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No me puedo explicar cómo puede ser contemporáneo nuestro Carlos Gonçal-

ves, siendo al tiempo bondadoso miembro de la bohemia valleinclanesca. Amigo de largas y pausadas conversaciones en su estudio o en el café, lector infatigable de los neorrealistas italianos y portugueses, conocedor de todos los poetas, de los más y los menos conoci-dos, además de pintor pleno de recursos y proyectos, que conoce en profundidad todas las tramas del oficio. Y este es el nudo gordiano que hay que cortar para acercarse a su obra. No es bueno irse por la ramas del domino técnico que posee como magnífico y atento dibujante, virtuoso grabador o per-

feccionista pintor, que se apoya en la remota encáus-tica egipcia, medievales fres-cos al temple, al huevo o en otra técnica desplazada por la era digital y de uso casi desconocido, su quehacer creativo va mucho allá. Es narrador de vacíos urbanos, personajes socialmente des-cartados y profundas «sau-dades». En sus cuadernos de apuntes dibuja solitarias y agotadas trabajadoras que encuentra en el metro leyendo libros (según afirma ya sólo las mujeres leen libros), y presta atención y recoge con trazo decidido la rotunda figura rumana de

la cocinera de un comedor social en metálicas plan-chas para estampar con decisión a una sola tinta, al

mismo tiempo se ha convertido en cronista, no invitado por ningún poder humano o divino, de la transformación de su barrio. Los avatares especulativos entre Atocha y la M-30, el popular distrito de Méndez Álvaro, se recogen en un largo relato visual en el que aparecen y desaparecen edificaciones indus-triales que luego son soporte de viviendas u oficinas, horizontales y pardos paisajes deso-lados de escombros y construcciones margi-

nales que se transmutan en vibrantes iconos del poder de las grandes multinacionales ensamblados en acero y vidrio, con paleta mínima de grises y fulgores apaga-dos de plata.

Portugués de la bella Serra da Estrela, con orígenes próximos en Galicia y más remotos en Brasil, nunca ha renunciado, y eso le honra, a su «fado» de portu-gués errante, formado en la Escuela de Bellas Artes de Madrid. Pintor culto, conocedor de su oficio, con fuerte compromiso social, dominador de los silen-cios expresivos y dueño de una serena melancolía que impregna todas y cada una de sus obras. Fernando Ferro.

Carlos Gonçalves, pintor de la melancolía

La editorial Renacimiento continúa dejando huellas de un trabajo que está a la cabeza

de la oferta literaria, tanto por la calidad de los textos como por el interés continuo de los temas tratados, de gran aportación histórica e inte-lectual, a la vez que de gran ejemplo creativo. Aquí dos ejemplos de las grandes novedades: las memorias de Concha Méndez y La palabra secreta de Aquilino Duque.

Novedades de Renacimiento

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MAX ESTRELLA 3

EDITORIAL

Herrera Petere y Leopoldo de Luis

Dos nombres que representan mucho en la literatura española. Ambos como escritores y activos defenso-res de los valores humanos de convivencia solidaria y justa. Uno sufrió represión y exilio: José Herrera

Petere, otro sufrió el exilio interior que era la censura y la autocensura: Leopoldo Urrutia de Luis (Leopoldo de Luis).

Herrera Petere significó un compromiso directo contra los infravalores representados por los militares fascistas y rebeldes; combatió, junto a Miguel Hernández, en los frentes de defensa de la libertad y la legali-dad, y escribió desde el primer momento obras de compromiso y de gran validez documental y literaria. max estrella le dedica este recuerdo modesto pero merecido en momentos en que volvemos a temer por la intro-ducción de valores involucionistas en la sociedad. Por ello es tan actual gran parte de la obra de Herrera Petere.

Leopoldo de Luis, más joven (nació hace ahora 100 años), pronto se comprometió con la legalidad republicana ante la rebelión franquista, compromiso que prolongó en su obra con su dedicación a las clases humildes; fue víctima del exilio interior. Fue poeta y artífice de la mejor antología de Poesía Social hecha en España y otros muchos estudios, y una autoridad en el escenario de la crítica literaria.

En 1968, hace 50 años, fallecía en Córdoba Ricardo Antonio de Francisco de Sales Molina Tenor. Ricardo Molina, artífice del grupo Cántico de Córdoba, poeta y flamencólogo; intelectual, se fue joven, pero dejó una obra relevante y de referencia para poetas posteriores.

Rosario Sánchez Mora (Rosario Dinamitera), inspiradora del poema de Miguel Hernández que figura en el libro El hombre acecha, falleció hace ahora 10 años. Miliciana de gran valor y mujer de gran honestidad en su vida, vivió con gran dignidad dando ejemplo de sus valores.

Este año hace 50 que falleció Felipe Camino Galicia de la Rosa (León Felipe) en Ciudad de México, a los 84 años, tras haber tenido que abandonar, como miles de personas, España debido a la represión y el crimen fascista del franquismo. Su obra denota el drama del exilio y de las injusticias vividas.

Hace 200 años, el 5 de mayo, en Tréveris (Alemania) nacía un hombre cuyo pensamiento y acción intelectual cambiaría el mundo. Su obra es de actualidad: «La historia de todas las socieda-des hasta nuestros días, es la historia de la lucha de clases». Desde entonces la clase trabajadora es más consciente de su situación.

SUMARIO

3 Editorial y Efemérides.4-8 En Portada: Artícu-los sobre Herrera Petere firmados por José Esteban, Santos Domíngue, Javier Villán, Isabelo Herreros y Carlos Caballero.9-10 Poemas: Pepa Caro, Matías Muñoz, Antonio Hernández y Leopoldo de Luis.11 Cuento: Álvaro Lion-Depetre.12-19 Firmas: Jorge Urru-tia, José Esteban, Jorge E. Almeida, Miguel Muñoz, Rita Bailón, Isabelo Herre-ros y Raúl Peña.20-21 Libros.22 Entrevista: Javier Reverte.

MAX ESTRELLARevista Cultural

de difusión gratuita

Edita: Tertulia «Max Estrella»E-mail: [email protected] digital: https://revistamaxestrella.com/Coordinación: José Luis EsparciaProducción y maquetación: Susana Noeda

Ilustración portada: Fernando FerroImpresión: Estilo Estugraf Impresores, S.L. Depósito Legal: M-20731-2018Todos los derechos reservados. Los artículos firmados son responsabilidad de sus autores.

Efemérides

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EN PORTADA

Nacido en Guadalajara en 1909, José Herrera Petere cursó estudios universitarios en

Madrid sin ninguna ilusión. Sus primeros poe-mas, de tono surrealista, aparecieron en la publi-cación de Giménez Caballero, La Gaceta Literaria, en 1930. Colaboró después en Octubre, que diri-gió Alberti. Su primer libro, sin embargo, fue un tomo de novelas cortas, La parturienta.

Durante la guerra civil, Herrera Petere formó como voluntario en la filas del famoso 5º Regi-miento, en cuya publicación Milicia Popular y en El Mono Azul, comenzó a publicar sus famosos romances. Alberti que le conoció por esas fechas, cuenta que Herrera Petere «es de alguna manera una especie de sobrino, un sobrino que conocí un verano en los valles de la sierra del Guadarrama. ¿Tenía entonces diecinueve años? Yo no sé, pero era ya el poeta de geográfico más original de esa enorme sierra. Conocía los nombres más precisos de las montañas, los ríos, los pueblos, los caminos y los albergues, y estos nombres los colocaba en sus poemas con el júbilo infantil del escolar impuesto en la materia».

Su nombre, como poeta, volvería a aparecer en el Romancero de la Guerra civil. Más tarde cola-boraría también en Hora de España. A pesar de todo esto su consagración le vendría por la prosa: su novela Acero de Madrid consiguió el premio Nacional de Literatura en 1938. Durante estos años de guerra publicó Guerra viva, romances, y Puentes de sangre, poemas dedicados a la batalla del Ebro.

Internado en el campo de concentración de Saint-Cyprien, al termino de la guerra civil, pudo marchar a México. Allí residió hasta 1947, en que se trasladó a Ginebra.

«Poeta del éxodo y el llanto», Herrera Petere canta los paisajes de su Castilla natal sorprendidos a través de la bruma de las montañas suizas o a través de sus recuerdos y sus sueños. Sus poemas, llenos de nostalgia española, pueden concretarse

en su magnífico Hacia el sur se fue el domingo, publicado por Seghers, en traducción de Claude Couffon.

