurge -o permanece, porque nunca ha partido de hecho- en cada acto de justicia y democracia, en cada lectura y en cada lector o lectora. Si no queremos hablar de presencias espirituales, hablemos , al menos, de memorias afectivas.Thiago FonsecaFortaleza-CE , Brasil

14NoEl «no» escrito por Raimundo Silva en Historia del cerco de Lisboa y que el escritor colocó frente a tantos modelos condenados en el fracasado proyecto de humanización: no a la opresión, no a la miseria, no al poder de la ideología castradora, no al silencio del cuerpo, No.Pedro FernandesProfessor de Literatura Portuguesa, Brasil

15LevantarLevantado del suelo es una novela que traza el recorrido de un aprendizaje. A lo largo de la narrativa los campesinos, que vivían en silencio y oprimidos, conquistan voz. Fueron aprendiendo a través de mucho sacrificio que, juntos, tenían fuerza para definitivamente levantarse del suelo. «Lo que nos salva es que siendo el hablar mucho, muchas son las voces, y de la unión se levanta una, no es un simple modo de decir, es verdad, hay voces que se ponen de pie (...)» (Levantado del suelo) y más todavía «(...) hasta del suelo se puede levantar un libro» (Saramago en sus palabras).Eula Carvalho PinheiroProfessora Universitária, Brasil, Autora de José Saramago – Tudo, Provavelmente, São Ficções; Mas a Literatura É Vida

16BarboDe la fuerza de la libertad nace el sentido de la palabra memoria.Andreia Brites

Mediadora de leitura

17Escuchapoya tu oído en este puñado de tierra húmeda que te traigo de un país distante, a este grano de tierra, a este fragmento de alma como si fuera la gota menos saliente de tu calle. Recoge tu espíritu en este pedazo de barro de los barros como si fuera el embrión que construyó el mundo, la muestra que el filósofo improbable tomó entre entre las manos, sabiendo que de ahí sería posible construir esta tierra de sangres y sudores en solo seis días, y del barro al espíritu, de las cenizas al alma, en la tierra donde descansó, escucha apoya suavemente en mis manos tus ojos, repara, escucha como gimen los dolores de los vivos, os murmullos seremos de quien bajó a lo profundo de las aguas placentas para ahí depositar su sangre, su cuerpo dolorido de los días ahora descansando en la inmensidad del silencio. Y de los pasos que se oyen pisando la tierra que no nos pertenece, de las lágrimas que caen suavemente como recados de clemencia, del perdón a quien parió el mundo, no sin mucho de los dolores hechos suyos, escucha escucha este lugar donde las palabras no tienen sombras, el tiempo no separa ni significa nada, donde el tiempo no planea, no se mueve, no se entrega, donde el tiempo no significa nada. Es solo un grano de tierra, una gota de agua, una brizna de aire, un castillo de memorias, una montaña que se separó del tiempo, una gruta honda como el mundo donde se guardan los archivos que se empeñan en permanecer prisioneros del pasado, aquí y allí una sonrisa, guardadas en las toscas tablas donde se guardan lo que quedará de tu, de mi cuerpo, guardados en esta tierra húmeda que pertenece a un país distante, a un plano sin punto de fuga, a una pizarra que el manto verde del

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Juan José CuadradoDiseñador virtual, Lisboa

30DesasosiegoJosé Saramago dije: «Yo no escribo para agradar, tampoco escribo para desagradar. Yo escribo para desasosegar. In título que me hubiera gustado haber inventado ya lo inventó Fernando Pessoa -El libro del desasosiego. Pues a mí me gustaría que todos mis libros fuesen considerados libros para el desasosiego.»Yo siempre insisto con esa palabra porque considero que, a pesar de todas mis lecturas previas (muchísimas porque descubrí a Saramago a los 40 años) fue Saramago el escritor que me desasosegó.Graciela CastañedaProfessora universitária, Córdoba, Argentina

31NavegadorEl navegador de La balsa de piedra llega a la ciudad y no la encuentra. Ha sido destruída. Todos somos navegadores. ¿En qué puerto podremos abrigarnos en estos tiempos y, sobre todo, quién conoce el camino?António TábuasArquiteto de Interiores, Toronto

32AndalucíaLa tierra más alegre de la gente más triste. La tierra más rica de la gente más pobre. Tierra del sur que mira a todos los sures. Tierra inclusiva donde

no hay extranjeros. Andalucía no es la tierra de Saramago, pero ya es tierra suya.Amaranta CanoBióloga e compiladora das músicas de Carlos Cano, Granada

33TiempoSaramago siempre ha sido un intelectual vinculado a los acontecimientos de su tiempo. Antes de su revelación como novelista, sus crónicas lo destacaron y contribuyeron para que así fuera reconocido. En toda su trayectoria como cronista y, por consiguiente, como intelectual que participaba en la construcción de la historia, el perfil político daba énfasis al hombre de opinión y sensibilidad que era Saramago. Como cronista, João Marques Lopes (autor de una biografía de José Saramago) dice que “mostraba una intervención cívica audaz en pro de la transformación política, social y económica de Portugal”. Los acontecimientos diarios, nacionales e internacionales, adquirían nueva dimensión bajo la mirada del cronista, identificado con la vida pública y con el tiempo presente.Quênia Regina SantosProfessora, Mestre em literatura luso-africana pela Universidade Federal do Rio Grande do Sul – UFRGSTítulo da dissertação: «Sob o olhar do cronista: presságios e sentenças de Saramago», Porto Alegre, Brasil

34AprenderDecían, en El evangelio según Jesucristo, de José Saramago, estas palabras de amor los amantes Jesús y María Magdalena: “No sé qué

puedo enseñarte, a no ser lo que de ti he aprendido, Enséñame también eso, para saber cómo es aprenderlo de ti.” Aprender el uno del otro, con naturalidad y sin imponer nada, tal vez eso sea una forma de amar superior, de cruzar la vida en compañía. José Saramago también dio esa lección, lo difícil es aprenderla y realizarla en la propia experiencia.Carmen GómezProfessora aposentada, Barcelona

35Olivo versus SaramagoLlega de las insondables memorias del tiempo, respira en el Alentejo. la raíz se agarra tenazmente al alma de la tierra que le acoge. Nacidas del tronco, frágiles ramas se balancean con el viento transformándose en brazos que abrazan lo lejano y empecinadamente van soportando tempestades y dando voz a los sueños.Sencillo, discreto, entero. De sus frutos brotan alimentos y luz. Así es José Saramago!Así son sus palabras! Cidália Fernandes Autora de Chamo-me José Saramago e de Páginas de Saramago

36«Mi mujer» Cuando José decía estas dos palabras resumía en un instante el deseo de un amor infinito.Marta CarrascoJornalista, historiadora e crítica de dança, Sevilha

nos conduce por las palabras de Saramago. Las que nos hacen falta, las que nos gustaría oír en los días de hoy, con su lúcida y desasosegante sabiduría para rescatarnos de la oscuridad.Sónia Marujo Lopes Médica , Porto

25AusenciaDentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos, dice Saramago en Ensayo sobre la ceguera. Somos lo que no decimos que somos. Y de nosotros al final sólo queda la ausencia. Esa ausencia que es el peso abrumador de la nada. La ausencia es la prueba de que lo invisible es más fuerte que lo visible. No vemos la gravedad: caemos. No vemos el amor: pesa la ausencia.Eugenia RicoEscritora, Madrid

26EstarSinónimo de ser, respirar, amar, vivir, renacer, aprender, levantar. Renacen las mujeres que se bañan con las gotas de lluvia, estando. Aprende el hombre de Orce el amor con la mujer que teje un largo hilo azul. Permanece viva toda la especie humana al día siguiente a la noche en que la muerte consuma su humana pasión. Ama infinitamente la mujer que recibe la voluntad del hombre que a ella y a la tierra pertenecían. Se levanta un pueblo humillado en tierras más allá del Tajo. Respira el heterónimo el aire de su patria en el año de su muerte. Estar en todas las palabras de todos

los libros de José Saramago es ser. Es pulsar claridad y desasosiego. Es permanecer, aun ya no estando.Margarida Rodrigues Martins Almeida Pessanha Tradutora, Lisboa

27DisentirEs una palabra poco común, pero José Saramago la buscó para distinguir uno de los derechos que no están consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Disentir, del latín, significa “tener una opinión diferente”, dice el diccionario. Un derecho que reclamó y que, de forma coherente, siempre ejerció. Tal como otro derecho olvidado: el derecho a la herejía.Helena Matos Dias Professora Desempregada, Coimbra

28MuerteEn su fabulosa novela Las Intermitências de la Muerte, José Saramago establece una lucha entre el protagonista, un músico, y la muerte, que para derrotarlo y hacerlo desaparecer viste su figura de mujer. Y ahí se equivoca, porque en el duelo que entre ambos se produce acaban enamorándose y hacen el amor como el hombre y la mujer que eran y «al día siguiente no murió nadie». Lástima que este final magnífico, que podría entenderse lleno de esperanza, esté previamente desarrollado en la novela y, por lo tanto, sepamos que no es bueno: tenemos que morir porque la eterna existencia sería insoportable. Ni los individuos, la sociedad, los países o las iglesias

aguantarían un mundo que envejece y no termina. Sabio Saramago, que con sus parábolas llenas de compasión, como dijo la Academia Nobel, siempre apunta bien y nos describe tan certeramente.María del Mar IbáñezProfessora, leitora de José Saramago, Madrid

29Plutocracía DEMOCRACÍA«Vivimos en una plutocracia: un gobierno de los ricos, cuando éstos, proporcionalmente al lugar que ocupan en sociedad, deberían estar representados por una minoría en el poder. No hay actualmente ningún país del mundo que viva verdaderamente en democracia, y éste es el debate que nos debemos, el que tenemos la obligación de imponer. La injusticia social es como una nueva capa atmosférica que envuelve al planeta entero. ¿Creemos que participamos del destino de nuestros países porque votamos a determinados funcionarios gubernamentales o municipales? Son las multinacionales las que en este mundo globalizado ejercen el auténtico poder, y devoran en su vientre los derechos humanos y las democracias como el gato devora al ratón. Son ellas las que determinan nuestras vidas. Son los intereses económicos los que dirigen las acciones de los gobiernos, de todos los gobiernos del mundo. Nos han convencido de que esta vida es la única posible, cuando no debería ser así: vivimos en un mundo atroz, pero que no es el único posible. Iniciar el largo recorrido que apunte a esa mejoría, es nuestra responsabilidad.» Estoy totalmente de acuerdo con estas palabras de Saramago, lo firmo todo.

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Las ballenas me recuerdan a José Saramago. Está en la naturaleza de esos mamíferos que, aunque planeando en acuosos cielos, necesiten de vez en cuando respirar nuestras atmósferas en busca del precioso oxígeno. Así soy también: aunque me sumerja en otras escrituras son las palabras de José Saramago las que más falta me hacen, las que me llenan los pulmones del urgente oxígeno. Razón por la cual lo releo, incansablemente lo releo.Carlos RochaBanda desenhista, Olhão

45ChiapasEs el nombre de una guerra que apenas sale en los mapas, donde los hombres del color de la tierra son asesinados por los hombres del color del dinero. Fue en Acteal, también en Oventic, donde las lágrimas de Saramago se confundían con las lágrimas del indio que ya sabe desde que nace que su vida vale muy poco. No había duda alguna y así lo dejó escrito: “Nunca ha sido tan fácil escoger entre lo justo y lo injusto.” Fui testigo de la escena, contarlo es mi obligación ahora que José Saramago, y lo que su nombre significa, se reafirma en los 90 años..A. Sánchez Antropólogo, Granada

46LuzSaramago baña con luz todos los extremos de la naturaleza humana. En Ensayo sobre la ceguera nos hace temerla, por ser sinónimo de la ceguera que nos lleva hacia el

salvajismo y la crueldad. pero a mí, ahora, me hace querer buscarla. Porque también nos ha enseñado la bondad, el amor y la esperanza que arroja sobre las personas.Por qué nos hemos quedado ciegos, No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón, Quieres que te diga lo que estoy pensando, Dime, Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos, viendo, no ven.Alexandra Orgaz CamachoLab. Conducta Animal y Neurociencia, Universidade de Sevilha

47Derrota«La derrota tiene algo de positivo, nunca es definitiva» (El viaje del elefante)Esperanza es lo que salen de las palabras de Saramago puestas en boca del cornaca. Ante los fracasos, las decepciones... que a veces son dolorosas, no debemos cruzarnos de brazos, pues es posible remontar, se pueden presentar nuevas oportunidades.Tere Perera BritoLanzarote

48(In)QuietaciónSaramago desasosiega y calma. Leer sus libros es levantar los ojos y cuestionar el mundo. Es confrontar las insulsas certezas y en ese desequilibrio reconstruir las posibilidades infinitas de ser y actuar generosamente. Leer sus libros es decidir que, como dijo en 1998, ante las miserias del mundo y la constatación de que no está en nuestras manos resolverlas, incluso

así «tenemos que comportarnos como si fuera posible».Siento mucho la falta de su voz (in)quietante.Aurora CerqueiraProfessora, Aveiro

49MujerConocidas son las mujeres de Saramago. Yo ahora quiero recordar a Eva, la primera de todas las mujeres y la primera víctima de los celos y el afán de posesión. Cuando Eva, ya expulsada junto con Adán del jardín del eden, consigue que el querubín, guarda angélico encargado de tenerlos apartados, les diera comida y consejos, en vez de la merecida gratitud de Adán se encuentra con un: «Le diste algo a cambio». Y según Saramago, en Caim, «se cree que fue en este día cuando comenzó la guerra de los sexos». Y de los celos.Carmen S. FernándezDona de casa, Granada

50AlasEncontré en la lectura de Saramago un alimento para el alma que siempre había buscado, un relleno para el vacío que tantas veces invade la existencia humana. Cuando leí Todos los nombres fue amor a primera vista. Las evidencias laberínticas de ahí son alucinantes, cada disposición de los objetos es descrita de manera tan peculiar que nos remite al mundo saramaguiano inconscientemente hasta el punto de sentir recelo e inquietud a la vez que D. José. El laberinto simboliza la vida, la búsqueda incesante de la mujer desconocida que realiza el personaje

37PortugalPorque vi Portugal con otros ojos desde que leí a José Saramago. María Antonia Benitez AguilarReformada, Madrid – Cádiz

38ClaraboyaConservando la tradición de la palabra escrita que permite eternizar los hechos y generar diálogos profundos con los otros y con uno mismo, Saramago cree en el poder de la palabra y siendo un eterno luchador social desafía a la monotonía en Claraboya. La cual, siendo la segunda novela que escribe, años después se convierte en «libro perdido y allado en el tiempo», así descrito. En éste libro el autor invita al lector a reflexionar sobre lo que pasa en su vida, diciendo: «todos llevamos al cuello el yugo de la monotonía, todos esperamos algo, el diablo sabrá qué... Sí, todos esperamos.»Así es como José Saramago nos deja un legado que lo hace presente cada vez que lo nombramos o cada vez que lo leemos.María OliveraEstudante e leitora de Saramago, México, D.F.

