Canetti, Elias_Solo despues de un entierro.pdf

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Elías Canetti Sólo después de un entierro Tenía una amante a la que sólo visitaba después de algún entierro. Ella le quería así, "eres otra persona después de un entierro", solía decirle, "me amas mucho más ardientemente, si no es así no te quiero". Solía leer para él todos los anuncios necrológicos y le comunicaba por teléfono si creía que debía asistir. -¿Sabes quién ha muerto?- decía al punto; a veces él llevaba tres o cuatro semanas sin tener noticias suyas. -¿Quién? -Fulano, tú lo conociste, deberías ir. -¿A qué hora? -El lunes a las tres, en el crematorio. Te espero después. Se sentía mejor en cuanto le encontraba algún entierro, y empeuba a prepararlo todo para su visita. Él iba y lo oía y lo veía todo, y la verdad es que iba muy gustoso porque sabía qué le esperaba luego. Sin embargo no era un cínico, de lo contrario los entierros no hubieran logrado conmoverlo. Pensaba en el muerto, lo veía delante de él, mantenía con él conversaciones pasadas. Quedaba tan afectado que apenas habría podido seguir viviendo sin unas palabras de consuelo. Curvado y envejecido, se ponía en camino hacia la casa de su amante. De pie detrás de la cortina, ésta lo veía acercarse por la calle. Luego le abría de par en par la puerta de entrada y exclamaba: "¡Bienvenido!" Siempre llevaba puesto algo que a él le recordaba la particular ocasión, algo pequeño, nada llamativo, pero él siempre lo advertía y le estaba agradecido. -Ven- decia ella, -estás agotado. Te ha vuelto a dejar hecho cisco. Él asentía, entraba y se sentaba, un tanto recatadamente, en el mejor sillón. Ella se sentaba cerca, aunque manteniendo cierta distancia. -¡Cuenta! ¿Ha sido muy duro? Quizá prefieras callar. -De momento, sí- decía él, le parecía más correcto. Después de todo tampoco era un monstruo, tenía sentimientos, y necesitaba tomar aliento un instante antes de confesarse que la vida continuaba. -No te lo tomes demasiado a pecho- decía ella con lágrimas en los ojos, y sufria con él. A su vez, él le agradecia cualquier gesto que le demostrara su comprensión y su ternura. ¿Ha durado mucho?- preguntaba ella luego. -No especialmente. Por suerte fue breve. No me gustan las ceremonias largas. Todo es ya terriblemente difícil de por sí. Uno piensa que va a derrumbarse si no acaban pronto. -¿Cómo estuvo el capellán? -Nada mal. Bastante breve y directo. Después se paró junto a la puerta y le estrechó la mano a todos. Siempre me pregunto si no habría que darle algo. -No se puede. -Pues tiene una manera de estirar la mano... Creo que podría ocultarlo tan rápido y bien que nadie se daría cuenta. -¿Había muchas flores? -Montañas, aunque no tantas como la última vez. -Debe de ser muy bonito con tantas flores. -A veces no hay ni una, por deseo expreso. -Sí, Ya me acuerdo. La penúltima vez que viniste a verrne no hubo ni una flor. -Tienes buena memoria. -Sólo vivo para ti. Comparto cada pesar contigo. -Es verdad. Sin ti no sé cómo podría ir a entierros.

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Elías Canetti

Sólo después de un entierro Tenía una amante a la que sólo visitaba después de algún entierro. Ella le quería así,

"eres otra persona después de un entierro", solía decirle, "me amas mucho más

ardientemente, si no es así no te quiero". Solía leer para él todos los anuncios

necrológicos y le comunicaba por teléfono si creía que debía asistir. -¿Sabes quién ha muerto?- decía al punto; a veces él llevaba tres o cuatro semanas sin tener noticias

suyas.

-¿Quién?

-Fulano, tú lo conociste, deberías ir. -¿A qué hora?

-El lunes a las tres, en el crematorio. Te espero después.

Se sentía mejor en cuanto le encontraba algún entierro, y empeuba a prepararlo todo

para su visita. Él iba y lo oía y lo veía todo, y la verdad es que iba muy gustoso porque sabía qué le esperaba luego. Sin embargo no era un cínico, de lo contrario los

entierros no hubieran logrado conmoverlo. Pensaba en el muerto, lo veía delante de

él, mantenía con él conversaciones pasadas. Quedaba tan afectado que apenas habría

podido seguir viviendo sin unas palabras de consuelo. Curvado y envejecido, se ponía

en camino hacia la casa de su amante. De pie detrás de la cortina, ésta lo veía acercarse por la calle. Luego le abría de par en par la puerta de entrada y exclamaba:

"¡Bienvenido!" Siempre llevaba puesto algo que a él le recordaba la particular ocasión,

algo pequeño, nada llamativo, pero él siempre lo advertía y le estaba agradecido.

-Ven- decia ella, -estás agotado. Te ha vuelto a dejar hecho cisco. Él asentía, entraba y se sentaba, un tanto recatadamente, en el mejor sillón. Ella se

sentaba cerca, aunque manteniendo cierta distancia.

-¡Cuenta! ¿Ha sido muy duro? Quizá prefieras callar.

-De momento, sí- decía él, le parecía más correcto. Después de todo tampoco era un monstruo, tenía sentimientos, y necesitaba tomar

aliento un instante antes de confesarse que la vida continuaba.

-No te lo tomes demasiado a pecho- decía ella con lágrimas en los ojos, y sufria con

él. A su vez, él le agradecia cualquier gesto que le demostrara su comprensión y su

ternura. ¿Ha durado mucho?- preguntaba ella luego.

-No especialmente. Por suerte fue breve. No me gustan las ceremonias largas. Todo

es ya terriblemente difícil de por sí. Uno piensa que va a derrumbarse si no acaban

pronto. -¿Cómo estuvo el capellán?

-Nada mal. Bastante breve y directo. Después se paró junto a la puerta y le estrechó

la mano a todos. Siempre me pregunto si no habría que darle algo.

-No se puede. -Pues tiene una manera de estirar la mano... Creo que podría ocultarlo tan rápido y

bien que nadie se daría cuenta.

-¿Había muchas flores?

-Montañas, aunque no tantas como la última vez. -Debe de ser muy bonito con tantas flores.

-A veces no hay ni una, por deseo expreso.

-Sí, Ya me acuerdo. La penúltima vez que viniste a verrne no hubo ni una flor.

-Tienes buena memoria.

-Sólo vivo para ti. Comparto cada pesar contigo. -Es verdad. Sin ti no sé cómo podría ir a entierros.

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-Espero que nunca lo hagas.

-¿Cómo podría engañarte? -A veces pienso que has ido a alguno sin decírmclo. ni uno.

-Pero si tú lees todos los anuncios, no se te escapa ni uno.

-Tampoco soy infalible. Cuando paso seis semanas sin verte, pienso que se me debe

de haber pasado alguno. -Espero que leerás más de un periódico.

-Claro que sí, pero al parecer hay gente que no pone anuncios.

-En ese caso yo tampoco me enteraría.

-¿No te mandan a casa anuncios privados? -Tiro todo lo que tiene ribetes negros. Lo dejo todo en tus manos. Sin ti estaría

perdido.

Y tras esta pequeña escena de celos a la que ya estaba acostumbrado y que sólo se

refería a los entierros, él estiraba su mano derecha y le cogía la rodilla. Fin.

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