En estos años comenzó a escribir para el teatro, «cuando me di cuenta que el teatro procede de la poesía, como la nieve del agua». Dos de sus obras, Plomo y mercurio y La serrana de la Vera, fueron puestas en escena en Francia y Suiza.

Poeta para quien la poesía «nace de la experiencia, es decir del dolor», poeta para quien «la verdadera poesía, por más íntima y secreta que sea, siempre transforma el mundo», su obra es casi desconocida en su patria.

En otro tipo de poemas Herrera Petere se levanta y se revela contra la opresión de la vida cotidiana, de la oscura y difícil vida diaria que se veía obligado a llevar. Pero tanto en un tipo como en otro, su poesía tienen un tinte imagina-tivo, un alado pasar, como un delicado vuelo de ave. Como si pidiera perdón por su presencia o como si el tren, figura poética tan dada y repetida por los surrealistas, por el que siente obsesión, se la llevara hacia lectores a los que quisiera impor-tunar lo menos posible. Por todo ello, sus versos preferidos son los tradicionales en los que se ha expresado lo más genuino de la poesía española: canciones, romances, verso de cuaderna vía, etcé-tera.

Sus, creo recordar, dos visitas a Madrid, cortas necesariamente por exigencia de la administración franquista, nos revelaron un hombre sencillo, cordial, añorante y avejentado. Así, de nostalgia y tristeza española, murió en Ginebra, el 7 de febrero de 1977.

Nunca olvidó la herencia de su padre, el general Emilio Herrera Linares, presidente de la II República en el exilio de 1960 a 1962, y de su hermano, Emilio Herrera, piloto republicano, muerto con 19 años en el frente de Teruel, hecho por el que quedaría marcado su carácter y su obra durante toda su vida.

El poeta Herrera PetereJosé Esteban

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EN PORTADA

Ochenta años separan esas dos portadas de Acero de Madrid, la novela con la que José

Herrera Petere obtuvo en 1938 el Premio Nacional de Narrativa.

Entre la primera, con una bella fotocomposi-ción de Mauricio Amster para la editorial Nues-tro pueblo, y la edición de Libros de La Ballena de 2017, con prólogo de Alberto Garzón y apén-dice de Alejandro Pérez-Olivares, tuvo otra edición en Laia en 1979 esta «admirable epopeya», como la definió Antonio Machado, que Herrera Petere dedica a la resistencia de Madrid.

Con un peculiar cruce de literatura y propaganda que res-ponde a las excepcio-nales circunstancias en que fue escrita, Acero de Madrid es el primer título de una trilogía que comple-tan Puentes de sangre, centrado en la trave-sía del Ebro por el ejército republicano,

y Cumbres de Extremadura, que se ambienta en la guerrilla republicana que hostigaba la retaguardia de los sublevados.

Está dedicado a su hermano Emilio, aviador republicano muerto en combate con la aviación ita-liana, y en el prólogo, fechado el 22 de febrero de 1938, anticipaba el autor el tono de su libro: «En el aire –escribía– está una poesía épica o una novela, un género literario que equivalga al antiguo que cantaban las epopeyas de las ciudades, las odiseas de los navegantes y el heroísmo de los pueblos.»

Organizada en tres partes, la primera arranca en febrero de 1936 con la victoria electoral del Frente Popular y se cierra el 17 de julio, en los prime-ros momentos de la sublevación contra la Segunda República. Entre esos dos momentos, se reproduce la reacción de las clases altas y la preparación del golpe, cuando «el río de la traición corría, sonoro y rico, por los subterráneos de todos los cuarteles, de todos los edificios oficiales» y cuando el enfren-tamiento entre dos Españas parece inevitable: «Tú mirabas en la primavera de 1936 cómo dos olas iban a separarse y a juntarse luego con tremendo furor, con fulgor de lucha, como dos montañas de piedras, presididas por el sol de la Historia, y decías: “¿Qué será de mí entre todo esto?” De aquí iba a salir el objeto de tu vida.»

La segunda parte evoca con trazos breves, párra-fos rápidos y descripciones enérgicas la defensa de Madrid y la lucha en la sierra de Guadarrama y la creación de las Compañías de Acero, que se inte-graron en el Quinto Regimiento.

Entre la crónica intrahistórica, el homenaje y la arenga propagandística, la tercera parte de esta novela coral arranca bajo las bombas de la aviación alemana y se centra en la resistencia de Madrid y la disolución del Quinto Regimiento para integrarse en el Ejército Popular de la República.

En el entierro de Herrera Petere, fallecido el 7 de febrero de 1977 en Ginebra, María Zambrano leyó un texto en el que destacó su «pura voz que viene del alba de la historia (...) voz que traía y dejaba encinares y olivares, cumbres, puertos, ríos de aquella tu tierra de sueño y de alma.»

Acero de MadridSantos Domínguez

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EN PORTADA

Recuerdo urgente e impreciso de Herrera PetereJavier Villán

Combatiente, narrador, poeta. Mis referencias de José Herrera Petere son estrictamente cane-

jianas. Y una revista que idearon y publicaron jun-tos titulada En España ya todo está preparado para que los curas puedan enamorarse. Eran vísperas de la república y en ese opúsculo en cuya portada apare-cía un toro berrendo al que los autores llamaban, me parece recordar y no sé por qué, Presbítero…No hay en esa revista textos literarios salvo, creo, un breve editorial en el que profetizan que el Par-tido Comunista de España iba a ser fuertemente reprimido; una guía de ferrocarriles y poco más. Ni siquiera surrealismo, aunque de él se reclamasen; disparate puro.

Herrera Petere venía a veces a Madrid por los 60, a ver a Caneja y a Isabel Fernández, la enfer-mera roja que había sido modelo de Balenciaga a los que se consideraba como hermanos, siempre miraba de frente al pasear la calle por miedo a que, en un momento de descuido, pudiera tropezarse con un cura. Su anticlericalismo era verdadera-mente irreductible. Hijo de General conservador,

aunque ilustrado, se enroló, creo recordar, en el V Regimientos; se hizo comunista y parece ser que colaboró en el himno al Regimiento más célebre de la contienda.

Antes que poeta fue narrador, Cumbres de Extre-madura. Vivió el éxodo y el exilio en Zurich y en París y aquí con el gran escultor zamorano, Baltasar Lobo, reinventaban una España que ya no existía. En una taberna de las salesas, en uno de sus viajes clandestinos, Caneja me presentó una noche a Lobo y me invitaron a cenar. Yo estaba a hambre de vicio y ni corto ni perezoso pedí dos huevos fritos con patatas a los que Lobo añadío chorizo y jamón. Esperaban a Herrera Petere, pero Herrera no apare-ció . Yo creo que no lo esperaban…..

Herrera andaba con sus versos a cuestas desde que un incendio en su casa calcinó toda su pro-ducción literaria y poética. De ahí nació un libro Cendres que resume el sentido de su vida, Cenizas.

Su libro Hacia el sur se fue el domingo, es lo más representativo de su poesía. La revista Max Estrella le rinde un merecido homenaje.

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EN PORTADA

Hablar de José Herrera Petere es hacerlo de uno de los más relevantes poetas de la Genera-

ción de la República, pero también de un novelista y un dramaturgo, comprometido de modo muy intenso con la lucha del pueblo español frente a los sublevados en armas contra la democracia republi-cana. También hay que mencionar a su progenitor, el general Emilio Herrera Linares, brillante científico con grandes aportaciones a la aeronáutica, leal a la República y que murió en el exilio. Esta fue también una de las causas para que Herrera Petere fuese con-siderado por el régimen franquista como un peli-gro, manteniéndole la pro-hibición de vivir en España hasta el final. El general Herrera fue presidente del gobierno republicano en el exilio, entre 1960 y 1962; su nombramiento fue un varapalo a los esfuerzos del franquismo por conseguir reconocimientos interna-cionales, a costa de colocar la etiqueta de comunista a los republicanos exiliados.

La obra narrativa de Herrera Petere es poco conocida, a pesar de que su novela más destacada, Cumbres de Extrema-dura1, es una de las mejores de las ambientadas en la guerra civil, y, además, escrita in situ, es decir muy cercana en el tiempo y publicada en Barce-lona en 1938. Se trata de una auténtica novela de guerra, centrada en las aventuras y desventuras de

1 José Herrera Petere. Cumbres de Extremadura. Memoria Rota. Exilios y Heterodoxias. Prólogo de María Zambrano. Antropos. Barcelona 1986.

José Herrera Petere, novelista Isabelo Herreros

un grupo guerrillero fiel a la República en la reta-guardia nacionalista. Es una obra apasionada, muy realista, incluso brutal se ha dicho, sin el distan-ciamiento estético entre la narrativa y la ideología. A pesar de ello es una gran novela, realizada con una inmersión poco usual en el habla de los pueblos extremeños en aquella España de los años treinta.