39IslaJosé Saramago llegó a la isla de los volcanes para pasar en familia unas fiestas de fin de año. La ilusión del aislamiento motivó su definitiva residencia en 1993. Decía Saramago:

«Vivir en Lanzarote es, al fin y al cabo, vivir en un barrio de la gran isla que es el pequeño mundo en el que todos vivimos»Syra Jiménez-Pajarero AriasDocente e colaboradora de meios de comunicação culturais, Lanzarote

40Lectura¿Y si hacemos campaña desde la Fundación José Saramago, también por las redes sociales, para recomedar la lectura de Ensayo sobre la lucidez a todo el mundo?Javier Muñoz Herrero

41Podemos«Sabemos mucho más de lo que creemos, podemos mucho más de lo que imaginamos», dijo José Saramago en 1998. Hay días en que estas palabras están más presentes.Ana M. OliveiraEstudante de Medicina, Lisboa

42Creer«De entre la multitud llegó una voz, Danos una prueba de que eres el Hijo de Dios y yo te seguiré, Tú me seguirías siempre si tu corazón te trajera hasta mí, pero tu corazón está preso dentro de un pecho cerrado, por eso me pides una prueba que tus sentidos puedan comprender, pues bien, te voy a dar una prueba que dará satisfacción a tus sentidos, pero tu cabeza rechazará, y, al final, estando tú dividido y perplejo entre la

cabeza y los sentidos, no tendrás otro remedio que llegar hasta mí por el corazón» (El evangelio según Jesucristo).Como humano e hijo de una mujer y de un hombre, Saramago nos hace creer, a través de sus inquietantes palabras, que azuza todos nuestros sentidos y nos liberta el corazón, que en un otro mundo nos sería posible.Jonatan SacramentoEstudante universitário, Campinas, São Paulo, Brasil

43Nombre«Ahí va mi madre, y luego, volviéndose al hombre alto que estaba junto a ella, preguntó, Cuál es su nombre, y el hombre dijo, naturalmente, reconociendo así el derecho de esta mujer a hacerle preguntas, Baltasar Mateus, también me llaman Sietesoles.»(in Memorial del conviento)Hace mucho tiempo que esta frase dicha por Blimunda resuena dentro de mí. ¿Cuál es su nombre? Pregunta de una mujer joven, activa, curiosa, que toma la iniciativa de saber cómo se llama aquel que va a ser su amado y compañero en los días futuros.Sujeto de deseo y no mero objeto, Blimunda se dirige a un hombre en la multitud. De él quiere saber el nombre. Y eso le bastará para que entre en su casa, cuerpo y vida. Conocer el nombre, lo que le distingue, ofrece singularidad. Y respetabilidad.Un nombre. Nuestro rostro.Maria LeiriaProfessora de Português Reformada, Lisboa

44Ballenas

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de los conceptos más fervientemente defendido por Saramago. La dignidad de los trabajadores en Alzado del suelo (las “hormigas con la cabeza alzada”); la de Baltasar Sietesoles del Memorial del convento, la dignidad de todos salvada por la mujer del médico al asesinar al jefe de los malvados en Ensayo sobre la ceguera, la dignidad del alfarero de La caverna, la dignidad de María Guavaira en La balsa de piedra (“te bastarás a tí mismo mientras puedas aguantar”)...Y algo quizá menos conocido, ya expresado en una de sus crónicas Cuatro jinetes a pie, de las recogidas después en Las maletas del viajero: cuatro campesinos que no se atreven a entrar en una cafetería de la capital. Saramago escribe:”...cuatro jinetes a pie montados en el olvido de su importancia, distraídos o nunca sabedores de que nada es más alto que el hombre, cualquier hombre y en cualquier lugar, aunque en este se reserve el derecho de admisión...” Asunción Muñoz MorenoProfessora de Filosofia, Madrid

58VoluntadGenuinamente, no consigo imaginar mi mundo sin el suyo. Desde hace más de 20 años, cuando Blimunda me enseñó que se llamaba Voluntad la fuerza-motriz de la humanidad que, para mí, permanecía innominada porque no creía en el Alma.Desde entonces, tantos otros personajes vinieron para quedarse. Raimundo encabeza mi procesión interior, que con su sabiduría de revisor-reconstructor de la historia me confronta, a cada paso, con los fatales dos lados de todos los cercos de la vida. Y su Ricardo Reis consiguió poblar

la vivencia del corazón de mi Lisboa: no hay visita al Chiado en que no me pregunte cuál sería la vista exacta de su ventana en aquellos meses. Vivo con estos y muchos más. Recientemente nos mudamos al edificio de Claraboya, pero no sé se cabremos durante mucho tiempo. Porque otros están, afortunadamente, por venir. Desde siempre, por instinto, he dosificado su llegada, ahora comprendo que era para no tener que dejar de descubrirlo. Ana Cristina DiasEconomista desencantada, Mestranda em Cultura Portuguesa, Lisboa

59PerroPara Saramago, es el repositorio de lo que tienen de buenos los Hombres.Ahí está la Dedicación del Perro de las lágrimas que se queda cerca porque no sabe “si tendrá que enjugar otras lágrimas” y la Solidaridad de Encontrado que al darse cuenta de “que el dueño no estaba en su mejor momento” le tocó la mano con la nariz fría y húmeda. Porque sienten Confianza “otros seres racionales consienten en dejarse conducir” por Fiel, y si el Perro del violonchelista “duerme con la cabeza sobre las zapatillas del dueño” no es sino por expresión de Amistad.Por último, aunque no es lo último, la evidente alegría de Constante que “dando los saltos y las carreras de su condición” celebra la Justicia “en ese día levantado y principal”.Violante Saramago MatosBióloga, Funchal

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AlpendrePalabra talisman, refugio de tantos personajes saramaguianos, lugar a medio camino entre lo que queda dentro y «el otro» que espera afuera.Entre la cocina de A Casa y el jardín que mira a las islas de Lobos y Fuerteventura podemos imaginar a Saramago, acompañado de sus pequeños amigos encontrados, Pepe, Greta y Camoes... siempre bajo el alpendre que resguarda del sol conejero, alpendre de palabras que reunió a tantos amigos: Sábato, Carrillo, Fuentes... Lugar mágico para el reencuentro.Alfonso Nalón e Carlos MartínezJornalistas e Taberneiros, Astúrias e Granada

*conejero: habitante de Lanzarote

61Esperanza«Sólo la esperanza, nada más, se llega a un punto en que no hay nada más que la esperanza, y entonces descubrimos que aún lo tenemos todo» le dice Reis a Marcenda; ésta es la confesión del pesimista, del hombre que cifra en la subjetividad del amor la única posibilidad de espantar las objetivas pesadillas goyescas que hemos creado para ahogarnos; y sin embargo enfrente de Saturno devorando a sus propios hijos están las lágrimas del poeta, nuestras lágrimas; y su conmiseración es tan imprescriptible como la esperanza desnuda. Se convoca a todos los solitarios del planeta a cambiar el mundo porque «no hay nada más». Ésa fue la lección que me dio Saramago con su vida y su obra, también con su obra literaria. Junto a mi padre y su pasión por lo sencillo, no puedo concebir mejor legado.María Novoa Portela

principal representa la búsqueda que llevamos a cabo por nosotros mismos, en nuestro interior. Su literatura es para reflexionar, para ser sentida, para crear«desasosiego» como él mimo dejó apuntado. La frase más fantástica con la que me confronté en sus novelas y que me hace pensar todos los días es la de que «El espíritu no va a ninguna parte sin las piernas del cuerpo, y el cuerpo no sería capaz de moverse si le faltaran las alas del espíritu».Renata SantanaProfessora de Literatura e mestranda, Maringá, Paraná, Brasil

51EspírituFui a la Fundación José Saramago, en la Casa dos Bicos y me extrañó, tras pasar por las dos exposiciones y cuando buscaba la salida, perdida entre un laberinto de escaleras hechas de materiales que me resultan muy fríos, como la piedra, el mármol y el metal, sentir una fuerte sensación de calidez, confort y bienestar. Me sorprendió la idea de contraponer la frialdad a la calidez y tal vez atribuir esta contradicción al espíritu de Saramago. Tan pronto como llegué a casa me puse a escribir esta experiencia con mucha ilusión por si puede ser de provecho para el homenaje que se prepara en el 90 aniversario de su nacimiento, 90 palabras. Imposible mejor elección que palabras para homenajear a José Saramago. Pero... he estado pensando sobre la mención al espíritu de Saramago y humildemente pienso que Saramago ni tiene espíritu ni quiso tenerlo («Mas não subiu às estrelas se à terra pertencia», dice su epitafio). Sin embargo sí que pienso que su espíritu está en la Fundación a través de su Obra, de cada uno de sus libros, de sus fotos, de sus objetos personales tan bien expuestos y tan

cercanos a sus lectores, y también está presente en el amor y en la fuerza de quienes trabajan para que su memoria perdure en el tiempo como corrresponde. Si me permiten, también en los lectores que acudimos a visitar la Fundación para acercarnos un poco a ese gran escritor y gran persona al que tanto admiramos.Balbina Gay PérezFuncionária de la Generalitat ValencianaTorrent , Valência

52Estilo«La impresión que me produce es ésta: esa imagen de estilo personal que mis cosas ofrecen talvez resulte de que escribo libremente. No escribo para satisfacer los dictámenes o las reglas de la técnica A o de la escuela B, escribo un poco como quien respira, como quien habla». Estas palabras fueron pronunciadas por José Saramago, y según me iba internando en la lectura de sus obras, mi respiración seguía, verdaderamente, el ritmo de la suya.Maria de SáLicenciada em Filologia Românica e desempregada, Queluz, Portugal

53Morreu a JusticiaAs palabras que eu elixo foron escoitadas nunha conferencia que José Saramago deu en Pontevedra; e facían referencia a un campesiño medieval que en vista de que un señor se lle quedara coas súas terras con axuda dos xuices, subiu ó campanario da igrexa e tocou as campás reunindo ós veciños ó grito de: «MORREU A JUSTIÇA». Esas palabras «morreu a justiça» creo que reflexan

perfectamente a actual situación dos paises mediterráneos asoballados pola troica (BCE, FMI e UE) Anxo Ricón Reguera Professor de História, Galiza

54PilarSu porte físico y literario es el sello de Saramago en mi memoria. Lo recuerdo alto y espigado, sobrio y dulce, amante de las palabras pero sobre todo de una: pilar.Maria Lourdes PallaisEscritora e jornalista, Nicaraguense residente no México

55RevoluciónUnha palabra a que José Saramago non lle tiña medo, a súa vida e a súa obra suegue a ser un alegato revolucionario, ¡ cambiar o mundo para melloralo!Xosé AbadFotógrafo e realizador, Galiza

56Animal Todo exhalael animal no es menosagua, flor, plumaMarga AzcorraVeterinária, cuidadora dos cães, gatos, pássaros de José Saramago, Tías, Lanzarote

57DignidadLa dignidad del ser humano es uno

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Nota: O autor expressa que não seguirá as normas do «novo acordo ortográfico», enquanto tal documento não for subscrito por todos os países lusófonos.