Podría considerarse com-plementaria incluso de otra de las mejores novelas, de las que abordan la guerra civil, El asedio de Madrid,2 de Eduardo Zamacois, y que compone como nadie el aguafuerte de lo que fue Madrid, tras la desbandada de las fuerzas leales en Extremadura y Talavera.

El grupo guerrillero que protagoniza la novela no es muy convencional, en realidad se trata de una agrupación de hombres y mujeres huidos de una pequeña localidad, San Vicente de Alcántara, ante la llegada de la «columna de la muerte». Por su parte, los caciques y nuevos falangistas del lugar están también muy bien carac-

terizados, y podrían representar personajes tipo, comunes en aquellos tiempos en muchos lugares de España.

Muy recomendable, en particular sería deseable una reedición crítica, con una introducción que sitúe la obra en el contexto de la narrativa española escrita durante la Guerra Civil.

2 Eduardo Zamacois. El asedio de Madrid. Edic. Mi Revista. Barcelona 1938.

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EN PORTADA

El teatro de José Herrera PetereCarlos Caballero

Hablar hoy de José Herrera Petere, el miliciano Petere, como firmó buena parte de su obra,

es hablar de uno de los grandes olvidados de la literatura española. Y más que olvidado borrado, tachado, por quienes todos sabemos pero también por algunos más… Pero si además intentamos hablar de su teatro el vacío es aún mayor, porque si bien no se puede decir que su poesía y su narrativa sean realmente conocidas, sí se pue-den encontrar algunos libros, fruto de editores abnegados.

Y esto es aún más sangrante si consideramos que Petere destinó buena parte de su esfuerzo a escribir para las tablas, tablas que se convir-tieron en trancos sobre sus costillas de perseguido, exiliado y finalmente ninguneado y olvidado.

Petere descubrió el teatro en el frente y como dijo en varias ocasio-nes, descubrió también que el tea-tro nace de la poesía, de la poesía puesta en pie en lucha y en defensa del pueblo. La obra del miliciano Petere en guerra es sencillamente impresionante, sus romances y coplas eran las preferidas de los milicianos, los recordados de memoria, los canta-dos y más aun los que inspiraron a muchos a escri-bir sus propias composiciones. Y junto a ello tuvo un papel muy importante el teatro, las pequeñas obras, en octosílabos asonantes, para ser represen-tadas en el mismo frente como Monólogo del fusil, Torredonjil o La voz de España. Teatro de circuns-tancias, teatro de propaganda, teatro panfletario y otros tantos calificativos más o menos denigrantes o despreciativos le han sido adjudicados, pero lo que muy pocos han sabido o querido ver es que en estas obras, naturalmente de corta extensión, Petere descubrió la síntesis perfecta en la que se sustenta el verdadero gran teatro. La síntesis entre épica y lírica. Y creo que no es baladí recordar que en el mismo momento en el que otro autor,

alemán, solo unos pocos años mayor, llegaba a la misma conclusión y al mismo dramatismo: Ber-tolt Brecht.

En el exilio Petere nunca abandonó su pasión por el teatro y por lo que este podía significar para la Causa de España. Probablemente en México a mediados de los años cincuenta escribió la que es sin duda su obra mayor, Carpio de Tajo (Drama en

tres jornadas y siete cuadros). Libre-mente inspirada por la Fuenteo-vejuna de Lope de Vega es una de las obras mayores de todo el teatro español del siglo XX, solo com-parable a los intensos dramas lor-quianos. En Carpio de Tajo Petere despliega ante nosotros la esencia del drama de la guerra y la posgue-rra, capta el heroísmo, mas también el dolor que desgarra las entrañas, la traición que emponzoña el aire, la violencia y el amor que se unen en un abrazo fatal. Y todo ello en un pequeño pueblo toledano del frente de 1936, que Petere cono-

ció directamente, y con personajes que tienen su origen en mujeres y hombres de carne y hueso. Y los atroces crímenes, también… No es por lo tanto extraño que la única ocasión en que la obra haya sido representada en España fuera a instancias del grupo amateur de los Amigos de Carpio de Tajo, en el 2006.

Carpio de Tajo, publicada en Buenos Aires en 1957, fue un hito, pero solo en el ámbito de los exiliados españoles y de quienes más les entendían. Petere no cejó; ya en Ginebra y en colaboración con el Théâtre de Carouge puso en pie en 1964 Plomo y Mercurio, ambientada en las huelgas mineras. Pero su siguiente intento La Serrana de la Vera o Come-dia de la Televisión reelaboración libre de la leyenda extremeña, fue un fracaso. El drama de España ya no interesaba… Aún llegó a escribir un drama más, La Voz del Pozo, que fue totalmente desestimado.

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POEMAS

Pepa CaroEl nido vacío

Esta casa no tiene infancia,de puntillas se cierra el portóncomo un libro vacío.En la mesa hay un candelabrocon una vela rojapara las fiestas navideñas,las ventanas tienen una miradaverde, húmeda, de agua amarga.En la pared del salón,cuelgan cuadros y fotoscon ceñidos trajes de olvido.Aún quedan naranjas en la cocina,algún azulejo está heridopor las vísceras del tomate.En los dormitorios vacíosparecen más delgadas las sábanasque doblo como aplastando una ausencia.Mis hijos se van con el calendario,y escuece la casa como una heriday no son las puertas dueñas de nada.

Matías MuñozPlaya de Bodrum

En memoria de Aylan y de tantos…

Playa de la esperanza y el lamento.El dolor es un niñoque sólo tuvo tiempo de reír.Su cuerpo yace bajo el titular. Hoy es portadala caricia del mar que ya no siente.Conmoción del instante, máscara solidaria.Luego, un silencio que apesta.Mientras callamos,los dueños de la paz y de la guerra,dueños de las monedas y de las alambradas,discutensi el número de muertos es real o imaginario.Tras la sesión plenaria, el veredicto: «Es natural, un número concreto.»Se reparten la cuota de piedady miran a otro lado. El cupo son dos niños ahogados cada día.Playa de la esperanza y el lamento. Las gaviotas han visto, las gaviotas saben.

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POEMAS

Antonio HernándezPosdata

«Sin temblor no existe buen poeta»,me asestó la cicatera mágica.¿Valga la paradoja?: complacey no emociona; admira y no punzala maestría si es virtuosismo.Su angelería especializadano aporta pruebas definitivas.

(De Viento variable)

Leopoldo de Luis

Valoración de la poesía en recuerdo y homenaje a

Francisco Creis(Poema inédito, cedido por Jorge Urrutia)

¿La Poesía es un amor o un sueño?¿Es una realidad o una figurainventada y emerge de recintosen donde no estuvimos nunca?¿La Poesía es un camino oscuroque tanteamos y de pronto alumbrao es lo mismo que un niño que no vemospero es el corazón el que lo acuna?¿Seré joya o medalla de la psiquey el intelecto su metal acuña?La Poesía es una azul muchachaque vivió un día y que de pronto exhumasu reflejo lejano y recordadoen luz inclinable de hermosura.Escuchamos su voz como escuchamosel eco libre de la mar profundacomo oímos el viento en primaverao en invierno cuajar la nieve súbitao crepitar el sol en el veranoo en otoño caer llantos de lluvia.¿Cómo saber lo que es la Poesíacuando amistad la teje en su aventura?Perpetuamente ignota, le encontramosdonde muerte y olvido la sepultandonde nostalgia y pena la recubrendonde verdad y sombra la desnudany en el silencio de tu corazón está, Francisco Creis. ¿No oyes su música?

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CUENTO

Álvaro Lion-DepetreEl rey de Siam

Cuando mi tío Fernando volvía a casa de los abuelos era como una fiesta. Siempre había dulces, caramelos, bombones y regalos y cosas ricas, y las mamás estaban más lindas y mis tías estaban contentas y bonitas y

nadie estaba de mal humor.Sobre todo estaba linda la abuela Soledad, se le ponía el pelo blanco más blanco, como la plata pura, con un

brillo como de luz y los ojos le brillaban con chispitas. Hacía tortillas de maíz con manteca de puerco y sal, nada más, pero eran sabrosas de verdad. Ricas. Tan ricas que no las he olvidado nunca, aunque jamás las he vuelto a comer. Las huelo. Huelo el olor de la tortilla cuando se le deshace encima la grasa de puerquito, y siento el olor de los granos de sal y me sabe todo junto a su sabor. Pero no las he vuelto a comer de verdad nunca. Y lo he intentado, ahora que he crecido lo he intentado. Ahora que ya ni siquiera vivo en México, sino que sólo voy  de año en año. La tortilla de la misma tortillería, la manteca de puerco de la misma tienda, la misma cocina y la misma abuela Sole, igual de contenta, cantando igual, porque ahora me veía a mí ya grande, después de muchos años de no verme. 