66Jeitopalabra portuguesa de uso común en mi comarca fronteriza con Portugal, país por tantas razones tan cercano. Para jeito, el que han demostrado José y Pilar. José, dejándonos su palabra y su ejemplo: palabra con la que disfrutamos y que nos incita a pensar; ejemplo de hombre de bien y maestro de verdad. Pilar, por la manera como colmaba su vida colmando y enriqueciendo el mundo del maestro.Félix Talego VázquezAntropólogo, Aroche, Huelva

67Hijo de putaSugiero las palabras «hijo de puta» porque vi que era de las más polémicas que el escritor colocó en un libro, concretamente en Caín. Pienso que es muy importante que estas palabras entren en el ramillete “90 años, 90 palabras” ya que son palabras de valor, palabras de alerta y un grito de exaltación de un hombre que le hace mucha falta al mundo. Con la desaparición de José Saramago desapareció una mente impar y sapiens, que usaba el cerebro para filtrar el mundo y la boca para discutir con él. Decía lo que pensaba sin rodeos o políticamente correcto, decía lo que necesitábamos oír y hasta el final luchó por un mundo mejor.Cláudio CruzArquiteto, Vila da Feira

68RescateSaramago rescató la visión crítica que la sociedad contemporánea carecía sobre los hechos y las ilusiones en que andamos sumergidos.Alexandre CostaEstudante e leitor, Curitiba, Brasil

69Blanco«Tengamos confianza, señor presidente, la confianza es fundamental, En qué, en quién, dígame, En las instituciones democráticas, Querido amigo, reserve ese discurso para la televisión, aquí solo nos oyen los secretarios, podemos hablar con claridad .» (Ensayo sobre la lucidez) Blanco sobre blanco. Cuando uno lee el Ensayo sobre la lucidez tiene la sensación de estar leyendo la prensa actual. Me temo que a falta de ideas, nuestros líderes han decidido declarar el estado de sitio europeo siguiendo el guion de los lúcidos dirigentes del país aquél donde todo el mundo reveló su descontento votando en blanco.Lucía I. Quintana HernándezFaculdade de Humanidades, Universidade Pablo de Olavide, Sevilha

70ComunistaComo regalo de cumpleaños, podía haber elegido otras palabras saramaguianas: horizonte, la palabra resistente; piedra, la palabra firme para tiempos de incertidumbre;

palabra, tan necesaria para dejarla caer sobre el silencio; trigo, la palabra buena... Pero elijo esta porque, además de todas esas cualidades compartidas con otros muchos en el mundo, José Saramago es un comunista manifiesto.Angela OlallaProfessora da Faculdade de Filosofia e LetrasUniversidade de Granada, Granada

71AconcaguaEs el cerro más elevado de América Latina. Bajo su cumbre se encuentran los fértiles valles donde los incas cultivaban el preciado maíz, base de su alimentación. Al pie del Cerro llegó el 2 de enero de 2010 la Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia a la que Saramago adhirió su nombre junto a otros muchos intelectuales y escritores latinoamericanos. En diciembre de 1995 José Saramago inauguró en Sevilla mi librería, Aconcagua, y su nombre quedará por siempre vinculado a ella.Ángel PozoEditor e livreiro, Sevilha

72CaínEstamos ciegos si no lo vemos. Caín no hubiera matado a Abel si Eva y Adán no se hubieran rebelado y comido la fruta prohibida. Pero entonces tampoco existirían el compromiso, la responsabilidad, la memoria ni el agradecimiento. Ni la literatura ni la belleza... Por tantas y tantas lecciones, ¡gracias, José Saramago!Koldo Martínez UrionabarrenetxeMédico, Iruñea, Pamplona

Professora do Departamento de Economia da Universidad Autónoma Metropolitana-ACidade do México, México

62VeranoJosé paseando por el jardín de Lanzarote, con las manos a la espalda, repasando entre todas las palabras las que le llevarán al próximo capítulo del libro que está escribiendo, tal vez La caverna. Mi hijo de tres años tras él, como su sombra, imitando sus movimientos, intentando seguir sus zancadas, una imagen casi imposible del hombre que crea y el niño que inventa. Verano, porque es el espacio en el que tuvimos la fortuna de vivirte más cerca, de quererte, de que nos demostraras cómo de grande podía ser tu paciencia.Carmen OteroJornalista, Sevilha

63CervantesConocí a José Saramago al hilo de D. Quijote y Sancho y me encontré a un pausado entusiasta del hacer. Un portugués en la corte de Cervantes, creyente de los mismos ingredientes de construcción de lo humano que ya trazara D. Miguel.Saramago, una escritura en ristre, en busca de los molinos de su tiempo, que son los nuestros.Carmen CalvoProfessora de Direito Constitucional, Universidade de Córdova, Ex-Ministra da Cultura de Espanha

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Parabola¿Y si todos los votos fueran blancos?¿Si un elefante cruza las mesetas nevadas por capricho de un rey?¿Y si ya nadie atravesara las aguas del Leteo?¿Si toda una ciudad es condenada a la ceguera, salvo una mujer?La península ibérica se desprende de Europa y empieza a navegar por el Atlántico.Verónica ArandaPoeta e tradutora, Madrid

65CircunloquioEn un texto encabezado por el título “Circunloquios y evidencias”, José Saramago defendió la divulgación rigorosa de los hechos, “por más desagradables que tengan la cara”, sin el recurso de “arabescos” que distraigan o aparten al lector. Para el insigne novelista, además de informativa, como se exige, la noticia debe ser precisa, directa y objetiva. Importa, también, que se presente despojada de circunloquios, es decir, sin palabras imprecisas o inútiles, sin rodeos.Esta lección se encuentra hospedada, desde hace exactamente 40 años, en la revista Seara Nova. “Es una especie de resurrección”, así la definió Saramago al releerla. Fue en 2008, cuando le solicité que le pusiera la firma, algo que su infatigable generosidad nunca rechazó.“Todavía hoy me pregunto” – dijo entonces el autor – “cómo la censura dejó pasar este texto, en 1972”. El asunto no era para menos, ya que la fuerza pendía, casi toda, hacia el “otro lado”. Le convenía al régimen usar y abusar de toda suerte de circunloquios, con las más variadas y perifrásticas feições, para enmascarar

la humillante realidad portuguesa.«No es novedad para nadie, incluso no dedicándole especial atención a la vida del país, que andan por ahí unos cuantos problemas gravísimos pidiendo urgente resolución, remedio inmediato, bajo pena de que veamos literalmente amenazada la propia sobrevivencia de esta comunidad que, al socaire de geografías y al flujo de migraciones, llegó a instalarse aquí y donde, si no prosperó, sí ha perdurado. Pues bien, si la nave es tan pequeña y los problemas no lo son, un espirito cultivador de la ironía tendría el mal gusto de decir ‘menos mal’, ocultándose en la meridiana verdad de que, si la nave fuese grande, mucho mayores serían las dificultades. Con lo que, evidentemente, nos invitaría a agradecerle al mismo cielo nuestra pequeñez” – subrayaba José Saramago en octubre de 1972, recordando que “[…] el circunloquio es penumbroso, el eufemismo se hace de arabescos que distraen los ojos y el entendimiento – pero las evidencias tienen que ser reconocidas como tal, donde quiera que se encuentren y por más desagradable que tengan la cara. No es prueba de amor desfigurar la verdad. De ceguera, sí. Y, como también dice un refrán que nuestros antepasados crearon, no hay peor ciego que aquel que no quiere ver…”.La conducta cívica de José Saramago es una biografía de la ética. El autor de Ensayo sobre la Ceguera jamás depuso las “armas”. Sus palabras, vivas con lucidez en llama, están más despiertas que nunca. Solo muere quien no vence el olvido. José Saramago permanece vivo en nuestra mente. Continua a construir caminos, incluso teniendo que hacerlos en el propio desierto, porque lo que está en causa es la recuperación de la independencia moral del país.José Miguel NorasEconomista, doutorado em História Regional e Local pela Faculdade de Letras da Universidade de Lisboa

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que he disfrutado en innumerables entrevistas, artículos y libros, era una persona paciente. Imagino que sabía esperar. Su voz y sus ademánes lo retratan como una persona tranquila, que espera de forma activa, porque todo llega si vas trabajando para que suceda.Pilar Izquierdo LópezEmpregada bancária, Madrid

79Aprender“He descubierto que soy tal cual el elefante, una parte de mí aprende, la otra ignora lo que la otra parte aprendió, y tanto más va ignorando cuanto más tiempo va viviendo”. (El viaje del elefante) Esta frase es, para mí, una especie de tirabuzón lingüístico que hace pensar y por ello, cada día, aprender un poco más sobre el sentido de la palabra. Que es el origen de la vida, si no la vida misma. Vivimos en la memoria que somos y la expresamos con palabras. La vida, sí, un camino que tuve, y tengo, el privilegio de compartir con José Saramago. Javier Pérez F.FígaresDiretor de «A Casa» de José Saramago, Lanzarote

80RegaloNo se si llego a tiempo, pero da igual que mi palabra no esté en ese ramillete, porque para mi la palabra que me une a Saramago es regalo....para mi familia y para mi esa palabra dice muchas cosas, principalmente fué un regalo conocerle, ha sido un regalo cada libro que hemos leído y los que nos quedan por leer y que están esperando por abrirse, el regalo que haya existido y lo que ha

aportado a este mundo tremendo, con su lucidez, su calidez, su ternura y amor por la vida. Y lo que no quiero dejar de comentaros es el gustazo que nos ha supuesto leer a Saramago tan joven, atrapados hemos quedado con su Claraboya, gracias por este regalo.Lina LópezCiudad Real, Castilla La Mancha

81Periodismo“A agravar dificultades de comunicación ha contribuido la aparición reciente de un lenguaje de tipo tecnocrático con artes para transformar los problemas del estómago, del dolor físico y moral, de la reivindicación cívica, de la vida y de la muerte personal o colectiva en abstracciones esterilizadas que pueden ser manejadas sin incomodidad y con manos limpias.”Parece escrito hoje, mas Saramago publicou-o nos anos 70 do século passado, numa crónica intitulada O tempo das histórias (Las maletas del viajero).Parece escrito hoy, pero lo publicó Saramago en los años setenta del siglo pasado, en una crónica titulada El tiempo de las historias. Desde entonces no han cambiado las reglas del buen periodismo: ensuciarse las manos para desvelar lo que los poderosos quieren ocultar, escribir historias minúsculas con letras mayúsculas, sumergirse en la marmita de la vida para contarla desde dentro, empapados de realidad. Y no olvidar que el mundo no es cuadrado aunque el poder se empeñe en repetirlo.Lola CintadoJornalista, Madrid

82Itinerário“Sempre acabamos llegando a donde nos esperan”, El Libro de los Itinerarios.Me gusta esta cita. Saramago se refiere a la muerte. A mí me trae a la cabeza esperanza.Con la dedicatória “A Pilar que no dejó que yo muriera” da inicio el libro que Saramago completa después de una recuperación casi imposible que yo recuerdo con gratitud como un milagro. Escapada de la muerte que le permite proseguir su ruta serena y llegar a casa, donde le espera su obra.El viaje del elefante Salomón de Lisboa a Viena. El viaje de Saramago desde Azinhaga en Portugal hasta Tías en Lanzarote. El viaje de todas las personas. Itinerarios con paradas arriesgadas por las que se deberá transitar. Itinerarios con crítica, compasión y humoMaria Gracia Lanzas ProMédica internista de José Saramago, Lanzarote

83ÁrbolÁrbol, es la palabra que elijo para definir a José Saramago, porque Saramago es todos los árboles, cedro, fresno, palmera, roble, pino, nogal, boabad, ciprés, olmo, laurel y olivo por su fortaleza y su amabilidad.El pasaje en el que decribe cómo su abuelo se abrazaba a los árboles para despedirse de ellos ante su muerte enminente es uno de los más bellos y emocionantes escritos por José Saramago.Ana Mercedes Cano Jornalista, Sevilha

73ConvivirSaramago es como si fuera un miembro de mi familia. Desde los 15 años de edad convivo con él diariamente. Tengo todos sus libros, mi monografía de final de carrera de letras fue sobre él, mi cuso de especialización también fue sobre él. Lo tengo como un segundo padre, y sufrí cuando supe de su muerte. Pero él estará siempre vivo en mi corazón, pues es intermitente.Otávyla GomesProfessora de Literatura, Mauriti, Ceará, Brasil

74FlorMi palabra es Flor. Porque desde que leí La Flor más grande del mundo, sé que es vital encontrar palabras sencillas para comunicarnos con nuestros hijos, y me enseñó a ser valiente y hablar de todo aquello que nos parece complicado para ellos. Cuando veo una flor veo futuro.Pilar MaínSindicalista de Comisiones Obreras, Barcelona

75OrquestraLas intermitencias de la muerte: «…la vida es una orquesta que siempre está tocando, afinada, desafinada…”Como buen aficionado, Saramago conocía el funcionamiento y organización de una orquesta como para percibir su potencia como metáfora. Metáfora de la vida y de la sociedad, con sus ordenes y jerarquías, sus individuos y grupos, sus jefes,

subjefes, y ayudantes de los subjefes. Y los tutti, la tropa. La infantería, que diría Pérez-Reverte. La orquesta como suma de conciencias sometidas a voluntades individuales, y todas ellas sometidas a la voluntad y autoridad de un individuo, un chamán que ordena y dispone. Concierta. ¿Reprime? Cuestión de puntos de vista. El chamán aúna esfuerzos anteponiendo el colectivo al individuo. El individuo se aliena en la homogeneidad, no destaca, se difumina en un todo, entrega su singularidad al bien común. De grado o por fuerza. Pero todos finalmente en el mismo barco, con el mismo destino y la misma suerte. Y a qué negar que cuando todos y cada uno están en armonía consigo mismos, con los demás y con el conjunto, cuando son todos realmente uno, es cuando se produce, de verdad, el milagro de la música, la perfección de la convivencia.Carlos MagánArtistmanagement, ACM Concerts, Granada

76FormigaLectura de Alzado del Suelo en el Viso del Alcor. Era verano de 1993. Indignado ante los porrazos de los torturadores de todos los tiempos. Y una gota de sangre bañó a una hormiga. Y en el calabozo de aquella aldea lusitana se rebujaron las dignidades de los jornaleros portugueses y andaluces. Gracias José por emocionarnos y hacernos pensar para seguir luchando.Agustín Coca PérezAntropólogo, Alcalá de los Gazules, Cádiz