Pero ya no era igual, igual, ahora el pelo blanco era un poco azul, por el tinte, quién sabe por qué se lo teñía, la abuela Sole decía que ya nada era igual. ¡Qué pena!

Cuando volvía mi tío Fernando, había mole y otros platillos muy exquisitos, muy apetitosos de verdad. Pero a mí lo que más me gustaba eran las tortillas con manteca de puerco y los frijoles refritos. Luego he ido compren-diendo que era un niño de gustos sencillos, pero claros y definidos. Con los años me estropeé, y ya me gustaron otros guisos más elaborados. Es lo malo que tiene la edad. 

Y luego estaba el baúl de mi tío. Era un baúl enorme. Mucho más grande que yo. Cuando estaba vacío podía yo jugar dentro a que era el castillo mágico donde uno se volvía invisible. Y era cierto que nadie te encontraba si lo cerrabas. 

Pero lo mejor era la ropa de oro. Yo me ponía la chaquetilla y el gorro y era el rey de Siam. Nadie podía haber en el mundo tan poderoso. ¡Y cuánto oro tenía!, porque casi no la podía mover del oro que tenía. Casi no podía yo con ella. Y si me ponía la gran capa roja y amarilla encima ya no era el rey de Siam, sino por lo menos el emperador de todas las Chinas. Entonces, ni moverme podía. El juego era todo delante del espejo, admirando mi poder y mis riquezas y dando órdenes con la espada tan enorme que la tenía agarrada por la funda y era tan alta como yo, como la espada del caballero que estaba pintado en el retrato del salón de casa: «Haz esto», «Haz aquello», «Mata a ese», «Mata a  aquellos otros». A miles, por lo menos, tenía que mandar matar de tan grande que era el poder del emperador de la chaquetilla con tanto oro y de la bella capa y de la omnipotente espada. Pero a veces me cansaba, porque lo de jugar sólo ante el espejo, aunque se sea el rey de Siam, acaba por aburrir. Y me iba. 

Dejaba la chaquetilla de oro y joyas y la capa y la espada, y me iba para la cocina a ver a la abuela Sole, que se la escuchaba cantar, a pedirle una tortilla con manteca de puerquito. Y al pasar por el comedor estaban mi papá y mi tío Fernando hablando, porque les gustaba mucho hablar. Mi tío Fernando le preguntaba muchas veces: «¿Cómo estuve, Pepe?». Y mi papá se lo decía: «Estuviste bien», «Estuviste regular», «Estuviste grande». Pero ahora estaban serios, los oí serios, como hablando de cosas más importantes que «Cómo estuve». Entonces lo escuché, y me pare-ció bonito, jugué yo también a eso muchas veces, porque era linda la imagen. Decía mi papá: «Entonces, ¿seguro lo dejas?», «Ni modo, Pepe –contestaba el tío Fernando–. No es miedo. Yo no tengo miedo, ni lo tuve nunca. No es miedo, Pepe. Es... Es que, cuando pasan los cuernos del toro, me duele la herida.»  

¡Qué lindo! ¿No? Jugué muchas veces a que me doliera la herida cuando pasaban los cuernos del toro. Me ponía la chaquetilla

de oro y cogía el trapo rojo, y, quieto ante el espejo, me imaginaba al toro pasando y entonces notaba yo un algo, como que se me arremangaba la herida de la operación de apendicitis. Claro que la cicatriz de mi tío era la de una cornada en Guadalajara, Jalisco, que lo había tenido entre la vida y la muerte. Yo me imaginaba también que me cogía el toro y que estaba yo también entre la vida y la muerte. Era una sensación rara, entre gusto y regusto y un poquito de dentera: no podía dejar de jugar. 

Luego mi tío Fernando se fue. Y el baúl se quedó en casa de mi abuelita Sole, pero cerrado con llave y ya no pude seguir jugando.

Ya me hice grande. Ya no hay tortillas con manteca de puerco y sal. Ya no saben igual, ni huelen parecido. 

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FIRMAS

los requisitos del genus irrita-bile vatum, el linaje irritable de los poetas al que se refirió Hora-cio. ¡Cómo iba a cumplirlos si, en un país donde funcionó como elemento conglutinador de una generación la protesta contra la concesión del Nobel a un compa-ñero de letras, él escribió Aquí se está llamando (1992), una suerte de reconocimiento y homenaje a poetas de todo tiempo, pero sobre todo del suyo! Decididamente, este señor de aspecto tan normal era un ser anómalo.

El hilo que ensarta las cuentas de su rosario biográfico es la poe-

sía: una poesía, cuando existencial (Los imposibles pájaros, 1949), sin los borborigmos epilépticos de algunos tremendistas; cuando social (Teatro real, 1957; Juego limpio, 1961), sin apelaciones al faci-lismo anodino; cuando métricamente clasicista (Cuaderno de San Bernardo, 2003), ni escayolada ni momificada. Los últimos libros, alguno de los cuales sorprende por el poderío visionario y la vibración anímica, son una constatación del acceso a un eremitorio, como una subida al monte Car-melo, al que el poeta había decidido retirarse para pensar su muerte.

A Leopoldo de Luis, que este año hubiera cumplido los cien, se

le recuerda menos por la treintena de libros de poesía que escribió que por su antología colectiva Poesía social (1965). Como todas las anto-logías, la citada es un arca de Noé, aunque en su caso sin Noé; porque, al contrario que Gerardo Diego en la de 1932, donde presentaba a los del 27, y de tantos que siguieron su ejemplo, Leopoldo de Luis se quedó en la orilla tras haber empu-jado mar adentro la embarcación donde salvaba a otros. Tan plausi-ble como infrecuente.

A las duras experiencias de la guerra, la derrota, el cautiverio y la supervivencia se debe, supongo, su entrega a esa poesía solida-ria y coral, en una actitud, válgame la paradoja cuando hablamos de socialrealismo, más román-tica que realista y más idealista que pragmática, pues plantaba esa bandera cuando ya el desarro-llismo de los tecnocráticos cuellos blancos parecía haberla dejado fuera de juego. Y a ello, en fin, se debe también el empeño que hizo por preservar, rescatar y editar la poesía de su compañero Miguel Hernández.

Él fue un poeta de los buenos; pero no cumplía

Leopoldo de Luis, cien añosÁngel L. Prieto de Paula

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No lo has contado nunca. No te has referido a ello. Tampoco está ya él para que haga

memoria. Tal vez ni siquiera fue consciente de lo que por ti pasaba. Algo tuvo que rebobinarse en tu interior, alterarte, hacerte sudar mientras la lividez ocupaba tu rostro. O no fue lividez. Rojo sin duda te pusiste.

Pero no lo has contado. Tampoco él. Llegaste al café Gijón. Tenía que ser un lugar de libertad y de emociones. Miraste en torno. Apreciaste la pri-mavera tras los ventanales, a contraluz los rostros de esos poetas que siempre te acogieron. Nombres soñados. Buscaste un hueco en el diván rojo. Rojo oscuro, como la sangre seca. Se echó un poquito al lado para hacerte sitio y os quedasteis los dos como al margen, algo apartados del grupo de la mesa. Leopoldo no quiso dejarte solo y se giró levemente hacia la izquierda, dando pie a la con-versación, siempre cortés. –Sí, soy de Valladolid. Nací en Madrid –dijiste– pero en seguida me lleva-ron allá. –¡Qué casualidad! me pasó lo mismo, soy de Córdoba y a poco estaba la familia en Vallado-lid, diecisiete años en la calle Regalado. –Trabajo con Delibes. –Buena recomendación, pudo decir él. –Es curioso, yo creí que nadie iba a Valladolid, continuaste. Y él –La farmacia aquella tan bonita, con viejas estanterías repletas de albarelos fue de mi abuelo, luego la administró mi padre. Belladona. Tila argentina. Salborán. Sauco. Árnica. Los nom-bres de los antiguos y misteriosos medicamentos se desgranaban, como en un juego, sobre el diván y el mármol de la mesa. –Mi madre compraba en ella, algo le atraía de aquellos nombres de cuento oriental y letras azules. Siempre pensé que no les quitaban mucho el polvo. –Sería después, el mozo estaba en ello todas las mañanas. Pero se vendió el año treinta y cinco. ¿Cuánto siguió esa conversa-ción entre insulsa y melancólica? No puedo supo-nerlo ni importa para la historia. –No recuerdo ningún de Luis en Valladolid. –Yo tampoco un Umbral, pero mi primer apellido es Urrutia. –¿Tu

padre también era Leopoldo? –No, mi abuelo. Mi padre se llamaba Alejandro. Te quedaste suspenso. Rojo. Pálido tal vez. Leopoldo seguiría hablando, recordando momentos de su adolescencia, que si Narciso Alonso Cortés, que si Luis López Anglada, que si la casa de Zorrilla. Tú, –Perdón, ahora vuelvo. Te encerraste en el servicio. Encendiste un cigarrillo allí, sentado. Controlaste los nervios. Sabías que tu segundo nombre era Alejandro. Fir-maste los primeros artículos como Urrutia. Y ahora habías conocido a tu hermano. Sólo compartíais una U inicial y recuerdos impersonales. Te subiste al silencio. Al volver al diván, Leopoldo sonrió, afa-ble, y siguió hablándote de los poetas de Vallado-lid. No recordaba a aquel niño enfermizo que llevó en sus hombros, pasillo arriba, pasillo abajo, en un piso burgués de la calle Regalado. Aquel niño que lo escuchaba con una emoción disimulada. En silencio para siempre.

F.U. encuentra a L.L. (Lo que podría haber sido)Jorge Urrutia

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«Medio siglo era por filo…, poco menos. Corría noviembre de 1850. Lugar de referencia:

Madrid, en una de sus más pobres y feas calles, la llamada de Rodas, que sube y baja entre Embajadores y el Rastro». Así empieza el tercer episodio de la Cuarta serie de esa admirable epopeya histórica de Galdós. Episodio que se titula Los duendes de la camarilla.

Así empieza también el galdosiano Bergamín uno de sus luminosos artículos sobre Galdós. Y ahora, hoy, estamos en el mismo lugar de referencia, Madrid, bajando y subiendo por la misma pobre y fea calle de Rodas, entre Embajadores y el Rastro, casi al filo de algo más de siglo y medio del evocado por el novelista, pensando en aquellos y en estos duendes, y en aque-llas y estas camarillas, que todavía impregnan nuestro recuerdo y nuestras actuales vidas. Sí, en esta España galdosiana, porque no existe, aunque lo quieran, otra. 

Quiero decir, como también decía el autor de La importancia del demonio, que todo español que quiera al día de hoy, siglo y medio después del evocado por el novelista y en el mismo lugar de referencia –Madrid–, o desde cualquier rincón de España, tendrá que vol-ver sus ojos y leer los Episodios Nacionales «si quiere encontrar viva conciencia de lo que es como español, de lo que sigue siendo España».

Ya en los primeros años del siglo pasado, hacia 1912, y en uno de sus grandes libros, Lecturas espa-ñolas, se preguntaba Azorín: «¿Qué debe la literatura española a este grande, honrado, infatigable, glorioso trabajador? ¿Qué le debe España?». La pasión política, opinaba el maestro del 98, ha enturbiado el juicio de muchas gentes y se ha llegado a menospreciar, vejar y maltratar a un hombre ilustre, y sin embargo ese hombre «ha revelado España a los ojos de los españo-les que la desconocían, este hombre ha hecho que la palabra España no sea una abstracción, algo seco y sin vida, sino una realidad; este hombre ha dado a ideas y sentimientos que estaban flotantes, dispersos, incone-xos, una firme solidaridad y unidad». Es decir, Galdós como conciencia viva de España viene ya de antiguo.

Lo que quieren decirnos ambos escritores, es que don Benito ha contribuido a crear una conciencia nacional, ha hecho vivir España con sus ciudades, sus pueblos, sus monumentos, sus paisajes, a la vez que nos da conciencia de quiénes somos nosotros mismos.

Podemos decir que Galdós cierra nuestro siglo diecinueve y nos abre el veinte, tal y como Goya cerraba el dieciocho para abrirnos el diecinueve. Aquella y esta España, la de Goya y la de Galdós –podemos también decir– se nos ofrecen con idéntico signo de tragedia, como destino trágico de un pueblo. No en vano uno los episodios de la cuarta serie lleva por título España trágica.

Para el pacifista Galdós, la guerra de la Indepen-dencia fue una doble calamidad, «primeramente lo fue como son todas las guerras y luego porque lo que se rechazaba era mucho mejor que lo que se defen-día… pero había que rechazarlo». Hay una página inolvidable y clarificadora de la situación de aquella España. «Vino Napoleón y despertó todo el mundo. La frase castellana echarse a la calle es admirable por su exactitud y expresión. España entera se echó a la calle o al campo, su corazón guerrero latió con fuerza…; pero lo extraño es que Napoleón, aburrido al fin, se marchó con las manos en la cabeza, y los españoles, movidos por la pícara afición, continuaron haciendo de las suyas en diversas formas y todavía no han vuelto a casa». (Juan Martín el Empecinado).

En vano y durante tiempo a los españoles se nos ha intentado escamotear o enmascarar nuestra pro-pia historia, bien con mamotretos y aburridos textos, bien con manuales tergiversadores al uso. Por eso en la lectura de los Episodios, que no tratan de enmas-carar nada, encontraremos siempre lo que tanto necesitamos: conciencia histórica de España. Allí encontraremos a una nación resuelta, hasta en sus equivocaciones; ambiciosa, hasta desangrarse en sus camarillas, equivocada y volviendo a rehacer su per-dida senda. Es algo, créanme, que emociona.

Y quiero volver a Goya. La prosa galdosiana, sobre todo en sus últimos Episodios, cobra tintes goyescos. Tintes del mejor Goya, del más corrosivo, del que retrató a la familia de Carlos IV. Por ello, hay que alumbrar nuestras conciencias tanto en la prosa de Galdós como en las trágicas visiones de Goya –el final y el principio de nuestro diecinueve– para darnos cuenta que aquel novelesco siglo se prolonga en los que le han seguido hasta ahora y nos tememos que aquellos fantasmas sean los nuestros, y sus camarillas sigan siendo también las nuestras. 

Los episodios nacionales, de GaldósJosé Esteban

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de Premio Nacional e Hijo Predilecto de Andalu-cía, es un experto sonetista que, aquí, además de homenajear a sus íntimos: Felipe Benítez Reyes y Joaquín Sabina, y al generoso e incorruptible Chus

Visor, se atreve con don Antonio Machado, no se vaya a decir que no tuvo maestro.

Dos cuartetos y dos tercetos es soneto, versos, predominantemente, de once sílabas, aunque son de acep-tación los alejandrinos. Y, en oca-siones sacras, se les puede ungir con el serventesio. Los cuartetos doran la píldora –permítanme el compa-dreo–, de modo que la exposición del tema se haga en ellos; el primer terceto lo acerca al fuego, es, por tanto, elemento de transición, casi lo pone en bandeja tras el remate. Mas, aparte del andamiaje, la música, que es donde resbalan nuestros «váte-res», incluso los más dotados, como

Montero, a base de práctica en cátedras, tensones y requestas. Aunque todo esclavo tiene en su mano remediar su esclavitud. Y es que, con voluntad, lo que no otorga «natura», a veces, tampoco lo da Salamanca.

Murciano es un poeta redactor, y Montero, resu-midor, pero no debe comerse las sílabas, dejando el endecasílabo en 10, ni regurgitarlas, dejando el endecasílabo en 12, y mucho menos si se dedica a don Antonio Machado.

Damos, por tanto, pábulo a la venta de este libro para que los lectores vean de cerca lo que no debe hacerse si se quiere conseguir un buen soneto, sobre todo si se quiere basar en el prestigio nomi-nal el éxito de una composición. Salvo que quieran transmitirnos que la maestría es un bálsamo para las meteduras de pata, no se justifica la cojera de estos sonetos. En fin, que del nombre no se debe vivir sin que nadie evoque en algún momento los ecos imperfectos del histrionismo.

Y para qué seguir con rimas, encabalgamientos, acentos versales…

No es cuestión de meterse uno donde no le llaman; pero si llama a la puerta del lector

un libro, especialmente de figuras de la cosa poé-tica, figuras proclamadas y autoproclamadas, no está de más desvelar que el don poé-tico no es algo que se adquiera por decreto ministerial, ni por amistad con críticos o editores. El don poé-tico admite alguna debilidad propia de la condición humana, pero no despistes del calibre 180.