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UniversalEl poder de la palabra y del pensamiento. José Saramago es uno y es universal. Lo encuentro en estanterías de todo el mundo, con los títulos de sus obras escritas en todos los idiomas posibles. También lo encuentro en los corazones de la gente. Quien ha leído a José Saramago lo guarda en un rinconcito especial del corazón y se crea un lazo entre las personas que sienten lo mismo. Me enorgullece, como ser humano, que sus sabias palabras y forma de ver el mundo haya traspasado tantas fronteras terrenales y emocionales. Porque, cuántas sabias palabras y gritos ahogados se han acallado a lo largo de la historia. José Saramago, te nos fuiste y nos dejaste un poquito más solos. Cuánto temí ese día. Pero nos quedan fuerzas para hacer de tu camino el nuestro también, hacer de nuestra vida una vía de expresión, de colocar en su sitio a las injusticias y de hacerlo de la manera más inteligente posible. Como tú lo hiciste.Gracias, gracias, eternas gracias. Obrigada, José, por hacer de tu trabajo la esperanza del mundo.Alba CantónJornalista, realizadora e leitora incansável, Equador

78EsperaHe elegido esta palabra no sólo por el momento que nos ha tocado vivir, sino porque esperar siempre es sinónimo de ilusión, de hacer planes, de sortear los miedos. Y qué mejor palabra para una famlia como la nuestra, que se ha formado a base de conjugar el verbo ESPERAR. Aún recuerdo la frase de Vicente Ferrer “Espera un milagro”. Seguro que Saramago, a quién no conocí personalmente, pero

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palabras que oímos “no pasaban de cortinas de humo, circunstancia por otro lado nada extraña porque las palabras, muchas veces solo sirven para eso, pero hay algo todavía peor, que es cuando se callan del todo y se convierten en un muro de silencio compacto, ante ese muro no sabe una persona lo que ha de hacer”.Antonio del RíoProfesor de Formación Profesional, Granada

[3] Filosofía “¿Por qué pensamos lo que pensamos?” Esa es la pregunta radical que José Saramago se hacía tratando de definirse y de definir lo que el ser humano es, y que, por tanto, también sería equivalente a la de quién soy o quién es el ser humano.La razón por sí sola no es suficiente para explicar la identidad humana. Las fuerzas que los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud) entendieron en el ser humano son necesarias para explicar el devenir de la vida humana; pero aún hay algo más que se nos escapa. La sabiduría y la bondad aparecen: su función es desvelar la verdad, salvar humanamente las circunstancias en las que la vida se proyecta. El mundo (y la religión) es una construcción humana, luego el mundo puede ser transformado. Sin embargo, queda algo aún no resuelto por saber: por qué el ser humano bloquea cualquier proyecto que tenga por destino la humanidad. Esa es la tarea que el sabio no puede eludir. En la que estaba José Saramago.Paco del Río Professor de Filosofía, Castril, Granada

[4] SerenidadA Jose se le admira, aprecia y valora por su impresionante y singular

obra literaria, por su insobornable compromiso ético, por el certero análisis de lo que acontece, por su honestidad…A mí me llamó especialmente la atención la serenidad que transmitía, que transmite, tanto por su particular forma de expresar lo que siente y piensa, como por las propias reflexiones, ideas y pensamientos que manifiesta. Lo hacía cuando explicaba pausadamente su opinión sobre algún tema de la actualidad más inmediata, o cuestionaba las convenciones más “sagradas” de nuestra sociedad, también en sus planteamientos y propuestas más transgresoras.Al final son valores, principios, sentimientos lo que hay detrás de la acción y de los juicios pertinentes que la guían; lo que nos unirá o distanciará de otros. La tarea es enorme y compleja, no exenta de dudas y complicaciones, pero tú nos has mostrado lo lejos que podemos y debemos llegar. Gracias por tu lucidez, Jose, por tu serenidad.José María del Río SánchezBancário, Granada

[5] DiosAsí lo definió un día: “Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”.Esta definición hecha por un ateo, podría ser también la reflexión de un creyente, y en todo caso de alguien que lo busca. Quienes más han hablado del silencio de Dios son los teólogos y los místicos, para quienes el silencio, como la noche oscura del alma, tienen un sentido que les lleva a las puertas mismas del Misterio, donde se revela la plenitud del Ser, sin que se oiga una sola palabra.Carlos del RíoSacerdote, Vigário Geral da Diocese de Granada

[6] ViajeUna palabra de ida y vuelta, polisémica, casi siempre de esperanza, o al menos es así como yo la quiero ver.Soy una afortunada que tuvo el privilegio de compartir algunos viajes con Saramago, distintos lugares de “La balsa de piedra”, Canarias, Italia, Suecia, Cuba y México, viajes que, por distintas razones, sé que nunca olvidaré.Con él aprendí que hay lugares y personas en nuestras vidas a los que siempre querremos volver. Pienso en nuestro viaje a Méjico en marzo de 2001, en el inmenso movimiento indígena que se organizó desde todos los puntos del país, en la marcha zapatista, en los encuentros con el subcomandante Marcos, y en la más impresionante concentración que he conocido en toda mi vida, en el zócalo del México D.F. “Yo estaba allí, uno entre un millón” diría años más tarde Saramago, recordando ese momento. “Conocí la exaltación, el pulsar de la esperanza en todo el cuerpo, la voluntad de mudar para convertirme el algo mejor, menos egoísta, más capaz de entrega”.Y yo doy fe de que un sentimiento similar compartimos todas y cada una de las personas que allí estábamos, percibimos la fuerza de cientos de miles de indígenas de distintas etnias y procedencias que habían hecho un largo recorrido desde los lugares más recónditos de México, para unirse ese día en el zócalo y exigir que se escucharan su voces y se reconocieran derechos denegados durante tantos siglos. “Marcos habló, nombró a todas las etnias y para cada una fue como si las cenizas de millones de indios se hubieran desprendido de los túmulos y otra vez reencarnado”.Viajes que nunca se olvidan, lugares y

84ManosManos delgadas y secas de los árboles de Azinhaga. Manos tiernas y firmes de lectura y curiosidad. Manos de tocar personas, perros, pan, piedras, libros. Manos inquietas de acompañar la música y hacerle preguntas. manos de apuntar lo cercano y el horizonte. Manos de escribir.Ana Sousa DiasJornalista, Lisboa

85CompromisoCuando decidí homenajear a José Saramago en mi blog ‘La palabra del día en euskera/vasco’ con ocasión del segundo aniversario de su partida, escogí la palabra compromiso, erantzukizun en euskera. Palabra contundente, sobria, auténtica. José Saramago en esencia. Y precisamente por ese motivo, compromiso fue la primera palabra que incluí en mi blog traducida al portugués. Desde aquel día, como pequeño homenaje al gran escritor, la palabra del día se publica todos los días en euskera y también en la lengua que él tanto amaba.Maite GoñiProfessora de Novas Tecnologias aplicadas a educação e eLearning, Mondragon Unbiertsitatea, Euskadi

86AlientoEl aliento que faltaba al respirar tus largos párrafos, profundos e inacabables como un pozo, llenos de palabras con tanta fuerza que cortaban el aliento y el aliento para

luchar por cambiar las injusticias que nos regalaste hasta tu último aliento.José Félix CollazosArquiteto e desenhador, Pamplona

87CorajeCoraje es la palabra que me viene a la mente cuando pienso en Saramago, porque él, sin duda fue un hombre de y con coraje, que nos enseñó a no claudicar, a luchar por lo que considerábamos justo, a no abandonar nunca, ni personas, ni causas, ni siquiera a esos pequeños seres vivos que nos acompañan en nuestras vidas y a los que llamamos animales domésticos. Saramago, además de un gran escritor, fue sobre todo un gran hombre, una persona resiliente que supo crecer en la adversidad, sin desanimarse ante los contratiempos. Y para perseverar en la lucha, sin duda, necesitamos una gran dosis de coraje.Iolanda-Iratxe Serrano ÁvilaPedagoga e Educadora Social, Presidenta de “La voz de los adoptados”, Barcelona

88EspañaJosé Saramago, que le dio a la literatura portuguesa el único Nobel, es un buen ejemplo de lo que vale la unión entre los dos países. En España Saramago es tan leído como en Portugal. Quien escriba si vida un día tendrá que hablar del niño pobre que nació en una pequeña aldea junto al Tajo, en un lugar donde “la tierra es plana, lisa como la palma de la mano”, y que a la mitad de la vida consiguió lo que hasta ahora ningún portugués había conseguido: conquistar España

y a los españoles.Joaquim António EmídioJornalista, Chamusca, Ribatejo

89Catorce palabras Cada cuñado de José Saramago, los hermanos del Río, envió su palabra:

[1] Cerebro Escribió José Saramago en uno de los libros más interesantes que he leído, Historia del cerco de Lisboa: «Mi cerebro sabe de mí, yo no sé nada de él». Esta frase pertenece a una conversación intrascendente, pero Saramago siempre deja caer reflexiones que, desde luego a a mí, me hacen pensar. Y pensando descubrí que sabemos poco del cerebro y también de nosotros mismos, pero leyendo a autores tan inteligentes conseguimos ver más hondo. Es decir, miramos, vemos y reparamos, que es la visión consciente y activa.Carmen del Río SánchezProfessora de Psicologia, Universidade de Sevilha

[2] Las palabrasEncuentro una extraordinaria ambivalencia al sentido de “las palabras” que Saramago nos expone en La caverna, algo así como una advertencia de su fragilidad, inutilidad o pobreza por un lado y una invitación a la reacción ante el silencio que las circunstancias nos imponen. Al igual que decía Alberti “las palabras entonces no sirven, son palabras”, Saramago también nos habla de que también a veces las palabras nos alejan de lo esencial de la realidad, ya que muchas de las

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brindamos, oímos música, leímos tus textos y te servimos una copa, tal como tú le hiciste a Pessoa en El año de la muerte de Ricardo Reis. También ahora nos congregas: tu llamada moviliza a 15 hermanos y sus respectivas familias. Iremos a Lisboa y volveremos a brindar por ti, querido José. Con 90palabras, 90 copas y mucho ruido: no te quepa duda.Nacho del RíoTécnico Superior de Diagnóstico por ImagemServicio Andaluz de Salud, Granada

[13] CorazónDecía un personaje de José Saramago que dentro de nosotros había algo que no tenía nombre y eso era lo que somos... Podría ser la voluntad, o el alma, o la sensibilidad. O el corazón. Sé lo que manda el corazón porque dos veces me lo han operado. Y sé que el corazón de José Saramago me acompañó en la última operación, cuando dos veces seguidas me metieron en el quirófano y él decía que la familia iba a tener un infarto colectivo... Entonces descubrí, cuando me contaron la que se armó en torno a mi corazón, que lo que tenemos dentro es bondad. Aparte de noticias, información, trabajo, tenemos bondad: José Saramago la reclamaba para sí y para todos: creo que ha llegado la hora de hacerle ese regalo: junto con nuestras palabras y corazón, bondad.Luis del RíoArquiteto, Isla de la Palma, Canárias

[14] CorresponsabilidadEscribió José Saramago:“Las miserias del mundo están ahí, y sólo hay dos modos de reaccionar ante ellas: o entender que uno no tiene la culpa y por tanto encogerse de hombros y decir que no está en sus manos remediarlo –y esto es cierto -, o

bien asumir que, aún cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarnos como si así lo fuera”.La responsabilidad individual es la fuerza que impulsa la unión y la corresponsabilidad o responsabilidad comunitaria de todas las personas. Con otras palabras, “Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivarán pequeños huertos… que alimentarán al mundo”.Miriam del Río SanchezHorteloa e técnica multimédia, Vitoria-Gasteiz, País Basco

90AfricanoEs curioso que después de los primeros sentimiento de incredulidad y tristeza que me provocó la noticia de la muerte de José Saramago aquel 18 de junio del 2010, no pude evitar pensar en la sémola. Pues, sí! Pensé en la sémola de trigo con la que se prepara un cuscús, el plato más popular y llano de la cocina marroquí y del Norte de África. Me di cuenta de que ya no podría volver a preparar otro cuscús para José y entonces lloré al recordar que la última vez que lo preparé en su casa, los granos de la sémola se aglutinaron un poco. No estaban como deberían estar, como cuando las manos expertas de las mujeres de mi tierra desmigan la sémola y dejan los granos sueltos, diáfanos, libres, airosos, desprendiendo el olor apetitoso de mantequilla fundida... A pesar de que José, Pilar y demás comensales presentes aseguraron que el cuscús estaba muy bueno, a mí se me quedó la espinilla de que la sémola no estaba en su punto. En aquel entonces, para consolarme a mi misma, pensé que habrá otras oportunidades de cocinar otros y que tendré la posibilidad de

redimirme. No era la primera vez que preparábamos cuscús en su casa, pero desgraciadamente aquella fue la última.José me intimidaba, en su presencia no hablaba mucho, solía contestar a sus preguntas pero no me atrevía a preguntarle nada, por ello se me ha quedado alguna que otra duda sin respuesta. Por ejemplo me hubiera gustado saber más de un antepasado suyo, porque en una ocasión me mencionó que tenía un antepasado originario de Marruecos. Me quedé con las ganas de saber más de él: cómo se llamaba, de qué ciudad o región de Marruecos procedía, cómo llegó a Portugal donde se estableció y se casó. Un expatriado anónimo, un africano dejó sus genes a uno de los escritores más grandes del mundo, quizás eso explicaría su apego a las tierras africanas y su decisión de vivir en Lanzarote . No sé si debería, pero creo que Saramago nos pertenece un poco a nosotros también, a los africanos. Es un orgullo poder reivindicar su fracción de identidad africana y su elección de vivir y morir en África. Sé que José era portugués y ciudadano del mundo, sin embargo creo que estamos legitimados a reivindicar a un hombre como él para iluminar un poco la era de tinieblas que atravesamos los ciudadanos de esta región del planeta. Donde las revoluciones que empiezan con la esperanza de un mundo mejor, presentando primavera como promesa de resurrección, paradójicamente terminan llevándonos al oscurantismo de unos gobiernos que aspiran a recortar más aún nuestra menguada libertad. Las aspiraciones de una juventud sedienta de democracia y libertad están siendo enterradas bajo las coacciones y amenazas de los nuevos representantes del fascismo: los

personas a las que siempre querremos volver: México, el subcomandante con el rostro tapado, intentando así visibilizar la individualidad de tantos hombres y mujeres ignorados por la historia, susurrándole al oído a Saramago “no nos abandones”.Nunca abandonó a nadie, persona o causa de personas: doy fe, estaba allí, a su lado.María del RíoProfessora de História, Granada