Esto a propósito del libro titulado Sonetos para el siglo XXI (Vitruvio, 2017), cuyo introductor, Modesto González Lucas, asegura que «El soneto goza de buena salud». Bien haría en llevar a la clínica su soneto «Florencia», a curarle la cojera.

Pero esta cojera, propia de un aficionado, poco tiene que ver con la de los grandes profesionales. El primero, Carlos Murciano llamado, de quien, en una revista gaditana, un tal Jorge de Arco afirma que su padre «es el mejor sonetista vivo de la lengua castellana». Y a mí me viene a las mientes lo escrito por el insigne Eladio Cabañero: «Dicen que a Carlos Murciano / se le apareció un platillo / en la palma de la mano». Y lo que es más que darle a la caza alcance de don Juan de Yepes: «Aprended, flores, de mí / lo que va de ayer a hoy, / que Carlos Murciano fui / y Carlos Marciano soy». El remojón en cosas de hace tiempo no tiene por qué caducar. La forma mágica del soneto reaparece con el asunto celeste, pero «Con la nave de Juno ya en la órbita de Júpiter» y hablándole el poeta astro-nauta «a la amada del asteroide que se acerca a la tierra», ya sea con versos de doce sílabas: «lo único que le pido al asteroide», o de diez: «Yo salgo de nuevo a la ventana». Y ahí queda eso ahora que ni Boileau ni Martínez de la Rosa pueden infartarse.

El segundo, insigne acopiador de menciones, aspiró a líder político y los votantes le dijeron que «verdes las han segado», como alguna sílaba en sus endecasílabos. Luis García Montero, además

Sin respeto no hay sonetoJorge E. Almeida

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A los 200 años de su nacimientoDevoción literaria de Karl Marx

Miguel Muñoz Rubio

El bicentenario del nacimiento de Carlos Marx es una excelente oportunidad para recordar su

devoción por la literatura, una de sus facetas menos conocidas. Todos sus biógrafos han coincidido en señalar que desde muy pronto se sumergió en una desenfrenada lectura de las obras clásicas, mos-trando una especial preferencia por autores como Homero, Esquilo, Shakespeare, Goethe, Balzac, Cervantes o Heine. Fascinación que le llevó años después, incluso, a aprender el castellano con el único propósito de leer El Quijote en su legua ori-ginal. O a dar tanta importancia al valor literario de sus obras que convirtió en habitual retrasar sus entregas hasta que no consideraba haber logrado la perfección.

György Lukács en su Marx y la Literatura sos-tiene con acierto cómo encontró en este arte tanto una fuente de conocimiento para elaborar su crítica de la sociedad contemporánea como una «forma»

de reivindicación de la subjetividad. No fue casua-lidad alguna que ya en su tesis doctoral Diferencia entre las filosofías de la naturaleza de Demócrito y Epicuro la literatura ocupara un lugar central en sus análisis. Práctica que se mantendrá en el resto de su producción.

Tampoco puede ser considerado como casual que sus primeras –y ya eruditas– miradas al mundo las hiciera o intentara hacer desde diferentes obras literarias. Su sucinto incurso Escorpion y Félix. Una novela humorística; su drama inconcluso Oulanem; y su libro de versos Cantos para Jenny y otros poemas fueron sus primeros pasos. Los dos primeros fueron ejercicios nonatos y la última carecía de calidad, ciertamente, pero sujetaron a Marx por siempre a un arte al que otorgó una gran trascendencia.

Más conocida resulta su prolija producción periodística, género donde elaboró varios centena-res de artículos llenos de agudos análisis, pero tam-bién atentos a un estilo cuidado en extremo. Llegó incluso a traducir al alemán la Germania de Tácito y los Tristium Libri de Ovidio. Y como demostró Miguel Vedda en Escritos sobre literatura, redactó algunos ensayos sobre el arte y la literatura, entre los que destacó su crítica de la «crítica» que hizo «Szeliga» del seminal folletín Misterios de París de Eugène Sue.

Leer a Marx es leer bien. Merece siempre la pena. Siempre gratifica como a él le sig-nificó una de sus mayores satisfac-ciones recibir el reconocimiento de Federico Engels de que era capaz de escribir en inglés sin que se notase su procedencia ale-mana.

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«Cuento original que no se concibe de súbito no cuaja»Emilia Pardo Bazán

Rita Bailón Gijón

Emilia Pardo Bazán, nació en La Coruña (1851-1921), considerada una de las escritoras más

prolíficas de nuestra historia literaria. Escribió novelas y cuentos, libros de viajes, obras dramáticas, poesía y numerosísimas colaboraciones periodísti-cas. Traductora, editora y catedrática.

Con su obra y con su vida puso de manifiesto la capacidad de la mujer para ocupar en la socie-dad los mismos puestos que el varón. Sus ideas avanzadas demuestran la importancia que da a los viajes, sin olvidar y denunciar que la educación de la mujer de su época tenía un matiz esencialmente práctico, encaminado a que supieran desempeñar labores domésticas ya que su preparación no se diri-gía a capacitarla profesionalmente, ni instruirla para cultivar su espíritu, ni a sensibilizarla hacia unos problemas políticos, sociales o económicos. Sin embargo, ella tuvo otras oportunidades, a pesar de la sociedad de la época, nació dentro de una familia donde su padre, José Mª Pardo-Bazán convencido sobre los derechos de la mujer, le proporcionó la mejor educación posible, fomentando su amor por la literatura, en la biblioteca paterna encontró una gran variedad de lecturas. Recibió una formación sobre todo tipo de materias con atención especial a las humanidades y a los idiomas, llegando a domi-nar con soltura el francés, inglés y alemán, no pudo acudir a la universidad por estar vetada a las muje-

res de la época. Esta breve semblanza nos enseña que el talante de la escritora y sus condiciones persona-les la hacían especial-mente apta para un trabajo en el que no bastaba poseer una amplia cultura y una gran riqueza del len-guaje, sino además un vivo interés por cuanto la rodeaba.

Enumerar la obra literaria de Dª Emilia, o hablar de sus abundantísimos artículos en prensa, sería labor enfocada a una tesis, sin embargo, en este breve artículo pondremos el acento en la escri-tora de cuentos.

Pardo Bazán elige el cuento para representar la transición entre el romanticismo tardío y el moder-nismo. Su gusto por el cuento corto construido a través de una anécdota o de una pequeña informa-ción, lo convierte en una historia elegante y con una fuerza que atrae a cualquier lector. En más de medio millar están cifrados los cuentos que esta escritora escribió, la mayor parte fueron publicados en la prensa periódica de su tiempo, algunos aparecieron en publicaciones extranjeras que ella misma recogió en diferentes colecciones agrupándoles por tema y criterios cronológicos. En (1885) publica su primer libro de cuentos, La dama joven y otros cuentos. Sus propias palabras sobre la génesis del cuento pueden aplicarse a su tarea periodística: «Cuento original que no se concibe de súbito no cuaja nunca», escri-bió, y en periodismo ese chispazo que engendra un artículo es fundamental.

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Vocación trashumante de la tertulia «Max Estrella»Isabelo Herreros

Contábamos en el primer capítulo que nuestra tertulia nació precisamente de una emigra-

ción, la que nos llevó del Café Gijón al Bar Chi-cote, por lo que se puede decir que ese origen, como en la tribu de los levitas, nos «condenó» a no tener durante mucho tiempo un lugar fijo de reunión. Mas azarosa aún ha sido, y es, la elección del restau-rante en el que almorzamos, sometida a gustos culinarios o a caprichos pasajeros.

Es posible que el tiempo juegue alguna que otra mala pasada, a la hora de estable-cer cronologías y lugares, pero, como en el Quijote, «esto importa poco a nues-tro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad». Aunque aún al día de hoy la referencia que ha quedado más consolidada de nuestra tertulia remite a Chicote, lo cierto es que, apenas llevábamos un par de años con nuestra sede en la mítica coctelería de la Gran Vía, cuando nos encon-tramos un buen día con el cierre echado sin pre-vio aviso, es decir nuevo horario con cierre por las mañanas. Pero del lugar de cambio hablamos más adelante, y también del regreso años más tarde.

El Chicote que encontramos hace treinta años conservaba, a excepción del célebre y desaparecido Museo de bebidas, el antiguo mobiliario Art Decó, incluso al fondo permanecía la vieja cabina telefó-nica para uso de los clientes. Como si fueran parte de la escenografía, creada por el Barman que fundó el mítico bar, varios camareros, que se fueron jubi-lando, procedían de la antigua plantilla; también, como parte del decorado, un viejo limpiabotas atendía con amabilidad a los escasos clientes que requerían sus servicios. Todos sin excepción habla-ban maravillas de su antiguo patrón, al que echaban de menos, como por ejemplo cuando nos quejába-mos de algunas butacas desencoladas. Al parecer, en

los buenos tiempos, con una plantilla de 50 traba-jadores bien pagados, había un carpintero para que todo estuviera en perfecto estado. Lo cierto es que nos atendían estupendamente y nos reservaban el mejor espacio del local, con vistas a la Gran Vía, con posibilidad de «crecer», a veces más de veinte contertulios. Lo malo era buscar un restaurante

para tantos, sin previo aviso, sobre las quince horas, pero eso es otra historia.

Se pudiera pensar, si recordamos aquellos pri-meros tiempos, que nuestra tertulia estaba integrada por gente del cine, por la pro-fesión de la mayoría de los asiduos, y que nos habíamos marchado del Café Gijón por no encajar bien en nin-guna de las dos grandes tertulias de varias décadas: la de los poetas y la de los

pintores. No fue así, pero vea el lector mi razón con unos pocos nombres: Nino Quevedo, Julián Mar-cos, Raúl Peña, Pepe Briz, Miguel Gato, Ricardo Zulueta y Manolo Revuelta. Se podrían añadir más nombres, de amigos realizadores o actores que han pasado por la tertulia, pero de los visitantes tiempo habrá para comentar. De justicia me parece, puesto que se ha hablado estos días de Pio Baroja, citar a Nino Quevedo, que además de dirigir películas como Goya, historia de una soledad y Futuro Imper-fecto, había sido el productor en 1966 de La Busca, largometraje de Angelino Fons. Y, aunque no ha tenido mucho que ver con el cine profesionalmente, salvo alguna figuración, quien nos aventaja a todos en memoria y sabiduría cinematográfica es sin duda el poeta Carlos Álvarez.

En la lista de «sedes» de la tertulia dejaré hoy solo una anotación, la del Café Central, célebre por los conciertos de jazz en vivo que ofrece a diario, sito en la Plaza del Ángel y que fue el lugar elegido tras el cambio horario de Chicote. (continuará)

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das las de mejor película y mejor director. El nom-bre de Guillermo del Toro viene pues a sumarse al de sus compatriotas Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, que en años consecutivos logra-ron similares galardones. ¡Empoderamiento del cine mexicano!

Pero volvamos a La forma del agua. Corren los primeros años de la década de los 60, el monstruo de la laguna ha sido capturado y, de manera similar a como le sucediese al gorila King-Kong (otro des-dichado Prometeo), le vemos encadenado a la pis-cina de un laboratorio donde científicos y militares pretenden convertirlo en un instrumento bélico. El responsable de su vigilancia es un brutal fun-cionario que se ensaña golpeándole con una porra eléctrica, hasta dejarle exhausto y moribundo. Pero una joven empleada de la limpieza, muda para más señas, se conmueve ante el dolor de tan raro cau-tivo y decide robarlo del laboratorio para liberarle en el mar.

A partir de estos mimbres Guillermo del Toro urde una fábula donde elementos fantásticos y poéticos se entreveran con la realidad política y social. No en vano la joven que se ha apiadado del monstruo, a fin de llevar a cabo su plan de fuga, busca la complicidad de una valerosa compañera negra, así como la de su vecino de escalera, un viejo homosexual jubilado y solitario; los tres, víctimas y perdedores en un mundo feroz. Pues si el vigilante de la extraña criatura no tardará en actuar como un auténtico monstruo, con similar crueldad y des-potismo se expresará el militar de alta graduación, responsable final experimento.

Recientemente Guillermo del Toro ha dicho que con La forma del agua quiso hacer «un antídoto contra el trumpismo». Pero su fábula no transcu-rre en nuestro tiempo, sino bajo la administración Kennedy y en plena Guerra Fría, y como después se sucedieron hasta diez Presidentes en los Estados Unidos, sospecho que la intención del director mexicano no fue tanto elaborar un antídoto contra el último de los mandatarios, sino lanzar una carga de profundidad contra el sistema.

La truculenta imagen de cabecera corresponde a la película La mujer y el monstruo, serie B de

los años 50 cuyo protagonista era un ser anfibio y teratológico, de manos palmeadas y afiladas garras, que le permitían moverse con sigilo entre las aguas de una laguna amazónica. La historia arranca con la llegada de una expedición científica que, alertada por los nativos, intenta capturar al misterioso habi-tante de la laguna, y llega al clímax cuando el mons-truo descubre a una joven expedicionaria nadando sobre la superficie, se prenda de ella y decide rap-tarla. Sin lugar a dudas, estamos ante una nueva versión del recurrente y proteico mito de la bella y la bestia, que la escritora francesa Leprice de Beau-mont rescatara del imaginario popular a mediados del siglo XVIII.

Tan espantosa criatura sirvió de inspiración para que el mexicano Guillermo del Toro filmase La forma del Agua; un film ya galardonado en el Festival de Venecia, en los Globos de Oro y en los BAFTA británicos, que durante la última entrega de los Oscars barrió con cuatro estatuillas, inclui-

El regreso del monstruoRaúl Peña

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LIBROS

El porteador de sonidosPablo Guerrero

Maia Ediciones, 2017

«Me acerco al hori-zonte y ya no

está./Huye como rebaño de gacelas sorprendidas./Siem-pre está allí el horizonte, en el lugar exacto a donde no se llega./O a la espalda, en el lugar oculto donde vive

lo que nunca ha existido,/lo que no tuvo forma», escribe Pablo Guerrero en Horizontes, uno de los poemas de su último libro, El porteador de sonidos. Poesía que nombra el mundo desde una mirada siempre renacida desde la inocencia del deslumbra-miento ante la claridad recién amanecida y siempre amenazada. Porque Pablo Guerrero es un portea-dor de sonidos, una variante del rilkeano cazador de voces secretas que canta entre la celebración y la elegía con una poesía de la mirada y el susurro. Una mirada y una poesía donde brilla la belleza encade-nada con cantares primeros./Donde sigue latiendo la palabra, que reza/a través del susurro de los palmerales. Santos Domínguez

25 poemasFanny Rubio

Ed. Fundación Málaga 2017

La Fanny Rubio de 25 poemas sostiene en su

discurso poético la solidez del equilibrio intelectual que siempre hizo crecer. Un recorrido desde Acri-billado amor (1970) hasta poemas recientes, dan testimonio de esa razón de ser poética que carac-teriza a una personalidad reflejada, a través de innegable sensibilidad, en el citado equilibrio en forma y esencia, para que leer estos poemas sea dar pábulo real a una belleza que no abandona el cora-zón ni su afán de ser compartida y comprometida: «La lisonja que imita / la suavidad del sauce / no es la miel de los bosques». Honesto y delicado reflejo de la luz de humanidad que caracteriza a la autora.

Ciutat d’aiguaJosep Pastells

Llibres del segle, 2018

Viene Josep Pastells de una tradición

de narrativa catalana que juega con la curio-sidad, con el viaje conjunto autor-lector. Maestro del cuento

erótico, trata también las injusticias del mundo laboral y social. Es poco homogéneo en la elec-ción de los temas, pero su fluidez y elegancia en la línea de Quim Monzó son elementos de esta narrativa catalana fluida y ligera, pero atrayente. Este libro presenta una oportunidad de conocer aspectos históricos de Girona en un ámbito de proximidad e interés cotidiano. Aventura nece-saria.

FresasJoseph Roth

Acantilado, 2017

Acantilado publicó en 2017 las 60 páginas que

conforman el proyecto de novela de Joseph Roth, que titula con el escueto Fresas. Un título corto en la larga lista de textos firmados por el autor ucraniano, nacido en Brody en 1894, entre los que encontramos obras maestras como La marcha de Radetzky o Job. De ori-gen judío y brillante periodista, vivió en el Berlín de entreguerras y en 1933 huyó a París, tras la llegada al poder de los nazis, donde moriría seis años más tarde intuyendo el inminente debacle del mundo occiden-tal. Un escritor siempre en los límites, de agudo sen-tido crítico y de un estilo claro y conciso. Fresas es un elaborado croquis de novela, un paisaje de su infan-cia, con un joven narrador en primera persona, un Lazarillo del Este, que lucha por sobrevivir en con-diciones extremas. Una cómoda puerta de entrada a la obra de un autor, que cuando captura a un lector, lo hace prisionero de por vida. Fernando Ferro

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LIBROS

Rojo y grisLuisa CarnésRenacimiento,

2018

Escritora de narracio-nes sociales, Luisa

Carnés Caballero (Ma-drid, 1905 - Ciudad de México, 1964), puede adscribirse a la llamada

otra generación del 27. Este libro, la primera par-te de sus cuentos completos trata, una vez más y son pocas, expone el drama de un conflicto ge-nerado por el instinto criminal de unos milita-res ambiciosos, que produjo cientos de miles de muertos, exiliados y un drama dictatorial del que aún no nos hemos recuperado culturalmente. La prosa es clara y contundente, sin ambages estéti-cos. Su calidad produce el efecto asimilación a los grandes del siglo XX, por ejemplo, Max Aub.