[7] José“....en Todos los nombres hay una sola persona que tiene nombre y se llama José, no porque sea mi alter ego, yo buscaba un nombre insignificante y la verdad es que el más insignificante que encontré fue el mío....”La palabra es José, el nombre del hombre más sabio que he conocido en toda mi vida. Y la palabra y el nombre siguen en mi hijo.Juan del Río, pai de José del RíoLicenciado em Direito, Funcionário da Junta de Andaluzia, Sevilha

[8] Música«Si la passarola del padre Bartolomeu de Gusmao llega a volar un día, me gustaría ir en ella y tocar en el cielo, y Blimunda respondió, Si vuela la máquina, todo el cielo será música». Memorial del ConventoLa música ha acompañado siempre a José en sus viajes por la vida, ha impregnado páginas de literatura que transmiten su amor por ella. Tuve el honor de acompañar a José en importantes momentos musicales, asistiendo a conciertos y estrenos de óperas inspiradas en su obra en grandes salas y teatros europeos, y también he sido testigo de su profundo estremecimiento ante un aria cantada por una soprano en un sencillo acto de un pueblo. Alguna

vez, José, “el cielo será música”.Teresa del RíoCoordinadora de Prensa del Festival Internacional de Música y Danza, Granada

[9] SolidaridadHablamos de “ellos” y somos nosotros,mujeres y hombres en un mismo pozo.Yo rompo todos mis versos por estar en pazconmigo mismo.Estos versos los escribí en Lisboa, en la casa que José Saramago tenía en la Rua dos Ferreiros à Estrela, sobre la mesa de su despacho, hoy expuesta en Lisboa: es la lección que de él guardoMiguel del Río Técnico Superior em Administração e FinançasLanzarote

[10] ÁrbolesPresentes en gran parte de su obra literaria y de los que evidenciaba un especial cariño. Saramago recordaba los hermosos olivares de la Azinhaga de su infancia “retorcidos, recubiertos de musgo y líquenes y agujereados de escondrijos donde se refugiaban los lagartos”. Esos olivos que desgraciadamente con el tiempo se sustituyeron por otros más pequeños y productivos, pero donde ya no se podían esconder los lagartos. Y nos descubría los arboles del jardín de sus abuelos, donde destacaba la gran higuera o simplemente la Higuera, esa que ninguna podría superar por respeto y aquel olivo recubierto de zarzas, único árbol al que nunca pudo encaramarse. Pero también nos enseñó que los árboles podían quererse y sentirse queridos, cuando nos narraba los abrazos de su abuelo Jerónimo a los árboles del huerto como despedida de su vida o el pensamiento del plátano de Quinta da Bacalhoa ante las palabras de su cuidador, “Cuando yo muera, aquí

queda este, dice el hombre. El plátano lo oye, pero se hace el distraído, Ante extraños no habla, es un principio que todos los árboles siguen, pero cuando se aleje el viajero, seguro que dice, No quiero que mueras, padre”. Y es que Saramago reflejaba lo que indicaba del viajero en Viaje a Portugal, una persona “especialista en charla con los árboles.”Jesús del RíoBiólogo, Granada

[11] Tribu de la sensibilidadCuando los grandes paradigmas teóricos se ven colapsados para interpretar y transformar la realidad y cuando la izquierda se encuentra desorientada y sin ideas, no queda otra que seguir los pasos de Saramago para integrar esta tribu universal. Basta con izar la bandera de los derechos humanos y alinearse y empatizar con el sufrimiento de los más pequeñitos del planeta. Sólo hace falta conciencia moral, coherencia y compromiso. Nada más y nada menos.Ángel del RíoProfessor de Antropologia, Universidade Pablo de Olavide, Sevilha

[12] TintoEl que nos bebimos juntos, Douro, decías tú, Duero decíamos a este lado de la raya. Nunca otras copas, solo un buen tinto en las comidas. Brindamos muchas veces, hablábamos tanto y tan fuerte que nos llamabas salvajes a tus cuñados, por el ruido que hacíamos cada vez que nos juntábamos aquí o allí, en dos continentes. También dijiste que éramos buena gente. Cuando te moriste, seguimos brindando por ti: cada 18 de mes, los 9 primeros meses de tu muerte,

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islamistas, que nos están devolviendo al duro invierno de la desilusión y del desengaño. Me hubiera gustado saber que pensaría José de los acontecimientos que sacudieron el Norte de África y Medio Oriente durante esos dos últimos años de su ausencia, quizás diría como el protagonista de su novela el Viaje del elefante : “Adiós mundo, que cada vez vas a peor”.Houda LouassiniTradutora marroquina, Paris

Las 90 Palabras fueron recibidas vía e-mail o a traves de las cuentas de Twitter y Facebook de la Fundación José Saramago. Los nombres de los autores, las profesiones y su origen geográfico

se respetaron plenamente.

L a fachada del Convento de Mafra, uno de los puntos neurálgicos de Baltasar ja Blimunda (Memorial del convento), ocupa una pequeña parte de esta cubierta diseñada por Tuija Kuusela para la editorial finlandesa Tammi. Sobre la imagen del conven-to, una nube de dimensiones épicas domina la tapa, y ni la posibilidad de que su forma recuerde a la de una seta atómica desvía la atención de lo esen-cial. Según Tuija Kuusela, que habló de su trabajo a Blimunda, ese esencial se relaciona con el cielo como lugar de vuelo, pero también como un lugar de sueño: “Escogí esta fotografía porque quería trans-mitir la idea de una historia mayor que la vida, mar-cada por un gran amor y por grandes emociones. Me pareció que el cielo era suficientemente vasto y abstracto para abarcar las décadas que pasan en la narración y las vidas de los personajes”. ¿Y por qué decidió mostrar el convento a una escala me-nor? “Quería una imagen del Convento de Mafra que recordara a la idea de sueño o aparición, una especie de testimonio luminoso de lo que ocurre. El convento será el elemento que tiene más influencia en las vidas de los personajes, pero a la vez, nunca ha dejado de ser algo incomprensible, fuera del al-cance de las personas”.Las franjas amarillas en la parte superior y en la parte inferior de la cubierta son el sello de marca de la colección Keltainen Kirjasto (Biblioteca Ama-rilla) que empezó a publicarse en 1954, y por este motivo no podía dejar de ser incluidas en esta tapa. Para el resto, Tuijia Kuusela tuvo total libertad para hacer su trabajo y el resultado final es la suma de una serie de estudios: “Primero me decidí por una

solución tipográfica demasiado complicada, con las palabras al-zando el vuelo para reproducir la idea de la máquina voladora (la Passarola), y después intenté dibujar una de esas máquinas. Al editor no le gustó ninguna de esas opciones y tuve de reha-cer todo. Acabé por decantar-me por esta ilustración, con las estrellas simbolizando la eter-nidad de Baltasar y Blimunda (como dice la novela, los siete so-les son siete lunas”).Relativamente a tipografía, la

diseñadora escogió una combinación de fuentes romanas más clásicas con una fuente cursiva. “La tipografía cursiva pretende remitirnos al carácter histórico pero también a la idea de algo artesanal, hecho a mano. En cuanto al tipo romano, la elec-ción es fruto de la idea más clásica de la literatura y de la edición. Además, cuanto mayor es el nombre del autor en la cubierta del libro, más satisfecho se siente el autor”.Además de los detalles que dio a Blimunda sobre el proceso de creación de esta tapa, Tuija Kuusela no quiso dejar de señalar lo mucho que le gustó leer este libro: “Me encantó la novela, una de las narra-tivas más impresionantes de las que he leído. El lenguaje utilizado por Saramago es impresionan-te”. Aquellos que creen que los dibujantes diseñan tapas de libros sin conocer su contenido, tienen aquí un sincero desmentido.

de rel a nc e

Baltasar ja Blimunda

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S A R A M A G O 9 0 A Ñ O S

A modo de epílogo

Poeta«Cómo se caracteriza como poeta? Se identifica más como poeta o como novelista?»?», le preguntó la periodista Clara Gomes a José Saramago, el día 10 de diciembre de 1982, durante la presentación de Memorial del Convento, en Santarém, Portugal. La respuesta (que se encuentra publicada en la revista Informa, n.º 2, enero/febrero de 1983) fue la siguiente: «En este momento no soy poeta. En el año 1966 pasé por una crisis de esas que ponen a los adolescentes a escribir poemas, solo que yo lo hice más tarde. Siento que mi modo propio de expresarme es, de hecho, la prosa. El teatro también surgió accidentalmente. Incluso aunque escriba una o dos piezas más, nunca me consideraré un dramaturgo (hombre de teatro era Bernardo Santareno, ése sí). Creo que soy realmente un prosador, un novelista.». 27 años después (el 19 de enero de 2010), José Saramago escribía: «Hay grandes poetas en nuestra tierra, pero yo no soy uno de ellos. […] como poeta no he ido más allá de alguien con algún talento, pero de ahí no paso.».Curiosamente, en aquel día 10 diciembre de 1982 le mostré a José Saramago un ejemplar de la revista Contravento (el n.º 4, de diciembre de 1971), junto con las obras que llevaba para que me firmara. «Pero !yo no he escrito nada ahí!» Sin embargo, abierta la Contravento, en la página 37, brillaba un bloque de oro en poesía, “Los más viejos”. «No tengo esto. Ni lo recordaba. No me mandaron la revista.», concluyó José Saramago.Con la debida autorización del autor, el Grupo “Más Saramago” publicó, en 2009, una edición (restringida) de “Los más viejos”. Este poema suyo tiene un brillo que desafía las leyes del tiempo. No se puede permitir, ni es aceptable, que siga escondido:

LOS MÁS VIEJOSSon de piedra, los más viejos. Yermos, solos. El gesto hirsuto, como las manos perdidas De la remota blandura, como llanto Vidriado y recogido, agua rasa: Nada el mundo os dio (sois vosotros, y basta). Inocente de la muerte que aceptáis, Recojo de esas manos de cardo seco La herencia de los nardos inmortales.

José Saramago, 1971Le sobra riqueza al poema. Su autor llenó las medidas con granos de oro fino (y cara descubierta). No hay mejor quilate que el del carácter de José Saramago. Es un espejo de virtudes éticas donde la entereza de principios se asume como respuesta permanente a la exigencia de su dignidad humana. Quien lea a Saramago (novelista, dramaturgo o poeta), no se quedará del mismo tamaño. Con el autor de Levantado del suelo, se hace posible aprender, vivir y construir, en el espacio de la cultura, el proceso del propio crecimiento. José Miguel Correia Noras Lector de José Saramago desde 1972. Santarém. Economista. Doctor en Historia Regional y Local por la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa

T r a d u c c i ó n d e M e r i t x e l l S o r i a O r t i

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E L INTERIOR NO ES UNA FANTA-sía. Aquel que quiera ir de Lisboa a Castelo Branco sólo en transporte público tiene que coger uno de los siete trenes y hacer un viaje de tres o cuatro horas dependiendo de si se escoge un tren Re-gional o un Intercidades. Para un reportero en viaje de trabajo, es cualquier cosa menos aburri-do, porque hay tiempo para leer los periódicos y preparar el programa del día, pero sobre todo porque a partir de Abrantes hay paisajes de una belleza abrumadora, la geografía modificándose, los campos cediendo al río y una imagen antes de la llegada a Vila Velha de Ródão que recuerda las lecciones de Orlando Ribeiro mientras se duda de si lo que se está viendo es real o no. Es real y es muy bonito, pero Castelo Branco continua estan-do lejos de los centros urbanos donde sucede todo, por lo menos todo lo que actualmente es noticia. También es por eso que la primera edición del Festival Literario de Castelo Branco (FLC), orga-nizado por el ayuntamiento con la colaboración de los Booktailors, tuvo un ambiente algo diferente al de otros festivales. En la recepción a los escritores, en las preguntas de la platea y en las visitas a las escuelas se notaba la satisfacción de presenciar, en el interior del país, un encuentro igual a los que acostumbran a juntar escritores y público en el li-toral portugués. Y si es cierto que esta dicotomía parece no tener mucho sentido cuando volvemos a la geografía, con la irrisoria distancia física entre los dos polos que permite que algunas personas en las mesas de debate recuerden que Portugal casi parece un país hecho todo de litoral, es cier-to también que las tres horas en tren y los pocos trenes diarios no son una simple queja de los que allí viven.

Una de las vertientes menos visibles de los fes-

tivales literarios que han tenido lugar en el país es la visita de los escritores a las escuelas. Esa invisi-bilidad contrasta con las plateas de los anfiteatros y auditorios, donde los debates y la presencia de los escritores en la ciudad adquieren una dimensión notoria, pero suele a ser ahí, entre mochilas y libros de texto, donde empiezan a germinar los resultados más importantes de un festival literario. Durante el segundo día del FLC, Manuela Costa de Ribeiro, Alex Gozblau y Jõao Teixeira visitaron la Escuela EB 23 João Ruiz. El auditorio estaba lleno de alum-nos de 7º a 9º curso que habían preparado el en-cuentro con algunas preguntas y mucha atención. Los autores compartieron experiencias, sobre todo de lectura, explicaron algunos episodios relaciona-dos con su trabajo y, lo más importante, se mostra-ron abiertos a conversar con los estudiantes. Tras las preguntas preparadas llegaron otras, más na-turales, muy curiosas con el proceso de escritura y de ilustración de un libro. Cuando un alumno pre-guntó a Alex Gozblau si para él era más importan-te el texto o la ilustración, el autor respondió que ninguno de los dos, y le devolvió la pregunta: “¿Si te preguntaran si prefieres ser amputado de cintura para arriba o de cintura para abajo, que es lo que responderías?”. La respuesta provocó las carcaja-das de los alumnos y alguna aprensión, hasta del propio autor, que respondió impulsivamente. Pero antes de que algún defensor de alguna teoría peda-gógica alerte sobre la posibilidad de un trauma, hay que decir que la respuesta fue adecuada, a pesar de que fuera un poco “punk rock”, y que el alumno que hizo la pregunta, como todos los demás, com-prendieron que la jerarquización entre texto e ima-gen en un libro no tiene razón de ser. Avanzar hacia la necesidad de aprender a leer, de igual modo, las imágenes de un álbum y pasar a dar más impor-

tancia a la relación entre texto e imagen solo puede tener consecuencias positivas.

Al día siguiente, nueva visita de autores, esta vez con Afonso Cruz, Mário zambujal y Teolinda Gersão en la Escuela Secundaria Nuno Álvares. En el bellísimo escenario de la antigua biblioteca de la escuela, con las estanterías llenas de libros encuadernados y muchas rarezas bibliográficas, los autores hablan de su trabajo. La recepción es atenta: Mário zambujal conquista la audiencia con algunas historias sobre su larga experiencia en las redacciones de los periódicos, Teolinda Gersão recuerda sus primeras lecturas, “las más inolvidables de todas”, y Afonso Cruz habla de los libros como “extensiones del cuerpo”, explicando por qué cree que sirven para “extender nuestra memoria, nuestra cabeza”. Al final, no fallan las preguntas preparadas, como ocurre siempre que un autor visita una escuela, pero no deja de ha-ber otras muchas preguntas, algunas indiciando una gran curiosidad sobre el oficio de la escritura,

rep ortajeUn festival literario lejos de los salones

Sara Figueiredo Costa

otras apuntando deseos de quienes, algún día, les gustaría escribir como esos autores.

Un estival literario no se hace tan sólo con mesas de debate y una programación oficial. Mu-cho de lo ocurre no tiene lugar en los auditorios o en las aulas, sino antes, sentados alrededor de una mesa, en los almuerzos o por la noche, después de trabajar, en un bar o en una cafetería. Habrá quien piense que esto es injusto para el público y quien utilice este hecho como argumento para decir que los festivales literarios son momentos de elogios mutuos y mirarse el ombligo, pero ¿existe algo más natural que varias personas compartiendo un mismo espacio y un mismo momento, sentadas en una mesa dejando la que la conversación fluya? Castelo Branco no fue la excepción y se intercam-biaron muchas historias entre los almuerzos y las charlas nocturnas, algunas motivadas por la gas-tronomía local (el queso, por ejemplo, desafiando

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Un festival literario lejos de los salones

a todas las leyes y demostrando que cuanto peor huele mejor sabe), otras, por la situación actual, a la que nadie le es ajeno. Un festival también es esto, un lugar de debate, no siempre público, pero necesario y pertinente. La tan conocida crisis de la prensa ensombreció con la crisis económica como tema de conversación, aunque no robó todo el tiempo a los temas literarios, a los fait-divers que aseguran nuestra humanidad y a las noticias so-bre un tornado allí mismo, en la zona industrial de la ciudad, cuyas consecuencias solo sentimos con el fuerte temporal que dejó a tres autores y a una periodista con el agua hasta los tobillos en la puerta de la escuela.

Lejos de las mesas de debate y de las conversa-ciones entre los comensales, recorrí las calles de la ciudad en busca de alguien que conociera el FLC. La búsqueda no decepcionó y aún tuve tiempo para visitar el castillo que da nombre a esta tierra, la ca-tedral y el mercado. Con la lluvia siempre amena-zante, en el estanco donde había comprado los pe-riódicos destacaba un cartel con la programación del festival y el dueño del establecimiento confirmó su entusiasmo por este acontecimiento, dicien-do que era “una cosa importante para la ciudad”. En el mercado, respuestas diferentes: en algunos puestos, nadie había oído hablar de tal festival, en otras, tenían alguna idea de lo que estaba sucedien-

do. Pero la respuesta más informada me la dio la señora que me había vendido un queso capaz de mantener las distancias con todos los pasajeros del tren que me llevaría de regreso a Lisboa al día si-guiente y que, discutiendo con la hija juraba no ha-ber oído hablar del festival, ni de escritores, afirmó alto y claro: “sí, sí, es aquello que nuestro Manuel nos contó que habría estos días”. No sé si alguna de las dos se arriesgó a hacer el camino lluvioso que, esa noche, llevó a tanta gente al Cine-Teatro, pero teniendo en cuenta que el tal Manuel de quien ha-blaban era un niño en edad escolar, supongo que la divulgación del FLC no se dejó en manos ajenas.

E n las dos noches del festival que pude estar presente, estuvo siempre lleno hasta la ban-dera. La primera, en el Instituto Politécnico de Castelo Branco, reunió en la misma mesa a Adélia Carvalho, Manuel Lopes Marcelo y Júlio Magal-hães, moderados por Joaquim Martins, para dis-cutir sobre el tema de la interioridad y sus reflejos en la literatura. Al final, la mesa acabó discutiendo sobre las dicotomías entre los medios rural y ur-bano, un tema ligeramente alejado del inicial pero que motivó algunos puntos en común y muchas declaraciones aguerridas de la platea donde una señora afirmaba que “allí en el litoral las personas no saben ni plantar patatas”. Conceptos confusos, esos que nos definen la sociedad a partir de dico-tomías no siempre bien entendidas. Castelo Bran-co no es campo y en el costa hay muchas zonas ru-rales donde no faltan las patatas ni gente que las recoja, así que el debate de la segunda noche del FLC acabó siendo una oportunidad perdida para discutir aquello que se había propuesto en el pro-grama, buscando pistas para entender hasta qué punto la interioridad (y no lo rural) provoca la dis-tancia relativamente a aquello a lo que llamamos “medio literario” y, más interesante aún, de que modo ese aislamiento territorial implica un mayor atraso en el acceso a los libros, mayores dificulta-

des en el contacto con las editoriales y menos pro-babilidades de conseguir publicar un libro.

La tercera noche, el Cine-Teatro Municipal acogió la última mesa del festival. Afonso Cruz, Isabel Stilwell, Teolinda Gersão y Mário zambu-jal conversaron sobre lo políticamente correcto en la literatura portuguesa, moderados por António Paulouro. Posteriormente se les unió Pedro Viei-ra, recién llegado de Lisboa después de saber que había sido galardonado con el premio PEN Clube Primeira Obra, por el libro Última Paragem: Mas-samá, publicado por Quetzal. El elenco no podía haber sido más adecuado para el tema propuesto y aquellos que esperaban intervenciones más o menos comedidas sobre esa cosa a la que llama-mos, por todo y por nada, políticamente correcto, fue sorprendido por el sarcasmo, la ironía y el hu-mor en dosis bien medidas y distribuidas equitati-vamente por todos los integrantes de la mesa.

Nn una valoración que fue reiterada en el dis-curso de clausura, el alcalde de Castelo Branco, Joaquim Morão, comentó a Blimunda que el mu-nicipio decidió sacar adelante el proyecto del fes-tival “porque hay público y existe una tradición de encuentros literarios que empezó con el Raia Sem Fronteiras (un encuentro cultural repartido por las ciudades a ambos lados de la Raya: Castelo Branco, Cáceres y Placencia). Tenemos espacios, tenemos público, tenemos personas interesadas en la literatura portuguesa, de modo que tiene razón de ser. Además, un festival como este nos da visibilidad.” Algo importante cuando los cen-tros donde parece que todo ocurre están tan lejos, según el alcalde, que aseguró que el Festival Lite-rario de Castelo Branco es un proyecto que tiene continuidad. Dentro de un año, habrá una segun-da edición.

Suele a ser ahí, entre mochilas y libros de texto, donde empiezan a germinar los resultados más importantes de un festival literario.

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J OSÉ SARAMAGO NACIÓ EN LA pequeña aldea de Azinhaga, en el Ribatejo portu-gués, en el seno de una familia de campesinos sin tierra. El abuelo materno, Jerónimo Melrinho, había sido un niño dejado en el torno giratorio de una institución caritativa y a su alrededor casi todos eran analfabetos, incluso la madre.

Envidiando una mejor vida, el padre se diri-gió a Lisboa e ingresó en la Polícia de Segurança Pública, que sólo exigía como conocimientos sa-ber leer, escribir y contar. Se llevó a su mujer y sus dos hijos, uno de cuatro años, otro con dos por cumplir. Pero no encontró El Dorado en la capital. El parco sueldo sólo le permitía vivir en habitaciones alquiladas. La antevíspera de la pri-mera Navidad falleció de una bronconeumonía el primogénito, Francisco. Tristes fiestas para el pequeño José, al que nadie le vaticinaba entonces un futuro brillante.

Juguetes, prácticamente no los tuvo. O le compraban artefactos de lata en la calle o los hizo él con sus manos con el juego de fútbol, improvi-sando con una tabla y algunos clavos por donde pasaba una esfera de metal o una canica.

Al entrar en la escuela descubrieron, por el certificado de nacimiento, que el funcionario del registro, un poco tocado por la bebida, había aña-dido al nombre previsto, José de Sousa, el mote de la familia, Saramago. Para quien no lo sepa, “saramago” (en castellano “jaramago”) es una planta salvaje que, en tiempos de miseria, sirve de alimento para los pobres. El autor no habla de las historias que le contaron. El primer libro que hojeó fue la Cartilha Maternal de João de Deus, en la escuela.

Los momentos más felices del niño fueron los que pasó, en la infancia y en los primeros años

de la adolescencia, en Azinhaga con los abuelos, que se ocupaban de la labranza y criaban cerdos pero le pasaron una sabiduría ancestral.

“Esa pobre y rústica aldea, con su fronte-ra rumorosa de agua y de verdes, con sus casas bajas rodeadas del gris plateado de los olivares, unas veces requemada por los ardores del vera-no, otras veces transida con las heladas asesinas del invierno o ahogada por las crecidas que le en-traban por dentro de la puerta, fue la cuna donde se completó mi gestación, la bolsa donde el pe-queño marsupial se recogió para hacer de su per-sona, en lo bueno y tal vez en lo malo, lo que sólo por ella misma, callada, secreta, solitaria, podría ser hecho.” (Las pequeñas memorias)

Ahí anduvo de pie descalzo, descubrió los secretos de la naturaleza, jugando con los lecho-nes, siguiendo el vuelo de las aves, calcorreando terrenos, trepando los árboles, pescando en el río, adquiriendo experiencias básicas para sus futuros libros de literatura infantil.

Finalizada la educación primaria, lo inscri-bieron en el instituto pero, dos años más tarde, el padre recapacitó y lo transfirió a la formación profesional, a un curso de cerrajero mecánico.

Pero el chico tenía devoción por las letras y ya por aquel entonces memorizaba los textos de literatura de la antología. El único libro que ha-bía en la casa donde vivía era La fauvette du mou-lin (La curruca del molino), de Émile Richebourg, que leyó y releyó. Cuando pudo, José se iba de noche a la Biblioteca Municipal do Palácio das Galveias donde devoró volúmenes y volúmenes, sin orientación.

Su sueño no era trabajar en un garaje o en otros empleos que fue consiguiendo, por necesi-dad, sino ser escritor y en 1947 publicó su prime-

in fa ntil y juvenilra novela, Tierra de pecado.

En 1955 Nataniel Costa le invitó a colaborar en la editorial Estúdios Cor, lo que le permitió cono-cer algunas de las figuras más destacadas de la literatura contemporánea portuguesa y, a su vez, hacerse famoso en el mundo de la cultura.

Ahí tuve el privilegio de convivir con él, tra-duciendo para esa editorial y pude publicar mis primeros seis libros de literatura infantil. Sara-mago me apoyó contra otros elementos de la edi-torial, cuando rechacé el Prémio Maria Amália Vaz de Carvalho, galardón de un gobierno anti-democrático, que impedía a los escritores expre-sarse libremente.

En diciembre de 1971 abandonó la editorial porque, durante sus vacaciones, el lugar que ocupaba había sido concedido a Natália Correia.