Rojo y gris es una oportunidad para acercarse a una escritora de la llamada «generación del 27». Murió exilidada (México1964).

Insert CoinJosé Luis Garci

Reino de Cordelia, 2018

Se trata de los veinticinco relatos que el director de

cine oscarizado, José Luis Garci, escribió durante más de treinta años. Como no podía ser de otro modo, son relatos tocados por el amor al cine de su autor, que abarcan una gama temática y de formatos de gran interés. Se descubren aspectos que solo pueden ser propios de alguien que ha vivido, conocido bien y proyectado una pasión, especialmente la pasión por el cine. Así, además de dejar clara su pasión por grandes cuentistas: Baroja, Chejov, Medardo Fraile, Aldecoa, Maupassant y otros, no desperdicia la ocasión para dejar la impronta del pasado cine-matográfico de calles madrileñas.

La condición cinematográfica del autor le faculta para desplegar un tono de fluidez imagi-nativa que facilita al lector el acceso.

Nadie muere en ZanzibarFernando García Calderón

Algaida, 2017

La novela es el arte de darle a la realidad su

espejo de ficción con-tra el olvido. Así, con un sentido más cercano a la necesidad creativa y expresiva que al ingenio

que, indudablemente, posee Fernando García Calderón, afronta, una vez más, una determinada realidad y su espejo en forma de recorrido histó-rico con la solvencia habitual en sus obras. Y con coherencia simpar en la combinación de nom-bres, geografías, perfiles, etc., construye un ideal que viene de otras novelas e irá a las siguientes: la verdad literaria como hilo de conexión entre autor y lector.

Nada más necesitoKarlos Linazasoro

Adeshoras, 2017

Este poemario deja en evidencia la trasgresión

del tiempo, que el autor ve pasar con sus galas y sus amenazas. Un tiempo que no se va del todo, o que regresa a lomo de emocio-nes distintas: «Quédate ahí mismo, madre, ay, en mí/que no te engañe la nieve». Así va haciendo camino, andando por un especial ámbito natural capaz de fluir en el poeta como el poeta fluye en las emociones que recibe de esa naturaleza. Y del amor que modela, a veces, el tiempo hasta la previsión del fin: «Bebamos en silencio la última palabra», «Mañana seremos ángeles caídos». Un libro para la serenidad.

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22 MAX ESTRELLA

ENTREVISTA

Javier Reverte: porteador de mundos

Javier Martínez Reverte (firma como Javier Reverte), nació en Madrid, de familia eminen-

temente periodística, es conocido como escritor y viajero, siendo considerado el mejor especialista en libros de viajes en la actualidad. Presente en perió-dicos, radios y televisiones, ha publi-cado más de cuarenta libros (20 de viajes, 11 novelas, 3 biografías y memorias, 4 sobre periodismo y 4 poemarios). Max Estrella: En El sueño de África hablas de Gordon Bennet, perio-dista de raza extinguida. ¿No tienes algo de periodista de raza extin-guida?Javier Reverte: James Gordon Ben-net j.r. –primero fue su padre, tam-bién llamado James– era, más bien, dueño de periódicos (y en particular del New York Herald) como ya no se hacen– sobre todo porque era un entusiasta del gran reportaje. Se hizo rico con ello, como se había hecho antes su padre. Los due-ños de periódicos de hoy deberían de tomar nota de lo productivo que puede ser el reportaje como género periodístico. Salen caros, pero son muy ren-tables. Gordon Bennet j.r. financió entre otras cosas el viaje de Stanley en busca de Livingstone y el del barco «Jeanette» hacia el Polo Norte. Los dos le fueron muy rentables. Y sí, yo me considero de esa especie de reportero.ME: Muchos te consideran el mejor escritor de viajes de España, ¿Qué aportan los viajes a tu capacidad creativa?JR: Viajar es vivir intensamente. Y a mí me gusta sobremanera la vida, que es un privilegio único. ¿Cuántos millones de cromosomas se pierden para que tú vivas? Si soy o no el mejor escritor de viajes español, lo dirá el tiempo. Hay gente que piensa que sí y otros que están empeñados en borrarme del mapa. Como siempre sucede cuando haces algo nuevo.ME: Utilizas en tus novelas un lenguaje fluido, periodístico en ocasiones. ¿Qué te atrae más con-tar historias o crearlas?

JR: Procuro, sobre todo, que mi lenguaje sea exacto, o «significante y sonoro», como quería Cervantes que fuera el suyo. Montanelli, el gran periodista ita-liano, decía que hay que escribir para que te pueda leer el lechero de Ohio. Y Pla señalaba que es más

difícil describir que opinar. Yo voy en esa línea.ME: «La única obligación que tiene el hombre en esta tierra es reali-zar sus sueños». ¿Cómo hemos de interpretar estas palabras tuyas?JR: Pues tal y como están escritas. De niños, nos creamos un mundo de ilu-siones y aspiraciones. Y yo creo que estamos obligados a no olvidarlas, a no traicionarnos en nuestro proyecto de vida. Y se disfruta mucho tratando de lograrlo.

ME: Viajar se evoca como solución a muchos males, especialmente culturales. ¿Qué credibili-dad das al viaje como universalización de la cul-tura?JR: El viaje, sobre todo, te enseña a conocer la reali-dad del otro. Y se extiende al conocimiento de otros puntos de vista, de otras realidades… Y te hace tole-rante. Sin tolerancia no hay cultura. Me espanta la gente encerrada herméticamente en sus propias ideas. Y son tantos…ME: En tu poema «Hombre» te preguntaste hace años: «¿Qué hay de utilidad en semejante espe-cie?». ¿Qué utilidad tiene nuestra especie hoy?JR: Nunca ha tenido mucha. Porque fue creada sobre una gran contradicción: nacemos con con-ciencia de eternidad y sabemos que vamos a morir. ¿Hay algo más atroz?ME: Tus novelas están marcadas también por ambientes de aventura y épica, entre ellas la tri-logía sobre la guerra civil: ¿Crees agotado el tema de la guerra civil, o queda mucho por contar?JR: Hay que contar todo cuanto el talento de los escritores dé de sí. Es una tragedia única en nues-tra historia, épica pura. ¿Cómo no va a ser literaria? Durará mucho tiempo.

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Dos nuevos libros con los que Reino de Cordelia presenta dos opciones

distantes: el clásico y siempre atractivo mundo valleinclanesco de Luces de bohe-mia, y la reedición de La caja de plata, de Luis Alberto de Cuenca. Dos ofertas de diverso entramado y orientación, pero dos mundos de los que el lector no debe prescindir.

Novedades de Reino de Cordelia

Cuando la forma es un paso de nubes de emo-ción por los ojos del espectador, la mano del

escultor adquiere la categoría de modeladora de sentimientos. Y es la consecución del tacto poético la que se refleja en la obra de este leonés de proyec-ción internacional. Su obra presente en España y en Europa así lo testifican. Una obra que presenta una realidad humana visible: soledad, impotencia,

Amancio González Andres, la forma de la emoción

Nuestra revista quiere jugar con el tiempo de algunos escritores y escritoras profesionales o no. Por ello, ofrecemos el certamen BARBIERI, 16 (EL BIERZO), para quienes se atrevan a escribir un microrrelato de un máximo de 100 palabras y lo envíen al correo [email protected], con la mención Para el certamen El Bierzo. El primero

Microrrelatos Barbieri, 16

y segundo premios: diploma acreditativo y una invitación para dos personas a comer en El Bierzo, por gentileza de Miguel González y su equipo. Para este primer certamen deberán enviarse los microrre-latos antes del día 30 de julio de 2018. La entrega del premio será en una comida en El Bierzo cuya fecha se comunicará con antelación suficiente.

esfuerzo agotador e inagotable; pero también ino-cencia e ideal de esperanza. Es un escultor musi-cal, que escucha y habla a la piedra, a la madera, al metal. Creador de vivencias y emociones que trazan una ruta poética desde versos como los de Antonio Hernández: «Nunca/se puede ocultar al corazón/lo que han visto los ojos», el escultor no renuncia a la poesía como camino hacia y desde su obra.

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