Fue justamente en esa década cuando escri-bió su único libro dedicado expresamente a los más jóvenes. Él mismo se preguntaba, con asom-bro, cómo, con una infancia como la suya había brotado un escritor. Le voy a ceder la palabra a Saramago para que explique cómo nació el único libro que escribió expresamente para los más jó-venes, La flor más grande del mundo:

“A comienzos de la década de 1970, cuando yo aún no era más que un escritor principiante, un editor de Lisboa tuvo la insólita idea de pedirme que escribiera un cuento para niños y niñas. No tenía muy claro que pudiera eximirme digna-mente del encargo, por eso, a parte de la historia de una flor que se estaba muriendo a falta de una gota de agua, me fui curando en salud, haciendo que el narrador se disculpara por no saber escri-bir historias para los más pequeños, a quienes, por otro lado, diplomáticamente invitaba a res-cribir con sus propias palabras la historia que yo les contaba”. El hijo pequeño de una amiga mía al que tuve el desplante de regalar el librito, con-firmó sin piedad mi sospecha: “Realmente”, dijo la madre, “no sabe escribir historias para niños”. “Me recuperé del golpe y intenté no pensar más en aquel frustrado intento de reunirme con los hermanos Grimm en el paraíso de los cuentos

infantiles. Pasó el tiempo, escribí otros libros que tuvieron mayor suerte, y un día recibo una llamada telefónica de mi editor zeferino Coel-ho para comunicarme que estaba pensando en reeditar mi cuento infantil. Le dije que se había equivocado, porque yo nunca había escrito nada para niños y niñas. Es decir, me había olvidado totalmente del infausto acontecimiento. Pero, todo sea dicho, así fue cómo comenzó la segunda vida de La flor más grande del mundo, ahora con la bendición de los extraordinarios collages que João Caetano había hecho para la nueva edición

y que contribuyeron de manera definitiva para su éxito. Miles de historias (miles sí, no exagero) se escribieron en las escuelas de primaria de Portu-gal, España y medio mundo, miles de versiones en las que miles de niños y niñas demostraron su capacidad creadora, no sólo como pequeños na-rradores, sino también como incipientes ilustra-dores. Al final el hijo de mi amiga no tenía razón, el cuento, de transparente simplicidad, había encontrado a sus lectores. Aunque las cosas no quedaron así. Hace algunos años, Juan Pablo Et-cheverry y Chelo Loureiro, que viven en Galicia y trabajan en la industria cinematográfica, me contactaron para convertir La flor en una anima-ción en plastilina, para la cual Emilio Aragón ya había compuesto una bonita música. La idea me

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La Literatura Infantil de José SaramagoLuísa Ducla Soares

“¿Y si las historias para niños pasasen a ser de lectura obligatoria para adultos? ¿Serían capaces de aprender realmente lo que desde hace tanto tiempo han estado enseñando?”

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pareció interesante, les di la autorización que pe-dían y, pasado el tiempo necesario, es inútil decir que después de muchos sacrificios y dificultades, se estrenó la película. Yo mismo aparezco en ella, con sombrero y bastante favorecido de edad. Son diez minutos de la mejor animación, que el pú-blico ha aplaudido en salas y festivales de cine, como han sido, Japón y Alaska, recientemente. Como ha sido igualmente el premio que se le aca-ba de otorgar en el Festival de Cine Ecológico de Tenerife (…). Chelo vino a nuestra casa, nos tra-jo el premio, una escultura que representa una planta que parece querer ascender hasta el Sol y que, muy probablemente continuará su exis-tencia en la Casa dos Bicos, en Lisboa, para de-mostrar como en este mundo todo está unido a todo, sueño, creación, obra. Y lo que nos vale, el trabajo.”

Ya que Saramago hace referencia al magnífi-co vídeo que se hizo sobre esta pequeña obra y que recibió varios premios internacionales más, a parte de a lo que él hace referencia, me gustaría presentarlo a todo el mundo, pero especialmen-te a quien aún no haya tenido la oportunidad de leer el cuento.

Como ven, se trata de una historia dentro de una historia. La del narrador que imaginó el cuento, que podría ser el mundo más bonito, pero que considera que no tiene el don de escri-

bir para niños. Y teje consideraciones sobre las características esenciales de la literatura infantil. Justo al contrario que Aquilino Ribeiro que con-sideraba acertado que se encontrasen palabras desconocidas, que funcionarían para el lector como monumentos para un turista que visita un lugar, Saramago insiste en la necesidad de sim-plicidad ya que los niños y las niñas conocen pocas palabras. No quita, aún así, que los más pequeños deberán buscar alguna palabra en el diccionario.

A fin de cuentas, después de aquello que con-sidera un boceto de narración, apuesta por las cualidades de los niños, incitándolos a escribir, con sus propias palabras, el cuento. Y su deseo ha sido ampliamente seguido.

Si la literatura infantil contemporánea ha pri-vilegiado el aspecto lúdico en detrimento del mo-ral, este autor, hombre de convicciones fuertes que siempre ha luchado por ellas, quiso trans-formar un niño anónimo del campo en un héroe, habiendo realizado un acto que excedía en exce-so de su estatura. Por el trabajo, por el sacrificio, recorriendo un larguísimo recorrido agreste, con los pies sangrando, lleva en sus pequeñas manos una concha con agua de río que podrá salvar la flor casi marchita, consiguiendo que sea un mo-numento vegetal, tan alto como un roble.

El libro es un himno al esfuerzo y a la ecología también, pues Saramago, cuyas raíces profundas se arraigan en el rural, es extremadamente sen-sible a los problemas que afectan a la naturaleza.

La historia tiene un final feliz, adecuado para los niños y las niñas que necesitan de creer en valores: el agradecimiento de la flor, que lo prote-ge del frío de la noche con uno de sus pétalos y el reconocimiento de la comunidad en la que vivía.

Ese mismo reconocimiento no lo tuvo Sara-mago cuando vio como uno de sus libros más emblemáticos, El Evangelio según Jesucristo, no pudo participar en un concurso literario europeo debido a la prohibición del ministerio de Cultura.

Fue esa decepción la que lo que hizo expatriarse a Lanzarote.

Pero finalmente, el autor prohibido también alcanzó, gracias a su esfuerzo y arduo trabajo, los galardones más importantes como el Premio Ca-mões y el Nobel de Literatura.

En 2011, después de su muerte, se publica, también para los lectores infanto-juveniles una obra más, El silencio del agua, fragmento de Las pequeñas memorias, que presentan los recuer-dos de infancia del autor.

A propósito de éste, afirmaba: “Lo que quie-ro es recuperar, saber, reinventar el niño que fui, que es el padre de la persona que soy. A parte del padre y de la madre biológicos, el padre espiri-tual del hombre que soy es el niño que fui”.

La flor más grande del mundo fue intencional-mente destinado a ser un cuento infantil y aña-de al realismo una cierta fantasía, un toque de lo maravilloso que lo transforma en una alegoría. El silencio del agua es una evocación. Nos trans-porta al día en el que, sumergiendo la caña en el río Almonda, picó en el anzuelo un barbo de tal calibre que le reventó el hilo. Incapaz de con-formarse con la pérdida de pez gigante, no sabía que hacer. “Así fue cómo e me ocurrió la idea más absurda de toda mi vida: correr a casa, armar otra vez la caña de pescar y regresar para ajus-tar cuentas definitivas con el monstruo.” Pero la casa estaba a más de un quilómetro y, eludien-do las expectativas del muchacho, el barbo no se quedó allí, esperando que lo pescaran. El Sol ya se había puesto cuando el pequeño José volvió al lugar, “No creo que exista en el mundo un si-lencio más profundo que el silencio del agua. Lo sentí en aquel momento y nunca más lo he olvi-dado”, afirma Saramago.

No acaba precisamente con una victoria este epi-sodio porque la vida real también está hecha de des-ilusiones. Seguramente el pez fue pescado por otro pero, vuelvo a citar al autor: “con mi anzuelo engan-chado en las agallas, tenía mi marca, era mío.”

Hubo quien considerase pura especulación publicar como libro infantil un texto que no ha-bía sido destinado para ello. Pero con las bellí-simas ilustraciones de Manuel Estrada, se con-virtió en una pequeña obra prima adecuada a las edades más diversas.

Me gustaría aconsejar a los jóvenes la lectu-ra de estos libros, y a los adultos también. El au-tor de Memorial del convento termina La flor más grande del mundo con la siguiente reflexión:

“¿Y si las historias infantiles pasasen a ser de lectura obligatoria para adultos? ¿Serían capaces de aprender realmente lo que desde hace tanto tiempo han estado enseñando?”

Saramago considera que en cada libro, prin-cipalmente en los infantiles, hay un mensaje que los adultos transmiten para que sea interioriza-do, sentido, vivido por los niños y niñas. Sin em-bargo, ¿cuántos adultos ponen en práctica aque-llo que preconizan? En verdad, el mundo sería más solidario, feliz y bonito si lo hiciesen.

El autor de estas obras publicó también El cuento de la isla desconocida, historia corta en la que describe metafóricamente el mundo, las am-biciones y frustraciones del hombre y presenta una crítica a la burocracia. Debido a sus dimen-siones, y por su contenido, hay quien haya pre-tendido incluirlo en la literatura infantil y ju-venil. Personalmente discrepo de tal inclusión. Este libro ha sido trabajado a nivel escolar por alumnos de 14 o 15 años, pero también se estu-dian Los lusíadas y los autos de Gil Vicente sin que estos sean obras específicamente destinadas a los más jóvenes. Es un libro que recomiendo vi-vamente a los admiradores de Saramago.

Leer a Saramago desde la infancia y conti-nuar leyéndolo durante toda la vida, es un enor-me privilegio al alcance de todos nosotros.

La Literatura Infantil de José Saramago

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A fin de cuentas, después de aquello que considera un boceto de narración, apuesta por las cualidades de los niños y niñas, incitándolos a escribir, con sus propias palabras, el cuento. Y su deseo ha sido ampliamente seguido.

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NO SON POCOS LOS ESCRITORES que, en su obra, comparten la escritura para adultos con la escritura infantil. Los procesos no son idénticos, obedeciendo a proyectos literarios individuales y casualidades biográficas. Están los serios, los ridículos (el que empieza a escribir para un público infantil porque es más fácil pero aspira a la verdadera legitimación con la novela de gran envergadura, extensísimo número de páginas y personajes de una complejidad me-tafísica transcendente; y el otro, que de repente ha tenido un hijo, un nieto, un sobrino, y se ha quedado impresionado por el admirable mundo nuevo de la infancia).

Sirva la introducción en tono moderadamen-te satírico para excluir a José Saramago de ese naipe de pseudo-autores infantiles cuya produc-ción libresca contribuye en vano a la tala de ár-boles.

¿No obstante, será José Saramago, un autor infantil? En un principio, podemos afirmar que no. Con una única obra de recepción infantil, La flor más grande del mundo, el autor no estableció una voz, un estilo, una identidad. Por el contrario, ¿será su única obra infantil, una narrativa verda-deramente literaria, digna de así ser reconocida? Leamos las palabras de Ana Margarida Ramos: “Sin embargo La flor más grande del mundo, res-petando los paradigmas del género – cuento in-fantil –, traspasa los límites impuestos por su condición de texto breve, de lenguaje accesible, dominado por la fantasía y por lo maravilloso y se asume como reflexión (a veces, de índole casi metaliteraria) sobre la infancia y el niño, sobre

la literatura infantil en general y sobre el cuento en particular. Se integra, incluso, en el ámbito de estas reflexiones, la insistencia en considerarse una «no historia» o, tal vez, un prototipo de una historia futura (o tantas como lectores del libro) o, incluso, un resumen de una historia posible, elementos sintomáticos de una «humildad» del narrador que repasa toda la narrativa.”

A partir de aquí partimos a un análisis de las ilustraciones de João Caetano a la luz de su pro-pia lectura del texto.

Caetano opta por representar los dos niveles diegéticos, siendo fiel al texto, y aclarándolo. Al principio, a modo de prólogo, aparece la figura del escritor, hombre entrado en años, calvo, con cejas hartas y blancas, con gafas sobre la nariz. En un movimiento de aproximación cinemato-gráfico, el ilustrador le da al lector, en primer lu-gar, en la página de la izquierda, la imagen de una sala, distante, donde, al fondo está el escritorio, al lado un foco de luz de la lámpara, detrás el es-critor y en la retaguardia una persianas corridas. A la derecha, siguiendo el código de lectura, dos nuevas imágenes. La primera amplía mediana-mente el plano, donde se distinguen mejor todos los elementos de la ilustración anterior, la segun-da ofrece finalmente una imagen nítida del ros-tro del escritor, apoyado la cabeza con la mano y el bolígrafo en la otra, con la punta en el papel. Al estar pegada al margen le falta la lámpara, que se revelará simbólico, y que se esconde en el límite de la página siguiente, revelando el vaso de agua, que el escritor coge en la ilustración que ocupa toda la página de la derecha. Se ven personajes

in fa ntil y juvenilEn compás binario: lectura visual de

La flor más grande del mundoAndreia Brites

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saliendo de un libro ilustrado y una pequeña hada con su varita que aparece por entre los lis-tones de la persiana. Mientras tanto, el escritor observa el vaso a la luz. En la estantería, que por primera vez podemos ver, salta a la vista un lomo con el título La isla del tesoro, y otro donde se lee Gnomos y duendes, lo que añade un imaginario maravilloso al contexto del escritor… Una pro-vocación o un desafío a la construcción retórica del inicio del texto: “Si yo tuviera esas cualida-des, podría contar con todo detalle una historia preciosa que un día inventé y que, así como vais a leerla, no es más que un resumen que se dice en dos palabras… Se me tendrá que perdonar la vanidad de haber pensado que mi historia era la más bonita de todas las que se han escrito desde los tiempos de los cuentos de hadas y princesas encantadas… ¡Hace ya tanto tiempo de eso!”

No quedan muchas dudas sobre la intención discursiva: atraer la atención del lector, apelan-do a su benevolencia, de acuerdo con las reglas de la retórica clásica. ¿Como se lee, entonces, la presencia visual de elementos que remiten al co-nocimiento del imaginario infantil y juvenil de aventuras fantásticas? ¿La varita de hada no ten-drá el poder suficiente para inspirar al escritor/narrador? ¿O estará convencido de eso, a pesar de que todo a su alrededor demuestre lo contra-rio?

En las páginas que siguen, se levanta la pun-ta del velo, cuando el texto contraría, deliberada-mente, las reglas que asume conocer algunas líneas atrás. La presencia de vocabulario y de algunas construcciones sintácticas menos obvias, así como el encaje de observaciones por parte del narrador, confirman una o las dos cosas: el narrador se ale-ja del paradigma más común del texto literario de recepción infantil porque no consigue escribir de acuerdo con él, y/o porque desea cuestionarlo. La verdad es que el estilo discursivo de José Sarama-go se identifica en este cuento y, eso, sin evaluar las intenciones autorales, es una evidencia.

Empieza el nivel diegético de la narrativa pro-piamente dicho y Caetano abre la ventana al niño antes de liberarlo en una fuga de casa (el del trazo del bolígrafo), en dirección a los campos infinitos que rápidamente se transforman en una carre-tera que termina en Marte, una irregular esfera roja punteada por algunas letras. El chico resbala en ella, al acordarse de Alice, y no hace falta una discreta madriguera con un conejo esperando. En las siguientes páginas, el ilustrador combina cuadros figurativos como los del rostro del niño o de los padres preocupados, con composiciones más abstractas, formadas por flores, ramas, ne-gativos, patrones exóticos y un globo convertido en un mapamundi, con las manos del niño y el agua que consigue recoger en su epopeya. La re-gla (¿será antes un metro maleable?), que ya co-nocemos de la capa, reaparece para enfatizar la dimensión de la flor, más grande que el mundo hecho montaña, o la montaña hecha mundo. Al ser así, sus pétalos son partes del mapa, con los nombres de regiones, trazados, tonalidades va-rias, y esa que cubre al niño dormido, es un peda-zo de mundo más que lo protege, que se le ofrece. Hay una especie de continuidad que uno u otro hilo recupera, como el del camino que nace en la ventana de la casa del niño y que llevará a los habitantes de la aldea al tallo de la flor. El niño regresa y, con él, el bolígrafo y las palabras.

Al final de este nivel, la moraleja se presenta como argumento con una de las frases más bo-nitas de todo el texto: “Cuando luego pasaba por las calles, las personas decían que había salido de casa para hacer una cosa que era mucho ma-yor que su tamaño y que todos los tamaños.” El niño es llevado a hombros, con todo el pueblo a su alrededor y, en la página de al lado, vuelve a aparecer la imagen del escritor, leyendo las pá-ginas (éstas) que, deducimos, ha escrito. El hada regresa, con otro duende, a su lugar por detrás de los listones de la persiana pero no todos los samuráis están en el mismo sitio.

Em compasso binário: leitura visual de A Maior Flor do Mundo

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No obstante, dos nuevos elementos reúnen estos dos niveles: la mano del niño, que extien-de el sombrero al escritor distraído en la lectura, y un pedazo de mapa entrecortado que aparen-ta iluminar esa mesa de trabajo. Sin embargo, la novedad es a penas aparente: ¿el niño no está en la primera página espiando la sala del escritor?, ¿este niño no tiene los mismo rasgos fisonómicos del escritor?, ¿la lámpara no es ahora más gran-de que el hombre, inclinándose sobre él? ¿Memo-ria o identidad? La verdad es que el tiempo de la narrativa se parece al pasado, por el atuendo de los adultos, por la ausencia de máquinas.

En la última recapitulación del narrador se cierra el círculo, pero no de la misma forma. Por-que la escritura, y sobre todo la lectura, opera siempre un inevitable cambio que se inscribe en la memoria, en el discurso, en el lenguaje. El na-rrador lo sabe, y recupera su análisis metalitera-

rio insistiendo en esto. “Éste era el cuento que yo quería contar. Me da mucha pena no saber narrar historias para niños. Pero por lo menos ya cono-céis cómo sería la historia, y podréis explicarla de otra manera, con palabras más sencillas que las mías, y tal vez más adelante acabéis sabiendo escribir historias para los niños…

¿Quién me dice que un día no leeré otra vez esta historia, escrita por ti que me lees, pero mu-cho más bonita?” La repetición, el vestigio, la di-ferencia y el don: algunos de los conceptos más trabajados por la teoría literaria de la postmoder-nidad. João Caetano les hace justicia, y completa el círculo, alejando el objetivo del escritorio del escritor. No sin antes substituir la lámpara por la flor, la persiana por el cielo y la sala por la colina. La mano del hombre protege el vaso con agua, el mundo donde nació el cuento.

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Migrar es un libro especial. Especial en la forma, en la presentación, en el tema. No es la primera vez que la emigración salta a las páginas de álbumes, sean o no de recepción infantil. De este modo, no es el tema en sí el que justifica la enorme calidad de esta obra, editada originalmente por las Ediciones Tecole-te, de México, y que venció el premio Bologna Raga-zzi Award en la categoría de New Horizons, en 2012. Llega ahora a España, de mano de Faktoría Del Libro, un sello de Kalandraka.

José Manuel Mateo escribe una historia con-cisa, prácticamente centrada en los ejes de progresión de la acción, narrada por la voz de un niño que parte de su aldea natal, con su madre y su hermana, rumbo a los EE.UU., después de la partida de su padre y de que se agoten las opciones de sustento. El peligroso viaje pasa por un tren en marcha que tienen que co-ger, pasar una noche en un agujero, escondidos, con la protección de su madre y el pánico de ser atrapados por la policía, que les daría el destino que entendiese.

De un inicio en que relata juegos felices, cuan-do corría y saltaba entre las frutas y las legumbres cul-tivadas, o se escondía de su hermana, el narrador pasa a relatar las misma acciones, con motivos totalmente distintos, y la expresión “me gustaba” es sustituida por su opuesto “Correr no fue divertido esta vez.” o “Tampoco me divertí cuando tuve que esconderme”.

El miedo y la consciencia de todos los riesgos denuncian incisivamente el calvario de la emigración de los pueblos rurales, en su mayoría indígena, no sólo de México sino también de otros países de Amé-rica Central, como Nicaragua, El Salvador o Ecuador. La intención de denuncia es evidente. En una nota final escrita por los autores: “Con este papel, con sus palabras y dibujos, contamos la historia de los que sí llegan, para no olvidar que hay mujeres, hombres y no sabemos cuántas niñas y niños que desaparecen o mueren en el camino. No sólo buscamos crear con-ciencia, como se dice. Sobre todo hemos tratado de guardar memoria (...) Por eso hicimos este libro, para no olvidar que las niñas y los niños migrantes existen y padecen... y también porque otra realidad reclama fuerte su derecho a existir.”

En el texto se hacen pequeñas anotaciones que amplían la sensibilidad del protagonista, contri-buyendo aún más a un sentido de injusticia y revuelta en el lector: por un lado, existe una especie de condi-ción ideal en la vida de la aldea, onde todos son libres e iguales, y donde no parece haber deseos de propie-dad, después la esperanza de encontrar a su padre y los recuerdos del perro, que se quedó atrás y al que no le gusta estar solo.

Esa identidad que se pierde y permanece a penas en la memoria, es recuperada por el ilustrador Javier Martínez Pedro cuando reproduce una técnica artesanal de su aldea, Xalitla: la pintura en papel ama-te, que se remonta al primer milenio antes de Cristo. El papel amate se produce a partir del corcho inter-no de este árbol, cocido en agua con cal. La textura se aproxima a la de una tela y el color varia entre el crema y el castaño, dependiendo del color del propio corcho. Sobre este papel está pintada, en vertical, la odisea de esta familia, sin rupturas o soluciones grá-ficas que orienten la lectura en un sentido temporal. La solución encontrada fue el encuadre de los perso-najes en cada momento del relato. La narrativa visual es profusamente descriptiva, respetando una técnica de minucia del dibujo y una saturación del espacio con elementos figurativos en movimiento (árboles, animales, agua, personas que andan, nadan, saltan, hablan,…) que obligan a una observación lenta. A pesar de la aparente dificultad, en esta única página que se desdobla como un códice en vertical, recono-cemos la felicidad, la angustia, aquellos que huyen y aquellos a los que la policía detiene, las asimetrías de la gran metrópolis, llena de edificios altos, y casas que la familia limpia.

Si la tradición del pueblo de Xalitla ha que-dado registrada, sus actividades rurales y pescadoras, sus celebraciones y fiestas, ahora se registra este flage-lo, con la misma delicadeza, el mismo arte. Aunque sea una memoria fea, siempre será memoria. Este li-bro alberga la belleza del arte y la fealdad de la vida.

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in fa ntil y juvenilLa belleza del arte para la crueldad de la vida

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guardian Fiction prizeEl pasado día 24 de octubre se anunció el ga-

nador del 2012 del Guardian Children’s Fiction Prize. The Unforgotten Coat (El abrigo inolvidable), de Frank Cottrel Boyce, relata la historia de dos hermanos mongoles que se hacen amigos de Ju-lie, con la que comparten escuela, y su adapta-ción a la realidad de Merseyside, en Inglaterra. Sin embargo, el miedo a la deportación se confir-ma y los niños se ven forzados a regresar a Mon-golia. La historia está inspirada en un suceso que le ocurrió a una niña a la que Cottrel conoció en una visita a una escuela, y que después fue de-portada junto a su familia a Mongolia. A parte de la intriga, el título también tiene una relación di-recta con esta situación: cuando descubren lo su-cedido, los compañeros de Misheel se quedaron muy preocupados porque la compañera había se había olvidado su abrigo, ¡y ya se sabe el frío que hace en Mongolia!

El libro se escribió para apoyar a la Reader Organization de Liverpool (donde vive el autor y se desarrolla la narración) que ha distribuido gratuitamente, en el último año, cincuenta mil ejemplares del libro, por escuelas, estaciones de metro y tren, y otros lugares públicos, dinami-zando lecturas en las que el propio autor, jefe de la institución, ha llegado a participar.

En declaraciones a The Guardian, Frank Cot-trel, que aparte de escritor es también guionista de televisión y colaboró en la ceremonia de aper-tura de los Juegos Olímpicos de Londres, el pasa-do mes de agosto, se mostró especialmente feliz por la entrega del premio a este libro, por haber sido escrito con un objetivo no comercial:

“I love the Guardian prize, the fact it’s given by other writers, and that it’s gone to books I lo-ved reading like The Owl Service. It’s fantastic to win it anyway, but to win with something so exu-berant, that was not trying to win any awards, is

really great. This is a book that was written for fun, and for friendship.” Al competir con Jack Gantos, Roddy Doyle, Aidan Chambers o Dave Shelton en esta edición del Premio, el autor se une a otros nombres de renombre de la literatura infantil y juvenil británica, como Andy Mulligan (ganador del año pasado, que llega ahora a Por-tugal con el libro Trash (Basura), editado por la editorial Presença), Anne Fine, Philip Pullman, Ted Hughes, Jacqueline Wilson, Alan Garner, Mark Haddon y Geraldine McCaughrean, entre muchos más, en los cuarenta y cinco años que tiene la edición de este premio. Relacionado con este premio, The Guardian organiza un concur-so para niños y jóvenes de hasta diecisiete años, proponiéndoles, después de divulgar la longlist, que lean los libros y envíen a la página web del periódico una pequeña crítica con doscientas palabras sobre una de esas lecturas. Los autores de los mejores textos reciben 20 libras y un ejem-plar de cada uno de los ocho libros finalistas. Sus críticas se pueden leer en la página web del pe-riódico. Además de la noticia sobre el Premio, The Guardian tiene un dossier sobre el autor y su obra.

http://www.guardian.co.uk/books/guar-dianchildrensfictionprize

Filij 32, una feria más grande que su tamaño

Entre el 9 y el 17 de noviembre se realizó, en la Ciudad de México, la 32ª Feria Internacional de Literatura Infantil y Juvenil.

Organizada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, la edición de este año man-tuvo las principales líneas que orientan uno de los más amplios encuentros dedicados al libro infantil y juvenil y a la lectura.

Con un especial enfoque a las actividades di-rigidas a profesionales, el programa contó con un curso de ilustración (este año dedicado al al-fabeto y sus potencialidades creativas y comu-nicacionales), talleres sobre edición, ilustración y creación literaria, un encuentro de libreros y otro de bibliotecarios.

En el espacio central de la Feria, en el Centro Nacional de las Artes, los visitantes pudieron recorrer los stands de muchas de las editoriales presentes y los niños y niñas (de 0 a los 18 años) tuvieron derecho a talleres diarios.

El 2º Encuentro Internacional de la Cultu-ra Lectora fue la joya de la corona de la progra-mación y este año presentó a los interesados un conjunto de conferencias y talleres de un ámbito bastante amplio, dentro del universo de la pro-moción de la lectura. “La Lectura cono Vínculo de la Diversidad Cultural” fue el tema de esta segunda edición que contó, entre otros, con la participación de la editora de Tara Books, Gita Wolf, que habló sobre la tradición del arte indí-gena en la literatura infantil a partir de los libros que edita y de la realidad india, y de la profesora e investigadora Gemma Lluch que dirige, desde la Universitat de València, un proyecto de inves-tigación sobre las experiencias de promoción de la lectura a partir de la web 2.0.

Los visitantes también pudieron asistir, dia-riamente, a espectáculos de teatro, horas del

cuento, baile, música, performances, narración oral y debates, No fue poco, y fue para todos.

http://filij.conaculta.gob.mx/

in fa ntil y juvenil

Frank Cottrell Boyce … winner of the Guardian children’s ¬fiction prize 2012 with The Unforgotten Coat. Photograph: Christopher Thomond

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